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LA VIDA ES UN CUENTO

Las cuatro composiciones que interpretará la Joven Orquesta de la


Comunidad de Madrid en este concierto fueron escritas en un lapso de
poco más de medio siglo, entre 1849 y 1910, y el eclecticismo musical que
nos encontramos en este programa representa la multiplicidad de ideas,
miradas y puntos de vista de una sociedad cada vez más compleja
determinada por la participación de la clase social media en la vida
cultural. Los movimientos artísticos que en etapas anteriores definían a
una época, dan paso en la segunda mitad del siglo XIX a propuestas
estilísticas diversas que en la mayoría de las ocasiones conviven y
conversan unas con otras. Así, en el Concierto para violonchelo de
Schumann nos encontramos con el perfecto ejemplo de los ideales
románticos, con esa supremacía del sentimiento sobre la razón, con el
instrumento solista en el centro, melodías líricas cercanas al lied y la
subjetividad del artista por encima de los formalismos. Por su parte, Ravel
nos sumerge de lleno en el impresionismo con Mi madre la oca y su
magistral uso de la colorida paleta de timbres orquestales característicos
de esta corriente, así como a través de las sonoridades de inspiración
oriental o la evocación de atmósferas, descripción de personajes y
momentos concretos de algunos de los cuentos más célebres de la
tradición francesa que nos hacen soñar con la niñez y la fantasía. Las
oberturas que abren y cierran el concierto nos recuerdan que, si bien la
Viena de finales del siglo XIX fue un verdadero foco de la cultura europea,
la posición de París como capital de las artes fue tomando cada vez más
fuerza. Y es que, el recorrido musical de este concierto comienza con la
obertura de un singspiel (género germano cercana a nuestra zarzuela), Las
alegres comadres de Windsor de Otto Nicolai, conocido por haber fundado
la Filarmónica de Viena, y finaliza con una de las oberturas habituales del
concierto más famoso que ofrece cada año dicha agrupación austriaca, la
de la opereta (genero francés adoptado por los austriacos en el siglo XIX)
El murciélago de Johann Strauss II.

NICOLAI – LAS ALEGRES COMADRES DE WINDSOR (OBERTURA)

El nombre de Otto Nicolai casi es más conocido por haber sido el fundador
de la Filarmónica de Viena que por su labor como compositor. Pero como
compositor, se le conoce casi exclusivamente por su versión de la comedia
de Shakespeare Las alegres comadres de Windsor, aunque en su corta vida
(de apenas 38 años) Nicolai compuso cinco óperas, varios trabajos

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orquestales, coros y obras para instrumentos solos y durante la década de
1840 fue la figura más prominente de la escena musical en Viena.

En 1844 le ofrecieron el cargo, ocupado hasta ese momento por Félix


Mendelssohn, de Kapellmeister de la catedral de Berlín, pero él no se
establecería en la capital alemana hasta el último año de su vida. Y es que
el 9 de marzo de 1849, tan solo dos meses después del estreno de Las
alegres comadres de Windsor, y solo dos días después de la toma de
posesión de ese cargo, sufrió una caída y falleció a consecuencia del fuerte
impacto. El mismo día de su muerte había sido proclamado miembro de la
Real Academia de las Artes de Prusia.

Las alegres comadres de Windsor (Die lustigen Weiber von Windsor) es un


singspiel con libreto de Salomon Hermann von Mosenthal estructurado en
tres actos. Es interesante recordar que años más tarde, en 1893, Verdi
utilizaría la misma obra de Shakespeare como base para su última ópera
Falstaff, aunque la de Nicolai y la de Verdi son dos obras completamente
diferentes. Pero la trayectoria de estos dos compositores tiene más
puntos en común, y es que hubo un momento en el que Nicolai, que pasó
una temporada en Italia y compuso varias óperas en italiano, compitió con
Verdi en popularidad; de hecho, rechazó el libreto que se convertiría
después en el primer gran éxito de Verdi, Nabucco.

La obertura es la parte más interpretada y conocida del singspiel;


comienza con una introducción lenta que nos prepara para el Allegro
vivace principal, sección que con sus notas cortas nos lleva a un ambiente
similar al conjurado por Mendelssohn en su obertura para Sueño de una
noche de verano.

SCHUMANN - CONCIERTO PARA VIOLONCHELO Y ORQUESTA EN


LA MENOR, OP. 129

Nicht zu schnell – Langsam - Sehr lebhaft

Schumann finalizó su "Pieza de concierto para violonchelo con


acompañamiento orquestal” el 24 de octubre de 1850, el mismo día en
que dirigió su primer concierto con la orquesta de Düsseldorf,
estrenándose así en su puesto como Director Musical Municipal de la
ciudad. El alemán se encontraba entonces en uno de esos periodos de luz
y ebullición creativa que le llevó a escribir la obra en tan sólo dos semanas

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y que durante aquel otoño le conduciría a completar también su Tercera
Sinfonía “Renana”, dedicada a esa zona del Rin que le había devuelto
confianza y estabilidad profesional.

Satisfecho con el resultado, el compositor trató en vano de interesar al


violonchelista idóneo para estrenar la pieza. Tuvo un ensayo de piano con
el violonchelo solista y el concertino de la orquesta de Düsseldorf en
marzo de 1851 pero el asunto no prosperó. Meses más tarde, en octubre,
pidió a un conocido violonchelista y compositor de Düsseldorf, Robert
Bockmühl, que leyera el concierto y le ayudara a preparar la parte del
violonchelo para su publicación. Parece que Bockmühl inicialmente
mostró cierto interés en interpretar la pieza, pero también tenía reservas
respecto a algunas cuestiones técnicas de la obra. Sentía que el tempo
que quería Schumann para el primer movimiento era demasiado rápido y
pidió que se redujera sustancialmente, algo a lo que Schumann no
accedió, dando paso al consecuente desinterés de Bockmühl. Otros dos
editores (Friedrich Hofmeister y Carl Luckhardt) se negaron a publicar la
obra y sólo el tercero, Breitkopf & Härtel, aceptó la propuesta. Schumann
les describió el Concierto como "una pieza muy alegre". Pero la historia no
finaliza aquí porque Schumann propuso a la editorial publicar un arreglo
de la obra para cuarteto de cuerda y violonchelo solista, y Breitkopf &
Härtel se negó. Por si fuera poco, el Neue Berliner Musikzeitung publicó
una crítica muy negativa del Concierto cuando por fin salió en su
reducción para piano y violonchelo. Como los violonchelistas no
mostraban interés en interpretar la pieza, Schumann hizo un arreglo para
violín y se lo dio a Joseph Joachim, quien lo archivó rápidamente sin
tocarlo nunca. La publicación del Concierto para violonchelo tuvo lugar en
medio de circunstancias dramáticas justo cuando la inestabilidad mental
de Schumann estalló por última vez. La noche en que empezó a tener
alucinaciones auditivas trató de calmar las voces que oía en su cabeza
encerrándose en la corrección de pruebas del Concierto para violonchelo.
Efectivamente lo terminó y lo envió el 21 de febrero de 1854, seis días
antes de arrojarse al Rin.

Parece que la primera interpretación del Concierto tuvo lugar el 23 de


abril de 1860, casi cuatro años después de la muerte del compositor y de
la mano del primer violonchelista que defendió la obra: Ludwig Ebert,
quien volvió a interpretarla (en su reducción con acompañamiento de
piano) el 9 de junio en la celebración del 50 aniversario del nacimiento de
Schumann.

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Hoy en día este es uno de los conciertos para violonchelo y orquesta más
interpretados y queridos por los instrumentistas pero su establecimiento
en el repertorio no está del todo claro. Sabemos que Bernhard Cossmann
lo tocó en Moscú en 1867 y que fue uno de los más interpretados por Pau
Casals a principios del s XX. La primera grabación de la obra fue realizada
por Gregor Piatigorsky en Londres en 1934.

Los tres movimientos que conforman la obra se interpretan sin pausa, y


aunque esta característica parece estar relacionada con esa concepción de
la obra como pieza de concierto, es curioso anotar que a Schumann no le
agradaban los aplausos entre movimientos. El compositor unifica la obra a
través de motivos recurrentes, como los tres misteriosos acordes iniciales,
que representan una llamada de atención a la escucha y que vuelven a
aparecer en la transición al movimiento lento y también anunciando el
tercero. El primer movimiento, marcado Nicht zu schnell (no demasiado
rápido), escrito en la clásica forma sonata, presenta un primer tema más
lírico, mientras que el segundo es más rítmico. En el bellísimo Langsam
(lento), escuchamos un romántico dúo de violonchelos (solista y primer
cello de la orquesta) que dialogan en torno a uno de los conocidos como
“tema de Clara” en referencia a la compositora y pianista esposa del
compositor, Clara Schumann. El movimiento final, Sehr lebhaft (muy
animado) es un rondó ligero y enérgico que incluye una cadencia en
tempo acompañada, algo sin precedentes en la época de Schumann, y que
nos lleva a una brillante coda que Schumann concluye en la luminosa
tonalidad de La mayor.

RAVEL – MI MADRE LA OCA

1. Pavane de la Belle au bois dormant


2. Petit Poucet
3. Laideronnette, Impératrice des pagodes
4. Les entretiens de la Belle et de la Bête
5. Le jardin féerique

Ma mère l'oye o Mi madre la oca, surgió en 1908 como una suite para los
hijos pequeños de unos buenos amigos de Ravel, los Godebski: Mimie y
Jean, de 6 y 7 años. El caso es que Mimie y Jean estudiaban piano y Ravel,
que los adoraba, quiso regalarles una composición que les motivara a

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continuar practicando y mejorando con el instrumento, y para ello, eligió
algunos de sus cuentos de hadas favoritos como inspiración. Según el
propio compositor, “el propósito de evocar en estas piezas la poesía de la
infancia me ha conducido a simplificar mi estilo de forma natural y hacer
más sobria mi escritura”.

Años más tarde, Mimie Godebski recordaría a Ravel con estas palabras:
“Me subía a su rodilla y pacientemente, comenzaba con Érase una vez ...y
continuaba con Laideronnette o La bella y la bestia o, muy a menudo, con
las aventuras que se inventaba sobre un pobre ratoncito".

Pero hay que señalar que finalmente la suite resultó ser demasiado difícil
para sus destinatarios y el estreno de la obra, que tuvo lugar en París el 20
de abril de 1910, contó con otras dos jovencísimas pianistas de mucho
talento: Jeanne Leleu y Geneviève Durony (ambas menores de 10 años). Al
año siguiente, el empresario Jacques Rouché propuso a Ravel orquestar la
música para un ballet. Y el francés, que era un orquestador brillante, se
puso manos a la obra rápidamente agregando a las cinco piezas originales
un preludio, un número adicional titulado Escena y danza de la rueca, y
cuatro interludios. En este concierto escucharemos la suite orquestal en
cinco números basada en la obra original para piano a cuatro manos.

Mi madre la oca lleva por subtítulo Cinco piezas infantiles, y con su título
hace referencia a un personaje tradicional de origen francés llamado
Mamá Oca, una campesina creadora y narradora de poemas e historias
infantiles. Ravel seleccionó para su obra musical dos cuentos de Perrault:
La Bella Durmiente del bosque y Pulgarcito, y es que Charles Perrault
contribuyó enormemente a la difusión de los cuentos populares franceses
con su recopilatorio Histoires ou Contes du Temps passé, subtitulado Les
Contes de ma Mère l'Oye y publicado en 1697. En algunos de los números,
como es el caso de Pulgarcito, Ravel incluye en la partitura una cita textual
del cuento homónimo que refleja el momento concreto que el compositor
pretende evocar con su música.

Además de esos dos cuentos de Perrault, Ravel se inspira para su


composición en La serpiente verde de Madame Marie-Catherine d’Aulnoy
y titula el movimiento con el nombre de su personaje principal,
Laideronnette, Impératrice des Pagodes (que podemos traducir como
Feuchilla, Emperatriz de las Pagodas). Marie-Catherine d’Aulnoy fue una
destacada escritora francesa del siglo XVII, cuyo salón se convirtió en uno

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de los más populares de su tiempo y sus cuentos de hadas publicados en
Les Contes des Fées tuvieron un gran éxito. La página de Ravel inspirada en
su escritura nos sumerge de lleno en las sonoridades orientales tan
utilizadas por los impresionistas. El cuarto título de la obra de Ravel,
Conversaciones de la Bella y la Bestia, proviene del conocido cuento de
Madame Leprince de Beaumont. El compositor presenta esta escena con
un vals bailado por la bella, representada por una línea melódica en el
clarinete a la que contesta un contrafagot que rápidamente asociamos
con la bestia. Ambos personajes conversan y llegan a bailar juntos el vals,
una declaración de amor tras la cual tendrá lugar la transformación
mágica de la bestia en su estado principesco original anunciada por un
glissando de arpa y varios armónicos de violín, que será el instrumento
que represente al príncipe. Se desconoce el cuento que inspiró el último
título de la suite, Le jardin féerique (El jardín de las hadas), un número que
comienza con un tema melancólico en la cuerda que perfectamente
podría evocar la nostalgia que sentía Ravel por la niñez, lo que nos lleva a
pensar que este finale es la despedida del compositor de los mundos de
fantasía; la vuelta a una realidad en la que la fantasía no le abandona del
todo, el retorno a ese jardín en el que jugaba y se inventaba historias para
Mimie y Jean Godebsky.

STRAUSS – EL MURCIÉLAGO (OBERTURA)

Una importante crisis financiera sacudió los mercados bursátiles


internacionales en mayo de 1873 y Viena vivió su día más duro en el
conocido como “viernes negro” por el desplome de su bolsa. En ese
contexto, Johann Strauss hijo estreno la que ha demostrado ser su
opereta más perdurable, Die Fledermaus (El murciélago). Finalizó la obra
en solo 6 semanas, basándose en el guión francés Reveillon de los
libretistas Henri Meilhac y Ludovic Halévy, remodelado para los gustos
vieneses por los alemanes Carl Haffner y Richard Genée. La obra fue todo
un éxito para esa Viena ávida por levantar el espíritu tras la crisis
financiera. Con su historia de coqueteo extramatrimonial, disfraz conyugal
y venganza inteligente, todo ello regado con toques de humor y un río de
champán, a finales de 1874, las producciones de la opereta estaban en
marcha en Berlín, Budapest y Nueva York, y su fama se extendió
rápidamente por todo el mundo. Gustav Mahler, que había dirigido El
murciélago en Hamburgo, elogió la opereta por "su singularidad y
deliciosa inventiva" y se dice que Johannes Brahms acudió a varias
representaciones de la obra. La obertura es tanto o más famosa que

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cualquiera de los números vocales de la opereta y nos ofrece un anticipo,
al estilo popurrí, de varias de las principales danzas de la opereta
capturando perfectamente el espíritu de toda la obra con su vals, su polka
y su can-can, que seguro sirven también en estos tiempos para
levantarnos el ánimo y sonreír tras la mascarilla.

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