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LA EDUCACIÓN EN LA ENCRUCIJADA

JAVIER SÁENZ DEL CASTILLO Y CABALLERO

El currículo de enseñanza y la ciudadanía


La libertad de pensamiento consiste en la capacidad para poder articular
un razonamiento propio válido y eficaz ante los retos de la vida cotidiana,
y esto sólo es posible con un necesario conocimiento de la realidad

14/04/2022 – Actualizada 11:18

La enseñanza tal y como la conocemos en nuestros días, articulada alrededor de un


sistema de escolarización universal y obligatoria (sea una obligatoriedad estricta, que
imponga la asistencia presencial a un centro escolar, o sea una más liviana que per-
mita el aprendizaje por libre y se centre en la supervisión de los conocimientos adqui-
ridos, sometidos a comprobación y certificación por parte de las autoridades), es un
invento moderno. Surgió durante la Revolución Francesa, teóricamente como uno de
los recursos necesarios para la construcción de la nueva sociedad, respondiendo al
ideal ilustrado de la emancipación del ciudadano respecto de los lastres que secular-
mente le habían mantenido en servidumbre.

Independientemente de hasta qué punto esto era cierto o no, o de hasta dónde res-
pondía a otras motivaciones (adoctrinar a las nuevas generaciones en las doctrinas
revolucionarias y sustraer la mente de los niños de la influencia de los rivales ideoló-
gicos de la Revolución, especialmente de la Iglesia), y con todos los matices y objecio-
nes reales y necesarios que queramos añadir, se entendía por parte de los revolucio-

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narios de entonces que el acceso a la cultura era uno de los elementos fundamentales
que permitirían al individuo liberarse de las cadenas que, heredadas desde siglos
atrás por mecanismos e instituciones sociales obsoletos, cuando no perversos, man-
tenían a unos hombres sometidos a la dominación de otros. La educación, entendida
como instrucción, como adquisición de conocimientos, permitiría a las personas con-
seguir la autonomía de pensamiento necesaria para poder razonar por sí mismas. En
otras palabras, la educación del pueblo era un requisito fundamental para que este
alcanzase su libertad.

Esta independencia del pensamiento entroncaba directamente con otras dos emanci-
paciones imprescindibles para conseguir que el individuo fuese un ciudadano libre,
no sometido a terceros: la independencia jurídica y la independencia económica. Por
tanto, la libertad, uno de los derechos fundamentales del individuo y pilar fundamen-
tal para la construcción de una sociedad justa, solo puede ser resultado de una situa-
ción real y efectiva de autonomía personal, que sobre esta triple emancipación (jurí-
dica, económica y de pensamiento), es la que permite a la persona ser soberana de sí
misma y de su propio destino.

La primera de ellas, la independencia jurídica, es la que hace que una persona no esté
sometida ni obligada a otro sujeto o a un colectivo o institución. Este es el fundamen-
to de la reclamación ilustrada y revolucionaria de «igualdad ante la ley», de la supre-
sión de los estamentos y de la abolición de los privilegios («privilegium», privus–lex,
ley privada).

La segunda, la independencia económica, es la que hace que una persona no esté


igualmente sometida ni obligada a otros por depender de ellos para su supervivencia
material. Esta soberanía económica se concreta en el derecho a la propiedad, en la
posesión de los recursos que permiten el propio mantenimiento. Por eso el derecho a
la propiedad es también uno de los derechos fundamentales, y por eso la negación de
la propiedad privada se considera como una de las primeras amenazas a la libertad y
un rasgo de gobierno tiránico ya desde los orígenes del liberalismo clásico.

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Y la tercera, la independencia de pensamiento, es la que hace que un hombre pueda
tomar sus propias decisiones y no esté sometido al dictado de otros que manipulen y
esclavicen su conciencia. Esta soberanía sobre la propia razón, ya se entienda como
«libertad de conciencia» o como «libertad de las conciencias», se concreta en la liber-
tad de creencia, en la libertad de opinión y en la libertad de expresión. Pero para al-
canzar tal autonomía de pensamiento no basta con librarse del riesgo de manipula-
ción por parte de un tercero, sino que es imprescindible ponerse a salvo de una de sus
principales amenazas: la ignorancia, que en este caso viene acompañada de la super-
chería y de la superstición.

Dicho de otro modo, la libertad de pensamiento consiste en la capacidad para poder


articular un razonamiento propio válido y eficaz ante los retos de la vida cotidiana, y
esto sólo es posible con un necesario conocimiento de la realidad, del mundo que nos
rodea, en todos sus ámbitos y manifestaciones. Y, en principio, cuanto más amplio y
elevado sea ese conocimiento, mayor será la posibilidad de desarrollarnos libremente.

De ahí la importancia fundamental del derecho a la educación y la exigencia tras la


Revolución de que el recién nacido Estado garantizase el acceso de todos los ciudada-
nos a una enseñanza de calidad. Una educación cuya finalidad última no era solo la
de adquirir e instruirse en conocimientos útiles o en habilidades prácticas que permi-
tan al individuo su prosperidad material o económica, sino que le permitan pensar
por sí mismo, para poder crecer como un ciudadano 22/4/22, 9:42 El currículo de
enseñanza y la ciudadanía verdaderamente libre y capaz de participar en el gobierno
de la Polis junto con sus compatriotas.

Estos tres principios fundamentales: la igualdad ante la ley, el derecho a la propiedad


y la libertad de pensamiento son, pues, fundamento necesario para la construcción de
una sociedad justa, libre y democrática.

La negación de los mismos es una manifestación del despotismo que algunos se han
marcado como objetivo para este siglo XXI. Un fenómeno que, bajo la máscara de
todo tipo de corrección política y de progresismo woke, estamos viendo crecer a pa-
sos agigantados ante nuestras narices desde hace años. Que ataca la igualdad ante la

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ley bajo consignas eufemísticas como «discriminación positiva» o «cobertura legal a
colectivos «vulnerables»» (¿?), o que invierte la carga de la prueba y elimina la pre-
sunción de inocencia. Que promete falsamente el bienestar y la comodidad despreo-
cupándonos del día a día ante la supuesta provisión inagotable por unos Estados y
unas macrocorporaciones omnipresentes: «en 2030 no tendrás nada y serás feliz». Y
que, en la estela de las distopías más aterradoras de la literatura contemporánea,
desde Un mundo feliz hasta Fahrenheit 451 pasando por 1984, reduce las exigencias
del sistema de enseñanza sustituyendo la Historia y la Filosofía por la moralina resi-
liente, ecofeminista, y sociorresponsable, sin reglas de tres pero con perspectiva de
género y «memoria histórica y democrática», eso sí…

Esta negación disfrazada de utopía busca nuestra incapacitación como ciudadanos


protagonistas de nuestras propias vidas. Es el anuncio de la tiranía 2.0.

Javier Sáenz del Castillo y Caballero es profesor de Historia en la


Universidad CEU San Pablo

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