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Historia Argentina II (Curso Especial) 2021


Clase Teórica N° 10
El Grito de Alcorta y la formación de la Federación Agraria Argentina, 1912.

El estancamiento del área cerealera pampeana era un fenómeno visible antes de la guerra. Este
fenómeno permitió la emergencia de un nuevo actor, el productor chacarero que incluía a pequeños
propietarios de tierras o arrendatarios en vías de constituirse en propietarios. Estos grupos se
enfrentaron al poderoso sector terrateniente por el monopolio de la propiedad de la tierra y sus
estrechas relaciones con el sector exportador. Otro sector no menos importante fueron los obreros
rurales que pugnaban por defender sus salarios y que ocasionalmente acompañaron a los chacareros
en sus demandas. La historiadora Marta Bonaudo argumenta que estos nuevos actores sociales
constituyeron la base de las clases subalternas rurales del área pampeana. Desde este punto de vista
podemos considerar a los chacareros como una suerte de pequeña y mediana burguesía agraria
(producían para el mercado y podían contratar mano de obra asalariada) que disputaron a un sector
poderoso, los terratenientes, un porcentaje de la renta del suelo.

La relación entre el terrateniente (dueño de la tierra) y el arrendatario era comercial y se


formalizaba a través de un contrato de arrendamiento, que por lo general se suscribía por tres años.
En ese lapso se realizaban cultivos rotativos (trigo, maíz, lino, etc.) y el último año se los dejaba
sembrados con alfalfa, lo que beneficiaba a los ganaderos. El inquilino pagaba en concepto de
arrendamiento el 30 y 40 % de lo producido, sea en moneda o en grano. Si se excedía en
determinada cantidad de ganado o aves debía liquidarlo en el otoño de cada año. A la luz de estas
condiciones, los chacareros estuvieron expuestos a la avidez de los comerciantes en ramos
generales, que les daban créditos o les fiaban, hasta que se cobraba la cosecha. Es necesario aclarar
que el sector no tenía acceso al crédito agrícola, de modo que este tipo de crédito informal tenía
carácter de usura. La modalidad de producción revela que la producción cerealera en la pampa
húmeda seguía el impulso de la ganadería, en el marco de la estancia mixta, dedicada a la
agricultura y ganadería.

El movimiento de protesta chacarero se originó en Alcorta y en las localidades próximas. En esa


zona miles de chacareros y colonos, con apoyo de comerciantes, sacerdotes y profesionales,
reaccionaron ante la injusticia de los sistemas de arrendamiento y de trabajo, las dificultades para el
acceso a la tierra, los altibajos en el resultado de las cosechas, la caída de los precios del maíz y el
trigo. La huelga por tiempo indeterminado se declaró el 25 de junio de 1912, en una asamblea
pública celebrada en la Sociedad Italiana de Alcorta. El movimiento recibió el apoyo decidido del
Partido Socialista cuyo flamante diputado nacional, Juan B. Justo, respaldó el movimiento y
presentó el primer proyecto de ley de arrendamientos en 1913 que no llegó a aprobarse. El
movimiento de huelga se extendió a la provincia de Buenos Aires, al sur de Córdoba y Entre Ríos.

Las demandas del movimiento agrario fueron puntuales y moderadas: contratos escritos por 4
años como mínimo, rebaja general de los arrendamientos y aparcerías; libertad de trillar y desgranar
con las máquinas que cada uno desee, ampliar la cantidad de tierra para pastoreo, mejorar las
condiciones de trabajo y garantizar la suspensión de juicios de desalojo. En este punto, los reclamos
se dirigían al gobierno provincial y nacional solicitando la intervención del estado en el conflicto.
En Santa Fe los radicales habían ganado las elecciones en 1912 y adoptaron frente a la protesta
posturas ambivalentes. Al principio se respaldó a los agricultores, pero posteriormente se puso en
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marcha el aparato represivo, ante las presiones de la Sociedad Rural de Rosario. El Estado nacional,
acorde con su concepción liberal y conservadora, asumió una actitud prescindente.

La huelga se resolvió con la aceptación de un pliego moderado de condiciones. Pero la conquista


más significativa fue la Federación Agraria Argentina (FAA) en 1912. Los nuevos contratos
aportaron cierta estabilidad pero no lograron soluciones duraderas en tanto no se votó una ley de
arrendamientos. Por lo tanto, los contratos abusivos resurgieron ante cada coyuntura difícil. Marta
Bonaudo sostiene que el Grito de Alcorta marcó la agenda de la cuestión agraria en el área
pampeana. Las condiciones pactadas para la resolución del conflicto entre productores y
propietarios transfirieron parte de los costos a estos últimos, lo que produjo una reducción
momentánea de la renta, pero se dejaron intactas las precarias bases de la agricultura cerealera. No
se garantizaron los derechos de los agricultores para desarrollar su producción y realizar libremente
la venta de sus excedentes. No se afectó a las compañías exportadoras que monopolizaban el
comercio de granos, no se modificaron el precio de los altos fletes, ni las deficiencias del sistema de
transporte, no se crearon condiciones para un crédito accesible al pequeño y mediano productor, ni
se cambió la precaria estructura de almacenamiento para conservar las cosechas. De allí las
recurrentes tensiones que asediaron al mundo chacarero y que el gobierno de Yrigoyen heredó.

Los efectos de la ley electoral 8871 (conocida como Sáenz Peña) en el sistema político y el
triunfo de la UCR en las elecciones de 1916

El cambio más significativo de la ley 8871 fue la ampliación del electorado debido al carácter
obligatorio del voto. Se instauró el principio de “cada hombre un voto” que transformó la vida
política. Los principales fundamentos enunciados por su impulsor se proponían evitar el fraude,
desplazar a los grupos enquistados en el gobierno e instaurar una dinámica política centrada en el
juego “armónico” de partidos que debían rotar o compartir posiciones en el marco del sistema
institucional de poder. Estas transformaciones permitirían moralizar el aparato administrativo del
estado y eliminar las clientelas. La nueva ingeniería electoral involucraba un diagnóstico del
sistema político, acosado por la crisis moral y política debido –según Sáenz Peña- a la ausencia de
partidos orgánicos. La existencia de estas organizaciones permitiría democratizar la vida política y
desterrar el personalismo y los círculos de notables que caracterizaban el ciclo conservador.

Así, la ampliación del sufragio situó a los partidos en el centro de la escena política. Estas
fuerzas debían adaptarse a campañas electorales masivas para cambiar los representantes en el
Congreso y los elencos gobernantes en las situaciones provinciales. Otro efecto destacable de la ley
fue el rol de la oposición expresado en el sistema de la lista incompleta, mecanismo que dinamizó la
discusión y complejizó la relación entre partidos y gobierno. Los legisladores conservadores
reformistas que votaron la ley a instancias de Sáenz Peña creían en la capacidad regeneradora de la
legislación. Por su parte, los conservadores que se opusieron a la misma destacaban la
incertidumbre que se cernía en el panorama político.

La UCR era una organización partidaria fundada en 1891, dotada de un estatuto que creaba una
estructura de funcionamiento de carácter federativo. Sus principales órganos directivos fueron el
Comité Nacional, que dirigía la política y prácticas del partido, y la Convención Nacional, ámbito
donde se discutían las candidaturas. El radicalismo adoptó un modelo territorial, centrado en los
comités. En esas células se formaron los dirigentes locales, provinciales y nacionales. David Rock
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afirmó que los comités permitieron a Yrigoyen consolidar su liderazgo y forjar su relación con el
electorado. Esta forma organizativa diferenciaba la UCR del PAN, agrupación formada en base
grupos de notables provinciales, que no contaban con una organización centralizada y no tenía
vocación para impulsar la unificación de los grupos conservadores. En efecto, entre 1914 y 1916, se
produjo un movimiento de dispersión de estas fuerzas cuya consecuencia se reflejó en las elecciones
presidenciales de 1916.

En 1914 falleció Roque Sáenz Peña. Cumplimentó el período el vicepresidente Victorino de la


Plaza, quien dirigió los trabajos electorales en el universo conservador para afrontar las elecciones
presidenciales cumpliendo el legado de Roque Sáenz Peña. Consiguió la adhesión de 8 partidos
provinciales que conformaron el Partido Demócrata Progresista, que llevó como candidato a
presidente a Lisandro de la Torre. Militante en su temprana juventud en la Unión Cívica, se integró
a la Unión Cívica Radical de Alem de la que se apartó luego de su suicidio. Rechazó la abstención
impulsada por Hipólito Yrigoyen y en 1908 fundó en Rosario, su ciudad natal, la Liga del Sur. Este
partido defendió la autonomía municipal y la descentralización administrativa como instrumento del
ejercicio democrático. El Partido Demócrata Progresista reflejaba la línea reformista saenzpeñista
con vocación de crear un “partido de ideas”. No se trataba de un partido orgánico en tanto
expresaba la unión electoral de partidos provinciales.

Sin embargo, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Marcelino Ugarte, era refractario a
la reforma que desarmaba el rol del presidente como el “gran elector”. No aceptó ese armado que le
impedía su acceso a la presidencia. Impulsó una fórmula alternativa integrada por Luis Güemes
(médico salteño) como candidato a presidente. La propuesta no reunió suficientes apoyos. A menos
de dos meses de sustanciarse la elección, Luis Güemes renunció a su candidatura ante el Comité de
Senadores que la había propiciado. Por lo tanto, este grupo llega a las elecciones sin comprometerse
con ninguna candidatura presidencial.

Los comicios del domingo 2 de abril de 1916, en los que se elegían delegados al Colegio
Electoral (para votar la fórmula de presidente y vicepresidente) y se renovaba la Cámara de
Diputados, transcurrieron con normalidad. En esa oportunidad triunfó la fórmula de la UCR -que
llevaba a Hipólito Yrigoyen como presidente y a Pelagio Luna (riojano) como vicepresidente- con
339.332 votos, caudal que representaba el 47,25 % de los votantes. Habían obtenido 141 electores,
de los 300 que componían el Colegio Electoral, le faltaban 10 para acceder a la presidencia. Ante tal
descalabro electoral, los conservadores (reformistas y refractarios) buscaron una tardía concertación
en el Colegio Electoral que finalmente fracasó. Por lo tanto, los electores conservadores votaron
divididos. Una fracción del PAN, opuesta al reformismo, eligió a Ángel Rojas (gobernador de San
Juan), quien obtuvo un porcentaje de 25.88 % de los votos y 69 electores. Las fracciones
identificadas con el reformismo saenzpeñista lo hicieron por Lisandro de la Torre, del Partido
Demócrata Progresista, quien obtuvo el 13.71% y 57 electores. Luego de arduas negociaciones los
electores santafecinos de la UCR (que estaba dividida en dos sectores) votaron por Yrigoyen en el
Colegio Electoral, quien con este aporte llegó a la presidencia.

Para Halperin Donghi, el triunfo de la UCR significó para el universo conservador un resultado
inesperado. Se trataba de una clase política acostumbrada a vencer sin combate, de modo que la
derrota la sumió en un desconcierto que le impidió configurar una visión y tácticas adecuadas. Con
la vigencia de la democracia de masas el país transitaba de la República posible a la verdadera. Se
iniciaba así una experiencia inédita, signada por la figura de Yrigoyen y la acción de la UCR que
asumía el rol de partido gobernante.
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La guerra mundial y sus efectos en la economía argentina (1914-1918)

La guerra mundial en Europa desató una intensa depresión económica que se sintió en el país a
partir de 1913. La conflagración interrumpió el proceso de integración de la Argentina en la
economía mundial. Se interrumpieron las rutas comerciales, se dejaron aislados los mercados de los
centros de abastecimiento, se cortó la corriente de capitales a los países periféricos y se frenaron las
corrientes inmigratorias. El estallido de la guerra profundizó la depresión, las inversiones
extranjeras cesaron por completo, bajó el valor de las tierras y se redujo notablemente el volumen
del comercio de exportación.

Se pueden diferenciar fases en la época de la guerra. El período 1913-1917 estuvo signado por la
depresión, mientras que en el segundo 1918-1921 creció la demanda externa de las exportaciones
argentinas y aumentó la valorización de los productos exportables casi un 300 % respecto de 1914.
En el primer período se registró una salida neta de capitales hacia los países beligerantes que afectó
al país en su balanza de pagos. En ese contexto, se produjo la caída de los precios mundiales de los
cereales y la carne, baja que coincidió con la mala cosecha de 1913-1914. Estos factores
determinaron el drástico descenso de los ingresos por exportaciones y la difícil situación de la
balanza de pagos. En ese contexto, se produjo la paralización del comercio, la quiebra de empresas,
lo que decidió al gobierno a suspender la convertibilidad en agosto de 1914 para evitar el drenaje de
divisas. Entre 1913-1914 el comercio exterior se contrajo un 20 %, la inversión externa un 30 % y
el producto bruto un 10 %. Estos números explicaban la caída de las importaciones, de 10 millones
de toneladas en 1913 a 2,6 millones en 1918, debido a las dificultades de la navegación oceánica.

El gobierno nacional se vio obligado a reducir el gasto público en el rubro obras y empleados
públicos. Se paralizó la construcción de ferrocarriles y aumentó la desocupación. Otro efecto de la
guerra fue la rápida inflación que incidió en los precios de los productos nacionales e importados
por el encarecimiento de los fletes. La caída del salario real fue pronunciada en los dos últimos años
de la guerra debido al aumento de los artículos de consumo que aumentó un 50% entre 1914 y
1918. De allí el incremento de la conflictividad laboral que se manifestó con virulencia en el
gobierno de Yrigoyen.

La guerra generó además otros movimientos a largo plazo. Aceleró el proceso de decadencia de
Inglaterra y el abandono del patrón oro, base del sistema multilateral de comercio. De manera
paulatina, emergió la centralidad mundial de EE UU, con sus industrias más competitivas. Durante
la contienda este país adquirió ventajas en el aspecto comercial y el financiero debido a la solidez
de su economía, que se mantuvo indemne a los daños de la guerra en el continente europeo. A
diferencia de Gran Bretaña, EE UU era un país altamente proteccionista que aplicaba altos
gravámenes al comercio internacional. El liderazgo de EE UU y el orden mundial que emergió al
final de la contienda resultó mucho más inestable. Para la Argentina, los cambios fueron
problemáticos. Claudio Bellini sostiene que la economía estuvo marcada por la pérdida de
dinamismo de la economía agroexportadora y por las crecientes dificultades en el mercado mundial
de alimentos. EE UU era un país exportador de alimentos, cuyas producciones competían con las de
Argentina. De modo que la posición de nuestro país en el escenario mundial se modificó. A su vez,
el volumen del mercado europeo de alimentos menguó por el declive de su población y las muertes
ocasionadas por la guerra. La menor demanda alteró este mercado debido a la mayor oferta. En ese
contexto se adoptaron aranceles y controles que obstaculizaron el comercio internacional de
alimentos.
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Otro efecto de la guerra mundial residió en el crecimiento del sector industrial. Este es un tópico
muy debatido por la historiografía económica. En 1914 la Argentina poseía la economía más grande
de América Latina. Su sector manufacturero tenía un tamaño relativamente importante, pues la
participación de la industria en el PBI alcanzaba el 18%, porcentaje que superaba a las economías
más grandes de la región. Se trataba de una industria vinculada con el procesamiento de materias
primas: el 57% de su producción consistía en alimentos y bebidas. Una estimación realizada con las
cifras del censo de 1914 arrojó que el 70% de la producción industrial eran bienes de consumo
no durables, el 21,5% pertenecía a bienes intermedios –materiales de construcción, bolsas, cajas y
productos metálicos– y solo un a 6% bienes durables. La imposibilidad de importar insumos básicos
como acero, carbón y productos químicos fueron obstáculos que redujeron la inversión en nuevos
proyectos industriales.

El descenso del comercio internacional promovió la sustitución de importaciones, estímulo breve


que se extinguió en 1918, cuando se reanudaron las importaciones. Sus efectos sobre el sector
manufacturero parecen haber sido moderado. Según las estimaciones del historiador económico
Roberto Cortés Conde, el crecimiento industrial fue del 2,2 % anual en la década de 1910. El
comportamiento de las diversas ramas, sin embargo, distó de ser homogéneo. Los datos disponibles
indican que las industrias cuyas materias primas eran locales se vieron estimuladas por la demanda
externa –entre ellas la producción de carne congelada y de conservas, el calzado de cuero y los
textiles de lana– lograron incrementar su producción. También creció la fabricación de papel y
de algunos productos químicos, que estaban en estado rudimentario antes de la guerra. En
contraste, las industrias dependientes de la importación de hierro, de acero y sustancias químicas
básicas enfrentaron graves problemas. Las pequeñas y medianas empresas, algunas de carácter
artesanal, no lograron sacar demasiada ventaja de la protección indirecta ofrecida por la guerra.

Claudio Belini argumenta que algunas grandes empresas como la Fábrica Argentina de
Alpargatas y la Compañía General de Fósforos, desarrollaron y diseñaron maquinarias que no
podían importar. Otras grandes empresas como Bunge&Born y Tornquist&Cía, dedicadas a la
exportación no realizaron nuevas inversiones. El grupo Bemberg, propietario de la Cervecería
Quilmes, enfrentó la escasez de malta mediante el fomento del cultivo de lúpulo, estrategia que
permitió a la empresa independizarse de la importación de ese insumo. En suma, la guerra reveló las
fragilidades de la economía argentina basada en la especialización agroexportadora y en el débil
desarrollo del tejido industrial. No obstante, la coyuntura ofreció oportunidades a algunos actores
económicos industriales, pero sobre todo develó los riesgos de una economía integrada al mercado
mundial como productora de bienes primarios.

Otra cuestión importante consiste en analizar el universo laboral del período. Entre 1914 y 1918
una amplia capa de asalariados enfrentó el drástico aumento de la desocupación. Antes de la guerra
nuestro país registraba cierto grado de desempleo estructural, que puede explicarse por las
características del mercado de trabajo, que requería una creciente cantidad de mano de obra no
calificada, con amplia movilidad geográfica y ocupacional. Esta demanda se resolvía con la
captación de una fuerza de trabajo estacional, de carácter migratorio, que alcanzó su pico máximo
entre 1907 y 1913. En las ciudades del litoral pampeano, la principal fuerza de trabajo eran
jornaleros y peones no ligados a ninguna rama específica de la economía. Este grupo constituía el
30% de la población activa masculina, que migraba de la ciudad al campo y viceversa, de acuerdo
con la época del año. Sufrían una permanente inestabilidad laboral que se alternaba con períodos de
desocupación. A partir de 1914, sin la llegada de inmigrantes, la desocupación se incrementó hasta
alcanzar un porcentaje de 19, 4 % en 1917. Este difícil cuadro debe computarse el alza precio de
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los productos de consumo popular, especialmente del pan, que gravitaron en la caída del salario
real como consecuencia de la inflación.

Con el fin de la guerra, la Argentina inició una compleja transición en el nuevo escenario
mundial. En ese tránsito, los problemas económicos y sociales se agravaron y estallaron conflictos
sociales de inusitada gravedad como la Semana Trágica de 1919 que se explicará en la próxima
clase. A pesar de estas perturbaciones sociales se avanzó a la normalización del comercio
mundial sobre la base de la mejora de los precios internacionales de los cereales. Esta coyuntura
permitió al país reiniciar su crecimiento, a un ritmo menor que el de la década 1900-1910.

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