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Hobson, J. A. (1902 [1981]).

 Estudio del imperialismo. Madrid: Alianza Editorial.

(…) La superproducción en el sentido de exceso de instalaciones industriales, y los excedentes de


capital que no podían invertirse lucrativamente dentro del propio país, obligaron a Gran Bretaña,
Alemania, Holanda y Francia a colocar una proporción cada vez mayor de sus recursos económicos en
territorios fuera del área de su soberanía, y después presionaron en favor de la expansión y la
absorción política de aquellos nuevos territorios. Las causas económicas de esta dinámica política
quedan al descubierto y aparecen bien visibles con las depresiones económicas que se producen
periódicamente porque los industriales no pueden encontrar mercados adecuados y lucrativos para lo
que fabrican. El Informe de la Mayoría de la Comisión para el Estudio de la Depresión Comercial en
1885 enunciaba el problema en dos palabras al decir que: “A causa de las nuevas circunstancias, la
demanda de nuestros productos no aumenta al mismo ritmo que antes. Nuestra capacidad de
producción es, por consiguiente, superior a las necesidades del país, y podría aumentar
considerablemente casi de improviso. Lo que antecede es, en parte, resultado de la competencia del
capital que se va acumulando ininterrumpidamente en el país”. El Informe de la Minoría achacaba sin
embargo el problema a la “súper-producción”.

(...) Cada mejora de los métodos de producción, cada concentración de la propiedad y el control
parece aumentar la tendencia mencionada. A medida que una nación tras otra se va industrializando
cada vez más y más eficientemente, más difícil resulta para sus fabricantes, comerciantes y financieros
conseguir que sean rentables sus recursos económicos, y más tentados se sienten a recurrir a sus
respectivos gobiernos para asegurar para su uso particular, por medio de la anexión y el sistema de
protectorado, algún remoto país subdesarrollado.

(…) Este fenómeno económico constituye la clave del imperialismo. Si el público consumidor de
nuestro país elevara su nivel de consumo cada vez que se registra un aumento de la producción, de
modo que se mantuviera el equilibrio entre aquél y ésta, no habría un exceso de mercancías ni de
capital pidiendo a gritos que se eche mano del imperialismo para encontrar mercados. Naturalmente,
existiría el comercio exterior, pero no presentaría mayores dificultades el cambiar el pequeño
excedente de producción que tendrían nuestros fabricantes por los alimentos y materias primas que
necesitáramos todos los años, y todo el ahorro que hubiera en nuestro país podría invertirse en la
industria nacional, si así lo decidiéramos.

No hay nada intrínsecamente irracional en esta suposición. Todo lo que se produce o puede
producirse, puede consumirse, ya que, a título de renta, beneficios o salario, forma parte de los
ingresos reales de algún miembro de la comunidad que puede consumirlo o, si no, intercambiarlo por
algún otro bien de consumo con alguna otra persona que lo consumirá. Toda producción genera
capacidad de consumo.

(…) Es posible, desde luego, que el exceso de producción de una determinada industria sea
consecuencia de su mala orientación, ya que en lugar de a las manufacturas de un ramo concreto
tendría que haberse dedicado a la agricultura, o a alguna otra cosa. Sin embargo, no habrá nadie que
sostenga seriamente que dicha mala orientación sea suficiente para explicar las saturaciones y las
consiguientes depresiones crónicas de la industria moderna, o que cuando existe superproducción
evidente en los principales sectores manufactureros, haya grandes oportunidades para el excedente
de capital y la mano de obra en otras industrias. La prueba de que el exceso de capacidad de
producción es un fenómeno de carácter general puede verse en los importantes depósitos bancarios
que en esas épocas de crisis permanecen inactivos y que se esfuerzan por encontrar alguna salida
lucrativa sin poder hallarla.

Los interrogantes fundamentales que subyacen a este fenómeno son, desde luego, los siguientes:
«¿Por qué el consumo no crece automáticamente al ritmo de la capacidad de producción que tiene la
sociedad?». «¿Por qué se produce subconsumo o exceso de ahorro?» Es claro que si se consumiera lo
que podría consumirse, la capacidad productora se mantendría a pleno rendimiento; pero parte de la
potencialidad de consumo queda bloqueada o, dicho de otra forma, se «ahorra» y se acumula con
vistas a su posterior inversión. No todo lo que se ahorra para invertir desacelera la producción. Muy al
contrario. El ahorro está justificado en términos económicos, y desde el punto de vista social, cuando
el capital en que dicho ahorro se concreta encuentra pleno empleo, coadyuvando a producir bienes
que, cuando se producen, se consumen. El ahorro que excede de esos límites es el que crea
desajustes: se acumula en forma de excedentes de capital que no se necesitan para fomentar el
consumo real, y que permanecen inactivos, o procuran desplazar de sus inversiones al capital que ya
está invertido, o tratan, con la ayuda del correspondiente gobierno, de emplearse en operaciones de
especulación en países extranjeros.

Pero hay varias preguntas que uno puede hacer a este respecto: «¿por qué hay esa tendencia al
exceso de ahorro?»; «¿por qué los que tienen capacidad de consumo retienen más cantidad de ahorro
de la que puede emplearse de manera útil?» (…). Para buscar respuestas a estas pertinentes
preguntas, hemos de abordar el problema fundamental de la distribución de la riqueza.

(...) Llegamos así a la conclusión de que el imperialismo es el esfuerzo de los grandes magnates de la
industria por ensanchar el canal de salida de sus excedentes de riqueza, para lo que buscan mercados
e inversiones en el extranjero donde colocar los bienes y el capital que no pueden vender o utilizar en
su propio país.
Así aparece con claridad el sofisma de la presunta inevitabilidad de la expansión imperialista en cuanto
salida necesaria para la industria más progresiva. Lo que reclama la apertura de nuevos mercados y
nuevas áreas de inversión no es el progreso industrial, sino la mala distribución del poder de consumo,
que impide la absorción de mercancías y capital dentro del propio país. El exceso de ahorro que
constituye la raíz económica del imperialismo está formado, como puede verse analizándolo, por
rentas, beneficios de monopolios y otras partidas no ganadas o excesivas de ingresos que, al no haber
sido ganadas ni con el trabajo manual ni con el trabajo intelectual, no tienen legítima raison d’étre.

(...) No está escrito en el orden natural de las cosas que tengamos que gastar nuestros recursos
naturales en empresas militaristas, en guerras, en maniobras diplomáticas arriesgadas y poco
escrupulosas con objeto de encontrar mercados para nuestras mercancías y para nuestros excedentes
de capital. Una sociedad inteligente y progresista que se basara en una igualdad fundamental de
oportunidades económicas y educativas, elevaría su nivel de consumo para que correspondiera con
todo incremento de su capacidad de producción, y podría encontrar pleno empleo para una cantidad
ilimitada de capital y mano de obra dentro de las fronteras de su propio país.

(...) Si la distribución de los ingresos fuera tal que no provocara el ahorro excesivo, existiría
constantemente pleno empleo para el capital y la mano de obra en el propio país. Esto no quiere decir,
naturalmente, que no existiera comercio exterior. Los bienes que no pudieran producirse dentro de la
nación, o que no pudieran producirse tan bien ni tan baratos como fuera de ella, se seguirían
comprando por los procedimientos corrientes del comercio internacional; pero el impulso inicial sería
también en este caso el saludable deseo del consumidor de comprar en el extranjero lo que no podía
adquirir en su país, y no la ciega ansia de los fabricantes de valerse de todos los trucos y palancas del
comercio y la política para encontrar mercados para sus «excedentes» de producción.

La lucha por los mercados, el mayor interés de los fabricantes por vender que de los consumidores por
comprar, es la prueba final de una mala economía de distribución. El imperialismo es fruto de esa mala
economía; su remedio está en las «reformas sociales». El objetivo primario de la «reforma social»,
utilizando el término en su acepción económica, es elevar el nivel saludable de consumo público y
privado de la nación, de manera que ésta pueda alcanzar la meta más alta posible de producción.” (pp.
88-99)

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