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PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

Llegamos a la última sesión de esta serie acerca de la naturaleza de la Teología Reformada, y


estuvimos viendo el acróstico TULIP, en los últimos días, y realizamos unos ajustes a los términos que
se encuentran en él. En la última sesión vimos el concepto de la gracia irresistible, y les mencioné que
prefería el término gracia eficaz, y antes de pasar a otro tema sólo quiero agregar un pequeño
postulado final, no científico, mediante la lectura de un breve texto de la «Confesión de Fe de
Westminster», la cual es una norma doctrinal histórica de la Teología Reformada que data del siglo
XVII en Inglaterra, donde tenemos esta referencia a la doctrina del llamamiento eficaz.
Dice así: «Todos aquellos a quienes Dios ha predestinado a la vida, y a ellos solamente, tiene Él a bien a
su tiempo señalado y aceptado, llamar eficazmente por su Palabra y Espíritu, de ese estado de pecado
y muerte, en el que están por naturaleza, a la gracia y la salvación por Jesucristo; iluminando espiritual
y salvíficamente su entendimiento, a fin de que comprendan las cosas de Dios; quitándoles su corazón
de piedra y dándoles un corazón de carne; renovando sus voluntades y por su omnipotente poder
predisponiéndolos a lo que es bueno, y trayéndolos eficazmente a Jesucristo; de manera que ellos
vienen muy libremente, habiendo sido dispuestos por su gracia.”

Hago referencia una vez más acerca de la eficacia de la gracia de la regeneración, no para continuar
donde nos quedamos la última sesión, sino como puente, como transición a la última letra del TULIP, la
cual es la P en TULIP, y estoy seguro de que estarán encantados de saber que no voy a cambiar esta
letra. Y la P viene por Perseverancia de los santos. Sin embargo, a pesar de que no voy a cambiar la
letra, sí voy va a hacer un cambio en la palabra. También creo que esta frase de perseverancia de los
santos es peligrosamente confusa porque, una vez más, sugiere que la perseverancia es algo que
hacemos, tal vez en y por nosotros mismos. Ahora, yo creo, que los santos perseveran en la fe y que
los que han sido llamados eficazmente por Dios y han sido regenerados por el poder del Espíritu Santo
perduran hasta el fin, así que ellos perseveran. Pero ellos perseveran no solo porque son tan diligentes
en hacer uso de las misericordias de Dios, sino que la única razón por la cual cualquiera de nosotros
continúa en la fe, aun hasta el último día no se debe tanto a que hemos perseverado sino porque
nosotros hemos sido preservados.

Por lo tanto, prefiero el término la preservación – la conservación – de los santos, porque este
proceso por el cual somos guardados en un estado de gracia es algo que es llevado a cabo por Dios.
Ahora leemos esta declaración de la Confesión sobre Dios llamándonos con eficacia a la fe que
regeneración la llamamos: la iniciativa divina, y se refiere a la primera etapa en nuestra
transformación.

Así como entramos a este mundo a través del proceso de nacimiento biológico, el nuevo nacimiento
no se refiere a la totalidad de la nueva vida cristiana, sino se refiere al principio de ella, al primer paso,
el paso que se lleva a cabo por iniciativa de Dios cuando Él vivifica nuestras almas de la muerte
espiritual a la vida espiritual. Y por eso llamamos a esta iniciativa divina el punto de inicio.

Y es el principio que es ejecutado, como digo, una vez más, por Dios. Ahora, ¿Qué escribió Pablo a los
Filipenses? Él dice que «El que comenzó la buena obra en vosotros, la perfeccionará hasta el fin”. Ahí
está la promesa de Dios de que lo que Él empieza en nosotros tiene la intención de terminarlo.

Entonces, el viejo axioma de la Teología Reformada sobre la perseverancia de los santos es este: Si tú
la tienes, es decir, si tú tienes una fe genuina y estás en un estado de gracia salvadora, si la tienes,
nunca la pierdes. Y si la pierdes, nunca la tuviste.

Sabemos que hay muchas, muchas personas que hacen profesión de fe y que luego se apartan y
repudian o se retractan de su profesión de fe. Tal como Juan afirma en el Nuevo Testamento, estaban
los que dejaron el grupo de los discípulos, y Juan dice de ellos, “Salieron de nosotros, pero no eran de
nosotros».
Estaban con los discípulos en términos de apariencias externas antes de apartarse, antes de dejar al
grupo de los discípulos de Jesús. Habían hecho una profesión de fe externa, y Jesús deja claro que eso
es posible hacer, aun cuando uno no tenga lo que dice estar profesando.

Recuerde que Jesús dice: «Este pueblo con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí». Y
aunque advierte al final del Sermón del Monte que en el último día del juicio muchos vendrán a Él
diciendo: Señor, Señor, ¿No hicimos esto en tu nombre? ¿No hicimos aquello en tu nombre? Y él les
declarará diciendo: «Apartaos de mí, hacedores de maldad. Yo Nunca os conocí;». No que los conocí
por una temporada y luego se perdieron y me traicionaron. No, no, ustedes nunca fueron parte del
cuerpo invisible de mi iglesia invisible.

El mismo tipo de comentario es hecho por Cristo con respecto a Judas, a quien llama «El hijo de
perdición desde un principio». Y en su oración sacerdotal, Jesús ora para que aquellos que el Padre le
había dado nunca se pierdan, y que nadie jamás se los arrebate de su mano. Y Él da gracias al Padre
porque todos los que el Padre le dio vinieron a Él, y ninguno de ellos se ha perdido.

Y así podríamos enumerar en los próximos minutos una serie de pasajes similares en el Nuevo
Testamento donde tal seguridad es dada por los apóstoles, que las personas que moran en Cristo
tienen un futuro, una herencia futura que ha sido establecida desde la fundación del mundo y que
algún día vamos a escuchar al Padre decir: «Venid, amados míos.

Heredad el reino que ha sido preparado para vosotros desde la fundación del mundo». Pero, una vez,
más el punto que quiero resaltar es que esta perseverancia en la fe no es algo que depende de nuestra
fuerza. Aun después de que somos regenerados todavía caemos en pecado, y no sólo en el pecado,
sino en pecado grave.

Y decimos que es posible que un cristiano se vea envuelto en una caída muy grave. Y hablamos sobre
reincidencia; sobre faltas morales, y cosas así. No puedo pensar en algún pecado, que no sea el de la
blasfemia contra el Espíritu Santo, que un verdadero cristiano no sea capaz de cometer.

Vemos, por ejemplo, el modelo de David en el Antiguo Testamento, donde David fue, sin duda, un
hombre conforme al corazón de Dios fue sin duda un hombre regenerado.

Tenía el Espíritu de Dios en él. Tenía un profundo amor apasionado por las cosas de Dios, y sin
embargo este hombre no sólo cometió adulterio, sino que se involucró en una1 conspiración para que
el marido de su amante muriera en la guerra, lo que era en sí una conspiración para matar.

Y eso es un asunto serio, muy serio. Y observamos el serio nivel de arrepentimiento al que David fue
conducido como resultado de las palabras del profeta Natán. Pero el punto es que David cayó, y cayó
muy hondo como el apóstol nos advierte en contra de tener una visión inflada de nuestra propia
fuerza espiritual por lo que dice: «Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.»

Y nosotros caemos, y nos alejamos de la gracia, no es que caemos por completo, pero nosotros
caemos en acciones muy

graves, nada más grave que la del apóstol Pedro, quien, en público con maldiciones, aun habiendo sido
advertido, negó a Jesucristo, jurando que él nunca lo conoció – una traición pública a Cristo. Él cometió
traición contra su Señor.

¿Recuerdan que antes de este episodio él había sido advertido sobre este evento? Ya se imaginan,
Pedro dijo que esto jamás ocurriría. Él jamás se comportaría de tal manera. ¿Y recuerdan la
advertencia de Jesús? «Simón, Simón, Satanás te ha pedido para estremecerte como el trigo, pero yo
he rogado por ti, para que cuando vuelvas fortalezcas a los hermanos».

Ahora, él cayó, pero se levantó. Fue restaurado. Y su caída fue por un momento. Y por eso decimos
que los cristianos verdaderos pueden tener caídas radicales y serias, pero nunca caídas totales y finales
de la gracia. Aun en la iglesia, cuando las personas profesan fe y caen en pecados muy serios y atroces,
pecados tan graves que implican la disciplina de la iglesia.
Y aun en procesos de disciplina eclesiástica que pasa por varias etapas, cuya etapa final ¿Cuál es? La
excomunión. Y creo que es posible; sabemos que es posible para alguien que es verdaderamente
regenerado, un verdadero cristiano, que esté tan atrapado en el pecado al punto de ser llamado por la
iglesia, puesto en disciplina; ser suspendido de los sacramentos; y aun así no se arrepienta en todo el
camino hasta llegar al final que es la excomunión donde es expulsado de la comunión del cuerpo de
Cristo y debe ser tratado como un no creyente, ser declarado como no creyente por la iglesia.
Incluso ese acto de excomunión se hace con la esperanza que la persona es un verdadero creyente
atrapado en un estado muy persistente de pecado y que esta disciplina final de ser separado de la
comunión en el cuerpo de Cristo será lo que el Espíritu de Dios use para llevarlo al arrepentimiento. Y
vemos ese ejemplo que se encuentra en el Nuevo Testamento, en la situación de Corinto con el
hombre incestuoso.
¿Recuerdan cómo la iglesia nada hacía para disciplinar a este hombre que estaba viviendo una vida
escandalosa hasta que el apóstol tuvo que reprenderlos y amonestarlos y les ordenó excomulgarlo?
¿Qué pasó cuando él fue excomulgado? Se arrepintió. Y solicitó la reincorporación a la iglesia, y ahora
la iglesia no lo dejaba regresar.
Entonces Pablo tuvo que volver y decir: miren, todo el propósito de la excomunión fue para llevarlo al
arrepentimiento. Ahora que él se ha arrepentido, permítanle regresar, así como Cristo dio la
bienvenida a Pedro de vuelta al redil después de su acto reprochable de traición. Así que, de nuevo, el
pecado del cristiano puede ser radical y serio, pero nunca total y final. Entonces, ¿Cómo juzgamos a
alguien que ha hecho una profesión de fe, quizá en presencia nuestra, y luego vemos como, más tarde,
la repudia? Bueno, lo primero que se hace es un juicio compasivo, porque uno no sabe el verdadero
estado de su alma.
Esa es una desventaja que tenemos. No podemos leer el corazón de nadie. No pueden leer mi corazón,
y yo no puedo leer los suyos. Estamos llamados a ser prudentes y sabios, y mirar las acciones de los
demás y evaluar y discernir respectivamente. Pero aún por tu mejor acción no puedo conocer
realmente tu alma, y ustedes no saben lo que hay en la mía. Por eso, estamos llamados a ser
excepcionalmente tolerantes los unos con los otros y tener esa compasión que cubre una multitud de
pecados entre nosotros en la comunión de la iglesia. Pero Dios lee el corazón. Y cuando Dios dice que
una determinada persona nunca estuvo en un estado verdadero de fe, podemos estar seguros de que
esa persona nunca estuvo en la fe verdadera.
Ahora, pero ¿Qué pasa si nos topamos con alguien que está en medio de una grave y prolongada
caída, y que ha repudiado la fe públicamente? Entonces, ¿Podemos saber que no es cristiano? No,
porque no conocemos el mañana. No sabemos si están en la posición de David antes que Natán
hablara con él. Si alguien hubiera estado en ese momento, cuando Pedro dijo que nunca conoció a
Jesús, de seguro no habría aseverado que Pedro era cristiano, porque lo estaban observando justo en
medio de esta prolongada caída tan grave.
Pero todavía tenemos esperanza por aquellos que nos han dejado por un tiempo, y que van a regresar.
Y tenemos que reconocer que puede tratarse de una de dos cosas. Uno, que su profesión inicial no fue
auténtica ni genuina; se trataba de una profesión de fe vacía, y que nunca fue creyente. O, que su
profesión de fe era genuina y que va a volver. Pero eso se lo dejamos a Dios en este punto.
Pero lo que nos enseña el Nuevo Testamento es que es el Espíritu Santo, de nuevo, el único que nos
levanta de entre los muertos. Y Él nos levanta para vida eterna. Todo el propósito de la elección de
Dios es para llevar a su pueblo de manera segura al cielo, de modo que lo que Él empieza Él promete
terminar.
Y Él no solo inicia la vida cristiana, sino que el Espíritu Santo es el santificador, el que convence, y el
ayudante que está ahí para ayudar en nuestra preservación. Ahora dos importantes términos se dicen
con respecto a la obra del Espíritu en la vida del cristiano que están relacionados con esta idea de la
preservación.
Uno es que somos sellados por el Espíritu Santo, y el otro es que se nos dan las arras del Espíritu.
Vamos a ver este último primero. El término arras del Espíritu se extrae del lenguaje comercial de los
tiempos bíblicos, y la única cosa que puedo pensar sobre eso es un paralelo que en nuestros días sería
lo que llamamos una cuota inicial de dinero, cuando alguien va a comprar una casa y se hace el
contrato inicial, se da una porción de dinero como pago a cuenta o como pago inicial, lo que es una
promesa de que usted tiene la intención de obtener un préstamo y cerrar el trato y pagar el resto del
saldo.

Y para demostrar que estás interesado en serio, entregas este pago. Ahora sé que hay gente que ha
pagado dinero de buena fe pero que no logran cumplir. Tal vez ellos no estaban tan interesados en
primer lugar, o tal vez aparecieron circunstancias que hicieron imposible el continuar con el
compromiso. Pero amados, cuando Dios el Espíritu Santo les es dado a ustedes por el Padre como
prenda, cuando el Espíritu mismo que mora en ustedes es el compromiso del Padre para su futuro,
¿realmente creen que el Padre vaya a fallarles en cumplir con el pago final? No tenemos un fajo de
billetes, sino el Espíritu de Dios mismo morando en nosotros como promesa de Dios de finalizar la
obra.
Y no sólo nos da las arras del Espíritu, sino que Él nos sella en el Espíritu Santo. Cuando Dios escribe
nuestros nombres en el libro de la vida, Él no lo hace con un borrador a mano, sino que lo hace por la
eternidad, y Él nos sella en el Amado para siempre.
Ahora finalmente, una de las razones por las que tenemos confianza en nuestro futuro no es solo por
el ministerio del Espíritu Santo que acabo de mencionar rápidamente, de paso, sino, por lo más
importante, debido a la labor que realiza Jesús. A veces tenemos una tendencia o, a veces, creo,
tenemos la tendencia a pensar que cuando Jesús vino y vivió su vida de perfecta obediencia y cumplió
todas las exigencias de la ley que hemos incumplido y entonces, por su obediencia pasiva pagó el
precio de nuestros pecados con la perfecta expiación.
Él hizo todo lo que necesitamos que Él hiciera por nosotros, pero nos olvidamos de que cuando
ascendió al cielo y se sentó a la diestra de Dios y fue entronizado como Rey de reyes y Señor de
señores, Él no sólo fue a su reino, sino que también entró al cielo como nuestro gran Sumo Sacerdote.
Y la función principal de nuestro Sumo Sacerdote, como Él nos dice, es la de interceder por nosotros
diariamente ante el Padre. Jesús intercede por mí, por mi salvación final. No sólo oró por sus discípulos
en Juan 17 para que nunca fueran arrebatados de la mano de Dios, sino que Él ora por nosotros para
que seamos preservados. Ahora bien, miren a Judas y a Pedro. Ambos traicionaron a Cristo. Uno de
ellos era un creyente; y el otro no lo era.
Ambas acciones fueron indignantes en extremo – la traición total a Cristo. Ambas fueron anticipadas
por Cristo. Y cuando Él le dijo a Judas lo que iba a hacer, Él terminó su comentario diciéndole a Judas:
«Lo que vas a hacer, hazlo más pronto.» Y lo despidió. Pero cuando hizo el mismo tipo de predicción
sobre el comportamiento de Pedro, como ya lo hemos mencionado, «Satanás os ha pedido para
zarandearos como a trigo,» ¿recuerdan lo que dijo? Pero Simón, “he rogado por ti, para que una vez
vuelto, no para cuando vuelvas, sino que una vez vuelto, confirma a tus hermanos.

Mi confianza en mi preservación no está en mi capacidad de perseverar, sino que mi confianza


descansa en el poder de Cristo para sostenerme con su gracia y por el poder de su intercesión por
nosotros es que Él nos va a conducir con seguridad.

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