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sl cidado de ford Doce bcd por Gane Geer AeDagoa gern? info@galaxiagstenberg com ‘neater © David ea, 021 dels inodaccém fork Dose 2081 ‘© Galaxia Gutenberg Sa 202 Preimpresion: Maria Garcia Impresin y encuadenacn Sagrafc Dep et Basessas Calgue forma de reproduc, dba, comunicasin pica ‘teansformacin desta obra slo pune errs conf auorzain esos tiles, pare des excepcionespeevstan po a Ditse 2 DRO {Centro Esato de Derecho fragmento det ors ar Pnca.cons 98 7021979193 3720443) oe] stata rasan Hay una llama viva Si uno de los propésitos tal ver el mas sensato~ de un premio literario es distinguir o poner el foco sobre una obra que merece darse a conocer mas ampliamente entre sus lectores naturales, entonces el Premio FIL de Literatu- ra.en Lenguas Romances otorgado al poeta David Huer- ta (Ciudad de México, 1949) durante la Feria del Libro de Guadalajara de 20r9 estuvo sobradamente justifica- do. Bs dificil encontrar un caso andlogo, en el que la ex- celencia de la obra goza de un reconocimiento eritico en su pais de origen que apenas ha trascendido fuera de sus fronteras, Es cierto que desde la publicacién de Medusa rio, Muestra de poesia latinoamericana en 1996' ¢l lector 1. Roberto Echevaeren, José Kozer y Jacobo Sefami (eds), Medi sario. Muestra de poesia latinoamericana, prdlogos de Roberto Echevarren y Néstor Perlongher;epilogo de Tamara Kamenszain, México D.E: Fondo de Cultura Econdmica, 1996. De Huerta se offece una seleccién que aleanza hasta su libro Historia (1990), inclusive, y que destaca las vetas de so obra més asimilables al concepto de neobarroco impalsado por los antélogos. Con los ais, sin embargo, nuestro poeta ha ido distanciéndose de manera osten sible de los presupuestos de Medusario: «Estoy muy lejosdesentieme parte del movimiento llamado “neobarroco” y menos todavia del “neobarroso sudamericano”: ninguna de esas palabras, neobarroco ‘oneobarroso, me gusta ni tampoco me dice nada», Y respecto a la influencia de Lezama Lima como padre espiriual del movimiento: La obra lezamiana (a partie de Cuademo de noviembre] en mis, ppoemas esté trabada com muchas otras marcas mas o menos pro: fundas en lo que hago, incluso de prosa narrativay ain ensayistica El desprendimionto avisado sabia de la existencia de esta obra y de sus i cuestionables virtudes, pero también lo es que se ha difun- dido 0 editado muy poco fuera de México’, mas alld de su presencia en revistas, libros colectivos 0 articulos ac démicos, etc. En 2013 el Fondo de Cultura Econémica reunié toda su poesia hasta la fecha en dos grandes vohi- menes titulados La mancha en el espejo, pero la magni- tud misma del proyecto ha podido ser contraproducente en términos comerciales o de promocién. De hecho, el volumen que ahora presentamos es la primera ocasién ue tiene el lector hispanohablante de acceder de manera accesible y ordenada a una de las grandes voces de la poesia contempordnea en nuestro idioma. El retraso con que llega hasta nosotros es una anomalia, sin duda, pero también una prucba de su vigor y pertinencia. Los afios, no le han restado un apice de fuerza. Antes bien, han permitido a su autor enriquecer esta propuesta con una variedad de tonos y ensayos formales que dan fe de su ‘amplitud de miras, su curiosidad omnimoda y su fascina~ in por el mundo y los mil y un modos en que podemos escucharlo y hablar con él, decirlo, Si algo define esta escritura es su vitalidad y falta de prejuicios; también su tono casi electrizante, esa corriente de entusiasmo febril [ts Joan Carlos Onet, José Revueltas, por ejemplo». Véase Feli- pe Vizquer, «David Huerta: La mirada insurecta de un hacedor de poesias, La Santa Critica, 10 de septiembre de 2019: brtpsl! lasantacritica.com/general/david-huerta-la-mirada-insurrecta-de- uun-hacedor-de-pocsial 1, Tampoco es ficil para el lector mexicano estar al dia de las ppublicaciones de David Huerta, dada su tendencia a publicar cuadernos 0 pequetios conjuntos de poemas en ediciones de artista 10 sellos modesto, de escasa difwsi (véase, em este cn lie volumen, La olla, Tres poemas 0 After Auden). Hay wna aa vse 9 que la galvaniza en todas sus manifestaciones, desde el versfculo de Incurable (1987) hasta la prosa de El ovillo 1y la brisa (2018) pasando por ese muestrario de formas breves que son sus libros intermedios, de La muiisica de lo que pasa (x997) a Canciones de la vida comin (2008). El diccionario de la RAE define «desprendimien- to» como «accién de desprender o desprenderse». Tam- ign como «desapego, desasimiento de las cosas». Por ‘itimo, como «largueza, desinterés, generosidad». Bl titu- Jo de nuestra antologia remite primeramente a esta tercera acepci6n, que es una resultante del entusiasmo de su autor yy su capacidad para el desbordamiento y el derroche ver- bales, expresién de un vitalismo que explica su enorme ascendiente entre las nuevas generaciones de poctas mexi- anos, muchos de los cuales han sido alumnos suyos 0 participantes en los numerosos talleres de escritura que ha dado por todo México. La vitalidad de Huerta esta ligada aun sentimiento de gratitud y a la nocién de poesia como arte colectivo, apoyado en una tradicién que a su vez ge- nera una comunidad de espiritus afines. Todo su discurso de recepcién del Premio FIL de Literatura (pp. 406-417) «esté recotrido por ese hilo afectivo de agradecimiento que implica formar parte, saberse parte, de un gremio ilustre. Esta conciencia aparece también en un escrito reciente, «Un lugar habitable» (que cierra el apartado de los inédi- tos), donde una posible ciudad ideal es descrita kidica~ ‘mente, en términos literarios, como un urbanizado «jardin de las delicias» que acoge las huellas de los poetas y tradi- Eldesprendimionto relacion mas serena y ecuanime con el mundo. Algo hay, coquetamente, de Viejo sabio o senex junguiano en la actitud del creador que otea con distancia comprensiva, {que no con indiferencia, los trastornos y accidentes del presente. Mas que un atributo de la personalidad, seria tuna mascara, un artificio inteligente que denota el cam- bio de modelos vitales y literarios con que ha ido redise- fiando su puesta en escena: del desmarque orgulloso a lo Baudelaire hemos pasado a la actitud magisterial con que Derek Walcott o Seamus Heaney conciben el vinculo del bardo con su tribu; un magisterio que es una defensa ac tiva del arte poético y que recoge, de paso -con un guiio a Ted Hughes-, cierta dimension chamnica, de purifi- cador de la lengua colectiva y de intermediario con los traumas y pulsiones no verbalizados de la imaginacién comunitaria. Todo esto, en la escritura misma, suele plan- tearse con humor y jovialidad, sin énfasis, salvo en poe- mas claramente de circunstancias, testimoniales, como «Contra los muros» 0 «Ayotzinapa: México», donde la palabra se tensa con fervor en un intento de responder, fen tiempo y forma, a la violencia que perturba el cuerpo social hasta fracturarl. La primera acepcién de «desprendimiento» como «ac- ciGn de desprender 0 desprenderse» es, como quiere el diccionario, circular 0 tautol6gica, pero nos da también otra clave de lectura. En un texto en prosa reciente, «Ma- tiz de un desprendimiento», incluido en El ovilloy la bri- sa (2018), Huerta recoge la nocién de organicismo pro- pia de los romanticos para llevarla mas alld y sefalar la condicién doble, bifronte del poema: ‘Veo en este poema un matiz de desptendimiento. Un acto raigal de sublevacién y lejanta: tales su paradoja. = Hay una lama vive Al separarse, al desprenderse, al dejar de ser fijacion y sedentarismo, adquiete con plenitud su ser-poema, su vuelo hecho de palabras y ortograti, sintaxis y cliusulas, pies y te sis, esmalte de silabas y perfiles grecolatinos de largura y de brevedad ilusorias; pero queda en su centro mévil un aire o un aroma de cosa plantada, de organismo que se ha arrancado y em el arrancarse posee su cuerpo y lo despliega, lo ofrece a duienes lo leen. A eso amo «matiz de desprendimiento» El poema es algo que se desgaja del mundo para poder ‘cumplirse, pleno, auténomo, y asf consumar su «su ser- poema», realidad verbal hecha de secuencias léxicas y sintécticas, de cantidades y cualidades musicales ~esas «cantidades hechizadas» de las que hablaba Lezama Lima cn una cita muy cara a nuestro autor. Pero en ese desge- jamiento se lleva una huella o rastro material del mundo, un resto orgénico, que tiene un cuerpo y «lo despliega, lo ofrece a quienes lo leen». Esta idea atraviesa el libro de principio a fin (incluyendo la cita de T. S. Eliot que lo encabeza) y determina la repeticién obsesiva de vocablos, como «astilla», «trozo», «pedazo» (mencionado, en sin- gular o plural, casi treinta veces), el mexicanismo «pe- daceria», «fragmento», «caedizo», etc. Por no hablar de cosa» 0 «cosas», tan habituales aqui: Huerta es quizé el tinico poeta de nuestro idioma que ha conseguido despo- jar a esa palabra de toda vaguedad y darle el formidable equipaje seméntico del «thing» inglés. a textura material del mundo es omnipresente y suele presentarse en forma de ruina, de fragmento disgregado, de puzle cuyas piezas se enumeran amorosamente, con asin minuciosa de arqueélogo. La mirada misma pare- ce el ojo multifacético de una mosca que volara entre las, cosas y las descompusiera en sus colores, pertiles, El desprendimiento volimenes, o las mirara de manera simulténea desde di- ‘versos angulos. La imagen de la galeria de espejos es muy pertinente en este punto: el lector tiene a menudo la impre- si6n de ser victima de un ataque sensorial por tierra, mar aire, como si le envolviera ese «patiuelo de sinestesia» ‘que se menciona en un pasaje de El azul en la flama. Este patiuelo es un indice del peculiar sesgo creativo de su autor. Porque aqui, de nuevo, lo importante es el modo fen que toma la idea clasica del «libro del mundo» y le rompe las costuras, amplidndola con descaro para postu- lar una nocién del mundo como texto: todo es legible, todo existe en forma de palabras o esta al alcance de la combinatoria verbal del poeta. Como escribe muy bien Ju- lio Trujillo, «lo suyo es una desbordada textualidad, pues todo, para sus ojos, para su hipersensibilidad, es escritura, yy asi el acto de ser y estar es un acto inevitable de lectura»'. Esta «hipersensibilidad» se traduce en una escritura exu- berante, tocada por el asombro de la imagen y el don para *. Esa reaccién en cadena nos lleva, once afios después, al territorio laberintico y charlatan de Incurable, no sin al- ‘gunas paradas por el camino que podrian verse como vacilaciones pero que son, en rigor, formas de preparar el terreno. Si bien Huellas del civilizado (1977) acusa eli acto del collage poundiano con un aire de época quiza cexcesivo, tiene la virtud de introducir el personaje del «civilizado», avatar parédico del autor ~y también, por ‘qué no, de algunos compaferos de viaje~ que es un pri- met intento de relativizar 0 amansar la angustia de la culpa, entendida aqui como carga opresiva que se asocia a privilegios de clase, instruccién y horizonte vital. Asi lo deja claro «Detalles», lectura critica y hasta despectiva de un aprendizaje voluble trafado de topénimos, citas, referencias y nombres propios que esbozan por si solos 1 Ibidem, p32. 2. Guillermo Sheridan, «Versién de David Huerta», Vuelta, 29 (abel 1979), p40 Hay wna laa viva un marco social y generacional: ellos son los detalles que envuelven al protagonista y enmarcan su deriva sin rum- bo, «idiotizado / desengafiado / [..] con pavores noc- turnos al filo del suicidio /y una furia no demasiado tré- gica al llegar a la casa». La mirada desde fuera permite tun grado de objetividad que relativiza el dafio y hace que el yo se relate sin excesos patéticos, con acidez resignada. El inal, con su tono neutro y algo anticlimatico («tropic 0 con una estatuia de ceniza /lo miro todo con ademanes '. Con todo, ya en un texto como «Trece intenciones contra el amor trivial» el poeta es capaz de ver através de sus mixtficaciones y desmontar el mecanismo. La visién critica, hermosamente lticida, del yo falocéntrico («losa diamantina en mis lomos adultos») revela el fondo ona- nista del suefio («enigmas, siempre, del coito / conmigo, mismo») y celebra «el envés de mi falda de hombre», por donde resbalan palabras que «quisieran/restafiar esa he- rida: la / mordedura del amor trivial». Y esta es la nocién amorosa que, menos enfética pero no menos seria ni solemne, en el fondo, atraviesa libros posteriores como La musica de lo que pasa 0, sobre todo, la seccién tercera y final de El azul en Ia flama (2002). Sucede a menudo en esta obra: el surgimiento precoz de intuiciones o vislum- bres que afios después se volverdn dominantes, como si la escritura tuviera un ingrediente de profecia 0, mas mo- destamente, de ensayo general. Trujillo pone los tres grandes libros de esta primera eta- pa, Cuaderno de noviembre, Versién ¢ Incurable (y has- ta cierto punto Historia, publicado cuando su autor ‘entra definitivamente en la cuarentena), bajo el signo de «la insaciabilidad y el angst (...] un demonio que se 1. Arturo Canté, «Bajo la advocacién de Gorostizas, Letras Libres {edicin México], nim. 48 (diciembre 2002): hupsdliwww. letraslibres.com/mexicolel-azul-en-la-lama-david-huerta El desprendimiento desvanecera casi del todo en épocas posteriores»", Esta palabra, «insaciabilidad>, define ala perfeccién el caréc- ter incontinente, totalizador de la escritura juvenil de Huerta -su locuacidad desatada, sus meandros sulfuro- 808. Pero nada se compara al monolito que ha sido, que sigue siendo, Incurable, piedra lisa y negra ante la cual muchos criticos siguen dando vueltas, nerviosos, acer- cando la mano y parpadeando con grandes muecas. Las veinte paginas de apretada tipografia que el autor ha es- pigado para esta selecci6n apenas si dan idea de la mag- nitud del proyecto, y el lector curioso 0 con ganas de adentrarse en este gran poema-rfo queda emplazado a abrir la edicién original de Era (no hay excusa, pues el libro, ademas de sumar varias reimpresiones, ha sido ob- jeto de una reciente edicién conmemorativa por su trein- ta aniversario) Dominguez Michael, uno de los grandes defensores de Incurable, al que ha vuelto cada poco para apuntalar su conviecién de que se trata de un libro decisivo en la literatura mexicana reciente, sefiala que sus casi cuatro- cientas paginas de versiculos se pueden abordar de «tres ‘manerase: leyéndolo como una larga narraci6n {0 una novela en verso libre}, escuchindolo como si fuese un parloteo joyceano y ‘consulténdolo en su cardcter de un diccionario privado del ‘modernism o del posmodernismo [...}* En realidad, ninguna de estas tres maneras excluye a las demas: todas conviven y se enriquecen a la hora de 2. Trujillo, op. ct 2. Dominguez Michael, op. cit, p. 31 Hay wna lama viva afrontar un largo poema reiterativo y circular, hecho de imagenes fluyentes, en el que el lenguaje se derrama y desborda sin pausa. Un poema, asimismo, cuya naturale- za holografica hace dificil escoger este 0 aquel pasaje, pues en todos percuten en mayor o menor grado las ob- sesiones de su autor. Asi, los cuatro extractos de diversa extensién escogidos aqui por el poeta podrian reem- plazarse por otros tantos y la impresién final de leetura no seria muy distinta. No es que tales pasajes sean i tercambiables, sino que, idealmente, en uno cualquie- ra de ellos esta la semilla que permitiria reconstituir el conjunto. Aestasalturas del nuevo siglo, cabria entender Incura- ble, en parte al menos, como hijo tardio de una moderni- dad que asume el fracaso y la ruina como base de su aventura. Asi lo hace David Medina Portillo al hablar con lucidez de una tarea «en donde el pulso creativo inte- ara su negacién radical», lo que explicaria, por lo demas, su cardcter de gesto irrepetible y, de algiin modo, su inhabitable soledad»’. «Hacer de su fracaso un monu- ‘mento es empresa barroca donde las haya (como seria romantica su contraria: «hacer ruina del monumento»), y el poeta todavia joven se aplica a ella con denuedo. En su labor recluta una serie de presencias y frecuencias de onda que le ayudan a ensamblar ideol6gicamente el arte- facto: ahi estan Foucault, Deleuze y Guattari, Barthes y Kristeva... Huerta mismo sefialé en su dia que la primera mitad del poema sabe a «telquelismo»*, pero estos ecos 1, David Medina Portillo, «La sombra de ls perros», Vielta, 253, (abril 1996), pp. 51-52. 2 Juan José Reyes, «David Huerta: Curae las pasiones tists», El semanario, 13 de octubre de 1987, pp. 5-6 (5) 3 El desprendimiento son mas una misica ambiental, de fondo, que un cafia- ‘maze filoséfico sobre el que operar variaciones liricas mas o menos afortunadas. En realidad, para entender cabalmente el asunto y el alcance de Incurable, que es también el alcance de sus inevitables carencias’, cabria recurrir al pasaje donde Octavio Paz describe el funcionamiento del versiculo en la poesia de José Carlos Becerra: Enel libro centeal de Boverra (Relacidn de los hechos), el ver- siculo no es un instrumento de celebracién de los poderes del mundo y el espiritu, como en Claudel, ni tampoco, como en Perse, de una épica fantéstica en la que las pasiones humanas pposeen la feracidad y la ferocidad de las fuerzas naturales. No 1 mundo sino el yo: la marea verbal mece al joven poeta que, cen un estado de duermevela se dice a sf mismo mas que ala realidad que tiene enfrente. Como la mayoria de los jévenes, Becerra no veia el mundo sino a su sombra en el mundo.* Claro es que esta sombra, en el caso que nos ocupa, es la de un «civilizado» altamente instruido, culto, leido, 1. Notable, a este respect e a reseia del poeta y ertico Aurelio Asiain, en la que se plantean reparos importantes dentro de una lectura por lo general comprensiva y respetuosa: «Mi deslum- bramiento, que es grande, no es mayor que mis dudas [...] La facil rotundidad, el patetismo desmesurado, la presuncién de un len- suaje vanamente flosofante, la maestra formal que tee enel vacfo tran los peligros que no siempre libraba el primer libro de Hiuerta, yy son los que ahora minan el despliegue deslumbrante de Incina- ble», Véase Aurelio Asiain, «Incurableo, Vuelta, 138 (mayo 988), PP. 50°52. +, Octavio Paz, «Los dedos en la llama», en José Carlos Becerra, El otono recorre las islas, Ediciones Era, 1973, pp. 13-17 (15)- Hay una lama viva hipersensible (ya se ha dicho}, que disemina a lo largo del textos las huellas incontables de sus lecturas y se liga a tuna tradicin tan antigua como la modernidad misma: la del flaneur que sondea el laberinto de la ciudad, con sus calles y tabernas, sus noches y soledades, sus fondos de miseria y la riqueza rutilante de sus reclamos, para volver Iuego a casa exhausto, con los nervios de punta y la men- te inquieta, exasperada por el alcohol, revelando «las mil imagenes s6rdidas / de que estaba constituida tu alma» (1.5. Eliot, «Preludios», I); el hombre entre la multitud de Poe que Benjamin hace pasear entre los escaparates hasta sumirlo en el anonimato; el hombre que sale al tra- bajo, que frecuenta redacciones y talleres y conversa y discute en voz alta con sus colegas, sus vecinos, sus riva- les; el hombre que a ciertas horas, bajo ciertas condicio- nes de dnimo, tiene «una visién de la calle / tal como apenas la entiende la calle»; el hombre que indaga y dis- curre y tiene a su disposicién el teclado infinito de la tra- dici6n literaria, en el que improvisa variaciones noctur- nas y compulsivos juegos intertextuales; el hombre, en fin, que al volver a casa se aprieta «las amarillas plantas, de los pies / en las palmas de [sus] sucias manos». Digo hombre», pues el yo de este largo poema-rio-novela es irremediablemente masculino, erizado por los imanes complementarios de la bulla, el alcohol y el sexo -0 sus fantasmas. La vocacién totalizadora es evidente, regida por ese «ojo todo-teatro» que comparecia en Versidn, pero limitada en aitima instancia ~recordemos~ por la sombra tirénica de un yo que da vueltas sobre si mismo y convierte el mundo en una galeria de espejos mentales, tn calidoscopio radiante que encarna una de las convic~ ciones iniciales del poema: «Todo cabe en la bolsa del fa», Dominguez Michael ve aqui «un periplo circular, a as 26 ratos mera caminata de loco en una celda, un “viaje alre- dedor de mi cuarto” donde la mente se somete a numero- 505 trances religiosos (pero agndsticos)»’. Si, como dice Medina Portillo, e libro «ilustra uno de los abismos [de la modernidad}: el mono gramatico devorado por el homo rethoricus»*, entonces Incurable puede leerse ‘como una serie de ritos de paso, el peaje que hubo de abonar el yo para purgar, asumiéndola hasta las heces, su condicién de «civilizado» inmerso en la etapa heroica o salvaje de la modernidad. Detras de esta galeria de espejos estd, obviamente, la evocacién de ese «rigor del vaso» donde «el agua toma forma» en el arranque de Muerte sin fin, de José Gorost za, Los versos iniciales de este gran poema {«Lleno de mi, sitiado en mi epidermis / por un dios inasible que me ahoga, / mentido acaso / por su radiante atmésfera de luces / que oculta mi conciencia detramada, / mis alas rotas en esquirlas de aire, / mi torpe andar a tientas por el Jodo») son el muro sobre el que Huerta practica un tenaz éjercicio de deconstruccién que empieza deshaciendo la rigidez métrica de los endecasilabos y termina contami nandolos de manchas y borrones, un enjambre de puntos ciegos que sobrevuela el texto, estirando y flexionando su musculatura sintactica hasta el agotamiento. Toda esta elaboracién critica no deberia, con todo, os- ccurecer las virtudes y la razén misma de ser de Incurable, que es la de celebrar el poder creador, demisirgico de la palabra. El motor del relato son sus imagenes («Respiro entre las imagenes, con una sutura de sobrevida, parda y caliente, /en el centro del pecho, colores descienden a mi 1, Dominguez Michael, op. cit p34 2. Medina Portillo, op cit, p. $1 Hey wna lama vives boca»), y esas imagenes son producto de un deseo raigal, de un anhelo del yo por salir de siy cumplirse en el mun- do, en lo otro, en un «ti» miiltiple, inabarcable, hacia el que despliega sus tentéculos verbales: He aqui los mapas, los manteles, las capas de cuartillas ‘ordenadas en cartapacios, los pariuelos desechables, la pla- titud de las cosas extensas, modo de la profundidad: mapas que estin esperando su natatoria, sus espeleologias, los afanes smineros de alguien que los suefie; los manteles debajo de Jos cuales alientan platillos deslumbradores, «azas de platino, platos de uranio, tenedores de mercurio, fuentes rebosantes de guisos neoliticos,costllares asados sobre la fogata primordial, fratos arrancados a los érboles smulticolores, pasteles de un cieno suculento.. Como explica Thorpe Running, «la atraccién del ti es el irresistible mundo de sus imagenes, que le evan a los “surtidores del simulacro” -el efecto poético»". Las imagenes del mundo, su riqueza inaprensible, despiertan a su vezcon predecible circularidad~ un mundo de ima- genes que es el poema mismo: una constelacién de simu- lacros, una red trenzada con los filos del suefio, en un homenaje claro al surrealismo que prolonga -y explica, aunque tampoco hacia falta~ el aliento onirico de esta escritura. Por lo demas, las alusiones al «ciervo en el bos- que» o «el Unicornio» nos llevan al mbito de la aleg x. Thorpe Running, «Incurable de David Huerta: Una solu cid para la poesia de postmodernidad, Revista Iberoamericana, vel. LVI, nim. 150 (enero-marzo 1990), Pp. 159-175 (164). 27 28 El desprendimionto medieval, con sus suefios fértiles y sus misteriosas visita- ciones: He aqui, enel sueio, el suefio mismo softindose, urdboro de oro arado, atenazado, hecho un haz de nombres y de cuer- pos confusos, convertido en un alma de ciervo en el bosque de tus entraias, Lal He aqui al Unicornio, luz del suet: gno percibes la invasora mitologia que lo hace fecundarte con un afin siempre un grado més aca de la paternidad al uso, y no ves tu rendida manera de entregarte como una negada madre que parita las criaturas oseuras de Jo mas visible que has vivido: las imagenes? Este acento medievalizante ~con un guitio cémplice al Breton de Arcano 17- vuelve a testimoniar la ambicién plural, ecléctica y abarcadora de su autor. Todo le sitve, todo le vale en su intento por traspasar las fronteras de un yo locuaz, neurético, asediado por el miedo, consciente de su fracaso (triunfal y exuberante, sin duda, pero fracaso en tltima instancia) y abocado a una especulacién mania- «a, incansable, que lo condena a proyectar su sombra so- bre el tapiz inabarcable de las cosas. El resultado, con todo, no podria ser mas luminoso ni benéfico, dentro de las fronteras olimitaciones en las que debe moverse: Flefecto que producen estas imagenes eel de brillatez ful- gurando, llameante), un concepto repetido infinitamente dentco del poema, La solucién que ofrecen las imagenes es la de tascender los limites que afligen al poeta (la imposibii- dad de la representacién, un lenguaje descentrado), ya que Hlay wna llama viva Iegan constantemente («sin cesar) y por todas partes («sin orilla),ilimicadamente.* El gusto de Huerta por el campo semantico del «bri- lo», de Ja fulguracién, se traslada al uso mismo de las imagenes, que crean un efecto de «brillantez» (Trujillo, por su lado, habla de «chisporroteante tipografia»*), como si estuvieran unidas por un cable eléctrico que las, hiciera encenderse apenas perciben los ojos del lector. Y este es uno de los rasgos mas caracteristicos de su poesia y que se ha mantenido intacto a lo largo de los afios, in- ‘luso cuando su evolucién lo ha llevado a zonas templa- das o de mayor calma. Esta nueva serenidad, que a veces le ha llevado a evocar sus esfuerzos juveniles con distan- cia aliviada, tiene que ver con una reformulacién del pac- to entre vida y escritura, esto es, con un cambio en su rumbo creativo; un rumbo que a esas alturas ~finales de los afios ochenta~ resultaba ya insostenible y exigia con urgencia un golpe de timén, De hecho, el final de Incurable, que era un regreso al origen -el gusto por la circularidad, como vemos, esté enel ADN de Huerta-, suponia también una rendicién en toda regla «al vivo simulacro de escribir». Como en Cua~ derno de noviembre, la solucién al impasse estaba en seguir escribiendo y aceptar su condicién de adicto, de sirviente incurable de la poesta: Estar vivo, eso es todo, las rayas del abundante amanecer nno dicen otra cosa, Ahora voy a describir lo que me toca escribir: 1. Ibidems, p. x72 2, Trujillo, op. 30 EE desprendimionto El largo pasaje (no incluido en esta antologfa) que cie- rra Incurable explicita este sometimiento, esta entrega, que ¢s la precondicién de un vinculo més saludable con el mundo y la palabra. No sin perplejidad, no sin resis tencias, pero por ello mismo sin blandura ni evasivas co- bardes, mirando de frente la luz del dia, hasta acabar con una frase sencilla y tajante que no deja lugar a dudas esto es, que no admite réplica: ‘Me entrego a la luz, otra vez me levanto. El mundo cs una mancha en el espejo. La luz va dindome nombre, no lo quiero, EI mundo me dice lo que tiene que ser. Hay una llama viva “Tendré que decir lo que tenga que decir -o callarme. Sobra decir que Huerta no se call6. En rigor, todo el cur- so posterior de su obra puede verse como el desempefio de ese imperativo ~etendré que decir lo que tenga que de- ciry—ante la «llama viva» del alba, lafuz diurna que aho- ra dirige su mano’, con hitos importantes como El azul en la flama (el titulo es palmario a este respecto), La calle blanca 0 Canciones de la vida comin. Con todo, la publicacién de Historia en 1990 cierra una etapa en esta poesia, signada por el agotamiento (no s6lo de formas o de estrategias creativas) y acaso el desconcier- to. Nose sale indemne de un empefio como Incurable. Los libros escritos en colaboracién con artistas Los obje- tos estin més cerca de lo que aparentan, con Miguel 2, «Llama vivas, por lo demés, que es el contrario exacto de la smancha en el espejo» con que se aba Incurabe. Hy wna lama viva Castro Leiiero; Homenaje a la linea recta, con Gunther Gerzso; y Los cuadernos de la mierda, con Francisco Toledo- ofrecen una alternativa saludable y fecunda: la brevedad minimalista, el poema como ensayo de glosa © definicién, la red de lo serial... Asi también un libro de trazas seductoras como Lépices de antes (1993), donde Huerta hace de la necesidad virtud y convierte la biisqueda de nuevas sendas en el tema mismo del conjunto: son poemas, todos ellos, que hablan del «an- tes» de Ia escritura, de sus esperas y preparativos, y que Io hacen en un tono entre tidico y desprejuiciado, poniendo ademés sus cartas intertextuales boca arribat las citas ya no serén acertijos para el lector docto, que también, sino (véase «Antes de meterse en el mar») letre- +08 que sefialan una fijacién, un gusto compartido. Huer- ta filtra ef vasto tesoro de imagenes de Incurable en el cedazo de una cordialidad y una llaneza expresivas que buscan, sin aspavientos, la complicidad del lector. Menos lograda, quiz, es la serialidad de La sombra de los perros (1996), que Medina Portillo juzgé severa y creo que injustamente en su dia como «acumulacién indistinta [..-Jen donde la huela difusa ce cada poema se abandona a la suerte de una répida evaporacién»'. Vale decir que este libro irregular, en el que hay algunos poemas admira- bles {«Domingo», «Despefiaderow, «Estrella»), sufre al compararlo con su inmediato sucesor, La musica de lo que pasa (1997), que inaugura a todos los efectos el segundo gran tramo de la obra de Huerta, su estilo de madurez, Ilevado a la perfeccién en los tres poemarios de la década siguiente, los ya aludidos El azul en la flama (2002), La «alle blanca (2006) y Canciones de la vida comin (2008). 1. Medina Portillo, op. cit p. 52 ar 2 El desprendimiento La misica de lo que pasa toma su titulo de un verso de Seamus Heaney, «the music of what happens», que se hizo célebre como poética desde que aparecié cerrando «Song», escueto poema de su libro Field Work (1979): «y ese instante en que el pjaro canta muy arrimado / a la iiisica de lo que pasa». En espafiol esta expresi6n suena con ecos evidentes de Juan de Mairena («lo que pasa en la calle») y sefala sin equivocos el viaje de Huerta hacia una cscritura mas didfana, volcada hacia el afuera, vencida del lado del entusiasmo y los afectos simples. Los viejos demontres han sido transfigurados «en amor, en cultura, en una hiperconsciencia critica al interior del poema»*, y el torrente caudaloso de los versiculos se divide en uni- dades discretas, auténomas, que dudan entre el elogio (Beckett, Lulio, Garcilaso) y la elegia, la instanténea oni rica y la constatacién mas 0 menos fascinada de lo real Del malditismo de antaiio quedan s6lo ecos, huellas te- rnues que el poeta examina con curiosidad de entomélogo ¥ restaura en sus nuevos poemas como un guitio al que fue, 0 quizé al lector que ha hecho el viaje de su mano. La raz6n del cambio esta, en parte, en un suceso biogré- fico del que el propio poeta ha ido dando noticias y que relata con cautivadora franqueza en «Lustro», otro de esos poems testimoniales que Huerta aventura de vez en cuando (otro caso es el ya citado «Nueve afios después»). ‘Que este poema es importante para su autor lo denota el hecho de que aparece fechado en 1994, aunque se incluye ‘en un libro bastante posterior, Hacia la superficie (2002): [uo] Hace cinco afios me incliné por dltima vez hacia los ateridos umbrales del trasmundo 1, Trujillo, op cit. Hay wna lama viva y retrocedi asimismo, mientras el vaso recorsia Ja mano que lo empufaba. De ese recipiente salfa un anillo de terso,hiriente fuego. El «vaso» es un emblema de su dependencia del alco- hol y aqui, por tanto, un ser vivo, semoviente («recorria / Ja mano que lo empufiaba), con una voluntad de fuego que se impone a su victima ~a la que, de hecho, desposa con un «anillo»; la marca temporal, a su vez, nos hace retroceder cinco afios, ala época de Incurable ¢ Historia, ese arrangue de los cuarenta que supone, de pronto, la oportunidad de un recomienzo: Mi amigo se acercé y le di ese vaso. Cinco aiios han pasado. Estoy aqui, ahora, escribiendo esto, imirando la noche en derredo, desvelado y sobrio, entregado al amos, Teneo en el mundo raudo, rifaga de materia ensimismada,

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