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Narrativa vanguardista hispanoamericana EDITADA POR Huco J. Verani Seleccién y prologos de Hugo Achugar y Hugo J. Verani COoRDINACION DE Dir USt6N CULTURAL, DIRECCION DE LiTERATURA / UNAM EDICIONES DEL EQUILIDRISTA MEXICO, 1996 Primera edicién, 1996 © Hugo 5. Verani, 1996 DR © 1996, Universidad Nacional Auténoma de Méxi20 Ciudad Universitaria 04510, Mexico D.F. Coordinacién de Difusién Cultural ISBN: 968-36-4980-7, EL MUSEO DE LA VANGUARDIA: PARA UNA ANTOLOGIA DE LA NARRATIVA VANGUARDISTA, HISPANOAMERICANA 0, La vanguardia hispanoamericana en el museo Edoardo Sanguinetti decfa en los sesenta que “Toda vanguardia termi- na en el museo”. La idea no era nueva pero expresaba cierto agota- ‘miento de una propuesta estético-ideoégica en un momento de crisis ¥ transtc16n de Ia cultura de Oceidente que hoy, a una década det fin del siglo Xx, se traduce en este malestar en el que nos debatimos y ue se ha dado en Hamar postmoderno. ‘La actual discusi6n acerca de la vanguardia se ha visto enriquecida en Tos ltimos afios con fa de la modernidad y la de la postmodernidad tanto a nivel latinoamericano como europeo y norteamericano. Si hoy es posible hablar del museo, o de una antologfa de la van- ‘uardia en general e hispanoamericana en particular, es porque la ins- titucionatizaci6n académica de la vanguardia ha alcanzado su auge y Porque nuestro tiempo necesita colgar los retratos de sus antepasados para que se reconozca su genealogia y su vigencia. No tenemos todavia, 0 no con mayor frecuencia, ejemplares de INDICE Hugo Achugar: EL MUSEO DE LA VANGUARDIA: PARA UNA ANTOLOGIA DE LA NARRATIVA VANGUARDISTA, HISPANOAMERICANA, Hugo J, Verani: LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA, DE-VANGUARDIA Criterio de ta seteccton Macedonio Ferndndez: PAPELES DE RECIENVENIDO [EL “CAPITULO SIGUIENTE” DELA AUTOBIOGRAFIA DE RECIENVENIDO BL CAPITULO SIGUIENTE, Roberto Arlt: EL JOROBADITO Oliverio Girondo: ESPANTAPAIAROS (AL ALCANCE DE TODOS) Felisherto Hernandez: GENEALOGIA LACASA DE IRENE LACARA DE ANA Pablo Neruda: EL, HABITANTE Y SUESPERANZA 4 6 30 8 9s ur bs 9 135 3 Vicente Huidobro (en colaboracién con Hans Arp): ‘TRES NOVELAS EJEMPLARES SALVAD VUESTROS 0105 EL JARDINERO DEL CASTILLO DE MEDIANOCHE LA CIGUENA ENCADENADA “Arqueles Vela: LA SERORITA ETC. Bfrén Hernandez: TACHAS. Salvador Novo: BL JOVEN Gilberto Owen: NOVELA COMO NUBE, Julio Garmendia: EL. CUENTO FICTICIO BL DIFUNTO YO Pablo Palacio: DEBORA (César Vallejo: MUROESTE MURO DOBLEANCHO ALFEIZAR MAS ALLA DELA VIDA YLA MUERTE ‘Martin Adin: LA CASA DE CARTON 16s 163 m 19 De Nayrativa vanguardista hispanoameréana, ‘iad por ago J eran sero das mi jem plates. Se tering de imp ales Impresiones Especial, S.A. de Ve a vein neve dejnio de il novecientosnoventay es. ‘La composiin es del Taller del Equlibrisa, suelo no tenia nada que ver con nosotros tres y yo sentfa mi destino con la simultaneidad rara ‘Cuando Ana se fue y el cuario quedé oscuro, me quedié en la memo- ria Ia cara de ella con la sonrisa y los reflejos de la luz de la vela, pero centonces, no la sentia asociada al destino de los demas ni tampoco al mio: la sinica sensacién que tenfa era de que la cra de Ana era linda, 1a I i j | | t Pablo Neruda EL HABITANTE Y SU ESPERANZA* Prologo He escrito este relato a peticidn de mi editor. No me interesa relatar cosa alguna. Para mé es labor dura, para todo el que tenga concien- cia de lo que es mejor, toda labor siempre es dificil. Yo tengo siempre redilecciones por las grandes ideas, y aunque la literatura se me cofrece con grandes vacilaciones y dudas, prefiero no hacer nada a es- cribir bailables 0 diversiones. Yo rengo un concepro dramatico de ta vida, y romantico; no me co- rresponde lo que no llega profundamente a mi sensibilidad. Para mi fue muy dificil aliar esta constante de mi espirite con una expresin mas 0 menos propia. En mi segundo libro, Veinte poemas de amor y una cancién desesperada, ya tuve algo de trabajo triunfante. Esta alegria de bastarse a si mismo no la pueden conocer los equili- brados imbéciles que forman parte de nuestra vida literaria. Como ciudadano, soy hombre tranquilo, enemigo de leyes, gobier- nos ¢ insttuciones establecidas. Tengo repulsidn por el burgués, y me gusta la vida de la gente intranquila e insatisfecha, sean éstos artistas o-criminates * Publicado en Santiago, Nascimento, 1926 3 ‘Ahora bien, mi casa es la dltima de Cantalao, y esta frente al mar es- ‘repitoso, encajonado contra los cerros. El verano es dulce, aletargado, pero el invierno surge de repente del ‘mar como una red de siniestros pescados, que se pegan al cielo, amon- tondndose, saltando, goteando, lamentindose. Bl viento produce sus estériles ruidos, desiguales segin corran silbando en los alambrados 0 den vueltas su oscura boleadora encima de los caserfos o vengan del ‘mar océano arrollando su infinito cordel. He estado muchas veces solo en mi vivienda mientras el temporal azota la costa, Estoy tranquilo porque no tengo temor de Ia muerte, ni pasiones, pero me gusta ver la mafiana que casi sempre surge limpia y reluciendo. No es raro que me siente entonces en un tronco mirando hasta lejos el agua inmensa, oliendo Ia atmésfera libre, mirando cada carreta que cruza hacia el pueblo con comerciantes, indios y traba- Jadores y viajeros. Una especie de tuerza de esreranza se pone en mi ‘manera de vivir aquel dfa, una manera superior ala indolencia, exacta- ‘mente superior a mi indolencia. Noes raro que esas veces vaya a casa de Irene. Atravieso ese recin- to baldfo que me separa del pueblo, cosa de una legua, sigo por las, calles deshabitadas y me detengo frente al port61 de su casa, donde la espero aparecer. Si esté lavando me gusta ver sus manos que se azulan con el agua fra, si esta entre la huerta, me gusta ver su cateza entre las pesadas flores del girasol, si no esté, me gusta ver vacfo el patio y Ia huerta y ln espero sin desear que legue. in Irene es grucsa, rubia, habladora, por eso me he formado el propssito de venirme al pueblo. Lava, canta, es dei, rpida, garabatea los pape- les con monos inverosimiles: en realidad la vida serta divertda, [No me saluda desde lejos al acercarse, pero yo me pongo entre ella y yo para recoger su primer beso antes de que resbale de su rostro, Es- pérate, le digo, abrazéndola, no te has acordado de mi en estos argos «fas, para qué podfa venir? Ella no me oye siquiera, me arrastra de prisa a contarle mis historias. Me siento alegre al lado suyo, invadién- dome su salud de piedra de arroyo. m Los cuatro caballos son negros con la luz. nocturna y descansan echa- os a la orila del agua como los patses en el mapa. Rivas y yo nos {juntamos en el Roble Huacho y echamos a andar a pie sin hablar. LLadran los perros a millaes lejos, en todas partes y un vaho blanco ‘emana de las calladas lomerias. —Seréin las tres? —Deben ser. He dado el salto, y con amortiguados movimientos suelto las trancas. EL pifio se levanta y sale con lentitud. Las coigiillas resuenan pro- fundamente con su intermitencia redoblada, metilica, fatal. Robar caballos es facil, y contentos Rivas y yo apuramos las bes- tias. Rivas sabe su oficio y legard con el robo a Limaiquén, y nadie ‘como él sabré ocultarlo y venderlo as [Nos despedimos y a galope violento alcanzo mi camino, desciendo Jos cerros, y al lado del mar apuro salpiciindone, pegsndome fuerte- mente al viento de la noche del mar. IV Estoy enfermo y siento ef runnin tirante de la fiebre daindome vueltas sobre la paja del camastro. El calabozo tiene ura ventanuca, muy arri- ba, muy triste, con sus degados fierros, con su parte de alto cielo. Dos (0 tres presos son: Diego Céper, también cuatrero, hombre altanero, de aire orgulloso, y Rojas Carrasco, tipo gordo, sucio, antipstico, que no 86 qué lios tiene con la policia rural. Pero sobre todo, el largo dia, cuando el verano de esta comarca ma- rina zumba hasta mis oidos como una chicharra, con lejos, lejos, el ru- ‘mor de la desembocadura, donde recuerdo el muelle internando su so- Titaria madera, el vaivén del agua profunda, o rs distante las carretas aascadas de viejos trigos, la era, los avellanos ‘S6lo me apens pensar que haya aprendido las cosas iniilmente; sme apena recordar las alegrias de mi destreza, el ejercicio de mi vida cconducida como un instrumento en busca de ura esperanza, la desirta Jatitud vanamente explorada con buenos ojos y entusiasmo, ‘A media tarde se escurre por debajo de la puerta una gallina, Ha jpucsto después entre la paja del camastro un htevo que dura ahi, asus- tando su pequefia inmovilidad. Mi querido Tomés: Estoy preso en la policia de Cantalao, por unos asuntos de anima- les. He pasado un mes ocioso, con gran tedio. Es un cuartel campesi- no, de grandes paredes coloradas, en donde vienen a caer indios intel ces y vagabundos de los campos. Yo le eseribo para saber de Irene, la mujer de Florencio, a quien deseo que Hleve un recado que no necesito decitle, La veo y tengo la sensacidn de que estd sola o de que fa mal- trataran Qué quiere decir esto? Trate de encontrarla. Ella vive frente al cha- let de las Vasquez, Lo abraza su amigo. VI Entonces cuando ya cae la tarde y el rumor del mar alimenta su dura distancia, contento de mi libertad y de mi vida, atravieso las desiertas calles siguiendo un camino que conozco mucho. En su cuarto estoy comiéndome una manzana cuando aparece fren- te a mi, el olor de los jazmines que aprieta con el pecho y las manos, se sumerge en nuestro abrazo. Miro, miro sus ojos debajo de mi boca, Henos de ldgrimas, pesadas. Me aparto hacia el baleén comiendo mi manzana, callado, mientras que ella se tiende un poco en la cama echando hacia arriba el rostro humedecido, Por la ventana el anoche- cer cruza como un fraile, vestido de negro, que se parara frente a noso- ttos Iigubremente. El anochecer es igual en todas partes, frente al co- ut raz6n del hombre que se acongoja, vacila su trapo y se arrolla a las piemas como vela veneida, temerosa. Ay, del que no sabe qué camino tomar, del mar o de la selva, ay, del que regresa y encuentra dividido ‘su terreno, en esa hora débil, en que nadie puede retratarse, porque las condenas del tempo son iguales¢ infinitas, caidas sobre la vacilacién o las angustias Enionces nos acercamos conjurando el maleficio, cerrando los ojos ‘coma para oscurecernos por completo, pero aleanzo a divisar por el ojo derecho sus rencas amarillas,largas ent las slmohadas. Yo la be- so con reconciliacién, con temor de que se mmuera; los besos se apr tan como culebras, se tocan con levedad muy digfana, son besos pro- fundos y blandos, o se alcanzan Tos dientes que suenan como metales, o se sumergen las dos grandes hocas temblando como desgraciados. “Te contaré dia a dia mi infancia, te conteré cantando mis solitarios fas de liceo, oh, no importa, hemos estado ausentes, pero te hablaré de To que he hecho y de lo que he deseado hacer y de emo vivi sin tranquilidad en el hotel de Mauricio. Ella esta sentada a mis pies en el balcér, nos levantamos, la dejo, ndo, silbando me paseo a grandes trancos por su pieza y encendemos la Kimpara, comemos sin hablarnos mucho, ella frente a mf, tocndo- nos los pies. ‘Ms tarde, la beso y nos miramos con silencio, avidos, resueltos, pero la dejo sentada en la cama. Y vuelvo a pasear por el cuarto, abajo y arriba, y arriba, arriba y abajo, y la vuelvo a besar pero la dejo. La ‘muerdo en el brazo blanco, pero me aparto. 8 Vil El doce de marzo, estando yo durmiendo, golpea en mi puerta Floren- cio Rivas. Yo conozco, yo conozco algo de lo que quieres hablarme, Florencio, pero espérate, somos viejos amigos. Se sienta junto a la |impara, frente a mf y mientras me visto lo miro a veces, notando sty tranguila preocupacién, Florencio Rivas es hombre tranquilo y duro y su caricter es leal y de improvise. Mi compadre de mesas de juego y a! santos de animales perdidos, es blanco de piel, azul de ojos, y en el azul de ellos, gotas de indiferen- cia. Tiene la nariz.ladeada y su mano derecha contra la frente y en la pared su silueta negra, sentada, Me deja hacer, con mi lentitud y al sa- lir me pide mi poncho de lana gruesa, —Es para un viaje largo, nifio. Pero él que esté tranquilo esta noche mats a su mujer, Irene. Yo lo tengo escrito en los zapatos que me voy poniendo, en mi chaqueta blanca de campero, 1o leo escrito en ta pared, en el techo. Fl no me ha dicho nada, 61 me ayuda a ensillar mi caballo, él se adelanta al tote, él rho me dice nada, Y luego galopamos, galopamos fuertemente a través de la costa solitaria, y el ruido de los cascos hace tas tas, tas tas, asf hace entre las malezas aproximadas a la orilla y se golpea contra las piedras playeras, Mi corazsn esté leno de preguntas y de valor, compafiero Floren- cio, Irene es mas mia que tuya y hablaremos; pero galopamos, galopa- mos, sin hablamos, juntos y mirando hacia adelante, porque la noche cs oscura y Hena de frfo, Pero esta puerta la conozco, es claro, y la empujo y sé quién me es- pera detris de ella, sé quién me espera, ven td también, Florencio. 19 Pero ya esta lejos y las pisadas de su caballo corren profundamente ‘en fa soledad nocturnal; él ya va arrancando por los caminos de Canta- Jao hasta perderse de nombre, hasta alejarse sin regreso. vil La encontré muerta, sobre Ia cama, desnuda, frfa, como una gran lisa del mar, arrojada allf entre Ia espuma noctuma, La fui a mirar de cer- ca, sus ojos estaban abiertos y azules como dos ramas de flor sobre su rosiro, Las manos estaban ahuecadas como queriendo aprisionar hu- ‘mo, su cuerpo estaba extendido todavfa con Firmeza en este mundo y cra de un metal pilido que querfa temblar, ‘Ay, ay las horas del door que ya nunca encontraré consuelo, en ese instante el sufrimiento se pega resueltamente al material del alma, y el ‘cambio apenas se advierte, Cruzan los ratones por el cuarto vecino, la boca del rio choca con el mar sus aguas Horando; es negra, ¢s oscura Ja noche, esti lloviendo. Esti lloviendo y en la ventana donde falte un vidrio, pasa corriendo el temporal, a cada rato, yes triste para mi corazén Ja mala noche que tira a romper las cortinas, ef mal viento que silba sus movimientos de tumultos, la habitacién donde esté mi mujer muerta, ta habitacién es ccuadrada, larga, los rekimpagos entran a veces, que no aleancan a en- cender los velones grandes, blancos, que mafiana estarén. Yo quiero ‘fr su vor, de inflexiGn hacia atrés tropezando, su vor. segura para lle- gar a m{ como una desgracia que Hleva alguien sonriéndose. Yo quiero off su voz que llama de improviso, origindndose en su vientre, en su sangre, su voz que nunca qued parada fijamente en el 150 lugar. Y ninguno de la tierra para salir a buscarla. Yo necesito aguda- mente recordar su vor. que tal vez no conoef completa, que debt es- cuchar no s6lo frente a mi amor en mis ojos, sino que detras de las paredes, ocultindome para que mi presencia no la hubiera cambiado. Qué pérdida es ésta? Cémo lo comprendo! Estoy sentado cerca de ella, ya muerta, y su presencia, como un so- nido ya muy grande, me hace poner atencién sorda exasperada, hasta tuna gran distancia, Todo es misterioso, y Ia velo toda la triste oscura ayendo, silo al amanecer estoy otra vez transide en- cima del caballo que gatopa el camino. 1x Con gran pasién las hojas arrastran quejando, los péjaros se dejan caer desde las altas pajareras y ruedan ruidos hasta el palido ocaso, donde destiien levemente, y existe por toda la tierra un grave olor de espadas polvorientas, un perfume sin descanso que hecho una masa por com= pleto se esté flotando echado entre los largos directos drboles como un animal gris, pelado, de alas lentas, Oh animal del otofio, hecho de des- hhechas mariposas con olor a polvo de la tierra notindose ain callado en la noche que sube de los agujeros tapandolo todo con su manto sin Porque Ia tarde es un capullo fo de donde como negras flores cemergen sombras, pasan carruajes triturando ef amarillo de las hojas, amarillo livido de caidas muertas arrastradas quebradizas lencerias, parejas inclinadas en sf mismas que pasan tambaleando como campa- nas, dirigigndose hacia esa direccién en que un naipe de metal en mo- nedas descuella sobre la pared. Otofio asustalo, vaivén de cosas sin ruido que olfatedndose se advierten, de esa manera jrreductible por la cual el ciego conoce el terciopelo y la bestia se somete a la noche. Hasta clavado implacablemente en la atmdsfera que rodea las cons telaciones, circula como un anillo largo aventando soledades, trizas de ilusiones, aquellas no ya definitivamente perdidas, porque son Tas que cl viento puede cimbrar, dejar caer a latigazos, flotando entremedio de Ias montoneras de hojas rotas, sumiéndose er lo profundo de los pax tios deshabitados, de las alcobas demasiado grandes, liegando a todo inundarlo y a establecerse como no se puede decir qué composicién ‘misteriosa en los espejos, en las ateridas aratias de luz, en los fleens de los cansados sillones, ay porque todo eso quere recobrarse hacia su verdadera, ignorada vida secreta y tira a regresar sin sentirse demasi do muerto. x Era indudable que José Silva terminaria en aquello, dndose de bala- 203 con cualquiera en una de esas ligubres estaciones que se acercan a Cantalao, y cuando todos los céleulos estan hechos, edleulos que van amontonéndose en la misma igualdad negativa, deshacer ese tumulto ccon una rpida acciGn es el verdadero camino. Yo escogi la huida, y a iravés de pueblos Hluviosos incendiados, soliterios, caserios madereros cen que indefectiblemente uno se espera con f>s inmensos castillos de fefia, con el rostro de los Ferroviarios desconocidos y preocupados, Jos hoteleros y las hoteleras, y en el fondo del cuarto donde la vieja li- tografia hamburguesa, la coleha azul, fa ventana con vista ata Havia, 12 el espejo de luna nublada de donde salen corriendo los dfas jueves, el lavatorio, el cdntaro, la bacinilla, la desesperaciéin de salir de ninguna parte y llegar allf mismo. Pero su retrato me acompafiaba, por supues- to, su retrato en que Irene tiene esa acttud magnifica, de tranguila per- seguidora, con la mano dejada alli por el fordgrafo, y los ojos azules creados allf por Dios Yen realidad al encontraria en aquel pequeio hotel “Welcome”, al Jado de fa prefectura, slo su impermeable cerrado ta alejaba de su te- rato. Cémo librarme de aquella mujer? Le dije earifiosamente buenos dias negéndome su aliento, habfa creido hundir su miseria, su abando- ‘no en aquel caserfo abandonado, no era més que un mont6n de recuer- dos dotorosos, Has venido a afirmarme tu dikima luz? En el tiempo imojado esperé su palabra, que legaba otra vez Florencio estuvo muy enfermo, y a menudo te recordaba Ilamén- ote, pero no supe dénde busearte, dese que veniliste la tienda nadie te puede descubrir. Dios mfo qué cosas pasan! Nada de eso! A nadie he querido hablar de ello; se qued6 con sus légrimas, —Yo tampoco podta olvidarte, No era necesario sin embargo en- contraros a cada paso y qué cosa més dificil que teponer esa solicitud de los viejos dias perdidos. Miraba pasar los trenes que dejan a los pueblos y nunca te esperé, y ahfesté Ia prucha, tu retrato de nifia muy nifa que a todas partes me siguié guardado con su orilla negra de luto ¥y completamente inolvidable Elvira ven‘a cada mafiana, no la miraba; tu presencia volvia hasta hoy. 153 xl Andrés me despertaba de la misma manera todos los das riéndose a grandes risas. Su carcajada sobresale por encima de él porque es tan ‘pequefio que casi no lo encuentro. De veras, es horrible esta vida, la Lucha, cl sol entraba cada mafia na, fa Lucha adn todavia tan nifia, y arrastrarse hasta e] muelle desde donde se pierden todos los sentidos. Pero haba algtin rinedn de piedras duras y enormes, y tefidas de velas verdes desde donde un hombre con vocacién de soledad, puede esperar todas las tardes a una misma mujer, —Ah ya sé, te quedards todos los dfas jugando a la brisea, con An- drés, 0 Aguilera con los brazos en alto. Aye: te vi pasar y eras ti, no me lo niegues, desde dos leguas Io habria esegurado. A la Lucfa ya tan esos amores. Sf, es ella, ya To sé nadie més atrayene que ella en aquella casa ccasada no le Sf, era en verdad Lux de huéspedes polvorienta, en que su gracia consistia en arrodillarse al pie de mi cama cada vez que estuve enfermo, en consultar las mesas, adivinas, en Hlenar las paredes de mi cuarto con sus dibujos de la acade~ ‘mia, de la cual ella parecfa algo nostilgica, con su cabeza teftida viva mente, sus ojos de pjaro alocado, nunca puco entender nada. Sf, pero desde tan lejos la diviso destacando su vestido rojo en el sobaco palide- amo tw cido del certo, ella esperdndome, y ay cuanto te amo, Lucf ‘cuerpo estrecho y sin egoismo completaments pronto a mi sed, amo lo abandonado de tu corazén y fa punta de tus zepatos arrugados levemen- te por la pobreza, y caminando juntos por el sendero por donde hay ca- racoles, que es alli donde ef mar o¢éano azota su olor de ostras de otofio ¥y los pajaros enciman con lentitud de paracaidas su comida de algas durmiendo, es placentero al corazén de los enamorados ir sin acordarse de Sebastian ni de su invitacién, i, andando con las eaderas pegadas: de licioso marcar profundamente el peso de ta huella sobre la humedad de 1a costa, anillo de humedad de culebra infinita, que sobrecorre al lado de la orilla del mar moviéndose; Lucia, la de fos ojos grandes como tor- tugas y que nunca estén saliendo de su sorpresa, motivada por todas las pequefas cosas del mundo, donde tienen su aparte el alheli, el cinemats zralo, la flora aplastada de las cretonas, su collar de cuentas de vidrio, y Ta aventura de mi vida que ella semeja desdefar. Ay por Dios, apretémo- nos juts, que la Estrella de esperanzas comienza a sonar su metal hu- redo de todo el cielo, si, y no te ocupes mucho de lo que ests demasia- 4o lejos. Sdlo deseo Io que tu sombra tops por un instante al crecer © temblar; es demasiado para lo que necesito tu nuca blanca y pequefia donde puedo tenderme a escribir con delicadeza, no eres tla que me es- té esperando en el rincén que conozco de esta edad solitaria? Lo recuerdo, eres tla que hiciste un bosquejo ya olvidado, eran dos sombras metidas en una ventana, que ella cra blanca y débil como la que yo conoe, y él con el sombrero agachado y el sobretodo hasta el cuello, y su silueta negra de guardador tuyo; bosquejo que ti rom= piste al otro dia, porque al arrodillarte al pie de mi cama notaste una presencia ajena y mi ausencia con ella, Poco importa, vamos, céntame Ia barearola de todo Io infinito que yo deseo, mi pequefa; estamos los dos, y somos los habitantes del Ii rite que slo nosotros podrfamos pisar; cntame la barcarola de las ‘umultuosas soledades del mar, lo profundo, lo oscuro, to turmultuoso de la noche del mar, quiero saber por tu boca de color de coral infantil el crecimiento de las mareas, eugntame cOmo se arrollan, se estiran, se ‘encogen Ilevando adentro pescados vives y floraciones de luto; mi pe- quefia Lucia, cdntame, encntame con el crecer de la larva de las ti- 35 nieblas, all’ donde comienzan a despuntar el agujero de las ventanas, ef alto brillo de las embarcaciones del tiempo, todo lo que aman los hombres y las mujeres unidos muy ardientemerte y lo que yo s6lo, po- se supo Ti- bre habitante perdido en la ola de una esperanza que nur ‘mitar, puede desear para acallar sus pensamientos tristes. ‘Sin embargo, no es tarde y estoy contento. Lucia, e6mo te amo, Te evo del brazo como a mi pequefia quimera, y cuando quieres saltar tuna charca de la salobre agua del mar, yo te levanto un poco con ale- ria, tanto como pueden mis fuerzas. Estas radiante. El sol se parte a pedazos en tu pequefia frente, que co- rre a lo largo de tu cuerpo como un vestido. Entonces, hemos legado ya a la grata de nuestros descansos, y ardientemente besdndonos, nos miramos ‘con ojos tranquilos que se agrandan con la proximidad, siendo después el ‘mais suave de mis besos el que te hace caer dulcemente hacia atris. xl Hecha la cruz de verde madera, muchos dias fueron eruzando encima de mi sin que yo advirtiera, corriendo entre los malezales secretos y bimedos vecinos del cementerio, tumbado al borde de la quebrada de Rarinco, hasta que el primer temporal hizome rodar a la ventana de mi vivienda, De fuera el mar profundamente salpica contra los pies del cerro callado, amarillento, inmévil Est extendido de plantas duras, intermiteates, 0 largos herbarios roldos por el color del tiempo y Ia asistencia de Ia soledad, cayendo sobre su grupa como secas gualdrapas, La orilla del mar es blanca y paralela desde el cuarto, moviéndose 156 su patinaje triste y lamenténdose, detrés su conjunto se hace azul, le= jano, lejanisimo, y los paijaros que hasta ese limite vuelan graznando tal vez no encuentran piedra donde parar el aletazo. Y luego e pasan dando vueltas sin traerse algo, sin Hevarse nada; sin Hlevarse ni ten esos dias que se arrastran desgraciadamente, que traerse nada, el tiempo que corre a nuestro lado, ciclista sin apuro y vestido de gris, que tumba su bicicleta sobre el domingo, el jueves, el domingo de los pueblos, y entonces, cuando ef aire més parece inmé: vil, y nuestro anhelo se hace invisible como una gota de tluvia pegdn- dose aun vidrio, y sobre el techo de mi habitacién demasiado aparta- da, persiste, insiste, cayendo el aguacero, vigndose en las partes.oscu- ras de la atmésfera especialmente si en la ventana de frente falta un Vidrio su tejido eruzdndose, siguiéndose, hasta el suo. “Muchos dlas Hevo paseando de largo a largo el piso de mi cuarto, y mucho ha de ser el tiempo cuando agin la congoja no se cae de mis hhombros; mucho ha de ser el tiempo. xu Son muchos los que entran en el almacén, y yo estuve alli desde tem- prano, He arreglado las cajas sobre las estanterfas,alineando los pesa- dos rollos del género, muerdo las galletas y los dulces. idad es dificil recobrar ef sentido de la accién, que exige sostenidamente ef equilibrio de aque- Hos imposibles detalles. Me decid a salir de mi habitacién que tanto Después de una larga temporada de inacti he querido para hacerme cargo de la tienda de mi hermano, me agrad6 para aquel largo instante detenido cualquiera ocupacién sedentaria 17 Yo say perezoso y sofiador, y niego casi siempre a los patroquianos las pequetias mercaderias que solicitan de continao. Pronto va tomando todo esto un aire de bancarrota y de término, Pero me encuentro bien, Irene, hela otra vez volviendo a pasar frente a mi puerta, aunque bien 1o sabe, su vestido rosado y su sombrero verde ya no despiertan mi aten~ cid. ‘Si, ¢s bien seguro, ella quiere envanecerse scla, topando débilmen- como desde lejos, y no sabiendo, pero yo todavia, ay, compie~ te mi reconcentrada pas apenas sila miré. ¥ cuando su boca frente a mi tamente inolvidable me pregunt6 el precio de la seda y del pafiueto due yo levaba al cuello, yo, estoy seguro, le dile aquellos precios sin pizca de impacienc ‘A veces, cuando el aburrimiento es demasiado grande, este destie- ro me parece muy amargo, Pero, qué es Io que hay detrés del tfmite de este pueblo?, qué placeres marcan los itnerarios que no conozco?, us sorpresas de improvisia efaga marcan los acontecimientos suce dos en Ia distancia? Para m{ as horas son iguales, y se inn aestrellones sobre el mismo atardecer. En la tienda el gato me espera cada mafiana, cambia un poco su actitud segtin sean fos ayunos que le impone mi negligencia Pero su amo también ayuna. Porque hasta me olvido de comer, en la somnolencia de transcursos idénticos, en la inmovilidad exacta de co- sas que me rodean Bueno, esto debe tener algtin fin, O tal ver és es el fin. 158 xiv Peto, por desgracia habiase metido ‘entonces en un mal negocio.” Loti —Mi hermano Ives. ‘oy a decir con sinceridad mi caso: fo he explicado sin claridad porque yo mismo no lo comprendo. Todo sucede dentro de uno con movimien- tos y colores confusos, sin distinguirse, Mi tinica idea ha sido vengarme. Han sido largos dias en que esta idea comienza a despertar, a apar- {arse de las otras, viniendo, reviniendo como cosa natural e inaparta- ble. Y all, en el cftculo elegido del blanco se clava de repente callada- ‘mente la determinaci6n. Mi hombre contra nada huye o esté lejos. Conozco todos tos parade ‘0s de Florencio, os nombres, las profesiones, las ciudades y los eampos fen que cru26 el paso de mi antiguo camarada, El ataque lo he meditado detalle por detale, volviéndome loco de noche, revoleando esa accién desesperada que debe libertar mi espiritu. Como un tremenclo obsticulo en un camino necesario ese acto se ha puesto en mi existencia, y ese tiempo de desorientacign y de fatiga solo hace no més que aistaro, Frente a frente a un individuo odiado desde tas raices del ser, hablar con vor callada el padecimiento, y descifrar con lentitud Ia condena, no enumerar los dolores, las angustias del tiempo forzado, para que ellos no crezcan y debiliten la voluntad de obrar, estar atentos y segu- +05 al momento en que la bala rompa el pecho del otro, y de los dos aventureros que fuimos, quedarse muerto uno alli mismo, sobre las ta- bias de una casa vacfa, en el campo, en la ciudad, en Tos puertos, ten-

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