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UNIDAD I

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Aspectos generales y Causas

Hasta la primera mitad del siglo XVIII, el sistema de producción europeo estuvo fundamentado
en el trabajo artesanal, que se llevaba a cabo en el pequeño taller y en los núcleos familiares.

La Revolución Industrial significó un importante cambio, tanto cualitativo como cuantitativo en


las formas de producción. Estos cambios fueron posibles merced a una serie de inventos y
modificaciones tecnológicas que se hicieron sentir en toda Europa, pero, en especial, en Gran
Bretaña.

Sin lugar a dudas, la instalación de las primeras máquinas de vapor no trajeron ningún cambio
sustancial en los lineamientos políticos, pero a medida que la revolución fue desarrollándose y las
técnicas se perfeccionaron, la producción británica, en particular la textil, comenzó a aumentar, y ese
aumento se mantuvo constante y sin detenciones. Este aumento de la producción que no se vio
acompañado por la consiguiente expansión del mercado interno, que, por el contrario, tendía a
contraerse, determinó a corto plazo, una peligrosa saturación del mercado británico. La contracción
del mercado interno ante la aparición de la Revolución Industrial se explica con relativa facilidad si
tomamos en consideración que la implantación del telar mecánico significó que un buen número de
operarios fueran despedidos de los telares y quedaran sin ocupación; como corolario lógico de esto,
se sucedieron dos acontecimientos inevitables, los salarios experimentaron una marcada tendencia
a la disminución, como consecuencia de la excesiva oferta de mano de obra, al tiempo que quienes
habían quedado sin trabajo, veían su capacidad adquisitiva reducida prácticamente a cero. Esto llevó
a una reducción global y marcada de la capacidad adquisitiva general que se hizo visible en la
contracción del mercado interno.

Una de las exigencias que demandó la "moderna tecnología" es la imposibilidad práctica de


detener la fábrica; imposibilidad que, por otra parte, se mantiene aún hoy en día. Una vez tomado
determinado ritmo de producción, éste evidencia una tendencia lógica a mantenerse sin mayores
fluctuaciones normalmente. Retengamos por un momento este hecho.
Hemos comentado recién la contracción experimentada por el mercado interno inglés; al mismo
tiempo decíamos que el ritmo de las fábricas es constante. La suma de estos dos elementos será lo
que determine importantes cambios en la política exterior británica a partir de las postrimerías del
siglo XVIII y los inicios del XIX. Dos son los problemas básicos a resolver, ambos planteados a
consecuencia de la Revolución Industrial: mercados y materias primas.

La lógica necesidad de nuevos mercados que aparece como consecuencia del aumento de
la producción se ve agravada por una serie de circunstancias internacionales que complican la
situación inglesa: en primer lugar debe tomarse en cuenta que la independencia de las colonias de
América del Norte, significó un rudo golpe para la economía británica en cuanto le significaba la
pérdida de un mercado constante. En segundo término, España mantenía su actitud de impedir la
entrada británica en el comercio con Hispanoamérica, actitud que llevó a éstos a intentar abrirse
camino a la fuerza -intentos de invasión armada sobre el Río de la Plata, de 1806 y 1807- o por la
diplomacia -a partir de 1810. Sin embargo, y pese a su importancia, el mercado sudamericano no
era suficiente como para absorber toda la producción de la creciente industria. Finalmente, a partir
de 1806, Napoleón va a disponer la instauración del Bloqueo Continental, por el cual prácticamente
todos los puertos de Europa quedan cerrados a las manufacturas británicas, con lo que el peligro de
estrangulamiento económico se hace algo palpable y real.
El problema de las materias primas resultaba más sencillo de resolver, ya que para ello las colonias
de Asia y África le proporcionaban, a bajo costo, todo el material que pudiera hacer falta.

La revolución: aspectos internos.

El salto que significó la Revolución Industrial fue posible, como decíamos arriba, gracias a una
serie de cambios tecnológicos en la industria británica, la mayoría de los cuales son bien conocidos.
En las industrias textiles, sobre todo en la industria del algodón, la producción fue revolucionaria por
la invención de la lanzadera volante a principios de la década de 1730.

En los comienzos de la década de 1770, Richard Arkwright, funda una gran fábrica de
algodones, la cual se ha descripto como ¨probablemente la primera verdadera fábrica¨.

A fines del siglo, las industrias productoras y elaboradoras de metal también estaban
cambiando fundamentalmente, a causa del uso creciente del coque como combustible, para las
fundiciones de hierro, por el uso del método del crisol para la fabricación de acero y por el desarrollo
acelerado de la máquina herramienta.

Lo más interesante y difícil de saber es por qué solamente en la Gran Bretaña, y no antes del
siglo XVIII se efectuó el salto a un nuevo tipo de industria. La creciente disponibilidad que para
mediados de siglo había en la Gran Bretaña del capital derivado de una creciente productividad
agrícola, y, en menor grado, de un comercio creciente, tanto interno como con Europa y las colonias,
ciertamente lo explica en parte. Además, Inglaterra experimenta un cambio de actitud hacia la vida
económica: la posición del hombre de negocios británico se hace más agresiva y aventurera, al tiempo
que busca extender cada vez más sus actividades.

Otro factor que influyó en las condiciones de Gran Bretaña fue el mejoramiento de las vías de
comunicación, merced a la construcción de 5.000 kilómetros de canales navegables, a partir de 1750.
Todos estos cambios trajeron como consecuencia una fuerte expansión de bienes y materiales
básicos manufacturados, sobre todo textiles de algodón, carbón e hierro. La abundancia y la baratura
determinaron un gran aumento en las exportaciones británicas de manufacturas, especialmente de
las de algodón, aumento que se mantendría más o menos constante hasta la época napoleónica.

Una consecuencia importantísima de la aparición de las fábricas estuvo dada por la necesidad
antes mencionada de mantenerlas trabajando las 24 horas del día, lo que fue, a su vez, la causa de
la creación de los turnos rotativos de trabajo, y a la vez, motivó el agrupamiento de los obreros en las
cercanías de su lugar de trabajo en condiciones de vida sumamente deplorables.

Lo dicho no debe llamarnos a engaño respecto de la extensión del fenómeno que, si bien fue
de gran importancia, no hizo una aparición brusca, sino que se fue extendiendo paulatinamente, y
para fines del siglo XVIII, recién había llegado a algunos países de la Europa Continental; sirva de
ejemplo el hecho de que, cuando en 1770 Gran Bretaña tenía instaladas unas 200 fábricas que
hilaban algodón, Francia contaba sólo con 8.

Los establecimientos industriales de Europa Continental no eran en modo alguno lo que se


podían llamar fábricas modernas; solían utilizar mano de obra no libre, como criminales, huérfanos,
vagabundos y soldados en algunas oportunidades. Sin embargo, el método de producción típico en
la mayoría de las industrias europeas era el así llamado "sistema doméstico": se trataba básicamente
del reparto de la materia prima entre los diversos telares hogareños que la devolvían semielaborada
al fabricante, quien se encargaba de concluir con el trabajo. "... el sistema doméstico era uno de los
elementos más importantes en la vida económica de Europa. Empleaba, por lo menos sobre una
base de tiempo parcial, gran cantidad de gente, y en él una buena parte de la producción industrial
del continente. Aún más: a causa del grado de organización que exigía y de la inversión requerida
en capital, especialmente en existencia de materias primas, marcó un avance en perfeccionamiento
así como en escala, sobre la producción artesanal, que en gran parte había suplantado".

En el campo de la explotación de la energía, finalmente, las invenciones más innovadoras


fueron las referentes al uso del vapor. Desde comienzos de siglo, las máquinas de vapor se aplicaban
a las bombas para extraer el agua de las minas. Pero en 1775, James Watt ultimó una máquina de
vapor de múltiples usos que halló rápida aplicación en la industria textil, mecánica, metalúrgica y
alimenticia.
Muy pronto se pensó en utilizar la fuerza del vapor en los transportes, y así nacieron los primeros
buques de vapor. Todas estas invenciones se combinaban entre sí e influían sobre los demás
sectores de la producción.

Pero la Revolución Industrial no fue solamente un conjunto de importantes innovaciones


técnicas: tuvo también importantes consecuencias en el plano social y en el económico. Los nuevos
métodos suponían la necesaria separación entre la propiedad de los medios de producción y la fuerza
del trabajo. Ello comenzó a determinar la crisis de las clases de artesanos y la formación de un
proletariado incipiente a merced de los empresarios, por lo general mal pagado y obligado a horarios
de trabajo extenuantes. El uso de las máquinas introdujo la explotación de la mano de obra femenina
e infantil, eliminando la necesidad de la especialización. Las estructuras corporativas, que desde la
Edad Media encuadraron a los individuos de un mismo oficio, resultaron completamente inadecuadas
a las necesidades y características del trabajo industrial; por otra parte, quedaron superadas las
numerosas dificultades aduaneras que tradicionalmente obstaculizaban el intercambio de
mercaderías y limitaban los mercados.
El desplazamiento de la mano de obra desde el campo a las nuevas actividades productivas, originó
una afluencia masiva hacia las ciudades industriales y mineras. Ello agudizó en poco tiempo los
problemas relacionados con la Revolución Industrial: proletarización, urbanismo, ampliación de los
mercados y pugnas internas en las naciones.

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