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MERCANTILIZACION: se subordinan los bienes de la cultura a la lógica del valor del cambio.
Se genera crecimiento económico.
¿Podría pensarse una sociedad sin cultura? Claramente, la respuesta es no. La cultura
posibilita la integración de una sociedad. No se podría explicar el mantenimiento del orden
social si no fuera a partir del concepto de cultura.
Los padres de la sociología se han referido a alguno de sus componentes para explicar
cuestiones centrales tales como la solidaridad social, la cohesión, la anomia, la acción social
o la reproducción de la desigualdad.
En el caso de Durkheim (1989), nos hemos referido a elementos culturales cuando hablamos
del nivel de integración y regulación social que mantiene la cohesión social, según lo
planteado en la obra El suicidio. Coherentemente con esta mirada, el paradigma
funcionalista observa la cultura en su función de consolidar las pautas de conductas que son
necesarias para el mantenimiento de esta sociedad.
En el caso de Weber (2012), desarrollamos la explicación ofrecida por él mismo acerca del
espíritu del capitalismo y su relación con la esfera cultural religiosa, es decir, la ética
protestante. Debe resaltarse el papel atribuido por Weber a las ideas, los valores y las
creencias, como motor de cambio. A raíz de esto es que sus explicaciones de la modernidad
se refieren a una nueva forma de ver el mundo, ya no basada en los valores tradicionales,
sino en la racionalidad. Incluso, al explicar el poder y la dominación, Weber insiste en la
cultura como constructo explicativo, ya que, de acuerdo con su propuesta, son las creencias
las que legitiman el ejercicio del poder.
Durante el siglo XVIII la cultura estaba asociada a un ideal de vida colectiva. Desde esta
acepción, la cultura se constituía en ciertos rasgos histórico-sociales que caracterizaban a
una nación y garantizaban la identidad colectiva de los pueblos. En el transcurso del siglo
XVIII, la cultura se “autonomiza”, es decir, se desprende de sus funciones y se convierte en
un campo autónomo. Mientras que, en las sociedades preindustriales las actividades
culturales se desarrollaban como continuación de la vida cotidiana y tenían una función
específica –religiosa, práctica, ceremonial, etcétera–, en las sociedades modernas la cultura
aparece desligada de sus funciones, como un hecho per se.
Bourdieu (2010) intenta desmitificar la idea acerca de que el gusto es un acto individual. Se
propone comprender la relación entre lo económico y lo simbólico a partir de las relaciones
de clase, pero también tiene en cuenta otras formas de poder que contribuyen a la
diferenciación social. Es decir, no solo el nivel socioeconómico del individuo define la
diferenciación entre clases, sino también la escuela a la que asiste, los lugares donde
vacaciona, las cosas que consume, etcétera. La cultura es una dimensión propia de la
existencia humana que habrá de definir las preferencias de lo “propio” y la contraposición
con lo “ajeno”.
Según Bourdieu ningún gusto es un acto individual, ni existe la creación intelectual libre. No
existe la “genialidad” del artista o del escritor, sino que toda creación está relacionada a la
producción simbólica de una época histórica. Esto implica que los criterios que definen una
obra artística como buena o bella son finalmente sociales y dependen del momento
histórico y el espacio en el cual se desarrollan.
La estadística revela que el acceso a las obras culturales es el privilegio de la clase culta.
Dado que nada es más accesible que un museo y que los obstáculos económicos apreciables
en otros ámbitos son allí escasos, al parecer se justificaría invocar la desigualdad natural de
las “necesidades culturales”.
Bourdieu evidencia que en las clases menos instruidas hay una cierta resistencia, quizás
inspirada en un sentimiento de ineptitud o de incomodidad, a visitar museos, es decir,
lugares lejanos a su cotidianeidad. De esta manera, relaciona el gusto más con la disposición
del sujeto (que depende especialmente de la posición que ocupa) que con experiencias de
naturaleza individual
LA CODIFICACIÓN DE LA CULTURA
El objetivo de esta etapa era fijar y jerarquizar valores culturales. Así, se definen estratos,
igual que en el caso de las clases sociales, que de manera completamente jerárquica poseen
los bienes culturales considerados “válidos”.
La cultura se homologa con las bellas artes y representa el conjunto valorado como “de
buen gusto”, distinguido, legítimo, artístico. En un segundo nivel, se ubica la cultura
tolerada, es decir, las manifestaciones artísticas que aun sin considerarse elementos de
distinción se incorporan a la sociedad. Por último la cultura marginal incluye elementos no
tolerados o no incluidos bajo el rótulo de cultural.
LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA CULTURA
La segunda fase se da a partir de 1900, época en la cual se observa un esfuerzo por parte del
Estado para lograr el control y la gestión global de la cultura, para lo cual diseña
instituciones político-administrativas que le permitan unificar y centralizar la cultura. “en
esta fase se consolida la escuela liberal definida como educación nacional obligatoria y
gratuita; aparecen los ministerios de la cultura como nueva extensión de los aparatos de
Estado.
MERCANTILIZACIÓN DE LA CULTURA
En esta fase se observa la subordinación masiva de los bienes culturales a la lógica del valor
de cambio. La cultura se valora como factor de crecimiento económico y es convertida en
mercancía, es decir, se somete a la ley de maximización de beneficios.
Frase de Althusser : “La ideología representa la relación imaginaria de los individuos con sus
condiciones reales de existencia”.
Para Lenin, una cultura era superior a otra en la medida en que permitía una mayor
liberación de la servidumbre de la naturaleza. Su aporte fundamental consistió en plantear
la relación de dominación, que mencionamos anteriormente, en el terreno de la cultura.
Antonio Gramsci fue un pensador clave en la historia de la teoría marxista, porque fue uno
de los primeros que, en el marco de dicha corriente teórica, puso un fuerte acento en los
fenómenos ideales, sin dejar de lado el materialismo. Particularmente, se enfocó en la
superestructura, y observó los mecanismos por los cuales el capitalismo es legitimado. La
pregunta que Gramsci se hizo en el siglo XX fue ¿cómo opera la superestructura para
sostener el orden capitalista? Para dar respuesta a este interrogante, desarrolló dos
conceptos a los que llamó funciones de la superestructura: la sociedad política y la sociedad
civil. Según él, la sociedad política está constituida por el Estado, aunque no hace referencia
a los gobernantes, sino al Estado como fuerza, único autorizado a usar la violencia legítima
(ejército, policía, etc.). Gramsci entendía que, si la ley en una sociedad capitalista era el
reflejo de la estructura, de las relaciones entre privilegiados y no privilegiados, entonces el
Estado detentaba la violencia con el fin de mantener el orden capitalista establecido. Esta
acción del Estado fue llamada por Gramsci función de coerción. Desde la postura
gramsciana, la necesidad de detentar la violencia por parte del Estado da cuenta de la
injusticia del sistema capitalista.
El concepto de sociedad civil, Gramsci incluye los fenómenos puramente ideológicos que
tienen lugar en instituciones tales como las escuelas, las bibliotecas, iglesia, etcétera, y que
ejercen la función de consenso. Gramsci entiende que la lucha contra el capitalismo ya no
pasa por la lucha contra la sociedad política, sino con la sociedad civil. El logro de consenso
por parte de la sociedad civil posibilita la hegemonía, entendida como un vínculo de
dominación aceptada, como una concepción del mundo compartida, como una modalidad
de poder, como la capacidad de dirección basada en el consenso cultural. Cultura e
ideología configuran, entonces, el instrumento privilegiado de la hegemonía, por la cual una
clase social logra el reconocimiento de su concepción del mundo. La cultura entendida de
este modo posee una eficacia integradora y unificadora. Por esta vía, la cultura determina la
identidad colectiva de los actores histórico-sociales.
Gramsci toma el concepto de hegemonía del propio Lenin, pero lo explica en términos de
una especie de atracción que se da entre los intelectuales de las distintas clases y genera, de
este modo, un bloque ideológico. De esta forma, los intelectuales de las clases
fundamentales captan, mediante un proceso de transformismo, a los intelectuales que
representan a las clases subalternas. La posición de la clase subalterna o dominante
determina, según Gramsci, una gradación de niveles jerarquizados en el ámbito de la
cultura. Para Gramsci, la revolución se debe pensar a partir de la superestructura. Esta es la
diferencia fundamental con Marx.
Desde el punto de vista de Raymond Williams, el motor del cambio social está relacionado
con la acción orientada por valores. Se refiriere a la hegemonía en términos de “una cultura
en el más estricto sentido, pero también entendida como vívida dominación y subordinación
de clases particulares. Los modos de vida de las clases subalternas, son un aspecto decisivo
para entender las relaciones sociales. Por lo tanto, la comprensión de cualquier relación
social implica previamente la comprensión de la cultura en la cual tiene lugar. Esto nos
permite hablar de una sociología de la cultura.
Catherine Walsh, referente clave de esta perspectiva de pensamiento, se plantea por qué
resulta necesario hablar de la construcción o articulación de un campo y proyecto
intelectual denominado “estudios culturales”. La respuesta es que los ejes sobre los que se
sostiene este campo están vinculados a la necesidad de pensar la producción simbólica en
relación a la reproducción de las desigualdades. En torno a ello, los estudios culturales son
un espacio, un marco teórico, crítico, pero también político, para dicha reflexión.
Para sintetizar, diremos que el enfoque de los estudios culturales se caracteriza por:
El estructural constructivismo
En el caso del constructivismo social, considera que se caracteriza por tres rasgos
fundamentales:
Qué entiende Bourdieu por espacio social. El autor parte de su postura relacional y afirma
que existen espacios de interacción y diferenciación social a los cuales llama campo social.
Bourdieu define, entonces, que cada uno de los campos cuenta con dos elementos
constitutivos:
Se trata de ciertas propiedades que parecen inherentes a la persona misma del agente,
como la autoridad, el prestigio, la reputación, el crédito, la fama, la notoriedad, la
honorabilidad, el buen gusto, etcétera. Así entendido, el capital simbólico es el poder de
significar los objetos y las personas, no es más que el Capital Económico, Cultural o Social en
cuanto conocido y reconocido.
El habitus
El concepto de habitus, a diferencia del de hábito, puede considerarse como una totalidad
de acciones y disposiciones. Es la estructura hecha cuerpo y el cuerpo que recrea la
estructura.
Campo y habitus son dos de los elementos centrales de esta teoría, que denotan la
dimensión objetiva y subjetiva, respectivamente.
las cosas materiales llegan a ser importantes realmente para las personas –incluso al punto
de condicionar su acción– cuando se han convertido en ideas o creencias.
CULTURA es la organización social del sentido interiorizado por los sujetos y objetivado en
formas simbólicas, todo ello en contextos históricamente específicos y socialmente
estructurados.
socialización primaria y es trascendental para la constitución de la personalidad del
individuo.
Socialización primaria: es la primera que vive el sujeto como realidad objetiva. Durante su
niñez elabora la realidad presentada, así como los mediatizadores (es decir, los otros
significantes), y recrea el mundo que habrá de internalizar en su conciencia de manera
duradera.