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Hagan todo lo que Él les diga

Texto: Juan 2:1-12.

I. Jesús asiste a las bodas


Como decíamos, el texto nos habla de la celebración de una boda en un pueblo llamado Caná
de Galilea. ¿Por qué sería importante para nosotros algo tan trivial como una boda, en un pueblo
tan insignificante como este? Porque allí estaba Cristo, junto a su madre María y sus discípulos.

Como es evidente, los novios deben haber sido familiares o amigos de Jesús y de su madre María,
quien para ese entonces se cree que ya era viuda. Y aquí hay un detalle que es muy relevante y
que no podemos pasar por alto: que Jesús haya sido invitado significa que tenía vida social, que
conocía a personas no creyentes, que compartía con su familia, con sus vecinos, con conocidos.

II. El problema y la fe de María


Pero por alguna razón, ya sea porque hubo una negligencia en la organización, o algo que no se
previó y que debía preverse, o incluso porque faltó dinero, se produjo una urgencia terrible: se
había acabado el vino. Quizá podríamos compararlo hoy a que se acaben la comida y aún queden
invitados sin que se les haya servido su plato, o que se acabe la bebida a la mitad de la cena.

Por lo que dice el texto, todo indica que María no sólo estaba de invitada, sino que estaba
ayudando a servir, y probablemente tenía alguna responsabilidad en la fiesta, estaba encargada
de atender a los invitados, porque como vemos, ella podía disponer de los sirvientes. Esto nos
indica que lo más probable es que los novios fueran parientes de María.

Pero fijémonos que ella fue donde Jesús y no le dijo lo que tenía que hacer, simplemente se
limitó a señalarle el problema, le dijo “No tienen vino”, y esperó de Él un milagro con fe,
sabiendo que lo que Jesús dispusiera, lo que Él dijera que había que hacer, eso es precisamente
lo que tenía que ser hecho. Respetó la autoridad de Cristo, aunque era su mamá, y confió
plenamente en lo que Él podía hacer.

María tenía la convicción de que Jesús tenía la solución para este problema. Era un asunto
cotidiano, era un asunto trivial, pero Él es Señor no sólo de los asuntos muy espirituales o
elevados, sino que es Señor de todo, y mientras más veamos a Cristo en nuestro día a día, en los
aspectos que nos parecen más simples e insignificantes, más nos daremos cuenta que
dependemos de Él para todo, y en todas las cosas, y que también su gloria y su poder se
manifiestan en estas cosas cotidianas y que a nuestros ojos son simples.

En los problemas que nos parecen pequeños, nosotros tomamos las riendas y decimos “yo sé
hacer esto, yo lo resuelvo”. Cuando los problemas comienzan a crecer, llegando a ser bien
grandes, nos comenzamos a inquietar y decimos “me acuerdo de este plan A, y también tengo
este plan B”. Seguimos, entonces, confiando en nuestras soluciones. Pero tenemos al Señor
como una especie de paracaídas, por si todo lo demás falla. Ya cuando no encontramos ninguna
solución y estamos desesperados, recurrimos al Señor, pero rogando que ojalá nuestra solución
igual sea la que resulte.
Que el Señor nos ayude, para que en vez de eso tengamos esta fe sencilla de María, y
recordemos que separados de Cristo nada podemos hacer, que dependemos de Él para todo,
para absolutamente todo; y que además confiemos que es SU solución la que debe prevalecer
y ejecutarse, y que podamos ponernos a su disposición diciendo: “Señor, haré todo lo que tú me
digas”.
III. La respuesta de Jesús
La respuesta de Jesús nos puede parecer un poco áspera (v. 4). Pero en realidad no hay ninguna
falta de respeto ni menosprecio de parte de Jesús hacia su madre María. Otras versiones pueden
ayudarnos: “Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? —respondió Jesús-” (NVI).

Ahora, aunque Cristo pareció haber respondido de manera negativa, Él accedió a la petición que
María hizo con fe. Esto no sólo porque debía honrar a su madre, sino que también podemos ver
este tipo de respuestas de Jesús en otros lugares en la Escritura, donde el Señor parece negarse
a la petición, pero lo que está haciendo es dar espacio para que la fe se manifieste, para que se
muestre. Esto es lo que vemos, por ej., en el episodio de la mujer sirofenicia (Mr. 7:24-30), y en
la parábola de la viuda y el juez injusto (Lc. 18:1-8).

Esto en las Bodas de Caná no es porque Él no supiera lo que iba a ocurrir. Este fue su primer
milagro, según el mismo texto lo dice. El Señor sabe todas las cosas, y desde luego sabía cuándo
y cómo iba a ocurrir este primer milagro, un hito tan importante en su ministerio. Con esta forma
de responder simplemente nos está demostrando que Él se agrada de una fe que persevera, una
fe que se manifiesta y una fe que lucha, como la de Jacob. Una fe que demuestra la convicción
de que Él es poderoso, que puede responder sin problemas, que Él además está en control. Él
se agrada de esta fe, y a la vez nos enseña a nosotros a confiar más decididamente, a perseverar
en nuestros ruegos.

Por eso dice la Escritura: “sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a
Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan” (He. 11:6).

Y María tuvo esta fe que agrada al Señor, esta fe que persevera, y que se entrega total y
confiadamente, por lo que Jesús accedió a su ruego, transformó el agua en vino.
Cristo se compadeció de la necesidad de los novios, de este problema que pudiera parecer sin
importancia, y que para algunos pudiera ser profano o incluso pecaminoso. Lejos de eso, Cristo
se compadeció, tuvo misericordia, vio la necesidad de los novios y quiso satisfacerla, vio la fe de
su madre y quiso responder a ella.

Esto nos da una gran esperanza, porque si nuestro Señor tuvo misericordia de esta necesidad
cotidiana mientras estuvo aquí, en su estado de humillación, cuánto más se acordará de las
necesidades de su pueblo, estando Él en la gloria.
El agua se convirtió en vino, la boda pudo seguir desarrollándose, el novio fue librado de un gran
problema y una tremenda vergüenza, pero Jesús no se contentó simplemente con esto, sino que
el vino fue de tal calidad, que el novio fue honrado, él quedó bien ante el maestresala y sus
invitados.

En las bodas de Caná, Jesús tiene un puñado de discípulos, que con este milagro reafirmaron su
fe en Él. Pero sólo ellos, su madre y los sirvientes se enteraron de su conversión del agua en
vino. Él estaba recién comenzando su ministerio, y revelándose de forma gradual. Pero en las
bodas del Cordero, su gloria ya será completamente manifiesta, habrá una multitud cuya voz
será como grandes truenos, y que lo alabará y le dará gloria.

Llenémonos de esperanza y de fe con esta obra de Cristo, el Salvador que vino realmente a
habitar entre nosotros, a ser uno de nosotros, a vivir el día a día, y desde allí lograr nuestra
redención. Miremos a este Salvador compasivo, que tiene misericordia y que está atento a los
detalles incluso más pequeños de nuestra vida, y que es también pronto para derramar su gracia
y obrar en nuestro favor. Tengamos esa fe sencilla de María, y que podamos decir: “Señor, que
se haga todo lo que tú digas”.

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