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IV DOMINGO DE ADVIENTO – A

Monición de entrada

La Navidad está ya muy cerca. Y nosotros nos queremos preparar de todo corazón, para
que la venida de Jesús que vamos a celebrar transforme nuestras vidas.

Por esto es importante la eucaristía de este domingo que nos invita, en medio de estos
días de fiesta, a una alegría plenamente cristiana, una alegría enraizada en Jesucristo y
abierta a la buena noticia de salvación de Dios.

Corona de adviento: como José, como maría, nosotros esperamos con fe la venida de
Jesús, y ahora, en este último cirio de la corona. La luz de Jesús iluminará a toda
oscuridad, y hará de nosotros constructores de esperanza, de justicia, de fraternidad, de
fe.
HOMILIA -1

En este cuarto domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que precedieron el
nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de san José, el
prometido esposo de la Virgen María.

José y María vivían en Nazaret; aún no vivían juntos, porque el matrimonio no se había realizado
todavía. Mientras tanto, María, después de acoger el anuncio del Ángel, quedó embarazada por
obra del Espíritu Santo. Cuando José se dio cuenta del hecho, quedó desconcertado. El Evangelio
no explica cuáles fueron sus pensamientos, pero nos dice lo esencial: él busca cumplir la voluntad
de Dios y está preparado para la renuncia más radical. En lugar de defenderse y hacer valer sus
derechos, José elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice:
“Como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado” (1, 19).

Esta breve frase resume un verdadero drama interior, si pensamos en el amor que José tenía por
María. Pero también en esa circunstancia José quiere hacer la voluntad de Dios y decide,
seguramente con gran dolor, repudiar a María en privado. Hay que meditar estas palabras para
comprender cuál fue la prueba que José tuvo que afrontar los días anteriores al nacimiento de
Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abrahán, cuando Dios le pidió el hijo Isaac (cf.
Gn 22): renunciar a lo más precioso, a la persona más amada.

Pero, como en el caso de Abrahán, el Señor interviene: encontró la fe que buscaba y abre una vía
diversa, una vía de amor y de felicidad: “José le dice no temas acoger a María, tu mujer, porque
la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).

Este Evangelio nos muestra toda la grandeza del alma de san José. Él estaba siguiendo un buen
proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande. José era un
hombre que siempre dejaba espacio para escuchar la voz de Dios, profundamente sensible a su
secreto querer, un hombre atento a los mensajes que le llegaban desde lo profundo del corazón
y desde lo alto. No se obstinó en seguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le
envenenase el alma, sino que estuvo disponible para ponerse a disposición de la novedad que se
le presentaba de modo desconcertante. Y así, era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió
que el rencor le envenenase el alma. ¡Cuántas veces a nosotros el odio, la antipatía, el rencor nos
envenenan el alma! Y esto hace mal. No permitirlo jamás: él es un ejemplo de esto. Y así, José
llegó a ser aún más libre y grande. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra
plenamente a sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de renunciar a lo que es suyo, a la
posesión de la propia existencia, y esta plena disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos
interpelan y nos muestran el camino.
Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer
llena de gracia que tuvo la valentía de fiarse totalmente de la Palabra de Dios; José, el hombre fiel
y justo que prefirió creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano.
Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.
HOMILÍA 2

La lectura del profeta Isaías, que acabamos de escuchar es el culmen de todo lo que hemos venido
leyendo los domingos anteriores, con mucho tiempo de antelación, el profeta anuncia la Buena
Nueva: “La virgen está en cinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel que significa
Dios con nosotros”. No podemos pedir más, el Dios creador, el Dios todo poderoso se va a
hacerse uno como nosotros, donde está el miedo o el temor, a partir de ahora solo cabe la
fidelidad, el seguimiento y la confianza más absoluta. Dios no tiene ningún reparo en abajarse y
compartir todo lo nuestro, lo que somos y lo que tenemos.

Sin embargo, en algunos momentos de nuestra vida, recurrimos al Señor para presentarle
nuestras peticiones de ayuda, pero lo hacemos a menudo desde la desconfianza; en otras
ocasiones lo culpamos de nuestros fracasos, porque cuando algo va mal es porque él se ha
olvidado de nosotros. Hoy, a pocos días de la celebración de la Navidad, la Eucaristía nos plantea
una invitación a cuestionarnos si realmente confiamos en que nuestro Dios es un Dios que actúa
pensado en nosotros, o si nuestra aparente fe oculta en realidad una profunda desconfianza, por
ejemplo, cada vez que nos dirigimos al Señor desde el enfado porque no nos concede lo que le
rogamos con insistencia, cada que vez que nuestra vida se carga de angustia por el qué pasará
sin acordarnos de que para el Señor somos los más importantes, o cuando siempre olvidamos
abrir los ojos a la realidad, a lo que es nuestra vida de cada día, para descubrir en ella las huellas
del Señor caminando a nuestro lado, en todo lo que hacemos y en las personas con las que
convivimos. La primera lectura es, por tanto, una invitación a revisar nuestra forma de
relacionarnos con el Señor y por si descubrimos debajo de nuestra apariencia de personas de fe,
unas formas o ritos que esconden la desconfianza más absoluta.

El evangelio es la demostración de que Dios cumple siempre su promesa. Pueden pasar siglos,
generaciones y generaciones, pero el Señor no se olvida de lo que ha prometido. Y cumple aquella
promesa de estar cerca del hombre, tan cerca, que se hace uno de ellos. Y por eso, decide
encarnarse, aunque eso signifique hacer un auténtico milagro. ¿Cómo vivir angustiado sabiendo
que tenemos un Dios que está dispuesto a hacer tanto por nosotros?, ¿Cómo negar esa evidencia
de que Él siempre cumple lo que promete?, ¿Cómo sentirnos perdidos, si Él ya ha venido a
salvarnos?, son estas unas preguntas muy relacionadas con el Adviento, unas preguntas para
hacérnoslas en nuestro interior. En un mundo difícil, complicado, la luz va a volver a brillar, la
esperanza vuelve a renacer.

Otra de las sorpresas de la Palabra de Dios de este día es la figura de José. La lectura sólo dice
que era una persona buena: “José que era bueno y no quería denunciarla…”. ¡Qué cosa más
simple y a la vez que importante! Todos sabemos lo que significa que alguien sea conocido como
una persona buena. Tras esa afirmación se esconde toda una cantidad de virtudes: sencillez,
humildad, disponibilidad, entrega, cercanía, simpatía, quizá incluso algo simple, pero con una
simplicidad necesaria para poder vivir desde la confianza y para poder siempre tener un corazón
lleno de esperanza. Las figuras de María y José hablan bien de todo esto.

En nuestra vida tan cargada de cosas, y de proyectos, y en estos días tan ajetreados ante las
celebraciones navideñas, un poco de sencillez, tranquilidad y sosiego no nos viene mal.

Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer
llena de gracia que tuvo la valentía de fiarse totalmente de la Palabra de Dios; José, el hombre fiel
y justo que prefirió creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano.
Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.
HOMILIA 3

Con la Navidad, ya a las puertas, la misa de este cuarto domingo nos deberá ayudar a intensificar
la actitud de fe y de espera activa, preparando nuestro ánimo para celebrar las fiestas navideñas
no sólo en su dimensión humana y familiar sino, sobre todo, cristiana, atendiendo al gran
misterio que nos congrega en el templo. Los cantos, las lecturas y las oraciones invitan a ello.
Concretamente, en las lecturas aparecen dos personajes entrañables: la Virgen María y su esposo
José, que fueron las personas que mejor esperaron y celebraron la llegada de Dios a nuestra
historia humana.

El profeta Isaías en el pasaje evangélico de hoy nos da el nombre de ese Dios que quiere venir a
convivir con su pueblo. Se lo anuncia al rey Acaz, diciéndole que una mujer, una virgen, dará a
luz un hijo cuyo nombre será Dios-con-nosotros (esto es lo que significa en hebreo el nombre
Enmanuel). Es decir, que este nombre se convierte en la definición de la persona portadora del
mismo y que refleja toda la profundidad de la Encarnación de Dios y que nos llena a todos de
inmensa alegría. Ésta es la gran noticia que tuvo su realización ya hace dos mil veintidós años; y
por ello todos los cristianos nos disponemos a celebrar la Navidad, como Dios quiere.

Por otra parte, también san Pablo en le segunda lectura nos asegura que Cristo Jesús, en cuanto
hombre, ha nacido de la estirpe de David según la carne (Rom 1, 3). Y que viene para suscitar la
obediencia de la fe entre todos los gentiles…, entre los que os encontráis también vosotros…,
amados de Dios (Rom 1, 5-7).

Las lecturas de este domingo nos han hablado, muy especialmente de María, la madre en que se
cumplirá la profecía de Isaías: la virgen da a luz un hijo (Is 7, 14). Ella es la nueva Eva, a la que
alude el prefacio de este domingo; en él proclamaremos que “si del antiguo adversario nos vino
la ruina, del seno virginal de María, la hija de Sión, ha brotado para todo el género humano la
salvación y la paz”. El recuerdo de la Virgen-Madre es muy oportuno para que terminemos bien
el Adviento y celebramos con fe la Navidad. En estas fiestas miraremos a la Madre del Señor, nos
alegraremos con ella y aprenderemos a acoger al Salvador con fe y amor. “Amando al prójimo –
dice San Agustín- limpias tus ojos para ver a Dios” (In Jo., 17, 8).

Pero, además, hoy, junto con ella, encontramos a José, el humilde artesano, que nos da un ejemplo
de actitud abierta hacia Dios y sus planes. José no entiende del todo el papel que Dios le asigna
en la venida del Mesías. El evangelio nos ha contado sus dudas: no porque sospeche nada de
María; él conoce o, al menos, intuye el misterio y que el hijo que va a tener María es obra de Dios
y, humildemente, no queriendo usurpar una paternidad que ya sabe que es del Espíritu, quiere
retirarse. No comprende que él pueda caber en los planes de Dios. Será el ángel enviado por Dios
quien le asegure que sí cabe: él va a ser el esposo de María y esta condición certificará que el
Mesías era de la dinastía de David.
Por todo ello, haremos bien en recordar y valorar en estas fiestas la actitud de José y no sólo
acordándonos de él el día 19 de marzo o el primero de mayo, en la Fiesta del trabajo. En el
Adviento, en la Navidad y en la Epifanía José está muy presente. Junto con María, también él es
un modelo para nosotros, abierto a la Palabra de Dios y obediente a la misión que se le había
confiado.

Hermanos, pedimos al señor en este cuarto domingo de adviento que mantengamos alertas
nuestra fe en la oscuridad, porque ya está llegando Jesús, el Dios-con-nosotros.

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