Está en la página 1de 10

“Jesús, confiamos en Ti”

San José da tono a la cuaresma


1.-El Papa Benedicto XVI, un 18 de diciembre de 2005, llegó a decir “dejémonos invadir por el
silencio de San José”. Estamos tan acostumbrados a vivir asediados por el ruido que, aunque nos
parezca mentira, nos resultaría imposible ya vivir sin él. Pero ¿qué ocurre? El ruido nos impide
escuchar o percibir las grandes verdades de la vida; el paso de Dios por las calles en las que
caminamos; el soplo del Espíritu que habla suavemente en toda persona que desee vivir como
Dios manda.
Al festejar a San José, y junto con Él su silencio, llegamos a la conclusión de que su
disponibilidad y obediencia o la ausencia de sus palabras en el Evangelio es, todo ello, un gran
tesoro para nuestra Iglesia.
-Nos enseña San José a ser grandes desde la pequeñez (como María).
-Nos invita San José a confiar en el Creador aunque aparentemente las cosas nos vayan en
contra.
-Nos induce San José a ponernos en camino apoyados en el cayado de la esperanza.
Sólo desde el silencio, con el silencio y en el silencio podremos llegar a comprender, vivir y
sentir la presencia del Señor tal y cómo José la abrigó en propias carnes. Su silencio, el silencio
de San José, es para nosotros una joya, un modelo, una respuesta a nuestra fe. ¿Confías en Dios?
¡Guarda silencio! ¡Calla! ¡Olvídate de ti mismo y piensa más en los demás!
¿Quieres, como San José, conocer y amar más a Dios? ¡Abre un poco menos los labios y abre un
poco más los oídos!
2.- Una segunda pincelada de este día dedicado al Patriarca de la Iglesia nos viene dada desde las
líneas maestras que nos brinda su figura.
Su constancia, aun sin ser agradecida, es modelo para la Iglesia que se enfrenta a una Nueva
Evangelización. ¿Cómo llevarla a cabo? Ni más ni menos que con aquella dinámica que San José
aportó a los inicios del cristianismo: confiar en la gran Verdad que es Dios. Poner a Dios en el
corazón de cada uno de nosotros.
Su obediencia, probada y continua, es un referente para todos los que somos cristianos. ¿Amas a
Dios sobre todas las cosas? ¿Le entregas incluso aquello que más quieres? San José, desde su ser
obediente, nos empuja a lanzarnos sin ruido, pero sin temblor en la aventura de la fe.
3.- Su responsabilidad en la casa de Nazaret nos exige también, como he dicho al principio,
rezar, cuidar y potenciar las vocaciones. Él, mejor que nadie, nos puede dar las pistas para ir en
la dirección adecuada: acompañamiento, compromiso, convencimiento, oración y abnegación.
Paso que, para llevarlos a cabo, exigen sacrificio y esfuerzo por parte de todos (padres,
sacerdotes, catequistas o religiosas).

San José, hombre de fe y vocación de servicio


1.- San José nació para servir silenciosamente. En los
evangelios no encontramos ni una sola palabra dicha por San
José. Sin embargo, se nos dice que San José, obedeciendo al
ángel, protegió a María contra los que hubieran podido
lapidarla, al encontrarla embarazada antes de convivir con su
esposo. También protegió al Niño, huyendo a Egipto para
librarlo de Herodes. San José no pensó en sí mismo, ni
reaccionó con orgullo herido, cuando comprobó que su
prometida estaba embarazada. Sólo pensó en el bien de María
y en defenderla contra sus posibles acusadores. Tampoco se
preocupó de sí mismo, ni en las muchas dificultades del viaje,
cuando el ángel le dijo que huyera a Egipto. Por lo poco que
sabemos de San José, podemos deducir que fue una persona
siempre al servicio de los demás, callada y silenciosamente.
Es esta una virtud grande y difícil de practicar, porque a
todos nosotros nos gusta pregonar nuestras buenas acciones.
Espontáneamente, pensamos primero en nosotros mismos, antes que en los demás. Y nos gusta
que los demás conozcan y valoren las cosas buenas que nosotros hacemos. Estas virtudes de
humildad y vocación de servicio que tuvo San José son virtudes que nosotros debemos imitar y
pedirle a Dios que nos las conceda. Es una buena oración que podemos hacer hoy, en la fiesta de
San José.
2.- San José fue un hombre de fe. Hacía falta mucha fe para no creer lo que estaba viendo: que
su prometida, embarazada, le había sido infiel. Él creía en María, porque la amaba
apasionadamente, y creía en Dios, porque era su único Señor. Veía que María estaba
embarazada, pero su fe en María le decía que ella no podía ser culpable de nada; sabía que Dios
castigaba a las adúlteras, porque así lo decía la Ley, pero su amor a Dios le decía que Dios no
podía castigar a María, porque esta siempre había querido ser una humilde esclava del Señor. Él
creía firmemente que María le había sido fiel, porque sabía que María era fiel al Señor. Y actuó
movido por la fe, consolado e iluminado por el ángel. Creyó interiormente, a pesar de todas las
apariencias exteriores. No nos es fácil hoy a nosotros, hijos de la ciencia y de la experiencia,
creer en las maravillas de Dios. Creer hoy para nosotros supone un profundo acto interior de fe,
porque son muchos los que nos dicen que no es posible ver a Dios, con los solos ojos de la
ciencia, en el universo. Tenemos que creer con los ojos del alma lo que no podemos ver con los
ojos del cuerpo y eso supone un gran acto de fe. Que San José nos ayude en este día a ser
personas de profunda fe.
3.- Dios confía en el hombre, a pesar de nuestra fragilidad. El Señor confía y valora las
capacidades humanas, los deseos sinceros de amar de José, de serle fiel. José que no defraudó a
Quien había depositado en él su confianza. Jesús recibió de modo especial hasta su madurez los
cuidados de José. El que era su padre ante la ley le transmitió su lengua, su cultura, su oficio…
La confianza que Dios deposita en José pone de manifiesto hasta qué punto Dios valora al
hombre. Somos ciertamente muy poca cosa, nos cuesta reconocerlo, al contemplar la fragilidad e
imperfección humanas. Sin embargo, Dios no sólo ha tomado nuestra carne naciendo de una
mujer, sino que se dejó cuidar en todo en su primera infancia por unos padres humanos; y luego,
algo mayor, aprendió quizá sobre todo de su padre, José, las costumbres y tradiciones propias de
su región, de su país, de su culto.
4.- José confía en María. La casa de José y María fue la escuela de valores donde Jesús creció
en “edad, sabiduría y gracia”. Jesús aprendió de José de modo especial el oficio y así era
conocido como el hijo del carpintero. Pero para entonces, cuando Jesús comenzó a ser conocido
en Israel, muy posiblemente José habría fallecido. Las narraciones evangélicas no lo mencionan
durante la vida pública del Señor. En su infancia, sin embargo, y antes incluso de su nacimiento,
sí que nos hablan de José y de su fidelidad. Estando desposado con la Virgen María y
comprendiendo que Ella esperaba un hijo sin que hubieran convivido, como era justo y no quería
exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Así manifiesta su virtud: decidió retirarse del
misterio de la Encarnación sin ofender a María y fue necesario que un ángel le dijera: José, hijo
de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo
de sus pecados.
5.- Nosotros confiamos en José. Es justo y cumple su misión calladamente. Como dice el
evangelista, Dios puede contar con él. No se escandaliza de la concepción milagrosa de María,
sino que se dispone, por el contrario, a hacer como el ángel le indica: al despertarse José hizo
como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa. Y, sin que la hubiera conocido,
dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús. Y así comienza su misión de padre del
Redentor según el plan divino.
En su clásico espiritual de 1931, La verdad sobre San José, el P. Maurice Meschler hace esta
observación:
Era la sombra del Padre celestial, no solo en el sentido de que era el representante visible del
Padre eterno con respecto a Jesús, sino que, bajo el pretexto de una paternidad natural, ocultaba
la divinidad del Hijo”.
«De acuerdo entonces con su vocación, San José es en esencia una sombra que, como una
sombra ordinaria que pasa silenciosamente sobre la tierra y cubre todo lo que encuentra, oculta a
su Hijo, Jesús, e incluso oculta las maravillas de su esposa, María, su virginidad y maternidad
divina. El santo se arroja en alma y corazón a esta vocación única de colocar el manto de la
oscuridad, sobre todo, y no niega esta vocación durante toda su vida, ni siquiera con una sola
palabra».
San José escondió al Dios encarnado en su casita en el pueblo de Nazaret sobre un paso elevado.
Para sus amigos y vecinos, la Sagrada Familia era feliz pero no extraordinaria. La joven y bella
esposa de José era amable y obediente, y su hijo era amable por naturaleza y muy trabajador.
Veían a José y a Jesús en su taller de carpintería mientras su padre les enseñaba su oficio,
preparándolo para la vida nada excepcional de un judío de clase trabajadora viviendo en los
márgenes del Imperio Romano.
Pero en su casa, sentado a la cabecera de la mesa – frotándose las manos llenas de callos,
sacudiendo aserrín de su túnica – San José pasaba horas viendo a Nuestra Señora criar al Niño
Jesús, bañarlo, y cantarle para dormir. Tomaría los pequeños pies del Bebé entre sus manos
ásperas y fuertes, y besaría los dedos de sus pies, como hacen los padres: esos pies que, solo unas
pocas décadas más tarde, tendrían las sagradas heridas que redimen a la humanidad.
Siendo un hombre pobre, habría días en que José saldría sin comer para asegurarse de que su hijo
tuviera suficiente para comer. Llevaría sus sandalias con listones para que su esposa pudiera
vestirse con dignidad y modestia. Como todos los padres y esposos, se esforzó por darle a su
familia un buen hogar; en la fiel ejecución de estos simples deberes, se convirtió en uno de los
grandes protagonistas de la epopeya de nuestra salvación.
Nuestro Señor y Nuestra Señora fueron el tesoro secreto de San José. Por su devoción y amor
abnegado, se le permitió pasar sus años de vida adorando a Cristo y a su Virgen Madre en la paz
de su propio hogar, y por el trabajo de su simple oficio. Su pobreza y oscuridad le trajeron mayor
alegría que todas las riquezas de Herodes, y más poder que todas las legiones de César.
Preguntas de reflexión:

• San José nos enseña a presentar toda nuestra vida a Dios para que podamos descubrir qué es lo
que nos pide en las contrariedades y dificultades que nos encontramos. ¿Vivo mis dificultades
como una llamada de Dios a buscar en él nuestro apoyo y a servirlo?

• ¿Cómo es el tiempo que le dedico al encuentro con Dios?

• San José nos enseña a vivir nuestra afectividad y nuestra sexualidad buscando el amor y la
voluntad de Dios. ¿Cómo estoy viviendo estos aspectos que van en relación con mi voto de
castidad?
• ¿Afrontamos los problemas que hay en nuestra casa con generosidad, colaborando todos juntos
para resolverlos?
¿Soy responsable y cuidadosa en mi labor cotidiana, en la casa, en los estudios, en mi
comunidad? ¿Intento tener rectitud de intención en todas mis acciones?

• ¿Busco cultivar en mi vida sentimientos de humildad, alejándome del orgullo de creerme mejor
que otros?
 Según lo reflexionado en la lectura y la oración de este retiro¿Qué propósito de cuaresma me
invita San José a vivir para este año como Sierva del Señor de la Misericordia?
II Domingo de Cuaresma ciclo C – 13 Marzo de 2022

La Transfiguración de Jesús:
Con la mirada puesta en la meta del camino y a la escucha
del Maestro
Introducción
El Evangelio nos invita, pues, a entrar en este diálogo en el que se escruta atentamente el sentido
del sufrimiento, de la debilidad y de la pobreza que salvan por el misterioso camino del “Hijo” a
quien el Padre nos pide “escuchar”, que es lo mismo que “seguir”.

1. Leamos Lucas 9,28b-36


Profundicemos…
2. Análisis de los puntos más relevantes del texto
2.1. Una asombrosa experiencia de oración (9,28)
“Subió al monte a orar”. El evangelista Lucas, quien siempre presenta a Jesús orando en los
momentos cumbre de su ministerio (ver en el Bautismo, 3,21; en la elección de los Doce, 6,12;
en la confesión de fe de Pedro, 9,18; en la víspera de la Pasión, 22,39-46), ambienta la escena de
la transfiguración en una experiencia de oración. Al interior de relación de Jesús con su Padre
hay una comunicación intensa de la cual no conocemos las palabras sino el efecto transformador
que tiene en él.
“Tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago”... a parte central del relato se concentra en lo que los
discípulos vieron y oyeron en la montaña.
Ellos son tomados intencionalmente por Jesús para ser asociados en el acontecimiento. El verbo
griego que se traduce por “tomar consigo” no se refiere a una invitación simplemente para
acompañarlo sino para participar. Estos:
- Son los mismos discípulos que han sido testigos del poder de la Palabra de Jesús el
primer día de su vocación en el lago que no les daba peces (ver 5,10-11).
- Son los mismos que han sido testigos de su poder de la Palabra de Jesús que le retorna el
espíritu a la niña muerta (ver 8,51).
- Son los mismos que, junto con toda la comunidad de discípulos, habían escuchado ocho
días antes una nueva Palabra de Jesús, pero esta vez sobre su propio rechazo y sobre el
seguimiento con la cruz a cuestas (ver 9,22-25); una palabra dura y difícil de aceptar, que
no se sabe si tomarla en serio (ver 9,26). Dentro de poco, apenas comience la subida a
Jerusalén, Santiago y Juan demostrarán que no están dispuestos a aceptar rechazos (ver
9,53-54).
Subir “a la montaña” es entrar a un espacio de revelación (Moisés y Elías recibieron la
revelación en la “montaña”). Estos son los discípulos a quienes se les va a revelar lo más
profundo del misterio de Jesús que en la segunda etapa de su formación no consiguen
comprender. Ahora son invitados a captarlo participando de esta oración transfiguradora de
Jesús.
2.2. Los discípulos y la visión de la gloria de Jesús y de los profetas sufrientes (9,29-32)
(1) Una oración transformante
Lucas habla de un “cambio de aspecto en el rostro” de Jesús, y más delante de “su gloria”. Estos
términos evocan el relato del Sinaí, en el que Moisés fue “glorificado”. El evangelista deja
entender que este “cambio” en el aspecto de Jesús es obra de Dios (literalmente: “él fue
transformado”; un verbo en pasivo que indica que el agente es Dios).
Como acabamos de decir, el hecho nos remite a lo que sucedió en la experiencia de oración de
Moisés en el Monte Sinaí: “Su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con él
(Yahveh)” (Éxodo 34,29; a lo mismo se refiere Pablo en 2ªCorintios 3,7.13); “Los israelitas
veían entonces que el rostro de Moisés irradiaba” (Éxodo 34,35). La irradiación es de la “gloria”
de Dios que Moisés ha contemplado en la montaña (ver Éxodo 33,18-23).
(2) La presencia de Moisés y Elías
Al decir que también Moisés y Elías “aparecían en gloria” (o sea, procedentes del cielo), así
como Jesús, el cuadro queda completo. En las Escrituras, Moisés y Elías no son como el común
de los mortales: Elías ha sido arrebatado sobre un carro de fuego (ver 2 Reyes 2,11) y Moisés fue
enterrado en lugar desconocido, probablemente hasta por Dios mismo (Deuteronomio 34,6; una
antigua tradición judía habla de la “asunción de Moisés”). Moisés y Elías representan la “Ley y
los Profetas”.
Vistos como personajes decisivos dentro de la historia del pueblo de Dios, Moisés y Elías
tuvieron algo en común: el servicio al pueblo –obedeciendo el envío del Señor- les costó mucho
sufrimiento:
- En el diálogo con Jesús en este relato, ellos son testigos de lo que vivieron en carne propia, esto
es, tanto Moisés como Elías fueron profetas rechazados, su misión casi les costó la vida.
- Fueron servidores de los caminos de Dios aún en medio de la testarudez de un pueblo que en
más de una ocasión se vino en contra ellos; pero su sufrimiento valió la pena: su camino entero
ahora es modelo de la gloria que emerge de dentro del dolor cuando éste es vivido en función de
los demás, rompiéndose interiormente al servicio de la obra salvífica de Dios en el mundo.
Moisés y Elías al lado de Jesús que está a punto de comenzar el camino decisivo, ellos mismos
ahora “en gloria”, pueden dar testimonio de que efectivamente por ese camino se llega a la
plenitud de la vida.
(3) Una comprensión del camino de la pasión y muerte de Jesús
El tema de conversación Moisés y Elías con Jesús es “la partida que iba a cumplir en Jerusalén”
(v.31b). Notamos que la muerte de Jesús está siendo interpretada como la realización plena del
camino salvífico de Dios con su pueblo, cuyo primer paradigma fue la “salida” liberadora del
pueblo de Israel de su opresión en Egipto. Detrás de todo están las antiguas promesas bíblicas:
Jesús es el cumplimiento de estas esperanzas, la encarnación de las fieles promesas de Dios a su
pueblo.
El movimiento de “salida” de Jesús a través de la Pasión es fuerte. Contemplándola bajo este
prisma, no se puede dejar de notar que su pasión es una “salida” total de sí mismo en un amor
que perdona. En la cruz Jesús se rompe completamente por los demás (interior y exteriormente),
yendo más lejos que Moisés y Elías. Por tanto, la suya no es una muerte como tantas otras. Su
“salida” hacia el Padre, por medio de la Pasión, será en adelante el punto de referencia definitivo
de toda experiencia pascual y de todo camino humano.
Esto lleva a entender que el sufrimiento y la muerte de Jesús no son un absurdo sino un “paso”
necesario (“El Hijo del hombre debe sufrir mucho...”; 9,22). No es solo la oposición mortal de
los adversarios sino ante todo la fidelidad a la voluntad de Dios lo que conducirá a la
“necesidad” de la Cruz. En consecuencia, al contemplar la Cruz de Cristo no hay que quedarse
únicamente con el aspecto oscuro del sufrimiento, sea visto como gran tragedia o sea como algo
que simplemente se soporta.
(4) El sueño: ¿Están los discípulos en condiciones para acompañarlo?
El evangelista hace una anotación: “Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero
permanecían despiertos” (v.32). La sensación de sueño que tienen Pedro y sus compañeros, que
nos reenvía al sueño de los discípulos durante la oración y agonía de Jesús del Getsemaní (ver
22,45-46), describe la dificultad para acompañar a Jesús en su camino hasta las últimas
consecuencias. Aunque “ven” la gloria de Jesús hay una pesadez interna que no les permite
ponerse a la altura de los acontecimientos.
La situación descrita no es negativa sino ante todo el señalamiento del punto de partida del
bellísimo itinerario pedagógico que conducirá Jesús con ellos hasta cuando les abra los ojos a la
revelación total en el día pascual (como le sucede a los discípulos de Emaús: 24,16.31).
De esta forma, entre este momento de la transfiguración y el de la apertura de los ojos ante el
Jesús glorioso pascual, el evangelio traza un arco que tensiona el proceso de maduración
espiritual de los discípulos, despejando poco a poco el escándalo de la cruz y revelando el
sentido que los llenará de alegría total.
(5) La propuesta de Pedro
Probablemente Pedro está suponiendo que ya llegaron a la meta y que, en consecuencia, habría
que erigir en la tierra unas tiendas (habitaciones) similares a las del cielo, de manera que los tres,
ya en el ámbito de la divinidad, puedan prolongar su estadía gloriosa en la tierra. Pero resulta que
él no se ha dado cuenta de que la gloria todavía no ha llegado definitivamente, que hay que
acompañar hasta el final el “cumplimiento” del “éxodo” de Jesús en Jerusalén. Una prueba más
de la incapacidad de los discípulos para entender por sí mismos el camino de sufrimiento del
Maestro que culminará en la gloria.
(6) La propuesta de Dios Padre
La formación de la nube que “los cubrió con su sombra” (v.34b; expresión que nos remite a la
escena de la anunciación de María: Lc 1,35), evoca la divina presencia que llenó con su gloria la
tienda del encuentro (la “shekiná”, ver Éxodo 40,29).
Con esto se están señalando dos cosas:
- No hay necesidad de la tienda que Pedro quiere hacer, porque Dios mismo es quien la hace al
cubrir con la nube la montaña.
- Es el Padre, en última instancia, quien conduce a la gloria y quien invita ahora a los discípulos
a entrar también en ella. Recordemos que la transfiguración de Jesús es obra de Él.
“Al entrar en la nube, se llenaron de temor” (v.34c). Hay un momento de silencio reverencial, de
apertura al misterio.
Entonces aparece un nuevo elemento de la manifestación de Dios: “Vino una voz desde la nube,
que decía: „Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” (v.35). Los términos nos recuerdan la
escena del bautismo de Jesús (ver Lc 3,21-22). Pero notemos que ahora estas palabras no están
dirigidas a Jesús sino a los discípulos indicándoles:
(1) Que Jesús es el “Hijo”, el “Elegido” (título característico del Mesías; ver Isaías 42,1).
(2) Que a Jesús hay que “escucharlo”. En Deuteronomio 18,15-18 se habla de un profeta como
Moisés, enviado como profeta definitivo, a quien hay que “escuchar” (ver también Hechos 3,22
y 7,37). Pero Jesús es más que este profeta, es el “Hijo” por medio del cual se da a conocer a sí
mismo y realiza el camino de la salvación.
2.3 Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:
¿Qué relación tiene la transfiguración con la experiencia de oración de Jesús?
¿Cómo se comprende la vida y la misión de Jesús a partir del diálogo que sostiene con Moisés y
Elías?
Observe todos los verbos relacionados con los discípulos: ¿Qué hacen los discípulos a lo largo de
este relato? ¿Qué me enseñan?
Vivimos y somos testigos de muchas experiencias de sufrimiento a las que no les vemos sentido.
¿Qué me dice la frase: la gloria emerge desde dentro del sufrimiento cuando éste es vivido en
sintonía con la cruz, esto es, ¿en función de los demás?
¿Cómo voy a poner en práctica durante esta cuaresma el mandato de Dios Padre: “Escuchad” a
mi Hijo?
P. Fidel Oñoro, CJM
Centro Bíblico del CELAM
“Jesús, confiamos en Ti”

<<San José da tono a la Cuaresma>>


Retiro del Mes de Marzo
Casa general

Horario:
7:00 a.m. Rezo de Laudes

8:00 a.m. Eucaristía

9:10 a.m. Desayuno

10:15 a.m. Lectio divina

11:15 a.m. Reflexión personal

12:30 p.m. Adoración con el


Santísimo

1:30 p.m. Compartir frutos de la


reflexión

2:00 p.m. Comida


Material: Biblia y Cuaderno.

También podría gustarte