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Guía para la celebración de las

POSADAS
PARTE 2

Parroquia Nuestra Señora de Candelaria Montúfar


San Juan Sacatepéquez / Arquidiócesis de Santiago de Guatemala

El presente material está destinado a acompañar, animar y fortalecer la fe en este


tiempo hermoso de esperanza, en el cual, hacemos camino junto con San José y la
Santísima Virgen, para prepáranos como Iglesia a la celebración de la Navidad.
Para ello, conviene que reflexionemos en las bellísimas páginas de la Sagrada
Escritura, que nos presentan el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios con todo
lo que implicó tan gran acontecimiento universal: El Divino Verbo, Jesús, el Hijo de
Dios, sin dejar de ser Dios, asumió nuestra naturaleza humana y nació hombre, para
mostrarnos a los hombres, el cómo ser hombres. Que estos días de adviento se
acreciente en nosotros la conversión, la paz, la unión, el amor, la esperanza y la fe.

P. Luis Alfonso Ayala Mazariegos


Diciembre de 2022.
1
OCTAVA POSADA: El Cántico de Zacarías
+Del Santo Evangelio según San Lucas (1, 64. 67-79)

En aquel momento Zacarías recobró el habla, se soltó su lengua y hablaba


bendiciendo a Dios. Él quedó lleno del Espíritu Santo y profetizó diciendo:

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo,


suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos Profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos


y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,


le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,


nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar
a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Reflexión

Conmueve la emoción de Zacarías al decir estas palabras. La incredulidad había


cerrado la boca, pero en su interior se iban reflexionado palabras proféticas. La
meditación silenciosa y la luz de Dios iban haciendo que el depósito fuese cada vez
más pleno, hasta que fueron abiertos los labios y brotó en abundancia su palabra,
que era ya palabra de Dios. Guardó silencio unos meses, para purificar así su
lengua a fin de que cuando volviera a hablar de nuevo, pudiera transmitir lo que el
Espíritu Santo quería comunicar.

¿Cuántas veces deberíamos también nosotros aprender a guardar silencio? El


silencio es sagrado y en él se comunica Dios. El silencio nos detiene de caer en la
imprudencia, nos advierte del “sin sentido” de las palabras nuestras, para dar lugar
a la Palabra de Dios.

2
La primera parte de este himno es una gran acción de gracias en que se
entremezclan las palabras de la Sagrada Escritura con el pensamiento de Isaías.
De hecho se puede entrever en ellas las palabras de los salmos 41, 72, 105, 106,
110,18, 132; así como primera de Samuel 2,10 y Génesis 17,7. Es lógico que fuese
así. Da gracias por el feliz cumplimiento de las promesas hechas a los Patriarcas y
a los Profetas. Agradece la salvación al librar del poder de los enemigos, el
cumplimiento de la alianza de Abrahán. Y se goza que puedan adorar a Dios y
servirle con santidad y justicia verdadera.

Después se dirige a su hijo, el pequeño Juan. La escena debió ser emocionante.


Quizá lo tomó en brazos y poniéndolo en alto delante de todos los presentes le
dirigió aquella profecía, repitiendo con otras palabras lo que el ángel le había
predicho que haría aquel niño.

Ya no hay dudas en Zacarías, su fe ya es de otro nivel. Nadie puede decir lo que


hará un niño cuando nace. Pero Zacarías es muy consciente de que este niño tiene
una vocación, una llamada muy especial de Dios. La vocación del niño es muy
distinta de la de Zacarías y de Isabel, pero Dios no pide lo mismo a todas las
personas. Zacarías sabe ya el sentido de su esterilidad, de su sacerdocio ritual, de
su honradez. Todo estaba dirigido a ser el padre del Precursor del Mesías. Y se
alegraba ante las maravillas que obrará Dios a través de su pequeño Juan: mostrar
la salvación, al Cordero de Dios para el perdón de los pecados, y preparar los
caminos del Señor. Alegra ver como entre los primeros discípulos de Jesús muchos
han sido formados por el hijo de Zacarías. Dios utiliza para sus planes incluso la
poca fe de los hombres. ¿Cómo sería el mundo y la historia si los hombres tuviesen
mucha más fe?

“Fe” es una palabra cotidiana que las personas asocian fácilmente al mundo
religioso. Sin embargo, no muchos podrían definirla con certeza. ¿Cómo define la
Biblia este concepto? ¿Realmente funciona tener fe? El autor del libro de los
Hebreos la describe como «la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que
no se ve» (Hebreos 11, 1). Fe es confiar en que lo que Dios dice, hace y hará. Fe
es esperar en Dios y someter la propia voluntad a la voluntad de Dios. Quizá este
Adviento, la principal llamada de Dios para nuestra vida sea a tener verdadera fe en
Él. A confiar más en Dios y a buscarlo de corazón como realmente debe de ser.
Para ello, también a nosotros se nos invita, en medio del ruido que esta época nos
ofrece, a hacer silencio para escuchar mejor a Dios hablándonos al corazón.

OREMOS: Poderoso y Eterno Dios, danos el aumento de la fe, de la esperanza y


de la caridad; y, para que obtengamos lo que prometes, haz que amemos lo que
mandas; mediante Jesucristo nuestro Señor. Amén.

(Puede rezarse el santo Rosario).

3
NOVENA POSADA: El camino a Belén
+Del Santo Evangelio según San Lucas (2, 1-5)

Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se
empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo
gobernador de Siria Quirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad.
Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de
David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para
empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.
-Palabra del Señor
-Gloria a ti, S eñor Jesús.
Reflexión

El viaje a Belén no debe haber sido fácil para José y María. La llegada del Niño
estaba cerca y el camino desde Nazaret era largo y pesado. Sin embargo, la alegría
reinaba en sus corazones y no había ningún obstáculo, por grande que pareciera,
que ellos no pudieran superar con la gracia de Dios. Sus miradas se cruzarían con
las de muchas personas y algunos de ellos podrían ver más allá, más profundo
algunos, incluso, podrían ver muy dentro de sus corazones y allí encontrarían la
sonrisa de Dios, sonriéndoles y anunciándoles que algo grande y maravilloso estaba
por acontecer.

Nuestra vida es como el camino a Belén. Encontraremos muchas pruebas y


dificultades, se pondrá escabroso y empinado en algunas partes, mientras que en
otras será llano y llevadero, pero sin importar la condición del sendero, tenemos que
recorrerlo completo, con gozo y alegría como María y José, llevando la sonrisa de
Dios a todas las personas que se crucen en nuestro camino y anunciándoles la
Buena Nueva de Jesús.

Que estos días de Adviento nos ayuden a abrirnos más y más a la gracia de Dios,
para limpiar el establo de nuestro interior y preparar el pesebre de nuestro corazón,
y así, cuando finalmente llegue Jesús, lo encuentre preparado, limpio y calientito
para acogerle y que ÉL pueda poner en nosotros su morada.

En este camino a Belén que hemos iniciado ya con Santa María y San José,
hagamos nuestras las palabras del salmo 121: “Vayamos con alegría al encuentro
del Señor. ¡Qué alegría sentí cuando me dijeron: Vayamos a la casa del Señor!”.

El corazón debe llenarse de gozo al saber que nuestro Salvador viene a nosotros.
¡Esa es la Buena Nueva! Y cuando recibimos una buena noticia, la queremos
comunicar; cuando recibimos un gran regalo, lo queremos compartir. ¿Con quién?
Con quien más queremos.

4
El camino a Belén no tiene
necesariamente que recorrerse solo.
Cada persona debe hacer una elección
por Cristo, pero los compañeros de
camino son quienes nos dan aliento y
nos levantan. La Iglesia en general y la
familia como pequeña Iglesia doméstica
nos sostienen y nos señalan el camino.

Dice el Papa Francisco: "Quien no se


pone en camino, nunca conocerá la
imagen de Dios, nunca encontrará el
rostro de Dios. Los cristianos sentados, los cristianos quietos no conocerán el rostro
de Dios: no lo conocen. Dicen: "Dios es así, así…", pero no lo conocen. Para
caminar es necesaria esa inquietud que el mismo Dios ha puesto en el corazón y
que te anima a buscarlo. Ponerse en camino es dejar que Dios o la vida nos pongan
a prueba, ponerse en camino es arriesgar."

El Adviento y la Navidad son tiempos que evocan y despiertan el anhelo de retomar


el camino hacia Dios y alcanzar la paz. La paz, mi paz, nuestra paz es el fruto de la
fe. Es el resultado de tener la certeza de que si Dios nos ama, todo estará bien.
Nada ni nadie puede cambiarlo. Nuestra alegría debe provenir de reconocernos
amados y en consecuencia amar, amar a Dios y a nuestros hermanos. Esto es lo
que les pasó a Santa María y San José, se llenaron de paz y alegría al emprender
el camino a Belén, aunque ello implicaba un esfuerzo, un trabajo, un desprenderse
de comodidades. Al final, la alegría y la paz de saber que hacían la voluntad de Dios
fue lo que les hizo ir a Belén.

Si Jesús es esa fuente de paz y de alegría, ¿cómo no ir a su encuentro? ¿Cómo no


llevar conmigo a quienes más quiero? ¡Vayamos! Vamos todos juntos hacia Belén,
dejando atrás nuestras preocupaciones, tristezas, rencores y pecados.
Animémonos unos a otros con la confianza de que el Niño Jesús nos espera a cada
uno. Sí, Él nos espera a todos.

OREMOS:
Te alabamos Jesucristo, luz del mundo y esperanza de todas las naciones. Pedimos
tu bendición durante todo nuestro camino de Adviento y te rogamos que nos
concedas un corazón vigilante, lleno de esperanza y amor por tu venida. Inflama
nuestros corazones con tu Espíritu Santo, para que llenos de valentía,
permanezcamos alertas y volcados en amor hacia nuestro prójimo, esperando tu
llegada. Danos un corazón que escuche tu Palabra para poder convertirnos a Ti,
que vives y reinas con Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo, siendo Dios, por
los siglos de los siglos. Amén.

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DÉCIMA POSADA: El Nacimiento del Niño Jesús
+Del Santo Evangelio según San Lucas (2, 6-7)

Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del
alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó
en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento.
-Palabra del Señor
-Gloria a ti, S eñor Jesús.
Reflexión

Jesús nación en un pobre establo porque no hubo lugar para Él y sus santísimos
padres José y María en la casa. Lo mismo pasa hoy. En las conversaciones de paz
no hay lugar para el Príncipe de paz. En las Naciones Unidas no hay lugar para el
Rey de reyes y Señor de señores. En el gobierno humano no hay lugar para el
Gobernante del universo. En los congresos no hay lugar para el gran Legislador. En
los juzgados humanos no hay lugar para el justo Juez. En las escuelas, colegios y
universidades no hay lugar para el Maestro de los maestros. En la ciencia humana
no hay lugar para el Autor de la ciencia. En la familia no hay lugar para el Creador
de la familia. En los desastres naturales no hay lugar para el que todo lo controla.
En el pecado no hay lugar para el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
En la muerte no hay lugar para el Autor, Dador y Sustentador de la vida. Y quizá a
veces, aun en la Iglesia no hay lugar para el Fundador de la Iglesia. Sacamos al
Santísimo a una capilla “especial” que lamentablemente muchas veces ni visitamos.
O en la “Iglesia” haya tantas cosas que hacer que nos olvidamos que lo más
importante no es el hacer, sino el “estar con el Señor” ¿Y en tu corazón? ¿Hay
lugar? ¿En tu familia queda un lugar para Jesús?

¡Feliz Navidad Jesús! Sí ¡Feliz cumpleaños Señor! La Navidad es tuya. Es tu fiesta.


Se Tú el centro de la Navidad. Los seres humanos solemos olvidarnos tan
fácilmente de Dios, que aún la fiesta de la Navidad la queremos vaciar de la
presencia del mismo festejado. Esto lo hacemos, cuando en Navidad todo es más
importante que el mismo hecho de participar en la Santa Misa. No dejamos que Él,
Jesús, entre y nazca en nosotros por medio de la Santa Comunión.

Vivir la Navidad es entender que la vida no se programa sino que se da, que no
podemos vivir para nosotros mismos sino para Dios, que descendió hasta nosotros
para ayudarnos.

Como cristianos debemos de tener bien claro que lo más importante de la


celebración del nacimiento de Jesús es la exaltación del amor de Dios, que se ha
hecho uno como nosotros. Me da mucha emoción saber que Dios se ha hecho
presente en nuestra humanidad, Él ha tomado la forma de un niño inocente en un
pesebre, y El, es el centro de esta fiesta.
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DÉCIMA PRIMERA POSADA: Los Ángeles y los pastores
+Del Santo Evangelio según San Lucas (2, 8-15)

Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por
turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del
Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: “No teman,
pues les anuncio una gran alegría, que también lo será para todo el pueblo: les ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto les
servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre.” Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que
alababa a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los
hombres en quienes él se complace.”

Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se
decían unos a otros: “Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y
el Señor nos ha manifestado.”
-Palabra del Señor
-Gloria a ti, S eñor Jesús.
Reflexión
En la noche resplandece una luz. Un ángel aparece, la gloria del Señor envuelve a
los pastores y finalmente llega el anuncio esperado durante siglos: «Hoy les ha
nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor». Pero lo que agrega el ángel es
sorprendente. Indica a los pastores cómo encontrar a Dios que ha venido a la tierra:
«Y esta será la señal para ustedes: encontrarán a un niño recién nacido envuelto
en pañales y acostado en un pesebre». Este es el signo: un niño. Eso es todo: un
niño en la dura pobreza de un pesebre. No hay más luces, ni resplandores, ni coros
de ángeles. Sólo un niño. Nada más, como había preanunciado Isaías: «Un niño
nos ha nacido» (Isaías 9,5).

El Evangelio insiste en este contraste. Narra el nacimiento de Jesús a partir de


César Augusto, que ordenó realizar un censo del mundo entero. Muestra al primer
emperador en su grandeza. Pero, inmediatamente después, nos lleva a Belén,
donde no hay nada “grande” humanamente hablando, sólo un niño pobre envuelto
en pañales, con unos pastores a su alrededor. Y allí está Dios, en la pequeñez. Y
este es el mensaje: Dios no cabalga en la grandeza, sino que desciende en la
pequeñez. La pequeñez es el camino que eligió para llegar a nosotros, para
tocarnos el corazón, para salvarnos y reconducirnos hacia lo que es realmente
importante.

Hermanos, y hermanas, en Navidad que ya está cerca, detengámonos ante el belén


y miremos el centro; vayamos más allá de las luces y los adornos, que son
hermosos, y contemplemos al Niño. En su pequeñez es Dios. Reconozcámoslo:
“Niño, Tú eres Dios, Dios-niño”.

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Dejémonos atravesar por este asombro escandaloso. Aquel que abraza al universo
necesita que lo sostengan en brazos. Él, que ha hecho el sol, necesita ahora ser
arropado. La ternura en persona necesita ser mimada. El amor infinito tiene un
corazón minúsculo, que emite ligeros latidos. La Palabra eterna es infante, es decir,
incapaz de hablar. El Pan de vida debe ser alimentado. El creador del mundo no
tiene hogar. Esto es lo verdaderamente hermoso de la Navidad, que en Navidad
todo se invierte: Dios viene al mundo pequeño. Su grandeza se ofrece en la
pequeñez.

Y nosotros, preguntémonos, ¿sabemos acoger este camino de Dios? Es el desafío


de Navidad: Dios se revela, pero los hombres no lo entienden. Él se hace pequeño
a los ojos del mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo,
quizá incluso en nombre suyo. Dios se abaja y nosotros queremos subir al pedestal.
El Altísimo indica la humildad y nosotros pretendemos brillar. Dios va en busca de
los pastores, de los invisibles; nosotros buscamos visibilidad, hacernos notar. Jesús
nace para servir y nosotros pasamos los años persiguiendo el éxito mundano. Dios
no busca fuerza y poder, pide ternura y pequeñez.

Esto es lo que podemos pedir a Jesús para Navidad: la gracia de la pequeñez.


“Señor, enséñanos a amar la pequeñez. Ayúdanos a comprender que es el camino
para la verdadera grandeza”. Pero, ¿qué quiere decir, concretamente, acoger la
pequeñez? En primer lugar, quiere decir creer que Dios quiere venir en las
pequeñas cosas de nuestra vida, quiere habitar las realidades cotidianas, los gestos
sencillos que realizamos en casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo. Dios
quiere realizar, en nuestra vida ordinaria, cosas extraordinarias. Es un mensaje de
gran esperanza: Jesús nos invita a valorar y redescubrir las pequeñas cosas de la
vida. Si Él está ahí con nosotros, ¿qué nos falta? Entonces, dejemos atrás los
lamentos por la grandeza que no tenemos. Renunciemos a las quejas y a las caras
largas, a la ambición y envidias que deja insatisfecho el corazón. La pequeñez, el
asombro por aquel niño pequeño: este es el mensaje.

Pero aún hay más. Jesús no quiere venir sólo a las cosas pequeñas de nuestra vida,
sino también a nuestra pequeñez: cuando nos sentimos débiles, frágiles, incapaces,
incluso fracasados. Hermana, y hermano, si, como en Belén, la oscuridad de la
noche te rodea, si adviertes a tu alrededor una fría indiferencia, si las heridas que
llevas dentro te gritan: “Cuentas poco, no vales nada, nunca serás amado como
anhelas”, esta noche, si percibes esto, Dios responde y te dice: “Te amo tal como
eres. Tu pequeñez no me asusta, tus fragilidades no me inquietan. Me hice pequeño
por ti. Para ser tu Dios me convertí en tu hermano. Hermano amado, hermana
amada, no me tengas miedo, vuelve a encontrar tu grandeza en mí. Estoy aquí para
ti y sólo te pido que confíes en mí y me abras el corazón”.

Gracias Jesús, por tanto amor.

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DÉCIMA SEGUNDA POSADA: Los pastores encuentran a Jesús
+Del Santo Evangelio según San Lucas (2, 16-20)

Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el


pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y
todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María,
por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los
pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y
visto, conforme a lo que se les había dicho.
-Palabra del Señor
-Gloria a ti, S eñor Jesús.
Reflexión

Miremos otra vez más el nacimiento y observemos que Jesús al nacer está rodeado
precisamente de los pequeños, de los pobres. Son los pastores. Eran los más
humildes y fueron los que estuvieron más cerca del Señor. Lo encontraron porque
«pasaban la noche en el campo cuidando sus rebaños y vigilando por turnos»
(Lucas 2,8). Estaban allí para trabajar, porque eran pobres y su vida no tenía
horarios, sino que dependía de los rebaños. No podían vivir como y donde querían,
sino que se regían en base a las exigencias de las ovejas que cuidaban. Y Jesús
nace allí, cerca de ellos, cerca de los olvidados de las periferias. Viene donde la
dignidad del hombre es puesta a prueba. Viene a ennoblecer a los excluidos y se
revela sobre todo a ellos; no a personajes cultos e importantes, sino a gente pobre
que trabajaba. En Navidad, Dios viene a colmar de dignidad la dureza del trabajo.
Nos recuerda qué importante es dar dignidad al hombre con el trabajo, pero también
dar dignidad al trabajo del hombre, porque el hombre es señor y no esclavo del
trabajo. También nosotros estamos invitados a encontrar al Niño Dios.

Deja un momento tus ocupaciones habituales, entra un instante en ti mismo,


apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones
agobiantes y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Reposa en Dios un
momento, descansa siquiera un momento en él. Entra en lo más profundo de tu
alma, aparta de ti todo, excepto Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarlo; cierra la
puerta de tu habitación y búscalo en el silencio. Di con todas tus fuerzas, di al Señor:
«Busco tu rostro; tu rostro busco, Señor.»

Y ahora, Señor y Dios mío, enséñame dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y
cómo te encontraré. Si no estás en mí, Señor, si estás ausente, ¿Dónde te buscaré?
Si estás en todas partes, ¿Por qué no te veo aquí presente? Es cierto que tú habitas
en una luz inaccesible, ¿Pero dónde está esa luz inaccesible?, ¿cómo me
aproximaré a ella?, ¿quién me guiará y me introducirá en esa luz para que en ella
te contemple? ¿Bajo qué signos, bajo qué aspecto te buscaré? Nunca te he visto,
Señor y Dios mío, no conozco tu rostro.

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Dios altísimo, ¿qué hará este desterrado, lejos de ti? ¿Qué hará este servidor tuyo,
sediento de tu amor, que se encuentra alejado de ti? Desea verte y tu rostro está
muy lejos de él. Anhela acercarse a ti y tu morada es inaccesible. Arde en deseos
de encontrarte e ignora dónde vives. No suspira más que por ti y jamás ha visto tu
rostro. Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi Señor y nunca te he visto. Tú me creaste
y me redimiste, tú me has dado todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
He sido creado para verte, y todavía no he podido alcanzar el fin para el cual fui
creado.

Míranos, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Colma nuestros


deseos y seremos felices; sin ti todo es hastío y tristeza. Ten piedad de nuestros
trabajos y de los esfuerzos que hacemos por llegar hasta ti, ya que sin ti nada
podemos.

Enséñanos a buscarte, muéstranos tu rostro, porque si Tú no nos lo enseñas no


podemos buscarte. No podemos encontrarte si tú no te haces presente. Te
buscaremos deseándote, te desearemos buscándote; amándote te encontraremos,
encontrándote te amaremos.

En esta Navidad debemos estar atentos al signo de la presencia de Dios.


Acerquémonos al pesebre con sencillez para encontrarnos como hermanos. Ahí
llegan primero los pastores, porque desde su pobreza se encontraron a Jesús a su
lado. Llegaran los reyes, que movidos por su amor a la verdad atravesarán
desiertos, dejan comodidades y doctrinas que ofrecían seguridad para seguir una
estrella. Llegan los curiosos, los buscadores de paz, soñadores que parecieron intuir
una música celestial “gloria en el cielo y en la tierra paz”. A Belén llega el cielo y la
tierra, llegan pecadores y sabios, llegan pobres y ricos, llegan de cerca y de lejos,
de la ciudad, del campo, de provincia, con distintas vocaciones y oficios, con
distintas sensibilidades y caracteres. El Niño los atrae a todos, e invita a llamar a los
que faltan. Nadie se arroga el puesto principal porque lo tiene el Niño. María y José
se encuentran al centro de la escena y están tan admirados como cada visitante por
la obra que Dios está haciendo en ellos y en todos. Por eso desde el centro se
vuelcan a acoger a todos, especialmente a quien está más lejos, a quién quedó en
la entrada.

Ahí en Belén todos somos hermanos. Ninguno ha traído al Niño, ninguno lo posee,
nos ha sido regalado y es el Niño quien los ha reunido a todos. Ahí la fraternidad es
simple, no empaquetada de burocracia o de etiqueta, ahí se siente en casa el rey y
el pastor y tú y yo. Ahí el Niño está feliz de ver cumplida la fraternidad para la que
ha venido. Sigamos adelante transformando nuestro corazón.

¡Jesús está cerca! ¡La Navidad se aproxima!

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DÉCIMA TERCERA POSADA: Circuncisión de Jesús
+Del Santo Evangelio según San Lucas (2, 21)

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre
Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
-Palabra del Señor
-Gloria a ti, S eñor Jesús.
Reflexión

Según la ley de Moisés, un niño tenía que ser circuncidado ocho días después de
su nacimiento, y en ese momento se le imponía el nombre. Dios mismo, mediante
su mensajero, había dicho a María –y también a José– que el nombre del Niño era
«Jesús» (Mateo 1,21; Lucas 1,31); y así sucedió. El nombre que Dios había ya
establecido aún antes de que el Niño fuera concebido se le impone oficialmente en
el momento de la circuncisión. Y esto marca también definitivamente la identidad de
María: ella es «la madre de Jesús», es decir la madre del Salvador, del Cristo, del
Señor. Jesús no es un hombre como cualquier otro, sino el Verbo de Dios, una de
las Personas divinas, el Hijo de Dios: por eso la Iglesia ha dado a María el título de
Theotokos, es decir «Madre de Dios».

La circuncisión era el signo de pertenencia al pueblo de Israel y señal de la Alianza.


Dios así lo pidió a Abraham a quien llamamos nuestro padre en la fe: “Esta es la
alianza que han de guardar, una alianza entre yo y tus descendientes: sea
circuncidado todo varón entre ustedes. Se circuncidarán la carne del prepucio y esa
será la señal de mi alianza con ustedes. A los ocho días de nacer serán
circuncidados todos los varones de cada generación (Génesis 17, 10-12).

Pero, ese signo externo y material en la carne del varón, no era una garantía de
salvación. Desde la misma experiencia del Éxodo en que el pueblo le fue infiel a
Dios y se va detrás de la idolatría, Dios exige una circuncisión espiritual: Circunciden
su corazón, no lo endurezcan, pues el Señor, su Dios es Dios de dioses y Señor de
señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que
hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido.
Amarán al emigrante, porque emigrantes fueron en Egipto. Temerás al Señor, tu
Dios, le servirás, te adherirás a Él y en su nombre jurarás. (Deuteronomio 10, 16-
19). Se trata por tanto de una circuncisión que exige el amor a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo representado en el extranjero.

Fuera de caer en un mero voluntarismo, esa circuncisión del corazón se realizará


verdaderamente en el día del Señor, en el día de salvación:
“El Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, a fin de
que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, para que vivas.”
Deuteronomio 30, 6.

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Y este día de salvación ha llegado con el nacimiento de Jesucristo. Él se hizo
pecado por nosotros, y quiso someterse a la Ley de la circuncisión, el que era el
mismo autor de la ley, para liberarnos a nosotros de su cumplimiento. Él se hace
semejante a los pecadores, aunque Él no lo sea y siendo plenamente inocente carga
sobre sí nuestros pecados.

La circuncisión marca el primer momento redentor: pues como signo físico, material
y visible de la alianza implica el derramamiento de sangre y el Niño Dios comienza
a derramar su sangre para el perdón de nuestros pecados hasta el momento de la
cruz en el que ha ser traspasado por la lanza de su costado del que salió sangre y
agua, como realización plena de su entrega por nosotros. Este Niño que hoy es
circuncidado es el verdadero Cordero sacrificado que con su muerte nos obtiene a
nosotros el perdón de los pecados y la verdadera circuncisión del corazón.

Queridos hermanos: “Nosotros somos la verdadera circuncisión, que adoramos en


el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no poniendo la confianza en la
carne” (Filipenses 3, 3) –exclama san Pablo; deseemos la verdadera circuncisión,
que no es realizada por mano de hombre (Colosenses 2, 11), como dice san Pablo;
sino que consiste, en despojarse del cuerpo carnal, es decir, de nuestros pecados,
pasiones y propias inclinaciones llevando “ya desde ahora una vida sobria, honrada
y religiosa” como nos recordaba la Epístola. Pues la verdadera circuncisión no es la
que se realiza en la carne, que es sólo exterior; sino la del corazón, que se realiza
por el Espíritu Santo.

La circuncisión fue establecida por Dios, y la estableció por medio de Abraham para
todo el pueblo elegido de los judíos. Jesús fue judío y por tanto Él se sometió a este
rito. La circuncisión de la carne simbolizaba el corte de las pasiones carnales, o sea
el cortar con la dureza del corazón. Y por eso, nuestro Señor Jesucristo, el Único
sin pecado, sufrió la circuncisión a los ocho días de nacido, para enseñar a los
corazones necesitados de la circuncisión, la limpieza de una multitud de pecados,
para someterse a la voluntad de Dios; “el creador de la Ley cumple la Ley”, para
que pueda mostrar con su ejemplo que nadie puede venir a Dios sin la ley del Señor.
Cuando Cristo, la Verdad, apareció, las sombras y las imágenes desaparecieron, y
la circuncisión ya no fue necesaria. Ahora, por medio del santo bautismo, al igual
que por medio de la circuncisión, confesamos “renunciar a Satanás y a todas sus
obras”, para “unirnos a Cristo”, es decir, para entrar en una unión eterna con Él.
Esto es lo que debemos presentar a Dios Padre juntamente con Jesús, un corazón
circuncidado, o sea, purificado y limpio de todo aquello que sobra y distrae de lo que
realmente es importante: Amar a Dios y al prójimo.

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DÉCIMA CUARTA POSADA: Simeón contempla al Niño
+Del Santo Evangelio según San Lucas (2, 22-32)

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés,


llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor. Como está escrito en la Ley
del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso,


que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había
recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías
del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño
Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos
y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu
siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado
ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

-Palabra del Señor


-Gloria a ti, S eñor Jesús.
Reflexión

Cuarenta días después de haber nacido Jesús, la Sagrada Familia de Nazaret se


dirigió a Jerusalén, con el objetivo de cumplir un acto de religiosa obediencia:
Presentar al recién nacido en el Templo y que María recibiera la purificación.

Si bien el Evangelio que hemos proclamado nos permite meditar acerca de múltiples
cuestiones sobre este suceso, como el significado de la presentación de Jesús, la
Purificación; es también enriquecedor profundizar y meditar en las palabras de
Simeón, el anciano que inspirado por el Espíritu Santo, reconoció en el Niño, al
prometido de Dios.

Las palabras de Simeón revelan cómo una vez cumplida su única aspiración, la de
ver al Mesías cara a cara en la tierra, ya podía morir en paz para contemplarlo por
toda la eternidad en el cielo.

De alguna manera, en la expresión de Simeón se debería ver reflejado todo deseo


del cristiano: luego de conocer a Jesús, sus mandamientos, sus bienaventuranzas,
¿qué más desear que estar con Él en el cielo?

El conocimiento verdadero de Jesús aumenta el deseo de establecer una relación


más profunda y personal con Él. Esta comunión entre el hombre y su Creador se da
por medio de la contemplación.

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La contemplación es la oración del corazón, es tratar de amistad, estando muchas
veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. Es centrar la mirada, disponer
todo nuestro cuerpo y alma para unirnos íntimamente con Dios. Sin dudas, Él regala
a quien busca conocerlo, el don de la contemplación y con ella el experimentar en
el silencio su Presencia.

El deseo de estar a solas con Él, va creciendo por medio de la vida de oración y
contemplación, y con este deseo aumenta y se fortalece también el amor. Ese amor
es tan puro que sólo busca unirse con el Amado y es por esto que espera
ansiosamente el momento de la muerte. Los santos han deseado muchas veces la
muerte, producto de ese amor tan grande y profundo que los unía al mismo Jesús.
Santa Teresa de Jesús escribió:

Vivo sin vivir en mí


y tan alta vida espero
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero:
“Que muero porque no muero.”

Esta divina unión,


y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!


¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

Que el Señor nos regale la firme esperanza en el cielo, un profundo deseo de


unirnos a Él por toda la eternidad y la Gracia de una muerte en santidad.
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