Manuel Rivero (2011). La edad de oro de los virreyes. Ediciones Akal, S.A., 325 pp.
Manuel Rivero Gonzales es un historiador especializado en el estudio de los virreinatos y
las relaciones entre España e Italia durante el Renacimiento y la Edad Moderna. Actualmente es director del Instituto Universitario la Corte. Es fundador y director de la revista "Los libros de la Corte" del Instituto Universitario La Corte en Europa. Ha hecho estancias docentes y de investigación e impartido cursos y seminarios en diversas universidades en Europa y Latinoamérica, y a dirigido proyectos a nivel internacional con entes educativos de Italia. Entre sus libros destacan Felipe II y el gobierno de Italia, Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna, Gattinara: Carlos V y el sueño del Imperio, La España de Don Quijote, La batalla de Lepanto, La Edad de Oro de los virreyes, La Monarquía de los Austrias y El conde duque de Olivares. Sus líneas de investigación actuales se centran en las reformas del conde duque de Olivares y el estudio comparado de las cortes virreinales, lo que hace que el texto a analizar tome un rol fundamental dentro de la carrera de Rivero como académico, pues los constructos reales entre los siglos XVI y XVIII son su especialidad. La estructura de este texto en particular se divide en ocho capítulos relacionados con la organización política de los distintos reinos que componían la Monarquía Hispánica, con ello nos acerca a los motivos que llevaron a la Corona española a mantener la institución del virreinato como un sistema político optimo que facilitaría gobernar satisfactoriamente territorios tan diversos y adversos, a la par que desconocidos. Los dos primeros capítulos nos relatan la importancia de Mercurino Arborio di Gattinara en el gobierno de Carlos I. En un contexto cultural marcado por las ideas de humanistas como Erasmo de Rótterdam, preocupados por esquematizar los rasgos que debían caracterizar el buen gobierno del monarca ideal, di Gattinara entendió que la fórmula más eficaz para organizar el Imperio español era aquella empleada por la Corona de Aragón desde hacía varios siglos: el dicho virreinato. A través del segundo capítulo, conocemos la idea básica del emperador que, influido por su consejero, estaba decidido a fijar su residencia en alguno de sus dominios italianos, dirigiendo desde allí sus extensas posesiones. Esta idea se desechó una vez murió di Gattinara, lo que dio un vuelco al sistema real del compendio español, que desde entonces iniciaría un proceso de hispanización. En el texto, Rivero constantemente analiza a los protagonistas de la historia desde una perspectiva más narrativa que académica, pues les da características personales propias de una cercanía autoral casi ficcional, y no un desarrollo objetivo desprovisto de consideraciones propias. Ya que estas anotaciones son ampliamente ambiguas dada la dificultad para corroborar que todos estos rasgos humanos fueron propios de una figura u otra, es amargamente chocante la mezcla entre una descripción tan formal de los hechos y procedimientos, y un uso tan inconsecuente del comportamiento de personajes históricos. Dicho proceso de “hispanización” es abordado en la tercera sección del texto, donde se estudia la organización de los consejos territoriales, centrados en defender la ley de los dominios representados en la corte, y la debida ejecución de las leyes establecidas allí. Cuando habla de estos consejos especiales, nombra el carácter limitante hacia la autonomía de los entes que tenía Felipe II, lo que nuevamente se expresa de manera cercana e irreal al personaje, lo que, si bien puede facilitar la lectura, también produce conflictos en el espectador. Como expresa el cuarto capítulo, los virreinatos se concedieron permiso a lo largo y ancho del territorio español para la construcción de castillos y edificaciones, a las que se sumaron las casas virreinales, que eran propias de los dominios donde los virreyes no disponían de la jefatura de las casas reales de los mismos, como son los casos de Cataluña, Valencia, Mallorca, Cerdeña o en América. El ceremonial como cimentador de la autoridad virreinal y la práctica de gobierno de los virreyes, constituyen los temas tratados en los capítulos quinto y sexto del libro, y en ese sentido, se examinan las pautas seguidas en ceremonias como la entrada de los virreyes, las exequias de los soberanos, el nacimiento de un príncipe heredero o la celebración de una boda real en los dominios gobernados por estos últimos, resulta muy interesante analizar estos momentos fuertemente humanos de los entes históricos tratados, lo que se debe principalmente a que este es el momento donde mejor calzan todas estas anotaciones individuales. En los dos últimos capítulos el autor profundiza en los límites del modelo cortesano virreinal y en los cambios que este sufrió después de las revueltas sociales que durante mas de una década en el siglo XVII desestabilizaron la soberanía hispánica dentro de su mismo territorio. En relación a estas revueltas, la obra se centra en la que afectó a Palermo en 1647, pues fue la única en la que los motines dieron lugar a un cambio en la concepción de la integración de las provincias en la Monarquía que sería aplicado después en las revueltas de Nápoles y Cataluña. Nos muestra que la articulación de los estados que se poseían en un mismo conjunto armónico fue un problema para todos los frentes. Inclusive la expansión de su acordonamiento territorial solía tener contornos vagamente definidos, que se sobreponían a otras demarcaciones aledañas, que por sus características determinadas chocaban con lo propuesto por este estado, lo que no permitió que se legalizara una separación evidente. Además, los gobernadores de las provincias disponían de una soberanía en interacción con París tan vasta que los erigía en “soberanos provinciales”. Por lo cual, sin necesidad de producir una regla que definiera la potestad y autoridad de los gobernadores, sencillamente utilizando un inicio aplicado a los virreyes españoles a partir de tiempos de Felipe II, con el precepto “a 3 años renovables”, se afianzó la dependencia de los gobiernos provinciales ya que sus titulares, carreras y honor quedaban expuestos. Tal medida tuvo efectividad, por consiguiente, una vez que el sistema de corte se encontró estabilizado, se priorizó colocar a los poderes provinciales en el juego político cortesano de Versalles, forzándoles a conservar vínculos que antes no cuidaban, lo que ayudó a sentar redes de colaboración y determinación que organizaron una dimensión política. Con esa obra nos adentramos en el análisis de la era dorada de la organización virreinal, los siglos XVI y XVII, en donde Rivero deja en el lector un sentido de perspectiva grupal con objeto en los reinados que adaptaron este tipo de regimen. Partiendo del origen de dicho sistema, realizado a lo largo del reinado de Carlos I, este examina la evolución del mismo, mientras revisa la pugna que existe en la Monarquía en el momento de compaginar una tendencia unificadora y centralista con un modelo político propio de monarquías compuestas y descentralizadas. Estos cambios continuarían desde 1669, una vez que don Juan José de Austria logró la caída de Nithard y se centró en la custodia de un nuevo modelo representado por personas nuevas, como el príncipe de Ligne al que situó al frente del virreinato de Sicilia, así como novedosas ideas, como el decoro de las autoridades públicas y la recuperación del orden para concluir con la incertidumbre, imponiendo la claridad de mando. A partir de entonces, entró en juego un nuevo jefe que consistía en el crecimiento de la jerarquía de mando entre la Corte-capital y las provincias, la institucionalización del virrey y la comercialización de oficios. La obra acaba con un epílogo en el cual el creador dice que el sistema del virreinato alcanzó su plenitud a lo largo de los siglos XVI y XVII. Una forma de regimen en la que el soberano y su corte podían residir en cualquier sitio sin que ello determinara la interacción entre centro y periferia, puesto que esta última venía definida por la relación entre los individuos, o sea, entre quienes estaban cerca o lejos del monarca. En este entorno, la figura del virrey jugó un papel sustancial como contacto entre dichas personas para que los múltiples países de la Monarquía no sintieran la falta física del soberano. Asimismo, aborda la evolución del modelo en otros contextos, enfatizando el regimen de bienestar de Utrecht de 1713, que marcó un cambio en la manera de regimen, articulándose, así como un nuevo sistema con base en el inicio dinástico, o sea, en el patrimonio de las viviendas reales. Los estados del monarca español se transformaron en la Corona española, no en el Estado español, a medida que los virreyes del siglo XVIII asistían a la devaluación de su propio sistema, convirtiéndose en meros administradores que dejaban atrás sus funcionalidades de mediadores. Nos muestra asimismo el costo otorgado a esa organización que contribuyó decididamente a la conservación de todos los países de la Monarquía Hispánica, alcanzado su lapso de esplendor a lo largo de las mencionadas centurias, al tiempo que nos sirve de guía para próximas búsquedas, puesto que se desvincula de los clásicos estudios que abordaban este sistema de régimen a partir de visiones nacionalistas, poco bienaventuradas para la investigación de una organización que poco se trataba del estado nacional. La determinación del libro se consigue en el sentido en que brinda un producto expositivo que, con descripciones detalladas de los movimientos políticos de esta época, sustenta favorablemente un sistema que, a pesar de determinarse monárquico, sublevó al monarca a una posición de poder menos relevante, lo que ayudó a conseguir consensos y evoluciones dentro del reino