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Un flamenco español en la Ciudad de Zacatecas del siglo XVII.

A finales del siglo XVII la corona española poseía diversos territorios fuera de la

península ibérica, los Países Bajos Españoles (Luxemburgo y Bélgica, sobre todo) formaban

parte del Imperio desde el año 1555 cuando el emperador Carlos V cedió esas jurisdicciones

a su hijo Felipe II, mismo monarca que años después (1585) otorgaría la distinción de ciudad

por mérito propio, a un real de minas del centro norte novohispano en reconocimiento de

las vastas riquezas brindadas a la corona, conociéndose aquel a partir de entonces como:

Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas.

La prosperidad de “Nuestra Señora” fue tal que, podríamos considerarla como la

segunda de mayor importancia en la Nueva España después de la Ciudad de México, desde

mediados del siglo XVI hasta finalizar el siglo XVII (con altibajos) y quizás un poco en los

inicios del XVIII. Se constituyó en un destino codiciado por europeos (de la corona española)

y muchos novohispanos, tal como siglos después fue de llamativa la ciudad Nueva York con

su vasto flujo migratorio y al igual que ésta: “cosmopolita”; fue un imán que atraía personas,

bienes, exportaba riqueza, la historia que ya conocemos de los centros mineros.

El siguiente documento que se encuentra en el archivo del Arzobispado de

Guadalajara, México (al cual se puede acceder a través del portal de “family search”,

gracias), versa precisamente sobre un testimonio de ese interés por ir, conocer y radicar en

la ciudad de Zacatecas, se trata de una información matrimonial del año 1688 de un súbdito

español, natural de la Ciudad de Brujas, estado de Flandes y vecino en Zacatecas desde

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1683, llamado Maximiliano de Roese, es en sí una dispensa matrimonial, que al ser

ultramarino requería para poder casarse en la localidad.

No obstante que no es un relato totalmente alusivo al Camino Real de Tierra

Adentro, sino más bien intercontinental, lo consideramos propicio a la temática y lo

participamos, por describir el periplo hecho por un “desertor” de la Armada Real de Flandes

y la Española, de su viaje desde esa ciudad a España en un primer momento, las razones

que lo llevaron a ello, donde estuvo resguardado aprendiendo la legua castellana y cómo

fue que se trasladó desde Jerez de la Frontera peninsular hasta Zacatecas, previo un largo

viaje que culmina en el puerto de Veracruz, de donde pasa a Puebla y de ahí directo llegar

a tan sonado destino.

En su declaración, este ciudadano de Brujas nos ofrece información diversa e

interesante tal como lo que acontecía en la España de ese tiempo de roces con franceses

en territorio español entre otros detalles que relata. Ya en el ámbito más propiamente

indiano refiere por ejemplo, el nombre de la nao y el contenido del embarque que trae:

azogue, lo más seguro para a este destino y otros centros mineros, quienes fueron sus

compañeros hidalgos y no del viaje, el oficio de clarinetista que aprendió en la armada y le

ayudo posteriormente a conseguir empleo; el lugar en el cual conoció al mercader

extranjero que lo trajo a la pequeña urbe neogallega y ya estando aquí, al servicio de quién

quedó: el General Juan Bravo de Medrano (aún no obtenía el título de conde de Santa Rosa),

entre muchos otros datos que cada lector según su interés recuperará y sacará utilidad:

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“En la Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas en cuatro días del mes de mayo

de 1688 años, en conformidad del auto de

arriba…………………………………………………………………………………………, dijo que se llama

Maximiliano de Ruese, que es español y originario de la ciudad de Brujas en los estados de

Flandes en los reinos de España, tiempo de cinco años poco menos, sirviente de clarinero

del General Don Juan Bravo de Medrano, vecino de dicha ciudad. Que es hijo legítimo de

Arnoldo de Roese y de Santiaga Nimoeste [sic] difuntos. Y que siendo de edad de dieciocho

años poco menos, habiendo muerto los dichos sus padres, asentó plaza de soldado en la

Armada de Flandes, en la compañía de un capitán cuyo nombre es Andrés de tal, porque no

se acuerda este declarante del apellido, y habiendo caído enfermo después que desde su

tierra se embarcó para España, llegaron a la Ciudad de Cádiz y como estaba con poca salud

este declarante lo pusieron en un hospital del rey en donde estuvo tiempo de dos meses

curándose, y al cabo de este tiempo hallándose convaleciente y temiendo el ir otra vez a

embarcarse en la dicha Armada en que había venido de Flandes porque su capitán no lo

viese a escondidas y fugitivo se fue por tierra a Xeres de la Frontera, y en un convento de

religiosas de Santo Domingo estuvo escondido tiempo de un año, en donde aprendió hablar

el idioma castellano porque solamente sabia la suya materna que es flamenca. Y de allí

después pasado el referido tiempo, se fue este declarante a la ciudad de Sevilla y no hizo

mansión en ella, sino que al cabo de dos días prosiguió su viaje a la villa de Madrid, en donde

estuvo un mes poco mas o menos, y luego asentó plaza de soldado en la Compañía del

capitán Don Enrique Loroño, hijo del Duque de Linares y dentro de otros quince días se

partió la dicha Compañía de dicho capitán para la ciudad de Barcelona por donde fueron

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marchando hasta salir a la campaña que fue la fortaleza de Roses para hacerle rostro al

francés que a la sazón estaba en la villa de San Pedro Pescador, y en este ejercicio de

soldado estuvo algún tiempo que no se acuerda este declarante cuanto seria pero a su

parecer seis años y medio. Y luego por mandato de su majestad pasó con dicha compañía a

la ciudad de Badajoz en donde este declarante estuvo más tiempo de ocho años poco más

o menos ejercitando el oficio de maestre de clarinero, y al cabo de este tiempo se huyó este

declarante de la dicha armada que estaba en Badajoz, y por tierra se vino fugitivo a la Ciudad

de Cádiz, en donde se hacían a la vela en la ocasión que llegó a dicha ciudad de naos y un

patachi cargados de azogue para la Veracruz y en la Almiranta se acomodó por clarinero

con don Luis Leguas, Almirante de dicha nao que por su propio nombre se llamaba nuestra

Señora del Carmen y el General de dichos azogues se llamaba Don Francisco Navarro,

caballero del habito de Santiago, y en dicha nao vino a las Indias derecho y desembarcó en

el Puerto de la Veracruz, en donde estuvo este declarante un mes poco menos y al cabo de

dicho tiempo se vino arrimado a una recua a la ciudad de La Puebla, donde hizo mansión

tiempo de tres meses y de dicha ciudad se vino derecho a esta de Zacatecas en compañía

de Juan Miguel Fois mercader y se acomodó con el General Don Diego de Medrano difunto,

y hoy está con el mismo ejercicio de clarinete con el General Don Juan Bravo de Medrano,

y que para mejor servir a Dios nuestro Señor, tiene tratado contraer matrimonio

………………… con Josefa Sánchez, vecina de esta ciudad y que para ello es soltero y libre de

matrimonio…………………………………………………………………………………………………………………………

…………………………………………………………… declaro ser de treinta y ocho años de edad.

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………………....Presentó por testigo a Juan del Valle, negro esclavo del capitán Juan

Cosme de la Campa alguacil mayor de la santa inquisición en esta ciudad, originario del Cabo

de Buena Esperanza y vecino de esta ciudad de quien recibió

juramento…………………………………………, dijo que conoce al dicho contrayente de trato, vista

y comunicación desde la ciudad de Badajoz en los reinos de Castilla mas tiempo de ocho

años que estuvo en ella este testigo con su amo que a la sazón lo era Don Enrique Enríquez

de Miranda, ………………………………………… que lleva estrecha amistad con el dicho

contrayente, el cual se ocupaba en el ejercicio de clarinero en la armada de España en la

ciudad de Cádiz, ….al tiempo de la navegación siendo verdad en el navío en que venían

embarcados había algunas personas que conocían al dicho contrayente desde su tierra y

Badajoz y a ninguno oyó decir este testigo cosa contraria…….., lo trataron como soltero y

libre de matrimonio……………………………………, declaro ser de 22 años.

Este testimonio de fe eclesiástica recuerda en cierta forma, aunque exigua, los

relatos que en siglos venideros realizaron también otros europeos del México del siglo XIX,

no es abundante en detalles y pormenores como lo son los de estos, pero describe en lo

corto y por el fin que tiene, escenarios y momentos públicos y privados de finales del siglo

XVII, constituyéndose en una oportunidad más para conocer en instantáneas la vida de

nuestros antecesores peninsulares y americanos. Los archivos y sus expedientes sean del

origen o naturaleza que fueren, son patrimonio y como tales hay que preservarlos

aprovechándolos, aprendiendo de ellos, transformando sus datos en otros conocimientos.

Jorge Luis Sotelo Félix. Agosto de 2020

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