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LA VIDA EN LAS AULAS.

Capitulo primero: Los afanes cotidianos.

(PH. W. JACKSON, 1991)

Alumno: Dana Belén Ortiz Gómez

Grupo: 601 – A

Philip W. Jackson es pedagogo y profesor en la universidad de Chicago con una


larga trayectoria desde 1968. Es un investigador de las ciencias humanas y
sociales, autor del libro La vida en las aulas. El presente reporte contiene una
síntesis sobre los puntos mas relevantes del primer capítulo, Los afanes
cotidianos, dividido en cinco apartados que describen aspectos casi ocultos pero
fundamentales sobre la experiencia escolar de los niños y como la abordan.

Jackson (1991, p. 45 - 46) menciona que para apreciar los hechos triviales de las
aulas es necesario tener en cuenta 1) la frecuencia de la aparición, 2) la
uniformidad del entorno, y 3) la obligatoriedad de la asistencia diaria. En cuanto al
primer hecho, Jackson estima que los niños pasan alrededor de 7,000 horas de
clase hasta la escuela media desde los 6 años, es decir, el profesor comienza a
parecer igual de familiar que los padres del niño. Lo mismo ocurre entonces con
las aulas, si bien, no todas las aulas son idénticas el autor resalta que en todas
permanece cierto parecido, lo importante aquí es la estabilidad del entorno donde
el niño pasara siete años de su vida.

A pesar de los esfuerzos por lograr que un aula sea más hogareña a través de la
decoración, los profesores no pueden dejar de presidir de ciertos elementos como
tableros de anuncios, la disposición de los asientos, papeleras, incluso aromas,
etc. Todas esas imágenes y olores se vuelven tan familiares que solo bajo ciertas
circunstancias podría parecer un lugar extraño. En otras palabras, el aula es un
entorno al que alumnos se habitúan extraordinariamente.

Para que eso ocurra, la clase debe ser un entorno físicamente estable (con una
considerable regularidad) y proporcionar un contexto social constante que pasara
por algunos cambios de vez en cuando pero muy mínimos, por tanto, cada
miembro del aula se acostumbra a la presencia de otros. Otros aspectos de la
atmosfera social de las clases de primaria es el a) tiempo, ósea, las horas que
interactúan los niños con sus semejantes y con quien eventualmente se
terminaran familiarizando, y b) las actividades a realizar de forma cíclica y
ritualistas, con ello Jackson (1991, p. 48) no se refiere a que los niños sepan
exactamente que van a aprender, más bien, tiene una idea clara de lo que
sucederá durante la actividad ya que estas no son muy numerosas.

Dichas actividades se ejecutan acorde a unas normas que suelen ser muy
precisas y supuestamente entenderán todos los alumnos, y si son bien
comprendidas por estos, el profesor solo puede limitarse a formular indicaciones
abreviadas cuando nota alguna transgresión. De esta manera, el alumno que
acude a la escuela cada mañana puede introducirse con facilidad en un ambiente
con el que esta excepcionalmente familiarizado gracias a su larga permanencia.
En palabras de Jackson (1991, p. 50), se trata de un entorno agradable donde los
objetos físicos, las relaciones sociales y las actividades principales siguen el
mismo ritmo cada día, semana e incluso años, otorgando singularidad al mundo
del alumno.

Otro aspecto por considerar es el hecho de que los niños deben estar en la
escuela, tanto si quieren como si no. Así, Jackson compara la escuela con las
prisiones y los hospitales mentales (instituciones sociales con asistencia
obligatoria): las tres deben aceptar el carácter inevitable de su experiencia,
desarrollan estrategias para abordar el conflicto que aparecer entre sus deseos e
intereses personales y las expectativas institucionales.

Aunque extremo, esta comparación sirve para ilustrar como padres y profesores
deben imponer la asistencia a aquellos alumnos que muestren mayor aversión a la
escuela. Si bien, las aulas no son lugares especiales, lo que las vuelve diferentes
de otros recintos son tres hechos vitales: masa, elogio y poder.

De acuerdo con Jackson (1991, p. 50-53), vivir en un aula implica aprender a vivir
en el seno de una masa, y ya que la mayor parte de las actividades se realizan
con otros esto tendrá profundas consecuencias que determinen la calidad de vida
de un alumno. Los intercambios entre alumnos o movimientos físicos de la clase
también son un aspecto fundamental que analizar, el trafico social de la clase es
canalizado mediante las actuaciones del profesor, por ejemplo, actúa como
regulador en del flujo del dialogo del aula (explicando la urgencia de los alumnos
por hablar), sirve como proveedor de espacio, distribuye recursos materiales,
asignan deberes, establece turnos entre los alumnos, proporciona una estructura a
las actividades del aula y conforma la calidad de la experiencia total de los
participantes, así como, asegurarse de cumplir con el horario establecido.

Estas actividades son inherentes a la condición de hacinamiento del aula con el fin
de evitar el caos social y cumplir los objetivos de la escuela. En consecuencia, el
retraso causado por tráfico social del aula da paso a diversas maneras en que los
alumnos deben esperar su turno (desde hablar hasta ir al baño) y demoren sus
acciones, asimismo, el rechazo es resultado de la demora que tiene lugar en el
aula y “supone aprender a renunciar a deseos y a esperar a que se cumplan”
(Jackson, 1991, p. 55). Otros aspectos en la vida escolar que generan
interrupciones son el sometimiento a un horario o la demanda repentina de que el
alumno ignore a sus compañeros.

Es importante aclarar que estar solo en un aula no es mismo que permanecer solo
en otro contexto, como la oficina o una biblioteca, la diferencia radica en que 1) un
aula no es un conjunto de extraños en un momento puntal sino un grupo cuyos
miembros establecerán una relación de amistad, y 2) la asistencia en un aula no
es voluntaria, los alumnos deben estar ahí les guste o no y tampoco pueden elegir
en que deben concertarse.

Ahora bien, existen cuatro rasgos de la vida escolar determinados por las
condiciones de hacinamiento de la clase: demora, rechazo, interrupción y
distracción social. Jackson (1991, p. 57 - 58) explica que, a pesar de las tácticas
para reducir el hacinamiento, es probable que no se elimine por completo lo cual
da lugar a estrategias de adaptación por parte de los alumnos ante las limitaciones
impuestas en el aula, en este caso: la paciencia. En resumen, se espera que los
alumnos soporte impasiblemente el rechazo, demoras, e interrupciones de sus
deseos y anhelos personales. Los alumnos deben aprender a ser pacientes
desligar sus sentimientos de sus acciones, pero volver a unir esos sentimientos y
acciones cuando las condiciones sean apropiadas.

En todo caso, la paciencia representa el equilibrio entre el impulso de actuar


conforme al deseo y el impulso de dejar aun lado el propio deseo. Para hacer que
un estudiante sea paciente las aulas recurren a sanciones sociales y en cuando el
retraimiento del alumno se vuelva severo el profesor deberá forzarlo a participar
activamente.

Por otro lado, las escuelas también fungen como recintos evaluativos, el
estudiante debe acostumbrarse a vivir bajo la condición constante de que sus
palabras y acciones serán evaluadas por otros. Notemos que las ausencias y
logros de los niños se vuelven oficiales hasta que ingresan en el aula que se
acumulan en un registro semipúblico preparando al niño para estar en constante
evaluación durante su vida escolar. No obstante, también debemos conocer otras
formas de evaluación aparte de los clásicos exámenes, Jackson (1991, p. 60)
explica que las dinámicas de evaluación en clase son difíciles de describir por su
complejidad, ya que proceden de más de una fuente, las condiciones de su
comunicación pueden variar de formas muy distintas, y puede que su calidad se
extienda desde lo positivo hasta lo intensamente negativo.

En este caso, la fuente principal de evaluación en el aula es el profesor,


continuamente debe formular juicios sobre el trabajo y la conducta de los alumnos
para después comunicárselos a estos y otras personas. Sin embargo, los
compañeros también pueden participar en el juicio, ya sea a través del profesor o
manifestándolo de distintas maneras (como aplausos o burlas), estos últimos
circulan a través de habladurías o se trasmiten a personas de autoridad. Otra
forma pude ser la autovaloración, y se suscita cuando el propio alumno califica su
propio trabajo (por ejemplo, cree que escribió mal una palabra o acertó la
respuesta de un examen).

Así pues, los juicios que el alumno conoce se comunican con diferentes grados de
discreción, la mala conducta provoca sanciones negativas, y antes de que lo
notemos, los estudiantes ya fueron clasificados como buenos o malos. Ante ello, el
autor (1991, p. 62) señala que el profesor optara por una forma menos publica de
evaluación por medio de reuniones privadas con el alumno y los padres o a través
de la escritura. Otros refrentes de evaluación comunes en la escuela primaria son
1) centrado en la adaptación del estudiante a las expectativas institucionales, y 2)
en su posición de rasgos específicos de carácter. En referente al segundo y la
evaluación a otros rasgos de conducta, aquello que suele molestar al docente más
que el fracaso escolar son las violaciones de las expectativas institucionales. La
conducta escolar constituye parte importante de la reputación del niño y el
profesor frecuentemente evalúa las cualidades personales a través de indicadores
como la capacidad intelectual, nivel de motivación, etc., suelen utilizar
características como agresivo, retraído, niño difícil o perturbado, para
evaluaciones de salud psicológica.

Ahora bien, Jackson (1991, p. 66 - 67) menciona algunas maneras en que las
practicas docentes faciliten la adaptación del estudiante a la evaluación; la primera
consiste en aprender cómo opera el sistema de premios de la clase y usarlo a
favor de aumentar las gratificaciones a tu persona; la segunda se trata de difundir
las evaluaciones positivas y ocultar las negativas; en tercer lugar, existe la opción
de tratar de ganar la aprobación del maestro y los demás alumnos al mismo
tiempo; como cuarto se puede recurrir al engaño, ósea, disimular los fallos en el
cumplimento (no obstante, Jackson explica que aprender a desenvolverse en la
escuela es, en cierta forma, aprender a falsificar nuestra conducta); otro método
supone la depreciación de las evaluaciones hasta el punto en que ya no importen
demasiado, evitarse complicaciones o desligarse emocionalmente. Sin embargo,
tiene dos desventajas, 1) hace que el proceso se sienta más racional de lo que es,
y 2) se centra en una forma extrema.

En relación con ello, Jackson (1991, p. 68 – 69) señala dos tipos de motivación:
extrínseca, es decir, realizar el trabajo por las gratificaciones que aportara en
forma de buenas notas y aprobación del profesor, o intrínseca, realizar el trabajo
escolar por el gusto que surge de la propia tarea. Entonces, para lograr que los
alumnos sigan aprendiendo se debe hacer hincapié en las motivaciones
intrínsecas y se sientan satisfechos de realizar actividades de aprendizaje.

Por último, la escuela también es un lugar donde la división entre débil y el


poderoso está fácilmente a la vista, siendo los profesores aquellos con mayor
responsabilidad en la conformación de los acontecimientos del aula, esta
diferencia de autoridad también debe ser aprendida por los alumnos. Cuando
entran a la escuela, la autoridad del padre se complementa con la del profesor y
aquello e diferencia estas relaciones son la intimidad y la duración del contacto. La
relación de dominio en el aula es más impersonal y la intimidad se reduce ante la
falta de familiaridad.

Las diferencias de poder también pueden deberse a como se utiliza, Jackson


(1991, p. 70) menciona que mientras los padres son principalmente restrictivos, los
profesores son tanto prescriptivos como restrictivos, su autoridad se caracteriza
por el hazlo y el no lo hagas. Se trata también de hacer que los alumnos participen
en una actividad en la que normalmente no participarían.

La inflexibilidad de la diferencia entre maestro y alumnos puede reforzarse o


aminorarse en función con la política de la escuela y las predilecciones personales
de los docentes, pueden ser más estrictos o relajados, por ejemplo. A pesar de
ello, el maestro siempre va a ejercer ampliamente su control, por ende, los
alumnos siempre estarán conscientes de su posición, esto resulta sumamente
importante porque prepara al niño para situaciones futuras, como estar en una
oficina.
Como en otros aspectos, los alumnos buscaran formas de lidiar con estas
condiciones, una de esas prácticas es buscar favores especiales como crear
buena impresión con la autoridad para conseguir una respuesta favorable de esta.
Otra estrategia seria ocultar aquellos rasgos que podrían resultarle desagradables
a la autoridad y evitar crear una mala imagen para aumentar las posibilidades de
obtener lo que se desea.

Finalmente, Jackson (1991, p. 73) concluye el primer capítulo resaltando que los
elogios y las gratificaciones forman colectiva de un curriculum oculto que cada
profesor debe dominar para desenvolverse satisfactoriamente en la escuela. No
obstante, el docente debe dominar el curriculum oculto que está estrechamente
relacionado al sistema de recompensas, pues son aquellos aprendizajes
absorbidos por los estudiantes que no necesariamente son parte de curriculum
oficial. Si un estudiante no atiende todas las exigencias institucionales y
académicas quiere decir que no puede dominar el curriculum oculto ni oficial,
respectivamente.

Adaptarse a una situación así de compleja tiene que ver muchas veces con la
personalidad del alumno, en la escuela, se espera que aprenda a ser sumiso y
aceptar las normas, reglas y rutinas de la institución, características como la
curiosidad son las que dificultan esa tarea, después de todo, la adaptación a la
escuela es infinitamente compleja cuando se manifiesta en la conducta de cada
estudiante.

Referencia

Jackson, W. Ph. (1991). La vida en las aulas. Ediciones Morata. Madrid, España.

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