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LA HISTORIA ¿C O N Ó M IC A .

¿POR QUÉ? ¿CÓMO?

RELACIONES 79, VERANO 19 9 9, VOL. XX

Ruggiero Romano
E S C U E L A DE A L T O S E S T U D I O S E N C I E N C I A S S O C I A L E S , P A R Í S
urante más de veinte años los necróforos, ávidos e in-
- S teresados, han anunciado la muerte de la historia eco-

I
D | nómica. A manera de ilustración he utilizado la pala-
| bra "necróforos", pues designa a los insectos "que
h k entierran los cadáveres de otros animales para deposi­
tar en ellos sus huevos".1En efecto, de acuerdo al proyecto de los histo­
riadores necróforos se trataba de depositar los huevecillos de una pre­
tendida nouvelle histoire en el hum us fértil del éxito acumulado por la
historia económica durante las décadas precedentes; cálculo bastante
astuto pero que no ha sido coronado por el éxito, al menos por dos ra­
zones:
a) En primer lugar las propuestas alternativas presentadas por la
nouvelle histoire eran conceptualmente bastante modestas y a menudo
un poco anticuadas. ¿Qué fuerza podía hallarse, por ejemplo, en uno de
sus temas predilectos, la pretendida "deconstrucción"?
b) Enseguida, ¿podemos decir que todo aquello que se anunciaba
como "novedad" en verdad lo era?, ¿qué novedad tenía una historia an­
tropológica que había dado ya grandes resultados? Si tan sólo mencio­
namos a los americanistas, tenemos que evocar los nombres de John
Murra, Nathan Wachtel, Sidney Mintz, Franklin Pease...
He aquí, pues, indicadas aun someramente, las razones del fracaso
en adelante evidente de la nouvelle histoire. Es ya hora de que la buena,
vieja historia económica haga de nuevo y con fuerza oír su voz. A pesar
de los ataques de que ha sido objeto la historia económica, ella sale bien
librada y ha dado lugar a excelentes frutos aun durante los años difíciles
en que sufrió los ataques más duros. ¿Resulta necesario mencionar los
magnos trabajos de Michel Morineau o las obras de Paul Bairoch, inclui­
da la magistral síntesis publicada poco antes de su muerte?2 ¿Necesito
recordar el premio Nobel de economía que recompensó los trabajos de
Fogel?
Me sugiere estas consideraciones optimistas la situación de la histo­
riografía europea, mas si revisamos la situación hispanoamericana mis

1Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Madrid, 1970, ad vocem.


‘ 2 Victoires et deboirs. H istoire économique et sociale du m onde du x v f siècle à nos jo u r s ,
Paris, Gallimard, 1997,3 vols.
conclusiones se toman aún más optimistas. Aun cuando presenciamos
ciertos fenómenos de imitación de la nouvelle histoire en boga, es preciso
reconocer que de México al Perú, de la Argentina a Colombia, la histo­
ria económica ha dado lugar a jugosos frutos y ello no sólo debido a los
"viejos" sino también gracias a una nueva generación. El relevo, por lo
tanto, se encuentra asegurado. ¿Entonces todo está bien? No, pero sí
mejor de lo que se pudiera creer. Sin embargo no conviene dejarse lle­
var por demasiado optimismo; es preciso evaluarse constantemente;
hay que verificar la situación que guardan los paradigmas de nuestro
trabajo; hay que ver si se puede progresar y cómo.
Partamos de un primer punto. ¿Qué debe ser la historia económica?,
¿el solo y simple tratamiento de la historia de los hechos económicos?
Seguramente. Se dice historia económica y se piensa en la producción
de arroz en un valle peruano, en las salidas y llegadas de mercancías a
un puerto mexicano, en los precios del trigo en una ciudad colombiana.
Pero, ¿debe reducirse a eso la historia económica? No lo creo. El estudio
de las estructuras económicas (de producción, de distribución, de rela­
ción) constituye ciertamente un presupuesto pero de ninguna manera
debe ser un fin en sí mismo; sólo un presupuesto para la observación de
los aspectos económicos de las estructuras sociales, políticas, religiosas,
jurídicas y culturales. Se quiera o no, hay una imbricación entre esos di­
ferentes aspectos y la economía. Entiéndase, digo imbricación y no do­
minio de una estructura sobre las otras. El error de cierta historiografía
(en particular de la marxista, aunque no exclusivamente) ha sido justa­
mente creer en una especie de preponderancia de la estructura económi­
ca donde sólo hay que ver una imbricación. Excluyamos, pues, la "pre­
ponderancia" y atengámonos solamente a una imbricación.
Ahora bien, esta última supone una reciprocidad. Quiero decir que
si ayer la historia económica ha caído en el error de querer explicar de­
masiado mediante la economía, hoy se comete el error de creer que se
pueden explicar ciertos fenómenos sin acudir a la economía. Quisiera
dar un ejemplo: la familia. A pesar de lo que se pretende, los estudios a
ella referidos no son nuevos, ya que sería fácil proporcionar una vasta
bibliografía, en particular para la historiografía europea desde el siglo
xix. Si dejamos de lado los estudios de tipo puramente genealógico, se
les puede en general reprochar el insistir demasiado sobre los aspectos
económicos. Pero seamos justos: los estudios más recientes nos mues­
tran muy a menudo familias cuya función económica no sólo no se com­
prende, sino que no se llega a entender cual es el cimiento económico
que las mantiene unidas. Por supuesto que se habla de testamentos, de
dotes, pero no se presentan con claridad la razón, la función, la dinámi­
ca de esos mismos testamentos y dotes, que se pierden y pierden todo
su sentido en "redes" a menudo poco y mal definidas. Convengo que en
la fundación de un mayorazgo intervengan factores de prestigio, de ho­
nor, de renombre, y me parece normal que en el estudio de un mayoraz­
go se privilegien esos aspectos casi de fundación de una dinastía. Sin
embargo me parece que no es posible excluir, ni siquiera reducir las ra­
zones y las consecuencias de tipo económico. Al hablar de consecuen­
cias pienso no sólo en los problemas de conjunto de los mayorazgos (en
plural) en una economía, en particular agrícola, sino también en las con­
secuencias para los miembros de la familia excluidos del mayorazgo. La
familia. ¿Y la mujer? ¿Hay de veras un estatuto de la mujer en sí mismo
según parece creerse? ¿Se puede eliminar o simplemente desdeñar el
contexto económico o el demográfico? Ya lo sé, se alude siempre a ellos.
Sin embargo me parece que hace falta poco más que una mera alusión.
Podría fácilmente multiplicar los ejemplos. ¿Se puede concebir que
la moda del vestir haya estado libre de las contingencias y aun de las
presiones económicas? ¿Cómo, por ejemplo, hablar de moda en la Euro­
pa del siglo xvi sin tomar en cuenta el descubrimiento de América y el
"encuentro" con las abundantes sustancias colorantes? Más aún, ¿Hay
alguna idea de la naturaleza en cualquier sitio o momento de la historia
del mundo que no esté influida por las variables económicas? El nexo
ecológico del hombre con la naturaleza debe ciertamente estar referido
a la religión,3 pero esto no excluye la dimensión económica. Se ve con
claridad que incluso los temas que aparentemente se hallan muy aleja­
dos de la economía guardan relaciones con ella, sea por una u otra vías.
Sin embargo resultaría absurdo limitar mi defensa de la historia eco­
nómica a los temas que sólo de manera indirecta merecen de una consi­

3 Cfr. El magistral artículo de L. White Jr., "Historical Roots of our Ecological Crisis"
en S d e n ce c i v , 1967, pp. 1203-1207.
deración económica. El principal objetivo de nuestra disciplina debe ser
la reconstitución de los mecanismos del hecho económico, el cual posee
una dignidad no menor a la del hecho político.
Son vastos los horizontes que se abren para el joven investigador.
Desde hace casi tres años intento escribir una especie de manual de la
historia económica de Iberoamérica durante la época colonial. Dispon­
go de excelentes instrumentos en que apoyarme, pero enfrento también
enormes dificultades de las que quisiera hablar brevemente.
Contamos, por ejemplo, con excelentes estudios sobre minería: es
bien conocida la producción de oro, plata y mercurio americanos (aun
cuando el cálculo con apoyo en los demasiado famosos "quintos" me
deja dudoso). Pero, ¿qué sabemos de las piedras preciosas: rubíes, dia­
mantes, perlas, zafiros? Casi nada. Sin dejar el campo de la minería,
¿cómo dejar de destacar la ignorancia total de la producción de cande­
las, tan necesarias para el trabajo en las entrañas de la tierra?
¿Qué sabemos de los arsenales americanos? Durante tres siglos se
construyeron en ellos cientos de barcos que tomaron parte en las largas
travesías de la "carrera de Indias" y que aseguraron estrechas relaciones
a lo largo del litoral Pacífico o en el mar Caribe. La misma consideración
se impone por lo que toca a las construcciones navales en el curso de los
grandes ríos. Se trata, pues, de un capítulo fundamental de la historia
del comercio interoceánico y también del comercio interregional. No
obstante, nuestra ignorancia es casi total y tampoco sabemos nada del
funcionamiento económico de una sola de aquellas obras constructivas.
Las ciudades americanas de los siglos xvn y xvni fueron surcadas
por miles de carrozas. Su fabricación movilizó carpinteros, herreros, vi­
drieros, talabarteros, y no creo exagerar si digo que tengo la impresión
de que en una ciudad como México o como Lima la fabricación de ca­
rrozas constituyó en el siglo xvin la más importante actividad manufac­
turera o ciertamente una de las más importantes.
De la ciudad al campo. Allí, en las regiones en que el suelo lo permi­
tía, reinó la carreta. Ahora bien, tales carretas fueron verdaderos mons­
truos. Las contadas descripciones de que se dispone para el norte de
México o para el Río de la Plata nos presentan vehículos enormes, des­
montables, con piezas para refacción demasiado caras. No de trata de
hacer de la elaboración de carrozas y de carretas la industria automotriz
de la época colonial, sino de reconocer que es increíble que no se sepa
nada o casi nada al respecto.4
¿Cómo dejar de sorprenderse por la falta de conocimientos relativos
a la fabricación de recipientes (de vidrio, madera, barro...) para la trans­
portación de los líquidos? Se habla de vino, de chicha, de aguardiente,
de pulque, pero no se sabe absolutamente nada de su conducción salvo
que, por ejemplo, en un paraje cerca de Pisco en el Perú, había ya en el
siglo xvn una vidriería que producía botellas. Es poco...
Para un sector tan importante como la constaicción nuestros cono­
cimientos resultan muy limitados. Luego de los trabajos pioneros del
llorado A.C. van Oss,5 que reunieran los datos relativos a una buena
parte de las construcciones "monumentales" de los virreinatos de Mé­
xico y del Perú, se ha dejado de lado la empresa y sabemos muy poco
de esa fundamental actividad económica. Fundamental porque puso en
movimiento la producción de tabiques, tejas, cal. ¿Poca cosa? No tanto,
ya que en 1803 en la región de Veracruz el valor de dos fábricas, de cal
y de tabiques, oscilaba entre tres y cuatro mil pesos y la comercializa­
ción de su producción representaba entre seis y ocho mil pesos por año.h
La actividad constructiva implicaba, además, la participación de nume­
rosos gremios y por lo tanto su coordinación durante las distintas fases
del proceso; intervenían varios personajes: del arquitecto al maestro de
obra y hasta el que podemos llamar el "empresario". Ahora bien, cono­
cemos algunos arquitectos en su dimensión artística, pero no sabemos
gran cosa de los otros. ¿Quiénes son esos hombres que dirigen la cons­
trucción de edificios imponentes y aun modestos?, ¿cómo se halla orga­
nizado el trabajo?, ¿cuáles son las inversiones y cuáles los beneficios?
Sería útil responder estas preguntas. He aquí por lo tanto vastos cam­
pos de un trabajo que puede ser nuevo y de veras innovador. Si se trata

4 Quisiera evocar algunas páginas de la importante tesis de Chantal Cramaussel,


Peupler la frontière. La province de Santa Barbara au x v í et x v ir siècle, París, 1997 (Se prepara
la versión en castellano).
5Véase en especial, Inventori/ o /8 6 1 M o n u m en ts o f Mexican A rchitectu re, Amsterdam,
CEDLA, 1973.
6 Cfr. Documentación en ). Silva Herzog, Relaciones estadísticas de la N u eva España de
principios del siglo X I X , México, Archivo Histórico de Hacienda, 1944, pp. 28-29.
en apariencia de pequeñas empresas (las candelas, el edificio, las carro­
zas...) hay que estar convencido de que ellas pueden llevarnos a una vi­
sión diferente de los grandes problemas del pasado de nuestra América.
Sin embargo sería ilusorio creer que una verdadera renovación puede
proceder de la simple identificación de nuevos campos de investiga­
ción. Es preciso algo más, y aquí surge el problema de "cómo" hacer his­
toria económica. Creo que una de las limitaciones más importantes que
nuestra disciplina ha enfrentado en el pasado es la del empleo de instru­
mentos inadecuados. Quiero decir que se ha echado mano de un ins­
trumental interpretativo que no estaba hecho para el análisis del pasado
aun si, eventualmente, presentaba ventajas para el análisis del presente.
Pienso en particular en el pensamiento marxista, aunque no solamente
en él. Pienso asimismo hoy en la utilización abusiva que los neófitos han
hecho del pensamiento de Adam Smith. Por más excelentes que sean
sus doctrinas. ¿Estamos seguros de que se aplican a la realidad históri­
ca que queremos estudiar? ¿Sirven en verdad las categorías marxistas
para entender lo que es la encomienda? Siempre he considerado que el
pensamiento tomista y también el de Aristóteles eran más útiles. Pero
no se trata de oponer a santo Tomás y a Marx o a Aristóteles y a Smith.
Permítaseme aludir a un recuerdo. A fines de los cincuenta, en ocasión
de un encuentro con Witold Kula, le pregunté en qué se hallaba traba­
jando por entonces. Me respondió que simulaba vivir a fines del siglo
xvin y ser el titular de la cátedra de economía política de reciente crea­
ción en la Universidad de Cracovia, y que debía escribir un manual de
economía política que permitiera a sus alumnos pasar el examen. Escri­
bió ese "manual". Es su Teoría ekonomiczna ustroju feudalnego. Proba mo-
delu.7 Para mí se trata de uno de los más hermosos libros que jamás haya
leído: he aquí la obra de un historiador con un espléndido conocimien­
to de Marx pero también de la economía clásica. Sin embargo el modelo
por él construido es muy independiente de su formación cultural y res­
ponde en lo esencial a lo que la documentación le proporcionó sobre la
realidad de la economía polaca de los siglos x v ii y x v iii . En resumen, el
libro de Witold Kula no es de ninguna manera un modelo histórico a ser

7 Witold Kula, Teoría ekonom iczna ustroju feu dal negó. Proba modelu, 1963. Traducción
en castellano: Teoría económica del sistem a feu dal, México, Siglo xxi editores, 1974,239 p.
empleado asimismo para estudiar a los Ming del siglo xvi o el Canadá
del siglo xviii, sino que -y en esto radica su importancia- constituye u n
modelo de cómo construir un modelo histórico. Hay que leer y estudiar
el libro de Kula no para imitar su construcción sino simplemente para
aprender a construir el modelo que será útil al propio objeto de estudio.
Veamos.
¿Los salarios? Comience sin embargo por estudiar qué porción de
trabajo forzado no pasa por el mercado. Verifique si los salarios se pa­
gan en moneda o en especie. Sepa cual es la retención de esos salarios
en manos del empresario. Verifique el grado de endeudamiento de los
trabajadores. Son estas diferentes variables las que le permitirán cons­
truir su modelo, válido para tal espacio preciso en un momento dado
igualmente preciso. Los salarios (y la historia de los salarios) existen so­
lamente en relación a la estructura del mercado de trabajo. Un discurso
semejante vale asimismo para los precios, las monedas, los transportes,
la producción textil y para cualquier tema de historia económica (y se
puede decir que para cualquier tema de historia).
¿Una historia sin ideología? Claro que no. Más precisamente, la ideo­
logía puede intervenir como cuadro general pero a condición de no im­
poner las constricciones de su marco al modelo que los hechos permiten
construir y sin caer en el anacronismo. Ahora bien, este último acecha
constantemente al historiador.
Por lo demás no se puede pretender decir que se reconstruye u n a
economía de antiguo régimen si no se toman en cuenta todos los compo­
nentes de esa economía. Permítaseme un ejemplo: un libro reciente de
Jean-Ives Grenier5me brinda la oportunidad. Ese trabajo es ciertamente
de primera, pues constituye un modelo para una nueva manera de
tratar la historia de las ideas económicas. Su esfuerzo por explicar cier­
tos mecanismos de la economía francesa del siglo xviii es ejemplar; u n
libro, pues, perfecto. Pero al mismo tiempo, cómo aceptar estos dos ren­
glones: certaines variables, á commencer par les échanges commerciales mo-
nétaires et les prix á l'exception du troc [subrayo], sont privilégiées (p. 14).4

5 L'cconomic d 'A n d e n Régirne, París, Albin Michel, 1996.


"Se privilegian ciertas variables, comenzando por los intercambios monetarios y los
precios con excepción del trueque" (N. del T).
Sin embargo "privilegiar" esos dos aspectos significa en realidad sacrifi­
car otros. Por este medio se obtiene un análisis de la economía moneta­
ria de antiguo régimen, es decir una visión parcial. Y también, si se me
permite, una visión defectuosa, pues mediante esos "privilegios" se es­
camotea la acción del trueque (y del autoconsumo) sobre la formación
monetaria de los precios. Insisto, el libro de Grenier me parece magnífi­
co. y reconozco haber aprendido mucho en él, aunque confieso que no
me decido a admitir como la verdadera y única "economía de antiguo
régimen" aquella que el autor ha reconstituido de manera tan brillante.
Para mí la economía de un espacio dado está constituida por todas las
transacciones, monetarias o no. ¿Cómo eliminar de una economía de
antiguo régimen las transacciones del trueque (y el autoconsumo) si és­
tas representan a veces mucho más que las que pasan por el mercado
monetario? Esto me parece decididamente arbitrario, tan arbitrario
como pretender definir la economía de antiguo régimen solamente por
el trueque.
Para resumir todo lo aquí escrito quisiera recordar que los historia­
dores son con bastante frecuencia víctimas de mitos. Paul Bairoch ha
dispuesto una larga lista de ellos en su hermoso libro M yth es et parado­
xes de l'histoire économic¡ue 10 en el que ha desmontado toda una serie de
lugares comunes, por ejemplo el comercio exterior entendido como mo­
tor del crecimiento económico. No hay que creer en los mitos, es decir
en la falsa percepción de fenómenos de la historia económica. En el ori­
gen de esas falsas percepciones se halla casi siempre la misma causa:
creer con bastante ingenuidad en la existencia de leyes económicas ab­
solutas, válidas para siempre y doquiera, creyendo responder así a las
preguntas que los economistas nos plantearían y que en realidad no nos
plantean (al menos los mejores). Pues bien, esas famosas leyes absolu­
tas no existen ni nunca han existido.
Lo que es más extraordinario es que uno no se limita a asumir para
examinar el pasado "leyes" sólo válidas hoy, sino que también se efec­
túan deslizamientos semánticos que llevan a atribuir a una palabra

10 Paul Bairoch, M y th e s et paradoxes de l'histoire économique, Paris, Editions de la


Découverte, 1995.
dada un significado que jamás tuvo en el pasado. El ejemplo más evi­
dente que se puede dar de esto es el de la moneda. Es impresionante ver
como de un tiempo acá varios historiadores se han casado con teorías
monetarias contemporáneas (apenas válidas para el siglo xx) para apli­
carlas a realidades del pasado. No contentos con esta extrapolación ana­
crónica, consideran como moneda cualquier mercancía y cualquier sig­
no allí donde la moneda en circulación, por ejemplo en Hispanoamérica
colonial, era de oro y de plata y esos dos metales no tenían relación fija
entre ellos. ¿Por qué ese deslizamiento? La respuesta es simple:

se debe a un doble fenómeno propio de nuestro tiempo, la sustitución del


metal por el papel en la confección de las monedas y la correspondiente dis­
persión de sus funciones monetarias. La moneda ya no se presenta ni como
un objeto de valor ni como un instrumento único de cuatro funciones carac­
terísticas. Son estas las circunstancias que contribuyen a oscurecer la situa­
ción y a situar en una óptica particular el problema de los caracteres de la
moneda.11

Pero así se traicionan las reglas más elementales de la historia y no


se sirve ni a ésta ni a la ciencia económica.
Repito. Nuestro campo de investigación es enorme y promete a los
jóvenes investigadores hermosas cosechas. Trabajemos entonces según
las reglas de nuestra disciplina, que son las reglas históricas, es decir, las
específicas de los diferentes tiempos y lugares.

Traducción del francés de Óscar Mazín

11 P. Bessaignet, "Monnaie primitive et théories monétaires" en Cahiers Vilfredo Pareto


R evue internationale des Sciences Sociales, 21 (1970), p. 50.

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