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Arato, Rocío – Arias, Mario

Instancia
Evaluativa Nº 3
Filosofía y Educación

Profesorado de Educación Secundaria en Historia


18-10-2019
25 de junio de 1950

Querida Colega:

Entre alambrados, rejas, paredes descascaradas y uniformados brotan mis palabras y


te escribo esta carta. Con motivo de hacerte conocer mi nuevo proyecto en el lugar que me
he instalado. Al llegar a Brasil me convocó el director Geraldo Sousa, para realizar una
entrevista en el Hospital Psiquiátrico Sao Pedro. Sobraba una vacante en el ala de
tratamiento a pacientes esquizofrénicos a la que decidí inscribirme.

Luego de la entrevista en la que desde el comienzo me sentí evaluada por mi


condición femenina, me exigieron el certificado de mis estudios, me sometieron a un
examen de aptitudes y saberes y luego me ofrecieron realizar un recorrido por la
institución.

Desde la sala del director se podía observar casi todo el lugar; lo primero a la vista
era la sala de descanso de los enfermeros y doctores. Desde la ventana, se podía vigilar el
patio donde también tenían su momento de inacción los pacientes “privilegiados”.

El primer lugar al que fuimos me causó estupor observar cómo eran tratadas las
personas que eran ingresadas en el hospital. Los enfermeros uniformados, con sus blancos
delantales aplicaban los “tratamientos” establecidos para curar o erradicar ciertas
conductas. Un hombre, que tenía alrededor de 35 años, era expuesto en el centro de una
habitación en la cual le eran arrojados cubos de agua congelada mientras una serie de
doctores observaban la situación con ánimos de desarrollar teorías para controlar los
comportamientos de los individuos.

Siguiendo el recorrido y casi finalizándolo deduje que, para cada tarea y cada grupo
de la institución, había un lugar asignado donde existían reglas y normas que cumplir, con
las que claramente yo no iba a llevarme bien y ya lo presentía. La sala del director
funcionaba como epicentro del lugar.

El sitio era de tipo lúgubre, lo más similar a un funeral y en las peores condiciones
sanitarias jamás reconocidas. Esto se evidenciaba claramente en los rostros dolidos y
pálidos de los pacientes, sus ojos pedían a gritos ayuda y auxilio. Inmediatamente me
propuse cambiar estas condiciones, tarea que no me sería fácil pero tampoco imposible
rodeándome de la gente correcta.
25 de junio de 1950

Las personas ingresadas para ser disciplinadas aquí no son valoradas como tal, se
agrupan y dividen en función de su utilidad. Presentí desde el primer momento, que esto se
hacía con el objetivo de impedir que las personas se relacionen entre sí y tengan algún tipo
de contacto. El silencio habitaba los pasillos, llega la noche y las rejas se cierran, dejan
surcos invisibles en los mosaicos; marcas que permanecen como heridas abiertas, en las
muñecas, cortes verticales en las venas, de esos que no se pueden sanar. Los pacientes allí,
nosotros acá. En el medio, un torrente de vida y esperanza que se escapa y diluye.

Te comento que luego de este día en el que pasé la entrevista, me instalé una
semana en el Hospital Psiquiátrico para realizar una observación y comenzar a organizar
cómo va a ser mi estadía en este lugar.

Al tercer día Irassema, una paciente ingresada hace años y abandonada por su
familia, se opuso a tomar los psicofármacos el día y en el horario que le correspondían. Por
este motivo, el director del hospital junto con el doctor André Do Santos, decidieron
encerrarla en una pequeñísima celda sin iluminación, apartada de todo tipo de contacto con
el exterior, en la oscuridad de la noche, tras muros de hastío, su cuerpo amarrado y
expuesto al frío. Me replanteo a partir de esto, ¿es la violencia y la exclusión el medio para
curar a los pacientes?

Ellos no están acá porque sí. Hay todo un contexto que habilitó, habilita y va a
seguir habilitando que esto exista. Y todo lo que pasa acá es lo que pasa afuera, por eso me
interesaría que me cuentes tu experiencia de trabajo en Uruguay porque querida amiga hay
que ser muy fuerte para soportar esto.

Sin embargo, mis pensamientos por suerte son libres, vivos y vuelan. Ni el más
fuerte candado, ni la oscuridad del último rincón, ni el peor médico van cerrar mi camino y
derrotar mi esperanza de revertir la situación.
25 de junio de 1950

Mis más cordiales saludos, con cariño, Carmiña.

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