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Democracia ambiental y coproducción de recursos

cognitivos locales para el manejo de la biodiversidad


en reservas de biosfera

Environmental democracy and coproduction of local cognitive


resources for the management of biodiversity in biosphere reserves

Conrado Márquez Rosano1


María del Carmen Legorreta Díaz2
Thierry Linck3

(En proceso de publicación en el Número 60 de Enero-Junio 2018, de la Revista de


Geografía Agrícola de la Universidad Autónoma Chapingo)

1
Profesor investigador de la Dirección de Centros Regionales de la Universidad
Autónoma Chapingo, Chapingo, México, c.p.56230. Teléfonos oficina: 01-595-
9521672, celular: 55 3707 4104, correo electrónico:
cmarquezr@taurus.chapingo.mx
2
Investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades de la UNAM, Ciudad de México, México, c.p.04510. Teléfono
oficina: 5623-0025, celular: 5561224763, correo electrónico: clegorreta@unam.mx
3
Investigador del Institut National de la Recherche Agronomique (INRA),
Departamento Ciencias de la Acción para el Desarrollo, Paris, Francia, c.p.75338.
Correo electrónico: thierry.linck@gmail.com
Resumen

¿Cómo lograr que la biodiversidad, un bien común de la humanidad, se mantenga también como
un recurso colectivo propio de las comunidades humanas que dependen directamente de ella para
su subsistencia? Este es el tema que aquí analizamos, el cual ha sido institucionalizado por la
creación de reservas de biosfera en México y otras partes del mundo. Si bien la preservación de la
biodiversidad es de interés común, la creación de reservas implica para las poblaciones residentes
una alteración de las modalidades de apropiación y acceso a recursos vitales para ellas. El
presente artículo aborda estas cuestiones con base en el caso de la Reserva de Biosfera Montes
Azules (REBIMA) y la Reserva de Biosfera Lacantún (REBILA) en Chiapas. Aporta a la
discusión la importancia y el reto de construir la democracia ambiental, al exponer diversas
racionalidades que interactúan en la REBIMA. Así mismo discute sobre la necesidad de crear
consensos entre los actores involucrados que propicien procesos de co-construcción de recursos
cognitivos locales para el uso y manejo de la biodiversidad a fin de resolver la pregunta arriba
formulada.

Palabras clave: política socio-ambiental, Selva Lacandona, apropiación territorial, democracia


ambiental, recursos cognitivos locales y reservas de biosfera.

Abstract

How can biodiversity, a common good of humanity, can continue to be a collective resource for
human communities who depends directly on it for their subsistence? This is the subject
discussed here, which has been institutionalized by the creation of biosphere reserves in Mexico
and other parts of the world. Although the preservation of biodiversity is of common interest, the
creation of reserves implies for the resident populations an alteration of the modalities of
appropriation and access to resources vital for them. This article addresses these issues based on
the case of the Montes Azules Biosphere Reserve (REBIMA) and the Lacantún Biosphere
Reserve (REBILA) in Chiapas. It contributes to the discussion about the importance and the
challenge of building environmental democracy, by exposing different rationalities that interact
in the REBIMA. It also discusses the need to create consensus among the actors involved, which
leads to processes of co-construction of local cognitive resources to use and management of
biodiversity in order to solve the question previously mentioned.

Keywords: socio-environmental policy, Lacandon Rainforest, territorial appropriation,


environmental democracy, local cognitive resources and biosphere reserves.

Introducción

¿Cómo lograr que la biodiversidad, un bien común de la humanidad se mantenga también como

un recurso colectivo propio de las comunidades humanas que dependen directamente de ella para

su subsistencia? ¿Cómo conciliar los intereses de la humanidad –expresados por agencias

1
multilaterales, gobiernos nacionales y ONG- y los de las poblaciones autóctonas? Este es

precisamente el reto que plantea la creación de reservas de la biosfera en México y en otros

países donde se encuentran ecosistemas que destacan por la riqueza de su biodiversidad. Si bien

todos compartimos a priori un interés por la preservación de la biodiversidad, la creación de una

reserva implica siempre para las poblaciones residentes, indígenas y no indígenas, una alteración

de las modalidades de apropiación y de acceso a recursos vitales para ellas. Se analiza a

continuación el caso de la Reserva de Biosfera Montes Azules (REBIMA) y de la Reserva de

Biosfera Lacantún en la región de la Selva Lacandona (REBILA) (Chiapas), en la zona fronteriza

con Guatemala, la REBIMA fue creada en 1978 e incorporada al programa Hombre y Biosfera

(MAB, por sus siglas en inglés) de la UNESCO; y la REBILA se decretó en 1992 en el contexto

de la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro.

La creación de una reserva de biosfera plantea retos que pueden expresarse de múltiples formas.

Remite en primer lugar a una confrontación problemática de valores, representaciones, creencias,

prácticas productivas y estilos de vida difícilmente compatibles. Se relaciona también con

apreciaciones divergentes sobre la amenaza que significa la erosión de la biodiversidad, sobre

quienes son responsables del proceso y sobre cómo repartir el costo económico y social de su

preservación. Alimentan estas tensiones los intereses de las corporaciones que dominan la

producción agropecuaria, la difusión de recetas técnicas poco respetuosas del medio ambiente y

el negocio de los alimentos, sin omitir, desde luego, las presiones que ejerce la bioindustria.

Tampoco pueden pasarse por alto las tensiones entre los diferentes componentes y conflictos de

la población local, las discrepancias entre grupos de presión1 y las burocracias multilaterales y

1
Nos referimos al papel que juegan las poblaciones locales, comunidades indígenas, científicos, gobiernos,
organizaciones ambientalistas, etc.

2
nacionales acerca de la definición de los objetivos, la elección de los métodos y planes de manejo

de la reserva.

El éxito del proyecto presupone la construcción de una normativa que regule el uso y acceso a los

espacios de la reserva, que sea reconocida por todos los actores involucrados. Depende por lo

tanto de un consenso que logre enlazar lo local y lo global y conciliar intereses radicalmente

opuestos. Podemos intuir que, en términos generales, este consenso resulta inalcanzable. En su

ausencia viene cobrando importancia la retórica, sus enunciados abstractos y sus artífices: la

retórica engaña, encubre y distorsiona la realidad. Así, pase lo que pase, domina un mismo

discurso que ostenta en forma algo surrealista un arraigo a los valores de sustentabilidad, de

justicia social, de participación ciudadana y de democracia ambiental, no siempre acordes con las

exigencias de “eficiencia” económica y ambiental. La exclusión emerge entonces como

característica remanente del proceso de implementación de la REBIMA y de la REBILA, hasta

cierto punto, propio del concepto mismo de área protegida.

Nuestro estudio enfatiza el papel que han tenido los conflictos por la apropiación de la tierra y de

los territorios. 2 Cabe destacar que la Selva Lacandona ha sido objeto de movimientos de

colonización relativamente recientes,3 marcada por resoluciones agrarias no siempre congruentes

y abiertamente cuestionadas, como la creación en 1972 de la Comunidad Zona Lacandona y, en

1978, la Reserva de la Biosfera Montes Azules. La creación de la REBIMA y la REBILA 4

propicia así un análisis de corte histórico de la disputa por el acceso y el control del espacio (la

disputa territorial) llevado a cabo en diferentes escalas y escenarios sociales. Por su propia

2
Veremos adelante como el concepto de apropiación territorial entraña varias dimensiones. Ver los trabajos de
Márquez, 2002 y Linck, 2007: 177-198.
3
Ver los trabajos de Legorreta, 2004; Legorreta, 2008; Márquez, 2002; De Vos, 2002. Destaca también la obra en
proceso de D´Alessandro y Linck, 2016, en la que abordan el tema de la circulación de los saberes técnicos y
relacionales locales en los movimientos de población de origen tzeltal en Chiapas.
4
La REBILA es creada el 21 de agosto de 1992, abarca una superficie de 61,874 ha y es contigua a la REBIMA en
su lado Este.

3
naturaleza, este proceso permite retomar la perspectiva de los actores, reconocer el sentido de sus

luchas y entender las configuraciones de sus relaciones con las autoridades y las demás

comunidades y centros de población de la región.

Este enfoque cobra más sentido en la medida en que la UNESCO plantea en su programa Man

and Biosphere (MAB) un concepto de manejo de las áreas protegidas ampliamente asentado en

un principio de participación e implicación de la población local. 5 Refuerzan esta opción las

misiones de educación a la democracia y al desarrollo sustentable que conforman otros rasgos

distintivos del programa. La democracia ambiental se plantea como una exigencia básica.6 Al

menos está muy presente en el discurso y en los objetivos del programa, aunque la observación

revela que no lo es tanto en el actuar de las instituciones y menos aún en la realidad.

Pautas metodológicas

¿Cómo explicar este desfase? Las investigaciones realizadas en la REBIMA, la REBILA y otras

reservas del MAB7 ponen en evidencia la existencia de tensiones entre instituciones y población

local. El análisis de estas tensiones se ha llevado al amparo de una acepción amplia de la noción

de apropiación territorial, en una perspectiva que invita a enlazar democracia ambiental y

coproducción de recursos cognitivos locales. 8 En otros términos, la apropiación formal de la

5
MAB es un programa intergubernamental de la UNESCO (1971), cuyo objetivo es establecer una base científica
para la mejora de las relaciones entre las personas y los ecosistemas. "MAB combina las ciencias naturales y
sociales, la economía y la educación para mejorar los medios de subsistencia humanos, la distribución equitativa de
los beneficios y para salvaguardar los ecosistemas naturales y gestionados, promoviendo así enfoques innovadores
para el desarrollo económico que sean social y culturalmente apropiados y ambientalmente sostenibles. (UNESCO,
2016)." (La cita original está en inglés, la traducción al español es de los autores).
6
Existen diferentes definiciones de democracia ambiental, pero uno de los factores comunes a varias de ellas y
retomado por el programa MAB UNESCO remite en este caso al involucramiento de la población local en la toma
de decisiones respecto a los planes y acciones sobre las reservas. Además, como señala E. Leff (2004): "En áreas
decretadas como reservas de la biosfera la construcción de la democracia es primordial dado que el planteamiento de
conservar y desarrollar implica un cambio en las estructuras sociales, en las formas de apropiación del espacio y en
las prácticas de uso de los recursos naturales."
7
Ver Legorreta, Márquez y Trench (edit.), 2014. En dicho trabajo además de la REBIMA se estudia el caso de la
Reserva de Biosfera “La Sepultura” ubicada en la Sierra Madre de Chiapas.
8
Manejamos el concepto de “recurso cognitivo local” en sustitución de la noción de saber local. En parte porque
suele remitir esta última, en forma ambigua, a conocimientos “tradicionales”, “autóctonos”, “ancestrales”,

4
tierra (lo que establece el título de propiedad) no puede desvincularse de la construcción de

dispositivos de regulación social local y del dominio de los recursos biológicos y cognitivos (que

remiten a las prácticas sociales). El planteamiento es bastante sencillo: la tierra no puede

considerarse como un simple soporte físico e inerte de los cultivos. Conforma un ecosistema

construido, asentado en un ordenamiento de lo vivo que determina su potencial agronómico. En

este sentido, la apropiación territorial es inseparable de la apropiación de los recursos biológicos:

no puede desligarse de las modalidades de domesticación de los procesos biológicos. Por este

mismo motivo tampoco puede disociarse de la construcción y movilización de un acervo idóneo

de conocimientos: los recursos cognitivos locales.

Estos recursos tienen a su vez que entenderse en una doble acepción. Por un lado, remiten a las

representaciones de la naturaleza, a las prácticas y a los conocimientos técnicos movilizados en el

manejo de los procesos biológicos, en la valorización de las funcionalidades ecosistémicas y en la

preservación de la biodiversidad y de la fertilidad. Por el otro, remite a los conocimientos

relacionales activados en la apropiación de los recursos locales y en las interacciones sociales

relacionadas con los procesos de apropiación. Considerada bajo esta perspectiva, la “democracia

ambiental” sólo puede proceder de un proceso de co-construcción de los conocimientos técnicos

y relacionales locales.

Por lo tanto, el recurso cognitivo local conforma este basamento operativo imprescindible y este

pilar consensual que condiciona la adhesión de los actores y la implementación de las normas y

programas operativos en los cuales se asienta la administración de la reserva. El verdadero objeto

de las tensiones entre instituciones y poblaciones autóctonas puede aparecer con mayor claridad:

la apropiación de los recursos biológicos y cognitivos locales. Las discrepancias cobran sentido

heredados”... Consideramos que el conocimiento local es un saber vivo, dinámico y flexible. En parte también
porque suele enmarcarse en una visión taxonómica que tiende a oponer y disociar conocimientos técnicos y
relacionales. Para mayor referencia ver: V. Toledo, 2005, págs. 16-17 y E. Leff, 1998. p 226.

5
en torno a la naturaleza y a la amplitud de las actividades humanas autorizadas dentro de los

perímetros de la reserva, como si la única opción de conservación de la biodiversidad fuese la de

dejar de usarla. Proceden también de la aparente imposibilidad de rebasar esta relación asimétrica

que opone los saberes de los “expertos” que detentan las instituciones oficiales y científicas y los

conocimientos “profanos”, “vulgares”, “tradicionales” “vernaculares” o “anticuados”, imputados

en forma en ocasiones despectiva a las poblaciones autóctonas.

Hace falta, en síntesis, un acuerdo compartido sobre los lineamientos básicos del manejo de la

reserva. Siguiendo una pista abierta por Hirschman (1970), podemos definir el consenso como un

acuerdo que no admite ni contestación ni reconoce cualquier forma de oposición. En este sentido,

la ausencia de consenso genera disidencia y exclusión: cierra el debate, propicia acuerdos

frágiles, incompletos e incongruentes propios de una racionalidad limitada. Genera reacciones de

resistencia (activa o pasiva), de oportunismo, de repliegue o de violencia, de autoritarismo, de

corrupción, de abusos y violaciones de las normas y del derecho. Veremos que éste es un cuadro

que en muchos aspectos puede caracterizar las tensiones en las trayectorias de la REBIMA y la

REBILA.

Nuestra primera hipótesis deriva de estas consideraciones: la democracia y la implicación de la

población local (en el caso, comuneros de la Comunidad Zona Lacandona y ejidatarios de

subregión Miramar, de Ocosingo), condicionan fuertemente la eficiencia organizacional y la

preservación de la biodiversidad. Una segunda hipótesis, complementaria de la anterior plantea

que el proceso de construcción de los recursos cognitivos locales debe contemplarse como un

aspecto clave tanto del manejo de la biodiversidad como de la implementación de una gestión

colectiva democrática de los territorios.

También podemos anticipar dos conclusiones de nuestras investigaciones. La primera muestra

una escasa participación de la población local y una fuerte incidencia del clientelismo. Estas
6
prácticas cobran sentido en una nebulosa de sistemas de acción parciales, incongruentes y

contradictorios que no satisfacen las aspiraciones a la democracia y al desarrollo sustentable, ni

corresponden a las exigencias de conservación de la biodiversidad en el largo plazo. La segunda

conclusión plantea que el proyecto democrático ha fallado, no en tanto que opción y objetivo de

gobernanza9, sino por la ausencia de base operativa y de consenso previo sobre los objetivos, los

principios de acción y las modalidades de apropiación y de co-construcción de los recursos

biológicos y cognitivos locales.

Las Reservas de Biosfera en la sombra de los retos del siglo: entre estética y santuarización

Las tensiones que caracterizan la implementación de la REBIMA y la REBILA no son exclusivas

de México y de la historia agraria de Chiapas. Proceden también de las orientaciones definidas en

al ámbito internacional. Las últimas décadas han sido marcadas por la multiplicación de áreas

protegidas a lo largo y ancho del planeta, en un movimiento que ha cobrado recientemente una

notable presencia en las regiones intertropicales. De acuerdo con la CONANP10, en México las

áreas protegidas cubren 12.1% de la superficie terrestre y marítima del país en 2015 y se anticipa

que su extensión alcance 17% al final del 2018.11

Su creación se asienta en un principio en su esencia bastante sencillo: la biodiversidad es un bien

común de la humanidad12, que el desarrollo de las actividades humanas ha deteriorado en forma

9
En términos genéricos, la gobernanza podría definirse como el arte de gobernar y por lo tanto como la expresión de
una ética de la construcción de las elecciones colectivas. Adherimos en esta perspectiva el planteamiento de
(Calame, 2003: 84) quien define la gobernanza “como el conjunto de regulaciones que permiten que una sociedad
viva en paz duradera y garantice su perennidad a largo plazo.” Apunta también que el “nuevo enfoque de la
gobernanza se interesa en cambio por la manera como se organiza, en el tiempo, el proceso mediante el cual las
políticas públicas se organizan, se aplican y se corrigen” (Calame, 2003: 200).
10
Ver SEMARNAT. CONANP. (2016) Prontuario Estadístico y geográfico de las áreas naturales protegidas de
México. En http://entorno.conanp.gob.mx/docs/PRONTUARIO-ANP-2016.pdf
11
Ver SEMARNAT, CONANP (2015) Resolución sobre las cifras oficiales correspondientes a las superficies de las
Áreas Naturales Protegidas de competencia federal en México. En
http://www.conanp.gob.mx/que_hacemos/pdf/PROPUESTA_DE_RESOLUCION_DE_SUPERFICIES_ANP_indiv_
b2.pdf
12
Siguiendo a E. Ostrom (2000) y Ostrom et al (2002), la naturaleza y la biodiversidad se identifican como “bienes
rivales”, en el sentido de que el sobreuso implica un desgaste del recurso que, en el caso, se considera irreversible.

7
preocupante: por lo que es necesario preservarla. La idea no es novedosa. Remite, al menos en

sus principios iniciales, a un planteamiento que enlaza con un doble mito. Primero, el de

Prometeo que presenta el progreso como un desafío a las potencias divinas, un movimiento

inflexible e irreversible que tarde o temprano tiene que revertirse en contra del hombre (Fortier,

2009:130). Segundo, el más contemporáneo, el mito de la modernidad que asienta una

disociación estricta entre sociedad y naturaleza: el progreso sólo puede plantearse en términos de

dominio -y por lo tanto de destrucción- de la naturaleza. Bajo este doble concepto, las reservas de

biosfera, consideradas como Áreas Naturales Protegidas tienen que (o tienden a) concebirse como

santuarios, espacios protegidos y estrictamente reservados para usos contemplativos o

recreativos.

Las primeras áreas protegidas han sido creadas en los Estados Unidos y en Europa hace un poco

más de un siglo. Prevalecía entonces un criterio estético: tenía que asegurarse la conservación y

la valorización de sitios naturales de excepción. Bajo este concepto John Muir logró en 1864 la

creación del Parque Nacional del Yosemite, en California; le siguió en 1872 el de Yellowstone.

Por otra parte, se promulga en 1906 en Francia la ley sobre la protección de los paisajes naturales

y se funda en 1912 la reserva natural de las Siete Islas, en la costa atlántica del mismo país. No

puede dejarse de mencionar aquí las experiencias rusa y soviética con la creación de los

Zapovednik, extensas reservas naturales, escrupulosamente preservadas de cualquier intervención

humana, y manejadas para fines exclusivamente científicos. Además de las iniciativas de parques

nacionales y reservas forestales promovidas por Miguel Ángel de Quevedo a principios del siglo

XX en México.

Son también “bienes no exclusivos” o sea, recursos no apropiados de manera privada y, por lo tanto de libre acceso:
el mercado no puede operar como dispositivo de regulación. La erosión de la biodiversidad es una amenaza para la
humanidad considerada en su conjunto. Por lo tanto, su preservación no puede ser de la competencia exclusiva de los
estados: plantea exigencias de eficiencia y de coherencia que sólo pueden asumirse en el marco de una coordinación
de las políticas nacionales con instancias y redes multilaterales, con tal suerte que el interés colectivo pueda
prevalecer sobre el de los usuarios locales.

8
Hay que considerar con cierta cautela las estadísticas sobre la superficie terrestre establecida

como áreas protegidas que se han presentado líneas arriba; remiten a contextos heterogéneos y a

situaciones muy disimiles en términos de orientación, de extensión, de niveles de restricciones y

de modalidades y capacidades de acción. Sin embargo, la Cumbre de la Tierra (Rio 1992) ha

dado un fuerte impulso y cierta coherencia a la creación de reservas naturales. Las convenciones

sobre conservación de la biodiversidad (CDB), sobre Cambio climático (CMMUCC) y la lucha

contra la desertificación (CNULD) han abierto espacio al desarrollo de redes que propician el

intercambio de información y la fijación de objetivos compartidos. Definen enfoques y facilitan

la coordinación de acciones de los organismos multilaterales, centros de investigación, ONG,

instancias regionales y locales, dejando a los gobiernos nacionales la responsabilidad directa del

manejo operativo de las reservas.

La cumbre de Rio abre nuevas perspectivas. La red mundial de reservas de la biosfera (RMRB)

definió en Sevilla (1995) une estrategia centrada en la promoción de relaciones “armoniosas entre

poblaciones humanas y naturaleza” (MAB UNESCO, 1996) y difunde bajo este criterio un nuevo

concepto del manejo de las áreas protegidas. Por un lado, el hombre se reconoce y se asume

como componente de los ecosistemas y participe de su transformación: la conservación de la

biodiversidad tiene que incluir las actividades humanas y su trayectoria. En este sentido, la

conservación se aplica a sitios (que pueden enlazar “tramas” y “corredores”) considerados

simultáneamente en sus expresiones naturales y culturales. Por el otro, una concepción sistémica

y dinámica de la conservación ha sustituido a la antigua visión estática y contemplativa: se pone

ahora énfasis en los flujos, en la circulación de los genes y en las interacciones entre especies,

poblaciones y biotopos.

Por tanto, estos avances no cierran el debate sobre los alcances y la pertinencia de las reservas en

tanto que estrategia global de preservación de la biodiversidad. Pues no permiten superar las
9
contradicciones entre lo global (el ámbito en el cual se concibe la estrategia) y lo local (los sitios

en los cuales se implementa y donde se localiza la confrontación entre saberes “expertos” y

locales), como tampoco las que surgen entre regulación institucional y mercado. La

santuarización y la estética que caracterizan las experiencias del siglo pasado siguen presentes en

el actual. A tal punto que uno puede preguntarse si las reservas de biosfera no son artífices

trampantojos, destinados a ocultar el hecho de que se deja a la lógica dominante del mercado el

manejo efectivo de la biodiversidad.

En este contexto, las misiones educativas encargadas a las reservas suelen destinarse a un público

amplio, más que a los residentes y a los productores agropecuarios. Enlazan oportunamente

cambio climático y conservación de la biodiversidad. Cubren un espectro amplio, desde los

procesos ecológicos y culturales propios del sitio, hasta las dinámicas que afectan al Sistema

Tierra, incluyendo de paso los aprendizajes de la “buenas prácticas ambientales”. En suma,

inciden positivamente en la emergencia de una conciencia ecológica y de nuevas

representaciones públicas, pero sólo marginalmente en la co-construcción de un saber local que

pueda sustentar un proceso de transición agroecológica o estructurar modelos o enfoques

alternativos que puedan difundirse en una mayor escala.

La sustentabilidad y el desarrollo local son referencias claves de las nuevas orientaciones. Pero

sólo llegan a cobrar sentido en el fomento de actividades turísticas y (en menor grado) en la

promoción de productos emblemáticos de las tradiciones locales. Son opciones que respaldan las

misiones educativas. Pero ha de notarse que se trata de bienes y de servicios que solicitan las

nostalgias, incorporan valores estéticos, ambientales o simbólicos: no son bienes de consumo

ordinarios. A diferencia de los alimentos comunes y de las materias primas de origen agrícola, no

son tributarios de mercados unificados y fuertemente estructurados en una escala global. Por su

parte, el fomento de un desarrollo agropecuario sustentable enfrenta un doble obstáculo. Implica,


10
por una parte, que los agricultores estén en capacidad de romper con la normativa que impone el

sistema agropecuario global y que puedan renunciar a las opciones y expectativas que éste les

brinda o les promete. Se enfrenta, por otra parte, a la normativa propia del manejo de las reservas

de biosfera. Se tiene que trazar y asentar límites territoriales, contener el espacio agropecuario y

encuadrar las prácticas productivas, definir e imponer prescripciones. Por su propia naturaleza, la

administración de una reserva de biosfera requiere un control de las modalidades de apropiación

territorial, implica acciones represivas y genera tensiones que no propician la implicación de los

agricultores, ni favorecen la construcción de un consenso local (Deverre, 2004: 177).

La investigación científica suele focalizarse en el estudio y la defensa de las especies o dedicarse

al análisis y preservación de las biocenosis y biotopos locales: se inscribe en una perspectiva que

poco enlaza con la agronomía y las ciencias sociales. Está a cargo de instituciones y organismos

académicos y ambientalistas afiliados a redes nacionales e internacionales que defienden

objetivos propios, no siempre acordes con las expectativas locales en lo que toca al pilotaje “por

dentro” de los procesos biológicos. Sin embargo, son nuevos stakeholders que suelen estar muy

presentes, tanto en la cadena deliberativa (global) como, localmente, en esas nuevas arenas en las

cuales se definen las modalidades concretas de la apropiación territorial. (Deverre, 2004; Fortier,

2009).

En este contexto, la participación constituye más un reto que un pilar de la administración de las

áreas protegidas. La heterogeneidad de las representaciones y las tensiones relacionadas con la

apropiación territorial obstaculizan la construcción de los espacios deliberativos locales. Los

respaldos científicos y la autoridad que se delega a los expertos en la delimitación y organización

de los perímetros bajo protección13 no propician ni el reconocimiento ni la valoración de los

13
Se trata de la delimitación de las reservas y de sus divisiones internas: las zonas núcleo, de transición o de
amortiguamiento y de usos múltiples. Son cuatro en REBIMA: zona de protección (corresponde al área o áreas

11
conocimientos locales. La rectoría que ejercen las redes internacionales y las responsabilidades

que les corresponde a las instituciones públicas nacionales no fácilmente coinciden con un

reforzamiento de las autonomías locales. En estas condiciones, la participación tiende a resumirse

en un enunciado retórico y abstracto y -como se ha mencionado páginas arriba- algo

“surrealista”: se asienta menos en las iniciativas de los actores locales que en la implementación

de procedimientos de corte burocrático y descendiente (Fortier, 2009:132). En las nuevas

orientaciones que han venido cobrando cuerpo a raíz de la Cumbre de Rio, la conservación de la

biodiversidad enlaza mucho más con el cambio climático que con este otro reto planetario que

constituye la seguridad alimentaria, confirmando así, el corte entre lo que corresponde a

regulaciones institucionales y lo que se entrega al libre juego del mercado.

El interés limitado por las actividades agropecuarias y la producción de alimentos tiene que

interpretarse en forma diferente en el norte y en el sur. Las áreas protegidas en general y reservas

de biosfera en particular del norte suelen ubicarse en espacios que han sido poco afectados por

los avances de la agricultura convencional y donde la población agrícola activa se ha vuelto

marginal, en escenarios de nuevos enlaces entre campo y ciudad y en territorios que pueden

apostar en el desarrollo de actividades relacionadas con la valorización de sus patrimonios

estéticos, ambientales y culturales (Kayser, 1990; Perrier-Cornet, 2002; Poulot, 2008). El

desarrollo de las reservas de biosfera cobra así sentido en el marco de las estrategias de desarrollo

territorial promovidas por las políticas públicas.14

núcleo de máxima protección), zona de uso restringido y zona de aprovechamiento sustentable. La cuarta (la zona de
uso tradicional) es muy poco extendida y no exenta de control (INEC-SEMARNAP, 2000).
14
En la Unión Europea, la Smart Speciatization Strategy tiene como objetivo la construcción de ventajas
competitivas asentadas en la valorización de las especificidades locales y de recursos no reubicables: “La Estrategia
Europa 2020 tiene la intención de actuar como un marco general de organización en el que todas las políticas de la
UE funcionarán durante el próximo decenio. En particular, el concepto se ha destacado ahora como un elemento
central en el desarrollo de una política europea de cohesión reformada, que se basa en los principios de «crecimiento
inteligente», «crecimiento verde» y «crecimiento inclusivo», (McCann y Ortega, 2011:2). (La cita original está en
inglés, la traducción al español es de los autores).

12
No sucede lo mismo en el sur donde las reservas de biosfera suelen restarse del espacio

agroalimentario “útil”. Su creación afecta a regiones cuya población se dedica principalmente a

actividades agropecuarias. A diferencia del norte, su aislamiento no propicia el desarrollo de

actividades de otra naturaleza. Son también regiones que destacan por la riqueza de su

biodiversidad. Pero ésta riqueza no puede considerarse como natural o “dada”: en muchos casos

es el fruto de una simbiosis entre el hombre y la naturaleza que se ha construido al filo de

numerosas generaciones. Así, se estima que en América Latina, 80% de las reservas han sido

implementadas en territorios indígenas (IWGIA, 1998:87). La Convención de Rio (CDB, 1992)

reconoce el papel que han desempeñado los pueblos autóctonos en la conservación de la

biodiversidad y enfatiza, en su artículo 8j, la necesidad de proteger y valorar los conocimientos

locales15. El saber local puede reconocerse como “autóctono”, o sea como la expresión de una

“tradición” y el producto de una historicidad propia. Pero también puede considerarse, en una

perspectiva más funcional, que corresponde a una necesidad cuando no se tiene acceso a los

insumos y equipos propios de la agricultura convencional: la diversidad biológica constituye

entonces también un atributo de los sistemas productivos (Mazoyer y Roudart, 2002). La

diversificación de los cultivos y la valoración de las funcionalidades ecosistémicas permiten

insertar los procesos productivos en las tramas temporales propias de los procesos biológicos y de

la transmisión de los conocimientos e internalizar los riesgos y los costos ambientales.

La creación de áreas protegidas en el sur del planeta abre dos campos problemáticos que no

pueden identificarse con tanta fuerza en el norte. El primero enlaza la conservación de la

15
Cada parte con “arreglo a su legislación nacional, respetará, preservará y mantendrá los conocimientos, las
innovaciones y las prácticas de las comunidades indígenas y locales que entrañen estilos tradicionales de vida
pertinentes para la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica y promoverá su aplicación más
amplia, con la aprobación y la participación de quienes posean esos conocimientos, innovaciones y prácticas, y
fomentará que los beneficios derivados de la utilización de esos conocimientos, innovaciones y prácticas se
compartan equitativamente” (ONU, 1992:7).

13
biodiversidad con la seguridad alimentaria. La santuarización de la biodiversidad y las

restricciones que impone la dirección de las reservas alteran las modalidades de apropiación

territorial y, por ende el desenvolvimiento de las producciones agrícolas y alimentarias para el

abasto local y regional. Es un asunto vital para las poblaciones residentes y sus familias. Lo es

más aún si se toma en cuenta la distancia física, cultural y social que separa campo y ciudad: no

se puede esperar que la reserva pueda generar empleos suficientes para asegurar su

mantenimiento. El segundo remite al hecho de que se opone dos representaciones antinómicas de

la naturaleza, una de corte animista propia de la población local y la otra, naturalista, heredada de

la ideología propia de la modernidad (Latour, 1991; Descola, 2005). En la REBIMA y la

REBILA, a contrasentido de lo que plantea la CDB, el énfasis dista mucho de ponerse en la

validación del compromiso de las poblaciones con la preservación de la biodiversidad y menos

aún en la valoración y reforzamiento de los conocimientos locales. La oposición entre el saber

“sabio” basado en conocimientos “científicos” o de “experto” y el saber local asentado en

observaciones, experiencias y prácticas compartidas procede de una relación de poder que

obstaculiza la participación y la implementación de una democracia ambiental efectiva. Sus

efectos se pueden medir localmente: veremos que la reserva no puede cumplir con sus objetivos

de sustentabilidad ambiental, económica y social. Estos efectos también cobran sentido en un

ámbito global: se pierde una oportunidad clave. En efecto, los acervos cognitivos locales enlazan

íntimamente con la biodiversidad: también conforman “bienes comunes de la humanidad”. En

este sentido, la implementación de una normativa y de programas de investigación focalizados en

el reconocimiento, reforzamiento y la sistematización de los conocimientos locales constituye

una etapa imprescindible en la construcción de la transición agroecológica. Conforman, en sus

dimensiones técnicas y relacionales fuentes de inspiración para la concepción de innovaciones-

sistema y opciones para enfrentar los desafíos de la erosión de la biodiversidad y de las amenazas
14
a la seguridad alimentaria. Condicionan la inserción de las actividades agropecuarias en las

tramas temporales que rigen la conservación de la biodiversidad.

La creación de la REBIMA y la REBILA: el acaparamiento de los comunes

Las áreas naturales protegidas de la región Selva Lacandona integran el componente mexicano

de la Selva Maya, el más importante complejo tropical húmedo de Mesoamérica. Es una zona

extensa dotada de una biodiversidad excepcional. Ha constituido hasta finales del siglo pasado, el

blanco de un pillaje sistemático de sus maderas preciosas (cedro y caoba principalmente) y

objeto, desde mediados del siglo XX, de un proceso de colonización por parte de antiguos peones

y de grupos Tzeltales, Tojolabales, Choles y Tzotziles oriundos de haciendas y comunidades

indígenas de los Altos, de la Meseta Comiteca, así como de los valles de Ocosingo y zona Norte

de Chiapas (Legorreta, 2008 y Márquez, 2006).

Las medidas que se han tomado de 1970 en adelante para regular la propiedad de la tierra, así

como el uso y conservación de los recursos, dan una idea del escaso margen de autonomía que se

le concede a la población local y de la ausencia de reconocimiento que se les tiene como actores

colectivos. En 1972, el gobierno federal publicó el Decreto de Reconocimiento y Titulación de

los Bienes Comunales de la Comunidad Lacandona, con una superficie de cerca de 615 mil

hectáreas que beneficiaban, en un principio, a 66 jefes de familia de la etnia lacandona. La

intención era triple: ponerle un alto al movimiento de colonización, tener bajo control la

explotación de las maderas preciosas y abrir opciones para una explotación “racional” de otros

recursos (petróleo, energía hidroeléctrica, recursos bióticos…). El decreto afectó a más de 50

comunidades indígenas localizadas en el área y 22 de las cuales contaban ya con derechos

agrarios reconocidos (Legorreta y Márquez 2014a:151). El aprovechamiento forestal se inició el

año siguiente con la creación de una empresa paraestatal. Un convenio con el grupo de los 66

jefes de familia lacandones le dio una exclusividad de uso de sus “bienes comunales” a espaldas
15
de los demás grupos étnicos establecidos en la zona y tratados desde entonces más o menos como

si fueran intrusos.

La Reserva de la Biosfera Montes Azules se creó -también por decreto- en 1978 (en el marco del

programa Man and Biosphere de la UNESCO), sin consulta previa de los comuneros, pese al

hecho de que la reserva ocupaba el 80% de la superficie otorgada a la Comunidad Lacandona. La

creación de la Reserva de la Biosfera Lacantún ha seguido el mismo cauce, o sea sin abrir espacio

a una consulta y a una participación efectiva de la población local y sin tomar en cuenta sus

intereses y, sobre todo, su experiencia y sus conocimientos.16

Conservar la biodiversidad a costa y espaldas de los conocimientos locales

El cuestionamiento de los derechos agrarios –la proscripción de ciertas prácticas y actividades

productivas, las restricciones aplicadas a la transmisión de los derechos agrarios y, hasta, el

desalojo de varias comunidades- no es la única vía por medio de la cual se expresa la alteración

de las modalidades de apropiación territorial y se limitan las capacidades de iniciativa y de

expresión colectiva de las comunidades. Los objetivos, las orientaciones y las modalidades de

operación de la reserva han sido fijados por decreto. No les toca a los campesinos expresar como

conciben la preservación de la biodiversidad en sus representaciones, instituciones, prácticas y

expectativas. Es algo que les corresponde en forma exclusiva y perentoria a los expertos.

Detentan el saber y la autoridad: deciden ellos como establecer los límites de los perímetros, el

grado y el tipo de protección que les corresponde. Imponen una lógica de santuarización y

criterios estéticos: la atención se centra mucho más en la flora y en la fauna silvestre que en la

investigación de opciones que puedan conciliar su preservación y el desarrollo de actividades

productivas. Se dan como meta restringir el acceso de la población local a los recursos o hasta

16
Ni tampoco por las características del régimen de la propiedad intelectual, sus prerrogativas en tanto que
detentores de facto de los recursos cognitivos y biológicos locales.

16
impedirlo totalmente en ciertas zonas. El programa de manejo de la reserva (INE-SEMARNAP,

2000) se ha elaborado sin consultar, o mediante consulta limitada, a los campesinos y las

comunidades. Establece así que no se permiten cambios de uso del suelo, salvo para la

realización de actividades relacionadas con la preservación de la fauna o de la flora, la

investigación científica, la promoción del turismo o de programas educativos previo permiso de

la autoridad competente, en el caso, inspectores de SEMARNAP (INE-SEMARNAP, 2000: 115).

El mismo programa establece que queda prohibida la construcción de cualquier tipo de

edificaciones o instalaciones que no sean acordes con los fines del decreto. Queda estrictamente

proscrito en las “zonas núcleo” (las áreas de protección máxima) cualquier tipo de

aprovechamiento y extracción de los recursos naturales, así como la caza, captura y colecta de

especies de flora y de fauna silvestre.

Sin embargo, los pobladores de la Selva Lacandona no dejan de ser campesinos que han logrado

desarrollar, y compartir conocimientos técnicos y relacionales que les dan, potencialmente,

capacidades para involucrarse en forma activa y responsable en el manejo de la reserva. Cuentan

generalmente con experiencias muy ricas de participación y organización tanto en sus propias

comunidades y asambleas como a nivel regional, como se ha venido demostrando en el proceso

organizacional que se dio a partir de los años setentas (Legorreta 2004, 2008 y 2015). Sus

actividades productivas distan mucho de tener siempre el impacto negativo que se les atribuye.

Sus competencias y experiencia les dan capacidad para participar directamente en los programas

de investigación, así como beneficiarse y ser destinatarios de programas de capacitación que les

permita ajustar sus prácticas productivas a las exigencias de conservación de la biodiversidad.

En algunos campesinos lacandones destacan sus capacidades para internalizar los costos y riesgos

ambientales. El acahual lacandón permite así asociar el cultivo itinerante del maíz con prácticas

17
de regeneración de la selva. Las parcelas desmontadas se convierten en milpas 17 que se

aprovechan durante dos o tres ciclos antes de entrar en un proceso de descanso que puede

extenderse sobre varias décadas, dependiendo de las condiciones de suelo, vegetación y clima.18

Las autoridades de la reserva no pueden impedir así de sencillo prácticas muy arraigadas y de las

cuales depende la sobrevivencia de los comuneros. Sólo pueden llegar a compromisos vagos o

poco serios e incongruentes, propios de esta racionalidad limitada a la cual nos referimos páginas

arriba. Imponen prescripciones que contradicen radicalmente la lógica que asienta estas prácticas.

En síntesis, lo que la falta de implicación de los comuneros y ejidatarios en el manejo de la

reserva y el desconocimiento de sus competencias pone realmente en juego es la apropiación

misma del territorio. Entendiendo desde luego con ello a la vez el suelo (en tanto que soporte de

las actividades productivas) y la vida misma (o sea las interacciones entre los organismos y las

poblaciones que componen la biocenosis).

Por cierto pueden observarse en la Selva Lacandona modalidades de articulación de cultivo del

maíz - ganadería que asientan procesos de colonización y acumulación y pueden incidir

negativamente en la conservación de la biodiversidad. En este proceso, los primeros desmontes

permiten abrir milpas y cubrir las primeras necesidades de las familias recién instaladas. Pasa el
17
La milpa es emblemática de los sistemas agrarios mesoamericanos y especialmente mayas. Se caracteriza
fundamentalmente por la asociación de vegetales con ciclos vegetativos complementarios. El maíz es el componente
estructurante del sistema: su cultivo marca las pautas de las labores productivas. Suelen asociarse diferentes
variedades de maíz para limitar la incidencia de los riesgos. Se usan sus tallos como guías para el frijol. Las
calabazas que se extienden por el suelo limitan el desenvolvimiento de las adventicias, mantienen la humedad y
favorecen la actividad biológica del suelo. El maíz es el componente básico de los regímenes alimenticios y el
ingrediente de numerosos platillos tradicionales. El frijol es la mayor fuente de proteínas. Diferentes variedades de
chile dan el calor y complementos nutricionales a regímenes alimenticios generalmente pobres en proteínas de origen
animal. Por último, los rastrojos, parte de los granos y los residuos de cultivo se destinan a los animales y se
convierten así, indirectamente, en fuentes de energía, de ingreso monetario y de proteínas animales. Sobre la milpa
Lacandona ver a Nations James D. y Ronald B. Nigh (1980), el trabajo de J. Zúñiga (2000) sobre la milpa chol en la
Selva Lacandona. Respecto a la milpa tzeltal en la región de la REBIMA ver el libro de Tania Carolina Camacho
(2011). Para profundizar en los conocimientos de los lacandones sobre especies de árboles utilizados para la
regeneración de la selva asociada a la milpa ver los trabajos de Samuel Levy (1999, 2009 y 2011). Ver también
Linck y D’Alessandro (2016) sobre la circulación de genes y conocimientos en la construcción de las semillas
“nativas” de maíz y el cultivo de la biodiversidad en población tzeltal de Tenejapa.
18
El tiempo necesario para que el crecimiento de la vegetación perene ahogue en forma duradera las gramíneas (con
las cuales compite el maíz).

18
tiempo, se abren nuevas milpas, crecen las disponibilidades de maíz. Se abre así espacio para el

desarrollo de producciones animales: aves y puercos. Crecen los excedentes, se convierten las

primeras milpas en pastizales y se abre progresivamente paso al fomento de una ganadería mayor

(Márquez, 2002 y 2006). Esta visión dinámica pone en evidencia el hecho de que en ausencia de

normas implementadas por las comunidades19, la ganadería vacuna puede convertirse en un polo

rector de las unidades familiares y de los sistemas agrarios, al menos en las áreas cercanas de los

centros de población.

Se entiende que el control de la producción ganadera constituye un componente clave del manejo

de la reserva. Pero se puede entender también que este control difícilmente puede ser efectivo en

ausencia de una implicación de las comunidades. La proscripción seca de estas prácticas comunes

en las cercanías de los centros de población ha surtido efectos en varias dimensiones. Induce, por

una parte, una disociación de los cultivos y de las producciones animales que fragiliza las

economías domésticas y obstaculiza la adhesión de los comuneros a los planteamientos y

propuestas de la directiva de la reserva. Por otra parte favorece un manejo más extensivo, el

desplazamiento y la dispersión de los animales en áreas más extensas que la directiva de la

reserva y las mismas comunidades difícilmente pueden tener bajo control. Por último el proceso

favorece la concentración del ganado en pocas manos. En síntesis atenta a la biodiversidad,

induce pobreza, descontento y violencia (Márquez, 2006). En este caso también, una implicación

efectiva de las comunidades, el intercambio de experiencias y la co-producción de conocimientos

técnicos y relacionales locales, así como la socialización de la actividad ganadera hubieran

permitido diseñar alternativas idóneas mediante el fomento de sistemas silvo-pastoriles

sustentables (Jiménez et al. 2011).

19
Mediante la imposición de un límite al tamaño de los hatos individuales o promoviendo un manejo silvopastoril de
la ganadería. Sobre este tema, ver el trabajo de Jiménez et al, 2011.

19
La recolección de la palma-xate (una planta ornamental) solía ser en estas regiones apartadas, la

única actividad que podía aportar ingresos monetarios a amplios sectores de la población local, en

especial a los más pobres. Se ha ejercido una presión tal sobre este recurso que la planta empezó

a escasear en forma alarmante. En este caso la imposición de reglas tampoco puede, por sí sola,

ser efectiva ya que la sobrevivencia misma de los recolectores está en juego. En cambio, se puede

poner más énfasis en los ensayos y el desarrollo de cultivo de la palma e incidir en forma más

efectiva por parte de la población local sobre el mercado del producto. Salvo que esta opción no

encaja con el objetivo fundamental en el cual se asientan de facto las áreas naturales protegidas y

las reservas de biosfera de la Selva Maya: sacar en lo posible del juego a los pobladores y reducir

a su más mínima expresión las actividades agropecuarias.

El manejo de áreas santuarizadas no es opción para la democracia y la implicación o compromiso

de los actores cuando estos son, en su mayoría, campesinos. ¿Cómo excluir a los comuneros y

ejidatarios del área natural protegida, quitarle o restringir sus medios de existencia y esperar que

se involucren sin reserva y con entusiasmo en el proceso? Los mismos pobladores sacan un

balance bastante amargo y realista de su experiencia, como lo refieren testimonios recogidos en la

Comunidad Lacandona en 2008 y 2009:

“Fuimos engañados pues nos dijeron que era una reserva para nuestros hijos,

para su futuro. Pero después nos dijeron que no era para ellos, que no la

podríamos tocar nunca porque era para toda la humanidad. Ahora nuestros hijos

no tienen acceso, no tienen futuro”. “Nos impusieron, de nueva cuenta otra

reserva, Lacantún, en 1992. Con las dos reservas ya nos quitaron la mayor parte

de nuestro territorio”. “Nosotros nos encargamos de conservar la selva, y

pagamos los mayores costos para que no se toque, y los que se quedan con la

20
mayor parte de los recursos son otros, que no hacen nada.” “Nos tratan así

porque somos indios” (Legorreta y Márquez, 2014a: 163).

La violencia y la incongruencia nacen de la falta de consenso

En la REBIMA y la REBILA la opción de la santuarización de lo vivo es posible debido a la

ausencia de democracia ambiental y de involucramiento efectivo por parte de la población local

en la toma de decisiones sobre las reservas de biosfera. El desconocimiento de los acervos

cognitivos locales propicia el autoritarismo, la arbitrariedad y coincide con la implementación de


20
medidas incongruente. Simultáneamente, la ausencia de voluntad política efectiva, el

desconocimiento de cómo interactuar con la población local, el aislamiento, las restricciones

presupuestarias, limitan estrictamente las opciones alternativas. Los programas de desarrollo para

el fomento del ecoturismo, de plantaciones en áreas bajo protección (café, cacao, palma xate), de

los cultivos tradicionales y el financiamiento de empleos alternos para el manejo y la

administración de las reservas no permiten responder a las expectativas de la población local y

mucho menos propiciar una adhesión efectiva al proyecto.21 Uno con otro, el ‘sistema de acción

global’ se encuentra estancado, paralizado. La ausencia de democracia tiene como corolario una

preocupante falta de eficiencia. Por un lado se evidencia una notable degradación del capital

humano y social (los conocimientos técnicos y relacionales locales) y por el otro, los objetivos de

los programas no se cumplen: no hay evidencias de mejoras en la conservación de la

biodiversidad y uso sustentable de los recursos naturales.

Hemos optado por el enfoque del análisis estratégico de Crozier y Friedberg (1990). Aplicando

sus planteamientos teóricos, caracterizamos que el sistema de acción global es claramente

20
El estudio realizado en (Jardel et al. 2013) sobre la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán ubicada dentro de
los Estados de Jalisco y Colima llega a conclusiones similares a las nuestras.
21
Nos referimos a los siguientes programas: "Programa de Conservación para el Desarrollo Sostenible"
(PROCODES); "Programa de Empleo Temporal" (PET); "Programa de Vigilantes Comunitarios" (PROVICOM)
principalmente. Ver al respecto Trench, 2014: 61-106.

21
asimétrico. Lo domina en forma absoluta los funcionarios ambientales y de las reservas: asientan

su autoridad en el poder y la violencia de Estado –los decretos, el ejercicio de la fuerza, los

desalojos… También se sostiene por la legitimidad que les otorga el respaldo de científicos

nacionales e internacionales, así como de algunos medios, lo que les induce a menospreciar -

salvo honrosas excepciones- aún más los acervos cognitivos locales. Frente al Estado, los

comuneros de la zona Lacandona oponen con cierto éxito la fuerza que procede de su arraigo en

la zona, de sus derechos agrarios, de su apego a sus valores y a su cultura y de sus capacidades

organizativas. Las tensiones entre ambas partes son mutuamente excluyentes: sólo, tal como se

acaba de ver, se puede llegar a compromisos parciales e incongruentes, y mucho más difícilmente

a verdaderos acuerdos y a una visión consensual del manejo de la biodiversidad y de la

administración de la reserva.

Sin embargo, la acción colectiva no termina con la imposición de una relación asimétrica y el

establecimiento de reglas formales. Las acciones programadas y las mismas reglas que la

administración trata de imponer abren opciones y nuevos espacios de negociación que estructuran

los llamados ‘sistemas de acción concreta’. Se ubican estos en tramas sociales, temporales y

espaciales múltiples que abren nuevos campos de expresión tanto a las emociones y a las

percepciones subjetivas como a los intereses y estrategias propios de grupos y de individuos. Se

asientan así en un principio de “racionalidad limitada” (Simon, 2003), los regímenes de

gobernanza de las áreas protegidas que generan incertidumbre, falsos consensos, contradicciones

y tensiones, que agravan a la vez la falta de democracia y de eficiencia en la conservación de la

biodiversidad, sin aportar respuesta a la pobreza y a la marginación de la población, sino al

contrario.

22
Prevalecen situaciones que propician el clientelismo y la corrupción, especialmente en lo que

toca al acceso a los financiamientos, tanto nacionales como internacionales. La asignación de

recursos a poblados y proyectos tiende así a tener como finalidad menos el desarrollo que la

incorporación de la población como cliente en un modelo corporativo para alcanzar una mínima

conservación de la biodiversidad. (Legorreta et al. 2014) Por su lado, los líderes de las

comunidades no dejan de caer en la cuenta que son interlocutores imprescindibles de los

funcionarios y de las ONG que operan en la región, sin olvidar, desde luego, que son también

rivales, como se ha observado en situaciones particularmente tensas (Legorreta y Márquez,

2014a:160). Entre otras consecuencias, el clientelismo y la corrupción propician incongruencias

territoriales cuando no se puede impedir, en las zonas de amortiguamiento, actividades como la

ganadería extensiva o monocultivos intensivos que impactan negativamente en las zonas núcleo,

de estricta conservación.

La actitud de las comunidades frente a la autoridad llega a ser desafiante y violenta, sobre todo

cuando se trata de imponer restricciones en el uso de la tierra. “Si no nos conceden nuestras

peticiones quemamos y cortamos la selva para hacer más potreros y milpas” (Legorreta y

Márquez, 2014:160 y Dumoulin, 2003). Abundan los ejemplos en este sentido. Así, frente a las

restricciones impuestas para el cultivo de acahuales también pueden responder con una falta de

cuidado en el manejo del fuego en las operaciones de desmonte o en una franca falta de atención

en el control de los incendios. La excesiva reglamentación forestal también puede tener como

consecuencia una agravación del contrabando de madera.

A lo largo de la historia regional se reportan casos de retención de funcionarios para exigir el

cumplimiento de demandas campesinas. A mediados de los años 70, la población Chol de

Frontera Corozal detuvo maquinaria pesada y destruyó partes de la brecha recientemente abierta.

23
También tomaron cautiva la madera extraída e hicieron “caminar descalzos a varios trabajadores

por el camino de grava hasta hacerles sangrar los pies" (Trench, 2008: 616). Con esta acción, en

1977, obtuvieron resultados casi inmediatos, porque el gobierno concedió el permiso que

solicitaban de abrir nuevas áreas al cultivo” (Legorreta y Márquez, 2014a:161). Sin olvidar,

desde luego, que el conflicto zapatista ofreció de 1994 en adelante, un escenario idóneo para

diversas expresiones de estas tensiones (Trench, 2014:79).

Regresar a la tierra…

Al igual, y probablemente más que la democracia política, la democracia ambiental no se

instituye por decreto. No puede ser sino el fruto de un proceso largo, basado en aproximaciones,

ensayos e iteraciones y, por ende una construcción de mediano y largo plazo de capital humano,

social y financiero de la población local (Legorreta y Márquez, 2014b: 211-213).

La democracia ambiental no procede sólo de la adopción de procedimientos e instancias formales

de participación, como es el caso de los Consejos Asesores, depende fundamentalmente de

aprendizajes compartidos que permitan enlazar las orientaciones definidas en un ámbito global

por las redes deliberativas y las políticas públicas nacionales con las exigencias que imponen

localmente la preservación de la biodiversidad y la implicación de la población residente. ¿Cómo

ajustar las representaciones de la naturaleza y definir el papel que debe desempeñar el hombre en

su preservación? ¿Cómo enlazar las orientaciones definidas globalmente con las acciones y las

prácticas implementadas localmente? ¿Cómo construir este basamento normativo que permite

conciliar valores, tramas temporales, conocimientos técnicos y relacionales heterogéneos? La

noción y propuesta de co-construcción de los conocimientos locales manejada en este estudio

remite explícitamente a esta exigencia básica de aprendizaje compartido y es condición

indispensable para la construcción de la democracia ambiental en reservas de biosfera.

24
Cobra su verdadero sentido cuando se asume que el conflicto por la apropiación territorial –el

principal foco de tensiones en las reservas de la Selva Lacandona– no puede disociarse de la

apropiación de los recursos biológicos y cognitivos. Bajo esta perspectiva, si bien el principio de

aprendizaje compartido presupone concesiones recíprocas, también debe recordarse que las

lógicas de internalización de los costos ambientales que caracterizan las agriculturas tradicionales

de la zona maya se asientan en un manejo de la biodiversidad que no se aparta mucho de los

principios enunciados en la Convención de Rio (CDB): la implicación del hombre en los

procesos biológicos, las interacciones entre cultura y biodiversidad. Las representaciones de la

naturaleza, la multifuncionalidad asociada al acahual y a la milpa son propias de sistemas

complejos focalizados en la valoración de funcionalidades ecosistémicas y, por lo tanto,

congruentes con la preservación de las interacciones que enlazan entre sí los componentes de las

biocenosis y estructuran los ecosistemas. Esas prácticas encuentran un respaldo en la

cosmovisión maya: se estructura ésta en torno a la imagen del Ch’ulel, este componente sagrado

del imaginario colectivo que une en forma pareja y solidaria a los hombres con todas las

entidades vivientes e inertes que constituyen el substrato mismo de la vida (D’Alessandro,

2014:82).

En la escala de las redes multilaterales y de las políticas públicas nacionales que integran la

cadena deliberativa, esta concepción de las relaciones entre lo humano y la naturaleza no pasa de

ser un valor y una meta emergentes. Está presente en tanto que postura formal de la UNESCO

pero dista mucho de llegar a conformar una representación pública (consensual y amplia) de la

naturaleza, necesaria para darle legitimidad, fuerza y, sobre todo, congruencia a las políticas

públicas y a las acciones y prácticas que inciden en la preservación de la biodiversidad. En este

sentido, los obstáculos a la implementación de una democracia ambiental en las áreas protegidas

25
proceden de discrepancias y tensiones propias a la cadena deliberativa y de la ausencia de una

gobernanza global de la biodiversidad. El peso de la normativa científica formal, la permanencia

del principio de santuarización de las reservas y la poca atención que se le dedica a la cuestión de

la seguridad alimentaria dan testimonio de la preeminencia de una visión bipolar de la relación

sociedad-naturaleza. Lo confirma el hecho de que la conservación de la biodiversidad procede

simultáneamente de dos registros claramente disociados. Por una parte, una regulación

institucional por lo que remite a creación y manejo de las áreas protegidas; y por la otra, el libre

juego del mercado por lo que concierne el sector agroalimentario y la bioindustria.

Sin embargo, algo enlaza ambas áreas: la difusión de un patrón cognitivo uniforme a expensas de

los conocimientos técnicos y relacionales locales. Hemos visto como la apropiación territorial

enlaza con el desprecio y el cuestionamiento de los acervos cognitivos locales. Falta recordar que

la agricultura “moderna” se asienta en una disociación que opone en forma radical, de un lado, la

concepción y la producción de los conocimientos y medios técnicos y, por el otro, su uso en la

producción agropecuaria. Se ha impuesto desde mediados del siglo pasado un patrón tecnológico

estándar que se aplica sin mucha preocupación por las especificidades ecológicas y culturales

locales. De esta ruptura derivan dos cortes que caracterizan hoy en día la agricultura

“convencional”. El primero se asienta en una sustitución de los recursos biológicos y cognitivos

locales por insumos y equipos de origen industrial. El segundo disocia la producción de plantas y

animales de la elaboración y el negocio de los alimentos. La difusión planetaria de este modelo

da lugar a apreciaciones ambivalentes. La FAO y las políticas públicas nacionales enfatizan su

eficiencia: la agricultura convencional destaca por su eficiencia, al ostentar una elevada

productividad del trabajo que permitió el desenvolvimiento de la industria y de las ciudades y

aseguró el abasto de una población en rápido crecimiento.

26
Una visión más realista evidencia que el criterio no deja de ser engañoso: la productividad del

trabajo sólo toma en cuenta los factores de producción, o sea los recursos que llegan a tener valor

de cambio en las temporalidades cortas que predominan en el mercado. No es el caso de las

competencias y de los servicios ecosistémicos que se inscriben en tramas espacio-temporales más

amplias. En otros términos, la ventaja competitiva que asegura la difusión de la agricultura

convencional procede de su capacidad de eludir los costos ambientales y de transferirlos a las

generaciones futuras. La agricultura convencional puede considerarse así como el primer factor

de erosión de la biodiversidad en el mundo (Mazoyer y Roudart, 2002; Parmentier, 2009).

Consideradas en sus dos modalidades antinómicas (regulación institucional y mercado) la

conservación de la biodiversidad plantea una exigencia de rehabilitación y reforzamiento de los

acervos cognitivos locales, en sus expresiones tanto técnicas como relacionales. De ello depende

la implementación de una democracia ambiental efectiva, así como la solución a la cuestión

central planteada al inicio sobre cómo lograr que la biodiversidad sea un bien común de la

humanidad y un recurso de las comunidades humanas que dependen directamente de ella. De

toda evidencia esta democracia no está aún inscrita en la agenda política multilateral.

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