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INTRODUCCIÓN

Voy a hacer algo que siempre he deseado, Pero, para empezar: En este momento le pido su
consentimiento a la memoria de mi querido abuelo Don Moisés Orozco García, para que
me autorice escribir este relato, de una manera que nunca lo hubiéramos imaginado, ni él,
ni yo. Desde luego que mi abuelo murió ya hace muchos años. Solo para precisar, ahora,
cuando escribo esto, tengo casi dos años más, que la edad que él tenía cuando murió.
Cuando falleció, yo tenía diez y seis años. De la estirpe de Don Moisés, a esta fecha, yo soy
su descendiente de mayor edad. Así que serán los recuerdos que pude acumular durante
esos años con la convivencia que tuvimos y la información que fui obteniendo en las
pláticas con mi padre y tíos, y debo decirlo, el análisis, la interpretación de hechos y un
poco de imaginación, será lo que dará vida a este relato.

Antes, solo voy a contar una anécdota, como una pequeña pincelada de introducción, de un
momento que pasé con mi abuelo. Cuando yo tendría unos diez años de edad, aproveché
que estaba solo, sentado en su sillón junto al radio, tomando un café. Tenía en las manos la
Revista Siempre. Dudé en interrumpirlo, pero gracias a la inocencia de la edad y a la
confianza que seguramente me inspiraba, me senté en la base que salía de la chimenea, casi
a su lado y comencé a preguntarle muchas cosas. Me platicó donde había nacido y de
aalgunas otras cosas. Pero cuando le preguntaba que cuando había sucedido algo de lo que
platicaba, solo decía: De eso hace ya muchos años hijo. En cada repuesta él sonreía.
Muchas preguntas evitó contestarlas. Cuando le pregunte

--¿En qué te viniste a Parras?

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--En un caballo hijo, por el monte. Me contestó

--¿Cómo le hiciste para llegar hasta aquí? ¿No tenías miedo?

Él sonríó. Pero al responder se puso un poco serio

--Pues batallando mucho, porque no conocíamos el camino. Lo más difícil era encontrar
agua.

--Si hijo, si teníamos miedo, eran tiempos muy difíciles.

Cuando le pregunté

-- ¿Cómo se llamaba tu caballo?

Su respuesta fue una risa como nunca lo había visto reír,

Solo me dijo

--Pues Caballo nada más, hijo. ¿Cómo querías que se llamara?

Luego le digo

--Es que en las películas y los cuentos, a los caballos les ponen nombre

Siguió riendo. A mí no me importó, y continué con mis preguntas, hasta que llegué a la más
importante

--Y tu pistola abuelito, ¿me la enseñas? ¿Sí?

Se puso de pie y sonriendo fue a su recámara, tomó la llave y abrió su ropero. Sacó el arma
que estaba en su funda envuelta en su carrillera. A mí se me salían los ojos de admiración;
casi se la quise quitar de sus manos, él aceptó que yo la tuviera en mis manos y sin
preguntarle, traté de fajármela en la cintura, bueno hice el intento, porque no me quedaba.

Yo estaba más que emocionado, no me cansaba de admirarla, pero volví a la realidad


cuando quise sacar la pistola de la funda, porque sin que yo lo esperara, mi abuelo me lo
impidió, recogió su pistola la envolvió como estaba y la puso en su lugar bajo llave.

Cuando regresábamos a su sillón, le pregunte

--¿Por qué siempre traes una corbata negra?

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Él se detuvo, volteó a verme y muy serio me dice

--Es por el luto de tu abuela, hijo. Un día vas a entenderlo. Y siguió caminando hacia su
sillón

Todo lo que aquí relato, quiero destacar que lo recuerdo muy bien. Las pláticas con mi
abuelo fueron una experiencia única, sobre todo este relato, porque estoy seguro de que
ninguno de sus nietos vivió momentos como esos con mi abuelo.

Voy a pedirle a mi imaginación, que me conecte con la vida y la época que vivió mi abuelo,
a quien le debo el apellido y el honor de llevarlo; para que, de esta forma, pueda armar este
relato, tratando de interpretar y poner en palabras las distintas situaciones que vivió. Aquí,
van incorporados datos reales, como son, nombres, fechas, lugares y hechos.

Quiero destacar, que algunas partes de este relato, serán producto de la interpretación de los
hechos, para que la historia sea congruente.

Era el año de 1964. Para esa época, Don Moisés, tenía muy deteriorada su salud, víctima de
EPOC, que le había ocasionado el enfisema. Ya estaba muy débil y vivía conectado al
tanque de oxígeno. Por acuerdo de sus hijos, estaba en la casa del tio Nacho, donde le
habían acondicionado una recamara. El sabía que su vida se le estaba terminando y
dócilmente esperaba su final.

Aun en su enfermedad, cuando se encontraba solo él y su pasado, se le venían a la memoria


muchos recuerdos. Esos paseos que daba por el tiempo, le servirán para hacer más liviano
el peso de su enfermedad y menos difícil el tiempo que le quedaba de vida, que cada vez
era menos.

Sus recuerdos, a su vez, tenían el efecto de hacerle revivir otros, y así, en los momentos de
soledad que a veces tenía, su mente lo hacía volver a vivir su historia, la que comprendía
toda una vida plena, con sus alegrías y sus penas; las ilusiones, los sueños, y sus logros.
Solo él sabía lo que su espalda cargaba.

A pesar de estar consciente que ya tenía poco tiempo de vida, estaba agradecido con Dios,
porque todos los sufrimientos que había padecido, sabía que estaban más que compensados
con los regalos que la vida le había dado: Una familia, una buena esposa, sus hijos, sus
nietos y un trabajo honrado. A sus setenta años, sentía que había cumplido con su misión en
esta vida.

Su memoria comienza a recordar partes de su existencia, que a su vez lo van a llevar a otros
momentos de su vida.

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LA HISTORIA Y LOS RECUERDOS
Recuerda que los domingos por la tarde, tenía la costumbre de sentarse en su sillón, junto a
la mesa del radio, a escuchar la transmisión de las corridas de toros, que se hacían desde la
Plaza México. Era algo que disfrutaba mucho. Después salía a caminar por la Plaza Del
Beso, que estaba frente de su casa. Solo, como era su costumbre . Sus pasos eran lentos, sin
prisa y sus manos las cruzaba por atrás de la cintura.

Viene a su memoria una agradable tarde del mes de mayo de 1959. Después de caminar un
rato, se sentó en una de las bancas de la plaza. Sacó de su bolsillo la caja de cigarros
Montecarlo, encendió uno, y lo fumó tranquilamente. Don Moisés era un hombre discreto,
de pocas palabras. Fue entonces cuando agradece a Dios por su vida, por los buenos
momentos que había vivído y por la fuerza que le dio para soportar los tiempos dificiles que
tuvo que enfretar. Esta fue una sensación muy íntima.

Por un momento, involuntariamente, Don Moisés trataba de encontrarle sentido al hecho de


tener la oportunidad de revisar sus recuerdos. Y luego pensaba, que por algún motivo, la
vida le estaba dando ese momento, para que volviera a vivir algunas partes de su pasado.
Tal vez ésta fue una especie de terapia, para que sacara de lo más hondo de su ser, aquellos
recuerdos que vivieron guardados en los rincones de su memoria.

Era un hombre que gustaba disfrutar de la soledad, o más bien de la tranquilidad. Era una
persona muy reservada, su vida era sencilla. Cuando aceptó la oportunidad de dar un paseo
por su pasado, se le humedecieron un poco los ojos, pero esta experiencia lo hace sentirse
bien y vuelven a él sus recuerdos,

--Ya estoy viejo. – Recordó que dijo - Tengo la edad que tenía mi padre cuando murió,
sesenta y cinco años. ¡Y parece que fue ayer!

Era un hombre de carácter muy firme, pero sin aspavientos, muy reservado para hablar de
su vida, no porque fuera un secreto. Era un hombre sencillo, trabajador y muy responsable
en sus compromisos.La prudencia y la paciencia eran sus virtudes. No le gustaba
incomodar a la gente. Era muy respetuoso con las personas. Tenía la sabiduría y la
templanza que dan la vida y los años.

Su casa representaba su lugar sagrado y su recámara su recinto preferido. Y desde luego


disfrutaba estar en la sala del radio, donde tenía su sillón con un banco para descansar los
pies, a un lado de la mesa donde estaba el radio, cerca de la chimenea.

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Don Moisés, hasta esta parte de su vida en Parras, había sufrido importantes pérdidas de
seres queridos. Primero murió su hermana Josefina, el año de 1933, después su madre Doña
Teódula, en el año de 1947; después su esposa, Doña Consuelo, en el año de 1948. Unos
años después, otra tragedia que vino a su vida, fue el 17 de marzo 1956, con la inesperada
muerte de su hijo Moisés. Desde que murió su esposa, Don Moisés guardó luto cada día de
su vida y la corbata negra formó parte obligada de su atuendo, el cual consistía en pantalón,
camisa de manga larga y chaqueta a la cintura con bolsas de parche, todo de caqui, corbata
negra y un buen sombrero.

Le vino a su memoria el lugar donde nació: Valle de Zaragoza, Chihuahua, el día 1 de


noviembre de 1894. La casa donde pasó su infancia y parte de su juventud junto a sus
padres y hermanos. El negocio de su padre. En estos recuerdos, hay un año que tenía
grabado en su memoria: 1913.

Lo primero que recordó, fue a su padre, Don José Atanasio Orozco Rodriguez, quien había
nacido el 2 de abril 1848 en Parral, Chihuahua. La imagen que guardaba de él, era la de un
hombre de respeto, serio y trabajador. Su oficio habia sido la talabartería, principalmente la
manufactura de zapatos, botas y botines. Comerciaba también con pieles y ganado.
Adicionalmente, según comentaba su familia, durante una parte de su vida, había ocupado
el cargo de Jefe Político de Valle de Zaragoza, Chihuahua.

Don Moisés recordaba que su padre Don Atanasio, había logrado consolidar una posición
estable. La casa donde vivieron estaba ubicada frente a la plaza del pueblo, en la Calle de
la Luz Eléctrica, a un lado estaba el negocio, era una propiedad grande. Al menos así la
recordaba.

Don Atanasio, se había casado con Doña María Teódula Guadalupe García Portillo, el 28
de septiembre de1857. De ese matrimonio procrearon seis hijos. Guadalupe quien nació en
1878, María Felicitas en 1882, José Manuel en 1884, Atanasio en 1888, Josefina en 1892,
Moisés en 1894 y por último Concepción en 1896.

Para ese año de 1913, su hermano Atanasio, ya llevaba muchos años de muerto. Falleció en
un accidente al caer de una carreta, las ruedas pasaron sobre el niño, muriendo en ese
instante. Don Moisés no lo recordaba, porque cuando eso sucedió él tenía cuatro años de
edad

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Don Atanasio había cumplido sesenta y cinco años. Fue un hombre muy sano, pero en ese
tiempo vivía muy preocupado porque la revolución tenía convulsionado al país. Sobre todo
porque su hijo Manuel andaba de militar en la revolución. Sus vidas habían perdido la
seguridad y tranquilidad a que estaban acostumbrados.

En febrero de ese año habían asesinado al presidente Don Francisco I. Madero y a partir de
ese acontecimiento, los políticos y los grupos armados estaban en una lucha muy intensa
por el poder. La situación era muy difícil.

EL GENERAL MACLOVIO HERRERA, ABAJO AL CENTRO, EN COMPAÑÍA DE


VARIOS OFICIALES. EL CORONEL MANUEL OROZCO A SU DERECHA Y LUIS
HERRERA A SU IZQUIERDA
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CRÓNICA DE UNA INCURSIÓN MILITAR DE MANUEL OROZCO

Manuel, su hijo, de veintiocho años, se había unido al movimiento de la revolución, por


esas fechas ostentaba el cargo de coronel, en el ejército que comandaba Don Maclovio
Herrera Cano, hermano de su cuñado Don Jesús, como le decía Don Moisés. Don Atanasio
esperaba que su hijo mayor se hiciera cargo del negocio y de la familia. Manuel, en esos
días, había regresado a Valle de Zaragoza para ver a sus padres, también para ir a visitar a
su novia Guadalupe en Parral.

Una tarde, ya casi para oscurecer, Don Atanasio se encontraba en los corrales preparando
unas pieles, repentinamente sintió un fuerte dolor en el pecho. Se desplomó, para quedar
tendido en el suelo, retorciéndose del dolor. Los peones que trabajaban en los corrales,
asustados lo levantaron y lo llevaron cargando a la casa, iba casi inconsciente, se retorcía y
se quejaba del dolor. Doña Teódula, muy impresionada, pidió que lo acostaran y mandó a
Moisés en busca del doctor. Ella con remedios que conocía, trataba de reanimarlo.

Después de que llegó el doctor, Doña Teódula, le dijo a Moisés que fuera por su hermano
Manuel, no tardó en localizarlo. En camino a la casa, Moisés le informó a su hermano la
situación de su padre. Cuando llegaron a la casa, el doctor estaba revisando a Don Atanasio.

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Manuel se paró en la puerta de la habitación donde estaba su padre y saludó a su madre, sus
hermanas y al doctor. Preguntó por el estado de salud de su padre. Doña María Teódula fue
hacia él y le dijo:

--Manuel, hijo, que bueno que ya estás aquí. Tu padre está muy mal. Vamos a esperar a lo
que nos diga el doctor.

Manuel pregunta

--Madre, ¿qué fue lo que pasó?

--Hoy en la mañana estuve platicando con él, y lo vi muy bien.

Doña María Teódula respondió

--Pues ya ves hijo, así es la vida. Dios lo ayude…. Estoy muy preocupada hijo. -Y comenzó
a llorar-

Doña Teódula regresó a donde estaba su esposo.

Manuel salió de la casa, como para esconder su pena. Se quedó afuera, arropado con un
gabán sobre los hombros, pues la noche se sentía fría, recargado en la pared, fumando un
cigarro envuelto de tabaco picado. Su semblante era de preocupación, Su hermano Moisés,
platicaba en voz baja con unos amigos, reunidos al calor de una fogata. Manuel estaba muy
pensativo, no decía nada, solo miraba el suelo y fumaba. De pronto, sus pensamientos
fueron interrumpidos por una voz apresurada que le dijo,

--Manuel, dice mi mamá que corras a la botica, y que te den estos remedios, que están
apuntados en el papel. Y que lo agreguen a la cuenta.

Manuel tomó el papel, y le dijo muy preocupado

--Ya voy María. Pero dime ¿Cómo está mi padre?

María lo detuvo y le dijo

--Yo lo veo muy mal Manuel. Respira con mucho esfuerzo y se queja de mucho dolor en el
pecho. Ha vuelto el estómago varias veces. Dice que siente que se va a morir. Pero el
doctor piensa que eso que vas a traer lo puede ayudar un poco, que al menos para que esté
tranquilo. Pero no da esperanzas. Solo Dios sabe, ¡anda, ve por eso!

Manuel montó su caballo y fue por el encargo

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En el camino, José Manuel pensó:

--Me duele ver a mi padre sufriendo, y no poder hacer nada. ¡Que Dios se apiade de él!

Se santigua y con las espuelas, apresuró la carrera del caballo.

Doña Teódula fue una mujer de temperamento fuerte, muy devota de su religión católica.
Además de haber sido una mujer trabajadora, que había llevado el manejo de su casa y
mantenida unida a su familia. Ahora estaba enfrentando la inesperada enfermedad de su
esposo, con quien llevaba casada treinta y siete años.

Ya eran las nueve de la noche cuando el doctor se despidió de Doña Teódula. Y le dijo

--Doña Teódula, ya no puedo hacer más. Don Atanasio sufrió un ataque muy grave al
corazón. Usted sígale dando la medicina como le dije, es un tranquilizante para que duerma
y otras son para el dolor; que tome lo más que tolere de líquidos, ya sea agua o té,
esperemos en Dios que esto le ayude.

--Quiero que esté tranquilo, y esperar que su corazón comience a trabajar mejor. Pero mi
estimada señora, no le puedo mentir; la verdad, yo lo veo muy mal. Las próximas setenta y
dos horas son definitivas, si las sobrevive, puede haber esperanzas. Ya sabe, si algo se
necesita, a la hora que sea, me manda decir.

Doña Teódula, llamó a todos sus hijos, y les dijo

--Hijos, ya escucharon al doctor, no queda más que encomendarlo a Dios, ¡vamos a rezar!

Doña Teódula se detuvo, y le dijo a Manuel

--Manuel, por favor ve a buscar al señor cura, dile como están las cosas y que le pido por
favor que venga a dar el auxilio espiritual a tu padre.

Manuel respondió

--Si madre, ahora voy.

Esa noche nadie durmió. Después de que el cura le dio la absolución, le ungió los santos
oleos y rezó las oraciones del sacramento de la extremaunción, se acomidieron a despedirlo
y lo acompañaron a su casa. Don Moisés, envuelto en su pasado, recordó cuándo esa
noche sus hermanas pasaron frente a él, para ir a la cocina a preparar café y pan caliente.

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Doña Teódula con mucha devoción, encendió una veladora a la Virgen de Guadalupe y
comenzó a rezar el rosario en compañía de sus hijas. Las horas pasaron, entre el llanto en
silencio; las oraciones y largos momentos de silencio. Afuera de la habitación, Manuel y
Moisés caminaban nerviosos, de un lado a otro, casi sin hablar, muy pensativos.

Como a las cinco de la mañana, Doña Teódula, quien había pasado la noche sentada en una
mecedora al lado de la cama, donde estaba postrado su esposo, tenía el rosario en la mano y
algo en Don Atanasio le llamó la atención y se puso de pie, tomó la vela y la acercó para
ver su rostro, estaba muy pálido, tenía los ojos un poco abiertos, aunque su mirada no
estaba en ninguna parte; su respiración era demasiado lenta y entrecortada, se quejaba como
si fuera un suspiro, ya sin hacer esfuerzo. Y justo en ese momento, Don Atanasio expiró su
último aliento. A Doña Teódula le salieron las lágrimas, pero sabía lo que tenía que hacer.
Con su mano derecha le cerró bien los ojos a su marido, tomó sus brazos, se los colocó en
su pecho, cruzándole sus manos una sobre la otra, para después colocarle un crucifijo entre
sus manos y el pecho.

Moisés recuerda la fortaleza de su madre, porque nunca perdió el control de sus


emociones. Aun con la pena, serenamente llamó a todos sus hijos, y con lágrimas en los
ojos les dijo

--Hijos…Mi marido… Su padre… ¡ya está con Dios!

En seguida Doña Teódula, recuperó su control y ordenó --Guadalupe prende el cirio, del
lado de la cabecera de la cama, y cubre a tu padre con un manto.

--María y Manuel, se quedan conmigo, para arreglar el cuerpo,

--Moisés, que tus hermanas preparen dos moños negros, para ponerlos, uno en la puerta de
la casa y el otro en la puerta grande del negocio. Y ya sabes a quienes tenemos compromiso
de avisar.

--Vamos a velar a Atanasio todo el día de hoy y mañana a las diez de la mañana le damos
cristiana sepultura, después de la santa misa.

Para las siete de la mañana mucha gente ya sabía de la muerte de Don Atanasio. Doña
Teódula ya había dispuesto que arreglaran el salón grande de la casa para el velorio. José
Manuel y uno de sus cuñados, el esposo de Guadalupe, se encargaron de la funeraria; lo del
acta de defunción y el terreno en el panteón de la Iglesia para el entierro. Guadalupe y su
hermana María, se hicieron cargo de hablar con el cura para la misa de difunto. El funeral
se realizo como lo había dispuesto Doña Teodula.
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Don Moisés seguía con sus recuerdos.

Después de los funerales, los rosarios y las misas, Manuel, con mucha pena le pidió perdón
a su madre, porque debía ir a cumplir con su compromiso con el ejército, no quería ser
acusado de desertor, debía regresarse, aunque comprendía que no era el mejor momento.

Don Moisés recordaba que desde ese tiempo, asumió el compromiso de hacerse cargo de su
madre y hermanas. Compromiso que cumplió por el resto de su vida.

En esa época, con motivo de la violencia provocada por la revolución, se vivían momentos
muy difíciles. Las noticias que llegaban a Valle de Zaragoza, eran confusas y poco
confiables. Don Moisés prudentemente, prefería mantenerse al margen de ese conflicto,
porque estaba consciente del peso de su responsabilidad, al ser el único hombre con quien
contaban su madre y hermanas. Sus hermanas mayores estaban casadas y tenían su propia
vida.

Francisco Villa entró en un fuerte conflicto contra Maclovio Herrera, cuando éste, en
Parral se manifestó abiertamente en contra de Villa imputandole acusaciones que lo
ofendieron que le provocaron odio y la promesa de vengarse, codenando a muerte a Don
Maclovio Herrera, a su hermano Luis y a su padre Don Jose de la Luz Herrera. Así como a
muchos otros hombres que militaban en sus filas, como Manuel Orozco.

En esa epoca hubo muchas traiciones, se habían roto muchas alianzas. En el norte estaba
Villa, Carranza, Pascual Orozco y Maclovio Herrera. Por todo el país se movía el ejército
del gobierno. En el sur Emiliano Zapata y su gente.

El día 8 de enero de 1914, sin importar que anduviera en la revolución, José Manuel
contrajo matrimonio con Guadalupe Ciriza, en Parral, Chihuahua

Tiempo después de su boda, en ese mismo año, ya avanzada la noche, José Manuel, entró a
la casa por los corrales para no ser visto, despertó a la familia, para decirles que tenían que
salir con urgencia de Valle de Zaragoza, porque sus vidas corrían peligro.
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También les informó a su madre y hermanas, que ya se había puesto de acuerdo con su
cuñado Jesús, quien estaba en Coahuila, y que él las iba a esperar en Torreón, para llevarlas
a Parras.

Recuerdaba que su hermano le dijo: --Tu, Moisés, te vas a ir a Parras a caballo, buscas
veredas poco caminadas, le vas buscando. En tren es muy peligroso para ti, no quiero que
corras riesgos. Se va a ir contigo un amigo, que también andan tras de él. Luego, Manuel le
dice a su madre, aquí están los boletos del tren para usted madre y para mis hermanas, los
mandé comprar; salen en la mañana a las once y media. Preparen todo por favor.

Manuel le dijo a Don Moisés, --Te traje un buen caballo, ya trae su montura y alforjas, es
de buena rienda y es fuerte, para que te aguante el viaje. Aquí está una pistola, es un
revolver de seis tiros, por si lo necesitas. La cubres con tu ropa, para que no se te vea.
Llévate gabán y una buena cobija, suficiente agua y lo que puedas de comida, ahí en el
camino vas viendo como le haces. Ten este dinero. Que mi madre se lleve la ropa y lo de
más valor, solo lo importante, para que no llame la atención.

--Cuídate mucho Moisés, por favor. Te vas a pasar directo, no te detengas en Torreón,
rodeas el pueblo. Parras está un poco más adelante, rumbo a Saltillo. Trata de seguir la vía
del ferrocarril que va directo a Parras, pero a distancia.

Cuando estés cerca, vas a ver de lejos el pueblo, entonces, antes de llegar, buscas la forma
de entrar adelante de la Hacienda de San Lorenzo que está al norte de Parras.

--Para cuando llegues, entras por el camino principal, ya para llegar al pueblo, en el cruce
de las vías del tren, los van a estar esperando dos hombres de Jesús, para llevarte con él.
Cuando llegues mi madre ya va a estar en la casa donde se van a quedar. Jesús me dijo que
no te preocupes, que te va a apoyar en todo para que saques adelante a la familia.

--Yo me voy a ir ya, porque no quiero comprometerlos. Cierran bien la casa Moisés.
Cuando pueda yo le daré una vuelta. Cuídense mucho.

--Deme su bendición madre

Era la última vez que lo iban a ver

Por esas cosas del destino, cuando la vida no presenta opciones, sino soluciones, Don
Moises se vio obligado, junto con su madre y sus hermanas Josefina y Concepción, a salir
intempestivamente de Valle de Zaragoza, Chihuahua. Ellas tomaron el tren rumbo a
Coahuila, donde las esperaba su yerno Jesús, esposo de su hija María, quien en ese tiempo
estaba como Interventor en esa región.
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Don Moisés, en ese entonces con 20 años de edad, se vino a caballo por caminos poco
transitados, tratando de pasar inadvertido, junto con un amigo. Debido a la premura con que
salieron, dejaron en abandóno su casa y casi todos sus bienes. Su propósito era llegar con
bien a Parras, una pequeña pero importante ciudad del estado de Coahuila.

Durante la travesía de Valle de Zaragoza hasta Parras, Don Moisés pasó días muy difíciles.
Caminando por terrenos desconocidos, en ocasiones descansando de día, y caminando de
noche, cuando sentían el peligro, acampando en laderas y arroyos. Pasando días con sed y
hambre. Pero sobre todo, lo que representaba este brusco e inesperado cambio de vida. Le
preocupaba caminar hacia lo desconocido. Todo era nuevo para él. Ignoraba si su madre y
hermanas habían llegado con bien; desconfiaba de todo en esa aventura. Y además,
pensaba: ¿por cuánto tiempo vamos a andar así, corriendo y escondidos?

Pero Don Moisés siguió adelante, con esa determinación que lo caracterizó, hasta que llegó
a su destino: Parras, Coahuila.

EL INICIO DE UNA NUEVA VIDA


Casi tres semanas tardó Don Moisés en llegar a Parras. Como no habían llegado a Torreón,
hicieron un rodeo para salir rumbo a Viesca, siguiendo la vía del ferrocarril que iba directo
a Parras, cuando vieron que ya se acercaban a su destino, rodearon rumbo al norte, para
salir antes de la Hacienda de San Lorenzo y luego tomar el camino principal rumbo a
Parras. Al llegar al cruce de las vías ya los esperaban dos hombres, que estaban bajo la
sombra de unos árboles, junto a sus caballos.

Como ya sabían que eran dos hombres a quienes esperaban, y que venían de un viaje largo;
al verlos maltrechos y con los caballos cansados, no dudaron que fueran ellos. Le gritaron

--¿Eres tú, Orozco?

Don Moisés se detuvo, y contestó

--¿Quién pregunta?

Los hombres montaron sus caballos, y se acercaron a ellos.

--Somos gente de Don Jesús, ya hace días que estamos aquí esperando que pasaran. Vamos
con él de una vez.
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Eran después de las tres de la tarde cuando entraron a Parras, venían cansados y
hambrientos. Al compañero del viaje, uno de los hombres lo llevó a la casa de unos
parientes. A Don Moisés, el otro lo llevó a la casa donde ya lo esperaban con ansia Doña
Teódula y sus hermanas. Más tarde vería a Don Jesús.

Al pararse en la puerta de la casa, Don Moisés, maltrecho y lleno del polvo del camino,
con un bulto en la mano y una cobija colgada en el hombro. Doña Teódula, no pudo
controlar su emoción y lloró al ver llegar a su hijo. No le importó ver como venía, ella lo
abrazó y lloraba solo de verlo ¡Y de verlo con vida!

--Hijas, -gritó- Llegó su hermano. ¡Gracias a Dios! Vengan a saludarlo.

Lo saludan con mucho entusiasmo, y también agradecen a Dios su llegada. Y le ayudan con
sus cosas para entrar a la casa

--Hijas preparen algo de comer a su hermano, que ha de venir hambriento. Mira como
vienes hijo. Tienes que descansar.

Don Moisés venía realmente cansado, pero el hecho de ver a su madre, le sacó fuerza para
saludarlas con gusto, y hasta para sonreírles y platicar.

--Madre, hermanas, gracias a Dios que están bien. Todo el camino traje en la cabeza, la
preocupación de cómo estarían ustedes.

--¿Dónde está Don Jesús madre?

--Anda ocupado hijo, va a venir más tarde. Por ahora come, después te bañas y descansas
un poco. Para que cuando venga Jesús, estés fresco. Seguramente se va a tardar. No te
preocupes, los hombres que te trajeron ya le fueron a informar que estas aquí. Así que en
cuanto se desocupe viene.

Doña Teódula había traído con ella unos baúles con algo de ropa, para ella y sus hijos.
También algunos artículos personales y unos cuantos utensilios del comedor y la cocina.

Solo lo más indispensable. Desde luego los ahorros de la familia, que no eran muchos, pero
les iban a servir.

La casa a donde llegaron Doña Teódula y sus hijos, estaba en la calle Real. En esa casa
estuvieron viviendo durante varios años.
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Don Jesús llegó a la casa de su suegra como a las ocho de la noche, lo recibe con gusto y
Doña María Teódula le ofreció algo de comer o de beber.

--No, muchas gracias Doña Teódula, así estoy bien

--Qué razón me da de Moisés, ¿dónde anda?

En ese momento Don Moisés entró a la casa, y saludó a su cuñado.

Don Jesús lo recibió con un abrazo, le dio la bienvenida. Al tiempo que sale a la puerta de
la casa y llamó a uno de sus acompañantes, y le dijo.

--Pásame la botella de aguardiente que traigo en la alforja.

Ya con la botella en la mano, Don Jesús entra a la casa y le dijo a Don Moisés:

--Cuñado, esto merece un trago. Con su permiso Doña Teódula. Y Josefina les acercó un
par de vasos.

Don Jesús, sirvió el aguardiente en los vasos y le dijo a Don Moisés

--Moisés, me da mucho gusto que ya estés aquí, ¡sano y salvo!

Las cosas cada vez están más feas. Según me han informado, Villa no va descansar, hasta
que elimine a mi familia. Aquí, por ahora, estamos seguros. Me preocupan mi padre y mis
hermanos. Ellos no qieren que me mueva de aquí.

--¿Cómo estuvo el viaje, algún problema?

Don Moisés responde

--Lo bueno es que ya estoy aquí. El viaje, pues con algunos problemas. Pero ya pasó. Lo
importante es que estoy vivo Don Jesús. Gracias a Dios.

--Manuel me dijo que usted me podía ayudar a conseguir un trabajo para sacar los gastos de
la casa. ¿Tiene algo pensado, o le busco yo?

Don Jesús lo interrumpe

--¡Pero qué prisa tienes Moisés! Primero, vamos a brindar porque ya están aquí los cuatro.
Gracias a Dios.

Le pasó el vaso a Don Moisés, brindaron y le dieron el trago a la bebida.


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--Todo a su tiempo Moisés. Escucha, he estado pensando en varias posibilidades, las voy a
volver a pensar y te digo luego. Por ahora no hay prisa. De todas maneras, para que te
serenes, mañana te espero donde tengo la oficina, está cerca de aquí. A propósito, ya di
instrucciones para que atiendan tu caballo, dicen que viene muy maltratado.

Se sirvieron un último trago, lo bebieron y se despidió.

Don Moisés le dió las gracias por todo el apoyo que les ha dado. Luego le dijo que lo vería
al día siguiente.

Una vez que se retiró Don Jesús, salió a la puerta de la casa, se le había antojado fumar,
pero se da cuenta de que en el viaje se le habían terminado los cigarros. Entró a la casa y
preguntó sus hermanas.

--¿Saben ustedes donde hay un tendajo o un comercio para ir a comprar cigarros?

Y su hermana Concha le dijo:

--Aquí cerca no hay tendajos ni comercios, hay algunas cantinas que están rumbo de la
fábrica. Si quieres comprar cigarros vas a tener que ir más al centro, y tal vez encuentres
algo abierto.

Don Moisés comentó

--¿Cómo que no hay comercios por aquí? Si estamos muy cerca de la fábrica, donde pasa
mucha gente.

No se quedó con la curiosidad, ni con las ganas de fumar, y salió a la calle, caminó hasta
que encontró donde comprar sus cigarros. Luego regresa a su casa para la cena.

--Es increíble que no existan comercios por este rumbo, dijo Don Moisés.

A su regreso, después de la cena, Doña Teódula, le ofrece a Don Moisés un Té con un poco
de aguardiente, para que descanse en la noche. Platican amenamente más de dos horas,
poniéndose al corriente de las experiencias de sus viajes, y de cómo los había recibido Don
Jesús. Todos coincidieron en que estaban muy agradecidos con él. Don Moisés, hablaba
poco, pero sabía escuchar, y eso le divertía.

Más tarde Don Moisés se disculpa para salir a fumar, y sale a la puerta de la casa, por
respeto no lo hacía delante de su madre. Y se pone a pensar.
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--Traigo una carga muy pesada, con mi madre y mis hermanas. Dios me ayude, pero tengo
que salir adelante. ¿Qué tendrá pensado Don Jesús?

Se encomienda a Dios, y da gracias porque habían llegado con bien, él, su madre y sus
hermanas.

Se acuesta y cae dormido inmediatamente, al otro día despierta temprano, ya su madre le


tenía su ropa arreglada. Sus hermanas, le habían preparado un almuerzo como hacía
semanas no comía.

Cuando termina, le dice a su madre, que va a ir con Don Jesús, para ver qué planes tiene
para él. Y le explican a donde tiene que ir a buscarlo.

Se fue caminando sin prisa, para ir conociendo el pueblo. La gente lo miraba y lo saludaba,
él respondía. Se le hizo un lugar tranquilo y más grande que su tierra. Había muchos
trabajadores en la Fábrica Textil. En el camino vio que había cantinas y los comercios
donde las gentes pudieran comprar sus alimentos y otras cosas, estaban en el mercado,
donde también había unas tres cantinas, que abrían desde antes de las ocho de la mañana.

La oficina donde despachaba Don Jesús estaba en un local muy cerca de la Fábrica. Cuando
llegó Don Moisés, ya lo esperaba su cuñado. Lo recibe, le pide que pase y le dice que al
rato platican. Don Moisés se dedica a observar.

Después de una hora, se levanta Don Jesús de su mesa de trabajo. Don Moisés se pone de
pie. Su cuñado le pasa el brazo por los hombros, y lo invita a salir para platicar.

--Toma este sombrero Moisés, espero que sea de tu medida.

--Gracias, el que traía ya ni me lo puse.

Le pregunta Don Jesús

--¿Cómo vez al pueblo Moisés? Aquí si hay trabajo. No pagan mucho, pero sale para que la
gente coma y viva. Ya ves cómo son estos ricos. Pero al menos la gente trabaja.

--La más importante es la Fábrica Textil, que produce manta, gabardina y mezclilla. Ésta si
ocupa muchos obreros. Después están las fábricas de aguardiente y vinos, que también
ocupan gente, aunque no tanta como la textil. Y luego los peones de los ranchos. Aquí se
acostumbra a pagar la raya los sábados.
18

Don Moisés solo escuchaba

--Antes de que me lo digas, te lo voy a decir yo de una vez. No se te vaya a ocurrir querer
trabajar en la fábrica. Y te voy a decir por qué.

--Yo no tengo idea por cuánto tiempo voy a estar en estos rumbos. Pero si acaso entras a
trabajar a la Fábrica. Te aseguro que en cuanto yo no esté aquí, vas a ser de los primeros
que van a correr. Escucha, aunque llevo buenas relaciones con el dueño y los principales
del pueblo, no creas que están muy contentos con que el Gobierno meta las manos en sus
asuntos.

--Yo he tratado de llevar tranquilas las cosas, los dejo trabajar, porque sé que esto va a
terminar tarde o temprano, y estos ricos, los dueños, van a seguir siendo lo que son. Yo no
necesito enemigos que no tengo. Mejor así, estamos de acuerdo en que ellos trabajen como
debe ser, para que la gente no se quede sin su raya. Aparentemente están contentos. Y yo
también hago mi trabajo sin problemas.

--Por eso que te digo, creo que tengo las puertas abiertas para pedir favores. ¿Tú me
entiendes, ¿verdad?

Don Moisés, le dice

--Primero, quiero agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros Don Jesús. Siempre se lo
voy a reconocer.

--En cuanto a lo del trabajo en la Fábrica, pienso igual que usted. No me gustaría trabajar
para otro, y luego, cuando menos lo espere, quedarme sin trabajo. Quiero ser mi propio
patrón.

--Creo que lo que se puede hacer por este rumbo, porque no lo veo en ningún lado, es poner
un comercio en forma, como debe ser, no de esos que se ponen nomas los días de raya. Uno
donde venga la familia a comprar sus cosas y encuentre lo que necesita. Yo veo que son
muchos los obreros que entran y salen de la Fábrica todo el día.

--Tienes razón Moisés. No había pensado en eso, me parece una muy buena idea. Me da
gusto que pienses así. Cuenta con mi apoyo. Aquí en la esquina hay unos locales que te
pueden servir para que pongas el negocio, que creo los puedo conseguir sin problema.

--Ve pensando en lo que se necesita y yo te arreglo lo del local.

--Se va a necesitar darle una arreglada a esos cuartos.


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--Nos pondremos a trabajar en esto. Por ahora vamos a ver los cuartos que están en la
esquina, solo por fuera, ya después los veremos por dentro.

Frente a ese lado de la Fábrica, estaba un gran terreno baldío, en donde los sábados desde
temprano se ponían vendedores.

Don Moisés ya traía algunas ideas de cómo manejar un negocio. Así que con ese proyecto,
iba a tener la oportunidad de acomodarlas para hacer realidad su proyecto y cumplir con su
propósito: Ser dueño de su propio negocio.

Durante un buen rato Don Jesús acompañó a su cuñado para que viera donde estaba el local
que le dijo. A Don Moisés le gustó mucho la ubicación, era la esquina de la fábrica. Muy
buena ubicación. Cuando ya iban de regreso a la oficina, Don Moisés le dijo

--Todo está muy bien Don Jesús, pero todavía no me puedo hacer ilusiones, hasta saber
cómo le voy hacer para conseguir lo que se necesita para comenzar el negocio.

A lo que Don Jesús le contesta

--Moisés, ¿Por qué crees que ustedes están aquí?

--Somos familia Cuñado. Yo le prometí a tu hermana que no los iba a dejar solos, que yo
me iba a encargar de apoyarlos en todo. ¡Siento que debo hacerlo!, que no ves que ustedes
están metidos en estos problemas por los conflictos de la revolución. Ustedes no tienen la
culpa de que las amenazas de Villa también les alcancen a ustedes. Esto ya lo tengo
hablado con los de arriba.

--Yo te arreglo lo del local, y cuenta con lo que necesites para iniciar el negocio.

--Mañana voy a ver al que maneja todo esto y te arreglo lo del local. No se van a negar, te
lo aseguro.

Cuando llegaron a la oficina, le pide a uno de sus ayudantes que acompañe a Don Moisés a
dar una vuelta por el pueblo, para que vean donde venden madera. Y para que lo conozca.

Así anduvo parte del día recorriendo Parras, entró al mercado, para ver los negocios,
caminó por la calle del centro. Conoció los principales negocios del pueblo. Y luego
regresó a la casa.

--¿Cómo te fue hijo? Le pregunta Doña Teódula


20

-- Muy bien madre. Creo que ya se lo que voy a


hacer. Estuve platicando con Don Jesús, me va a
apoyar para poner un negocio. Ya vimos el lugar y
está muy bueno.

--¿Y qué negocio es hijo?

--Para empezar, va a ser de abarrotes y no sé, tal vez


otras cosas.

--Que bueno hijo, te va a ir muy bien. Yo tengo un


poco de dinero que me traje, si lo necesitas me dices

--Gracias madre, pero no. Ese dinero es para sus


gastos y de la casa, hasta que yo pueda darle lo que
necesita.

--Hijo, para que estés enterado, Jesús nos manda un


canasto muy surtido de mandado cada semana, viene
de todo.

--¡Ese Don Jesús! Estoy muy agradecido con él


madre. Se ha tomado muchas molestias por nosotros, que la verdad no sé cómo voy a
pagarle tanto favor

DON MOISÉS, UN TIEMPO DESPUÉS DE SU LLEGADA A PARRAS,


COAHUILA

UNA NOTICIA TRÁGICA

En la batalla que hubo en Torreón, en el mes de diciembre de 1916 en la que Francisco


Villa combatió a Carranza y al ejercito de Maclovio Herrera, el día 22 de ese mes, Luis
Herrera, hermano de Don Maclovio, murió ahorcado por órdenes de Villa, en cumplimiento
de su venganza de acabar con los Herrera y su gente. Manuel, quien había resultado herido,
lo habían llevado al cuarto de un hotel para curarlo. Pero al enterarse Villa dónde estaba,
fue hasta donde él se encontraba postrado, para personalmente quitarle la vida a balazos.

De inmediato le fue comunicada la noticia a Don Jesus y él se lo hace saber a Doña


Teódula, y fue entonces que la constante angustia de Doña Teódula de perder a su hijo
Manuel se cumplió ese día. La noticia que le dieron la devastó, no obstante, su fortaleza; su
refugio era la fe, y la oración. Pero su hija Concepción, fuerte de carácter como siempre
fue, en contra de la voluntad de todos, decidió ir en busca del cadáver de su hermano.

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Al día siguiente, su hermana Concha toma el tren y fue a Torreón, a tratar de localizar el
cuerpo de su hermano para sepultarlo cristianamente, hizo todo lo que pudo, pero su viaje
fue inútil, y lo único que trajo fue la información de que a José Manuel ya lo habían
sepultado en la fosa común, y nadie le pudo dar más datos de donde pudiera estar el cuerpo
de su hermano, quien había dejado viuda a su esposa Guadalupe y huérfano a un hijo.

Desde ese incidente, el nombre de Francisco Villa quedó prohibido mencionarse en la casa
de Doña Teódula.

LA VIDA SIGUE
Para el año de mil novecientos quince, Villa cumple su amenaza y acaba con Don Maclovio
Herrera, su hermano Luis y su padre Don José de la Luz Herrera, en diferentes tiempos y
lugares, así que Don Jesús tuvo que andar moviéndose de un lado a otro, hasta que las cosas
con el tiempo se calmaron.

Así comenzaron los afanes de Don Moisés en Parras, el tiempo se le fue volando. Desde el
día en que Don Jesús le llevó el contrato del local para que comenzara a arreglar el lugar y
comprar mercancía. El tiempo pasó rápido, el local estaba listo para meter la mercancía y
empezar a trabajar.
FOTOGRAFIA ANTIGUA DE ¨EL OBRERO¨

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Don Moisés ya había iniciado su negocio, estaba entregado de tiempo completo a su


trabajo. Cuando alguien le decía que buen punto tenía su negocio, él contestaba: “No es el
punto, es el puntero”. El negocio prosperaba poco a poco, ganaba lo suficiente para ayudar
a su madre y hermanas. Trataba de llevar las cosas tranquilas, porque la revolución había
movido todo.

Se conectó con buenos proveedores de Saltillo y Torreón. Y comenzó a hacer los primeros
pedidos de mercancía. Afortunadamente el tren que viajaba de Saltillo a Torreón, lo hacía
diario, en la mañana pasaba para Torreón y en la tarde regresaba a Saltillo, lo que le
facilitaba el manejo de la mercancía.

Más de dos años estuvo Don Moisés trabajando muy duro tratando de afianzar su negocio,
hasta que vio que iba dando resultado. Le puso por nombre: El Obrero.

Para el año de 1920, El Obrero era un negocio muy bien acreditado. Tenía un amplio
surtido no solo de abarrotes, sino también de una variedad de artículos, hasta ropa y
calzado. Ese año, Don Moisés compró una casa, frente a la Plaza del Beso, en la esquina de
las calles que ahora llevan el nombre de Francisco I.Madero y Teodoro Cayuso. Le llevó un
tiempo arreglarla y acondicionarla. Pero lo logró.
La vida de Don Moisés transcurre entre el trabajo y su casa. Siempre fue muy responsable
con sus obligaciones. Su vida personal siempre fue muy discreta, nunca le gustó hablar de
eso.

En su juventud, antes de casarse, cuando tenía ganas de pasar un buen rato, él y algún
amigo, ocupaban un coche de caballo, contrataban un par de músicos y tomando unos
tragos de aguardiente y escuchando música, daban vueltas por el pueblo. Si la emoción
llegaba a elevar los ánimos, sacaba su pistola y disparaba al aire. No me gustan los bailes,
decía. Tan discreto era, que no platicaba quienes fueron sus amigos.

Pasado algún tiempo después de casado, se supo que había mantenido una relación con una
joven. Se ignora donde la conoció. Su nombre era Paula López Bonilla, originaria de
Lagos de Moreno, Jalisco, con quien procreó una hija, que nació en la ciudad de Torreón,
Coahuila. La niña fue registrada con el nombre de María Guadalupe Orozco. Lupe como le
decía la familia, con el tiempo, se convirtió en una hermana y tía muy querida.

De esta parte de su vida, Don Moisés, se reservó la información, en particular sobre lo que
sucedió con la señora Paula, igualmente sobre cómo fue que se enteró del nacimiento de su
hija.

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Su hija Lupe creció al cuidado de dos tías, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Y por
la información que se tiene, Don Moisés, después de que se enteró de su paternidad, se hizo
cargo de las necesidades de su hija. También existe la versión de que cuando Don Moisés le
confesó a Doña Consuelo, que tenía una hija, ella misma le pidió que no la desamparara,
que se hiciera cargo de sus necesidades. Años después, ya cuando Don Moisés era viudo,
con regular frecuencia su hija Lupe lo venía a visitar a Parras, en compañía de su Esposo,
quien por cierto era una excelente persona, y de sus hijos. Todos ellos siempre fueron
recibidos con mucho afecto por él y por toda la familia.

Doña Consuelo Melo Treviño, nacida el 2 de abril de 1896, en Saltillo, Coahuila, había
cursado estudios en Saltillo, tenía la cultura que le daba el gusto por la lectura, cosa que no
era común para una joven en esos años. Tomó la decisión de venir de General Cepeda a
Parras a buscar empleo, otra situación extraordinaria. Ella quería realizarse como la mujer
que se había preparado.
La contrataron en las oficinas de las Bodegas del Marques de Aguayo. Se alojaba en una
casa por el rumbo de la Hacienda del Rosario.

Así que obligadamente tenía que pasar por El Obrero para ir a su empleo. Y pues en ese ir y
venir de Doña Consuelo, a Don Moisés lo cautivó esa bella joven. Y pues todo indica que a
ella también le pareció muy bien su pretendiente.

Doña Consuelo era una mujer muy bonita. Inteligente. Procedía de una familia con arraigo
de General Cepeda. Tenía muchas virtudes, como la paciencia, la prudencia, la tolerancia y
sobre todo era una buena esposa y madre. Siempre al pendiente de su familia y también de
las necesidades de sus semejantes. Don Moisés, sabía de su inclinación por ayudar a la
gente, pero nunca le dijo nada.

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FOTOGRAFÍA DEL MATRIMONIO DE DON MOISÉS Y DOÑA CONSUELO

Don Moisés y Doña Consuelo se casaron en General Cepeda, Coahuila, el 24 de noviembre


de 1921. De ese matrimonio, nacieron: Atanasio en 1922, Moisés Eduviges en 1923,
Fernando en 1925 y siete años después, en 1931, nacieron Roberto y José Antonio, éste
último murió a los tres días de haber nacido.

Después de que se casó Don Moisés, llevó a su esposa a vivir a su casa. La que a partir de
entonces, estaría compartida, una parte la habitaban su madre Doña Teódula y sus
hermanas, Concepción y Josefina. Seguramente no ha de haber sido fácil para Doña
Consuelo esa vida, pero su tolerancia, prudencia y amor a su esposo la hizo sobrellevar la
convivencia, lo más tranquilamente posible.

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Debo destacar que durante muchos años, Doña Teódula ejerció un firme matriarcado en esa
familia. Así que Doña Consuelo, prudentemente, para no entrar en problemas con su suegra
y cuñadas, se refugiaba en sus cosas y en la parte que le correspondía de su casa. Siempre
he pensado que me resulta difícil imaginar cómo resolverían un solo hecho: Disponer sobre
la preparación de los alimentos para la comida. La dueña de la cocina desde siempre fue
Doña Teódula. Y si a eso le agregamos que para esas fechas era una persona de abanzada
edad, definitivamente las cosas no eran nada fáciles para Doña Consuelo. Una cosa es de
admirarse, esto nunca fue motivo de problemas en el matrimonio de Don Moisés y Doña
Consuelo.

Transcurre el tiempo, y los hijos llegaron a la edad de tener que ir a la escuela. Pero no
contaban con que otro conflicto social se iba presentar en el país. Parras no fue la
excepción: La Guerra de Los Cristeros (1926-1929). Para la familia, como era católica y el
gobierno había prohibido el culto religioso público y las Iglesias estaban cerradas y la
educación debía ser laica, las mujeres tuvieron que ingeniárselas para asistir a cultos
religiosos clandestinos. Y a los hijos mandarlos a recibir sus clases a escondidas en alguna
casa.

A principios del mes de marzo del año de 1933 se enferma de gravedad su hermana
Josefina y fallece el día 11. Ese fue un duro golpe para doña Teódula, pero con la fuerza de
su temperamento sobrellevó la pena. Le quedaba su hija Concha, quien también era una
mujer de carácter fuerte. Muy involucrada en actividades de la Iglesia, fue el soporte de su
madre Doña Teódula, hasta el día 17 de abril del año de 1947 en que ésta murió.

El Obrero abría sus puertas a las ocho de la mañana, cerraba a la una de la tarde para la
comida y volvía abrir a las tres, para cerrar a las ocho de la noche. Solo los sábados se
extendía el horario de trabajo. Durante mucho tiempo Don Moisés ocupó los servicios de
Don Luz, un cochero que lo llevaba al trabajo y lo regresaba a la casa.

El Obrero fue un comercio muy próspero. De alguna manera representó el soporte de


muchas familias de obreros, en especial cuando los movimientos de huelga se prolongaban
más de lo previsto y agotaban el fondo de resistencia, siendo entonces que Don Moisés les
surtía a crédito sus despensas. Alguna vez un líder sindical de viejos tiempos, comentó que
Don Moisés les dijo en una de esas crisis: Este negocio ustedes lo hicieron, así que está
para apoyarlos hasta donde aguante. Otra de las anécdotas que se comentaban, fue que
algunas veces, en que se retasaba la remesa de dinero para las rayas de la fábrica, en
ocasiones acudían a Don Moisés para que les prestara el dinero que pudiera para completar
el pago a los obreros.
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En El Obrero ningún cliente era malo para pagar, Don Moisés los comprometía con la
confianza que les otorgaba. La mayoría de los clientes, cuando iban a surtir su despensa,
pagaban la cuenta de la semana anterior y quedaban a deber la de esa semana. Y si por
alguna razón importante, tenían dificultad para pagar la despensa, Don Moisés no los
desamparaba, y el cliente siempre volvía a pagar su deuda.

Los sábados en El Obrero había un movimiento extraordinario. Y Don Moisés, al frente,


poniendo el ejemplo para trabajar. Era impresionante ver como hacia la suma de las cuentas
del mandado, eran unas listas largas, en la que a la izquierda se anotaba el articulo y en el
lado derecho el valor, eran como veinte cantidades las que había que sumar, y él con un
lápiz, corría los números, sumando de arriba hacia abajo, en un solo intento y salía la
cuenta sin error.

Para ese año Atanasio y Fernando, ya habían


terminado sus estudios, ambos de Comercio y
Auxiliar de Contador. Nacho, como era conocido en
la familia, había estudiado en Torreón y Fernando
en Saltillo. Moisés, seguía estudiando, porque
aspiraba ser Abogado.

Roberto, en ese tiempo, estaría terminando la


secundaria.

Sus hijos entraron a trabajar en el negocio.


Atanasio, era de carácter fuerte y muy poco
tolerante; por el contrario Fernando era tolerante y
paciente. Lo que representaba una buena
combinación para la atención del negocio.

DON MOISÉS Y DOÑA CONSUELO CON SUS HIJOS: ATANASIO, MOISÉS Y


FERNANDO
27

ATANASIO

FERNANDO ROBERTO
27

LA SOMBRA DEL DOLOR

Doña Consuelo, había sido sometida a una cirugía de la tiroides en Estados Unidos. Pero en
ese tiempo se le manifestó un serio padecimiento cardiovascular: angina de pecho. Tal vez
ya no lo pudo ocultar. Fue atendida por doctores de Parras, pero su estado de salud era
serio. Don Moisés decidió trasladarla a Monterrey para que la revisara un cardiólogo. Hasta
que llegó el momento de conseguir alojamiento para que permaneciera en Monterrey, cerca
del cardiólogo.

Fernando le dice a Don Moisés que quiere casarse y que desea que pidan la mano de su
novia Sara Olga Cortés Garza, quien vivía en Monterrey. Antes de que terminara el año,
Don Moisés y Doña Consuelo, se presentaron en la casa de Don José Cortés Cortés y Doña
Sara Garza de Cortés, al pedimento. A ese evento los acompañó su hijo Moisés.

El estado de salud de Doña Consuelo se deterioraba cada día. Y el día 11de enero de 1948,
a los 51 años, falleció. Don Moisés y sus hijos, con la pena de la pérdida, trasladaron su
cuerpo a Parras para velarlo, efectuar los rituales religiosos y darle cristiana sepultura.

El dolor invadía a sus hijos. Pero de manera especial a Don Moisés, quien, a partir de
entonces, siempre usaría la corbata negra, y su vida ya no sería la misma. Se refugió en el
trabajo y la privacidad de su casa. Durante el resto de su vida, su rostro por lo regular
mostraba tristeza. Su hermana Concepción se hizo cargo del manejo de la casa y de estar al
pendiente de Don Moisés.

El 26 de mayo de 1948, se celebró el matrimonio de su hijo Fernando y su novia Olga en


Monterrey, Nuevo León. Fue un evento muy íntimo, dada las circunstancias. La historia
vuelve a repetirse. Después del viaje de luna de miel, los recién casados llegan a vivir a la
casa de Don Moisés. Fueron unos meses muy difíciles para la esposa de Fernando, desde
luego no por causa de Don Moisés. Ella, seguramente alentada y estimulada por el espíritu
de Doña Consuelo, estoicamente toleró sin reclamo mucho tiempo, hasta que su estado de
salud detonó en crisis, por una severa anemia.

Y fue entonces que Fernando la llevó a Monterrey a la casa de sus padres para que la
atendiera el doctor. Ella estaba embarazada y poco le faltaba para dar a luz, así que el
doctor ya no la dejó regresar a Parras, hasta que le estabilizó la anemia y fue atendida del
parto. Cuando Fernando regresó a Parras con su esposa y su hijo, ya tenía una casa donde
los llevaría a vivir.
28

Fernando, prudente como era, para evitar posibles problemas, le dice a Don Moisés que por
el bien de todos, prefiere trabajar en su propio negocio, y así lo hace. Él comienza su
aventura, con la bendición y apoyo de su padre

En 1949 su hijo Atanasio se casa con Antonia González Benavides, en Parras. Y años
después Roberto, su hermano, contrae matrimonio con María Elena Aguirre.

Por su parte, su hijo Moisés, se vio en la necesidad de interrumpir sus estudios en la ciudad
de México, para continuarlos en la Escuela de Leyes, de Saltillo, Coahuila, a la vez que se
enfermó de un cáncer linfático conocido como el mal de hodgkin. Que en ese tiempo no era
tratable.

Don Moisés lo mandó a Rochester, en Estados Unidos, donde en esa época había los
mejores hospitales. Desafortunadamente cuando regresó, venía desahuciado, sin esperanza
de vida. Le recomiendan a unos Homeópatas de apellido Monfort en Monterrey y su
tratamiento dio resultados, le cambió la vida, recuperó peso, energía y terminó sus estudios
como Abogado.

En el año de 1952, seguramente a sugerencia de Atanasio, Don Moisés se decide y compra


una camioneta nueva marca Chevrolet de caja larga, color blanco. En ella hacían el traslado
de la mercancía que llegaba a la estación del ferrocarril y también para entregar los pedidos
de mandado a los campesinos que acampaban en el paraje que estaba más abajo del asilo.

Desde la muerte de Doña Consuelo, Don Moisés tenía episodios de tristeza, su vida era una
rutina. Se levantaba temprano, desayunaba café con leche, huevo tibio, vaso de leche y pan.
Antes de la comida, le daba dos tragos a una botella de aguardiente del Rosario, que tenía
detrás de un cuadro grande que estaba sobre la caja fuerte en su cuarto. De su comida, lo
que más disfrutaba era el puchero de res, y comía, además, un poco de lo que se había
preparado.

Después de comer, se iba a su recámara, descansaba, luego se levantaba, se tomaba un café


negro y se fumaba un cigarro. Y un poco antes de las tres salía para El Obrero. Por la tarde,
a las siete, su hermana le mandaba un canasto con su merienda, chocolate caliente, en su
jarro con el molinillo, leche y pan de dulce. En la bodega, tenía una mesita especial que le
habían hecho sus empleados, para que se sentara a merendar. Todas las comidas en su casa,
se hacían en el comedor, invariablemente. Y como Don Moisés era muy serio, normalmente
se platicaba poco. En ocasiones los nietos lo importunaban, pero él nunca se molestó por
eso.
29

Los domingos, por aquellas fechas, lo dedicaba en parte


a ordenar el dinero de la venta de fin de semana para
preparar el depósito del lunes en el banco. Después, por
la tarde, si había corrida de toros en la Plaza México que
era transmitida por radio, se sentaba en su sillón para
escuchar la transmisión. También le gustaba leer el
periódico El Siglo de Torreón o la Revista Siempre. Por
la tarde se tomaba una taza de café y fumaba su cigarro.
Después, salía a caminar un poco. Las visitas que recibía
eran de la familia.

MOISES OROZCO MELO

OTRA TRAGEDIA
Moisés, su hijo ya como abogado se vino a vivir a Parras. Era una persona de muy buen
carácter, muy inteligente, siempre tenía las palabras adecuadas y oportunas. Sabía darse a
querer. Un tiempo estuvo trabajando por su cuenta, pero al poco tiempo ocupo el cargo de
Juez Mixto de Primera Instancia. Se enamoro de una joven hermosa y muy bonito carácter
de nombre Edna Janet Consuelo Madero Brogniez, con quien contrajo matrimonio.

El día 16 de marzo de 1956, Moisés y su esposa, ya embarazada, habían estado de visita en


casa de Don Moisés, estuvieron platicando y como a las nueve y media de la noche se
despiden. Antes de las diez de la noche, los gritos de la tía Concha, buscando
desesperadamente a Fernando, quien vivía en la casa vecina, lo hacía por una ventana que
se comunicaba a la casa de Don Moisés.

Los gritos de la tía alarmaron a Fernando, quien le preguntó muy inquieto, que cual era el
problema. Ella le gritó de nuevo: Moisés, tu hermano tuvo un accidente.
Fernando llevó a Don Moisés a la casa de su hijo, en la Hacienda del Rosario, donde por un
lamentable accidente, se le había disparado su pistola, provocándole una herida mortal.
Después de ver a su hijo herido, Don Moisés vio que un velador de la fábrica traía una
pistola en la mano, Don Moisés fuera de sí lo agarra del cuello de la camisa y le grita: que
le hiciste a mi hijo. Inmediatamente lo detienen y le aclaran que esa persona nada tenía que
ver. Trasladan a Moises al hospital en la amulancia, iba muy grave.

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Don Moisés, se fue caminando al Obrero, lo siguieron sus hijos sin decir una palabra, al
llegar, saca una botella y se mete a la bodega, donde nadie lo vea, llora en silencio y
tratando de ahogar su pena, entre lagrimas, le da dos tragos a la botella, permaneció un rato
en soledad, y tratado de sobreponerse a su dolor, regresó con sus hijos.

Su hijo, recibió atención médica en el Hospital Guadalupano, pero todo fue inútil, murió
antes del amanecer.

Otro duro golpe en la vida de Don Moisés. A su modo, lo metió en su costal de las penas, y
siguió con su carga por la vida.

Para el año de 1962, el enfisema que padecía Don Moisés comenzó a ser tratado por un
doctor de Saltillo. Ya para ese tiempo, su vida era una rutina que cada día era más dificil.

La fábrica, más bien su voraz Gerente, contrató a una empresa regiomontana para que
surtiera las despensas, ropa, calzado y otros artículos a los obreros, con cargo a su salario,
acción que afectó drásticamente al comercio local. Después de casi cincuenta años de estar
ocupando el local, el mismo Gerente le pidió a Don Moisés que lo desocupara.

Atanasio buscó una finca que reuniera las cualidades necesarias para el negocio,
afortunadamente lo consiguió, lo remodelaron y lo acondicionaron. Estaba en la esquina de
Ramos Arizpe y Cinco de Mayo. Después de casi cinco décadas El Obrero tenía nuevo
domicilio.

EL FINAL SE ACERCA
Don Moisés estaba muy agotado, ya tenía dificultad para respirar, como consecuencia de su
delicada salud. En el año de 1964, su enfermedad empeoró y el doctor le indicó reposo
absoluto, lo que lo obligó a dejar de ir a trabajar. Sus hijos se pusieron de acuerdo para que
se fuera a vivir a la casa de Atanasio, donde le acondicionaron un cuarto y una cama de
hospital, lo triste era que su necesidad de estar conectado al oxigeno aumentaba cada vez
más. El Obrero iba a resentir su ausencia. Atanasio se quedó a cargo del negocio y
Fernando seguía en lo suyo.

31

Roberto, en ese tiempo era alcalde de Saltillo, y cada vez que podía venía a ver a su padre.
Los tres hermanos siempre estuvieron pendientes de Don Moisés.

En su postración, Don Moisés nunca se quejó de su enfermedad; prudente, como era,


procuraba soportar su padecimiento sin ocasionar molestias a quienes lo atendían. Sufría en
silencio y, en ese silencio, rogaba a Dios para que ya lo dejara descansar.

Ver a Don Moisés en esas condiciones y con esa mansedumbre, resultaba conmovedor.
Después de haber conocido aquel hombre íntegro, sencillo, atento, trabajador y respetable
que siempre fue, y verlo después, postrado por la enfermedad, inevitablemente generaba
profundos motivos para reflexionar sobre la existencia.

Fue un hombre que cumplió con su destino. La vida no le dio opciones, aceptó sin
cuestionamientos, las responsabilidades que la vida le encomendó. No objetó dejar su
tierra, para venir a cumplir con sus obligaciones como hijo, en medio de los fuertes
conflictos sociales que se vivieron en ese tiempo.

Cumplió cómo hijo hasta el último momento, al haberse hecho cargo de su madre y sus
hermanas. Y depués, cuando con toda sensibilidad asumió su responsabilidad como padre
ante su hija, de acuerdo a sus posibilidades. Formó una familia con una mujer de grandes
virtudes, que le demostró que con amor, los problemas de la vida se pueden sobre llevar.
Vio partir uno a uno a sus seres queridos y soportó la pena. Siguió adelante, con ese paso
firme, el que los años se fue haciendo lento. Ver a Don Moises, reflejaba muchas cosas: su
sencillez, su bonhomía, su seriedad en sus compromisos, su devoción hacia la familia y su
amor al trabajo.

El día 3 de abril de 1965, a la edad de setenta años, a las diez de la mañana, mi Abuelo,
Don Moisés, expiró su último aliento, su cabeza se inclinó para un lado y descansó al fin,
como era su deseo. A la hora del deceso, estábamos presentes la tía Concha, el tío Nacho,
mi padre Fernando, el doctor, otras personas y el que esto escribe.

Aquí terminaron los recuerdos que venían de la memoria de Don Moisés.


32

Como lo mencioné al inicio de este relato, yo tenía diez y seis años, en ese entonces
estudiaba en Saltillo. Ese día estaba en Parras porque era sábado. Cada fin de semana que
venía a Parras, lo iba a visitar, siempre me recibía con una sonrisa, la cual, con el paso del
tiempo y de su padecimiento, se fue convirtiendo más en un amable gesto de saludo que en
una sonrisa. Recuerdo que cuando lo fui a saludar por su cumpleaños numero setenta, me
dijo: ¨Ya llegue a le decena trágica hijo¨. ¿Por qué me dice eso?, le pregunte, y me contestó:
¨Porque de esta no paso¨.

Cuando lo visitaba, platicábamos un poco, según su estado de ánimo, me preguntaba cómo


estaba y otras cosas, hacía el esfuerzo por conversar. Pero lo que invariablemente me decía
cada vez, con una voz suave y lenta: ¨Ya estoy muy cansado hijo, ya me quiero ir a San
José¨. La primera vez que me dijo eso, no sabía a qué se refería, y le pregunte que donde
era, y me dijo: ¨Al panteón de San José, hijo¨.

Cuando le avisaron a mi papá que mi abuelo estaba ya muy grave, lo acompañé en ese
momento a casa del tío Nacho. Fue Dios quien quiso que el destino, me pusiera en el lugar
y la hora indicada, para poder estar presente en el justo momento en que mi abuelo logró lo
que siempre me decía cuando lo visitaba: Descansar, para irse a San José.

Muchas gracias querido Abuelo, por permitirme ser tu compañero en este nostalgico viaje
por el tiempo y perdóname que haya tenido que transurrir tanto tiempo para poder escribir
este relato, que está lleno de ejemplo y honor.

¡Siempre te he recordado!

Fernando Orozco Cortés

ACLARACIÓN FINAL
El único propósito de este relato es tratar de honrar la memoria de nuestro Abuelo Moisés.
Que como ya lo dije, fue redactado de acuerdo a la información que obtuve durante los
pocos años de convivencia con él, y la que recabé con el paso del tiempo con mi papá, la tia
Concha y mis tíos. Otra fuente de información fue la investigación de la Genealogía de la
familia. En el desarrollo de relato, intencionalmente omití mencionar nombres y datos
personales, que se refieren a otros miembros de la familia. Jamás lo haría sin su
consentimiento. Esta omisión es únicamente por respeto a su privacidad. Solo aparecen los
nombres que públicamente son consultables y que están estrechamente vinculados con la
vida de mi Abuelo.

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GENEALOGIA
Don Moisés Orozco García,

Nació: el 1 de noviembre de 1984

Valle de Zaragoza, Chihuahua

Padre: Atanasio Orozco Rodríguez

Nació: 11 de mayo de 1848

Hidalgo del Parral, Chihuahua

Madre: María Teódula Guadalupe García Portillo

Nació: 8 de marzo de 1857

Valle de Zaragoza, Chihuahua

Abuelos Paternos: José Claudio Margarito Orozco Domínguez y

Guadalupe Rodríguez Casas

Abuelos Maternos: José de Jesús García Lerma y

Josefa Ygnacia Portillo Bara


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ACTA DE NACIMIENTO DE DON MOISÉS OROZCO GARCÍA


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