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"Notas Sobre La Posible Disyunción "curación - Fin De Análisis".

Algunos
Apuntes Clínicos"

(*) Reelaboración Y Reescritura De La Ponencia Presentada En El "coloquio De Verano De La E.f.b.a., Enero De 1998.

Silvia Amigo

Me he preguntado infinidad de veces, y lo he discutido largamente con otros analistas, qué es


lo que decide que sea mucho más frecuente el éxito terapéutico o por así decirlo curativo de
un análisis que la llegada al fin del análisis.

Comentaré un recorte clínico que creo paradigmático en este sentido, junto con algunos
apuntes de la formalización que me permitió intentar avanzar.

Hace ya varios años se presenta a mi consulta un hombre cuya mujer le acaba de pedir la
separación. Ante la negativa del esposo ella insiste cada vez en peor tono, con cajas
destempladas. En las primeras entrevistas parece suponer al análisis el poder de restituirle un
lugar junto a esta mujer.

Está sorprendido y golpeado: ella había soportado sin quejas durante largos años una vida
sexual que ahora aduce como motivo de divorcio. Sólo luego de este pedido se le torna
sintomática una dificultad sexual que en verdad padecía desde mucho antes.

Su mujer es, asegura, bella, elegante e inteligente. Su relato destila más bien admiración
fascinada que amor. Es claro, por ejemplo, que no escucha lo que ella dice. La voluntad de
permanecer a su lado no toma en cuenta la falta de aquiescencia de ella, quien deviene
entonces, para él, el objeto de una fuerte adherencia, pero no la fuente de emisión de una
palabra que él escuche efectivamente.

Toda esta crisis que a él le parece en un esfuerzo de renegatorio optimismo "una locura
pasajera", se desata en verdad en los últimos dos años, únicos en que han vivido solos con
varios hijos. Habían convivido antes un tiempo con familiares de ambos lados.

Finalmente se separa de una mujer señalada en un análisis anterior como la figura que

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restañaría el dolor por el "abandono" que le infligiera su madre. Este análisis había sido
iniciado a causa de la depresión que le causara la radicación de su madre en su país de
origen, poco antes del casamiento del hijo.

Pensando en ese análisis, que concluye con una notoria mejoría de su estado de ánimo, se
extraña hoy de la ausencia de mención de lo que aparentemente lo condujo a éste: la
perturbación sexual que padece desde casi siempre.

Interrogando por ese "casi siempre" de su síntoma sexual, comenta que él se inició
sexualmente con su mujer pasados los veinte años, que por un tiempo las cosas funcionaron,
hasta que, ya antes de la boda se instala la perturbación que lo acompañará hasta el
presente. Ésta es: tiene dificultades para lograr una erección y eyacula muy precozmente. Sus
hijos nacen en medio de esta vida sexual, excelentemente tolerada.

Poco a poco va a tornarse para él prevalente el enigma de esa excelente tolerancia,


divergiendo lentamente del tema de la separación, que aceptará como inevitable.

Deja la casa abatido y enfrenta un mundo al que se había sustraído casi por completo. No
había frecuentado gente, no había cultivado amistades, ni siquiera había casi leído por más de
diez años. Ahora, además, creerse impotente le resulta "un tormento".

Por si esto fuera poco, se había atornillado a un cargo apenas ligado a su profesión
universitaria, descuidada por completo, debido a un crédito cuyas cuotas se debitaban mes a
mes de su sueldo y del que todavía debía unos años.

Comienza a construir algunas hipótesis que se hacen cargo de traer algo de su historia al
análisis, que decido comenzar entonces.

Dice que ha llegado a este extremo de dificultades porque el sexo era una pura ausencia en
su familia de origen.

Un sueño en el que se ve como mochilero le produce el recuerdo de un verano en el norte. Allí


había vivido los primeros seis años de su vida. Allí él y su familia habían disfrutado de una
gran holgura económica. Se mudan a Buenos Aires porque el padre prefirió renunciar a su
trabajo antes que aceptar un cargo gerencial que, según afirmaba, lo habría de abrumar. A
partir de allí comienza una decadencia económica que no cesa de empeorar.

Los veranos volvían a ese norte perdido. Manejaba él, su madre no confiaba en la forma de
conducir del esposo. En las carpas terminaba durmiendo al lado de su madre.

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Recuerda haber despertado una vez en medio de la noche dentro de su bolsa de dormir,
remedando movimientos de coito contra la bolsa de su madre. Se le hace presente su vértigo
al despertar, su espanto.

Esta madre es traída a colación por el análisis del sueño, ya que él la creía "casi borrada" de
su vida.

Puede ahora comentar que esta madre era venerada en la infancia. Respetada con idolatría,
objeto de un culto total. Refinada y bella, con el acento y el aire exótico de una extranjera,
pintora y pianista amateur, lectora y culta.

Comenta de su fascinación infantil. Se pasaba largos ratos mirándola, como a una figura
etérea e inalcanzable. Esta imagen no le parece encajar con la brutalidad de la escena de la
carpa.

En verdad, toda la vida familiar transcurría en una atmósfera vaporosa. Acudían, siendo ya
muy pobres, a los conciertos del teatro Colón, y compartían todos las veladas en el paraíso.
Se deleita en este recuerdo.

Paraíso, significante repetido por mí, le repiquetea. "Es el lugar" dice, "donde no se debe
saber del sexo". Añadiré que circula allí como fruto prohibido.

Pero no hay que apresurarse a pensar por lo que antecede que el padre ha sido una figura
ausente. Por el contrario, de él el analizante ha heredado nombre de pila y apellido, además
del cargo en que su padre trabajó hasta su jubilación, muy temprana. Fue y es un poeta que
escribe mucho pero que siempre ha aducido todo tipo de razones para negarse a publicar. Ha
sido él mismo un admirador devoto de su mujer, a quien ama aún después del divorcio,
acaecido a los once años de su hijo y a pedido de la esposa.

Le ha enseñado a "respetar" a las mujeres. Este "respeto" es machacado durante la crianza


como el cultivo de una extrema caballerosidad, llevada hasta lo servicial, y como la exclusión
de toda actitud sexual directa, considerada ofensiva.

En este momento del análisis, nuestro joven comienza a sospechar, no sin irritación, que todo
este clima que le encantaba precisaba, para su mantenimiento de esa ausencia de la firmeza
fálica que hace surco en el cuerpo de una mujer; que todo ese ambiente vaporoso conllevaba
esa ausencia de capacidad de hendir la dama que eclosionó en su síntoma.

Advierte que ha adoptado con su mujer una posición similar a la adoptada por el padre en
relación a la madre: reducirse a una mirada fascinada, atenta, ciega a toda inconsistencia. La

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mirada, además, de un caballero que no osaría ofender, que sólo desea servir.

No había advertido esta similitud, ni sus consecuencias: había él de ser desalojado por la
dama al igual que su padre.

El tema del padre se abrirá paso lentamente durante el análisis, cuya dirección se centrará en
el complejo materno, llevando adelante el intento de su barramiento, de su
descompletamiento, que indica la salida del analizante de su devoción escópica. Sobre el
complejo paterno el análisis espera más bien el tiempo del sujeto, tiempo que le permita barrar
al padre no sin antes servirse de él, pudiendo por ende dejar establecida la deuda de
castración que más tarde enriquece al propio deudor, ya que lo impulsa a producir de distintos
modos para saldarla. El complejo materno, en cambio, se puede encarar analíticamente de
modo frontal sin el riesgo, siempre presente cuando el complejo paterno se trata en directo en
análisis, de "tirar al niño con el agua del baño". "Atacar" analíticamente el complejo paterno
arriesga arrebatar al sujeto la posibilidad de desgajar lentamente la traza mínima que le
permita, sirviéndose de ella, ir por fuera de la caja del complejo -no la traza sino el conjunto-
paterno.

Tiene por entonces un sueño, calificable de transferencial.

Se halla en el consultorio tendido en el diván. La analista se levanta del sillón, acerca su mano
a él con los dedos extendidos. Él está sorprendido y encantado. De pronto siente la
característica sensación onírica de no poder moverse. Angustiado, se despierta.

Asocia en principio con su mujer. Coloca a su analista, como a su ex-mujer y a su madre,


dentro de la misma clase de mujeres. Sólo que a esa altura del análisis no sabe bien con qué
característica nombrar esa clase.

Se detiene luego a comentar su posición, quieta, pasiva, ofrecida. Se pregunta algo molesto el
por qué de ese ofertarse.

Finalmente se decide a objetar por ilegítimo su impulso a soñar estas cosas, suponiendo que
tal sueño no se debe.

La intelección del mensaje del sueño va a hacerse posible al trabajar alrededor del punto de
emergencia de la angustia. Esto es: ésta aparece cuando su situación pasiva se prolonga y él,
inmovilizado, cree carecer de recursos para pasar a la acción.

Acudirá entonces a su mente el recuerdo de un sueño infantil. Dos dedos gigantes, que
ocupan toda la pantalla del sueño, intentan insistentemente tomar una aguja. Se trataba de

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una pesadilla a repetición, que arruinaba muchas de sus noches de infancia y que constituía
un foco de inconvenientes para dormir.

Asocia a la aguja con el pene, pero el suyo no "pincha". A los dedos los asocia con las manos
de pianista de la madre. Pasaba horas admirando sus dedos, que describe con minuciosidad.

El sueño actual, transferencial, repite el tema de los dedos prestos a tomarlo todo él, como
una aguja tendido en el diván. En esas condiciones la parte aguja no puede erigirse como
para pinchar.

Esta formación del inconsciente, que remite a otra formación infantil, leída en transferencia y
puesta a trabajar en todo un largo tramo del análisis constituye a mi juicio el primer indicio de
aflojamiento de la fijación del objeto escópico en su fantasma. Y de la economía de goce
"admirador" que éste comandaba. Sólo su mirada fascinada y ciega tornaba temibles,
prensiles y voraces a unos simples dedos humanos.

Es entonces que comienza a moverse socialmente. Frecuenta gente y conoce mujeres. Tiene
con ellas algunos intentos de acercamiento sexual, con éxito variable. Pero puede advertir que
tiende a quedar extasiado con mujeres muy bellas y lejanas, a las que se contenta con citar
para contemplar de cerca.

La belleza femenina y ciertos emblemas de elegancia son puntos electivos de su mira. Exige
en estos aspectos algo así como "la perfección". Luego de localizar con denuedo,
activamente, una figura de este tipo y de atribuirle los deseos que a él se le ocurren; se le
rinde, pasivo y en el límite del sometimiento.

Recortados estos rasgos tiene sus primeros contactos sexuales libres de los molestos
síntomas. Por entonces con mujeres que no puede estimar demasiado. No se trata de mujeres
extremadamente degradadas. Son mujeres no demasiado bellas, pero el trabajo analítico
recortará además que se trata siempre, por ese entonces, de mujeres solas y sin hijos. Recién
entonces puede cernir un rasgo totalmente fundamental de las mujeres que lo fascinan, rasgo
que le concierne. Se trata del efecto de la elegancia y la belleza, pero también de mujeres que
se exhiben adornadas de un hombre (esposo o ex) y de niños, que aparecen reducidos a
atributos de su perfección. Le parecen la esencia del femenino total.

Lleva un tiempo de análisis el trabajo sobre el rebajamiento del varón a una suerte de
apéndice admirador, esto es, escópico, del entero de la dama.

Entonces, una de esas mujeres "especiales" se le cruza en el camino y él decide no evitarla.


Él, sorprendido, comienza a poder de vez en cuando. Es alrededor de esta mujer que puede

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preguntarse cómo es que no se contenta ella con su caballerosidad extrema. Ella le pide que
le haga el amor, que horade esa ilusión. Le sugiere también que lo apreciaría más si saliera
más, si escribiera, etc. De hecho es por estos déficits que ella se va alejando de él, hasta que
decide dejarlo.

Nota entonces con tristeza que su vida estuvo consagrada a intentar garantizar de modo
suficiente a un deseo que consideraba único en "esa clase de mujeres": tener un caballero
admirador.

Continúa el análisis luego de la ruptura de este vínculo, y logra situar el momento de


emergencia de su síntoma. Se le hace claro que aparece en la época en que su madre se
está por ir. En ese entonces la que sería su primer mujer, le asegura que no debe sufrir la
ausencia de la madre, ya que ésta fue retentiva, sofocante, etc. La madre se iba y la mujer
tomó su relevo. Él aprovecha esta suerte de adoctrinamiento contra su madre para vengarse
de la ausencia en un rencor que hace que casi ni le escriba y jamás la visite por largos años.

Al relevar a la madre, le supone a su esposa el mismo deseo, cuya consecuencia lógica es


entonces el síntoma sexual que lo aqueja.

En relación a ésta, su ex esposa, es la primera vez que puede hacérsele claro el hecho de
haber vivido totalmente alienado a su palabra, a sus gustos, a la medida de sus valores, a sus
opiniones variables hasta la antinomia y puede colegir que es desde que se entrega a esta
alienación, que su padre llama respeto, su aguja ya no pincha bien.

Va a iniciar entonces un primer curso de formación profesional de post-grado, por sincero


interés científico, pero también económico. Comienza a entrever que ese presentarse "sin
recursos" se desliza a su vida económica, en la que le va crónicamente mal.

En ese entonces conoce una de las mujeres que lo fascinan. Comienza con su rutina de citas
contemplativas. Se angustia cada vez que va a cruzar la frontera intentando un acercamiento
físico. Imagina que, de lograrlo, lograría "un disfrute fuera de serie". Aparece delineada por
primera vez esta enorme ilusión sobre el disfrute que podría producir ese encuentro. Tiene
entonces un segundo sueño transferencial.

Delante suyo hay una mujer que es su ex mujer, él se le acerca y activamente la encara. En
ese momento la figura se troca por la de su madre cuando joven. Un poco más y se trata de
su analista. Comienza a variar esa figura como en un caleidoscopio armando una suerte de
puzzle de varias figuras femeninas. El sueño deviene borroso. Lleva a cabo, oníricamente, un
acto sexual completo.

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Comenta el sueño con perplejidad y azoro: ¿Será el incesto de nuevo?

Interrogo sobre el carácter afectivo del sueño: No se trataba de una pesadilla.

Se señala el contraste con el sueño anterior.

Él intenta oponer objeciones que giran alrededor del respeto debido.

Como al pasar afirmo que el sueño indica que a ciertas mujeres le está perdiendo el excesivo
miramiento y que respeto, que sin dudas es debido, es más bien otra cosa.

Luego de dejar trabajar asociativamente por un tiempo esta interpretación del sueño, decide
intentar estar físicamente con esta mujer, su compañera de estudios.

La llama, la cita, la encara y comienza a vivir con ella un sexo frecuente, potente y
satisfactorio.

Está absorto e incrédulo. Pero también algo desilusionado. Él esperaba encontrar un goce
cercano al paroxismo.

Pocos meses más adelante aceptará la invitación crónica de su madre e irá a visitarla. Por
primera vez en largos años habla con ella sin éxtasis y sin rencor.

De vuelta inicia el divorcio y continúa una relación excelente pero secreta con su nuevo amor.
Esto crea un clima cada vez más tenso con esta mujer, que lo acusa, no sin razón, de seguir
reservándose para su primer mujer.

En efecto, va apareciendo lentamente la fantasía de volver con ella y/o con aquella mujer con
la que cortara hacía un tiempo. El uso de este "y/o" no es un recurso de estilo irónico. Se trata
literalmente de figuras intercambiables, a los que puede suponerles la capacidad de otorgarle,
si él "pudiera con ellas", ese goce "fuera de serie" que deja custodiado, en reserva, en la
ilusión de volver con ellas.

El trabajo de análisis se hace espinoso y comienza a aparecer el tema económico como un


escollo. Ahora el costo de la experiencia analítica le resulta demasiado alto.

Declara estar enamorado de su nueva pareja pero no puede decidirse a hacer pública la
relación, que queda seriamente amenazada. Al igual que su padre, no quiere "publicar".

Aduciendo razones económicas abandona el análisis debiendo una muy pequeña suma de

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dinero que no pasará a saldar.

ALGUNAS REFLEXIONES

Este análisis y su interrupción me permitieron cernir más rigurosamente un modo de obstáculo


de avance del análisis que había notado otras veces, sea en mi propia práctica, sea en la de
colegas y amigos con los que intercambiamos las ideas que intentan formalizar nuestra
clínica.

En este caso singular hay una serie femenina, una "clase", como él mismo dice, de mujeres a
las que exceptúa de la ley de corte de la función fálica.

Resultan excepcionales respecto de la regla de la función de castración, excepción sólo


sostenible al precio de la oferta sacrificial de una mirada fijada fantasmáticamente, ciega a
cualquier inconsistencia. Puede situarse aquí un pilar de la estructura histérica más clásica: el
sostén de la excepción por parte de aquél o aquélla que se ofrecen en sacrificio como objeto -
mirada en este caso - de su goce supuesto. Clásicamente, esto no se contradice con una
identificación al padre - "no publicar", en este caso - sino que el sostenimiento de la entereza
supuesta, la sustancia ofertada a ese goce, e identificación paterna se conjugan. Pero, ¿de
qué clase de identificación al padre se trata?

En la transferencia ocupo un tiempo el lugar de esa figura excepcional, sosteniendo el lugar


de una suerte de madre mítica completada por un objeto alrededor del cual opera cortando el
trabajo analítico. Luego de este corte la posición subjetiva, es decir sexual, de este hombre va
a cambiar decisivamente.

Estas figuras de excepción pueden escribirse, tal como lo propone Jacques Lacan en sus
cuantores de la sexuación, como la excepción, del lado izquierdo y en el nivel superior de las
fórmulas, de aquél o aquélla que dicen no a la función fálica. En efecto, no sólo el Urvater es
cernible por estas letras, sino que también esta secuencia de trazas escribe el lugar de La
mujer -sin tacha-, a veces llamada "La virgen" por el maestro. (1) Urvater y La mujer
constituyen las vigas maestras de los edificios respectivos de la histeria femenina y masculina.

Esta excepción hace de límite existente y cierra el conjunto "todo-fálico", masculino. Pero al
ser éste un universal, como conjunto cerrado incluye su límite excepcional. Por más que se
plantee "fuera de serie", una figura de este tipo pertenece de lleno a la serie fálica, a la égida
fálica, girando en su órbita.

"La" mujer, ésa que equivale en su valor excepcional al mítico Urvater, lejos de ser la esencia
de lo femenino total, exceptuada totalmente del contacto fálico, hace consistir, cercándolo, un

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universo totalmente viril. El escrito onírico de este joven histérico lo manifiesta en la temible
grafía de los viriles dedos, los voraces, imaginaria y cruelmente fálicos dedos gigantes que lo
toman todo.

El sostenimiento de esta existencia, además de cerrar el camino de acceso a la feminidad,


tiene el poder de complicar la economía de goce. En efecto, en el límite de la función fálica,
engendra la ilusión de un goce ilimitado, una vez que se lo traspasase. De ahí la intelección
posible del síntoma sexual: se suspende el medido goce de "pinchar" en espera del goce
desmedido más allá del límite. (2)

El acceso a lo femenino será posibilitado tachando, descompletando a estas figuras,


alcanzando a una mujer, por fuera de la dialéctica de la medida. Para ello debe operarse el
pasaje de la existencia a la inexistencia del Otro excepcional. Este acceso a lo imposible en el
costado de héteros operaría el cruce de frontera entre la histeria en tanto posición
hommesexuel y la apertura a la posibilidad de lo femenino. (3)

Éste es un caso que permite, creo, despejar con alguna claridad las diferencias entre histeria
por un lado, en tanto entrega sacrificial del sujeto, identificado a un objeto sustancial -esto es,
no recortado aún, mucho tiempo después del momento normativo de solidificación del
fantasma - para sostener la adoración de la excepción; y feminidad por el otro, la cual es
producto del contacto "no-todo", pero efectivo contacto, con el significante fálico, tanto en lo
que concierne a su significación como en lo que atañe a su goce.

Esta diferencia permite aprehender el por qué de la escritura diferencial del matema del
fantasma histérico. El objeto a -del lado del sujeto- pone bajo la barra al falo imaginario
articulando este cociente por medio del poinçon al deseo o anhelo de un Otro sin tacha, allí
donde debiera el Otro demostrarse sólo "en forme" de a.

Como puede leerse en el material, aún tratándose de un varón, para finalizar el análisis -en el
sentido del pase - hubiera sido necesario pasar al lado femenino de las fórmulas, al héteros
que abre al sujeto la posibilidad de experimentarse como ser de no ente -en la antípoda de la
sustancialidad del objeto fantasmático histérico- en un universo sin límite.

Este joven llevó a cabo una casi espectacular cura, si aceptamos bajo ese término al avance
"terapéutico" que implicó la reducción de su molestísimo síntoma sexual.

Pero, a pesar de esta ganancia, no pudo operarse este franqueamiento hacia el héteros,
apenas entrevisto, pero nunca puesto a jugar de derecho en su vida de hombre, dado que ello
hubiera implicado la asunción pública de su nuevo "compromiso".

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No se concluyó por ende el atravesamiento fantasmático, cumplido el cual recién podría el
objeto a operar como semblante, causa vacía de la posición deseante, mientras que, a mi
juicio, este objeto en la histeria no opera como semblante sino consistente sostén de la
existencia.

En el análisis cuyos apuntes comenté, hubo recolocación del sujeto en tanto haciendo
argumento a la función fálica en el cuantor normativo del "para todo", es decir, hubo
reordenamiento de su posición subjetiva, sinónima de sexual. Este joven pudo, al hacerse
cargo de actualizar en el lecho del coito la hendidura que conlleva la función del falo,
cumplimentar su rol de varón con dignidad.

No hubo, sin embargo, pasaje de duelo a la inexistencia. De haberse cumplido ese pasaje, el
costado del héteros hubiera sido también un lugar posible para que, al menos de vez en
cuando, pudiera alojarse la subjetividad de este hombre.

El mantenimiento de un punto de una fijación fantasmática, punto no recortado, no reescrito y


no "publicado", sostiene la excepcionalidad de "al menos una" La mujer. Aquí podría situarse
algo que insiste en la práctica analítica, retornando muchas veces en el mismo lugar: cuando
el foco de promesa de goce ilimitado que constituye la excepción, y que es sostenido por el
fantasma, es amenazado, se interrumpe el trabajo analítico.

¿Cómo nombrar este obstáculo encontrado una y otra vez? ¿No es acaso este modo de
obstáculo el que decide que se constate con bastante frecuencia la experiencia de un análisis
terapéuticamente exitoso y que más bien sea escasa la experiencia de un fin de análisis.?

A modo de hipótesis plantearé que alrededor de las figuras de excepción (el Urvater, La
Mujer) puede estructurarse una suerte de profunda escisión del yo.

Utilizando el célebre sintagma que acuñara Octave Mannoni, podría decirse que el analizante
ya sabe de la ilusoriedad, de la vanidad de estas figuras, pero aún así continúa
comprometiendo algo central de su vida (un trozo de su cuerpo, una chance de trabajo, la
felicidad amorosa) que no vacila en utilizar como caución sustancial de la ilusión de sostén de
estas promesas de goce. (4)

¿Qué lugar ocuparía esta suerte de renegación, que pareciera inatacable por el análisis,
dentro de una estructura claramente neurótica?

¿Se trata de una forma de resistencia, feroz por cierto, a abandonar el goce que se ilusiona
más allá del límite?

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¿Esta clase de detención resultaría sólo atribuible a la siempre presente resistencia del
analista? Responder a favor de la idea de que es siempre el analista el que interpone su
resistencia al avance de la cura suele generar una inmediata adhesión del interlocutor.
Lamentablemente, sin embargo, no siempre puede argumentarse siguiendo la guía del sentido
de aquello que Lacan nombró discours courrant. (5) Muchos problemas reales de la clínica
debieran intentar encararse sin acudir al recurso al facilismo que implica el uso de esos
discursos corrientemente aceptados. Démonos la posibilidad, aunque más no fuera con fines
investigadores, pudiéndose más tarde desechar la hipótesis, de pensar en la eventualidad de
que no se tratase siempre de la resistencia del analista. Entonces, ¿de qué resistencia podría
llegar a tratarse?

Frente al abismo de la inexistencia del Otro garante no de la verdad, sino de un goce sin
límites, puede suceder, pero no las más de las veces, que el sujeto logre el recurso de la
creación de su invento para savoir-faire con ella por la vía del análisis. Y para esas veces
resulta crucial que el análisis del analista le permita no interferir con el alcance de ese final.

Renunciando al lugar de La Mujer o el Urvater como único bastión de la garantía de existencia


se comprobaría la posibilidad del parlêtre de hacerse Padre-del-Nombre, (6) nominando a su
estilo propio el agujero que ese pasaje final deja libre.

Como queda claro, muy otra cosa es la retención de la identificación al síntoma del padre.
Esta, paradojalmente, incluye y excluye a la vez a la traza cuya grafía surge como producto de
la eficacia del complejo paterno. La incluye, porque dentro de la trama del síntoma está, por
así decirlo, enhebrada esta traza, asegurándose el sujeto, mediante esa clase de
identificación, habitar el campo de la neurosis. La excluye porque, al no tomarse el analizante
el trabajo de aislarla del conjunto del tejido sintomal, esta traza no puede ser reducida a
partícula literal, asemántica, bisagra de la separación del campo de la existencia del Otro,
piedra inaugural de las futuras creaciones del sujeto, sacabocados del objeto a del fantasma.
El sujeto, que ha encontrado amparo en esa clase de identificación, quedará entonces
encallado en la faz más "patológica" de la neurosis.

En términos nodales puede afirmarse que sólo el atravesamiento del fantasma permite, recién
una vez cumplido, la liberación de la zona de coinçage del nudo como zona de triple agujero.
Atravesado el fantasma, por su ahuecamiento, podría caer el objeto de alguna sublimación. Es
decir, de una chance inédita de alcanzar algún goce pulsional que pueda tomar el relevo de la
ilusión de un goce que pudiera no chocar con el límite de la obligada escala fálica, pero
prescindiendo del costo de la represión secundaria, ésa que inmoviliza una parte del
preconciente en función de caución objetal del ello. Recién entonces el preconciente se
abocará a su función de traductor de las representaciones de cosa en representaciones de la
palabra, secretando como caído al objeto en el acto mismo de traducción. (7)

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De desobstruirse, ese triple agujero (agujero real del ello, agujero simbólico del inconsciente y
además agujero imaginario del yo, si y sólo si éste cumple rol traductor) podría cumplir la
condición de hacer torbellino, aspirar, tragar y luego "vomitar" una nominación nueva, un
invento sintomático del sujeto que lo libere de sostenerse, por ejemplo, en una identificación al
síntoma del padre. (8)

Pero no es ésto lo que el ejercicio asiduo del análisis nos enseña que suela ocurrir con
regularidad y frecuencia. Resulta que, contrariando estas posibilidades, suele entrar en juego
la dificultad de sostener a rajatabla esta inexistencia, lo que conduce a la más frecuente
éstasis de la posición del sujeto en el sostenimiento de un pequeño clivaje yoico renegatorio
-donde la parte clivada renuncia a su rol traductor y se entrega como objeto de consuelo al
ello (9)-, de una fijación fantasmática y una identificación al síntoma del padre.

NOTAS:

(1) Esta referencia a "La Virgen" como equivalente al Urvater puede leerse en el seminario
Encore durante la interlocución que Jacques Lacan mantiene con François Recanati. La
versión establecida por Jacques Alain Miller ha suprimido el rico intercambio. Pueden
consultarse las clases desgrabadas.

(2) Jacques Lacan: Encore Puede consultarse allí la frase del zapador, utilizada como apólogo
en relación a las paradojas que el significante fálico fuerza a aparecer en el campo del goce.
La frase del zapador es: "pasados los topes, no hay límites".

(3) Puede consultarse, de Jacques Lacan, L'Etourdit, Scilicet N° 4, Ed. du Seuil, Paris, 1973.

(4) Octave Mannoni: Claves para lo imaginario. La Otra escena. Ediciones Amorrortu, Buenos
Aires, 1973.

(5) Jacques Lacan: "La tercera" en Intervenciones y textos, Ed. Manantial, Buenos Aires,
1973.

(6) Pueden consultarse, para seguir esta idea del función "Padre del Nombre" las últimas
cinco clases del seminario R.S.I. Inédito.

(7) Héctor Yankelevich: L'Impossible à traduire. Conferencia leída en Barcelona, en el marco


de la Convergencia Lacaniana de Psicoanálisis, Febrero de 1997, Inédita.

(8) Jacques Lacan: Seminario R.S.I.. Inédito. Clase del 15 de abril de 1975.

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(9) Sigmund Freud: "El Yo y el Ello" en Obras Completas de Sigmund Freud, Ed. Biblioteca
Nueva, Madrid, volumen VII.

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