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La misericordia es sin duda el atributo divino más valorado por el hombre, quien recibe de
Dios Uno y Trino su amor y perdón, ya que fuimos creados para ir hacia Él. Es el Padre
quien nos perdona, pero a la vez, este perdón lo alcanzamos por la obra redentora del
Hijo amado, manifestándose de modo visible a través de la gracia que se nos da por
acción del Espíritu Santo, por medio de la labor de la iglesia como dispensadora de la
gracia divina.
Por ser una comunidad reconciliada y reconciliadora, la Iglesia no puede olvidar que en el
origen mismo de su don y de su misión reconciliadora proviene de la iniciativa llena de
amor misericordioso de Dios que es amor y es fiel a su designio eterno incluso cuando el
hombre, empujado por el Maligno y arrastrado por su orgullo, abusa de la libertad que le
fue dada para amar, a pesar de esta prevaricación del hombre, Dios permanece fiel al
amor.
Lo que más destaca en la parábola es la acogida festiva y amorosa del padre al hijo que
regresa: signo de la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonar. En una palabra:
la reconciliación es principalmente un don del Padre celestial.
En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, viniendo como el Cordero que quita y carga
sobre sí el pecado del mundo[158], aparece como el que tiene el poder tanto de
juzgar[159] como el de perdonar los pecados[160], y que ha venido no para condenar,
sino para perdonar y salvar[161]. Dives misericordia..
Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, tiene poder
de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino, que pro su
voluntad lo concede a la Iglesia.3 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración
1
Cfr. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL RECONCILIATIO ET PAENITENTIA DE JUAN PABLO II CONVERSIÓN Y
RECONCILIACIÓN TAREA Y EMPEÑO DE LA IGLESIA CAPÍTULO PRIMERO.
2
Ibid. Núm. 7.
3
Catecismo de la Iglesia Católica n. 1441
como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la
reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. 4
Desde Pentecostés el Espíritu Santo guía, acompaña, enseña a la Iglesia, pero más aún la
santifica. Esta santificación está vinculada a la unión con Cristo a través de su obra
misteriosa de redención, de este modo alcanzamos la reconciliación con el Padre.
Ahora bien, este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu
Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado, es decir a sus
Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán
perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos»
Asi como el Padre envía al Hijo, y el Hijo nos envía al Espíritu Santo, la iglesia
sigue esta dinámica a través de la sucesión apostólica. Al hacer partícipes a los
Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la
autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Las palabras atar y
desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la
comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo
acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la
reconciliación con Dios. 5
4
C.E.C. 1442
5
Cfr. C.E.C.n. 1444-1445
6
Cfr. RECONCILIATIO ET PAENITENTIA .n.12