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Nivel ALIANZA DE AMOR

TEMA 2: Jesús restaura nuestra vida de alianza

 La alianza en el Nuevo Testamento


 La Alianza bautismal

Objetivo
Recordar que Cristo vino para salvarnos incorporándonos en su alianza de amor, perfecta y eterna, con
el Padre.

La Alianza en el Nuevo Testamento


Si analizamos la historia anterior a Cristo, podemos constatar que el hombre fue infiel a la alianza. Dios
en su infinita misericordia, tiende la mano al hombre prometiéndole un Salvador: el Mesías.

En la plenitud de los tiempos, Dios nos envía a su Hijo al mundo. La segunda persona de la Trinidad, el
Verbo, “se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn1, 14). Dios viene personalmente, en Cristo
Jesús, a restablecer la alianza en una altura y profundidad tal, como nunca antes lo habríamos
imaginado. El Verbo, es el Mesías Salvador. Asume la naturaleza humana, la hace suya. Por ser el Hijo
Unigénito del Padre, une en su persona la divinidad y la humanidad en forma perfecta. Su ser es la
nueva alianza viva.

La encarnación del Verbo en las entrañas de María marca el acontecimiento central de la historia, el
Reino de los cielos ha comenzado en la tierra. Allí asume nuestra humanidad: se hace semejante a
nosotros, salvo en el pecado. Tiene su familia, sabe de alegrías, amistades, cansancio y mucho de
sufrimiento y muerte. Pero conserva plenamente su divinidad: en su poder, en su bondad, en su
sabiduría, en su misericordia.

Cristo, alianza viva de Dios, por su unión con la naturaleza humana, se ha hecho hermano nuestro. Y
como tal quiere rescatarnos del pecado y la enemistad con Dios en la cual nos había sumido. Viene
como redentor y liberador del hombre. Viene a unir en una alianza, ahora perfecta y definitiva, lo que
estaba separado por la infidelidad del hombre a la primera alianza.

Como nuestro redentor, toma sobre sí nuestros pecados y los expía en nombre nuestro. Y como el
pecado, en definitiva, es la expresión de la desobediencia a Dios Padre, para repararlo lleva hasta lo
último su obediencia al Padre, hasta la muerte y muerte de cruz
(Fil2, 8) Así sella la Nueva Alianza con su sangre. Nos reconcilia con
el Padre de tal modo que en Él merecemos no sólo llamarnos, sino
ser sus hijos.

En la última cena, el Señor, próximo a su pasión y muerte, instituye


el sacramento de la Nueva Alianza: la eucaristía. Pasando el cáliz a
sus discípulos les dice: “Este caliz es la nueva alianza en mi sangre”
(Lc 22,20; 1 Cor 11, 25); “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que será derramada por una multitud”
(Mc 14,24), “para la remisión de los pecados” (Mt 26, 28). La distribución del cáliz era un gesto ritual.
Las palabras que Cristo pronuncia enlazan con el gesto que él está a punto de realizar: su muerte
aceptada libremente por la redención de la humanidad.

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Su resurrección muestra el triunfo definitivo de Dios sobre el mal y el pecado; testifica que es Dios, el
Mesías victorioso que nos ha rescatado y que nos ha merecido ser “familiares de Dios” y ya no más
extranjeros (Ef 2, 18).

Así se cumple la promesa de la “nueva alianza” anunciada por Jeremías y Ezequiel: gracias a la sangre
de Jesús serán cambiados los corazones humanos y se dará el Espíritu Santo. Puesto que en este acto se
hará en adelante presente en un gesto ritual que Jesús ordena “rehacer en memoria suya” (1 Cor 11,25),
mediante la participación eucarística realizada con fe, se unirán los fieles en la forma más estrecha con
el misterio de la nueva alianza y se beneficiarán así de sus gracias.

San Pablo destaca la superioridad de la nueva alianza sobre la antigua. En la nueva alianza se quitan los
pecados (Rom11, 27); Dios habita entre los hombres (2Cor 6,16); cambia el corazón de los hombres y
pone en ellos su espíritu (Rom5,5). Ya no es, pues, la alianza de la letra sino la del espíritu (2Cor3, 8) la
que aporta consigo la libertad de los hijos de Dios (Gál 4,24).

Entramos en esta nueva alianza sellada por Cristo al adherirnos por la fe a su persona. El sacramento
del bautismo es el signo sensible y eficaz de nuestra incorporación a su vida. Por él pasamos a ser hijos
en el Hijo; por él se nos regala su Espíritu y nos hacemos miembros de su cuerpo, que es la Iglesia.

La vida de alianza en Cristo Jesús es alimentada e incrementada por los demás sacramentos. La
Eucaristía es el memorial, el recuerdo permanente y la renovación del sacrificio que selló la nueva
alianza. Participando en la eucaristía hacemos nuestra la entrega filiar y heroica de Cristo a la voluntad
del Padre y compartimos el pan de la palabra y del cuerpo del señor. El sacramento de la reconciliación
restablece nuestra alianza con Dios cuando ha sido manchada o rota por nuestra infidelidad y pecado.
La confirmación nos regala una nueva plenitud del Espíritu Santo como apóstoles y pregoneros de la
nueva alianza.

Vivir como cristiano significa, en definitiva, vivir en Cristo Jesús, “en él, con él y por él” en alianza filiar
con el Padre, por la fuerza del Espíritu Santo.

Esta alianza en Cristo comprende, la alianza con María. La vinculación a ella brota de la incorporación a
Cristo por el bautismo y es una expresión, un camino y un seguro eficaz de nuestra unión a Cristo Jesús.

La Alianza bautismal
Esta historia de salvación se transforma en “mi” historia personal de alianza por medio del bautismo. Es
el gran día en que Cristo hace realidad esa alianza de amor en mi vida, marcándola con su sello
indeleble. Muchas personas recuerdan y celebran su cumpleaños; sin embargo, no se preocupan lo
suficiente por descubrir y valorar en toda su dimensión aquel día en que Cristo irrumpió en sus vidas por
medio de la alianza bautismal.

Nos incorporamos a la nueva alianza por el sacramento del bautismo. El


bautismo es el gran momento de alianza de todo cristiano. Es el
fundamento de toda la vida cristiana y la puerta que abre el acceso a los
otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y
regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y
somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.

Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del


rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego)
significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el
agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo,
de donde sale por la resurrección con Él como "nueva criatura".

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El Bautismo «es el más bello y magnífico de los dones de Dios [...] lo llamamos don, gracia, unción,
iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que
hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a
culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real
iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque
lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios.

El rito del bautismo expresa lo que va sucediendo en el alma de la persona: el agua, símbolo de la vida y
de la transparencia, nos habla del sumergirnos en Cristo, quien es el Agua que nos purifica, nos
regenera como hijos de Dios y nos hace participar de una vida nueva. La unción con el óleo consagrado
expresa que pertenecemos a un linaje real, formamos un pueblo de reyes, porque estamos
incorporados en el rey de la historia, Jesucristo. Del mismo modo, la vestidura blanca refleja el estar
revestido de Cristo. El cirio encendido nos recuerda el don de la fe, la luz de Cristo que venció las
tinieblas y que brilla en nuestros corazones, luz que no sólo debemos cuidar para que brille
permanentemente sino para que también se extienda y llegue a iluminar a
muchos.

El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad


de la comunidad de creyentes. Esta riqueza que nos es transmitida no es sólo
individual, es esencialmente comunitaria. Pasamos a formar el nuevo pueblo
de la alianza, la familia de Dios que es la Iglesia. Por ello hablamos de la Iglesia
como el Cuerpo de Cristo, del cual ël es la cabeza y nosotros sus miembros.
Insertos en Cristo estamos estrechamente unidos entre nosotros como
hermanos.

Si estamos unidos a Cristo participamos en toda su realidad. También de su


relación con maría, su Madre, quien es para nosotros igualmente una Madre. Desde la Cruz, Cristo lo
confirma dejándonosla expresamente como su testamento.

Bibliografía
- Viviendo en Alianza. Cuaderno de Formación Patris 5. Padre Rafael Fernández
- “La Alianza de Amor con María”. P. Rafael Fernández,

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