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El destino del objeto transicional, 1959 (Conferencia)

Donald Winnicott

Aunque ya muchos de ustedes están bien familiarizados con lo que he dicho acerca de los
objetos transicionales, quisiera ante todo volver a enunciar mi concepción al respecto; para
luego pasar a mi tema principal de hoy, que es la cuestión de su destino. Enunciaré, pues,
cuál es á mi parecer la significación de los objetos transicionales.
A mi entender, a estos objetos los encontramos en diversos procesos de transición. Uno de
ellos se vincula con las relaciones de objeto; el bebé se lleva el puño a la boca, luego el
pulgar, luego hay una mezcla del uso del pulgar y de los demás dedos, y escoge algún
objeto para manipularlo. Poco a poco comienza a usar objetos que no son parte de él ni de
la madre.
Otra clase de transición tiene que ver con el pasaje de un objeto que es subjetivo para el
bebé a otro que es objetivamente percibido o externo. Al principio, cualquier objeto que
entabla relación con el bebé es creado por éste -o al menos ésa es la teoría a la que yo
adhiero-. Es como una alucinación. Se da cierto engaño y un objeto que está a mano se
superpone con una alucinación. Como es obvio, aquí tiene suprema importancia la forma en
que se conduce la madre o su sustituto. Habrá madres que son buenas y otras que son
malas en lo que atañe a posibilitar que un objeto real esté exactamente allí donde el bebé
alucina un objeto, de modo tal que el bebé se haga la ilusión de que el mundo puede ser
creado y de que lo que es creado es el mundo.
En este punto, ustedes estarán pensando en la expresión de la señora Sechehaye(1),
"realización simbólica", o sea, el convertir al símbolo en algo real; salvo que desde nuestro
punto de vista, al ocuparnos de la primera infancia, pensamos que lo que se convierte en
real es la alucinación. De hecho, esto pone en marcha la capacidad del bebé para el uso de
símbolos, y si el crecimiento prosigue su marcha el objeto transicional resulta ser el primer
símbolo. En este caso el símbolo es al mismo tiempo la alucinación y una parte
objetivamente percibida de la realidad externa.
De todo esto se deduce que estamos describiendo la vida de un bebé que significa
asimismo la relación que el ambiente tiene con él, a través de la madre o de su sustituto.
Nos estamos refriendo a una "pareja de crianza», para emplear la expresión de Merrill
Middlemore(2). Nos referimos al hecho de que no existe eso denominado bebé, pues
cuando vemos a un bebé en esta temprana etapa sabemos que vamos a encontrar tos
cuidados del bebé, cuidados de los cuales el bebé forma parte.
Esta manera de enunciar el significado del objeto transicional nos fuerza a utilizar la palabra
"ilusión". La madre posibilita al bebé tener la ilusión de que los objetos de la realidad externa
pueden ser reales para él, vale decir, pueden ser alucinaciones, ya que sólo a las
alucinaciones las siente reales. Para que a un objeto exterior se lo sienta real, la relación
con él debe ser la relación con una alucinación. Ustedes coincidirán conmigo en que esta
hace estallar un antiguo enigma filosófico, y tal vez ya estén pensando en esos dos tercetos,
uno de Ronald Knox:
¿La piedra y el árbol siguen existiendo cuando no hay nadie en el patio?
y la réplica:
La piedra y él árbol siguen existiendo mientras los observa su seguro servidor...(3)
El hecho es que un objeto exterior carece de ser para ustedes o para mí salvo en la medida
en que ustedes o yo lo alucinamos, pero si somos cuerdos pondremos cuidado en no
alucinarlo salvo en los casos en que sabemos qué se tiene que ver. Por supuesto, si
estamos cansados ó anochece, cometeremos algunas equivocaciones.
En mi opinión, con su objeto transicional el bebé se halla todo el tiempo en ese estado en
que le posibilitamos ser, y aunque es algo loco, no lo calificamos así. Si el bebé pudiera
hablar, diría: "Este objeto es parte de la realidad externa y yo lo creé". Si alguno de ustedes
o yo dijéramos esto, nos encerrarían, o tal vez nos practicarían una leucotomía.
Esto nos da un significado de la palabra "omnipotencia" que realmente necesitamos, porque
cuando hablamos de la omnipotencia de la primera infancia no sólo queremos decir
omnipotencia del pensamiento: pretendemos señalar también que el bebé cree en una
omnipotencia que se extiende a cientos objetos; y quizás abarque a la madre y a algunos
otros integrantes del ambiente inmediato. Una de las transiciones es la que va del control
omnipotente de los objetos externos a la renuncia a ese control, y eventualmente al
reconocimiento de que hay fenómenos que están fuera del control personal. El objeto
transicional que forma parte tanto del bebé como de su madre adquiere un nuevo carácter,
el de una "posesión".
Creo que durante el periodo en que el bebé utiliza objetos transicionales se procesan otras
transiciones. Por ejemplo; la que corresponde a las capacidades en desarrollo del niño, su
creciente coordinación y el paulatino enriquecimiento de su sensibilidad. El sentido del olfato
está entonces en su apogeo y probablemente nunca en la vida alcance otra vez esa
intensidad, excepto quizás en el curso de episodios psicóticos. También la textura tiene el
mayor significado que jamás pueda alcanzar y lo seco y lo húmedo y también lo frío y lo
cálido poseen un significado tremendo.
Junto a ello, debe mencionarse la extrema sensibilidad de los labios infantiles y, sin duda,
del sentido del gusto. La palabra "repugnante" nada significa todavía para el niño, y al
principio ni siquiera le preocupan sus excreciones. El babeo y baboseo característicos de la
primera infancia cubren al objeto, haciéndonos acordar del león en su jaula del zoológico,
que casi parece ablandar al hueso con su saliva antes de poner fin a su existencia mediante
un mordisco y comérselo. ¡Qué fácil resulta imaginar los muy tiernos y acariciadores
sentimientos del león hacia ese hueso que está a punto de aniquilar! Así pues, en los
fenómenos transicionales vemos surgir la capacidad para los sentimientos tiernos, al par
que la relación instintiva directa sucumbe a la represión primaria.
De esta manera, apreciamos que el uso que hace el bebé de un objeto puede articularse, de
una forma o de otra, con el funcionamiento corporal, y en verdad es inimaginable que un
objeto tenga significado para un bebé si no está así articulado. Este es otro modo de decir
que el yo se basa en un yo corporal. He dado algunos ejemplos con el único propósito de
recordarles todas las posibilidades que existen, según ilustra el caso de sus propios hijos y
de los niños que ustedes atienden. A veces caemos que la madre misma es utilizada como
si fuese un objeto transicional, lo cual si persiste puede dar origen a grandes perturbaciones;
por ejemplo, un paciente del que me ocupé recientemente utilizaba él lóbulo de la oreja de la
madre. Como ustedes conjeturarán, en estos casos en que es utilizada la madre, es casi
seguro que hay algo en la madre misma una necesidad inconsciente de su hijo o hija, a cuya
pauta se amolda el niño.
Tenemos luego el uso del pulgar o de otros dedos, que puede perdurar, y puede haber o no
simultáneamente un acariciarse con cariño una parte del rostro, o alguna parte de la madre
o de un objeto. En algunos casos estas caricias continúan y se pierde de vista el chupeteo
del pulgar o de otros dedos. Con frecuencia sucede, asimismo, que un bebé que no
empleaba la mano o el pulgar para la gratificación autoerótica use, sin embargo, un objeto
de alguna clase. En tales casos, habitualmente el interés del bebé se hace extensivo y
pronto otros objetos se vuelven importantes para él. Por alguna razón, las niñas tienden a
persistir con los objetos suaves hasta que usan muñecas, y los varones tienden a adoptar
más prontamente objetos duros. Tal vez sería más apropiado decir que el varón que hay en
los niños de ambos sexos pasma los objetos duros, y la niña que hay en los niños de ambos
sexos tiende a conservar su interés por la blandura y la textura, que a la larga se articulará
con la identificación materna. A menudo, cuando hay un neto objeto transicional desde
época temprana, éste persiste aunque el niño de hecho se aplique en mayor medida a
nuevos objetos, menos importantes; tal vez en momentos de gran congoja, tristeza o
deprivación vuelva al objeto original o al pulgar, o pierda por completo la capacidad de
utilizar símbolos y sustitutos.
Quisiera dejar el tema en este punto. El cuadro clínico muestra una variedad infinita, y sólo
podemos hablar fructíferamente de las consecuencias teóricas.

El transito del objeto transicional


Hay dos enfoques de este tema:
Los viejos soldados nunca mueren, sólo desaparecen. El objeto transicional, tiende a ser
relegado al limbo de las cosas a medias olvidadas que se amontonan en el fondo del cajón o
en la parte posterior del estante de los juguetes. Sin embargo, lo usual es que el niño lo
sepa. Por, ejemplo, un varoncito que ya ha olvidado su objeto transicional tiene una fase
regresiva luego de padecer una deprivación, y vuelve a él. Más tarde, habrá un retorno
gradual a las otras posesiones, adquiridas con posterioridad. El objeto transicional puede
ser, entonces,
i. suplantado pero conservado
ii. gastado
iii. entregado (lo cual no resulta satisfactorio)
iv. conservado por la madre -como reliquia de una preciosa época de su vida (identificación)-
v. etc.
Todo esto se vincula con el destino del objeto en sí.

B. Llego ahora al punto principal que quiero exponer para su debate. No es una idea nueva,
aunque creo que lo era cuando la referí en mi artículo original. (Ahora que me ocupo de
esto, temo que ustedes lo encuentren demasiado obvio, salvo, por supuesto, que no estén
de acuerdo conmigo).
Si es cierto que el objeto transicional y los fenómenos transicionales están en la base misma
del simbolismo, creo que podemos sostener con derecho que estos fenómenos marcan el
origen, en la vida del bebé y el niño, de una tercera zona de existencia, tercera zona que,
según creo, ha sido difícil acomodar dentro de la teoría psicoanalítica, la cual tuvo que
edificarse en forma gradual según el método de la ciencia, que es el de poner piedra sobre
piedra.
Puede resultar que esta tercera zona sea la vida cultural del individuo.
¿Cuáles son estas tres zonas? Una, la fundamental, es la realidad psíquica o interior del
individuo; el inconsciente si ustedes prefieren (no el inconsciente reprimido, que sobreviene
muy pronto pero, decididamente, más tarde). A partir de esta realidad psíquica personal es
que él individuo "alucina" o "crea" a "piensa" cosas olas "concibe". De ella están hechos los
sueños, aunque éstos se revisten de materiales recogidos en la realidad exterior.
La segunda zona es la realidad exterior, el mundo que paulatinamente es reconocido como
DISTINTO DE MI por el bebé sano en desarrollo que ha establecido un self, con una
membrana limítrofe y un adentro y un afuera; el universo en expansión, a partir del cual el
hombre se contrae, por decirlo así.
Ahora bien, los bebés y los niños y los adultos traen hacia dentro suyo la realidad exterior,
como ropaje para revestir sus sueños, y se proyectan en los objetos y personas externos
enriqueciendo la realidad exterior mediante sus percepciones imaginativas.
Pero pienso que encontramos en verdad una tercera zona, una zona del vivir que
corresponde a los fenómenos transicionales del bebé y en verdad deriva de éstos. En la
medida en que el bebé no haya llegado a los fenómenos transicionales, pienso que su
aceptación de los símbolos será deficiente y su vida cultural quedará empobrecida.
Sin duda, ustedes apreciarán lo que quiero decir. En términos algo burdos: vamos a un
concierto y escuchamos uno de los últimos cuartetos de cuerdas de Beethoven (como ven,
soy una persona refinada). Este cuarteto no es un mero hecho externo producido por
Beethoven y ejecutado por los músicos; ni tampoco es un sueño mío, que a decir verdad
jamás habría sido tan bueno. La experiencia, sumada a mi manera de prepararme para ella,
me permite crear un hecho glorioso. Lo disfruto porque, como digo, yo lo he creado, lo
aluciné, y es real y estaría de todos modos allí aunque yo no hubiese sido concebido.
Esto es loco. Pero en nuestra vida cultural aceptamos la locura, exactamente como
aceptamos la locura del niño que afirma (aunque no pueda expresarlo con sus balbuceos):
"Yo lo aluciné y es parte de mi madre, que estaba ahí antes de que yo viniese al mundo".
De ello inferirán por qué pienso que el objeto transicional es esencialmente distinto del
objeto interno de la terminología de Melanie Klein. El objeto interno es una cuestión de
realidad interior, y se vuelve más y más complejo a medida que transcurre cada momento
de la vida del bebé. El objeto transicional es para nosotros un pedazo de su frazadita, pero
para el bebé es representativo tanto del pecho de la madre como del pecho internalizado de
la madre.
Repárese en cuál es la secuencia cuando la madre está ausente. El bebé se aferra a su
objeto transicional. Luego de un cierto tiempo la madre internalizada se diluye y el objeto
transicional deja detener significado. En otras palabras, el objeto transicional es simbólico
del objeto interno, al que la presencia viva de la madre mantiene vivo.
De igual manera, quizás, un adulto puede hacer el duelo por alguien, y en el curso de su
duelo deja de disfrutar de las actividades culturales; la recuperación será acompañada de un
retorno a todos los intereses intermedios (incluidas las experiencias religiosas) que
enriquecen la vida de un individuo sano.
Pienso, entonces, que los fenómenos transicionales no "pasan", al menos no cuando hay
salud. Pueden convertirse en un arte perdido, pero esto forma parte de la enfermedad de un
paciente, de una depresión, y es algo equivalente a la reacción frente a la deprivación en la
infancia, cuando el objeto y los fenómenos transicionales pierden en forma temporaria (o a
veces permanente) su sentido o son inexistentes.
Me gustaría mucho conocer sus reacciones frente a esta idea de una tercera zona de
experiencias, su relación con la vida cultural y, según he sugerido, el hecho de que derive de
los fenómenos transicionales de la infancia.

Notas:
(1) M. A. Sechehaye, Symbolic Realization, Nueva York, International Universities Press, 1951
(2) M. P. Middlemore, The Nursing Couple, Londres, Hamish Hamilton, 191.
(3) Los puntos suspensivos reemplazan la firma, "Dios", que figura en el terceto reproducido. El
contexto exige esa omisión, ya que aquí es cualquier ser humano el que confiere existencia a los
objetos al alucinarlos. Obviamente los tercetos, relacionados con la controversia sobre la filosofía de
Berkeley, son bien conocidos por el público de habla inglesa, para lo cual esta aclaración resultaría
superflua.
(4) Véase D. W. Winnicott, "String", en The Maturational Processes and the Facilitating Environment
(Londres: Hogarth Press, 1965).

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