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Prevención de la Tortura

Módulo 4. Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura

Las personas bajo custodia del Estado

¿Cuáles son los lugares de privación de la libertad que son proclives a que se cometa tortura
y tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes?

(Con respecto a publicaciones de la Asociación para la Prevención de la Tortura en 2010 y 2013)

La APT (2013) refiere que existe riesgo de tortura y otras formas de


malos tratos dentro de cualquier instalación de encierro, no sólo en
las cárceles y en las comisarías de policía, también en las instituciones
psiquiátricas, en los centros de detención de menores, en los centros
de detención de inmigrantes y en las zonas de tránsito de los puertos
internacionales.

Considerando lo anterior, el riesgo de sufrir tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o
degradantes, se presenta en todas aquellas situaciones en las que existen personas privadas de la
libertad. En cualquiera de estas situaciones se crea un desequilibrio de poder que se prolonga
por el tiempo que dure el encierro y donde la detenida o el detenido depende totalmente de las
personas y de las autoridades responsables. Los momentos de mayor desequilibro de poder e
indefensión de una persona privada de su libertad se presentan:

Durante el periodo inicial de detención y custodia policial.

Durante el traslado de un lugar de detención a otro.

Cuando se encuentra en régimen de incomunicación.

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Durante el régimen de aislamiento.

Cuando está fuera de contacto de los/as demás detenidos/as, en particular en los casos de
detención en régimen de incomunicación o aislamiento.

La Asociación para la Prevención de la Tortura, en 2010, indicó que, con miras a abordar
eficazmente las causas profundas de la tortura y otras formas de tratos crueles, toda estrategia
de prevención directa debería comenzar por realizar un análisis exhaustivo de los factores de
riesgo (las condiciones que aumentan las posibilidades de que ocurra la tortura).

El entorno político general es un factor importante que conviene considerar, puesto que la falta
de voluntad política para prohibir la tortura, la falta de apertura de gobernanza, la falta de respeto
del Estado de derecho y unos niveles elevados de corrupción, pueden hacer que aumente el
riesgo de que ocurra la tortura. Esto mismo es válido para el entorno social y cultural. Cuando
existe una cultura de violencia, o un gran apoyo del público a la actuación “severa” con el delito,
también aumenta el riesgo de que ocurra la tortura. De igual modo, debería analizarse el marco
jurídico nacional.

En los países en donde está prohibida la tortura en el ordenamiento jurídico desde su Constitución
y donde es un delito específico contemplado en el código penal del país, probablemente el
riesgo de que ocurran casos de tortura será menor que en los países en donde no se reúnan las
condiciones para el ordenamiento jurídico. El análisis también debería centrarse en las normas y
los reglamentos que se aplican a los lugares en donde se priva a las personas de su libertad, así
como en la existencia de las adecuadas salvaguardas jurídicas. Asimismo, se debería analizar muy
detenidamente el modo en que se aplica en la práctica conforme al marco jurídico.

Otro factor que es importante considerar es la organización y el funcionamiento del sistema


de justicia penal. El nivel de independencia del Poder Judicial, así como la importancia que se
da a las confesiones en el sistema de justicia penal, tendrá lógicamente una influencia directa
en el riesgo de que se produzca tortura. Habida cuenta de que este riesgo es más elevado en
los primeros momentos de la detención, se debería prestar una especial atención a las fuerzas
del orden. A este respecto, la cultura institucional, el papel y funcionamiento de la policía, así
como los procesos de contratación y capacitación de los agentes, pueden influir positiva o
negativamente en el riesgo de tortura.

Por último, la APT (2010) establece que el análisis debería contemplar el entorno institucional
general. El nivel de rendición de cuentas y de transparencia de las autoridades, la existencia de
políticas públicas en relación con la prevención del delito y la eficacia de los mecanismos de

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denuncia son factores que pueden reducir el riesgo de tortura, junto con la efectividad de los
agentes externos, como el Instituto Nacional de Derechos Humanos y las organizaciones de la
sociedad civil.

Cualquier situación en la que una persona sea privada de su libertad


y en la que exista un desequilibrio de poder, siendo una persona
totalmente dependiente de otra, constituye una situación de riesgo.

La Asociación para la Prevención de la Tortura (2010) refiere que puede resultar difícil identificar
qué personas o grupos tienen mayor riesgo de ser víctimas de tortura o tratos crueles, ya que
ese riesgo puede variar significativamente en función del contexto nacional. De hecho, cualquier
persona podría estar potencialmente en riesgo. No obstante, en general quienes corren un mayor
riesgo de ser víctimas de tortura o tratos crueles son las personas en situación de vulnerabilidad o
desfavorecidas de la sociedad, como las siguientes:

• Grupos minoritarios (raciales, • Migrantes


étnicos, religiosos o lingüísticos)
• Personas con discapacidad
• Mujeres
• Personas sin hogar
• Menores
• Personas pobres

Toda estrategia eficaz de prevención requiere un cierto nivel de voluntad política de lucha contra
la tortura, que se declare públicamente y sea posible someterla a monitoreo. En un entorno en el
que la tortura se utilice sistemáticamente para silenciar a la oposición política, lo más probable
es que las iniciativas de prevención fracasen o bien se utilicen como propaganda política. Es
importante hacer hincapié en que ningún Estado está exento del riesgo de tortura o tratos crueles.
Por ello, siempre es necesario estar vigilante y desarrollar y aplicar estrategias de prevención que
sean eficaces.

Factores de riesgo que propician las prácticas de tortura

(Con respecto a publicaciones de la Asociación para la Prevención de la Tortura en 2010)

• Las culturas y subculturas dominantes

Además de las culturas dominantes, en toda la organización encargada de la detención, cabe


la posibilidad de que existan subculturas dentro de las diferentes instituciones (por ejemplo,
diferentes cárceles o comisarías de policía pueden tener sus propias culturas distintivas).

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También existen subculturas en secciones, unidades y departamentos dentro de un lugar de
detención o en los diferentes niveles del personal. Dichas subculturas se forman a menudo dentro
de las ‘instituciones totales’, denominadas así por ser lugares con un gran número de personas en
igual situación, aisladas de la sociedad por un periodo significativo de tiempo, que comparten
en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente como las prisiones, y pueden tener
un impacto significativo en la vida del personal a cargo del lugar y de las personas detenidas. Las
subculturas negativas que se desarrollan como parte de los sistemas de autogestión o jerarquías
informales entre las personas detenidas significan un factor de riesgo particular para la tortura y
otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, puesto que el trato igualitario que deben
recibir se altera, se vuelve campo fértil para la violación de derechos.

Las jerarquías informales entre las personas detenidas

Las jerarquías informales entre las personas detenidas son comunes en las prisiones y pueden
representar fuertes subculturas junto con una combinación de factores de riesgo culturales. A
menudo existe una estructura clara y unas normas que se aplican a través de las amenazas, la
intimidación y la violencia. Estas estructuras por lo regular mantienen vínculos con bandas o grupos
armados que existen en el mundo exterior. Las jerarquías entre las personas detenidas suelen
actuar como un gobierno alternativo, recolectando ‘cuotas de sus miembros’ y estableciendo un
sistema de pagos por ‘privilegios’, privilegios a los que, de otra manera, las personas detenidas
no tendrían derecho. De este modo, se obtiene el control de todos los aspectos de la vida de una
persona detenida, desde el acceso a las llamadas telefónicas, las reuniones con los familiares y
el ponerse en contacto con las autoridades. Estas jerarquías a menudo controlan el comercio de
mercancías ilegales, incluyendo las drogas, dentro de las prisiones.

Aunque no se reconozca oficialmente, el personal a cargo de los lugares de detención se


confabula con las jerarquías informales que existen entre las personas detenidas, para mantener
el orden (por ejemplo, cuando hay falta de experiencia), para suprimir la oposición política o
las quejas, o por la corrupción y la extorsión de ciertos grupos. Los/as dirigentes detenidos/as,
como líderes de algún grupo, también ejercen el poder sobre la administración penitenciaria.
Estas jerarquías no sólo representan una amenaza para el buen orden en el lugar de detención,
también constituyen una situación de alto riesgo en términos de intimidación entre las personas
detenidas; frecuentemente, deriva en una cultura de la desigualdad de trato entre iguales. Con
frecuencia sirven para beneficiar a las y los líderes, en detrimento de los que están en la parte
inferior de la jerarquía, quienes suelen pertenecer a los grupos de marginados/as.

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