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VISOS DE POSMODERNIDAD

Carlos Julio Castellanos Hincapié

Este texto es un fragmento de una tesis de grado, escrita hace más de diez años, para aspirar al título de
filósofo de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD), titulada: Friedrich Nietzsche y el
nihilismo en el devenir histórico de América Latina. La tesis fue aprobada por su director pero nunca
sustentada, y quien la escribió nunca obtuvo el título mencionado.

La época de las grandes ideologías que atravesó el siglo XIX y muy buena parte del

siglo XX ha dado paso a un soporífero periodo de trivialización y vanalización, al

que un escritor como Milan Kundera deja muy bien plasmado en su obra; en una

obra que de hecho se pone allende la modernidad, en la medida en que reconcilia

la dimensión estética de la obra con la rigurosidad del pensamiento. Hago alución

fundamentalmente a la novela La inmortalidad, en la que Kundera muestra como,

no sólo el ser humano ha convertido el mundo en imagen, sino que igual ha hecho

consigo mismo y, en esa medida, la preocupación cristiana por la inmortalidad del

alma se ha trocado en ansia secular de inmortalidad de la imagen corpórea. La

obsesión por el cuidado de la imagen, por elaborarse ante los demás una imagen

pulcra y duradera (cosmética) –así los demás correspondan sólo al restringido y

anónimo ámbito de la inmediatez- se ha tornado en preocupación fundamental de

la humanidad actual. La posibilidad de realización plena del hombre (y de la mujer)

no se centra ya en un mundo concebido a la zaga de sofísticadas lucubraciones

discursivas, sino en un horizonte de imágenes estereotipadas por el furor publicitario

al que Kundera da el nombre de imagología. La imagología es la conversión o

reducción de la ideología –entiéndase de la metafísica, de los quebrantados

principios fundamentadores del existir- a imagen mediática, a imagen publicitaria.

Los fundamentos de la imagología ya no son las razones ni los argumentos sino las
imágenes que elaboran los imagólogos con base en los sondeos de opinión

pública1. De allí que los objetos sobre los que la imagología elabora sus modelos

arquetípicos, sean las vidas de aquellos personajes que encarnan la cabal

realización del éxito en el mundo radicalmente individualista de las multitudes: los

jefes de estado, las estrellas de cine, los miembros de las castas reales, los

cantantes, los grandes deportistas. . . En el imperio de la imagen los imagólogos

despliegan su reinado, el propósito del mismo es determinar mediante los giros de

la ruleta imagológica, que impulsa los sondeos de opinión, la periodicidad de los

sistemas de valores y antivalores, de lo in y de lo out, que tienen preeminencia en

un momento determinado, que por un lapso de tiempo efímero fungen como verdad,

como fundamento. De esta manera, ahora más que nunca la condición

incondicionada para lo existente es la exigencia constante de cambio; lo novedoso

se ha hecho rutina, y cobra validez en la medida en que contribuye a la infatigable

permutabilidad del sistema. En ese sentido la palabra cambio, lo esclarece el mismo

Kundera, no significa el paso de un estado de cosas a un nivel superior de

desarrollo, como lo entendió el historicismo, sino la simple y llana permutación

espacial de los objetos, tal y como la entieden los diseñadores de moda – ahora las

rayas verticales, despues oblicuas, después horizontales y de nuevo verticales-, lo

mismo sucede en los demás ámbitos de la vida; en las academias, los catedráticos

también se ponen los bluejeans teóricos a la usansa, que circulan entre los púlpitos

y los retretes: Althusser es ahora quizás la marca del papel toilette que se usa en

1
Cfr. Kundera, Milan. La Inmortalidad. Barcelona: Tusquets, 1990, pp. 139 y ss.
las universidades, mientras Habermas aún permanece abierto, ¿Por cuánto tiempo

más?, como escritura sacra sobre los atriles.

De suerte que si todo es imagen, todo es signo, el cambio entonces viene a consistir

en un inocuo juego sintáctico con los signos: así arribamos a la época en que los

símbolos son tratados como materia y la materia como símbolos. ¿No da cuenta de

ello acaso, el continuo sucederse de las modas, de la eterna y paradójica repetición

del cambio –en los términos en que lo concibe Kundera-, de la innovación como

condición, como rutina o como “aquello -según dice Gianni Vattimo- que permite

que las cosas marchen de la misma manera” 2? . Todo esto representa la liquidación

de la modernidad o, lo que es lo mismo, su caída en la circularidad, la inoperancia

de su linealidad progresiva, pues la modernidad como el Uroboros, tras envolver el

planeta entero ha terminado por morderse su propia cola, ya que ha sido su misma

dinámica, la de la exigencia permanente del cambio y la superación la que la ha

llevado a su hiperrealización y en esa medida a su paralización, la necesidad

compulsiva y vertiginosa de consumir lenguajes y símbolos, troca todo en

vanguardia pasajera atrapándonos en el deslumbrante destello del instante. Con

esto se da la deshistorización de la experiencia3, como afirma Vattimo. Los valores

fundantes –metafísicos- de la modernidad dejan de ser supremos para hacerse

simple y sencillamente intercambiables respecto de cualquier otro tipo de valores.

Ello nos permite hablar, a partir de la filosofía de Nietzsche, de un post de lo

moderno, pero también es una señal confiable de que la época del último hombre

2
Vattimo, Gianni. Op. cit., p. 14
3
Ibid., p. 17.
todavía sucede, pues aún no nos habituamos al deslumbramiento que nos produce

el destello de lo más inmediato y de lo más actual -“ ‘ Hemos inventado la felicidad

’ –dicen los últimos hombres, parpadeando”- sino que por el contrario, como dice

Alain Tourain4, nos encontramos sumergidos en la esquizofrenia y el narcisimo que

produce el encierro en un presente perpetuo que impide la apertura del espacio para

la construcción de eso que Edgar Morin ha llamado la ciudadanía terrestre 5 .

Pero ¿no será acaso la vanalización generalizada el precio que tenemos que pagar

por la pérdida de peso específico del ser, por eso que en otra de sus novelas -que

tan hondamente sondean la dimensión ontológica de nuestro tiempo desde la

cotidianidad de la humanidad europea contemporánea- Kundera llama La

insoportable levedad del ser?; el haber vivido durante milenios bajo la férula

restrictiva del ser, de la verdad, de lo supremo ¿no requerirá acaso de un largo

periodo de convalescencia, antes de su ineluctable alejamiento, para cuya

realización se hace necesaria esta época de fastidiosa contemplación narcisista del

ser humano en el espejo mass mediático?

Nuestra última apuesta fue todo o nada por el espíritu de la pesadez, expresado en

la gravedad doctrinaria de las grandes ideologías decimonónicas, que con la

pretensión de llevar a cabo el dominio radical -mensurable, manipulable, sustituible-

sobre el objeto, acabaron –al desembocar en proyectos de sociedades totalmente

organizadas (el fascismo, el comunismo estalinista)- en la negación y el

4
Cfr. Tourain, Alain. Crítica de la modernidad. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 190
5
Cfr Morin, Edgar. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Bogotá: Magisterio, 2001, p. 74
avasallamiento del sujeto, en su reducción a la condición de objeto –mensurable,

manipulable, sustituible- 6. Tras haber padecido las graves heridas infrigidas por la

sinrazón de la razón se cae por su peso la pretensión de un retorno quimérico a la

autoridad de lo supremo, de una realidad estable, única, compacta, que desde

siempre se sustentó en el perverso juego de la bondad afianzadora y de la autoridad

intimidatoria. Así que la levedad, la futilidad, la ingravidez, la erosión del sentido de

la realidad que se profundiza actualmente con la supremacía de la imagen mass

mediática, tiene su lado edificante, en la medida en que es la contracara del proceso

de emergencia de la diferencia; pues la lógica de la racionalidad consumista del

capitalismo, que se vehiculiza con el flujo constante del valor de cambio, a la que le

apuesta la economía de mercado en su innherente vocación expansiva, con sus

íconos y sus arquetipos exascerbantes, posibilita la llegada de los insumos mass

mediáticos a todos los confines del mundo, permitiendo también el arribo al campo

de lo visual de la singularidad y la heterogenidad que se expresa en la

multietnicidad, la multiculturalidad y la plurisubjetividad con todo y su reclamo de

reconocimiento identitario 7. Esa explosión multipolar hace volar en mil pedazos la

pretendida unicidad de lo humano sustentada en el humanismo europeo, dando

origen a ese embelesamiento con la propia imagen que hemos anotado, pero

también a un extrañamiento frente a la singularidad del otro que tenemos que

aceptar como legítima en la medida en que hacemos al otro el mismo reclamo

respecto de la nuestra. El humanismo queda pues perimido en la medidad en que

la racionalidad centrada en lo europeo es contrastada con las racionalidades de las

6
Cfr. Vattimo, Gianni. La sociedad transparente. Barcelona: Paidós, 1998, p. 83
7
Cfr. Ibid., p. 79
minorías étnicas, sexuales, religiosas, culturales, artísticas. Pero lo significativo –

según señala Gianni Vattimo-, lo emancipatorio de estos fenómenos no estriba en

el hecho de que las voces acalladas se hagan escuchar sino en el extrañamiento

que nos produce el escuchar nuestra propia voz, nuestro dialecto, en el concierto

de la generalizada diferencia dialectal, “si hablo mi dialecto en un mundo de

dialectos seré conciente también de que la mía no es la única “lengua”, sino

precisamente un dialecto más entre otros” 8. En un mundo así es posible seguir

viviendo, construir una ciudadanía terrestre, a la manera de Morin, a condición de

aceptar la difuminación de una pretendida realidad inmutable, de una esencia

sempiterna –metafísica- de lo humano. Para Vattimo este era el gran reto que

Nietszche le ponía al hombre (humanidad) del porvenir, al que él llamaba

superhombre : aprender a vivir -entre la multiplicidad de versiones de la existencia-

nuestra propia versión de la existencia, nuestra propia fábula, sabiendo que el

mundo es fábula; esto lo ilustra Vattimo citando un pensamiento de la Gaya ciencia

“seguir soñando sabiendo que se sueña” 9

8
Cfr. Ibid., p. 85
9
Cfr. Ibid., p. 85.

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