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Marta (nombre ficticio) vive con su marido y su hijo de 5 años. Los dos son
autónomos: él da clases y ella es traductora freelance, y trabaja desde hace más
de 10 años en casa. Asegura que el teletrabajo en situación de pandemia no es
teletrabajo: “Creo que las instituciones, las empresas y la gente en general se ha
quedado con la sensación de que el teletrabajo es la gran trampa, de que
desaparecen los horarios, de que es un «apáñatelas como puedas, a mí no me
cuentes nada», y no es así. El teletrabajo no es trabajar, cuidar y encargarte de la
casa al mismo tiempo. El teletrabajo es trabajar igual que en una oficina, pero
desde tu casa, y tiene muchas ventajas que con la pandemia no se ven”.
Noelia tiene dos hijas de tres y seis años. Su pareja trabaja en casa y ella, que es
funcionaria, pudo teletrabajar de marzo a junio, momento en el que tuvo que volver
a su puesto presencialmente. En el caso de Noelia y de su pareja, para ambos ha
sido muy complicado teletrabajar con las niñas en casa. “No consigues hacerles
caso, el trabajo te supone el doble de esfuerzo de lo habitual. Ha sido una
experiencia totalmente horrible, la niña pequeña necesita atención constante y la
mayor necesitaba ayuda con los deberes. Le sumas atender comidas, limpieza,
lavadoras y es un caos todo. Nadie está satisfecho”. Sobre si se han tomado
suficientes medidas para las familias con niños pequeños Noelia tiene claro que
no se ha tomado ninguna medida en este sentido. “Los que tenemos abuelos que
nos ayudan habitualmente tenemos que decidir entre sobrevivir malamente o
ponerles en peligro”.
Dice Marta que es consciente de lo “afortunados” que son por teletrabajar y haber
podido quedarse en casa durante el confinamiento, pero para ella fue muy duro
ver cómo la vida conocida desaparecía ante sus ojos. “Pasé casi un mes como en
estado de shock, no podía creer lo que estaba pasando ahí fuera: el mundo se
estaba desmoronando, el número de muertos no paraba de crecer y tenía un
sentido de impotencia tremendo, porque no podía hacer nada. Lloraba mucho, me
sentía extremadamente triste, no era capaz de hablar con nadie. Entré en un
estado de «supervivencia mental»: dormía, trabajaba, comía, cuidaba dentro de
las paredes de mi casa, y no era capaz de hacer nada más”, cuenta.
¿Cuáles son los malestares, patologías, que más padecen las familias desde que
todo esto empezó? Responde Esther Ramírez que, en general, ha encontrado
niveles altísimos de ansiedad y miedo en las familias, en algunos casos incluso
trastornos obsesivos compulsivos que tienen como base el miedo a contagiarse o
a contagiar a los demás. También mucha tristeza en las personas que han perdido
a sus seres queridos y no han podido despedirse de ellos. Para Lander Méndez es
importante recordar que muchos hogares han perdido el empleo y se han visto
forzados a pedir ayuda a familiares u otros organismos. “Para las familias resulta
muy duro verse en esa situación y, sobre todo, no saber cuándo podrán revertirla.
Este tipo de situaciones generan un sentimiento de incapacidad de dar a sus hijos
e hijas lo que necesitan y pueden llegar a generar cuadros depresivos en las
cabezas de familia”, explica el psicólogo.
Para Noelia su mayor preocupación desde que comenzó todo es que les tengan
que ingresar en el hospital a ellos o a los padres de ambos, y más aún la
posibilidad de fallecer. También que sus hijas formen parte del pequeño
porcentaje de niños con afectaciones graves o que le pase algo a su marido y se
quede sola con las dos niñas. Ella ha acudido a una psicóloga y a una psiquiatra, y
aunque dice que le están ayudando, también debe lidiar con la preocupación
añadida del impacto económico que esto supone en su familia. “Aunque es un
esfuerzo grande económicamente, quiero estar mejor para que las niñas estén
mejor. En mi caso ya tengo ansiedad de antes, y me preocupa cualquier
enfermedad que podamos contraer, así que con la pandemia mi miedo se ha visto
amplificado”, explica.
Marta siente que las familias son las grandes olvidadas, que el abandono
institucional es total. “Han importado más las terrazas y las discotecas que las
escuelas, como todos hemos podido ver durante los meses de verano. No hay
ninguna medida que realmente nos vaya a ayudar en caso de que tengamos que
cumplir cuarentenas por positivos en el aula. Desde marzo, siento que las familias
estamos abandonadas y lo triste es que no veo que esto vaya a cambiar. Eso me
provoca muchísima impotencia. Los políticos hablan de recuperación económica,
pero sin conciliación, no hay recuperación. No pueden pretender que trabajemos
como si los niños no existieran, como lo hicieron durante el confinamiento: existen,
son personas y tienen unas necesidades. Toda esta situación está tensando la
cuerda de las familias más y más, se nos pide que nos apañemos como podamos
a casi todo y ya no podemos más. Son muchos meses cargando con todo el
peso”, concluye.