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Sinopsis
El autor de EL último
merovingio se sumerge en el
misterioso mundo de los
rituales ancestrales.Cuando
unos mellizos de seis años
desaparecen en una feria
medieval en el estado de
Maryland, su padre inicia una
desesperada búsqueda que le
conducirá hacia un
escalofriante mundo de
antiguos rituales litúrgicos.
Una escalofriant e trama que
descubre un mundo de ritos y
engaños.
Jim Hougan
Capítulo 1
Kevin se ríe.
–¿Qué?
–¿Tomar el desayuno en la sala? Por
favor…
Me encojo de hombros.
–¡Papá!
–¡Por favoooor!
–De acuerdo.
–Estaba asustado.
–¿Por qué?
–No.
–Sí.
–¿Papá?
–¿Qué?
–Sí.
–¿Papá?
–Sí.
–No creo que ese hombre quisiera que
alguien le sacara una foto.
Capítulo 2
Kevin y Sean se comportan como
angelitos en la cadena, donde le entrego
el disco a Kathy Straight, una de las
técnicas.
–Papaaá.
–Sí.
–Mola.
Ya estamos dentro.
–Sí.
–Eso parece.
–¡Sí!
–¿Kev?
–¡Sean!
–¿Sean?
–¡Eh!
–Decidme, caballero…
–Como quiera.
–Ya lo he comprobado.
La multitud ha disminuido
considerablemente cuando una voz suena
en la radio de Prebble. El hombre
canoso se aleja unos pasos y a mí me
invade la ilusión. Pero no dura mucho.
Por la expresión de Prebble, veo que no
hay ninguna noticia de los chicos.
–Supuse…
Capítulo 4
–Sí. Lo comprendo.
–Reportero. En la Fox.
–¿Fecha de nacimiento?
–4 de enero de 1997.
–Descríbalos.
–Casi blanco.
–No.
–¿Sean?
–Ah -exclama.
–Los chicos están pasando las
vacaciones conmigo.
–¿Dónde vive?
–En la capital.
–¿Su dirección?
Se la doy.
–De acuerdo.
–¿Un EA?
–«Estad alertas.»
Asiento sin hacer ningún comentario.
–¿Qué?
–Más o menos.
–¿No?
–¿Qué tipo?
–Así es.
–¿Sus hijos?
–Se lo enseñaré.
–¿Señor Callahan?
–¿Qué?
Dos escuderos…
–Sí.
Shoffler se toca una ceja con la yema del
índice.
Capítulo 5
–Yo voy.
–Qué demonios.
–De acuerdo.
–Carga completa.
–¿Hola? ¿Hola?
Nada.
–¿Papi?
Capítulo 6
Entonces oigo un clic y la luz de la
esperanza se apaga con la misma
rapidez con la que se encendió.
–¿Kevin? ¡Kevin!
Nada.
Capítulo 7
–¿Cómo?
–¡Permiso!
–¿Puede decirnos…?
–¡Permiso!
–¡Permiso!
–¡Permiso!
–Liz…
Capítulo 8
–Vienen de camino.
–Oh, Liz…
–Lo siento.
¿Consejo?
–Sí.
–Aja.
–Aja.
–¿Sí?
–Se refiere a…
Capítulo 9
–No lo sé -respondo.
–No lo creo.
Pero la ambigüedad es sólo
especulativa. Nunca antes he visto las
monedas, y las hubiera visto. Tengo el
hábito de estar presente cuando Kevin y
Sean se cepillan los dientes para
asegurarme de que le dedican más de
dos segundos, comprobar que enjuagan
luego los cepillos y el lavamanos. No es
que la higiene dental me parezca algo de
una gran importancia. La vigilancia es
por Liz. Sé que me pedirá cuentas si hay
algún descuido. Es imposible que no
viera la fila de monedas en el zócalo.
Verlas hace que se me ponga la carne de
gallina. Parecen una especie de señal o
un mensaje desquiciado.
–Alguien las ha puesto ahí -le digo a
Liz.
–¿Quién?
–El secuestrador.
–No lo sé.
–Sí.
–¿Es posible?
–¿Qué?
–Pero…
Capítulo 10
–Lo hace.
–Claro.
–¿Qué pasa?
Asentimos. Lo comprendemos.
–Sí.
–Detective…
–Pero…
–¿Mi computador?
–¡Alex!
–Me lo prometiste.
–Liz…
–¿Qué?
Shoffler asiente.
Me estoy hundiendo.
Capítulo 11
–De acuerdo.
–¿Qué?
–Sí.
Acústica.
Asiento.
–Su casa está en un barrio caro,
¿verdad? Si no consigue resolver las
cosas con Liz, tendrá que venderla, ¿no
es así?
–¿Qué es lo suyo?
Continuamos.
–Así es.
–Así es.
Asiento.
–No lo recuerdo.
–¿Qué?
–Supone.
Sacudo la cabeza.
–No se rinde nunca, ¿verdad?
–¿Eso es un sí?
–Sí. Rehúso.
Capítulo 12
Una llamada a la puerta me saca de mi
adormecimiento. No sé cuánto tiempo ha
pasado, pero es Shoffler, no Price, quien
entra en la habitación.
–Vámonos -dice.
–¿Qué?
–Sean.
–Qué bien.
–Parece lógico.
No digo nada.
–Lamento haberle hecho pasar por la
prueba del polígrafo añade Shoffler- y
el interrogatorio de Price. Le pido
disculpas. De todo corazón.
Se encoge de hombros.
–De acuerdo.
–Vaya.
–El experto nos explicó que permite
trabajarlo mojado. Se vende en todas las
tiendas de papiroflexia y es el material
preterido por los aficionados de un
cierto nivel, para las formas de
animales. Mucho me temo que buscar al
suministrador del papel no sirve de gran
cosa. En la red aparecen docenas de
proveedores.
–Vaya.
–¿El grupo?
–Lleva razón.
–Ya lo tiene.
–Así es.
Lo dudo.
–De acuerdo.
Capítulo 14
Se lo agradezco.
–Ya lo sé.
Un recluso. Se me ocurre un
pensamiento obvio que no se me había
ocurrido antes. A diferencia de
Elizabeth Smart, no hay manera de que
alguien pueda pasearse con un par de
gemelos idénticos sin despertar
sospechas. Por tanto, donde sea que
estén, quienquiera que sea quien los
tiene, si los chicos están vivos, entonces
Kevin y Sean están ocultos de la vista,
aislados.
Conejito de origami.
Sangre de gallina.
Hilera de monedas.
Lebrel
Disfraz
Gorguera
Disparos en la oscuridad.
–Así es.
Capítulo 16
–Un momento -dice Shoffler-, que estoy
saliendo de una reunión. – Oigo las
voces, las campanillas de los
ascensores, al detective que se despide
de alguien. Luego está por mí-. ¿Qué
ocurre?
–¿Eso es todo?
–¿Quiere decir…?
–No lo creo.
–Ah.
–No veo…
–No.
–Váyase a su casa -insiste.
–¿Qué?
–Suba.
–Pero…
–De acuerdo.
–Ah, ¿no?
–Sí.
–¿Bromea?
Esta vez es Shoffler quien niega con la
cabeza.
–¿Por qué?
–¿Qué es eso?
–¿Cómo lo sabe?
–Mantuvimos una conferencia
telefónica: yo, Jones, Sandling y sus
abogados. Como ya se puede imaginar,
los abogados son una gran ayuda. No
dejaban de decirle que no tenía por que
hablar con nosotros, que no respondiera
a tal o cual pregunta. Pero la atacamos
con todo; me refiero a que procuramos
hacerla sentir culpable al máximo.
Tenemos a dos niños que están en
peligro, sus hijos quizá tengan una
información que nos ayude en la
investigación, cómo es posible que ella,
como madre, fuera… bla, bla, bla.
–¿Qué consiguieron?
Me encojo de hombros.
–Notable.
–Lo sé.
Capítulo 17
–¿Qué le sirvo?
–¿Pequeña o de litro?
«Emma…»
Estoy paralizado.
–¿Me permite?
La he pifiado.
–Lo comprendo.
–Lo sé.
–Entonces…
Me mira.
–Gracias.
–¿El Bunny?
Capítulo 18
Ayudo a Emma en los momentos en que
se ve desbordada por los clientes; le
alcanzo las latas de gaseosa, cargo las
neveras, atiendo el mostrador mientras
ella alquila una tabla de surf. Hablamos
durante los momentos de calma. Entre el
estruendo de las olas, el rugir del
generador y el zumbido de los motores
de las neveras y el aire acondicionado,
hay tanto ruido en el interior de la
furgoneta que mantenemos nuestras
conversaciones casi a voz en cuello.
Se encoge de hombros.
–Es él -responde.
–Así es.
–Emma…
–Por favor, intente llamarme Susie.
–Muy grande.
–Con un jardín.
–¿Pinos?
–Sí -dice Brandon, y mira a su madre-.
Como en Grand Tetons.
–También al Uno.
–Aja.
–No.
–¿Como qué?
Su madre vacila.
–No.
Monedas.
–¿Perros? – pregunto.
–¿Cosas de vudú?
–¡Diablos! ¿Muñecos?
–Increíble.
–¿Las monedas de tu casa eran de diez
centavos?
–Sí.
–¿Cómo lo sabes?
–¿Qué es un houngan?
–Caray.
–No me digas.
–¿Bolsas mojo?
–Ah.
–La cuestión es que los houngan saben
cuáles son las raíces correctas. Así que
coges una moneda Mercurio, las raíces y
un poco de azúcar. Lo envuelves todo en
un billete de dos dólares, luego lo metes
en una bolsa de franela roja y la atas
bien apretada. Después, para hacer que
tu mojo funcione, tienes que mojarlo con
la sangre menstrual o la orina de la
mujer que amas. Esa parte me costó lo
mío con Christine…
–Sí.
Capítulo 20
–Tiene una pinta que da asco.
Respondo al brindis.
–Poca cosa.
Enarca las cejas al oír esas palabras.
–¿Nada?
–Correcto.
–¿Otra?
Me encojo de hombros.
–¿Las coristas?
–No sé.
–No lo sé.
–¿Holly?
Capítulo 21
Nunca antes he estado en Las Vegas.
Nunca se había presentado la ocasión.
Supongo que, como todos los demás,
tengo una visión exagerada del lugar:
lujo y miseria a partes iguales. Pero
resulta ser que la imagen mental que
tengo de Las Vegas no se parece en nada
a la realidad.
–¿Qué?
–Vaya.
–Menuda tragedia.
–Santo Dios.
–¿Los qué?
–¿Cuál es?
–Más o menos.
–¿No?
–No exactamente. Sólo encontró la
mitad de Clara. La mitad inferior.
Capítulo 22
–¿Como qué?
4. Conjure Canyon
Capítulo 23
El Blue Parrot se encuentra sólo a un par
de manzanas del Strip, pero está varios
escalones más abajo del esplendor de
los grandes casinos. Incluso desde el
exterior tiene muy mala pinta. Unos
cuantos tubos apagados en el gigantesco
letrero hacen que el loro de neón tenga
un aspecto desgreñado, como si perdiera
las plumas.
–Así es.
–Ah.
–La verdad es que no eran unas bellezas
-añade Clay Riggins-. Yo no dejaba de
decirles que necesitaban trabajar más,
tener un poco menos de nariz y un poco
más de tetas. – Suelta una carcajada que
suena como un ladrido-. Entonces -traza
con las manos una silueta en el aire-
quizá podría haberlas promocionado un
poco más. Luego… -Hace un suave
sonido explosivo con la boca y da
palmaditas en la mesa con ambas manos.
–¿No lo cree?
–Quizá.
–Si ves tanta televisión como en mi caso
-señala Ezme-, tienes una visión
bastante clara de lo que es capaz de
hacer la gente. Entre los reality shows y
las noticias, yo diría que nos estamos
acercando a los romanos. Excepto que
cuando lleguemos a la etapa de los
gladiadores, Barbara WaWa
entrevistará al tipo antes de que salga a
la pista. Entonces, el gladiador dará las
gracias a todos aquellos que le han dado
la oportunidad de morir en la tele. A su
apoderado, a su peluquero, a su
preparador físico…
–Soy yo.
–¿Qué pista?
–Liz…
Capítulo 24
Da un respingo.
Me encojo de hombros.
–¿En serio?
Se tironea de la mosca.
Asiento.
–¿Un ataúd?
–A la comparación. En la muerte de
Clara nos encontramos con que el
asesino se ha tomado muchas molestias.
Tener que llevar un montón de cosas
hasta un lugar de difícil acceso.
Después, con la hermana es todo lo
contrario. Nada de líos, a lo práctico. –
Se acaba el mojito-. ¿Por qué?
En Conjure Canyon.
Capítulo 25
Asiento.
–Si de verdad quiere saber cosas sobre
la magia, tendrá que hablar con Karl
Kavanaugh -afirma Veranek-. Vive en la
ciudad y lo sabe absolutamente todo.
–¿Quién es?
–No lo sabía.
–¿Cómo es eso?
–Vaya.
–¿Nunca?
–De acuerdo.
–Ahora bien, alguien como Houdini, que
era sencillamente genial, solía recalcar
este aspecto. Antes de una de sus
«escapadas» insistía en que lo revisaran
desnudo, generalmente se lo pedía a la
policía, para demostrar literalmente que
no tenía nada guardado en la manga.
Buscaban en los pantalones cortos, en el
bañador, o lo que fuera que llevara en la
actuación, antes de escoltarlo al
escenario. Afortunadamente, esto era en
la época en que no buscaban en las
cavidades.
–Quiere decir…
–Sí. Algo metido en el culo. Eso es lo
que se sospecha, aunque eso no
desacredita a Houdini. Era un atleta
extraordinario y se entrenaba tanto como
Lance Armstrong.
–¿Blaine?
–Todo suyo.
Asiento.
–No me diga.
–¿Ábrete sésamo?
–No…
–¿Tuvo éxito?
–¿Presto?
Capítulo 27
Otra cerveza.
Noto una especie de chapoteo en el
estómago, así que me paso a una bebida
más corta. Whisky.
–Eso parece.
–Exanguinación.
–¿Estaba muerto?
Lo tranquilizo. Lo halago.
–Por supuesto.
–Avisaré a la entrada.
–Port Sulfur.
–Diga dónde.
–Plaquemines Parish -pronuncio
«Plaquemines» para que rime con
«nines».
–¿Por…?
–¿Niveles privilegiados?
Decido tantearlo.
Me sumo a su risa.
–¿Lo exculparon?
Sacude la cabeza.
–A mí todo eso me suena a una teoría
descabellada. Me refiero a la muerte de
las coristas y todo lo demás. No sé
cómo puede llegar a todas esas
vinculaciones.
Espero en silencio.
Capítulo 29
Espero veinte minutos en la pequeña
biblioteca de Port Sulfur para usar uno
de los tres computadores, que están
ocupados por muchachos que leen sus
correos electrónicos. Intento hablar con
la mujer del mostrador, pero no es dada
a la charla. Le pregunto si recuerda el
caso de Charley Vermillion.
–No -responde.
–Se ha quemado.
–¿Cuándo ocurrió?
Un incendio provocado.
–¿Por qué?
Se echa a reír.
–¿Cuál es?
–¿Lo reconstruirán?
–No lo creo.
–Comprendo.
–Alex Callahan.
–Vaya. – Me mira.
–Así es.
–No.
–¿Qué más?
–¿Por qué?
–Porque está muerto, por eso. Se
estrelló con el coche, en Des Allemands.
No hubo ningún otro coche involucrado
en el accidente. Fue a dar directamente
en el pantano. Frankie era un conductor
muy agresivo, así que puede escoger:
¿fue algo que tuvo que ver con otro
conductor, o sencillamente que iba
demasiado de prisa y cogió mal la
curva? No se presentó ningún testigo.
Eh, ¿qué le pasa?
Sacudo la cabeza.
–Sí, el juzgado.
–¿Dónde es su cita?
–Túpelo Street.
–¿Cuáles?
–No lo creo.
–¿Está absolutamente seguro?
–Ahora sí.
–No lo hizo.
–Eso es.
Lester Flood levanta las manos con las
palmas hacia arriba.
A tierra quemada.
Charley Vermillion tenía una cápsula de
cianuro potásico sujeta debajo del
cuello de la camisa y se suicidó cuando
lo arrestaron. Un pirómano incendió el
edificio centenario del juzgado de
Pointe a La Hache donde estaba
archivada la petición de libertad de
Vermillion (después de diecinueve
años). Francis Bergeron, el abogado que
presentó la petición, cayó con su coche
desde un puente y murió en el pantano.
Los archivos informatizados del juzgado
se borraron, así que no queda registro
alguno de las actuaciones judiciales
referentes a la petición de Vermillion.
Capítulo 31
–Caramba.
–Gracias, Jez.
–¿Qué es?
–Fantástico.
–En 1996.
Capítulo 32
Paso los días en el juzgado de LaPlace,
las noches en el Comfort Inn. Mientras
leo los archivos, bebo litros de café y
hago un esfuerzo para mantener el
nombre de Byron en el primer plano de
mi mente. Sería muy fácil pasarme de
largo la orden de reclusión de la misma
manera que me olvido de girar y me
paso de largo Ordway Street cuando
regreso a casa del trabajo.
–¿Está en el coche?
–Sí.
–Aparque.
–¿Qué?
–¿Qué pasa?
–Pinky…
Exhala un suspiro.
–Bueno…
–Fantástico.
–De acuerdo.
–¿Boudreaux todavía tiene familia allí?
– pregunto. Me tiembla la voz. La
emoción es tan evidente que Pinky se
levanta las gafas y me mira desde el otro
extremo de la habitación.
Lo interrumpen de nuevo.
Capítulo 34
Llamo a la puerta. Una mujer de
cabellos grises con rulos de
gomaespuma rosa (nunca los había visto
antes, excepto en las viejas series de
televisión) grita desde la caravana
vecina:
–Lonnie murió.
–¿Un hechicero?
–Eso es…
Pinky me mira.
–Esto es de lo que hablaba Vicky. ¿Su
hermano se ahogó delante de él? Eso es
terrible. ¿Intentó salvarlo?
–Hum…
–¿Byron lo acompañaba?
Ralph se sonroja.
–Un truco.
–Estoy bien.
–¿Qué es eso del cachorro? – insiste
Pinky.
Dora asiente.
–¿Qué le pasó?
–Nada. Sólo ordenaron que visitara a un
terapeuta. Los Boberg se marcharon de
aquí tan pronto como pudieron.
Capítulo 35
–No, no lo conozco.
–¿Reprimirla?
–Gracias, Arthur.
–¿Hola?
–¿Sí?
–Necesito su ayuda…
–Sí.
–¿Qué más?
–No lo entiendo.
–Absolutamente.
–¿Esta noche?
Diment asiente, y luego se levanta y
camina hacia la puerta. Mientras
avanzamos por el sendero entre aquellas
pobres almas acurrucadas en la
oscuridad y el calor, Diment formula una
pregunta que no puede ser más extraña:
–¿Qué talla?
Harami asiente.
–Desaparecieron el 31 de mayo.
Capítulo 37
En el camino de regreso a Morgan City,
suena el teléfono de OnStar. El sistema
es de manos libres y la voz suena por
los altavoces del BMW.
–Aquí Pinky.
–¿Señor Streiber?
–C’est moi.
–¿Qué es?
–Así es.
–Comenzó a presentar las peticiones de
libertad desde el primer año en que lo
encerraron, pero no consiguió nada hasta
el noventa y cuatro. Ésa fue la primera
vez que el comité estudió su caso, a
pesar de que era un tipo ejemplar, con
todos esos estudios y el doctorado.
Según mi fuente, a pesar de que había
asesinado a su padre, había montañas de
páginas sobre los supuestos abusos que
Byron había sufrido a manos de su padre
cuando era un niño. Ninguno de ellos se
lo acababa de creer, pero…
–¿Y bien?
–Sí.
–Quizá.
Permanezco en silencio.
–Por tanto, iré con usted.
Pinky resopla.
–Vengo a ver…
–Sólo…
El gigantón lo secunda.
–¡Ten fe!
–¡Confía!
–¡Ten fe!
–¡Amén!
–¡Oh, sí!
–¡Dulces sueños!
Es ensordecedor.
Aunque de verdad no lo aguanto, de
alguna manera soporto el ruido. Cuando
se acaba, descubro para mi gran
sorpresa que estoy rezando. Rezo de una
manera atropellada, sin ton ni son, repito
el padrenuestro una y otra vez, hasta
convertirlo en un montón de sílabas sin
sentido. No soy una persona religiosa, y
la riada de palabras en mi cabeza me
parecen un truco barato. También una
especie de colapso. No tendría que
permitírseme rezar cuando no es algo
que hago regularmente. Es como coger
algo que no me pertenece.
«Padrenuestroqueestásenelcielosantificad
Aun así, no puedo callarme.
«Vengaanosotrostureinohágasetuvoluntade
cielodanoshoynuestropandecadadíaperdon
alosquenosofenden.»
«Nonosdejescaerenlatentaciónylíbranosde
El sonido de mi respiración.
Capítulo 39
–No.
–¿El Marassa?
–Sí, los gemelos. Ellos hacen que caiga
la lluvia, hacen las hierbas que curan a
los enfermos. Los dos en uno simbolizan
la armonía del mundo tal como debe ser,
el equilibrio entre la tierra y el cielo, el
fuego y el agua, los vivos y los muertos.
–Los gemelos.
–¿Una ceremonia?
–Ése es…
Levanta una mano para hacerme callar.
–Más o menos.
–No. Pero…
–Vivo en mi cuerpo.
–Lo siento.
Él sacude la cabeza.
No sé qué responder.
Tiende una mano hacia mí en un gesto
de… bendición.
–¿Qué?
–La magia.
Asiente.
–Su padre…
–¿Qué es esto?
–Mire -responde Diment.
–Dele la vuelta.
–Sí.
Se terminó el Castillo.
10 de agosto de 2000
Point Arena, CA
–¿Quién es ése?
–¿De qué?
Capítulo 40
–Oscuro.
Me encojo de hombros.
–¿Pero no puede?
Me encojo de hombros.
–¿Cortisol?
–¿Es necesario?
–Por supuesto.
–Perfecto.
–Vaya.
Capítulo 41
El Magic Castle es una mohosa mansión
victoriana situada en las colinas por
encima de Hollywood. John DeLand
encaja perfectamente con el entorno.
Tiene los cabellos blancos y erizados,
los ojos de un color azul claro y la
mirada aguda. Las gafas bajadas sobre
la nariz larga. Viste un lustroso traje
negro de corte antiguo y un chaleco con
una cadena de reloj. La palabra
«justillo» aparece en mi mente. La única
nota discordante es el gran reloj digital
azul con una pulsera de velero en su
muñeca izquierda.
–Sí.
Se reclina en la silla y me observa con
sus ojos azul claro.
–Vaya.
–Vaya.
–¿Sí?
–Comprendo.
–Para los viejos trucos como los que
hacía Carrefour, el mago solía tener a un
niño como ayudante. A menudo, era su
propio hijo. No llegamos a las chicas
guapas hasta un poco más tarde. Ya sea
una muchacha bonita o un niño, en
ambos casos los ayudantes son
sirvientes del mago y se emplean para
reforzar su poder. En realidad, la
introducción de la mujer representó un
cambio en la dinámica. El mago y su
bella ayudante son algo así como un dúo
sexualizado. Con el chico, lo que tenías,
en cambio, era un simulacro de vida
familiar.
–Padre e hijo.
–Exactamente. El poder del mago era el
de un patriarca, aunque en algunos
casos, se parecía más a una relación
amo-esclavo o, como dirían algunos,
dios-hombre. Uno de los trabajos del
ayudante, por supuesto, es servir como
agente de la distracción. El mago quiere
que el público no mire lo que está
haciendo, así que si, por ejemplo, le
lanza una pelota a su ayudante, todas las
miradas seguirán la pelota, es instintivo.
Como una fuente de distracción, una
mujer con poca ropa funciona; también
es instintivo mirar a dichas criaturas,
pero no consiguen ganarse el afecto del
público, como ocurre con los niños. No
consiguen poner a los espectadores de
su parte de la misma manera que un
niño.
–Qué me dice.
–¿Manuales?
–¡Increíble!
–Efectivamente. Si el ayudante no se
movía en la secuencia correcta, el mago
olvidaba la secuencia, o se confundía, el
ayudante podía acabar muerto. – Hace
una pausa para coger aliento-. Dios mío,
¿le preocupa que sus hijos…?
–Creo que Boudreaux podría estar
utilizando a los niños en alguno de sus
números.
–Vaya.
–¿Por qué?
–¿Qué admiradores?
–No, es francés.
Sacudo la cabeza.
–¿Cuál era?
El público.
Capítulo 42
–Adelante.
–¿Carrefour?
Capítulo 43
Hay docenas de maneras por las que
Boudreaux puede haberse enterado de
que le sigo la pista, pero el hecho de que
sepa dónde me alojo reduce el campo de
fuentes potenciales a las personas de
Los Ángeles. Porque nadie más sabe que
estoy aquí.
–¿Qué?
–Al buscar en los registros, encontré una
cosa. Ahora lo tienen todo
informatizado. Estaba tratando de
averiguar si el tipo había pagado la
contribución urbana en Beverly Hills,
cosa que no hizo, pero su nombre
apareció en un caso.
–¿La TBI?
–Perfecto.
Quiero saber si tengo algún mensaje en
el hotel, y quizá llamar a Shoffler. Ver si
tiene algún consejo.
Capítulo 44
–¿Qué pasó?
–Pero…
–Belga.
–Por supuesto.
–¿Cuál es el libro?
–Quizá.
–¿Caballo o crack?
–Quiero un arma.
Se encoge de hombros.
Lo tomo.
–Sí.
–Entonces todo lo que necesitas es su
contraseña.
–¿Por qué?
–¿Adivinarla?
–¿Cuáles? – pregunto.
–«Contraseña.» Ésa es la más común.
También «Cámbiame» es muy popular,
al igual que «Cambiaesto». Después
tenemos los nombres de las mascotas.
¿El tipo tiene un perro?
blackstone
kalang
thurston
kellar
copperfield
siegfriedandroy
siegfriedroy
siegfriedundroy
blaine
maskelyne
sorcar
lanceburton
pennteller
pennandteller
johndeland
karlkavanaugh
abracadabra
ábretesésamo
sésamo
hocuspocus
pocushocus
Suite 210
Anchor Bay, CA
Capítulo 45
Cuando cruzo el Golden Gate, después
de ir en caravana desde el aeropuerto,
son casi las cinco. La dirección que
encontré en la red, con el número de la
oficina, es efectivamente un despacho y
no donde vive Mertz. Quizá tenga que ir
al registro del condado de Mendocino,
en Ukiah, para averiguar cuáles son las
propiedades que pertenecen a Luc Mertz
o Sequoia Solutions, pero ahora lo que
hago es ir directamente a Anchor Bay.
No es una metrópolis. Si Mertz vive en
la zona, quizá haya alguien que lo
conozca.
Estoy muy cerca de Cloverdale cuando
llamo a Shoffler. Tal vez conozca a
alguien de la policía local, alguien que
pueda ayudarme.
–¿Dónde?
–¿Lo sabe?
–¿Puedo ayudarlo?
Piensa un poco.
–¿Canadá?
–¿Qué ocurre?
–El carné y la documentación del coche
-responde.
–¿Qué?
–¿Qué, Alex?
Capítulo 46
–Pero, su señoría…
–Siguiente caso.
Me encaramo a la tarima y me
desplomo.
Capítulo 47
–¿Qué es «carnivo»?
–¡Papaaaá!
Es mi reloj.
Me despierto bruscamente,
sobresaltado. Todavía es de noche, y la
niebla es tan espesa que apenas si veo a
un par de metros. Me bebo lo que queda
de agua, después de lidiar con la tapa de
la botella porque tengo los dedos
helados. Tengo la sensación de ser un
anciano centenario; me duele todo el
cuerpo. Espero a que los ojos se
habitúen a la luz. Intento hacer unos
ejercicios de estiramiento.
Media hora más tarde, comienza a
clarear. Detrás de la plataforma, en el
lado opuesto de la roca, hay una
pequeña cornisa, casi un nicho. Debe de
tener unos cuarenta centímetros de
profundidad, pero por arriba tiene un
saliente. El único modo de meterme en
ese hueco sería agachado. Lo descarto.
Un coro de carcajadas.
–Bueno, vale.
No sé qué responderle.
Se encoge de hombros.
–¿Quién?
–¿Por qué?
–Respóndele -susurro.
–¿Qué más?
Más carcajadas.
–De acuerdo.
–Sí.