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Candy27
Traducción
3lik@ NaomiiMora
AnamiletG Rimed
Arifue Rose_Poison1324
Candy27 Sofiushca
Mais Wan_TT18
Mer Yavana E.
Manati5b Yiany
Marbelysz YoshiB
Maridrewfer
Recopilación y Revisión
Mais
Diseño
Evani
Índice
Sinopsis Capítulo 19 Capítulo 38
Pero luego se encuentra con Sid, una viajera despiadada de muy lejos
que susurra rumores de que la Alta Casta posee magia. Sid tienta a
Nirrim a buscar esa magia por sí misma. Pero para hacer eso debe
entregar su antigua vida. Debe depositar su confianza en esta astuta
extraña que sobre todo pide que no confíen en ella.
H
abía señales de advertencia en el Distrito ese día que
cualquiera podría haber visto. Los niños deben haber visto el
peligro en sus propios juegos, en las lunas crecientes, cortadas
bruscamente en hojalata, que ellos estaban enganchados del hilo de
pescar en palos y colgados para proyectar sombras bajo el pálido sol.
Ellos sabían, como yo sabía, que el festival significaba que la milicia
estaría en vigor, buscando llenar sus cuotas de arrestos. Encontrarían
suficientes infracciones en el Distrito, ya sea por beber o vestirse
inadecuadamente o cualquiera de las muchas ofensas que puedas
cometer cuando eres un Medio Kith.
Tal vez debí haber sido más cuidadosa desde el momento en que vi al
ave desde mi pequeña ventana en mi pequeña habitación en el ático de
la taberna; tan fría que había tenido que ir a la cama completamente
vestida. Ethin —un bonito nombre para una ciudad, y esta ciudad era
bonita para el correcto tipo de gente—, es usualmente calurosa, tan
calurosa que pequeñas flores hindús moradas crecen de las grietas de
muros derruidos. Delgados dedos verdes se clavan profundamente en la
piedra. Una pesada esencia, espesa el aire caliente. Pero de vez en cuando
sopla un viento del oeste que congela los huesos de todos, Medio Kith,
Alto Kith y Middling por igual. La gente dice que las lágrimas de granizo
cubren la arena rosa de las playas afuera de la ciudad. Dicen que los
árboles más allá del muro se vuelven enjoyados por claras perlas de hielo,
y que el Alto Kith bebe caliente chocolate amargo en las fiestas al aire
libre donde sus risas son encaje blanco en el aire frio.
Dime.
Capítulo 2
Traducido por Manati5b
—C
ualquiera podría atraparlo.
—Un niño podría hacerlo —dijo Annin—. Los he visto trepar por los
costados de los edificios a lo largo de las cañerías.
Annin parecía afligida. Tenía la piel inusual para una Herrath: más
pálida que la mayoría, incluso lechosa, con pecas que le espolvoreaban
las mejillas y los párpados. Había una fragilidad en sus rasgos —pestañas
claras, ojos azules, una boca pequeña con esquinas delicadas hacia
arriba—, que la hacían parecer mucho más joven que yo, aunque éramos
casi de la misma edad.
—Pica las cerezas —le dije—, las necesito para los pasteles.
1
N.T. Unidad de medida anterior al establecimiento del sistema métrico decimal que se
usa.
—El ave no morirá —dijo Annin—. Es el ave de los dioses.
Morah olisqueó.
—Si muriera, se habría ido —dijo Annin—. No puedes hacer nada con
eso.
Y sus huesos huecos, que tocan una melodía melodiosa cuando los
soplas.
D
icen que la canción del ave Elysium te hace soñar.
T
erminé de hornear los panes estampados. Raven los llevaría
a un barrio, fuera del Distrito y dentro de la ciudad
propiamente dicha, que nunca había visto. Raven había
heredado el privilegio de vender sus productos en los Distritos exteriores
de la ciudad, más allá del Distrito amurallado que marcaba el centro de
la ciudad como la semilla de una fruta. Raven nació como Middling, por
lo que se le permitía entrar y salir del muro. Muchos Middling
comerciaban con nosotros. Algunos de ellos incluso se quedaban en la
taberna como invitados de pago, pero Raven era la única que conocía que
había elegido vivir en nuestro Distrito. Esa elección le daba un estatus
complejo entre los Medio Kith. Algunas personas la respetaban más.
Otros la creían loca. Pero, aunque este era un secreto que nunca podría
compartir, sabía que había venido a vivir aquí por bondad. Había venido
a ayudarnos.
Una vez le pregunté a Raven cómo era pasar más allá del Distrito,
cómo era el resto de la ciudad. Me dijo que le cepillara el pelo y me
guardara las preguntas.
—¿Por qué? ¿Por qué los Medio Kith deben quedarse en el Distrito?
—«Son como son» —dijo, que era lo que todos contestaban a esa
pregunta.
La respuesta era como una tela raída y tan delgada que se podía ver
la luz y la sombra a través de su tela.
—Te di un hogar.
Su cabello era de un color plateado temprano, grueso y fuerte y fácil
de anudar. Cepillé suavemente.
—¿No es mejor ahora, sin las pesadillas? —dijo Raven—. Las tenías
incluso estando despierta. Tus trances. Decías las cosas más extrañas.
Has crecido, gracias a los dioses.
Esbocé su rostro.
Esto es mejor que bueno, dijo ella. Esta soy yo. Esta es mi cara en un
espejo.
Podía.
Perfecto, dijo.
Sí, dijo.
Pensé: lo deseo.
¿Qué es? dije. Me gustaba ser buena en lo que me pedía que hiciera.
A ella le complacía. Me hacía sentir segura.
Muy bien.
Lo hice. Tuve que ponerme de rodillas para hacerlo como ella quería:
la palma completamente plana, los dedos extendidos. El terrón de azúcar
se había disuelto. Mi boca estaba llena de dulzura.
E
l día en que el ave Elysium llegó al Distrito, Raven me envió a
hacer un recado. Me hizo meter un pan grabado en una bolsa
de cordón de muselina que Annin había bordado hábilmente
para mostrar la insignia de la taberna: una lámpara de aceite encendida.
Raven abotonó el botón superior de mi abrigo, que era su abrigo, y estaba
hecho con un paño más fino que cualquier cosa que poseía; pero el
marrón oscuro era lo suficientemente discreto como para que lo usara un
Medio Kith.
—Habrá muchas tonterías en las calles —dijo ella—, con este viento,
el festival y esa ave abandonada por los dioses. Mantén la cabeza.
—Pero Annin.
—Se mataría yendo tras ello. ¿Crees que la dejaré salir de mi vista?
La ataré si tengo que hacerlo.
Asentí, pero sentí una pequeña tristeza. Recordé cuando Annin llegó
la primera vez. Era descuidada. Dejaba que la comida se quemara en la
estufa. Olvidaba cambiar las sábanas de un huésped, un comerciante
Middling. Una vez encontré a Annin durmiendo en la cocina, con la
cabeza apoyada sobre sus brazos en la mesa, un cuchillo cerca, las pieles
de cebolla flotando en el suelo, la sandalia desatada. Le aparté el oscuro
cabello rojizo del rostro. Mejillas redondas y suaves. El rostro de una
muñeca. Ella babeó un poco: un brillo húmedo en su boca. Me arrodillé
a su lado y le até la sandalia.
Los edificios del Distrito eran brillantes con pintura blanca. Los
hombres Medio Kith habían dado a las paredes una nueva capa de cal,
como era tradición todos los años en el festival de la luna. El olor a
pintura nueva llenaba el aire. Los edificios del Distrito fueron tal vez, una
vez hermosos.
Raven dijo que eran más viejos que cualquier cosa más allá del muro.
Los arcos de piedra sostenían los muros de piedra a su altura,
inclinándose sobre las estrechas calles. Los arcos parecían no tener
ningún propósito. Supuse que eran arquitectónicos. Sin embargo, a
veces, los miraba y veía toldos de tela reluciente sobre el sol, cubriendo
los pasillos de abajo.
¿Es un diezmo? La madre susurró. Pero no hice nada malo. Soy muy
cuidadosa. ¿Qué hice mal?
2
N.T. Plaza de las ciudades griegas. Espacio abierto centro del comercio, cultura y
política de la vida social de los griegos.
Nunca había ninguna respuesta. De vez en cuando veía a esa mujer
en el Distrito, aunque siempre miraba hacia otro lado. Todos nosotros en
el Distrito vivimos nuestras vidas en espacios vacíos, pero ella se convirtió
en el vacío.
—Mi dulce Nirrim —dijo ella, lo que me hizo sentir tan cálida como el
té, tan cálida como el fuego. Ella dijo—. Lloverá.
Sonreí.
—¿Cuándo?
—¡Aden!
Se aparta. Era una cabeza más alta. No levanté mis ojos, pero
mantuve mi mirada en su bronceada garganta. Su alegría se agrió. Si
miraba hacia arriba, vería su ancha boca adelgazarse, sus ojos claros
entrecerrarse. Una muesca siempre se formaba entre sus cejas cuando
fruncía el ceño. Eso estaría también.
Era verdad. Nos habíamos besado, y más, pero había puesto fin a eso.
—Entra — dijo.
Normalmente, durante un viento helado, sería casi tan frio dentro de
una casa del Distrito como afuera. Nuestras casas no fueron construidas
para el frio, ya que rara vez llegaba. Aden comerciaba en el mercado
negro. Lo que significaba que su casa tenía algunas comodidades que
otras no. Un brasero brillaba con brasas. Luz naranja brillaba contra las
paredes blancas y limas de la primera habitación. Medio Kith debía
mantener las paredes de su casa blancas, al igual que siempre deben
usar colores apagados. Aunque algunas personas del Distrito podían
tallar sinuosas sillas, dar forma a exquisitos sofás, mesas artesanales
con pequeños patrones de incrustaciones de hueso, tales muebles eran
vendidos a los Kith superiores más allá de la pared. Todo lo que poseemos
debe ser simple.
Tal vez debería ser aprendiz de imprenta, le dije. Soy buena con el
papel y la tinta. Podría ganar un poco.
Pero te doy todo lo que necesitas, dijo Raven. Siempre cuidaré de ti.
Solo desearía tener dinero para contribuir también, le dije. Para los
documentos. No deberías pagar por todo.
3
N.T. Instrumento que sirve para hacer señales telegráficas por medio de la reflexión de
un rayo de sol en un espejo.
aroma. Mis panes grabados eran suaves por dentro, con una textura
aireada y fundente.
El pan era una cosa riesgosa. Muy dulce para gente como nosotros.
Aden dejó la hogaza sobre una mesa que tenía un cuenco lleno hasta
el borde de semillas.
Pero sería una mentira, le había dicho a Raven cuando me sugirió que
falsificara los pasaportes, que se los daría a quienes más los necesitaban.
Estaba ansiosa por el riesgo, tanto para ella como para mí. Y no me
gustaba mentir. Me era difícil decir lo que era real. Las mentiras lo
empeoraban.
—Vi que el ave se alejaba volando —le dije a Aden, lo cual era bastante
cierto, pero esperaba que le hiciera pensar que el ave se había ido.
—Está en algún lugar del Distrito, lo sé. —La sonrisa de Aden había
vuelto.
—No seas tan negativa —dijo—. ¿Por qué no debería cazar al ave tan
bien como a cualquier otra persona?
Tomé las latas de Aden y las revolví. Mostraba familias con niños
pequeños. Un bebé. Los padres del bebé. Una chica con ojos muy abiertos
y sobresaltados. Hice que las latas desaparecieran en un forro secreto en
el cuello de mi abrigo, donde su rigidez, incluso si se sentía, se tomaría
como cartulina destinada a endurecer el cuello.
—Podríamos ir más allá del muro juntos —me había dicho, colocando
el pequeño cuadro de estaño en mi palma—. Y trabajar en el Distrito
Middling. Pero no podría dejar mi casa. No podría dejar a Raven, que me
necesita.
Me besó y lo dejé. Algunas veces puede ser tan bueno darle a alguien
lo que quiere que es la siguiente mejor cosa obtener lo que quiere. Su
duro cuerpo estaba cálido cuando me incliné hacia él. Su boca tenía
hambre en mi cuello, debajo del flequillo de mi cabello hasta mi barbilla.
Pretendí que su hambre era mi hambre. Lo besé de vuelta, y el silencio
dentro de mí ya no se sentía tan grande, tan pesado.
Pensé, él me ama.
C
uando todavía vivía en el orfanato, después de la muerte de
Helin, me pasaría horas en una ventana. Uno pensaría que
podría mantener mi atención, desde que la vista era solo el
ladrillo de una pared opuesta. No estaba mirando la vista sino a mi
reflejo. Pretendía que la chica que veía era alguien más. Una amiga. Una
hermana. Una Alta Kith cuya vida yo solo podía imaginar, con pantuflas
de seda y zorros de mascota tomados de las playas color de rosa y
domesticados y atados con cintas. Quién podría apilar un castillo de
terrones de azúcar. Quién dormiría hasta tarde. Quién viviría tan
tiernamente que era como si estuviera alojada dentro de una flor. Esa
chica no tenía miedo a nada.
Tan valiente.
Tan tonta.
Capítulo 7
Traducido por Manati5b
M
iré hacia abajo al pavimento giratorio. La cañería de metal
me congeló los dedos. Me robaron el aliento. El ave sobre mí,
trinó.
No había nada más que silencio sobre mí. El ave probablemente había
volado a otro lugar.
Se me ocurrió que el ave me quería tanto como yo. Que sabía que
estaba llegando, que estaba mirando, pequeña, con la cabeza en cresta
ladeada, las plumas de la cola de color rosa, verde y escarlata. En mi
mente pude ver su pico corto y oscuro. Sus pequeños ojos esmeraldas.
Me cantaba.
A
lgo agarró mi pie. Me sobresalté, y me habría salido
completamente de la tubería si no fuera por mi agarre sobre
los trastes de la canaleta.
—Fuera de mi camino.
—¡El ave se va volando! —Su cara brillaba de sudor—. ¡Fuera, por los
malditos dioses! —Tiró de mí. Me deslicé, con mis manos saliéndose del
traste.
—Déjame ir.
No soltó mi tobillo.
Su palabra final hizo eco entre los edificios, pero con una voz de otro
mundo, más alta que la suya propia. Era el ave. Mía, cantaba.
S
ubí la enredadera y sobre el tejado. No me verían desde abajo,
pero tenía que alejarme lo más posible. El miedo me cubría
como la pintura. Corrí por la azotea, agachándome alrededor
de la cisterna para recoger la lluvia. La noche había caído casi de verdad,
y la cisterna estaba cubierta de hielo negro y delgado. Rasgué el cuello de
mi abrigo: el abrigo de Raven.
No lo estaría.
No lo soy.
¿No te preguntas, diría ella, por qué las cosas «son como son»?
Pude ver, ahora, toda la ciudad. La gruesa cinta blanca del muro se
envolvió en un círculo serpenteante a mi alrededor. Más allá yacían los
barrios superiores, sus agujas rematadas con orbes plateados y dorados.
Las mantas oscuras, densas y ondulantes me confundieron hasta que
finalmente me di cuenta de que debían ser copas de los árboles. Los
Distritos superiores brillaban con luces de colores. Parecía haber un
patrón: algunas áreas de la ciudad brillaban con ventanas rosas, y otras
con verde, otras con azul: un código, tal vez, que diferenciaba un barrio
de otro. En lo alto de la colina, los tejados no eran planos como en el
Distrito, sino que a veces se convertían en torres puntiagudas con
ventanas hinchadas y costuras negras de balcones de hierro forjado. Un
gran edificio tenía figuras fantasmales que rodeaban una enorme cúpula
brillante con cristales rubíes de vidrio iluminados desde el interior. La
gente, pensé al principio, sumergida en pintura blanca.
Extraño, imposible.
Cómo te extrañaría.
El frío se apoderó de mí, pero estaba caliente por dentro con la culpa.
El sentimiento se acurrucó contra mí. Presionó contra mi corazón como
un animal blando y durmió en mi regazo.
Capítulo 10
Traducido por Rose_Poison1324
U
n ligero pinchazo en mi muñeca me despertó. Me sobresalté,
sacudiendo mi muñeca con fuerza, segura de que me habían
visto, que me habían atrapado, que un soldado estaba
deslizando un grillete en mi muñeca. Pero el pinchazo desapareció, el aire
golpeó mi rostro y lo que vi no fueron hombres uniformados, sino el ave
Elysium que despegó desde mi muñeca. Flotó por un momento frente a
mí antes de irse.
—Shh —dije, lo cual era una tontería… ¿qué ave obedecía a una
persona? Pero, se detuvo a media canción. Metí la mano en mi bolsillo
por semillas… las semillas de Aden. Mía, recordé al ave cantar. No parecía
que me perteneciera, sino que me decía que yo le pertenecía a él.
Su cuerpo era solo un poco más grande que mi mano, pero su cola
flotaba largo, la punta casi hasta mi codo. Trinaba: un sonido
burbujeante. Acaricié su cabeza y lo permitió, apoyándose en mi toque.
Cuando volvió a borbotear su música, acaricié su garganta. Debajo de
sus plumas había una vibración ligera, como un ronroneo.
El ave olfateó entre las semillas, buscando sus favoritos, que eran
unos delgados óvalos negros.
E
llos pueden quitarte cualquier cosa.
Una vez vi a una mujer a la cual le habían cortado las pestañas hasta
los párpados. Las pestañas, sabía, serían hechas como pestañas postizas
para que alguna dama las usara.
Nunca había visto Un-Kith, pero sabía que existían. Limpiaban los
desechos de las alcantarillas. Trabajaban en los campos de caña a las
afueras de la ciudad. Había oído, que era una opción ofrecida a los peores
delincuentes en el Distrito: ¿muerte o Un-Kith? Sirah, que había sido
encarcelada más de una vez, dijo que a veces los guardias barrían la
prisión y sacaban al azar a un Medio Kith de las celdas. Ella nunca los
volvía a ver.
Él sonrió.
¿Qué lo hacía tan diferente a mí, aparte de donde nació? Sus ojos
eran de un color común, gris, su piel no era más clara ni más oscura que
la mía, su nariz tenía una forma delgada y larga similar a la de Raven, su
boca era una línea sin humor. No podía ver su verdadero cabello, porque
el negro intenso y espeso que veía, contra su cara envejecida, sugería una
peluca hecha del cabello de alguien como yo. Si era tan malo ser Medio
Kith, si mi nacimiento me colocó dentro de un muro del cual nunca
podría salir, ni siquiera para ir a la cárcel, un muro que estaba integrado
en una parte a lo que fue un orfanato. Entonces, ¿por qué este juez
usaba partes del cuerpo de un Medio Kith? Quería preguntarle, pero
sabia la respuesta: «Son como son».
¿Lo harías?
Ella diría: Lo que sea que hiciste o fuiste antes de venir a mí no importa
y nunca me importó, no a mí.
—No.
—No estabas muy lejos de donde fue encontrado el cuerpo. ¿Tal vez
viste algo?
—No.
—¿De verdad?
El frío brotaba por los muros de piedra. Solo usaba pantalones, una
túnica delgada y sandalias, la ropa que normalmente se usaba durante
todo el año y que los Medio Kith usaban incluso durante un viento
helado, porque sabíamos que el calor volvería y no podíamos permitirnos
el lujo de pagar algo para usarlo un período tan breve de tiempo.
—Un corte pasado de moda —dijo el otro hombre—. Una pena por el
cuello rasgado. Pero buena tela. ¿Cómo podría alguien como tú pagarlo?
Pero, alégrate niña porque te lo quitamos, o el juez también te habría
tenido por robo.
Era mayor que yo, la edad de un hombre con hijos. Era grueso de
músculos, su barba perfectamente recortada y brillante a la luz
proyectada por la linterna en el pasillo. Podía oler el aceite de su barba.
Lo imaginé acariciándola por la mañana, recortándola así, haciendo que
su apariencia fuera ordenada.
Se rasparía contra mi cara. Tal vez más tarde, cuando todo terminara,
mi mejilla tendría una erupción.
—Disculpen —dijo una voz que no era del soldado—, pero mi celda
está mohosa. Podría usar un buen fregado. ¿Quizás uno de ustedes
podría ver eso mientras el otro me trae una buena cosecha de vino?
Se hizo un silencio.
Abrí mis ojos. podía ver un poco mejor la sombra en la celda frente a
la mía, ahora que los guardias no bloqueaban mi vista. La luz proyectada
por la linterna de aceite en el pasillo era tenue, pero aún veía la forma de
un hombre joven, con el pelo cortado cerca de la cabeza, con pantalones
más ajustados de lo que me pondría alguna vez y una chaqueta hasta la
cintura, con el cuello alto permitido a hombres de mediana edad. Se
recostó contra los barrotes, una mano lánguida colgando entre ellos,
dedos delgados y largos. Era más alto que yo, pero no por mucho, las
líneas de su cuerpo se veían borrosas en la oscuridad, relajado y
perezoso.
Dudó, la primera vez que lo había visto hacer una pausa. Hasta
ahora, había hablado tan rápido después del final de las palabras de
alguien, que era como si hubiera sabido antes de tiempo lo que esa
persona diría. Finalmente, dijo:
—¿Por qué?
—No va conmigo.
—¿Por qué?
—Adulación.
—¡Honestidad!
—Nirrim —dije.
Estaba confundida.
—¿Qué es un apellido?
Me sentí avergonzada de saber tan poco sobre cómo era fuera del
Distrito, y que un Middling conociera muchos más de lo que yo sabía del
mundo. Él ni siquiera era un Alto Kith.
—No —dije.
—Te creo.
—Robé un ave.
—No lo soy.
—¿No?
—No lo sé.
Él sonaba divertido.
—¿Asesinaste a alguien?
—Oh.
—Ese esposo llegó a casa. Se puso bastante molesto. Quería
castigarme, y casi no puedo culparlo. Era bastante obvio que a ella le
gustaba mucho más lo que yo le hacía, que lo que él hacía por ella. Ahora,
él no quería que lo que había pasado fuera ampliamente conocido. Le
daría vergüenza, ya sabes. ¿Cómo resolver su dilema? Acusarme de robo,
me manda a la prisión local, y allí me castigan y se libra de mí.
—Nunca lo haría.
—Absolutamente nada.
—¿Eso te lastimó?
—¿La amas?
—¿Oh, bueno?
—¿El diezmo?
—La multa.
No me había dado cuenta de que solo los Medio Kith debían para por
sus crímenes. La bola en mi vientre se convirtió en piedra.
—Por supuesto.
—Fui afortunada.
—Mucho peor.
—Tu gente siempre dice eso. Es algo tan vacío para decir. ¿Qué
significa realmente?
—¿Nirrim?
Déjalo hablar consigo mismo, si estaba tan aburrido. Él, que podría
insultar a un guardia y salirse con la suya. ¿Cómo podía hacer algo así,
incluso como un Middling?
No me importó.
—Sé que la prisión es diferente para mí, que para ti —dijo—. Fue
estúpido de mi parte olvidar eso, y actué como si esa diferencia no
importara. Por favor, perdóname.
—Entonces, duerme.
—No lo harán.
—¿Lo harás?
—Sí.
—¿Nirrim?
—Sí.
—¿Mal sueño?
Escuché un suave golpeteo: tal vez sus dedos ondeando contra los
barrotes.
—Supongo que sí, eso es cierto. Además, planeo dejar esta isla en
poco tiempo.
—¿De verdad?
Nunca había oído hablar de un vino así. ¿Se estaba inventando esto?
No queriendo revelar mi ignorancia sobre la vida más allá del muro, dije:
—No pareces alguien que tenga problemas para decir lo que piensas.
—Hablas demasiado.
—Entonces, ¿por qué te permitirías beber este vino en las fiestas? ¿No
te preocupa que la gente escuche tus verdades?
—Pero tu ropa.
—No.
—Me gusta cómo dices esa palabra. Me hace parecer tan exótico.
—No lo sé. —Froté mis brazos. Sentí escalofríos, no solo de frío sino
de mi propia ignorancia. No sabía nada sobre el continente.
Había tantas cosas que nunca había visto. El resto de esta ciudad,
más allá de la muralla. Las playas, los campos de caña de azúcar. ¿Pero
otros países? ¿Un mundo entero? La inmensidad de todo lo que había
por conocer me hizo sentir pequeña.
—Este país tiene algo que ningún otro país tiene, no en todo el
mundo, hasta donde sabemos.
—¿Qué tenemos?
—Brazo —ordenó.
Cuando me acerqué a los barrotes, no pude ver a Sid más allá del
cuerpo del soldado, y estaba agradecida de que esto significara que Sid
no tenía la satisfacción de verme. Pasé el brazo que no había sido
pinchado ayer a través de los barrotes. El soldado no fue exigente en
encontrar una vena. Golpeó, murmurando para sí mismo mientras yo me
estremecía, hasta que la aguja se deslizó correctamente. No podía ver el
flujo de sangre a través del tubo, no en esa luz tenue, pero sentí que me
abandonaba.
—Un vial.
—¿Por qué hay Kith? ¿Por qué algunas personas están hechas para
vivir detrás de un muro?
—No lo sé.
—¿Lo es?
—Sí. Deberías conocer la historia de tu propio país.
—¿Conoces el tuyo?
—Muy bien —dijo—. ¿No quieres entender por qué vives como lo
haces?
—Magia —dijo.
Capítulo 13
Traducido por Rimed
C uando desperté, pensé que tal vez había soñado lo último que él
había dicho.
—¿Valoriano?
—¿Eres de allí?
—No.
—Sid…
—Tienes una bonita voz, ¿lo sabías? Suave pero seria. Cálida
también. Como la constante llama de una vela.
—Sí.
—Hasta donde sé, magia que te permite creas cosas fabulosas, como
relojes de bolsillo que no dicen la hora, sino las emociones de la gente a
tu alrededor. Si tuviera uno ahora, estarías cerca de las doce de mi reloj,
y el brillante color de esa marca me diría que estarías experimentando
una lenta pero seria y completamente entendible atracción hacia mí. Por
supuesto —continúo él por sobre mi enojado balbuceo—, es difícil saber
lo que la magia podría hacer aquí. El foco aquí está en la producción de
juguetes y experiencias frívolas. Me encanta.
—Sí.
Dicen que había magia en esta ciudad cuando los dioses aun
caminaban entre nosotros, que algunas personas estaban tocadas por
ellos. Tenían el favor de esos seres y una sombra de su poder. Eran
historias vagas, con la calidad de un sueño que comienza a escaparse en
el momento en que lo describes. No sabía qué tanto creer en las palabras
de Sid.
—Podrías dejar la ciudad —dijo él—. Esta isla. Ver el mundo. Podrías
ir al reino oriental de Dacra y flotar por los canales que fluyen por la
ciudad como venas plateadas.
—No —dije.
Hubo un silencio.
—No puedes decirme que te gusta tu lote. Nunca has visto nada más
allá de tu Distrito, salvo esta prisión donde tu sangre es drenada a diario
porque hiciste una buena acción devolviéndole su mascota a una dama
descuidada.
—Sí.
—El Distrito es tan grande como una pequeña ciudad —dijo él.
—Sí. —No veía que tenía que ver el tamaño con nada.
—¿Qué es un idioma?
—¿Disculpa?
—Un idioma.
—¿Tadranas?
—Es como les decía a las ranas cuando era pequeño. Mi madre aún
me molesta por eso.
Pensé en Raven.
—¿Nirrim?
—Toma el mío.
—O dormir.
—Exacto.
—No, gracias.
Agarré el abrigo.
—Siempre.
—Difícilmente sorprendente.
Intenté imaginar a la mujer con la que lo habían atrapado. Rasgos
frágiles. Largo cabello castaño. Exquisitamente bonita. Sí, él disfrutaría
a alguien así. Empuje el último botón en su agujero.
—¿Qué cosa?
—¿Casi?
Él rió.
—Mentiroso.
—Cuéntame más.
Yo estaba callada.
L
as camas se alineaban en el dormitorio del orfanato como
huesos rectos y pulcros. Cada noche, las chicas se lavaban la
cara y las manos y entraban en silencio al pasillo, con el
cabello trenzado en una cuerda escuálida que caía sobre el hombro
izquierdo, camisones idénticos hechos de sarga rígida donados por un
generoso Señor Alto Kith y cosidas por nosotras. Los bebés, le dije a Sid,
tenían compañeros de cuna. A veces pasaba por el ala de los bebés y los
veía amontonados como cachorros flacos. Lo extrañaba. Podía recordar
cuando yo también había dormido así. Sé que parece asombroso que
pueda recordar ser tan pequeña, pero lo hago. Recordé cómo el juego de
sombras y luces de los listones de la cuna caía sobre el bebé sin nombre
que respiraba superficialmente a mi lado, que nunca sería nombrado.
Una sombra revoloteó sobre su pecho. Una polilla oscura, pensé, aunque
no tenía una palabra para la polilla. Seguramente se iría volando. Me
acerqué más a ella, cerré mi mano inquisitiva alrededor de su media
tobillera.
No quiero que pienses que estaba sola. Estaba rodeada de gente todo
el tiempo. Estaba ocupada, porque nuestro trabajo requería más atención
cuando cumplimos cinco años, luego seis y siete. Tallamos botones de
conchas y aprendimos a operar máquinas que perforaban hoyos en los
discos blancos. Fue solo más tarde que no me gustó el trabajo que nos
hicieron en el orfanato. Cuando era mucho mayor tuvimos que preparar
caparazón de tortuga. Esto significaba sostener a la tortuga viva mientras
sacaba los escudos de su espalda con un cuchillo caliente. A menudo
perdía el control del animal a causa de la sangre. Las tortugas jadeaban
y se retorcían. Recuerdo las cosas demasiado bien. Siempre lo he hecho.
Recuerdo hacer un trabajo doble al lado de Helin porque ella no podía
soportar lo que teníamos que hacer y yo podía.
Tenía los ojos muy pulidos. Era Medio Kith como el resto de nosotros.
A veces así es como veo a Helin en mi mente, le dije a Sid. Su palma
izquierda se levantó al nivel de su rostro, la cabeza inclinada, los hombros
delgados se contrajeron por la caída del bastón delgado en la mano de la
señora.
Fue porque te dejé hacer mi trabajo, me dijo más tarde, con la mano
envuelta en su pecho. La señora vio que te dejaba.
Creo que Helin tenía la intención de consolarme, de asumir la culpa
cuando yo creía que no tenía ninguna, pero me sentí aún más culpable.
Me di cuenta, por su rostro tenso y ojos nerviosos, que también se sentía
culpable. Tal vez esto era lo que había querido decir la señora: que no
hay forma posible de entender la justicia y la culpa cuando tu mundo ya
ha determinado un conjunto de reglas que no tienen sentido.
Helin dijo que le gustaba que yo viera cosas que nadie más veía, pero
esto no era una gran ventaja para mí, y no compartí el hecho con Sid.
Las visiones eran algo que había aprendido a ignorar: el brillo de una
fuente en el patio de ladrillos desnudos del orfanato. Cuando era niña,
iba a la fuente y abría la boca para saborear. Mi lengua tocó solo aire.
Miraría de nuevo. Nada. Sin fuente. No hay chorros curvos de agua fresca
que fluyan de las yemas de los dedos de mármol, reuniéndose en una
piscina a los pies de mármol de la escultura, un rompecabezas de un
colorido mosaico de azulejos debajo de la superficie.
Para Helin, sin embargo, las cosas que vi fueron una fuente de placer.
Como los libros, supongo. O teatro, para los Alto Kith. Para ella era una
extrañeza atractiva. Una diferencia con el trabajo diario y la fatiga y la
comida blanda y saludable. Inofensivo, dijo, y llegué a creer esto porque
confiaba en ella. Son sueños, dijo, excepto que los tienes mientras estás
despierta. Te diré lo que es real.
No lo estoy, dijo.
No, me dijo ella. Solo estoy cansada. Quiero que te acuestes a mi lado.
Tuve que ser aislada, por supuesto, por temor a que yo también
contrajera la enfermedad del desgaste. Pero nunca me enfermé.
N
unca le había contado a nadie acerca de Helin. Se lo dije a
Sid porque nunca lo volvería a ver y porque extrañarla se
sentía como un cuenco lleno y pesado que llevaba dentro de
mí. Por lo general, temía que hablar de ella fuera una forma de derramar
el contenido del cuenco, y no quería hacerlo. Quería conservar lo que
tenía de ella.
Así que le dije y descubrí que tan pronto como vertí el cuenco, se llenó
de nuevo.
Sentí una mezcla de resentimiento y alivio. Tal vez era mejor que no
me hubiera escuchado, o que no hubiera escuchado toda la historia. Me
acurruqué en su abrigo e imaginé sus ojos cerrados, la cabeza apoyada
contra la pared de piedra, la forma en que el sueño podría ablandar su
boca.
—No insensible.
—¿Entonces qué?
Pensé en su deseo de dejar lugares. Cuánto le desagradaba su madre
por interferir. Su coqueteo, que tenía la facilidad de una costumbre de
mucho tiempo.
—No fue por ti que ella murió. ¿Te has aferrado a esa idea desde
entonces? No es verdad.
—No debería haber confiado en ella cuando dijo que estaba bien.
—No está permitido, ya ves —dijo—. Siempre debes decir que sí.
—¿Y si…? —dijo—, ¿aceptas decirme que sí solo tres veces? ¡Solo tres
veces! A cambio, haré algo por ti.
—¿Qué?
—Un favor.
—¿Un favor?
—Sí, estoy de acuerdo con tu trato, que ya es una vez; y sí, estoy de
acuerdo en que puedes contarme tu secreto, lo que hace dos veces.
—Será mejor que valore mi último sí. Será mejor que lo use
sabiamente.
—¿Por qué?
—Eso lo creo.
—Verás —dijo—, mis padres pensaron que era hora de que me casara.
Dijeron: ¿Cuándo sentarás cabeza?
—Oh sí.
—Oh no.
Casi le pedí que describiera a la mujer que sus padres querían para
él, pero una pequeña y fea sensación me detuvo. Me volví consciente de
nuevo del perfume de su abrigo.
—De todos modos, seducirías a las mujeres, incluso si estuvieras
casado.
Él suspiró.
Me encogí de hombros.
—Sí.
—Pensé…
—¿Qué?
—En serio. —Por primera vez sonó irritable.—. ¿De qué manera, si se
puede saber?
—¿Un mes? ¿Van a drenar tu sangre todos los días durante un mes?
—Está mal —le murmuré a Sid. No quise decir eso. Haría cualquier
cosa por una madre, un padre. Pero lo dije de nuevo, decidiendo
que creería que estaba mal, por su bien.
Capítulo 16
Traducido por Rose_Poison1324
—N
irrim, despierta.
Estaba confundida.
—Tres días.
Sid pasó por delante del escritorio hasta la puerta que había detrás.
La abrió. El aire cálido de la noche entraba con fragancia de flores. El
viento helado se había roto.
Ahora podía ver a Sid con más claridad. Vi el error que había
cometido.
El rostro de Sid era aún más sorprendente a la luz de la luna: pómulos
severos en un rostro inesperadamente suave con una boca suavemente
arrugada, y ojos tan oscuros que debían ser negros. Cabello corto y rubio,
que nunca había visto antes: ningún Herrath tenía cabello claro. Sid era
un poco más alto que yo, pero no tanto si tuviera que ponerme de
puntillas. Me sorprendió, como antes, la belleza de Sid, pero no fue eso
lo que me dejó sin aliento. Era la túnica que usaba Sid: sin mangas, como
había notado antes en la prisión, mostrando brazos desnudos y delgados.
Lo que no había visto entonces, y podía ver ahora, era que la túnica
estaba lo suficientemente ajustada como para mostrar la curva de sus
senos.
—Oh —dije.
—No dije...
—¿Decepcionada?
El aire cálido de la noche era tan suave como la gamuza, salado por
el puerto que nunca había visto.
Más tarde, deseé haberla llamado, haberle dicho que la extrañaba tan
pronto como se dio la vuelta para alejarse. Ojalá hubiera visto cómo me
llevé la mano a la mejilla. Su toque estremeció mi espalda.
Se detuvo mucho después de que ella pasara por la puerta del muro.
Capítulo 17
Traducido por YoshiB
E
l interior de la taberna estaba más oscuro que la noche
iluminada por la luna. Tomó un momento para que mis ojos
se adaptaran, y cuando lo hice vi a Annin dormida en una
mesa, el cabello desparramado sobre su brazo. Me sorprendió
encontrarla allí y me pregunté si había estado demasiado cansada del
trabajo esa noche para regresar a su habitación. Traté de cerrar la puerta
silenciosamente detrás de mí, pero el cerrojo de hierro era pesado. Chocó
en su lugar.
—Shh —dije, pero ella saltó de la mesa para jalarme en sus brazos—
. Estábamos tan preocupados. —Presionó sus manos en mis mejillas,
buscando mi rostro—. ¿Estás bien?
—Sí.
—¿Qué se llevaron?
—No. Yo…
—El abrigo no tiene nada que ver con eso. Por favor escúchame.
—Oh, mi niña —dijo Raven una vez que estuvimos solas. Sus
hombros se hundieron. Su rostro amable estaba surcado de tristeza—.
Lo siento mucho.
Jadeé de alivio.
—Sí.
Normalmente veo cosas que no existen. Esta vez, no había visto algo
que fuera.
Estaba de pie a la luz de la luna, lista para irse, con el abrigo de Sid
metido en el hueco de su brazo.
—Oh muy bien. —Regresó para dejar el abrigo a los pies de mi cama—
. Tendrá un gran trabajo haciendo que parezca adecuado para una mujer
Medio Kith. Pero si es lo que quieres.
Besó mi frente.
—E
so va a dejar una cicatriz —dijo Morah en la mañana
cuando cubrió la quemadura.
—Se desvanecerá.
Me miró extrañamente.
—Pero no el mismo.
—Por el Consejo.
—Eso no es verdad. Hay otros países al otro lado del mar. Ha habido
guerras.
—Pero…
—Quiero ir. —Estaba ansiosa por sentirme útil. Siempre fue bueno
sostener los documentos terminados en mis manos—. Quiero estar
afuera. —Eso también era cierto. El aire fresco se había infiltrado en la
taberna con Raven como los delicados zarcillos verdes de una vid.
—Lo sé. —Me sentí atormentada por los heliógrafos que había dejado
caer en la cisterna la noche del Elysium y que recuperé más tarde. Se las
había dado a Raven, pero seguía viendo las caras, especialmente las de
los niños. Quería que tuvieran la oportunidad de crecer más allá del
muro.
—El riesgo es parte de lo que hacemos —dijo Raven.
Asentí. Sin embargo, cuando salí a la brisa del sol, una voz en mi
cabeza susurró: Ella no corre riesgos. Tú eres la que arriesga todo.
Ese día me pidió que imprimiera un libro de poesía, uno cuya primera
edición tenía siglos de antigüedad, dijo, y escrito por una mujer. Cada
poema era un fragmento tan breve como un suspiro.
Harvers durmió la siesta en una silla sin barnizar bajo el sol mientras
ensamblaba las líneas de la imprenta. No leí mientras trabajaba. Arreglé
las palabras como si fueran simples diseños sin significado, y estampé
las páginas. Caliente, había dicho Harvers, pero ignoré la tentación de
mirar. Eso solo retrasaría mi trabajo.
Cuando terminé con eso, hice lo que realmente había venido a hacer,
y a lo que Harvers siempre hacia la vista gorda. Dormía... o pretendía
hacerlo, mientras imprimía páginas de aspecto oficial de los documentos
para los viajes que Raven necesitaba que falsificara. Era hecho
rápidamente. Lanzaba arena a través de las páginas para ayudarlos a
secarse. Tomaría algún tiempo antes de poder salir del taller con los
documentos doblados sin miedo a que la tinta se corriera.
Y de todos modos era inmune a las palabras del poeta. Ya había hecho
lo que había que hacer con Aden.
El Consejo alentaba a los Alto Kith a casarse. Los bebés son una
bendición, nos dijeron. Se asignaron hogares más grandes para familias
en crecimiento. Se otorgaron raciones especiales financiadas por el
Consejo para los nacimientos. No estaba segura de qué hacía una mujer
con una mujer en la cama, pero sabía que eso no hacía hijos.
Empecé a alejarme de los poemas, luego me detuve ante una página
casi completamente en blanco, con solo unas pocas palabras negras.
El amanecer dorado
Sobre mí
Me preguntaba qué tipo de noche era tan preciosa que cuando llegaba
la mañana, se sentía como si te hubieran robado, como si lo que más
quisieras te fuese cortado como un diezmo sangriento.
E
speré hasta que todos estaban dormidos. Me encogí dentro del
abrigo de Sid. Un reflejo de mí brillaba a la luz de la lámpara
en la ventana de mi habitación, manos subiendo por el abrigo
mientras lo abrochaba a pesar del calor. Mi corazón tartamudeó debajo
de mis dedos. La cara de mi reflejo era una sombra negra, el cabello
cayendo hacia adelante. Puse mi cabello detrás de mis orejas y luego lo
solté, recordando la quemadura en mi mejilla.
No quiero, diría.
Siempre volveré.
Una noche.
Te fuiste de casa.
—¿Nombre?
—¿Ocupación?
—Comerciante.
—¿Mercancías?
—Es solo una muestra. Espero que le interese a alguien para ordenar
más.
—Mírame.
—¿Disculpe?
—Este pasaporte dice que tus ojos son de color avellana. No lo son.
Son verdes.
Quizás los mitos sobre las plumas de Elysium eran ciertos, porque su
expresión se suavizó cuando levantó la luz de la lámpara para mirar más
profundamente en mi cara
Pasó una mano por mi cabello. ¿Era esto normal? ¿Todos los guardias
en las puertas hacen esto, incluso a Middling?
¿Podría hacerlo?
Un mercado nocturno.
Un mar de carpas y puestos agrupados en un laberinto más allá de
la puerta. Me sentí pequeña y fácilmente perdida, como una cuenta caída
a un piso desordenado. Lámparas con vidrieras en tonos azules Middling
se balanceaban de cuerdas que zigzagueaban por encima. Middling
gritaban sus mercancías.
Si así se veía el barrio Middling, ¿cómo sería donde vivían los Alto
Kith?
—¿Un comerciante?
—¿Tu amorcito?
Me sonrojé.
—No.
Su frente se arrugó.
—¿Es tu amiga y no conoces su edad?
—Sobre mi estatura, tal vez un poco más alta. Grandes ojos negros.
Su pelo es corto, cortado como el de un chico, marrón claro, tal vez, u oro
oscuro.
—Nadie se ve así.
Sacudió la cabeza.
—Esos son solo rumores. No existen los viajeros. No hay nada más
allá del mar.
Empecé a discutir con él, pero una mujer Middling con pantalones
verde oscuro y una túnica verde con bordes de encaje del ancho de un
dedo se acercó y sacó un escrito con fragante perfume y enrejado con
elegante letra. El bolso que colgaba de su muñeca era pesado.
Inmediatamente volvió su atención hacia ella. Salí del puesto y vagué.
Él entrecerró un ojo.
Se encogió de hombros.
Resoplé.
—Eres un poco joven para ser tan curioso —dije, algo enojada—. ¿No
deberías estar en cama a esta hora?
—Yo, quiero ir a otro barrio, como tú. Una salida. Quiero lo que
tienen. —Asintió con la cabeza a los jóvenes Alto Kith, que habían
comprado varios viales de ensueño, embolsándose todos menos uno.
Descorcharon ese frasco y se quedaron olisqueando el contenido—. ¿Por
qué no les preguntas acerca de tu amiga? —dijo—. No eres
tan mala Middling. Solo tengo un ojo experto.
—No lo sé.
Era cierto que, de todos en este mercado, los dos hombres Alto Kith
eran los más propensos a conocer a Sid. La deferencia que el director de
la cárcel, un Middling, le había demostrado y lo había dejado en claro, es
que incluso si ella venía de un lugar sin Kith, aquí se la consideraba
Alta… o al menos podría jugar el papel de manera convincente.
Pensé en cómo había creído que Sid era un chico simplemente por su
cabello y ropa y porque estaba oscuro.
—Disculpen —dije.
El que estaba vestido de Elysium carmesí dejó caer el vial que estaba
sosteniendo. Se estrelló a sus pies. Un vapor violeta se levantó de los
fragmentos y se enroscó en sus tobillos.
—Se rompió.
—Sigue hablando.
—Estoy buscando...
—Asombroso.
—¿Ya nos tomamos el sueño? ¿Soñé que el vial que había comprado
por cien coronas de oro se rompió a mis pies?
—Recoge eso. —El hombre con trenzas negras tocó con su sandalia
llena de joyas los cristales rotos.
Se disolvió en risas.
—¡Absurdo! ¡Increíble!
—¿Qué?
—Yo no…
—Quiero probarlo.
—Me gustaría que pudieras verlo por ti mismo, hermano. —El hombre
carmesí se rio.
—¡No! —Se inclinó por la risa—. ¡Por supuesto que no! ¡Estúpida
mosca! Ya ves, hermano, ¿cómo la engañé? ¡Ayudarle! Oh, quiero otro
sueño. Dame otro. Tienes todos los viales. Rápido, rápido.
—Hermano…
—¡Ladrón! —El hombre Alto Kith gritó más fuerte esta vez—:
¡Captúrenlo! —lloró y corrió hacia donde el niño había desaparecido.
Me habían engañado dos veces. Una vez por él, y otra por el niño, que
me había enviado a hacer de tonta para usarme como una distracción.
Suspiré, levantando mis ojos al cielo, y fue cuando noté que se había
atenuado con la luz de la mañana siguiente.
—Tú —dije.
—No te enojes. Estuviste genial. Aquí, toma uno. —Abrió sus manos.
Ocho viales descansaban sobre sus palmas.
—No quiero uno. —Tenía suficientes problemas para decir lo que era
real—. No necesito sueños.
—¡Aburrida! Vamos.
Me lo entregó.
—Ves, tenía razón —dijo—. Sobre esos hombres Altos, cómo les gusta
más el mal que el bien.
—¿Confundidos?
—Magia —dije.
—Quieres creer eso, como todos los demás. Lo entiendo. Hace la vida
más emocionante. Y tal vez tengas razón. Pero sea lo que sea, no es bueno
para mí si no se puede mantener.
Pero luego pensé en el azúcar. Pensé en esta noche, que fue preciosa
para mí, incluso si no hubiera encontrado lo que estaba buscando,
incluso si —miré hacia el cielo brillante—, la noche casi había terminado
y quizás nunca tenga otra igual.
E
staba en el ágora. Lo reconocí por su pavimento de diamantes
en blanco y negro, pero se veía tan asombrosamente diferente
del ágora por el que pasaba todos los días que no presté
atención, al principio, al grupo de personas en su centro soleado.
Giré.
Allí estaba una niña, con un rico cabello negro que le caía por los
hombros, su rostro ovalado, sombrío y tranquilo, su boca finamente
formada, como pintada con un delicado pincel, pero firmemente
presionada por la preocupación. Sus ojos eran verde hierba a la luz del
sol.
¿Quién?
El Dios.
Casi le dije que no había dioses, pero esto era un sueño, y ella era mi
yo más joven, por lo que parecía inútil e incluso grosero insistir en la
realidad.
Asesinato.
Tenía una forma vagamente humana, pero con las manos por todo el
cuerpo desnudo. Se abrieron de dolor. Era la misma criatura con la que
había soñado cuando estaba en la prisión con Sid.
Gritó. Trató de arrebatar a las personas que lo rodeaban, pero la
multitud cortó las manos y golpeó la garganta de la criatura.
Nadie, excepto la niña y yo, estuvimos allí para ver un ala del
crepúsculo, con sus frías plumas grises tartamudeando a los lados,
mojando su pico en la sangre.
Iba a decir que era una niña y, por tanto, no podía entender cómo el
mundo se interpone en el camino de la felicidad. Iba a decir que esperar
ser feliz es una especie de codicia. Debería ser suficiente para sentirse
seguro.
G
rité, levantando mis brazos para sujetar una fuerte muñeca y
dedos firmes, intentando liberar la sujeción sobre mi cabello.
—¿Dónde está?
—¿La foto tuya? ¿Con las que la escondí en la cisterna la noche del
Elysium? Los recuperé. Te los di a ti.
—Tú lo perdiste.
Nada.
El abrigo de Raven.
Mientes.
—¿Es por eso que estás aquí? —La frente de Aden se arrugó con
inconfundible dolor y ofensa.
Él se suavizó.
—Quería que quisieras verme —dijo él—, primero, antes que a nadie.
Desearía que no hubieras venido solo porque necesitas mi ayuda.
Se frotó la boca como si hubiera probado algo amargo. Una vez, con
su mano sobre mi hombro desnudo, acercándome a él mientras apoyaba
mi cabeza sobre su fuerte corazón, me había dicho que su madre le había
desordenado el pelo cuando la vio por última vez, con su voz alegre, sin
darle pista alguna de que planeaba abandonarlo. Ella podría haber dicho
adiós, dijo él. Habría significado algo para mí.
Él sonrió un poco.
—No puedo hacer un nuevo heliógrafo sin que Raven sepa —dijo él—
. Ella tendría que sentarse para ello. Sabes que las imágenes del rostro
de las personas deben ser claras y reguladas. Las orejas deben verse. La
persona debe mirar directamente hacia adelante. No hay modo en que
pueda capturar su imagen en secreto, y en el momento en que le pida
que se siente para un retrato, no importa que excusa le dé, ella sabrá que
es para ti. Es demasiado inteligente.
—¿Contra ella?
—Es fácil ser bueno contigo. —Su mano bajó por mi cuello y rozó mi
clavícula, sin tocar mi pecho, pero casi—. Pero debes ser cuidadosa
alrededor de Raven.
—Te he extrañado.
Yo sería vista.
—Ve a la cocina —dijo Raven—. Llegas tarde para el pan. Annin tuvo
que empezar a cocinar sin ti y a atender a un cliente temprano, uno
importante, además. Necesito poder confiar en ti, Nirrim.
—¿Lo hizo?
Ella sacó una nota plegada de sus faldas grises. Tenía un sello negro
estampado con una insignia que no reconocía: un par de ojos cerrados
con una pequeña marca redonda donde debería estar su frente.
Con dedos ansiosos, rompí la nota a lo largo del sello. Mis ojos veloces
cayeron sobre la primera línea de escritura.
L
a madera rayada de miel de la barandilla se deslizó
suavemente bajo mi mano fría. Los candelabros iluminaron mi
camino hasta las escaleras de piedra sinuosas, y pude ver
partes del barrio Middling a través de las ventanas con paneles de
diamantes que aparecían en cada piso.
La tabla del suelo crujió bajo mis pasos, por lo que debió saber que
yo estaba allí, pero continuó con su tarea. Vi su rostro solo de perfil, el
ceño fruncido, la barbilla levantada, los labios mordidos por la
concentración.
—Estaba ocupada.
Sid se estremeció.
—No vine aquí para ser ignorada. —No estaba segura de qué me
permitió dar voz al resentimiento que se gestaba en mi pecho.
Normalmente no lo haría con nadie—. Me arriesgué al castigo
atravesando el muro para encontrarte. Vagué durante horas tratando de
encontrar este lugar porque no dejaste direcciones. Así que dime por qué
estoy aquí y qué estás haciendo o me iré.
—Ninguna.
—No existe tal cosa como un libro de oraciones. —La estudié para ver
si estaba bromeando o inventando esto—. Nadie adora a los dioses. No
son reales.
—No.
—¿Esta es tu casa?
—No.
—Soy muchas cosas. Pero por el momento, sí, tienes razón. Nirrim ...
¿Serás ladrona conmigo? —Volvió a inspeccionar el piano, golpeando la
madera lacada en negro.
—Ooh, sí. —Pasó sus dedos por las teclas, moviéndose desde las
notas bajas retumbantes.
Pulsó una tecla que golpeó en lugar de sonar. La nota estaba muerta.
Ella me sonrió.
—Quiero saber si los dioses de Herrath son los mismos a los que
adora mi pueblo. Cómo son. Sus supuestos poderes.
Ella sonrió.
—Rápido.
—Tenemos que saltar —siseó Sid. Miré hacia el jardín y sentí un nudo
en el estómago—. No está tan abajo —susurró.
Caí entre los arbustos, sentí que las ramitas me rascaban la cara.
—Sí —dije.
—No lo sé.
—Huir.
—¿Yo?
—Tú.
—¿Por qué?
—No lo sé.
Aparté la mirada de las hojas y miré los ojos negros de Sid. Luego
bajó la mirada. Ella estaba mirando la quemadura en mi mejilla.
Inmediatamente la cubrí.
Pensé que tal vez estaba decepcionada, y no podía decir si era porque
sabía que estaba mintiendo sobre la quemadura y no le gustaba, o porque
me creía y se preguntaba cómo podía ser tan torpe.
—Aventura.
Capítulo 23
Traducido por NaomiiMora
H
acía tanto calor el día siguiente que las hormigas plateadas
salieron, subiendo y bajando por las paredes blancas del
pabellón en líneas brillantes como oropel. Muerden. No quieres
interponerte en su camino.
Y lo que podría suceder más tarde, esta noche, después de que todos
en la taberna estuvieran dormidos y yo me colara en el barrio Middling.
¿O era emoción?
Morah no dijo nada. Rompía huevos en un tazón con una mano. Cada
golpe de un huevo contra el borde del cuenco era preciso y
sorprendentemente fuerte. Observaba a Raven mientras lo hacía. La
miraba de la misma manera que miras a las hormigas plateadas, para
ver en qué dirección quieren ir, para que puedas apartarte de su camino.
—No.
—Annin, está fresca como una flor. Excepto… —Me tocó el pelo de
nuevo, pero esta vez dejó que sus dedos se deslizaran libres y frotó las
yemas de los dedos mientras hacía una mueca—. Muy caliente. Querida,
¡estás tan sudorosa!
Morah rompió otro huevo. El globo amarillo de la yema y su
resbaladizo blanco transparente se derramaron de la cáscara en su mano
al cuenco. Me lanzó una mirada dura que no entendí.
—Yo misma haré esos recados —dijo Raven—. Ahora, ¿para qué vine
aquí? Oh sí. Una canasta.
—¿Estás segura?
—Pero no he terminado.
—Ni siquiera tienes un sombrero en la cabeza, niña. Caerás muerta
de un golpe de calor. ¿Qué hará entonces tu ama? No necesita tu cadáver,
créeme. Entra, bebe un poco de agua y toma lo que has venido a buscar.
—¿Por qué?
De repente sentí frío a pesar del calor. Con tanta indiferencia como
pude, dije:
Los muros del Distrito eran espejos soleados sin reflejos. Me pregunté
qué estaría haciendo Sid. ¿Estaba durmiendo a través del calor? La
imaginé acurrucada como un gato. Sentí una oleada de ansiedad. No
podía esperar a que cayera la noche. No podía esperar a ver la fría y
oscura piscina en el cielo.
Quieres decir que no puedes esperar a verme, dijo la voz de Sid con
picardía.
Pero no había nada de malo en eso. Tenía sentido, ¿no? Todo en ella
era nuevo. Las cosas nuevas son emocionantes. Todos saben eso.
Mi ritmo se ralentizó.
No estoy segura de cuánto tiempo pasé por los años de pintura hasta
que finalmente, justo cuando pensé que me había vuelto loca de nuevo,
como cuando era pequeña, cuando me sedujeron para creer cosas
imposibles que nadie más veía, mi cuchillo quitó una última capa. Debajo
del blanco había pintura rojo sangre.
—Oh vamos.
—Cállate.
Annin jadeó.
R
aven entró corriendo a la habitación, llevando una bandeja
cargada con todos los manjares que podíamos ofrecer: un
pequeño pan de azúcar hecho por mí, confituras de cerezas
heladas de un color púrpura intenso en un frasco de vidrio diminuto, té
frío de flores hindús, y natillas de leche de cabra glaseadas con caramelo
ámbar. Solo tenía ojos para Sid.
—¡Eso no es excusa!
—Me quedaré aquí por tres noches —dijo Sid, cortando el final de las
palabras de Raven, con rudeza, como si hubiera preferido poner una
mano sobre la boca de Raven—. Necesito que una doncella me atienda.
Pagaré más por el servicio, por supuesto.
—Quiero a Nirrim.
—Ella también servirá como mi guía para el lugar —dijo Sid—. Soy
una viajera que viene de lejos.
—La dama.
—¿Por qué está ella aquí? —dijo Morah—. Alto Kith nunca vienen al
Distrito.
—Tal vez esté fingiendo —dijo Morah—. ¿Cómo sabemos que es Alta
de dónde viene? El hecho de que actúe como si no lo fuera. ¿Cómo
sabemos que es una viajera? Solo ha habido gente de Herrath en la isla
de Herrath. Los viajeros solo existen en las historias.
Morah resopló.
—Eso es cierto.
—Es tan elegante. ¿Viste su vestido? Moriría por ponerme algo así.
Ella es hermosa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigí tan pronto como cerré la puerta
de la habitación de Sid detrás de mí.
—Esto es mejor.
—¿Por qué?
—¿Caja de bebé?
Su rostro era feroz a la luz de la lámpara, sus ojos negros casi feroces.
—Eso es bárbaro.
—Qué reconfortante.
—Imposible.
—Soy buena averiguando cosas. Quiero hacer algo por ti. Dime qué
puedo hacer.
—Empieza por explicar lo que se supone que debe hacer una doncella
—dije—. No tengo idea.
—No necesito que hagas nada. Te pedí que fueras mi doncella para
que pudiéramos hablar en privado. Aunque, para ser honesta, los
vestidos son una molestia. Todos esos cierres en la espalda.
Pensé en cómo sería para las dos caminar por el Distrito. Los ojos de
todos se sentirían atraídos hacia ella. Me vería monótona a su lado.
—Eso no tiene nada que ver con lo que pienso de ti. No es por eso que
no me gusta Raven. Es porque no es amable.
—Sí, lo es.
—Te insultó.
—¿Y qué?
—Te llevaré a cualquier lugar del Distrito al que quieras ir —le dije—
. Pero, hay algo importante que quiero mostrarte. —Le hablé de la pintura
de colores debajo de las paredes encaladas—. Soñé con eso, después de
beber un sueño vendido en el mercado nocturno.
Me alejé.
—No estoy leyendo realmente. —Le devolví el libro—. Era el dios del
descubrimiento.
—¿Qué defecto?
Q
uizás si hubiera sido capaz de conservar el ave Elysium, la
gente del Distrito me habría mirado de la misma manera que
lo hacían con Sid a mi lado: con incredulidad y asombro. El
calor era tan fuerte como el día anterior, pero la gente salió a las calles
cuando escucharon los chismes sobre una dama Alta visitando el
Distrito. Vieron la batista índigo bordada en oro de su vestido de corte
sencillo, su postura fácil pero perfecta que hacía que todos los demás
parecieran estar encorvados, y cómo su cabello corto atrapaba la luz del
sol. Sid se negó a llevar una sombrilla.
Hizo una mueca, como si una sombrilla en su mano fuera una carga,
e incluso la idea fuera un paño que le picaba la piel. Hablaba como si
fuera una trabajadora que usaba sus manos todo el tiempo. Era cierto
que sus manos no se parecían a las de una dama. No llevaba anillos.
Tenía las uñas cortadas hasta la médula. Pequeñas cicatrices marcaban
sus dedos. Una cicatriz larga y estrecha cruzaba el dorso de su mano
derecha.
—Luego. No quiero que nadie nos vea hacerlo. Todo el mundo te está
mirando.
—Y a ti.
Nunca antes había tenido tantos ojos sobre mí. Traté de hacer mi
truco habitual de fingir que todos en las calles me habían olvidado, pero
descubrí que no podía, tal vez porque no podía olvidarme de mí misma.
Me sentí demasiado consciente de mi cuerpo: el sol en mi cara; la
estrecha distancia entre Sid y yo; el roce de su vestido; el roce de mis
sandalias; el cosquilleo en la parte posterior de mi cuello cuando me di
cuenta de que no era solo que la gente miraba a Sid, a su extraña belleza,
o a mí, la pequeña sombra que caminaba a su lado. Éramos ella y yo,
juntas, las que captaron su atención. Las miradas se lanzaban de su
rostro al mío.
—N
irrim, te necesito —dijo él.
—Disculpa —le dijo, apenas cortés, con una expresión que delataba
la frustración de tener que ser cortés con ella—. Nirrim, ahora.
—Estoy trabajando.
—¿Y qué? La gente finge sus Kith todo el tiempo. Lo sabes. Les
ayudas a hacer eso. Las monedas de oro, un disfraz y una actitud
elegante no significan nada.
—¿Por qué estás tan enojado? Esto no tiene nada que ver contigo.
Él resopló.
—Si no ves lo que quiero decir, entonces tal vez sea lo mejor.
Pero entendí lo que quería decir. Pudo haber querido decir que
parecía extranjera, pero había otro significado posible para sus palabras.
Me volví incómodamente consciente de todas las veces que Sid había
mencionado estar con mujeres. Sabía lo que era. ¿Aden también lo sabía
de alguna manera?
Me sentí sonrojar.
—Vine aquí por ti. Vine porque me preocupo por ti. —Tomó mis
hombros con sus grandes manos.
Di un paso atrás.
—¿Entonces?
—La milicia cree que no fue un accidente. Creen que fue un asesinato.
Miré al otro lado de la calle hacia donde esperaba Sid, con la mano
derecha en la cintura.
—Mi amigo Darin vio a una chica trepando al techo para atrapar el
ave. El soldado subió tras ella.
—No lo hice.
Aden tocó mi mejilla. Sus manos volvieron a caer sobre mis hombros,
y esta vez lo permití. No tuve elección. Dejé que me llevara a sus brazos.
—Yo también te amo —le dije, porque no había nada más que pudiera
decir.
—No.
P
or qué no me enseñas la pintura roja que encontraste…? —
dijo Sid—, ¿debajo de la capa blanca? —Su voz sonaba lo
—¿ suficientemente amigable, pero demasiado calibrada para
ser amigable. Ella estuvo así todo el camino al edificio, comentando el
sorprendente encanto del muro—. No está mal, para una prisión —dijo.
Miré a mí alrededor.
Pensé en las visiones que había tenido del ágora. Fue vertiginoso
escuchar a Sid sugerir, sin saberlo, que lo que había visto era real.
Durante mucho tiempo había pensado en esas visiones como signos
peligrosos de mi mente inestable. Me inquietaba preguntarme si Sid tenía
razón, si yo había estado en lo cierto, todos estos años. No estaba segura
de lo que significaría si ella y yo tuviéramos razón.
Repetí lo que Morah me había dicho una vez. El ágora siempre ha sido
así. Las cosas son como son.
—Si tú lo dices.
—Qué razón más convincente para querer a alguien —dijo, con voz
seca.
Pero era una buena razón, y si Sid podía reírse de eso, era solo porque
su vida había sido tan fácil.
—Qué romántico.
—Oh sí. Como tu héroe allá atrás. ¡Qué hombros tan anchos! Y su
mandíbula. Me encantó su mandíbula. Podrías palear tierra con esa
mandíbula.
—Daga.
—Siempre lo uso.
—¿Cuáles personas?
—No, no lo hago. Las he respondida todas. ¿Qué tan lejos está ese
muro tuyo? ¿Es un trueno?
Ese débil estruendo fue un trueno. Llovería, tal como Sirah dijo que
lo haría. Como siempre, tenía la razón de cuándo vendría la lluvia. Me
alegré por la tormenta que se avecinaba. La gente del Distrito iría a sus
casas, lo que significaba que Sid y yo seriamos las únicas que quedarían
en la calle.
—El mismísimo.
—Oh sí. El rey y la reina de Herran son una pareja mixta, y el suyo
es un amor de siglos, celebrado en canciones e historias. Ellos se
convirtieron en un modelo para su gente. Los matrimonios mixtos no son
comunes... pero son aceptados. Más o menos.
—Sid.
—La gente los adora, pero eso no significa que me adoren a mí. Vivo
en Herran, y la mayoría de la gente allí tiene muy malos recuerdos de lo
que hicieron los Valorianos. La forma en que me veo les recuerda eso. Me
veo muy Valoria.
Se encogió de hombros.
—¿Cómo son?
Pasé una mano por la pared. Era perfectamente blanca y lisa. ¿Me
había imaginado raspando pintura de la pared? ¿Había sucedido
siquiera? Estaba tan confundida, y Sid estaba esperando una respuesta
que no querer darle.
—Sí o no.
Quería decirle que a veces no puedes explicar una cosa sin explicarlo
todo. A veces una respuesta no es tan fácil como sí o no. A veces, la
verdad se pierde incluso cuando dices la verdad.
—Sí —le dije—, pero…
—Juro que fue aquí. —La lluvia cayó más fuerte, nublando mi
visión—. No lo estoy inventando.
—Te creo.
Capítulo 28
Traducido por Mais & NaomiiMora
L
a lluvia se detuvo y el sol volvió a salir, pero suavemente, así
que la pared blanca brillaba como una perla resbaladiza.
Retractamos nuestros pasos hacia la taberna. Todo parecía
nuevo. Los callejones se veían tan frescos como la arcilla. El cielo estaba
claro. El agua goteaba deslumbrante desde las aromáticas flores hindús.
—No lo sé.
—No existe tal cosa —dijo ella—, como siempre. Pero supongo que no
importa. —Se encogió de hombros—. A veces, es mejor dejar que la gente
y las ciudades mantengan sus secretos. Lleva mucho tiempo
descubrirlos.
Su rostro se apretó.
—Lo sé.
—No.
—La señora Alto Kith se irá en dos días, y entonces mi vida será
exactamente como era antes.
—Lo sé.
—¿Así que mientras tanto, se supone que debo ignorar lo que debo
hacer para ayudar a Raven a ganar el dinero que nos alimenta? ¿Se
supone que debo dejar que Annin y tú hagan el doble de trabajo para
poder recompensar lo que yo niego?
—Por supuesto que amo a Raven. Por supuesto que trabajo duro para
ella. Ella trabaja duro por nosotras.
—¿Y?
—Ella te ha dado una casa —le dije a Morah—. Ha sido como una
madre para nosotras.
—Solo crees eso porque no sabes lo que significa ser una madre —
dijo.
—¿Por qué no te gusta ella? —La pregunta salió de mí sin querer.
Escuché lo herida que sonaba.
—Nirrim, la odio.
—¿Por qué? —Tan pronto hice esa pregunta, deseé no haberlo hecho.
De repente, temía la respuesta.
—No lo entiendes.
—Ahí vas —dijo Morah—, siempre haciendo excusas por ella. Incluso
cuando te lanza una linterna contra tu rostro y te cicatriza de por vida.
Sacudió su cabeza.
—Lo hizo porque entendió lo que significaba para ti. Por eso se llevó
a mi bebé.
—Nirrim, ella intentó las mismas cosas conmigo que siempre usa
contigo. Me dijo que era por mi propio bien. Que se preocupaba por mí,
que yo era como una hija para ella. Me estaba cuidando, aunque no
pudiera verlo. ¿De qué serviría quedarse con el niño? El padre se había
ido. Era tan joven. Había intentado trepar por el muro. Había estado tan
enferma al principio del embarazo. No podía dejar de vomitar. Escondí mi
enfermedad de Raven, escondí mi creciente barriga. Mi amado pensó que
seguramente habría medicinas en el Middling para mí. Trató de escalar
el muro durante la noche, se cayó y murió. Así que le conté todo a Raven
porque, como tú, creía en ella. Pensé que se preocupaba por mí. Y al
principio, parecía así. Me dio las mejores comidas. Sostuvo mi cabello
mientras vomitaba. Nunca me dejaba descansar de mi trabajo, pero le
creí cuando dijo que era para mi propio beneficio, que el trabajo me
distraería de mi enfermedad y me mantendría en forma para cuando
naciera el bebé. Y cuando llegó mi bebé, era tan dulce. Su nariz, boca y
dedos eran tan pequeños, su cabello tan oscuro. Extrañaba a su padre,
pero pensé que era lo suficientemente fuerte para hacer un hogar para
mi bebé, para criarlo sola, porque no estaba realmente sola. Tenía alguien
que me amaba como a una hija. Alguien que quisiera a mi hijo como a
un nieto. Pero ella se lo llevó mientras yo dormía.
Era la mía.
Se encogió de hombros.
—Raven es poderosa en el Distrito. Tú lo sabes. Nadie me contrataría
si la dejaba. Me convertiría en Un-Kith.
—Me importas.
—No te creo —dije, pero lo hice. Lo había visto con mis propios ojos:
ella abrazando a un bebé fantasma, manteniendo los cuchillos fuera del
alcance de un niño fantasma—. Quizás quiso decir lo que dijo. Debes
haber sido tan joven. Tal vez estaba tratando de ayudarte.
—No entiendo.
—Como su sirviente.
No era valiente.
S
implemente no estaba en mi naturaleza. Entiendes. Habrás
supuesto, a lo mejor que, en algún momento en la caja de
bebé del orfanato, después de que la orina caliente que
empapaba mi envoltura se hubiera enfriado con el frio y después se
hubiera calentado de nuevo con el calor de mi pequeño cuerpo, que llegó
a gustarme estar allí. Los agujeros de ventilación se convirtieron en
estrellas en la noche cerrada. Paré de llorar. Mi puño encontró mi boca.
Chupé. Volví mi cabeza hacia la esquina de metal. A lo mejor ya sabes
que no lloré de nuevo hasta que alguien abrió la caja, ahogándome en la
luz. Entonces gemí. No quería que las manos me sacaran.
Hubo excepciones.
U
n baúl yacía abierto en el suelo. Sid estaba sentada en el
escritorio, escribiendo. No se volvió cuando entré. El vestido
manchado de agua yacía en el piso en un rastro de tela
delgada y translúcida como la piel de una serpiente. Llevaba ropa de
Middling: túnica ajustada, pantalones negros fino. Su cuerpo parecía
afilado, puntiagudo en las rodillas y los codos.
—No tú. —No se dio la vuelta, no dejó de escribir—. Pedí por Annin.
—Una carta.
—¿A quién?
—Nadie importante.
—No lo enviaré.
Fruncí el ceño.
—No.
—Eres mi socia.
—¿Te refieres a ese tonto trato que hicimos para encontrar magia?
—Me gustan los juegos. —Sid apretó los hombros y abrió las manos,
como si la hubiera acusado de algo y estuviera lista para defenderse—.
Me gusta usar ropa de hombre y me gusta que asuste a la gente, y luego,
incluso si odio los vestidos, disfruto usar uno para mostrarte que cuando
pensabas que yo era una cosa y cambiaste de opinión, ahora debes
cambiarlo de nuevo. Me gusta desaparecer y aparecer cuando menos se
me espera. Me gusta fingir. A veces me olvido de mí misma y me enamoro
de mi propio juego.
—Oh, lo sé.
—Sí, sí. —Agitó una mano desdeñosa—. Pero el hecho de que esta
ciudad tenga un secreto no es una prueba de magia, y lo que parece
magia podría ser nada más que una ciencia que no entendemos.
—Algún otro lugar. De todos modos, estoy en esta ciudad con tiempo
prestado.
—¿Alguien peligroso?
—Podrías decirlo.
—Lo sé.
—Tengo magia.
Su frente se arrugó.
—Veo cosas que nadie más ve. Cosas que son verdad. Cosas del
pasado.
—¿Como qué?
—Como ese sueño sobre la gente del Distrito que mata al dios del
descubrimiento hace mucho tiempo.
—Sí, pero…
Una huérfana.
Una panadera.
Una criminal.
Ninguna.
Pero miré hacia los ojos oscuros de Sid, negros como la tinta, las
quemaduras de sol de ese día sonrosadas en sus mejillas, como si se
ruborizara, aunque no podía imaginar que se sonrojara nunca. No podía
imaginarla avergonzada o asustada de reclamar lo que era suyo, o incluso
lo que no lo era.
—Está bien. —Abrió el libro en una página que solo ella podía ver—.
Háblame del dios de la pereza.
—Creo que puedes —dijo Sid—. ¿Habías leído este libro antes de que
lo tomara del piano?
—No.
—No.
—¿Mi carta?
—Eso no importa.
Luciendo reacia, levantó la carta del escritorio. Era una sola hoja de
papel, apenas una letra, más como una nota. Flotó en su mano, el ala de
un pájaro blanco, cuando regresó a mí. Se lo quité, aunque sus dedos
sujetaron la página con fuerza. Lo miré y luego lo cerré. Mirando la
imagen de la página en mi mente, pronuncié lo mejor que pude las
palabras extranjeras, agradecido de que la escritura de su idioma se
pareciera casi al mío. Las sílabas que hablé eran melódicas. El sonido
salió en cascada de mis labios. No entendí nada de eso.
Me detuve y dije:
—¿Qué?
—Lo sé. Es solo que... —Hizo una mueca de nuevo—. Es difícil oírte
decirlo.
—Pero lo ves.
—¿Por qué?
—¿Y tú?
—A casa —repitió.
—Aquí —dije.
—Es solo un mes —dije a la defensiva, sin saber qué más decir—.
Esto es lo que quiero.
—Solamente lo hago.
—¿Es un sí?
Lo aparté.
—Ahora es mía.
Porque está escrita con tu mano, quería decir. Porque será una parte
de ti que podré conservar cuando finalmente te vayas.
—Lo peor.
—¡Fui la peor!
—Como una reina fría y desagradable.
—¿Eso es mentira?
—¿Q
uieres dejarme? —Las lágrimas brotaron de los ojos
de Raven.
Sus palabras brillaron dentro de mí. Era egoísta, lo sabía, estar tan
feliz de ser su favorita. Y estaba mal —yo también lo sabía—, pero no
pude evitar pensar que lo que había sucedido con Morah nunca podría
pasar conmigo. Era la chica especial de Raven. Cuando la miré, vi el
rostro gastado que amaba y el destello de una cadena de oro en su cuello,
medio escondida por su vestido, que me recordó el collar de luna que
había usado mi madre. A veces alcanzaba a vislumbrar la delicada
cadena de Raven, y pretendía que si se quitaba el collar del vestido vería
el colgante de la luna creciente colgando de él. Fingiría que era mi madre.
Raven siempre había prometido protegerme, cuidarme, asegurarse de
que no quisiera nada.
—¿Qué pasa con nuestro proyecto? —me preguntó, con una mirada
cautelosa en Sid. Mi corazón se hundió cuando Raven eligió
cuidadosamente sus palabras para ocultar su verdadero significado a
Sid—. Incluso si no te preocupas por mí, ¿cómo puedes abandonar a
todos los que dependen de ti?
Su desprecio me hizo enojar. Lo que sea que había sido su vida hasta
ahora, había estado muy malcriada. Una madre, un padre, un baúl de
ropa lujosa, un suministro aparentemente interminable de oro. Ni
siquiera podía empezar a comprender la situación de Raven.
—Bien —dijo Sid—. El servicio prestado merece una paga justa. Pero
te he contratado a ti, no a tu amante.
—Un día me iré —me dijo Raven—. Y recordarás esto. Nunca olvidas
nada. Recordarás cómo supliqué y me abandonaste.
—Gracias a los dioses que lo soy. —Ofreció más oro—. Aquí. Por tu
dolor.
—¿Lo es? —me pregunté en voz alta, recordando lo fría que había sido
con Raven.
—Oh —dije.
—Yo veré.
Sonrió.
—¿No es así?
—Nirrim, no. ¡Te hacen ver como si hubieras sido moldeada de arcilla!
—Ojalá yo me fuera.
Jadeó.
—¿Es eso...?
—No quiero que pienses que un extraño, solo porque es Alto, puede
darte mejores regalos que una hermana —le dije.
—De verdad.
En ese momento, creí que le estaba dando a Annin la pluma para que,
si tenía algún poder, ya no me afectaría. Ya no afectaría a Sid. Sería mi
señora y yo su sirviente, y seríamos socias en una extraña búsqueda.
Nunca anhelaría nada más sin esa pluma ardiente sobre mi corazón.
Ahora sé que era más complicado que eso. Entregué la pluma porque
quería ver si a Sid le gustaría que yo no la tuviera. Quería que me quisiera
por mí misma.
Capítulo 32
Traducido por Rimed
S
u enorme baúl estaba dentro de la taberna, esperando que
un par de jornaleros lo recogieran y lo llevaran a través del
muro. Nos paramos fuera de la puerta en la calle
pavimentada disparejamente. La lluvia había borrado parte del calor, o
al menos el modo en que el calor se pega a la piel como una capa de
mugre. El cielo estaba moteado con nubes brillantes. Una brisa fresca
jugaba con mi cabello. Lo metí detrás de mis orejas.
Su boca su curvó.
—¿Alguien especial?
Podría haber dicho: solía ser, al principio, que besarlo se sentía como
una habilidad importante que aprender.
—No entiendo —dijo Aden cuando aparté sus manos. Sus ojos se
habían iluminado cuando me vio en su puerta. Me había empujado fuera
de la soleada calle hacia la oscuridad de su hogar—. ¿Por qué siempre
eres tan fría? Todo lo que quiero es mostrarte cuánto te amo. Te extraño
cuando no te veo.
—No puedo evitar desearte —dijo él—, y me dejo llevar, sí, pero solo
es porque te amo. ¿Me escuchas? Nirrim, quiero casarme contigo.
—¿Lo quieres?
Él sonrió.
—¿No me crees?
—No.
—¿Qué pasará cuando ella intente que hagas algo que no quieras
hacer? —dijo.
—Los del Alto Kith no tienen moral. Todo lo que les importa es la
decadencia. Nada importa excepto lo que quieren. Espera y verás. Ella
intentará utilizarte.
Quiero que lo haga, casi digo. Entonces vi, tan claramente como la
profecía de un Dios, todo lo que sucedería después. Su mirada de horror,
tal vez incluso de odio. Las palabras de disgusto que saldrían de su boca.
Vi como él me vería, que también sería cómo me verían las otras
personas. Me llenó de miedo. Me acerqué y lo besé fuerte y profundo, mis
manos en su cabello, su pecho pegado al mío.
—Veneno.
—Quizás sea bueno para ti que desaparezcas del Distrito por un mes
—dijo él—. Si no estás aquí, la milicia no podrá interrogarte. Todavía van
de puerta en puerta, preguntando por la noche del festival de la luna y el
asesinato de ese soldado. —Me vio sacudirme ante la palabra asesinato—
. No te preocupes, Nirrim. Todo esto acabará. No hay pruebas de que el
hombre no haya solo caído hacia su muerte.
—Déjame lidiar con él. —Me besó nuevamente—. Nirrim, quiero que
me extrañes.
Tomé un respiro.
Tragué fuerte. Sid dejaría esta ciudad y yo me quedaría. Fue tan fácil
decepcionar a Raven. ¿Y si se cansaba de mí? ¿Qué hogar tendría
entonces? Aden estaba preparado para estar conmigo siempre.
Aunque todas las otras chicas pensaban que él era el mejor chico en
el Distrito, yo sabía que era lo mejor que podía conseguir.
—Vamos.
Aparté su mano.
—Él debe ser muy especial para ti —dijo Sid y no supe cómo corregir
su error sin decirle la verdad.
¿Y que si adivinara que lo que sentía por ella crecía cada día? ¿Qué
mi deseo era por ella, no por Aden?
—¿A la puerta justo frente a nuestras caras? Sí, eso creo. —Metí la
mano en el bolsillo de mi vestido en busca de mi pasaporte.
—¿No tienes que ir a través del barrio Middling para llegar al barrio
Alto?
El muro, que se veía tan grueso por fuera, estaba hueco por dentro.
—¿Parar qué?
A
unque al principio el túnel parecía casi completamente oscuro,
un fluido azul verdoso delante de nosotros brillaba desde el
suelo del túnel, fluyendo como una hermosa cloaca hacia la
oscuridad.
No pude ver a Sid, pero mi cadera rozó su costado. Sentí un calor que
no tenía nada que ver con el río.
—Por supuesto.
Luego caí, cegada por el repentino brillo. Sid bajó conmigo, sus
extremidades enredadas con las mías, el peso de ella sobre mí, la
empuñadura de su daga oculta clavándome en el costado. Se deslizó a
mi lado sobre el césped debajo de nosotras, una pierna todavía atrapada
entre las faldas empapadas de mi vestido, riendo, recostada en el césped,
con los ojos cerrados contra la luz del sol, pero su rostro inclinado hacia
ella, deleitándose con la luz.
—Están mirando. —Los Alto Kith estaban fuera del alcance del oído,
pero susurré de todos modos.
—Déjalos mirar.
—¿Por qué?
—Oh —dijo ella—. Por eso. —Se puso de pie de repente y me ofreció
una mano para ayudarme a levantarme. Su toque fue capaz y breve—.
No tienes que preocuparte. La gente es escupida por esta puerta todo el
tiempo. Es entretenido de ver. Los Alto Kith están mirando porque les
divierte nuestra incómoda caída.
—¿Eso es todo?
—Bueno, y por cómo estás vestida.
—Muchos de ellos nunca han visto a un Medio Kith —dijo Sid—. Dudo
que siquiera crean que eres una. Probablemente piensen que estás
disfrazada de una por diversión. A veces eso sucede aquí.
Negué con la cabeza. No era que Sid estuviera equivocada, sino que
lo que había dicho me hizo darme cuenta de una respuesta más
completa.
—Vestirse como alguien como yo los hace sentir aún más ricos —
dije—, porque no son yo.
Parpadeó.
—¿Lo es?
—Qué alivio —dijo secamente—. Sería un poco tarde para que decidas
que soy inmoral. ¿Terminamos de hablar de mí? Porque quiero mostrarte
algo.
Su tono era ligero, pero sus ojos oscuros ahora tenían una mirada
dura y lacada.
Césped. Arrugué los dedos de los pies en él. Me picaba los talones.
Nunca había visto tanta hierba, solo hebras pálidas sueltas
arrastrándose desde la tierra entre los adoquines del Distrito. El césped
se sentía fresco y lujoso. Su verde parecía profundo e inevitable. Olía a la
hermana de la lluvia. Quería enterrar mi rostro en él.
Las hojas del árbol nadaban con el viento. Los parches dorados del
tronco brillaban a la luz cambiante.
Dudé al decir:
—¿Lo lastimaré?
Sonrió un poco.
—Sí.
La perderás, decía.
Capítulo 34
Traducido por Wan_TT18
E
l parque llevaba hacia una escalera adosada, cincelada en la
ladera, que daba paso a un camino. Un músico vestido de azul
Middling tocaba un instrumento yo había visto en los libros
Harvers, un laúd de muchas cuerdas sostenido en el regazo del hombre.
Burbujas de jabón de una fuente que no pude ver pasaron junto al
hombre y parecieron tragar notas mientras las tocaba, sus esferas
iridiscentes silenciaron repentinamente partes de la melodía. Vi una
flotar delante de nosotros hacia un hombre y una mujer que caminaban
del brazo, su sombrilla de encaje tan fina como azúcar hilado, su rostro
perfecto inclinado hacia él, labios coralinos sonriendo mientras él
estiraba la mano para hacer estallar una de las burbujas silenciosas.
Pude escuchar, débilmente, cómo estallaba en algunas notas robadas.
—Sé quién hizo estos —dije—. Un artesano del Distrito. Los he visto
amontonados en cestas en su taller de soplado de vidrio, pero nunca
imaginé que los harían para caminar sobre ellos. Es tan poco práctico.
¿No resbala y cae la gente?
—Nadie aquí se mueve muy rápido —dijo Sid—. Toman pasos
realmente delicados. O los Middling los llevan en palanquines.
—¿Yo?
—Creo que debe haber costado una fortuna. Creo que no es justo que
Alto Kith tenga tanta belleza cuando nosotros somos tan pequeños.
—Lo estoy.
Por mucho que dijera que era una mentirosa, no podía recordar,
ahora que lo pensaba, una mentira real que hubiera dicho, lo que
significaba que nunca lo había hecho, al menos no a mí... o había
mentido, y yo aún no lo sabía.
—Quiero saber —dijo Sid—, cómo alguien que tiene tan poco puede
ser tan valiente.
—No hay muchas casas para alquilar, pero esta se adapta bastante
bien a mi estatura. Además, me gusta la vista.
Abrió la puerta.
—Yo.
—Yo.
—Estoy confundida —dije—. Todos piensan que eres una dama de alta
casta. ¿Qué eres exactamente?
—Oh. —Agitó su mano larga—. Todo ese asunto de pagar por tus
servicios fue solo para sacarte de las garras de esa horrible mujer.
—Ella no es horrible.
—Lo siento. Puede ser que esté equivocada. —Me hizo una seña hacia
las escaleras—. Antes de que la luz se desvanezca.
—No creo que creyera que el mar fuera real —dije—. Quiero decir,
acepté que estaba allí, aunque no podía verlo. Pero es solo ahora que lo
veo que me doy cuenta de que no sabía realmente qué era. Mi creencia
fue a medias fingida. Pero no sabía, antes de ahora, que estaba fingiendo.
Ella asintió.
—Bueno, sí, y deberías agradecerme, por realizar una tarea tan ardua
y desagradable como quitar un pétalo perdido de tu cabello.
—¿Hacer qué?
—Elogiarte.
—Esta es tu habitación.
Ella me miró.
—Quizás no limpio tan bien. Ya que hemos decidido que debo ser más
honesta y no reclamar habilidades y atributos que no tengo. ¿Quieres la
otra habitación? Puede que sea menos, ah, fragante. Está sin usar,
aunque tal vez… —Se encogió de nuevo—, un poco polvorienta.
Ella asintió.
—No me des las gracias todavía, Nirrim. Espero que cumplas con tu
parte del trato. Mañana por la noche planeo que hagamos un pequeño
trabajo de investigación en una fiesta. Esa noche llegará tan tarde como
el amanecer, así que descansa.
Pensé en el muro.
¿Sabe un árbol qué tan profundas son sus raíces? ¿Puede localizar
su semilla original?
Pensé en cómo todas las semillas son necesariamente cosas perdidas,
caídas y abandonadas.
Subí lo más alto que pude, abriéndome camino hacia las ramas, luego
me acomodé en un hueco que era casi cómodo, aunque me dolía el
trasero y finalmente mi pierna se quedó dormida.
Era un concejal.
Capítulo 35
Traducido por Sofiushca
—Hmm —dijo Sid al día siguiente, mojando una fina rebanada de pan
tostado con mantequilla en la suave yema de un huevo.
H
abía tocado suavemente a mi puerta antes de traer una
bandeja con el desayuno para las dos: huevos hervidos
envueltos en cáscaras azul pálido, pasteles rosados cubiertos
de crema entre tenues obleas, tortitas esponjosas salpicadas de agujeros
y empapadas de mantequilla, un plato de mermelada color amatista, una
olla amarillo azucena llena hasta el borde con un líquido negro humeante
que me escaldaba la lengua y me aceleraba el corazón.
—Un concejal.
Sid entrecerró los ojos mientras miraba desde nuestra pequeña mesa
en el balcón sobre el brillante mar. Había dormido hasta el mediodía. El
sol estaba alto. Endulzaba la piel de Sid y hacía que la peca debajo de su
ojo resaltara como una estrella. Con esta luz, podía ver otras pecas más
débiles en sus pómulos, e incluso una cerca de su labio superior. Bebió
un sorbo de la bebida negra caliente. El sol brillaba a través de su taza
de porcelana azul pavo real.
—Muy amargo.
—Es café, importado del este. Siempre viajo con mi propio suministro.
Lo adoro. El té me sabe a agua, y el café de cualquier otro lugar del mundo
es realmente inferior. Aquí. —Destapó un pequeño frasco con forma de
ave Elysium anidando en huevos de oro. El lomo del ave era una tapa
que revelaba azúcar moldeada en corazones. Nunca había visto tanta
azúcar. Resistí la tentación de meter todo el frasco en mi bolsillo. Sid dejó
caer un corazón de azúcar en su taza, luego me miró, considerándome, y
echó dos más. Ofreció la taza de nuevo—. Dijiste que te gustan las cosas
dulces.
—Sid.
—Lo desperdiciaste.
—¿Espiando?
—Mermelada de Perrin.
Sonreí.
—¿Qué? —dijo.
—Creo que había algo en la regadera de ese concejal además del agua
—dije—. Algo que no podía confiarle a un jardinero Middling. Algo que
hace que ese árbol adivine la suerte.
—Para ti.
Pensé en ello.
—Sí.
—Como dije, la gente aquí cree que estás jugando. Que la ropa que
llevas es un disfraz. Una broma.
—Sí.
—¿Eso te avergonzaría?
—No.
—¿No lo soy?
—Entonces tal vez sea mejor para mí usar ropa de Alto Kith, si crees
que así me mezclaría.
—¿Qué? —dije.
—¿Crees que mis modales no van con mi forma de vestir, y aun así
me clasificarán?
—No.
Me estaba enojando.
—¿O que nada de lo que me ponga podría hacerme ver tan bien como
tú?
—La ropa Alta sería la opción más segura para ti. Eso no significa que
sea la mejor.
Le devolví la tarjeta.
—Recuerdo el mapa.
—¿Tú la robaste?
—Algo así.
—Tal vez.
—¡No! Solo me gusta mirar mi barco. Me gusta saber que está ahí.
Será mejor que mi tripulación también lo esté, o habrá un infierno que
pagar.
—No te creo.
—¿Qué hiciste?
—Te estoy pidiendo que confíes en ti. Que creas en tus instintos.
¿Crees que soy una persona horrible?
Miré a Sid: su piel era de color ámbar a la luz del sol, sus pocas pecas
marcadas, sus ojos preocupados de una manera que nunca había visto
antes. Significaba algo para ella, me di cuenta: lo que pensaba de ella.
Miré el desayuno, todas las cosas dulces que ella no había tocado, que
había cocinado o traído mientras yo dormía, y que debían haber sido solo
para mí.
—Dime lo que hiciste por ella —le dije—, y te creeré. Por ahora.
—Pensé que yo quería que confiaras en mí, pero confieso que ahora
estoy encantada con este nuevo y sospechoso lado tuyo. Me hace sentir
que es mejor estar a la altura de tus expectativas o estaré en un gran
problema.
—Sid.
La miré fijamente.
—¿Por qué es tan sorprendente? —dijo—. Los reyes y las reinas tienen
espías. Es de conocimiento general. ¿De qué otra manera se maneja un
país?
—Ex-espía.
—No creo que los espías revelen la identidad de sus maestros de
espías.
—Sí.
—Sí.
M
adame Mere era la típica clásica Alta de Herrath, con sus
tormentosos ojos grises y su cabello negro entrelazado con
un volumen de trenzas. Mechones rosados entraban y salían
de su cabello negro. Quizás tenía veinte años más que yo; sus ojos se
arrugaban delicadamente en las esquinas cuando sonreía. Su funda de
seda color zafiro era engañosamente sencilla —Annin habría chillado por
la belleza de sus cuidadas líneas—, y sirvió como contraste para las
elaboradas alas de lentejuelas hechas de alambre y tul que se arqueaban
desde su espalda. Las mariposas parpadeaban con sus alas iridiscentes
con manchas rosas abiertas y cerradas mientras revoloteaban a su
alrededor y se posaban en su cabello, sobre sus hombros. Expiraban un
perfume floral al pasar. Me acerqué. Una mariposa voló entre mis dedos.
—Una ilusión.
—Cuidado, querida.
—¿Por qué? —Sentí que el calor subía a mis mejillas—. ¿Qué más se
dice de ella?
Quiero su boca.
C
hicos Middling encendían las farolas mientras yo caminaba de
vuelta a la casa de Sid, llevando una larga caja rosa que
sostenía mi vestido de fiesta. El resto de mi guardarropa sería
enviado más tarde, dijo Madame Mere, aunque insistió en que me pusiera
un vívido vestido de crepe cian con mangas cortas y ribeteadas antes de
salir de su tienda y que me alisara y enroscara el cabello salvaje mientras
le daba un sorbo a su sorprendentemente insípido té rosado. Me arregló
el cabello en patrones, usando alfileres del verde reluciente de un
escarabajo. Frotó crema en mis mejillas. No me gusta que alguien salga
de mi tienda luciendo algo menos que glamoroso.
Los faroleros levantaron sus largos postes, cada uno tan delgado y
negro como la pierna de una garza, y llevaron llamas a las mechas de las
lámparas. Las lámparas brillaban, una por una, contra el cielo lavanda.
—Tú —dije. Era el chico de cabello castaño del mercado Middling que
había robado los viales de los sueños. Un poste de alumbrado descansaba
contra su hombro.
Él silbó.
Sid estaba de pie en las sombras del patio. Estaba vestida con una
chaqueta de hombre de vestir negra ajustada abotonada sobre una
camisa blanco papel, la cadena de su reloj saliendo de su bolsillo, su
cabello dorado peinado hacia atrás. Las esquinas de sus ojos inclinados
se arrugaron cuando sonrió ante algo que susurró una mujer de cabello
lila, su brillo de labios a solo un respiro del oído de Sid.
—Qué sorprendente —dije—, que, para ti, llegar tarde a una fiesta en
realidad significa presentarse a tiempo para comenzar a atraer a una
chica a la cama.
—No me toques.
—¿Cómo?
—¿No lo sabes?
—No lo hace.
—¿Fue así? Fui bastante clara con ella que no estaba interesada.
—La besaste.
—Solo un poco.
—Eres imposible.
—Esta noche. —No sabía qué era peor: que había visto mis celos, que
estaba tratando de calmarme, o que yo sabía, tanto como Lillin o
cualquier mujer con la que Sid hubiera estado que nada de lo que Sid
dijera o hiciera duraría.
—¿Quieres eso?
—Lo hago.
E
l vestíbulo estaba lleno de ramas. Se retorcían alrededor de
lámparas de aceite con llamas verdes ardiendo en sus
recipientes. El suelo estaba suave con tierra. Me di cuenta de
que la casa no estaba cubierta de vegetación: las ramas, las flores y las
hojas eran la casa.
—¿Ah sí?
Sid sonrió.
—¿Cómo lo juegas?
—Hay cien cartas con figuras, una para cada dios. Cada carta tiene
un valor, siendo la Muerte la más alta y la Costurera la más baja, ya que
era mortal antes de que la Muerte la convirtiera en un dios. Dios de los
juegos invierte el orden del juego. Dios de los ladrones es un comodín. Y
luego están los espacios en blanco. No sé qué representan. Nadie lo sabe,
o si lo saben, no me lo dirán. El repartidor de cartas decide cuántos
espacios en blanco se reparten en la baraja. Los espacios en blanco no
tienen valor en sí mismos, pero pueden aumentar el poder de tu mano o
disminuir la de tu oponente si juegas uno contra él.
Tan fácil.
Nadie los miraba. A nadie le importaba. La única que miraba era yo.
—Oh.
—¿Esta?
Deseo.
Me estremecí.
—No.
—¿Solitaria?
—Tengo frío —dije, lo cual era cierto, pero la clase de verdad que
actuaba como una mentira.
—¿Es tu favorito?
—Nómbralo.
—Mala idea.
—¿Tienes miedo?
N
os unimos a la mesa de barro en el nido de pájaros, donde
varios Alto Kith ya estaban jugando, algunos metían los
dedos en cuencos de carey llenos de polvo gris brillante que
se llevaban a los labios entre rondas.
—Oh, no hagas eso —dijo Sid, y no fue un mal consejo, ya que ella
tenía al dios de la Muerte.
—¿Te rindes?
—Ohhh.
—Estás siendo absurda —le dijo una mujer con alas de alambre.
Toda mi alegría por ganar Pantheon se me escapó. Miré a los Alto Kith
en el pasillo y el atrio delante, sus pestañas de colores y montones de
cabello, y me di cuenta de que incluso yo, que recordaba todo, era capaz
de ignorar lo que sabía.
Asentí.
—Sí —dijo.
—Quiero quitárselos.
—Sí.
—Prométemelo.
—Eso no es suficiente.
U
na mañana fresca antes de un día caluroso mantiene una
agradable frescura. El amanecer gris se rindió al sol que se
acercaba mientras caminábamos a casa, el viento suave en
mi cabello, deslizándose sobre mi piel como agua. Los primeros rayos
calentaron el cielo. Podía sentir la promesa de un día ardiente y la brisa,
como un amigo, dándome lo que podía.
Estaba tan cansada. Me dolían los pies. Me incliné hacia Sid mientras
caminábamos, mi cabeza en su hombro, medio dormida. Sentí, a través
de mi somnolencia, que ella estaba completamente despierta. Lo que sea
que estuviera pensando pareció girar dentro de ella. Me permití sentirme
segura, sin importarme si descubría, más tarde, que la sensación había
sido un error. La piel de su garganta se sentía demasiado suave contra
mi mejilla, y su brazo alrededor de mí se sentía demasiado bien. Ella no
me abrazaría así si no sintiera al menos parte de lo que sentía yo. No
habría sonreído al darse cuenta de que su mirada siempre había
funcionado, que mi deseo había sido por ella. No le habría gustado mi
vestido verde, ni tocado mi mejilla, o besado mi palma, fingiendo que era
una disculpa, o haberse vuelto repentinamente distante y fría cuando dije
que amaba a Aden. No me habría hecho una promesa. Mis recuerdos
eran claros y lo que no había entendido antes ahora parecía obvio.
Lo que sea que sintiera por mí no duraría. Aun así, quise que durara
tanto tiempo como lo pudiera.
—Estoy despierta.
—Tienes una vida aquí. Una que quieras conservar. Una que no me
involucre.
—Ya te involucra.
—No lo haré.
C
uando me desperté, la luz del sol era una daga caliente sobre
la cama. Ya era tarde y el aire estático se sentía como pelaje
mojado. Había apartado las sábanas en mi sueño.
Podría haber dicho, aun así, quiero esto, incluso si se desvanece como
azúcar sobre mi lengua.
—¿Esto es tuyo?
—No.
—Sé que no. Por eso no dije nada, y nunca lo haré. ¿No has notado
que la mayoría de Alto Kith no trabajan, y que yo sí?
—¿Hiciste el elixir?
—¿Promesas?
—Las cosas son como son —dijo Madame Mere, colocando su taza
vacía en su platillo.
Pero nada es lo que es. Todo viene de algo. No hay nada ni nadie sin
un pasado. Pensé en el árbol clarividente. No siempre había sido un árbol.
Una vez, había sido un retoño que se enroscaba verdemente fuera de la
tierra. Una vez, había sido una semilla.
—No te creo —le dije a Madame Mere, no porque pensara que
estuviera mintiendo, sino porque no estaba segura que nadie en Ethin
supiera la verdad.
—¿Por qué?
—Estoy usando este vestido porque pensé que sería una elección
apropiada cuando intenté usar mi posición para entrar al Pasillo de los
Guardianes.
—Pero yo lo haré.
—No me gustó la idea de que te hubieras ido. Temí haberte hecho ir.
—Por ahora.
—¿Lo hacemos?
Asintió.
—De acuerdo.
—¿Sí?
—¿Cómo me ves?
—Eres como esas flores que crecen junto a las paredes. Las flores
hindús. Las que se congelan y regresan a la vida. Se adentran en
cualquier mínima grieta.
—Son destructivas.
—Sí. Y hermosas.
—No soy la única que esquiva —dijo, pero no presionó, solo escuchó
lo que la modista me había dicho—. Necesitamos infiltrarnos en el
Consejo —dijo entonces Sid.
Sacudió la cabeza.
—El hecho de que sea cercana a la reina Herrani hará, en este caso,
que ellos solo estén más indispuestos a darme acceso a un lugar que
podría contener lo que parece ser un secreto de estado. Y no me puedo
colar, porque luzco como uno de los pocos extranjeros que han estado en
esta isla. Tampoco tengo los documentos adecuados. Los miembros del
Consejo tienen una página adicional en sus pasaportes de Alto Kith que
tiene una estampilla del Consejo especial para mostrar su posición.
—Tú —dijo.
Expliqué cómo había usado mi habilidad de memoria para falsificar
pasaportes. Me miró fijamente.
—¿Sorprendida?
—Sí, por lo ciega que he sido. ¿Por qué no me habías dicho esto antes?
—Ah, sí. Una vez me acusaste de ser desalmada. —Me estudió, luego
dijo lentamente—. ¿Tu falsificación está… conectada en lo absoluto con
Raven? Estaba completamente demasiado ansiosa de perderte por un
mes. Hubo toda una charla sobre un proyecto en el que estabas
trabajando. ¿Era este? Pensé que solo estaba siendo manipuladora. Que
estaba poniendo excusas para controlarte y mantenerte a su lado.
Dos semanas. Pensé en lo corto que era el mes, el poco tiempo que
tenía con Sid, lo rápido que se agotaría.
Las fiestas —al menos la primera—, no nos enseñó nada más que
exceso. Una fiesta de máscaras donde, al dar la medianoche, los
bailarines comieron las máscaras dulces de sus amantes mientras
observaba incómodamente, Sid de pie tensamente junto a mí, su propia
máscara todavía sobre su rostro inescrutable. Probablemente en parte a
no importarle cómo la gente a nuestro alrededor estaba lamiendo los
labios azucarados del otro, Sid se entretuvo como carterista, hurtando el
pasaporte de un Alto Kith de la cartera de alguien y deslizándolo hacia
mí. La ojeé rápidamente, memorizando cada parte. Luego Sid regresó el
librito a su dueño, quien pensó que lo había tirado, con una ligera
inclinación. Más tarde, en su casa, tallé un bloque de madera para
recrear una estampa Alto Kith, procurando hacer la impresión exacta
sobre papel como la estampa que había visto. Sid me trajo tintes y retazos
de cuero. Corté el heliógrafo de mi pasaporte Middling y lo coloqué en el
nuevo Alto Kith. No tenía la estampa correcta que me dejaría entrar en el
Pasillo de los Guardianes, pero tener un pasaporte Alto Kith era un
comienzo.
—No lo hago.
—Estás mintiendo. Eres una mentirosa. Me dijiste que eras una.
¡Pero…! —Un nuevo pensamiento se me ocurrió—. Si una mentirosa
dice que es una mentirosa y es real y ciertamente una mentirosa
entonces me dijo la verdad. Lo que hace que no sea una mentirosa.
O no siempre una mentirosa.
Sonaba tan consternada que hice lo que dijo hasta que mi cuerpo
entero se sentía como plomo y quería irme a casa.
—Tragaste un poco.
—Sí. —Suspiró.
—Estabas normal.
E
stábamos en una casa llamado La Invertida, la cual estaba
completamente bajo tierra. Entramos desde una escotilla en la
hierba, y nos encontramos dentro de una pringosa entrada
con paredes de mármol donde todo estaba boca abajo. El candelabro eran
espinas de cristal brillantemente iluminadas con forma de tiara que
crecían del suelo. Sus velas ardían, las llamas iluminaban los delicados
zapatos que todos usaban. La cera goteaba hacia arriba, elevándose en
pequeñas gotas hacia el techo, donde los muebles estaban sujetos cerca
de una chimenea que crepitaba en la esquina superior, resplandeciente
de verde y púrpura a pesar del calor de la noche. Escaleras abajo, lo que
parecía un piso de arriba, completado con balcones que sobresalían en
espacios despejados de tierra misteriosamente iluminados con
luciérnagas verdes, un sirviente Middling nos ofreció vasos de cristal de
lo que parecía exactamente té rosado de Madame Mere. Dudé en beberlo,
fresca mi experiencia con el polvo de placer y consciente de la advertencia
de la modista de no beber el elixir si no sabía para qué se había
elaborado.
—Definitivamente no.
—Nirrim, espera.
M
e sentí enferma de vértigo cuando miré debajo de mis pies
colgantes, Sid cada vez más pequeña debajo. La vi beber
apresuradamente de su vaso y supe que no se quedaría
atrás, y luego tuve que dejar de mirar, porque mientras me acercaba al
techo mi cuerpo se giraba, mis zapatillas de baile tiraban hacia el techo,
mi cabeza hacia el suelo donde Había estado de pie con Sid.
—¿Me recuerdas?
Me miró de reojo.
—¿En los barrios bajos? —Sonrió—. Ya veo ya veo. —Pero sus ojos
todavía estaban vacíos. No me conocía y probablemente no me recordaría
mañana por la mañana.
—¿La viste pelear con Lord Tibrin? Ella lo apuñaló con un cuchillo.
—Ella lo mató.
—Probaste mi sangre.
—¿Caeremos? —pregunté.
—¿Generalmente? —repetí.
—Q
uiero que lo pruebes —le dije a Sid cuando volvimos
a su casa después del final de la fiesta, cuando
Middling llenaban el suelo debajo de nosotras con
almohadas de terciopelo.
—No. —Sus ojos oscuros estaban muy abiertos, su rostro más pálido
de lo habitual, la peca debajo de su ojo rígido contra su piel.
Frustrada, dije:
Ella gimió.
—Dioses —dijo.
Se alzó sobre los codos, con la cabeza inclinada hacia atrás, su cabello
corto brillante bajo el sol naciente. Agarró mi muñeca y levantó su cara
hacia mi mano, lamiendo mi dedo como un becerro. Me estremecí. El
corte picaba, pero me encantó la sensación de su lengua sobre mí. No
podía mirar hacia otro lado lejos de sus ojos oscuros, su boca en mi
mano. Entonces sus ojos se pusieron vidriosos. Sus dedos se aflojaron
alrededor de mi muñeca. Cayó hacia atrás, pesada como madera, rígida
y mirando fijamente.
—¿Dolió?
—S, —susurró.
Sacudió su cabeza.
—¿Podrías decirme?
—Quédate.
—Sí.
—Sí.
—¿Se murió?
—¿Por qué?
—No lo creo.
—¿Por qué? ¿Es contra la ley de tu país estar con una mujer?
—No.
Le acaricié el cabello.
—No lo eres.
—No lo harás.
—No entiendo por qué es tan importante para ellos que te cases.
—Los odio.
Sid me miró.
—Pero no lo es.
—No —dijo suavemente—, no lo es.
Sacudí mi cabeza.
—Ella creció —dijo Sid—. Lo último que supe fue que estaba
comprometida con un hombre.
—¿Eso te molesta?
Se encogió de hombros.
—Yo lo haría.
Lentamente, dijo:
La miré fijamente.
—¿No?
—¿Lo haces?
—Sí.
—Entonces sé mala.
Con las manos todavía en los bolsillos, se inclinó para cepillar la cara
contra mi cuello. Besó mi garganta. El calor de su boca estaba en todas
partes excepto en mi boca, su cuerpo empujándome contra la pared. Su
lengua encontró mi pulso rápido.
—Tócame —susurré.
—Aún no.
—Aún no.
—Por favor —dije, y la atraje hacia mí, con la boca hambrienta por
ella.
Sonrió.
—Yo sí.
M
e encantaba lo estrecha que era, lo cerca que me encontraba
en el escaso espacio de Sid, que seguía durmiendo, sus
extremidades enredadas con las mías, la boca relajada y
llena, sus pestañas sorprendentemente negras, la piel húmeda por el
calor.
Había tanto que era mío en ese momento. Conté todo lo que tenía, al
menos entonces, y todo lo que se me permitía amar.
—No —gimió Sid, con los ojos aún cerrados—. No hagas eso. ¿Por qué
harías eso?
—¿Quién?
—Un impresor.
Pensé en Aden.
—No.
Suavemente, dije:
—¿Y eso está bien para ti, que podemos hacer lo que hicimos, y algún
día pronto me iré?
—Sí.
—¿Podrías?
—Ya sabes.
—¿En serio?
Estimulante.
—La gente lo hace —dijo Morah—, cuando encuentra una vida mejor.
—Tocó el hombro de seda de mi vestido cian, no con asombro, pensé, ni
con celos, sino de manera significativa, para demostrar un punto amable.
—Para que pueda retenerte mejor. ¿Nunca te has preguntado por qué
se llama Raven? Colecciona cosas, como el ave. Las roba para su nido4.
4
N.T. Raven en español se traduce como cuervo.
—Eso no tiene sentido. Esta es mi casa. No me iría, no para siempre.
—Sí puedes.
—Debes.
Le di el oro.
—Consérvalo.
—Lo necesita.
Morah resopló.
Miré mi vestido, su tono era el color vivo de la luz a través del cristal
azul. Metí el bolso en mi puño. Recordé la felicidad estallando por toda
mi piel cuando Sid me besó. Pensé en el doloroso agarre de Raven en mi
barbilla.
Era una traidora, por ser feliz cuando Raven no lo era... y peor aún,
por ser feliz por su ausencia.
Parpadeó, sorprendido.
—Sí. Un libro que explica por qué las cosas son como son.
—El Consejo.
—Siempre lo ha dicho.
Quería que Harvers lo recordara. Era una cosa para él, y para todos
los demás en el Distrito, hablar como si alguien hubiera vaciado sus
mentes del pasado, lo hubiera extraído como la carne de una fruta. Era
otra cosa aún más siniestra que nadie parecía cuestionar lo que se
habían llevado.
Palmeó mi mejilla.
—Siempre me alegro de verte. ¡Y mírate ahora! Tan bien, tan Alto.
Radiante. Eres un mérito para el Distrito, hija mía.
—Sí.
Sacudió la cabeza.
—¿Saber qué?
Frotó un viejo y nudoso pulgar sobre el camino reluciente de piel
suave en el dorso de su mano.
—Todos en el Distrito saben que tuviste algo que ver con la muerte
de ese soldado.
—¿Aden lo dijo?
—Hija, estabas corriendo por los tejados bajo la luna llena durante
un festival. Varias personas te vieron. Todo el mundo sabe que atrapaste
el ave Elysium y lo entregaste. El chisme es que un soldado intentó
arrastrarte a la muerte y tú lo pateaste contra la suya.
—Por supuesto. Nadie aquí tiene nada que dar. Me ayudó a ayudar.
Me hizo sentir bien falsificar pasaportes. Especial.
Su expresión se tensó.
—Supongo que es cierto que ella te crio para que seas desinteresada
—dijo con cuidado—. Pero necesitas exigir algo para ti. Todos en el
Distrito te extrañarán si te vas, pero es bueno pensar en ti en otro lugar,
más allá del muro. Consolador.
—Pensé que podía casarme contigo —le dije—. Pensé que debería, que
era suficiente que me preocupara por ti y que seamos amigos. Pero no es
suficiente.
—No creo que quieras casarte con alguien que no pueda amarte.
—¿Qué estás sugiriendo? ¿Que soy como él, que pretendo arrastrarte
a la muerte cuando lo único que quiero es hacerte feliz, construir una
vida contigo?
—¡Escúchate! ¿Cómo puedes ser tan fría? ¿Cómo puedes decirme algo
tan cruel?
—Sí —dije.
—Eso es asqueroso.
—Estoy en desacuerdo.
—Te sedujo —dijo—. No quieres decir lo que dices. Ella ha torcido tus
pensamientos. Te ha engañado con oro y glamour. Ha prometido llevarte
lejos de aquí.
—¿Porque eres tan especial? —se burló—. Eres una tonta. Crees que
te ama. Todo lo que quiere es meterte entre sus piernas. Te usará y te
dejará a un lado.
Presionó su ventaja.
—¿No ves que solo he querido lo mejor para ti? —Su voz bajó—.
Puedes pensar que la amas, pero eso es solo porque no sabes qué es el
amor.
Tenía miedo de pensar si amaba a Sid. Aden tenía razón en una cosa:
si la amaba, sufriría por ello.
—Ella lo dice. Eres como una niña, Nirrim. No puedes ver la verdad
tal como es.
—Estás engañada. Has sido tan dulce, tan dócil, tan estúpida.
—Dime que quieres decir.
—¿Y qué?
—¿Compradores?
—Toma los ahorros de su vida. Les hace dar todo lo que tienen para
escapar.
L
a casa era tan elegante como podría serlo una casa Middling.
No rompía ninguna regla. La moldura debajo de los aleros era
tan delicada como un encaje, pero de color sobrio, pintada de
un verde plateado como el lado oculto de una hoja de olivo. Los
ventanales sobresalían como bonitas burbujas, pero sin vidrieras. Los
herrajes de la puerta verde eran de hierro, no de latón, y las jardineras
contenían simples violetas de mar en tonos cremosos y pálidos de azul y
lavanda. Los marcos de las ventanas estaban recién pintados de negro y,
aunque ningún detalle violaba una ley, era la casa más hermosa que
cualquier otra en la calle: atrevida en su agresiva novedad, en sus
ventanas relucientes y pintura pulida y flores cuidadosamente
desprovistas de cualquier pétalo imperfecto. Era una casa que se
proclamaba tan fuerte como se le permitía. Antes de dejar el Distrito, no
podía haber soñado que existiera una casa así. Incluso si hubiera visto
dibujos en uno de los libros de Harvers, habría pensado que era una
fantasía.
—Bueno, no, en realidad no, pero en cierto modo, ¿no es así? ¿No te
crie y te hice todo lo que eres? Mira lo hermosa que estás. La alta vida te
sienta bien, debo decir. También me vendría bien, con un poco de tu
ayuda. ¡Pero no más de eso! ¡Placer antes que negocios! Toma alguna de
estas flores azucaradas. Sé que a mi chica le gustan los dulces. Las he
tenido a mano, solo para ti, para el día en que finalmente verías tu nuevo
hogar. No estaba del todo preparada para que hoy fuera el día, pero no
importa.
—Esa es mi buena chica. Supongo que esa Alta dama no te dio lo que
me prometió.
—¿Prometió?
—Tengo esto. —Le ofrecí la pequeña bolsa de oro—. Lo gané para ti.
—¿Lo harás?
—¡Por supuesto! Nirrim, ¿qué te pasa? Estás actuando como si
alguien te hubiera arrancado todos los sesos de la cabeza. Trata de
mantenerte al día.
—Tomas su dinero.
—Fue una bondad y nos pagaron por ello. No veo nada malo en eso.
—Oh ya veo. Quieres una parte. Bien. —Se entretuvo sirviendo una
taza de té rosado—. No puedo decir que me complace tu codicia. Mi plan
siempre fue compartir todo contigo. No es necesario ser tan exigente.
Toma. —Me ofreció la taza.
Se lo tiré de la mano.
—¡Nirrim!
—No quiero.
—Más para mí, entonces. —Se sirvió otra taza—. ¿Por qué no te
acuestas en tu habitación, querida? Las sábanas han sido lavadas con
ese jabón que te gusta, y le pediré a la criada que te traiga una taza de
leche fría con miel. Tendrás un buen descanso y cuando despiertes
planificaremos nuestro futuro juntas.
—¿Por qué debería creerte? No has hecho nada más que mentir.
—Sin ellas.
Ella sonrió.
—¿Qué heliógrafo?
—El que todavía está en la solapa del abrigo que me quitaron en la
cárcel. —Estaba fanfarroneando, no tenía conocimiento sólido de dónde
estaba el heliógrafo original, pero recordé lo ansiosa que había estado por
su pérdida.
—Has cambiado, puedo ver eso. ¿Pero la chica que crie realmente
traicionaría a sus parientes? No, haría cualquier cosa por su familia.
Supongo que no te denunciaré, aunque te lo mereces. Después de todo,
eres mi propia carne y sangre.
La miré fijamente.
—Me abandonaste.
—Nunca sabrás nada más sobre tu madre. Cómo naciste. ¡Quién eres!
No serás nada para mí. ¿Es eso lo que quieres?
Creí, de repente y con seguridad, que Sid estaba lista para cumplir
su amenaza.
Suavemente, dijo:
—No te engañaré.
E
l día del desfile del Consejo, enredaderas azules perfumadas
con densas flores se alineaban en los bordes de la vía principal
que atravesaba el barrio Alto. Las enredaderas parecían haber
brotado de la noche a la mañana. Marquesinas de muselina cubrían los
pasillos como lo habían hecho en mis visiones del antiguo Distrito:
brillantes retazos de colores brillando con el sol poniente, lunas bordadas
y estrellas que liberaban una bruma fresca y refrescante que hizo que mi
piel temblara.
Negué con la cabeza, recordando todos los dulces que Raven me había
dado y lo feliz que me habían hecho.
—Ya no.
—La gente dice eso solo porque para ellos el tiempo suaviza sus
recuerdos. Olvidan. No puedo. —Nada suavizaría mi recuerdo de Sid
cuando se fuera.
—Estaba celosa —dijo Sid—. Estaba celosa de Aden. Los celos fueron
la razón por la que supe que estaba en problemas. —Vio mi expresión de
sorpresa y añadió apresuradamente—. Si no viste lo que sentí, por favor
no creas que estás ciega o rota de alguna manera. No quería que lo vieras.
Soy buena escondiendo cosas. Todos, incluso sin tu historial, pueden
perderse lo que la gente desea desesperadamente ocultar.
—¿Oh? ¿Desesperadamente?
Ella sonrió.
—¿De Lillin? Mmm sí. Pero te diré un secreto. —Su suave mejilla se
deslizó contra la mía mientras se inclinaba hacia adelante y tocaba con
sus labios mi oreja—. Te vi en el momento en que llegaste a la fiesta con
tu vestido plateado, mi pequeño rayo de luna serio, y pensé… —Su boca
rozó delicadamente mi pulso titubeante—, ¿cómo puedo hacerla mía?
—Pobre Lillin.
—¿Funcionó?
Le susurré:
—¿Lo hago?
Era cierto que no podía olvidar. Pero tal vez, esperaba, podría crear
nuevos recuerdos.
—Sid.
—¿Los mapas?
Me miró de reojo.
—Y soy una viajera curiosa —dijo Sid—. ¿Es esta una costumbre
local?
—Todos los años durante el desfile, el Consejo ofrece regalos —dijo—
. Como agradecimiento. Es divertido. Nunca sabemos exactamente cómo
recibiremos nuestros regalos.
—No lo sé.
Toqué la mano del hombre como lo había hecho con Harvers y vertí
mi deseo en él.
—¿De qué?
Levantó un puño. Pensé que era una especie de saludo, quizás una
orden de silencio, aunque ya estábamos en silencio.
—¡Oye! —grité.
—Es un mal juego —dijo Sid, y la mujer puso los ojos en blanco, me
arrojó el brazalete y desapareció en el tumulto.
Yo.
El ave revoloteaba sobre mí, batiendo sus gloriosas alas. Mía, llamó
de nuevo. La multitud se quedó en silencio. Todos me estaban mirando.
Todo el mundo estaba mirando. Sid también.
Corrí.
E
scuché a Sid llamar, pero también la dejé atrás, porque si me
atrapaban no quería que la atraparan conmigo. Me agaché
bajo la cortina de enredaderas y me escabullí por las calles
estrechas, zigzagueando entre la gente asustada, pensando en la ciudad
como un laberinto como el que había conquistado en la fiesta. Mis pies
se estrellaron contra la piedra y golpearon las raras puertas metálicas de
los almacenes de metal que se encuentran en las calles. Ya conocía, a
estas alturas, casi todos las vueltas y desviaciones del barrio Alto, pero
tan pronto como encontré un callejón, los concejales pasaron corriendo,
una sombra oscura cayó sobre mí. Miré hacia arriba. El Elysium dio
media vuelta y cantó triunfante.
Mía.
¿Pero por qué? ¿Por qué el ave estaba tan interesada en mí, y el Lord
Protector tan atento a ese interés?
Pensé en todos los diferentes tipos de magia que había visto: el elixir
que podía hacerte flotar; la casa que crecía enteramente de las plantas;
el árbol adivinador; las visiones de mariposas y pájaros; el té que daba
belleza. Pensé en la sangre que hizo que el elixir se volviera rosa, el dedo
cortado que había caído de la flor roja.
¿Qué pasaría si las personas talentosas que conocía, como Sirah, que
podía predecir la lluvia, o Rinah, que podía hacer crecer cualquier cosa,
poseyeran magia, pero simplemente no la supieran?
¿Podría hacer con sus mentes lo que podría hacer con vinagre en tinta
de papel, y borrar lo que no quería?
—Se suponía que tenías que salir de este sótano —le dije—. Se
suponía que me dejarías ir y volverías a subir los escalones de la calle. —
No era tanto que le hiciera olvidar, me di cuenta cuando vi su cara
surcada por la concentración. Le estaba dando un falso recuerdo—. Te
dijeron que le dijeras al Consejo que yo no estaba aquí, que no me viste
en ninguna parte. Les dirás que debo haber ido en al parque, para
esconderme entre los árboles.
—Sí —dijo—. Eso fue todo. Eso era lo que se suponía que debía hacer.
—Me sonrió agradecido e hizo lo que le ordené.
—¿Un concejal?
—Un monstruo.
Capítulo 49
Traducido por Mer
E
l chico dijo que el hombre se había llevado a Sid en dirección
a su casa, así que corrí hacia allí, culpándome por haber
llamado la atención del Lord Protector hacia ella. Supuse que
la habían visto a mi lado, de que incluso si yo no era fácilmente
identificable entre la multitud y la prisa de la persecución, alguien se
había dado cuenta de que Sid estaba cerca de mí y reconoció fácilmente
a la extranjera por su cabello corto y rubio, sus grandes ojos oscuros, la
forma en que vestía y la reputación que disfrutaba. La casa no le parecía
un buen lugar para esconderse.
A menos que fuera una trampa tendida para mí, y ella se hubiera
visto obligada a tenderla.
—Lo sé.
—¿Es… seguro?
Sid cerró los ojos, frunció el ceño por la frustración y la ira, y le dijo
algo al hombre que sonó como una terrible súplica, una acusación de
dolor. Finalmente le dijo:
Me inundó el alivio, lo que me hizo darme cuenta del miedo que había
tenido de que enviarlo fuera algo que ella no podía hacer, y que él estaba
aquí para llevársela.
—Te has divertido —le dijo las palabras a Sid, pero estaban
destinadas a que yo las entendiera—. Ahora es el momento de volver a
casa. —Con una leve mirada hacia mí, se fue.
—¿Quién eres?
Dejó el vaso de licor verde sobre una mesita con lenta precisión, como
si fuera un acto de suma importancia, su último acto.
—Lo sé —dijo—. Lo siento. Esto es difícil de explicar. Roshar, mis
padres, nadie supo dónde estaba durante mucho tiempo, pero se enteró
de que estaba en esta isla después de que hice que los funcionarios de la
prisión contactaran a su embajador aquí para asegurar nuestra
liberación. Siempre me ha entendido de una manera que mis padres no,
y esperaba que guardara lo que sabía para él. Incluso si eligiera no
hacerlo, acepté el riesgo porque no importaba tanto que pudiera
rastrearme aquí. Planeaba irme mucho antes de que recibiera noticias de
su embajador y su barco pudiera llegar. Pero… —Entrelazó los dedos—,
me quedé.
—No eres una princesa. Dijiste que eras la espía de la reina Herrani.
—Era su espía. —En voz baja, agregó—: Todavía lo soy. También soy
su hija.
—Dije la verdad sobre por qué me fui de casa —dijo—. Odiaba ser
princesa. Ni siquiera me gusta el título. Princesa Sidarine. —Se encogió
de disgusto—. Tan... delicado. Y tan pesado. No creo que puedas saber
qué carga es, cuán esperanzados están mis padres de que me case con
un miembro de la familia de Roshar, cómo mi madre busca convertirme
en ella misma. Mi padre no dice nada y simplemente deja que suceda.
—Me engañaste.
Se peinó el cabello con nerviosismo y luego se metió las manos en los
bolsillos.
—No te creo.
—La carta que escribí en la taberna era para ti. Estaba tratando de
explicarlo.
—De un tigre.
—¿De verdad?
—Sí. Quiero decir, tengo otras cicatrices del entrenamiento con armas
con mi padre. Pero la gran cicatriz, de la que te has fijado, es del tigre
mascota de Roshar. Es mayormente dócil. Roshar lo llevó a una función
estatal cuando yo tenía doce años...
Se quedó callada, tal vez debido a la nueva ira que debió ser evidente
en mi rostro. Odiaba escuchar la esperanza en su voz, como si creyera
que podría distraerme de su engaño contándome un cuento sobre un
tigre entre la realeza, en un país que nunca había visto.
—Te creo.
Ella pensó por un momento, luego negó con la cabeza. Pero su rostro
estaba triste.
—Sí —susurró.
—No puedo.
—Roshar dice que mi madre está muy enferma. Nadie sabe por qué.
Es una enfermedad repentina y diferente a todo lo que nadie haya visto.
Mi padre me necesita. Ni siquiera sé si seguirá viva cuando llegue a casa.
—¿Entonces qué?
—¿No lo harías? ¿Qué harás cuando tus padres te presionen para que
te cases?
—Me negaré.
Ella había calculado las mentiras que me había dicho, pero incluso
ahora no estoy segura si reconocía las mentiras que se había dicho a sí
misma. Cambiarás de opinión, pensé. Tienes otras lealtades.
—Creo que toda la magia proviene del Distrito —dije—. Creo que el
Consejo ordeña los poderes de gente Medio Kith que ni siquiera sabe que
los tiene. Los niños que han desaparecido, ¿dónde están? ¿muertos?
¿Mantenidos como terneros en establos, obligados a dar su sangre? Te
dije que encontraría la manera de devolver la magia al Distrito. Voy a
cumplir mi promesa.
Impotente, dijo:
Tú eres peligrosa.
—Quédate conmigo —me dijo.
—Bien. No es necesario.
—¿Qué hará?
Me tiñó las pestañas con una llamativa cerceta y estampó mis mejillas
con remolinos de oro que juró que durarían días.
Me conmovió su amabilidad.
—La primera pena es la que más duele. Cada día será más fácil, y
pronto la olvidarás.
—Oh —dijo—. Tú. No te reconocí. Sid no está aquí. —Juntó los dedos
de una mano en un pequeño aleteo y luego los abrió, como si hubieran
capturado algo invisible sólo para dejarlo volar—. Se ha ido. Dejó la
ciudad para siempre, según he oído. Parece que la tienes mala para ella,
pobrecita. Ella es el peor tipo de libertino. Nos hemos librado de ella. Lo
peor es cómo te hace sentir especial, por un tiempo.
Toqué su mano, y pensé en cómo debe haber tocado a Sid. Por muy
doloroso que fuera, una parte de mí también lo quería: compartir a Sid
con alguien, saber que no era la única que la había deseado.
—Este edificio está reservado para los concejales —dijo uno de ellos.
—Les mostraré.
Presenté mi pasaporte de Alto Kith. Uno de ellos lo aceptó, echando
una mirada a su compañero, preguntándose dónde estaba la broma.
Sentí un cosquilleo de poder a lo largo de mi piel. Se sentía como pánico,
o placer. Se sentía como se ve el cielo oscuro cuando un rayo ilumina las
nubes, dando al cielo negro plano una dimensión repentina.
—Por qué así fue —le dijo uno de los hombres al otro.
—Lo dejaste pasar, como debías, y luego nadie se paró frente a ti.
—Oh, sí. Perdóneme, mi lord. Por supuesto que sí. Iré a buscar el
libro para usted ahora. Hay un elixir de la memoria para usted mientras
espera, aunque sé que mi lord nunca lo necesita.
Había otras ollas escurridas y una pequeña pila de tazas de vidrio que
parecían espuma de burbujas. El hombre se alejó corriendo.
Un elixir de la memoria.
Superioridad.
«Los dioses una vez caminaron entre los mortales», leía la primera
línea. Al tocar la página, un vapor se elevó de la tinta impresa. Como un
espectro, se dirigió hacia mí. Inhalé, mi jadeo de sorpresa arrastrando el
vapor dentro de mí antes de que pensara en resistirlo, y caí en la historia
que contaba.
Capítulo 51
Traducido por Yavana E.
L
os dioses una vez caminaron entre los mortales, encantados
por sus maneras infantiles, sus vidas tan efímeras como el
rocío en la hierba. Lo más encantador, sin embargo, era la
habilidad de un mortal para sorprender. Un dios puede bendecir a un
mortal, pero nunca sabe cómo puede crecer la semilla de tal regalo. A
veces un frágil humano podía brillar con una canción, una melodía pura
que se estremecía en la garganta, expresando un anhelo que el dios de la
música nunca había conocido, con una intensidad que hacía que el dios,
a pesar de sus años eternos, escuchara con asombro. Y un mortal podría
sufrir bajo un regalo, ojos adicionales que salieran por toda la piel como
forúnculos llorosos, de tal manera que el dios de la previsión no podría
evitar reírse como no lo había hecho desde el nacimiento del dios del
placer.
Dije que así sería, ella dijo al panteón de luto, y aún me escucha.
Habrá más de su clase, para nuestra eterna miseria.
—No.
—Oh, sí. Algo es. Dime, pequeña, ¿cuál es el castigo apropiado para
alguien que se escabulle, que miente, que roba?
—No robé.
—Es una pena que tu extranjera se haya ido. Podría quitártela. Podría
apretar su cuerpo hasta dejarla en un perno. Llevaría el perno conmigo
siempre, y lo conduciría a través de las lenguas de los mentirosos.
—Tu nombre.
—Nirrim.
Esperó.
—L
os dioses no existen —dije, mi boca entumecida
Nada era tan oscuro como esto. Ni la noche, ni la caja infantil del
orfanato, ni siquiera cuando cerraba mis ojos y la luz brillaba a través de
mis párpados. El mundo lucía completamente negro y vacío.
—Sí, pequeña.
—Déjame levantarme —rogué.
—No.
—Devuélveme la visión.
—No.
—¿Lo que sea? —Su voz estaba llena de diversión—. Qué palabra tan
peligrosa. Ni siquiera te he causado dolor todavía. Puedo robarte
lentamente la sangre de tu cuerpo. La calidez de tu piel. La lengua de tu
boca. Toda el agua dentro de ti, para que te diseques en una cáscara
torturada.
—Debe haber algo que pueda hacer —sollocé—. Algo que pueda darte.
—¿Qué? Dime.
Uno nunca debería negociar con un dios. Pero no sabía eso en ese
entonces.
—Como castigo.
—¿Por qué?
—Maté a mi hermano.
—¿Por qué?
—¿Por qué?
—¿Por qué?
—Quiero saber de dónde viene la magia. Quiero saber por qué los
Medio Kith están amurallados del resto de la ciudad, y todo puede serles
arrebatado en cualquier momento. —Como yo justo ahora, pensé, a
merced del dios de los ladrones—. Si lo sé, puedo cambiar las cosas.
—¿Te creerán?
Lentamente dije:
—No lo sé.
—Oh, sí.
—¿Qué es?
—Tu corazón.
—¿Por qué?
—Es útil para mí. Con ello, puedo dejar esta miserable isla, a tu
miserable gente. He sido expulsado del panteón, Nirrim, por mi pecado.
Pero conozco a un dios que me recibiría en casa, me ayudaría a
reinstaurarme entre mi gente, por el regalo de un corazón humano con
sangre divina.
—Tú.
—Quieres decir… ¿soy una hija de dios? ¿Nos llamamos Medio Kith
porque somos mitad dioses?
Se rio.
—¡La ignorante arrogancia! Una vez, sí, los Medio Kith lo fueron,
antes de que fueran amurallados y olvidaran sus propios poderes. Pero
eso fue hace mucho tiempo, y su sangre divina se ha diluido desde que
los dioses abandonaron esta isla, y los semidioses tuvieron hijos con
mortales puros, y sus hijos hicieron lo mismo. Ya no hay verdaderos
semidioses, aunque la sangre fluye fuerte en ti.
Ligeramente, dijo:
—¿Quién sabe?
Aunque su voz era ligera, escuché el entusiasmo en ella.
Se hizo silencio.
—Dime —dije—, ¿le disté al primer Lord Protector la idea del muro?
¿Los diezmos?
El dios se río. Una vez que empezó, parecía que no podía parar. El
dobladillo de su bata se estremeció sobre mi brazo.
—¿Por qué?
—Asesinato.
Sí —dijo—. Mi hermano.
—Él vive en las aves Elysium —dijo el dios—. Este puede sentir la
sangre divina en ti. Se siente atraído por ti. Supe lo que eras, cuando te
llamó durante el desfile. Deberías ver cómo se inclinaba hacia ti. Tuve
que detenerlo. —El dios suspiró—. Su muerte fue culpa mía.
—¿Mataste a tu hermano?
—Déjame verte.
—No.
—Por favor.
—Ah —dijo—, pero no durante tanto tiempo como yo. —El ave
Elysium gorjeó—. Bueno, Nirrim, ¿estás de acuerdo con mi trato?
Añoraba a Sid. Deseaba que estuviera aquí para ayudarme. Ella diría:
No. No te rindas. Tu bondad, tu luz, todo lo que me hace amarte. Pero ella
no estaba aquí. Nunca lo estaría. Y la extrañaría siempre, la alcanzaría
en sueños, lloraría, por no haberle dicho nunca, que la amaba con todo
mi corazón. No lo hagas nada demasiado pesado para llevarlo, había
dicho una vez, y ella hubiese deseado que asumiera mi pérdida y fuese
capaz de soportarla.
—Rápido —suplicó.
Luego se inclinó hacia mí, puso su boca sobre la mía y me quito todo
el aliento.
Epílogo
Traducido por Candy27
V
eo esta historia perfectamente, sus momentos cortan cristal en
mi mente. Recuerdo cómo esta historia, cómo un gran cuenco
transparente, llevaba un mar de emoción: mi culpa, mi soledad,
mi anhelo. Recuerdo pequeñas ráfagas de alegría, la calidez del amor.
Los Medio Kith han salido a las calles. Me ven llegar y están
ansiosos. Muchos de ellos ahora saben lo que son. Veo a Aden, la luz
del sol bailando bajo sus brazos, preparado para girar la luz a su
control y usarla como quiera. Veo a Morah y a Annin al margen de la
multitud, cómo Annin se acerca a mí. Morah, consciente de la expresión
de mi propia cara, la arrastra hacia atrás.
Un buen truco, y puede ser útil para mí, pero está débil y
desgastada. Necesito aliados poderosos para lo que quiero lograr. La
empujo para pasar.