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Torta mató a perla

Había una vez un muchacho tan tonto tan tonto que su madre y sus hermanos, hartos ya de él, le
pidieron que se fuera de la casa y se marchara lejos.
El muchacho montó en una burrita y salió acompañado de una perra llamada Perla que él mismo había
criado. Una de las hermanas le dio una torta para el viaje, pero él, sospechando algo, se la guardó sin
comérsela. Después de un día de marcha, le dio un trozo a su perrita y esta cayó muerta, pues la torta
estaba envenenada.
El muchacho lloró mucho la muerte de la perra, pues había sido una fiel compañera, pero se felicitó por
no haberse comido el regalo de su hermana. En estos pensamientos estaba cuando bajaron volando tres
caranchos [1] y se comieron a la perrita, y al momento murieron. El tonto, entonces, desplumó a los
caranchos, y después de cortarles
«Cualquiera que los vea, pensará que llevo gallinas y me las querrá comprar», pensó el tonto.
Y, en efecto, al poco rato se encontró con siete bandidos que no le compraron, pero sí le robaron los
caranchos y, después de asarlos delante del muchacho, los comieron con avidez, pues andaban con
mucha hambre. No pasó mucho tiempo cuando cayeron muertos los siete ladrones.
El tonto se frotó las manos de contento al verse libre de los bandidos y empezó a registrarlos. Entre otras
cosas, se llevó una escopeta y un libro de oraciones.
Continuó tranquilamente su camino, y, al poco rato, se le cruzó una liebre. Le disparó pero no acertó,
pues el animal pasó corriendo. El tonto, muy contrariado, siguió caminando y mirando con atención a
todos lados, por si volvía a ver la libre. En medio de un matorral, descubrió otra liebre que había matado
con el tiro que no había alcanzado a la primera. Así que, con gran alegría, se la llevó.
Al rato de caminar, decidió asar y comerse la liebre, pero como estaba en un campo limpio, no encontró
leña para hacer fuego.
Así que quemó el libro de oraciones, chamuscó la carne en la llamita y se la comió con rapidez, pues
desde hacía dos días no había probado bocado.
Terminó de comer y sintió sed y, como no tenía agua, bebió la que tenía la liebre en la bolsa donde criaba
a los hijitos que estaban a punto de nacer.
Luego, continuó su viaje y llegó al margen de un río crecido, donde vio que las aguas arrastraban un
animal muerto y que, sobre él, había un cuervo que se lo iba comiendo. Después de andar varios días
más, llegó a un hermoso pueblo donde había grandes fiestas, pues la hija del rey quería elegir marido y
había decidido que sería aquel que le planteara una adivinanza que ella no fuera capaz de resolver.
El tonto, que escuchó esto, comenzó a pensar con qué adivinanza se podría presentar él ante la princesa.
Recordó inmediatamente todo lo que le había ocurrido en su viaje y se dirigió al palacio. Como había
orden de dejar entrar a todo el mundo, lo llevaron ante la princesa.
De camino, pasó delante de los cortesanos, que se reían de sus vestidos y pensaban que él también
fracasaría como ellos, pues la princesa contestaba en el acto a todas las preguntas que le hacían.
El rey, la princesa y los nobles también se rieron cuando le vieron llegar y siguieron con su burla cuando
le preguntaron por la adivinanza. La princesa dijo:
-Dime tu adivinanza y a ver si te casas conmigo.
-Eso es lo que quiero, casarme contigo -contestó el tonto, y de nuevo todos se echaron a reír.
El tonto comenzó:

-Torta mató a Perla,


Perla mató a tres,
tres mataron a siete,
de siete escogí lo mejor.
Tiré al que vi,
maté al que no vi.
Comí carne asada en palabras santas,
bebí agua no vertida ni llovida.
Vi correr un muerto
con un vivo encima.

¡Qué rápido se acabaron las burlas! La princesa quedó muda, sin saber qué decir, y pidió tres días para
descifrar la adivinanza. Pero los acertijos del tonto no estaban en los libros mágicos de la niña.
Al tercer día se reunió la corte, y la princesa, en presencia de todos, declaró que, como no podía resolver
la adivinanza, se convertiría en la esposa del tonto. Los aspirantes se quedaron mudos, pero no había otro
remedio. Llamaron al afortunado tonto y le dijeron que se casaría con la princesa, siempre que les dijera
la solución de la adivinanza. El tonto contó todo lo que le había pasado en el camino, y al rey, que le
escuchaba atentamente, le gustó tanto lo que decía que se quitó la corona y se la puso al tonto, quien fue
declarado rey en el acto.
El tonto fue lavado, perfumado y vestido con regios trajes. Las bodas se celebraron con gran pompa
durante un mes, y se dice que aquel tonto fue un rey sabio, bueno y justiciero que, si no ha muerto, aún
debe reinar.

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