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Imperio Inca
Los incas eran originalmente una pequeña y belicosa tribu que
habitaba la región al sur de las tierras altas de la cordillera central
en Perú. En torno a 1100 d. C. comenzaban a desplazarse hacia
el valle de Cuzco, donde durante casi 300 años llevaron a cabo
incursiones, y allí donde fue posible, impusieron tributos sobre
pueblos vecinos. Hasta mediados del siglo XV, los Incas no
llevaron a cabo ninguna gran expansión o consolidación política.
Su avance territorial más importante antes de esa fecha consistió
en una penetración de 32 Km. Al sur de Cuzco.
Contexto histórico
su contexto histórico, pues en América se desarrollaron distintas civilizaciones, que iban desde los pacíficos
indígenas taínos que encontró Colón en las Antillas, hasta los semisalvajes Caribes. Estas civilizaciones se
desarrollaron antes del descubrimiento, tenían unas costumbres básicas, y técnicas no muy desarrolladas, y
desde mediados de primer milenio d. C., los Mayas habían construido ciudades en una gran parte de
Centroamérica lo que hoy se conoce como Guatemala, Honduras, El Salvador, y otras regiones de Méjico. De
este pueblo mejicano, se desprende algo de la cultura que formaban las grandes civilizaciones, pues el culto al
sol, que está asociado con una forma de religión primitiva, que exigía para su subsistencia, la sangre derramada
en la guerra y en los sacrificios humanos. Y la serpiente emplumada que predica la confraternidad y enseña a
la humanidad las distintas formas de trabajo (agricultura, artesanías, etc.).
En toda comunidad primitiva, los hombres han creado las lenguas para poder comunicarse y así expresar
sentimientos ideas y emociones. De esta forma surgieron los primeros textos literarios. No obstante, Antes que
se originara la escritura, estos relatos eran transmitidos de forma oral de padres a hijos.
En la literatura Precolombina la historia es una herramienta para educar a la población sobre costumbres y
actitudes adecuadas. Los indígenas exaltaban la naturaleza porque era la representación de su relación con la
madre tierra. Otro tema importante que estuvo presente en la literatura fue la religión, ya que podían mostrar
la trascendencia de su comunidad como testimonio de su vida en la tierra.
La literatura misma empezó a gestarse en América. Y la riqueza literaria, a su vez, se fue aumentando
progresivamente hasta que mediante pictogramas los aborígenes codificaron sus historias, dejando así
registros escritos de sus pensamientos y formas de ver el mundo que ellos apenas estaban conociendo.
¿Qué es un pictograma?
Un pictograma es un dibujo convencionalizado que representa un objeto de manera simplificada y permite
transmitir, de este modo, una información también convencionalizada. Los pictogramas son independientes de
cualquier lengua particular porque no representan palabras sino realidades.
La pictografía es uno de los primeros estadios por los que pasa el desarrollo de la escritura en la historia de las
culturas y de las personas. En todas las culturas, mucho antes de que se llegara a fijar el lenguaje por escrito,
se logró transmitir informaciones mediante dibujos que representaban objetos del entorno. En algún momento,
se deja de inventar un dibujo nuevo cada vez que se quiere representar algo y se empieza a reaprovechar
dibujos conocidos que ya están en circulación. Empieza así un proceso de fijación y convencionalización que
puede conducir a nuevas fases en el desarrollo de la escritura.
Así que no tardaron en sentirse enamorados y un día se marcharon a la montaña, donde el jukumari tenía su
morada en una cueva. Allí vivieron dichosos. Él, de día en día más enamorado, cuidaba a la amada con
solicitud y ternura. Salía por la mañana y al atardecer regresaba con abundantes provisiones: carne fresca de
taruka o llama, patatas, maíz, fruta, miel.
En sus horas de soledad, la pastora se paseaba por las laderas y por las quebradas, recogiendo flores
silvestres, acariciada por el rumor de las cascadas y el canto de los pájaros. Veía que no le faltaba nada y era
feliz. De regreso, el amado siempre la encontraba en la cueva, la cena guisada y todo en orden.
Al cabo de un año les nació un hijo, un ser humano perfecto, que fue creciendo sano y vigoroso. El jukumari
continuaba saliendo al amanecer y regresando a la puesta del sol. Poco a poco, la pastora fue hallando
monótonos los días, estrecho el mundo en que vivía, y comenzó a añorar el hogar que había abandonado. Y
sufría.
Una tarde, el jukumari, al volver cargado de provisiones, vio que la pastora había llorado. Le enjugó los ojos
con la lengua y, postrado a sus pies, le suplicó que le dijera si tenía algún motivo de sufrimiento. Ella ocultó
sus sentimientos y dijo que no había nada. Pero el jukumari se quedó preocupado y receloso. A partir de
entonces, para ir en busca de alimentos y a fin de que la amada no lo abandonase, la dejaba encerrada en la
cueva, tapando cuidadosamente la entrada con un gran trozo de roca.
Ella sentía crecer la nostalgia y sus tribulaciones eran cada vez más lacerantes. Un día resolvió huir.
Volvería a casa de sus padres y allí reconstruiría su vida. Trató de mover la roca, estuvo forcejeando
ahincadamente, la impelía con todas sus fuerzas de una manera y de otra. La roca no se movió. Entonces
rompió a llorar.
Colocó la roca donde debía y partió. Luego de una prudente espera, el muchacho pudo mover la roca y
huyeron.
Los padres de la pastora habían muerto; entonces, ella y su hijo siguieron adelante en su fuga, a fin de que el
jukumari no pudiera alcanzarlos.
Al hallar vacía la cueva, el jukumari quedó atónito. Tan pronto como pudo, se lanzó a la búsqueda de los
fugitivos. Fue en vano. Ellos habían desaparecido. Regresó a la cueva agobiado de dolor y de desesperanza.
Entonces, acurrucado en un rincón, se puso a tocar su quena, que sollozaba con tanta amargura, con tanto
desconsuelo, que hasta las piedras y los árboles y los pájaros se echaron a llorar. La búsqueda se repetía día
tras día y, de regreso, la quena seguía arrastrando en su lamento a las piedras, a los árboles y a los pájaros.
Finalmente, el jukumari pasaba el día y la noche en la morada y salía solo cuando el apremio del hambre se
hacia insoportable.
Pasaron los años, no en vano. Un día la pastora amaneció enferma, no pudo reponerse y la muerte vino a
recogerla. El hijo se sintió solo y, luego de enterrarla, caminó en busca de su yaya. Lo encontró arrinconado
en su cueva, transido de congoja, achacoso y sin fuerzas. La presencia del hijo le iluminó como un sol nuevo:
la alegría asomó otra vez a su corazón. Entonces levantó su quena y se puso a tocarla. La melodía era tan
jubilosa, tan alborozada, que hasta las piedras y los árboles y los pájaros comenzaron a bailar.
El joven no se separó de su yaya hasta el final. Cuando al viejo le tocó exhalar el último aliento, le cerró
piadosamente los ojos y le dio sepultura junto a su madre. Al verse allí el amante, como si hubiese revivido,
abrió los brazos y rodeó con ellos los restos de la amada. A poco, de la unión de ambos cuerpos nació un
árbol. El árbol se hizo corpulento y frondoso. A cobijarse a su sombra iban a veces los enamorados sin
ventura y entonces sentían que en su corazón renacía la esperanza.
Relato oral. Traducción de Jesús Lara. En Mitos, leyendas y cuentos de los quechuas.
“Y así renació nuestro pueblo, la gran nación aimara, agradecida del padre Sol, nuestro tata Inti y bendecida
por la Pachamama”. Y por eso rezamos nuestras oraciones al tata Inti, al gran Wiracocha, a nuestra madre
tierra…la Pachamama. Pero el abuelo se puso triste y dijo a su nieta: “Mira el lago, hijita, el lago de los pumas
grises. Después vinieron otros pumas que nos despedazaron. Nuestros hijos escupieron sangre en la mina,
nuestras hijas mancilladas y humilladas por los blancos. El padre Sol lloró otra vez por nosotros…
Pero el mundo da vueltas. Ahora está de cabeza. Al revés, injusto. Pero se enderezará. Habrá un “pachakuti”.
“¿Sabes qué dijo TupajKatari cuando lo descuartizaban?”. “¿Qué dijo, abuelo?”, preguntó desconsolada la niña.
“Me matarán. Pero mañana volveré y seré millones”, respondió el abuelo.
“Pero mañana es hoy, muchacha. Aquí estamos, la gran nación aimara, los hijos y las hijas del Sol y de la
Pachamama junto a nuestro sagrado lago Titicaca.
ACTIVIDAD
1. Leer en voz alta, con buena entonación, usando los signos de puntuación, las lecturas “El jukumari y la
Pastora” y “Los pumas grises”.
**** Grabar audio leyendo las lecturas anteriores y enviar.
i. Madre tierra.