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LA NOCHE COMO ELEMENTO FUNDAMENTAL EN LOS CUENTOS

“EL HORLA” Y “¿ÉL?” DE GUY DE MAUPASSANT

Por Lara Pettignano

Guy de Maupassant fue un autor de lengua francesa que nació en 1850.


Interesado desde su adolescencia en la literatura, fue discípulo de Gustave
Flaubert desde temprana edad gracias a la estrecha amistad del escritor con su
madre. Reacio a adherirse a ninguna escuela, religión o partido político,
rechazaba las ataduras de cualquier tipo. Aun así, desarrolló su obra con claras
influencias naturalistas, sobre todo por el auge de este movimiento durante su
época y por su asistencia a las veladas de Medán, en las que se relacionó con
Emile Zolá. Publicó un gran número de composiciones en el corto plazo de diez
años. Fue célebre en vida, adquiriendo renombre tras la publicación de “Bola
de Sebo” (1880) en la antología de cuentos titulada Las veladas de Medán.
Murió en 1893, internado en una institución psiquiátrica por un intento de
suicidio ocurrido el año anterior.

Se lo reconoce por su uso del lenguaje, la palabra justa con la que refleja con
precisión la angustia y perturbación de sus personajes. Como afirma Reyes
Tarazona, “su mirada detallista y puntillosa es un recurso con el que consigue
diseñar escenarios y personalidades en pocas líneas […]” (128). Estos
escenarios son esenciales en la creación de la atmósfera que evoca en el
lector aquella sensación de duda y alteración que vivencia el personaje. En la
obra de Maupassant, tomando como ejemplo los cuentos “El Horla” (1887, El
Horla y otros cuentos) y “¿Él?” (1884, Les Soeurs Rondoli), el escenario de la
noche es fundamental para que se den estas impresiones.

En ambos cuentos, el escenario sombrío se despliega rápidamente luego del


comienzo de la narración. “El Horla” empieza con una exaltación a la vida, al
día, a la mañana, para que, inmediatamente después, el protagonista nos
revele que ha comenzado a sentir “una fiebre atroz, o, mejor dicho, una
nerviosidad febril que afecta por igual el alma y el cuerpo”. El hombre narra
que, cuando se acerca la noche, comienza a invadirlo una “inexplicable

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inquietud”, un temor incomprensible que lo obliga a cerrar la puerta de su
habitación con llave y a correr los cerrojos. A medida que la historia avanza, las
sensaciones angustiosas que el personaje experimenta se van intensificando
con las visitas de un ser invisible que lo acecha mientras duerme.

En “¿Él?”, un hombre le escribe una carta a su amigo explicándole la razón por


la que decidió casarse: “¡Me caso por no estar solo! […] Estar solo, de noche,
me angustia”. Entonces, le cuenta que su temor comienza un año atrás, una
noche de otoño en la que sintió “una soledad inmensa y desconsoladora”. Para
evitar la soledad, el protagonista se encamina a ver a sus amigos, aunque no
encuentra en casa a ninguno. Describe: “Todo estaba triste. Las aceras
mojadas relucían. Una tibieza de lluvia, una de esas tibiezas que producen
estremecimientos crispadores, una tibieza pesada, una humedad impalpable,
oscureciendo la luz de los faroles de gas, lo envolvía todo”. Se decide a volver
a su casa, pero al llegar encuentra a alguien dormido en el sillón de su
habitación. Al acercarse para constatar su identidad, ya que la luz tenue del
fuego del hogar no iluminaba lo suficiente, el desconocido desaparece.
Suceden a este episodio otros similares que aumentan en el protagonista la
sensación de temor por las noches: “Desde aquel día, todas las noches el
miedo me acosa”.

El escenario nocturno resulta fundamental en ambos relatos porque es en la


noche cuando los protagonistas se sienten en soledad y sus pensamientos se
vuelven confusos. Astier comenta: “Como en el Génesis, en Maupassant no es
recomendable que el hombre permanezca solo” (151). La noche angustia a los
personajes porque en ella reconocen el silencio, la soledad, la ausencia de un
otro que confirme la realidad. Entonces, queda en ellos mismos el determinar si
están volviéndose locos o si la realidad es una distinta de la que conocen, pero
¿cómo comprobar la propia cordura si los límites entre el mundo interior y el
exterior se vuelven confusos?:

Es evidente que la soledad resulta peligrosa para las mentes


que piensan demasiado. Necesitamos ver a nuestro alrededor
a hombres que piensen y hablen. Cuando permanecemos

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solos durante mucho tiempo, poblamos de fantasmas el vacío
(Maupassant 9).

Durante el día, sus pensamientos son lógicos, se basan en la realidad, en lo


que pueden ver. Durante la noche, la facultad de ver se reduce y con ello la
claridad de sus pensamientos. La oscuridad es el agravante de la vacilación
entre lo lógico y lo sobrenatural; es el móvil de los temores, de las angustias,
de lo desconocido. En “El Horla”, aunque el ser que acecha al protagonista es
invisible, este insiste en prender bujías y lámparas cuando se enfrenta con él.
En ambos relatos, el día se manifiesta como un consuelo, un receso de la
desesperación: “Al amanecer, la claridad me tranquilizó y dormí sosegado
hasta el mediodía”.

En estas dos atrapantes historias, Maupassant logra representar temores


inherentes de la humanidad reconocibles desde el principio de los tiempos. El
temor a la soledad y a lo desconocido son sensaciones que, por ser
ficcionalizadas, no dejan de ser ciertas. La noche, que trae consigo el silencio y
la oscuridad, resulta una circunstancia fundamental para que las sensaciones
de angustia y de perturbación se desarrollen y para que la mente del humano
se vuelque hacia la embriaguez, la confusión y el desasosiego, tanto en la
ficción como en la realidad.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Obras

De Maupassant, Guy. “El Horla”. El Horla y otros cuentos. 1887.

-----------. “¿Él?”. Les Soeurs Rondoli. 1884.

Estudios críticos

Astier, Colette. Maupassant y lo fantástico. Trad. Claudia Ruiz. París: Université


de Paris X-Nanterre, 1997.

Leguen, Brigitte. “Guy de Maupassant ante la mascarada de la vida”. EPOS


XX-XXI (2004-2005): 161- 169.

Reyes Tarazona, Roberto. “El legado de Maupassant”. Tradición, Segunda


época 14 (2016): 125-131.

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