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Al ser la identidad un fenómeno contingente, mutable e inestable (Klor de Alva, 1992 c.p.
López, 2008) es pertinente preguntarse cómo se reconfigura en una coyuntura donde el
menoscabo a nivel político, económico y social del país, converge con la emergencia de una
crisis sanitaria global. Así pues, antes de tratar de responder a esta interrogante, es preciso
establecer una línea base que describa las condiciones preexistentes a la crisis ocasionada
por la pandemia.
Los datos arrojados por la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) que se
realizó entre 2019 y 2020, muestran que la pobreza multidimensional (que abarca empleo,
estándar de vida, acceso a la educación y vivienda) pasó de 39,3% en el año 2014, a un
64,8% en el 2019. Aquí la pobreza es conceptualizada como una situación de carencia
material en el cual se encuentran personas y comunidades en comparación con un patrón
normativo (España, 2004). Y el empobrecimiento, como un proceso paulatino de
precarización donde la clase media ve mermada su capacidad de generar ingresos. Es
indiscutible que los venezolanos se han empobrecido, sin embargo el impacto varía de
acuerdo al estrato económico. La brecha entre clases sociales se ha expandido (Klein,
2012).
Paralelamente el panorama nacional recibe los primeros casos de coronavirus con una
economía estancada. A partir del año 2013 miles de empresas se ven en la necesidad de
cerrar y las que aún se mantienen operativas lo hacen en un contexto hostil en el que fallan
los servicios básicos y donde desde el Estado se les persiguen si no se adhieren a las
decisiones del gobierno (García, 2020).
A ello se le suma la declaración de medidas de confinamiento, el deterioro del sistema de
salud, la incapacidad para acceder a suministros y medicamentos necesarios para tratar la
enfermedad por el virus, y la incertidumbre acerca de cuándo será posible acceder a alguna
de las vacunas que ya se están aplicando en otros países de la región (Andrade, Hernández,
Quintero y Sanguinetty, 2020). Estos problemas afectan a la mayor parte de la población,
pero no lo hacen del mismo modo, dado que aquellas personas que cuentan con un mayor
poder adquisitivo e ingresos en dólares, tiene más posibilidades de sortearlos.
Análisis más recientes como el de Acosta (2019), apunta que la crisis que enfrenta el país
se cataloga como un evento traumático con repercusiones a nivel social, manifestadas en la
desarticulación de la participación social y política, y el miedo a disentir y a ejercer control
social a través de programas de asistencia a los más vulnerables. A nivel individual la
tristeza, depresión, angustia, desesperación, miedo y hasta la desesperanza son factores
recurrentes que perfilan el autoconcepto de los venezolanos.
En 1960 Herman Witkin estableció una tipología polarizada y simplista que alberga en un
extremo a los individuos dependientes del campo, y en el otro, a aquellos independientes del
mismo (Montero, 1984). En el primer caso, a los individuos dependientes se les caracteriza
como conformistas, orientados al prójimo y al acercamiento físico y emocional. Asimismo,
tienden a dejarse influir por el medio y a considerar las claves sociales dadas por otros. Por
otro lado, los individuos independientes se interesan más por sus propias ideas y
abstracciones, por lo que son percibidos como relativamente insensibles, manipuladores y
déspotas, y en lugar actuar conforme a las propiedades dominantes del campo, emplean su
compás de referencias internas para reestructurar el medio (Montero, 1984).
Así, en palabras de Witkin, se les considera inferiores a aquellos que se orientan histórica,
política y culturalmente al campo, en tanto los sujetos independientes ocupan situaciones de
poder (Montero, 1984). A pesar de no contar con un estudio de los estilos cognoscitivos en
Venezuela, el autor supone que una gran parte de la población se identifica como
dependiente del campo (Montero, 1984). Lo expresado por Witkin encaja con la presunción
de que son los mismos individuos los causantes de su opresión, cuando la realidad indica
que tanto los individuos de clase media/baja como los de clase alta exhiben rasgos de
ambas tipologías (España, 2004).
Sobre esto, Fayard (2012) responde ante la interrogante de cómo figura la identidad de
una persona altamente consciente cuando se halla inmersa en un entorno económicamente
inestable, y revela que estos individuos son más propensos a desarrollar depresión y sentir
culpa, aseveración que se asemeja a lo planteado por Acosta (2019) acerca de los efectos a
nivel psicosocial de la crisis que atraviesa el país.
A manera de cierre, se reconoce que las personas en situación de pobreza y aquellas que
se han empobrecido abruptamente se hayan especialmente vulnerables ante un panorama
de crisis que ha cambiado la forma como éstos se perciben a sí mismos, profundizando
creencias antiguas que refuerzan la idea de indefensión y falta de control.
Andrade, R., Hernández, J., Quintero, B., y Sanguinetty, N. (2020). Impacto emocional del
confinamiento por COVID-19 en la población venezolana en el marco de la migración.
Investigación & Desarrollo, 13(1), 15-27.
García, A. (2020).La pandemia también trajo con ella más desempleo. Crónica uno, p.1.
Recuperado de https://cronica.uno/la-pandemia-tambien-trajo-con-ella-mas-
desempleo/