Está en la página 1de 22

Ética.

2ª Parte: TEORÍAS ÉTICAS


ies universidad laboral- departamento de filosofía

1. Los sistemas morales


2. Los sofistas y Sócrates
3. Aristóteles
4. Los hedonistas
4.1 Aristipo de Cirene
4.2 Epicuro
5. Los cínicos
6. Los estoicos
7. El cristianismo
8. Spinoza y Hume
9. Kant
10. El Utilitarismo
10 El marxismo
11 Nietzsche
12 Sartre y el existencialismo
13 Wittgenstein y la filosofía analítica
14 Habermas y la ética dialógica

1
1. Los sistemas morales

Cuando actuamos, cuando elegimos una opción y no otra, lo hacemos porque


valoramos más una cosa que otra. Nuestras acciones se basan en valores
morales, y estos indican aquello que es más valioso para nosotros: el amor, la
amistad, el dinero, el placer, la felicidad... Los valores varían de una época a otra, de
una cultura a otra y de una persona a otra.

La mayoría de personas acepta los valores preponderantes de la época y el


entorno social que le ha tocado vivir. No lo hacen de manera consciente, muchas veces
ni siquiera se plantean la posibilidad de elegir, simplemente sostienen los valores que
les han enseñado, valoran lo mismo que el resto de la gente. Pero cabe otra opción,
siempre hay quien nada a contracorriente, quien sostiene valores diferentes, quien se
aleja del rebaño. Tomar otro camino supone hacer una elección. Para elegir es
preciso conocer. Esto es lo que vamos a hacer en el presente tema.

A lo largo de los siglos ha habido filósofos que se han dedicado a reflexionar


sobre estas cuestiones: ¿Qué debemos hacer? ¿Qué es el bien? ¿Por qué debemos
actuar moralmente? La respuesta a este tipo de preguntas constituye la parte de la
filosofía denominada ÉTICA. A continuación vamos a mostrar diferentes éticas, cada
una de ellas defiende un sistema moral, es decir, un conjunto de valores
normas y criterios que dirigen y orientan la acción humana.

El objetivo final no es el conocimiento de los sistemas morales, sino hacer una


elección personal. Necesariamente, incluso el que no lo sabe, actúa guiado por valores.
¡Qué los valores no te sean impuestos! Debemos hacernos dueños de nuestra
propia vida y ello implica, entre otras cosas, elegir los valores morales que orienten y
guíen nuestra acción. Asunto de la máxima importancia pues somos la suma de
nuestras acciones pasadas. Lo que está en juego es determinar el tipo de persona que
queremos ser.

2. Los sofistas y Sócrates

En el siglo V a.C. en una ciudad (polis) griega, Atenas, acontece un hecho


político que será decisivo en la historia de la civilización occidental: los atenienses
deciden organizarse políticamente como una democracia. Bien es verdad que se trataba
de una democracia muy diferente a la actual: las mujeres y los extranjeros no podían
participar y además existían esclavos, pero, por otra parte se trataba de una
democracia directa donde el pueblo, el demos, participa activa y directamente en los
asuntos políticos sin intermediario alguno, es decir que no elegían representantes sino
que los ciudadanos se reunían habitualmente en la plaza pública, el ágora, y tomaban
decisiones que afectaban al presente y futuro de la polis.

En este contexto surgen los sofistas. Sofista significa sabio, aunque ellos se
presentaban a sí mismos como maestros de virtud. Enseñaban a los jóvenes
aristócratas, a cambio de dinero, a hablar en público. Los atenienses eran virtualmente
todos políticos y aquel que quisiera influir en sus conciudadanos debería ser
persuasivo a la hora de exponer sus propuestas. La retórica y la oratoria son el arte de
construir bellos discursos, que tengan poder persuasivo. En una democracia el éxito

2
político se mide por la capacidad de aglutinar al mayor número de ciudadanos en torno
a una propuesta.

Es evidente que si los sofistas se hubieran dedicado solamente a enseñar


técnicas de oratoria no nos interesarían en este tema ni en esta asignatura. Enseñaban
algo más. Afirmaban que no existen normas ni valores morales que tengan un carácter
absoluto. Los sofistas habían viajado por otros países y por distintas ciudades griegas y
sabían de primera mano que lo que en un lugar se considera justo en otra ciudad
parece una aberración. Por ejemplo, los espartanos acostumbraban a matar a aquellos
niños que nacieran con alguna tara física por leve que fuera, además apartaban a los
jóvenes de sus familias y los sometían a una dura y disciplinada educación. Así
entendían ellos la justicia y la virtud. Aquellas costumbres no eran practicadas en
Atenas y se consideraban poco menos que ritos bárbaros. Los tebanos, los corintios y
no digamos ya los persas y los egipcios tenían normas, ritos y costumbres muy
diferentes. Ahora bien, ¿dónde está la verdad? ¿qué es lo justo? ¿qué es lo bueno? ¿qué
es la virtud? Los sofistas defendían el relativismo moral, es decir, no existen los
valores morales absolutos, no existe la Justicia, la Virtud, la Piedad, el Honor, etc. sino
que cada ciudad establece sus propios principios morales que son válidos para ella pero
no para otra polis u otro país. Además eran escépticos, es decir, dudaban de todo,
pensaban que no existía una verdad absoluta y, por lo tanto todo era discutible y
cuestionable.

Aun así es preciso reconocer que entre los sofistas había diferencias
importantes. Por ejemplo Protágoras afirmaba que las normas morales son
convencionales, es decir, fruto de un pacto o acuerdo y por tanto variaban
considerablemente de una ciudad a otra. Pero el hombre virtuoso es aquel que respeta
las leyes y las normas morales de su ciudad. Trasímaco, por el contrario, afirmaba
que puesto que todas las normas morales son convencionales, la ley que debemos
seguir, la que debemos respetar, es la ley de la naturaleza que determina la victoria del
fuerte sobre el débil, pues está es la única ley no convencional, esto es, necesaria, que
no cambia nunca. Por tanto, afirmaba Trasímaco, las normas morales no habrían de
impedirnos imponer nuestra voluntad sobre los que son más débiles que nosotros.

Por aquel entonces surgió un hombre que algunos


atenienses confundieron con un sofista, puesto que hablaba de
cuestiones parecidas: el hombre, la virtud, el bien...., pero que
sostenía ideas muy diferentes. Ese hombre era Sócrates. Sócrates
era ateniense a diferencia de los sofistas que eran extranjeros en
Atenas, sin derechos políticos, por tanto, además consideraba
deshonroso cobrar por sus enseñanzas, entre otras cosas porqué no
tenía una doctrina o teoría que enseñar, de ahí la célebre frase: solo
sé que no sé nada.

Sócrates no sabía en que consistía la Verdad, el Bien o la Justicia pero estaba


convencido que tales cosas existen y que merece la pena dedicar toda una vida a su
investigación y conocimiento. Esperaba encontrar la sabiduría en el diálogo libre entre
ciudadanos. Su madre había sido comadrona y él afirmaba que había heredado el arte
de su madre, el arte de dar a luz, la mayeútica, que si bien era verdad que no sabía
nada, tenía la habilidad de, mediante preguntas, hacer que la verdad “salga a la luz”.
Así que dedicaba los días a deambular de plaza en plaza entrando en conversación con
los jóvenes y acuciándolos para que se esfuercen en la búsqueda de respuestas a las

3
preguntas más importantes de la vida. Sócrates defendía el carácter absoluto de los
valores morales, la virtud, la justicia o el bien no son asuntos relativos, cada uno no
puede establecer de manera subjetiva los valores morales. Si estimamos que es correcto
mentir en provecho propio... nos equivocamos, consciente o inconscientemente. La
mentira está mal y esto no es algo que pueda cambiar de un lugar a otro o en diferentes
épocas. La razón humana es una, la misma para todos, y lo que es bueno y razonable
para mí, también lo es para ti.

A menudo los prejuicios y las falsas opiniones hacen que no consideremos las
cuestiones de valoración moral de forma atenta y razonada, la vida de Sócrates es un
ejemplo que debemos tener en cuenta si queremos pensar por nosotros mismos, ser
dueños de nuestra propia vida.

Una de las tesis más controvertidas de nuestro filósofo es aquella que afirma
que la virtud y el conocimiento van unidos, que el vicio es producto de la ignorancia y
cuando nos educamos nos hacemos mejores y más sabios. Quizá conozcas a alguien
que es inteligente pero no es una buena persona pero no deberíamos apresurarnos a
rechazar la tesis socrática. Puede ser que esa persona inteligente tenga muchas
habilidades o conozca muchos datos o esté muy bien informada pero eso no la hace
más sabia. La auténtica sabiduría surge del interior del alma. Sócrates intenta poner en
práctica la máxima del oráculo de Delfos: conócete a ti mismo. Una persona que ha
dedicado los mejores años de su vida a este conocimiento no puede ser ruin, codiciosa
o envidiosa. De esta forma debemos entender la tesis del intelectualismo moral
socrático que afirma que la virtud es conocimiento.

Si Sócrates fue un ejemplo en vida, al menos para algunos, mucho más lo fue
su muerte. Los enemigos de Sócrates lo habían acusado de impiedad y de corrupción
de la juventud, los cargos eran falsos pero Sócrates se había ganado, por razones que
ahora no vienen al caso, enemigos entre los demócratas atenienses. Durante el juicio el
acusado mantuvo una postura orgullosa, no suplico ni pidió clemencia pues tenía la
conciencia tranquila. La condena fue a muerte. Sócrates fue condenado a beber una
dosis letal de cicuta. Un día antes de que se cumpliera la sentencia, los amigos de
Sócrates sobornaron a los guardias de la prisión y le prepararon un plan de fuga, a la
hora de la verdad Sócrates decidió no aceptar la ayuda de sus amigos. Siempre había
vivido en Atenas, había defendido a la ciudad en la guerra y había respetado sus leyes,
en múltiples ocasiones había sostenido que las leyes había que respetarlas siempre, no
solo cuando te favorecían; ahora esas mismas leyes le habían condenado a muerte,
había tenido una vida larga y plena y no quería vivir el resto de la vida como un prófugo
sin patria alguna. Al día siguiente con enorme entereza bebió la cicuta y encontró la
muerte.

3. Aristóteles

Aristóteles fue discípulo de Platón que, a su vez, lo fue de Sócrates y también


vivió en Atenas en el siglo IV a.C. Además escribió el primer tratado de Ética, titulado
Ética a Nicómaco, dedicado a su hijo.

Según Aristóteles la felicidad es el fin último de la vida humana y a ella


debemos dedicar todos nuestros esfuerzos. El resto de bienes que perseguimos no los
buscamos por ellos mismos sino sólo como medios para conseguir otras cosas. Por

4
ejemplo si ansiamos la riqueza es porque con dinero podemos comprar otros bienes,
pero los bienes que podemos adquirir tampoco son un bien en si
mismos. Podemos comprar un coche deportivo pero ¿por qué lo
queremos? Quizá para ser admirados, pero entonces lo que
buscamos es el reconocimiento por parte de los demás no el coche
en si mismo; pero... ¿por qué buscamos reconocimiento?... De la
misma forma nos podemos preguntar por el resto de los bienes
que supuestamente son deseables por si mismos ¿por qué nos
rodeamos de amigos? ¿por qué buscamos la independencia? ¿por
qué nos gusta viajar?... Hay una pregunta, sin embargo que es
absurda: ¿por qué queremos ser felices? Por nada, ser feliz es un
objetivo final, el resto de las cosas las queremos para ser felices y
la felicidad es el fin de la vida.

Ahora bien; ¿en qué consiste la felicidad? Esta pregunta es más compleja pues
parece que cada persona entiende la felicidad de distinta manera: Según Aristóteles
muchos identifican la felicidad con la fama, el honor o la riqueza pero se equivocan
pues, como hemos visto, estos no son auténticos fines. El bien de algo consiste en que
cumpla con su finalidad, así el buen barco es aquel que puede navegar incluso en la
tempestad, la buena casa es la que resiste en pie el paso del tiempo y es acogedora, el
buen zapatero el que hace buenos zapatos y así sucesivamente. Pero...¿en qué consiste
el bien del Hombre? según Aristóteles en que cumpla con su finalidad y esta es
desarrollar la parte que le es propia: la razón. Solo las personas toman decisiones,
precisamente esto es lo que las define como tales. Podemos decir, pues, que la
función propiamente humana es la de actuar racionalmente y cuando una
persona haga esto de modo excelente, virtuosamente, será feliz.

¿En qué consiste la excelencia o virtud? En encontrar siempre el


justo medio entre dos extremos que son los vicios. Por ejemplo, hay personas
cobardes (vicio por defecto) que no se atreven a nada porque ven peligros que acechan
por todas partes y otras que actúan por temeridad (vicio por exceso) y no calibran los
auténticos peligros. La virtud es la valentía y consiste en saber que riesgo puede uno
afrontar y afrontarlo. Precisamente la virtud fundamental, la prudencia,
consiste en saber descubrir el justo medio para cada uno. Pero... ¿cómo se
adquiere la virtud? Según Aristóteles virtud y vicio son hábitos que se adquieren
por repetición de actos. Cuando uno ha adquirido el hábito por ejemplo de decir la
verdad, ya no le cuesta ser sincero y al revés. De hecho, no somos sinceros porque
decimos la verdad, sino que decimos la verdad porque somos sinceros, porque hemos
adquirido este hábito.

No todas las actividades producen el mismo grado de felicidad. Un carpintero


puede sentirse feliz de haber hecho bien un mueble, pero no hace muebles para ser
feliz sino para ganarse la vida; es decir, hacer muebles no es el bien supremo. La única
actividad que, según Aristóteles no se lleva a cabo como medio para alcanzar otra cosa,
es el cultivo del saber teórico, la contemplación de la verdad. Aristóteles estimaba
sobre todos los conocimientos la filosofía precisamente por lo que hoy mas se la critica:
por su inutilidad. El filósofo busca el saber por el saber mismo y con ello
alcanza la felicidad más plena.

5
4. Los hedonistas.

Los seguidores de Sócrates fueron muchos y de muy variada índole. Algunos


como Platón y Aristóteles identificaron el bien supremo con la sabiduría y el
conocimiento, otros como Aristipo y Epicuro identifican el bien con el placer, ellos son
los hedonistas (del griego hédone, placer).

4.1 Aristipo de Cirene

Aristipo fue discípulo directo de Sócrates y fue el primero en identificar el


bien con el placer. El pensamiento de Aristipo se concentra en la capacidad de saber
vivir “el instante que huye”. La mayor parte de los hombres, según la edad, soporta la
propia existencia, sea deteniéndose en los recuerdos del pasado, sea aferrándose al
futuro. Pocos seres superiores (según Aristipo) consiguen vivir sumergiéndose en el
presente. A menudo oímos a las personas ancianas suspirar con aire soñador “qué feliz
era a los veinte años” (cuando sabemos perfectamente que no lo eran en absoluto) y
con igual frecuencia vemos a jóvenes, en el punto culminante de su forma física e
intelectual, que tienen sus miras puestas en un improbable futuro. Casi nadie es tan
inteligente como para parir una constatación elemental del tipo de: “EN ESTE
MOMENTO NO TENGO DESGRACIAS, LAS PERSONAS A QUIENES QUIERO SE
ENCUENTRAN TODAS BIEN DE SALUD, ¡SOY FELIZ! “ Tener sed y conseguir beber
un vaso de agua pensando: “¡Qué buena está el agua!“, es un comportamiento
cirenaico.

Esta “filosofía del presente” que los latinos sintetizaron en la célebre sentencia
CARPE DIEM, no ha gozado nunca de las simpatías de los filósofos e intelectuales; se
ha convertido en sinónimo de falta de compromiso moral y político, y como tal no
utilizable a los fines de una transformación de la sociedad. No obstante esto, hay quien
considera a Aristipo como el más socrático de los socráticos, justamente por su total
independencia frente a los problemas de la vida. Para los cirenaicos la libertad es ser
capaces de atravesar los placeres de la existencia sin dejarse seducir por ellos.

Aristipo precede casi en un siglo a su colega Epicuro; la diferencia entre ambos


reside en el hecho de que el primero era mucho más “epicúreo” que el segundo. En
efecto, mientras Epicuro hace distinciones entre los placeres y valora sus
consecuencias, los cirenaicos practicaban el placer por el placer sin ponerse
a pensar mucho en ello. Para los cirenaicos todos los placeres son buenos por el mero
hecho de ser placeres y todos son igualmente deseables, la expresión “placer malo” es
un contrasentido pues el placer es la medida del bien.

4.2 Epicuro de Samos

En el siglo III a.C la bandera del hedonismo fue portada


por Epicuro de Samos. En el año 306 a. C. Epicuro adquirió la
finca llamada “El Jardín” en las afueras de Atenas y fundó su
escuela de filosofía, formada tanto por varones como por mujeres
(gran novedad en las escuelas griegas), en ella vivió aislado de la
vida política y de la sociedad, practicando la amistad y la vida
estética y de conocimiento. El objetivo de esta filosofía es el arte de
la vida, la realización de una vida buena y feliz.

6
Según nuestro filósofo, la Naturaleza ha puesto como objetivo de todas las
acciones de los seres vivos (incluidos los hombres) la búsqueda del placer, como lo
muestra el hecho de que de forma instintiva los niños y los animales tienden al placer y
rehuyen el dolor. El placer y el dolor son pues los motivos fundamentales de todas las
acciones de los seres vivos. El placer puro es el bien supremo, el dolor el mal
supremo.

Los placeres y sufrimientos son consecuencia de la realización o impedimento


de los apetitos. Distingue Epicuro tres clases de apetitos:

• los naturales y necesarios: comer, beber, alimentarse; son fáciles de satisfacer;


• los naturales pero no necesarios: como los eróticos; no son difíciles de dominar
y pueden satisfacerse con cuidado y prudencia;
• los que no son naturales ni necesarios; como, por ejemplo, el que puede sentir
un fumador al encender un cigarrillo; hay que rechazarlos completamente.
Epicuro no piensa que una vida de lujo y desenfreno sea más placentera que una
vida sencilla y frugal

Dado que el hombre está formado por cuerpo y alma habrá dos tipos generales
de placeres:

• placeres del cuerpo: debemos dar satisfacción a los apetitos naturales del
cuerpo, pero nada más, no es bueno buscar formas y maneras de aumentar el
placer corporal, en este sentido es más importante evitar el dolor que
buscar el placer. El objetivo en relación al cuerpo es alcanzar la aponía, es
decir, la ausencia de dolores o molestias corporales.
• placeres del alma: los placeres del alma (la música, la conversación, la amistad,
el arte, el conocimiento, la creación...) son superiores a los placeres del cuerpo:
el placer corporal tiene vigencia en el momento presente mientras que los del
alma son más duraderos; además, los placeres del alma pueden eliminar o
atenuar los dolores del cuerpo. El placer del espíritu tiene como fin la ataraxia
que Epicuro identifica con la ausencia de ansiedad o turbación mental.

Aunque el placer es un bien y el dolor un mal, no es inteligente elegir siempre


el placer y rechazar siempre el dolor: debemos rechazar los placeres a los que les siguen
sufrimientos mayores y aceptar dolores cuando se siguen de ello placeres mayores.
Antes de obrar hay que pesar cuidadosamente el placer o el dolor que se seguirá de ello
y establecer un balance placer-dolor. Así, por ejemplo, aunque no resulte
placentero ingerir una medicina, debemos hacerlo pues de un pequeño mal se seguirá
un bien mayor, de la misma manera no es conveniente comer y beber demasiado pues
de un placer se puede seguir un mal mayor.

Epicuro consideró que la filosofía tiene una doble tarea: combatir las ideas
falsas que fomentan el miedo y el sufrimiento y crear en el sabio un estado de ánimo o
talante favorable en toda circunstancia y lugar. Entre aquellas ideas hay que incluir
fundamentalmente el miedo al dolor, el temor a la muerte, a los dioses y al destino.
Para evitar estos temores Epicuro propone el cuádruple remedio, el tetrafarmakon.

7
• No hay que temer a la muerte pues la propia experiencia de la muerte no es
tal: “el más terrible de los males, la muerte, no es nada para nosotros,
pues cuando nosotros existimos, la muerte no existe, y cuando la muerte
existe, nosotros no existimos”.

• No hay que temer tampoco al dolor corporal pues cuando es intenso y


insoportable generalmente dura poco y cuando dura más tiempo es menos
fuerte y más soportable, podemos decir que acabamos acostumbrándonos
al dolor moderado y en cuanto al dolor intenso este nos lleva a la muerte,
pero como hemos sostenido nada debemos temer de la muerte.

• No hemos de temer tampoco a los dioses, pues caso de que existan, estos
no se ocupan de nuestros asuntos pues sería contrario a su naturaleza
incorruptible, eterna y dichosa perturbarse por las miserias humanas.

• Por último, no debemos temer por el futuro pues no hay nada escrito, no
hay un destino fijado para nosotros y en todo caso si lo hubiera sería del
todo incognoscible.

En conclusión: no hay que renunciar a los placeres corporales sino ordenarlos


y administrarlos de cara al bienestar físico y espiritual. La razón representa un papel
decisivo en lo que respecta a nuestra felicidad: nos permite alcanzar el estado de total
sosiego (ataraxia), de absoluta imperturbabilidad ante todo (Epicuro lo compara con el
total reposo del mar cuando ningún viento mueve su superficie) y nos da libertad ante
las pasiones, los afectos y los apetitos. El sabio alcanza la vida buena y feliz gracias a
esta autonomía frente al dolor y los bienes exteriores, a los amigos con los que convive
y a su aislamiento respecto de lo social.

5. Los cínicos.

Otro grupo, otra escuela que tiene mala fama, es la de los cínicos. Hoy, si
alguien llama cínico a otra persona no le esta tirando flores precisamente, está
afirmando que esa persona carece de convicciones morales y se burla de los que creen
saber que es lo correcto; como el cínico carece de convicciones hace siempre lo que más
le conviene en cada caso sin atender a la bondad o maldad de la acción o a sus
consecuencias sobre otras personas. ¿Es justificada la mala fama del cínico? Para
responder a esta pregunta debemos remontarnos a los orígenes de este grupo.

Sócrates no llego a definir la virtud, con lo que dejó la puerta abierta para que
otros la definieran a su manera. Así para Aristóteles la virtud era prudencia y
moderación, mientras que para Aristipo la virtud consiste en la búsqueda del placer.
Entre los discípulos de Sócrates destaca Antístenes, fundador de la escuela de los
cínicos (del griego kynos, perro, perruno), llamados así por sus extravagantes maneras
de vivir: austeros hasta la mendicidad, “pasando” de usos, de costumbres y de
convenciones sociales. El más famosos de ellos (siglo IV a.C) vivía en un tonel y
satisfacía sus necesidades donde le apetecía, era Diógenes. Otro Crates de Tebas,
abandono a su familia y sus riquezas para ir por el mundo mendigando. Entre sus filas
aparece Hiparchía, la mujer sabia, la primera mujer filósofa que aparece en los libros.

Los cínicos defendían que la vida humana debería seguir los dictados de la
naturaleza. Una vida sencilla, frugal, adaptada al medio como la de los animales, ¡la

8
vida de un perro!, según sus detractores, por ello fueron llamados “cínicos”. El cínico
por tanto no se guiará por las convenciones o los usos sociales sino por la virtud
natural: ¡vivir según la Naturaleza! Así, por ejemplo, no respetará las normas de
educación o cortesía, no tendrá pudor alguno, no se someterá a ninguna ley humana
pues el cínico solo se somete a la Naturaleza.

Desde el punto de vista político el cínico es un ciudadano del mundo, un


cosmopolita (“cosmopolites” es un término inventado por Diógenes) que no reconoce
más patria que la humanidad entera. No reconocen banderas, ni patria, ni raíces.
Necesitan horizontes amplios para poder vivir.

6. Los estoicos.

Abstine et sustine! ¡Domínate y aguanta! Este era el lema de los estoicos,


los filósofos que explicaban su doctrina en el pórtico (“estoa”). Zenón su fundador
aparece en Atenas seis años después de que Epicuro fundara su Jardín. Sus teorías
tuvieron éxito, incluso siglos más tarde entre las clases sociales más dispares: un
esclavo como Epicteto, un filósofo cortesano y español, Séneca y un emperador
romano, Marco Aurelio.

Según los estoicos el universo entero está dominado por una Ley
universal o Logos que todo lo rige, desde el movimiento de los planetas y las
estrellas hasta las cuestiones más nimias e insignificantes (si has perdido un bolígrafo
no es casualidad, forma parte del Plan Universal que todo lo controla). Así pues no
existe lo que solemos llamar “casualidad “, nada es casual, todo cuanto acontece
ocurre porque tiene que ocurrir.

La libertad humana aparece así mermada considerablemente: el futuro no


está en nuestras manos, todo está ya escrito; entonces... ¿en qué sentido podemos
afirmar que somos libres? No podemos elegir lo que nos pasa, pero si
podemos elegir como reaccionar frente a lo que nos pasa. Por ejemplo,
podemos tener un accidente a consecuencia del cual quedamos parcialmente
impedidos; nada podemos hacer para evitarlo (ni siquiera aunque lo supiéramos
previamente, pues “todo está escrito”) pero podemos elegir entre pasar el resto de la
vida amargados y lamentándonos de nuestra mala suerte o aprender a vivir de nuevo,
asumiendo la discapacidad como parte de nuestro Yo y buscando nuevas tareas más
apropiadas a nuestra actual situación.

¿Cuál es el consejo de los estoicos? ¿de qué manera podemos reaccionar ante
un mundo que se mueve al margen de nuestra voluntad? Mediante la razón. El Logos
que rige el universo es una ley racional, cuando actuamos racionalmente,
actuamos conforme al Logos, conforme a la Naturaleza. Por el contrario
cuando actuamos movidos por nuestros apetitos y sentimientos no actuamos conforme
al Logos, es más, nos convertimos en esclavos de nosotros mismos pues rechazamos la
única libertad posible. Los sentimientos no los elegimos están en nosotros al margen
de nuestra voluntad. Cuando el único criterio de la acción es dar satisfacción a los
deseos (de riqueza, poder, comida, bebida, sexo...), nos convertimos en sus esclavos y
nos asemejamos más a animales que a personas. La virtud consiste en vivir de
manera racional sometiéndose a los dictados del Logos.

9
El medio para obtener la virtud es el ejercicio de la voluntad para abstenerse
del placer y soportar el dolor (“abstine et sustine”) así el hombre sabio alcanzará la
sabiduría y la libertad (que no es otra cosa que actuar conforme al logos). El estoico se
dedica preferentemente al estudio de la filosofia y la ciencia, entiende que su misión en
la vida es conocer, entender el orden del mundo y no alterarlo caprichosamente.

Los estoicos, siguiendo las enseñanzas de lo cínicos, se consideraban


ciudadanos del mundo –cosmopolitas- , consideraron a todos los hombres como
hermanos y crearon el concepto de humanidad. Antiguamente un hombre se sentía
ateniense o espartano, todo lo más heleno, partícipe de una cultura común, pero el
resto de los hombres eran bárbaros, no demasiado diferentes a los animales. Esto
empieza a cambiar con los estoicos y más adelante con los cristianos.

Como resumen final, no solamente del estoicismo sino de todas las escuelas
éticas helenistas, podemos afirmar que el objetivo final de todas ellas es...consolar.
En un mundo cambiante e incomprensible como el siglo III a.C. y también como
nuestro siglo XXI, las personas se sienten solas y desamparadas. Las escuelas
helenísticas ofrecen consuelo a estas personas. Les aconsejan que dediquen su vida a la
obtención de placeres, o que vivan una vida sencilla, o que eviten el dolor, o que
busquen el conocimiento o que se abstengan de los placeres. Las recetas son variadas,
pero el fin es el mismo: afrontar la vida en las circunstancias más ventajosas posibles
para que esta no te destroce y, en la medida de lo posible encontrar la felicidad o, al
menos evitar la angustia y la desolación.

7. El cristianismo.

La influencia de las escuelas helenísticas no se limita a Grecia, sino que de allí


pasa a Roma y son la referencia ética en el mundo antiguo durante varios siglos, hasta
que hace su aparición el cristianismo.

El cristianismo no es una filosofia sino una religión, una doctrina que se


presenta con el objetivo de salvar a los hombres. Sin embargo su influencia ha sido tan
importante que ha afectado a todas las facetas de la actividad humana. Pronto surge
una filosofía y una ética cristiana (en el siglo V con San Agustín y, sobretodo, en el siglo
XII con Santo Tomás) que toma en consideración las aportaciones de la filosofía clásica
griega (Platón y Aristóteles), pero también, y especialmente los mandatos de la fe
religiosa.
Para Aristóteles el ser humano es un ser racional que aspira a la felicidad, este
es su fin último, que consigue en la medida que realiza con excelencia las funciones
propias de su naturaleza. Santo Tomás recoge este argumento y lo adecua a las
exigencias de la fe: el hombre es una creación de Dios y, por consiguiente, Dios se
convierte en el fin último, en el supremo bien para el hombre. Toda la vida humana
debe orientarse hacia Dios, hasta poder contemplarlo en la otra vida. En esta
contemplación divina alcanzará el hombre la felicidad. La verdadera felicidad está
en Dios y para conseguirla el alma debe purificarse para alcanzar la perfección que le
conduzca a la contemplación divina.

Si queremos alcanzar el objetivo final, la contemplación de Dios, debemos


hacer el bien y evitar el mal. Y esto se concreta en una serie de normas que de hecho
son los diez mandamientos (honrarás a Dios, a los padres, no matarás, no tendrás
relaciones sexuales ilícitas, etc). Ser virtuoso consiste en cumplir los

10
mandamientos y estos deben cumplirse para alcanzar la verdadera
felicidad en la vida eterna.

No podemos reprochar al cristianismo ofrecer una ética ambigua que pudiera


ser interpretada de forma contradictoria, por el contrario, el mayor mérito de la ética
cristiana es su concreción y simpleza que ha hecho posible su pervivencia a través
de los siglos, en el fondo todo se reduce a cumplir con unas normas muy concretas con
el objetivo de alcanzar la felicidad en la otra vida. Además los mandatos de la ética
cristiana, al provenir directamente de Dios, obligan más que los de cualquier otra ética
que hayamos considerado. Por ejemplo, Aristóteles recomendaba ser prudente para
alcanzar la felicidad; bien... ¿y si no quiero? Simplemente no seré feliz según
Aristóteles. En el caso de la moral cristiana la desobediencia del mandato divino es un
pecado y la consecuencia no es el no alcanzar la felicidad, siempre según la falible
opinión de algún filósofo, sino la garantía divina de la condenación eterna. No es de
extrañar que haya más cristianos que aristotélicos o epicúreos.

8 Spinoza y Hume

En el transcurso de los siglos XVII y XVIII son muchos los pensadores que
dedicarán una parte importante de su obra al tratamiento de asuntos relacionados con
la ética y la política. Por lo que se refiere a la primera de estas disciplinas, las nuevas
teorías van a mostrarse ciertamente deudoras de los grandes sistemas desarrollados en
la antigüedad, si bien aportarán matices ciertamente novedosos e interesantes. Hemos
seleccionado como ejemplos más representativos las éticas de Spinoza y de Hume.

8.1 El vivir conforme a la razón de Spinoza.


Spinoza nació en Amsterdam en 1632 en el seno de una
familia judía de origen portugués. Fue educado en la comunidad
judía de su ciudad natal hasta ser expulsado de ella bajo la
acusación de herejía en 1656. Pocos años más tarde se estableció
en La Haya. Allí se dedicó a fabricar instrumentos ópticos y a su
gran pasión, la filosofía. En 1673 se le ofreció una cátedra en la
universidad de Heidelberg, pero la rechazó: era un hombre muy
sencillo y de naturaleza enfermiza al que le gustaba sentirse
completamente libre y alejado de la vida pública. Murió de
tuberculosis a la edad de 44 años.
Para Spinoza la Naturaleza, tal y como defendían los estoicos, es perfecta. Es
un todo orgánico constantemente autorregulado. En ella no falta nada ni sobra nada;
cada elemento es como tiene que ser. En la naturaleza ninguna cosa está llamada a ser
algo distinto de lo que es; antes bien, cada cosa procura conservar sus características
esenciales. "Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su
ser".
Por lo que respecta a las personas, ocurre exactamente lo mismo: también
perseguimos, por medio de las diferentes acciones que llevamos a cabo, no dejar de ser
lo que en esencia somos. Pretendemos consolidar los atributos que nos diferencian de
los demás seres. La meta a la que tienden nuestros actos no es otra que el desarrollo de
todas y cada una de las facultades que se consideran propiamente humanas.
Pues bien, según Spinoza, cuando logremos perfeccionarnos como personas,
desde un punto de vista ético, avanzaremos en el camino que nos lleva a la felicidad.
Siendo más concretos, cabe decir que para este filósofo la perfección humana que

11
conduce a la felicidad se basa, fundamentalmente, en un aumento de nuestras
capacidades físicas o corporales y de nuestra capacidad racional.
El aumento de ambas capacidades es el criterio para establecer lo que es
moralmente bueno, y que suele acompañarse del afecto llamado "alegría"; la
disminución de las mismas, por el contrario, establece lo que resulta moralmente malo,
y se acompaña de otro afecto llamado "tristeza":
En la parte IV de su Ética, el autor concluirá que lo más beneficioso para
nosotros, lo que produce más alegría, lo que nos aporta la verdadera felicidad es el
conocimiento, o lo que es lo mismo, vivir de acuerdo con la razón.

8.2 El utilitarismo incipiente y el emotivismo de Hume.


David Hume nació en Edimburgo, Escocia, en 1711. Su
familia, perteneciente a la pequeña burguesía, lo animó a que
estudiara derecho o se dedicara al comercio, pero él prefirió
consagrar su vida a la literatura y a la filosofía.
Para la mayoría de quienes estudian la evolución de las
teorías éticas a lo largo de la historia, se puede considerar a Hume
como un continuador del hedonismo, como un pionero del
utilitarismo, o como un valedor del emotivismo.
La primera de estas atribuciones se debe al simple hecho de que el empirista
escocés está de acuerdo con quienes defienden que el fin más deseado por los
seres humanos es la obtención de sensaciones placenteras –si bien matiza, en
un sentido semejante al de Epicuro que "el placer que producen las diversiones vacías
y febriles del lujo y del gasto no es comprable al que proporcionan la conversación y
el estudio (...), la salud (...), y las bellezas usuales de la naturaleza”
Con respecto a la consideración del autor como uno de los padres del
utilitarismo diremos que es debida, fundamentalmente, a su convencimiento de que lo
bueno es lo que resulta útil a uno mismo y a la sociedad. Efectivamente, según
Hume la utilidad es el criterio con el que mejor podemos establecer qué acciones son
moralmente buenas y qué acciones son moralmente reprobables: "Podemos observar
que en la vida humana siempre se apela a la circunstancia de la utilidad; y no se
supone que pueda ofrecerse un elogio más grande de un hombre que mostrar su
utilidad para el público y enumerar los servicios que ha realizado a la humanidad y a
la sociedad".
A la hora de detallar qué tipo de acciones proporcionan mayor utilidad nuestro
autor destaca la práctica de la justicia, el respeto, la generosidad y la fraternidad (o
solidaridad). Queda claro, pues, que la utilidad por la que aboga Hume no es una
utilidad individual, sino colectiva. Esto se debe a la profunda convicción que también
vertebra el pensamiento de nuestro autor de que un sujeto nunca podrá ser
enteramente feliz si sus semejantes son desdichados.
En lo que atañe, en tercer lugar, a la caracterización de Hume como un ético
emotivista, cabe decir que se debe a que no deja de proclamar en varios pasajes de su
obra que nuestras acciones morales son promovidas por los sentimientos y
no por la razón:
"Nunca se puede dar cuenta mediante la razón de los fines últimos de las
acciones humanas, sino que -éstas- se recomiendan enteramente a los sentimientos y
afectos de la humanidad, sin ninguna dependencia de las facultades intelectuales.
Preguntad a un hombre por qué hace ejercicio; responderá: porque desea conservar
su salud. Si preguntáis entonces por qué desea la salud replicará enseguida: porque
la enfermedad es dolorosa. Si lleváis más lejos vuestras preguntas y deseáis una
razón de por qué odia el dolor, es imposible que pueda ofrecer alguna".

12
No es la razón la guía de la vida sino las pasiones y los sentimientos, la razón
no pude hacer otra cosa que ponerse al servicio de la pasión. ¿Y no cabe la posibilidad
de que al guiarnos cada uno por nuestros sentimientos se produzca un desacuerdo
general cuando haya que precisar qué es lo bueno y qué es lo malo? La respuesta a esta
pregunta es que no: ante cualquier acción que tenga cierta trascendencia para los seres
humanos todos tendemos a desarrollar los mismos sentimientos. Según Hume, todo
ser humano califica como reprobable el asesinato, la violación y la tortura, y considera
digno de elogio el heroísmo, la ayuda humanitaria o la compasión. Es algo así como
una disposición innata, en virtud de la cual las acciones justas despiertan sentimientos
de simpatía en nosotros, mientras que las acciones injustas producen rechazo y
sentimientos de aversión. La única garantía de la moralidad es el sentimiento
común de simpatía que suscitan las buenas acciones
Para terminar, diremos que al entender de Hume las principales virtudes no
son, como se nos ha intentado hacer creer la tradición cristiana, el celibato, el ayuno, la
penitencia, la mortificación, la negación de sí mismo, la humildad, el silencio, la
soledad y todo el conjunto de virtudes monásticas. Las principales virtudes son -más
allá de la frugalidad, el vigor mental, la laboriosidad, el discernimiento, la
perseverancia y un largo etc.-, entre otras, la prudencia, la integridad, la habilidad en el
trato con el prójimo y un espíritu jovial. Hume, de quien suele decirse que es el
fundador de la ética alegre, proclama que hemos sido víctimas de una grave
equivocación durante mucho tiempo y ya es hora de que nos demos cuenta de ello y
comencemos a transitar el verdadero camino de la felicidad.

9. Kant.

9.1 La Ilustración.

En la época moderna, a partir del siglo XVI se producen en Europa una serie
de cambios muy profundos cambios en lo económico, en lo social y en lo político.
Además, la religión deja de ser la ideología dominante. El estado se independiza de la
iglesia y la razón de la fe. De la concepción teocéntrica medieval –en la que todo gira
alrededor de Dios- se pasa a una concepción antropocéntrica y el ser humano adquiere
valor por sí mismo, convirtiéndose en el centro de la política, la ciencia, el arte y la
moral.

La confianza en el poder de la razón para conocer la naturaleza y


reorganizar la sociedad se extiende en el siglo XVIII a todos los campos de la actividad
humana: es el siglo de la razón, de las luces o siglo de la Ilustración.

Immanuel Kant, un filósofo alemán que vive entre los años


1.724 y 1.804, vive plenamente los ideales de la ilustración.
Considera que los hombres han vivido hasta esa época en una
minoría de edad, sin ejercer su libertad y sometidos a la presión
política y de conciencia o religiosa. Frente a esa situación propone
como lema pensar siempre por sí mismo y este es para él el
espíritu de la ilustración. Pensar por sí mismo consiste en buscar el
fundamento de todo en la razón. Sólo de esta forma el ser humano se libera de la
superstición y puede ejercer su libertad.

13
9.2 Autonomía moral.

La libertad humana es una facultad que debemos ejercer en todos los ámbitos
de la vida, también el terreno de la moral. Hasta Kant el cristianismo pregonaba que la
razón fundamental para hacer el bien era escapar a las penas del infierno. Pero esto era
inaceptable para Kant: el ser humano ha de actuar como un soberano, no movido por
el miedo o bajo amenazas. Los hombres recuperan su dignidad cuando deciden por si
mismos, de manera racional, lo que pueden o no pueden hacer.

“Autonomía” es una palabra compuesta del término “auto”, uno mismo, y


“nomos”, ley; por tanto el significado etimológico de autonomía es darse a
uno mismo la ley. “Hetero” significa: otro; por tanto heteronomía significa recibir la
ley de otro. Hasta Kant la moral era heterónoma, es decir, se suponía que debemos
hacer esto o lo otro por alguna razón exterior: por conseguir la felicidad, por el placer
o por la vida eterna. En cualquier caso la acción moral no era más que un medio para
alcanzar un fin diferente. Especialmente la moral cristiana prescribía una serie de
conductas buenas y otras malas porque Dios así lo ordenaba. La voluntad de Dios
era el criterio último y definitivo en cuestiones morales.

Kant propone una moral autónoma, es decir, que el hombre es soberano y ha


de decidir, de manera racional, como debe comportarse, lo que está bien y lo que está
mal. Es la razón humana quien determina la acción moral, no el miedo al
infierno o el deseo de placer. Así recuperamos la libertad y la dignidad; de la otra forma
el hombre actúa como un menor de edad que solo entiende el deber moral en términos
de premio y castigo. Pero la moral es otra cosa: consiste en imponerse la ley
moral a uno mismo. De esta manera nos liberamos de la esclavitud porque no
obedecemos más que a nosotros mismos y, por otra parte, nos diferenciamos de los
animales, pues la razón pone límites a los apetitos y a los deseos.

En conclusión Kant defiende la autonomía moral y reprocha al resto de las


teorías éticas su carácter heterónomo.

9.3 Actuar conforme al deber.

Debemos pues ser autónomos, darnos a nosotros mismos la ley moral,


pero...¿en qué consiste la ley moral? ¿cómo estar seguros que nos hemos dado la ley
adecuada? ¿todos los humanos se someten a la misma ley o cada uno se da la ley que
más le convenga?

Vamos por partes. Según Kant la moral no consiste en la búsqueda de la


felicidad tal y como había establecido Aristóteles y esto sea lo que fuere lo que se
entienda por felicidad, el placer, la tranquilidad, la vida de ultratumba etc. Cada uno
entiende la felicidad de diferente forma, por lo que es imposible establecer una serie de
normas comunes que no serían otra casa que medios para conseguir fines diferentes.
Es imposible: si los fines son diferentes, entonces, necesariamente, los medios (las
normas morales) también serán diferentes.

La moral es otra cosa y en el fondo de nuestro corazón todos lo sabemos. La


moral consiste en cumplir con nuestro deber, aun cuando al actuar conforme al
deber nos alejemos de la felicidad. La vida nos da múltiples ejemplos de ello: lo
moralmente correcto es no abandonar a nuestros mayores aunque puedan representar

14
una carga y hacernos la vida más difícil, lo correcto es decir la verdad aunque nos
perjudique y así sucesivamente. Kant no se para a especificarnos en qué consiste el
deber: depende de las circunstancias, de la responsabilidad de cada persona, del tipo
de cultura que compartamos, de nuestro puesto de trabajo, de muchas cosas. Además
sería una tarea superflua: en el fondo todos sabemos en que consiste el deber en cada
caso. Es lo que denominamos “conciencia” y por lo que decimos: “Allá tú con tu
conciencia”, “la conciencia no me permitiría hacerlo” o “me remuerde la conciencia por
lo que he hecho”. En todos los casos damos por supuesto que la persona sabe cual es su
deber y que actúa moralmente cuando actúa por sentido del deber.

Pero no es suficiente con actuar conforme al deber, es preciso actuar por el


deber. Comenta Kant que el tendero que devuelve correctamente el cambio a la
clientela actúa conforme al deber. ¿Actúa entonces de forma moralmente correcta?
Aún no lo sabemos, necesitamos más datos. Si devuelve el cambio correctamente por
miedo a que la clientela se sienta estafada y se vaya a la competencia, entonces actúa
conforme al deber, pero no por el deber. Su actitud solo es moralmente buena si
devuelve el cambio correcto porque considera que es lo que debe hacer, no lo hace por
interés sino por sentido del deber.

9.4 el imperativo categórico.

El contenido deber no puede determinarse a priori, es decir, antes de la


experiencia concreta; en cada caso el deber nos puede indicar que la acción correcta es
una u otra. Pero lo que puede determinarse a priori es la forma del deber. No puedo
saber de antemano QUÉ debo hacer en cada caso problemático, pero puedo saber
CÓMO debo actuar, cúales han de ser los principios que guíen y orienten la acción. La
enunciación de la forma del deber es lo que Kant llama imperativo categórico y tiene
dos formulaciones:

a) Actúa de tal forma que utilices la humanidad, tanto en tu


persona como en la persona de cualquier otro siempre como un fin y
nunca como un medio.
b) Actúa de tal modo que la máxima (regla general) que guía tú
acción puedas querer que se convierta, por tu voluntad, en ley universal.

Según la primera formulación del imperativo categórico debemos tratar al


resto de personas como fines y nunca como medios. Esto quiere decir que no
debemos utilizar a otras personas como si fueran instrumentos al servicio de nuestra
voluntad. No hay nada más valioso que un ser humano y cuando se le utiliza como un
medio para alcanzar otro objetivo- la riqueza, la fama o el honor por ejemplo- se actúa
de forma inmoral.

Según la segunda formulación lo que debemos hacer en caso de no tener clara


cuál es nuestra obligación es pensar qué nos gustaría que fuera la norma general,
aquella que siguiera todo el mundo, aquella que nos gustaría que otros aplicasen en
relación a nuestra persona. Supongamos, por ejemplo, que me encuentro un sobre con
una cantidad importante de dinero sin ninguna identificación: ¿me lo puedo quedar,
en vez de depositarlo en la oficina de objetos perdidos? Según Kant tendría que razonar
así:” Podría yo establecer una ley según la cual todo aquel que se encuentre con una
cantidad importante de dinero se lo puede quedar?” Si sinceramente creo que sí,

15
incluso siendo yo el que lo ha perdido, puedo quedármelo tranquilamente. Sin
embargo, resulta difícil pensar que quien lo pierda pueda querer esta ley. El imperativo
categórico viene a decir que no puedo actuar en interés propio, tratándome a mi mismo
de modo distinto a los demás. Es lo que en la tradición bíblica se denomina la Regla
de Oro: no quieras para los demás lo que no quieres para ti.

La norma Kantiana es un imperativo porque expresa un precepto, un


mandato, pero... ¿qué quiere decir “categórico”? categórico significa que obliga
sin ninguna condición. Debemos cumplir con nuestro deber simplemente porque es
nuestro deber, no para conseguir otra cosa: la felicidad, un premio, la tranquilidad de
la conciencia, la vida eterna, el placer, etc. Además el imperativo kantiano no admite
excepciones. Si estamos de acuerdo en que es moral decir la verdad e inmoral mentir,
puesto que podemos universalizar la norma de acuerdo con el imperativo categórico,
entonces debemos decir SIEMPRE la verdad.

Los críticos de Kant afirman que tal rigidez es absurda, que la moral ha de ser
algo mucho mas flexible que pueda adaptarse a las circunstancias. Si, por ejemplo, un
asesino nos preguntase el paradero de una posible víctima ¿qué debemos hacer? ¿decir
la verdad para que pueda localizarla y matarla? Kant contestaría que ni en ese caso ni
en ningún otro tenemos el control sobre las consecuencias de nuestros actos:
podríamos mentir y mandar al asesino en una dirección en la que, sin nosotros saberlo,
ahora se puede encontrar la víctima. Nunca podemos estar seguros de las
consecuencias de una acción por lo que no debemos juzgar un acto por sus
consecuencias.

Imaginemos que un enfermero inyecta un medicamento a un enfermo, que por


error del farmacéutico, no es el que había recetado el médico, y, a consecuencia de la
inyección, el enfermo muere. Imaginemos ahora que un pariente del enfermo que
aspira a cobrar la herencia le inyecta lo que el supone que es un veneno y en realidad es
la medicina que necesita el enfermo. En este caso quien pretende ayudar al enfermo lo
mata y quien pretende matarlo le hace un bien. ¿quién actúa moralmente bien?
Fijémonos que no es lo mismo actuar bien desde el punto de vista moral que desde la
perspectiva legal. Desde el punto de vista de la legalidad, de la ley, el enfermero puede
tener problemas con la justicia si los parientes del enfermo deciden denunciarlo y sin,
embargo, el pariente avaricioso no tendrá problema alguno. Pero nada de esto
incumbe a la ética, ¿quién ha actuado moralmente bien? El enfermero. ¿por qué?
Porque su intención era buena. Según Kant lo que hace buena o mala una
acción es la intención con la que ha sido realizada y no las consecuencias
de la misma.

Debemos actuar por el deber, siguiendo el mandato del imperativo


categórico y no tomar en consideración las posibles consecuencias de la acción pues
estas son muy variadas, algunas totalmente desconocidas para nosotros y escapan a
nuestro control. Si nuestra intención es buena entonces la acción también es buena
moralmente independientemente de los resultados que se sigan de la misma y por el
contrario si no actuamos por sentido del deber nuestra acción no es moralmente buena
aunque se desprendan consecuencias beneficiosas para otras personas.

16
10. El utilitarismo

Los utilitaristas, al igual que los hedonistas identifican la felicidad con el


placer. También ellos piensan que el objetivo de la ética es prescribir normas que
ayuden a alcanzar la felicidad o lo que es lo mismo una vida placentera. La diferencia
es que para los utilitaristas, la felicidad no puede considerarse de un modo
individualista, como la entendían los hedonistas. Yo no puedo ser feliz si estoy rodeado
de personas infelices. Por ello el principio utilitarista, formulado por Jeremy Bentham,
el fundador de esta corriente, fue: “la mayor felicidad para el mayor número”
Una acción será tanto más buena cuanto mayor felicidad produzca para el mayor
número posible de personas. Los dos grandes utilitaristas fueron J. Bentham y John
Stuart Mill, pero entre ellos hay notables diferencias.

10.1 J. Bentham (1748-1832)

Según él, la naturaleza nos ha dado dos grandes maestros: el placer y el dolor.
Estos nos muestran lo que es bueno y malo para nosotros. La felicidad consiste en
maximizar el placer y minimizar el dolor, como por otra parte ya había señalado
Epicuro. Bentham propone lo que él llama “la aritmética de los placeres” que consiste
en calcular el placer y el dolor que puede acarrear cada acción y elegir siempre la más
positiva.

Pero que puesto que vivimos en sociedad entonces el cálculo no puede hacerse
sólo pensando en nosotros ya que nuestras acciones repercuten en los demás y
debemos pensar que ellos también buscan el placer. Por ello los utilitaristas están
preocupados por las cuestiones políticas y sociales: la bondad o maldad de una ley (o
de una acción) se juzga por su utilidad para promover la mayor felicidad para la
mayoría. Son pues las consecuencias de una acción las que nos permiten
determinar si esta es buena o mala (al contrario que en la ética kantiana).

10.2 John Stuart Mill (1806-1873)

Mill está de acuerdo en que el placer es el objetivo de


la vida humana. Ahora bien, no todos los placeres son
iguales: no es lo mismo asistir a un concierto de música que a
un banquete cuyo único objetivo sea hartarse. Por tanto,
respecto a los placeres la calidad es preferible a la cantidad.
Afirma Mill: “mas vale ser un hombre insatisfecho que un
cerdo satisfecho; es mejor ser Sócrates insatisfecho que un
tonto satisfecho”. Así, cuanto más educada, cultivada y
desarrollada esté una persona, más nobles y elevados serán
sus intereses de tal manera que llegará un momento en que
su máximo placer lo hallará en promover el bienestar de los
demás.

Por eso la máxima virtud de la moral utilitarista será el altruismo, que


consiste en sacrificar el propio placer para el bien de los demás. En realidad es en esto
en lo que el altruista encuentra su máximo placer. La sociedad utilitarista será pues
aquella que, mediante la educación, tiende a conseguir que “en todos los individuos el
impulso directo de mejorar el bien general se convierta en uno de los motivos
habituales de la acción”.

17
11 El marxismo

Karl Marx es un pensador que vive durante el siglo XIX y su influencia ha sido
enorme. Marx es un filósofo, un sociólogo, un agitador revolucionario, un político, pero
también, y esto no siempre es reconocido, es un filósofo moral, propone una ética que
marcará decisivamente a sucesivas generaciones.

El punto de partida es similar al de los utilitaristas: la


ética ha de ayudarnos a alcanzar la felicidad, que se identifica con
la vida placentera, y este objetivo tiene una dimensión social, no
individual. Yo no puedo ser feliz si vivo rodeado de personas
infelices. Eso es justo lo que le ocurrió al joven Marx cuando
trabajó de periodista y descubrió las duras condiciones de vida de
los leñadores y viñadores del Rihn. A partir de entonces va a
sostener que no son las ideas, ni el espíritu, ni las teorías lo que
distingue al ser humano, lo que le aporta dignidad y lo diferencia
de los animales. Algunos hombres viven en la opulencia, rodeados de lujos y
comodidades, en cambio, otros apenas pueden subsistir, pasan hambre y múltiples
penalidades. En ese contexto ¿Qué ética debemos proponer? ¿Cómo le vamos a
aconsejar al proletario, al explotado, la mejor forma de alcanzar la felicidad? Todo son
palabras vacías. Lo primero es asegurar que todos los hombres disponen de
unas condiciones materiales mínimas (vivienda, comida, tiempo libre...)
para la existencia.

Según Marx no se trata ya de promover nuevas éticas, sino de dar un


vuelco a la situación social. Lo primero y más acuciante es mejorar las condiciones
materiales de vida de la mayoría de la población. Ese es el primer mandato de la
ética marxista: rebelarse contra la explotación del hombre por el hombre.

El hombre no puede alcanzar la felicidad de manera individual, solo seremos


felices en una sociedad justa e igualitaria. Por ello la ética marxista conecta con la
política: lo moralmente bueno es participar en política y luchar por un
futuro mejor (algunos marxistas, y revolucionarios en general, llevaron esta norma a
un punto extremo: se despreocuparon de sus familias, de sus amigos y hasta de ellos
mismos y se entregaron por completo a la acción política). Los marxistas predican la
importancia del compromiso: uno debe comprometerse con el mundo en que le ha
tocado vivir, no debe aislarse, vivir como en una burbuja, intentando lograr una
mínima paz que tiene como precio la despreocupación por la suerte de los menos
favorecidos. Afirmaba Marx: “durante años lo filósofos han tratado de comprender el
mundo, ahora se trata de cambiarlo”

¿Cómo alcanzar un futuro mejor, una sociedad más justa? Marx desconfiaba
de las políticas reformistas, pensaba que la sociedad capitalista descansaba sobre una
injusticia esencial: la división de la sociedad en dos clases sociales, los capitalistas, que
son los dueños de las tierras y las empresas, y los proletarios, los que nada tienen salvo
su fuerza de trabajo. Los intereses de unos y otros son radicalmente opuestos. Por
ejemplo a los primeros les interesa que el estado preserve y garantice el derecho a la
propiedad, para los segundos, en cambio, la propiedad es un robo y lo que quieren es
que los bienes sean comunes. Así pues no hay arreglo posible. Los marxistas sostienen
que la única forma de mejorar las condiciones sociales es mediante un cambio radical y
brusco de la situación política: la revolución social.

18
La necesidad de liberación, de emancipación, tiene tres vertientes:
la política (contra el estado) la económica (contra el patrono) y la religiosa. La
religión no es un hecho de conciencia individual, sino que es un hecho social: la
religión ha sido utilizada durante siglos por las clases dirigentes como medio de control
social, como un instrumento para mantener aletargadas las conciencias de los
oprimidos. “La religión es el opio del pueblo” afirmaba Lenin.

El objetivo final es alcanzar una sociedad comunista donde no haya diferencias


de clase y no exista la propiedad privada. Entonces el fin de la política converge con el
fin de la ética, la felicidad social y la felicidad individual serán por fin, de manera
simultánea, una realidad. El lema del paraíso marxista sería: de cada uno según sus
posibilidades, a cada uno según sus necesidades

12 F. Nietzsche.

Nietzsche fue un filósofo que vivió a finales del siglo


XIX. Lo más interesante de él desde la perspectiva ética, ha sido
su labor de desenmascaramiento de la moral precedente.
Nietzsche no ve una diferencia importante entre la moral
cristiana, la kantiana, la utilitarista o la marxista. Todas predican
los mismos valores: la honestidad, la veracidad, la solidaridad, la
humildad, etc.

Las éticas laicas (no religiosas) han buscado un


fundamento racional para afirmar los mismos valores que
habían sustentado las grandes religiones monoteístas:
cristianismo, judaísmo e islamismo. Pero...¿Cuáles son esos valores? Todos ellos tienen
su origen en la cultura judía y son valores contrarios a la vida. Si la vida es lucha,
alegría y presente, las religiones han pregonado la paz, la resignación y la esperanza.
Todos los valores de la religión cristiana (humildad, paz, resignación,
caridad, obediencia...) denotan un miedo a la vida, y las éticas de los siglos
XVIII y XIX no han supuesto algo novedoso, sino que han profundizado en los mismos
valores (por ejemplo la igualdad y la solidaridad de los marxistas)

La propuesta de Nietzsche es diferente a todas las que hasta ahora hemos


conocido. Si la vida es gozo y alegría, aceptémoslo; pero si es sufrimiento y violencia,
también. Simplemente porque no hay otra cosa, no existe realidad alguna –Razón o
Cielo- ajena a la vida concreta. Todo cuanto existe se da en la vida, no debemos admitir
pues valores contrarios a la vida porque nada hay más allá de la vida. Y esta tiene
su propia forma de manifestarse de la cual no somos más que muestras y efectos de esa
fuerza originaria (que Nietzsche denominará voluntad de poder)

Nuestro filósofo propone cambiar de manera radical los valores dominantes en


occidente y, en cierta forma, volver a valores arcaicos, primitivos; aquellos que
denominaban antes de la irrupción del cristianismo: alegría, generosidad,
grandeza, lealtad, orgullo, fortaleza, creatividad, etc.

En resumen se trata de decir sí a la vida, en todos sus aspectos. El ideal de


vida es de antiguo guerrero (Aquiles) orgulloso y valiente, amigo de los suyos e
implacable con el enemigo, generoso en la victoria y terrible en la cólera. Ante todo

19
debemos evitar el resentimiento, el sentimiento de culpa, la mala
conciencia. Si nuestros instintos nos indican un camino, una acción, no debemos
reprimirnos, ni arrepentirnos por las consecuencias, de la misma forma que el águila o
el león no rinde cuentas a nadie por sus “fechorías”, así el hombre noble toma lo que le
pertenece por ser fuerte y estar vivo.

No existe algo así como una Razón que controle o se oponga a los instintos
(como afirmaban los estoicos). No estamos divididos en dos naturalezas – cuerpo y
alma- opuestas (como sostienen los cristianos). Todo es un invento de filósofos y
sacerdotes que han creado un mundo artificial y falso -la Verdad o el Cielo- que se
opone a la única realidad: LA VIDA.

13 Sartre y el existencialismo

El existencialismo es una corriente filosófica que aparece en el siglo XX en


Europa en el periodo de entreguerras (entre al 1ª y la 2ª guerra mundial). La falta de
ideales y la desorientación general hace volver de actualidad la eterna pregunta: ¿Qué
es el hombre?

El más reconocido de los existencialistas, Jean Paul


Sartre comienza su reflexión tomando como punto de partida la
perdida de la fe religiosa. Los hombres ya no creen en Dios, como
Nietzsche afirmaba “Dios ha muerto”, y con él han perecido las
ideas y los valores absolutos. Así pues el hombre moderno se
encuentra en un mundo vacío de valores donde la vida no tiene
ningún sentido: no hay nada ni antes, ni después de nuestra
existencia, estamos solos, desamparados. Este es el triste
diagnóstico que Sartre hace del hombre y el mundo moderno.

El hombre es, en primer lugar existe, es arrojado al mundo. Posteriormente se


convierte en un tipo de persona o en otro. De ahí la frase de Sartre: “en el ser
humano la existencia precede a la esencia”.

Como no hay valores absolutos que exijan ser obedecidos, todo depende de
nuestra voluntad. La esencia del hombre es la libertad. Dice Sartre: “estamos
condenados a ser libres”, esto quiere decir que debemos elegir el tipo de persona
que queremos ser y lo tenemos que hacer desde la mas absoluta libertad, pues no hay
bien o mal, nosotros creamos valores y nos comportamos conforme a ellos.

Así pues Sartre no propone nuevos valores morales, más verdaderos o justos
que los anteriores, sino que la filosofía existencialista supone una aceptación de la
libertad humana y una llamada a la responsabilidad: somos responsables de lo que
somos, del tipo de persona en el que nos hemos convertido, pues no somos más que la
suma de nuestros actos, el resultado de sucesivas elecciones. Pero también, y esto no es
tan evidente, de la humanidad entera, pues como Dios no existe la única referencia son
las personas. Cada uno de nosotros es un modelo de persona que exponemos de
manera pública. Es como si dijéramos “miradme, así soy y así deberíais ser vosotros”.

Por ello, la única recomendación posible es que debemos


comprometernos. Si, por ejemplo, aspiramos a un mundo justo y solidario, debemos
propiciar los valores de la justicia y la solidaridad desde nuestra propia vida, a partir de

20
todos y cada uno de los actos cotidianos que conforman nuestra vida. Si por el
contrario estimamos que la libertad y la independencia son los valores supremos
debemos ser coherentes con nuestra elección y no manipular, ni coaccionar a otras
personas. Lo contrario es ser hipócrita: pregonar unos valores y comportarse de
forma opuesta. Como el cristiano que se comporta de forma mezquina con sus
semejantes (en lugar de poner en práctica el amor al prójimo) o el marxista que se
comporta como un pequeño tirano en su entorno familiar (en vez de propiciar la
igualdad) o el kantiano que utiliza dos varas e medir, una para él y otra para los demás.

14 Wittgenstein y la filosofía analítica.

Durante el siglo XX se desarrolla una corriente


filosófica que plantea una nueva manera de abordar las
cuestiones éticas. La clave está en el lenguaje. Según los
analíticos la mayoría de problemas en ética y filosofía se
originan porque no asignamos un significado claro y preciso a
las palabras. Por ejemplo ¿qué significa la palabra
“bueno”?. Según Moore, no significa nada, simplemente es
una palabra que utilizamos para designar una cosa, acción o persona que nos agrada.
De igual forma que la palabra “amarillo” no significa otra cosa que el color de las cosas
que designamos con esa palabra. Así pues no tiene sentido discutir acerca de que cosas
son buenas o no (de la misma manera que no tiene sentido discutir acerca de que cosas
son amarillas). Tanto la palabra “bueno” como “amarillo” son términos simples que
no tienen una definición, son términos elementales del lenguaje que sirven para definir
otros conceptos, pero que ellos mismos son indefinibles.

Con el término “bueno” expreso un sentimiento de aprobación pero


es evidente que otras personas tienen otros sentimientos y que la cuestión acerca de
cual es el sentimiento verdadero no tiene ningún sentido. Igualmente, tampoco tiene
sentido la discusión acerca de las cosas o acciones buenas o malas.

En general, los términos usados en el discurso moral (bueno/malo,


justo/injusto, etc.) no tienen definición alguna, son “cáscaras vacías”. Para
Wittgenstein la finalidad del análisis del lenguaje formal no es resolver los problemas
morales, sino disolverlos. Solo tienen solución aquellos problemas que pueden ser
planteados en términos precisos y este no es el caso de los problemas éticos, que para
los analíticos pasar a ser pseudo-problemas.

15. Habermas y la ética dialógica.

A finales del siglo XX el filósofo alemán Jurgen


Habermas “resucita” la ética kantiana. Habermas retoma la
reflexión filosófica donde la había dejado Kant. Recordamos que
para Kant la acción moral consiste en actuar por el deber y este
consiste en cumplir con el imperativo categórico. El error, a juicio
de Habermas, es imaginar al hombre como en una urna, aislado
del resto, decidiendo acerca de la moralidad o inmoralidad de una
acción. Las cosas no son así. Vivimos en sociedad, compartimos la
vida con otras personas que muchas veces tienen ideas, valores e

21
intereses diferentes a los nuestros. No podemos proceder como si no existieran,
debemos tomarlos en consideración, sobretodo si lo que nos interesa es determinar la
moralidad o inmoralidad de una acción.

Habermas propone una ética dialógica – dia, a través de, logos, razón-
esto quiere decir una ética que parta del diálogo, que asuma que la verdad no es
propiedad de nadie y que el m0nólogo no es adecuado para resolver conflictos morales.
En lugar de proponer a los demás una norma como válida para que opere como ley
general (el imperativo categórico), la ética dialógica dice que lo que hay que
hacer es presentarles a los demás las razones de porqué se piensa de esa
manera para que las puedan valorar.

Según Habermas el hombre moralmente bueno es aquel que se halla


dispuesto a tener como normas las que se hayan establecido después de un
diálogo racional encaminado a lograr un consenso y, se halla dispuesto, asimismo, a
comportarse de acuerdo con lo decidido en ese consenso. Exige pues que todos los
afectados para tomar las decisiones de forma adecuada, necesiten tener conocimiento
de las necesidades, intereses y argumentaciones de los demás, y estén dispuestos a
dejarse convencer por la fuerza del mejor argumento.

El objetivo del diálogo es alcanzar, por consenso, el bien común, que no es otra
que aquello que mejor puede dar satisfacción a los distintos intereses individuales. De
tal modo que las normas que se adopten como resultado de la confrontación de
argumentos, tienen un carácter de obligación porque las personas que han participado
en el diálogo se las han auto-impuesto. La obligación de las normas morales no
proviene del exterior, sino que emana de dentro. Su carácter obligatorio es reconocido
por los partícipes del diálogo desde antes de ser establecidas. Es decir, debemos
empezar a dialogar bajo el compromiso de que vamos a respetar todos el resultado
final del diálogo. Una persona puede defender un punto de vista pero si finalmente
prevalece una opinión contraria, actúa moralmente cuando asume la norma que
resulta del diálogo aun cuando no fuera la que él considera más idónea.

22

También podría gustarte