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Las células son la unidad fundamental de la vida.

De hecho, incluso mirándonos a


nosotros mismos, la vida no radica en nuestro cuerpo en sí. Son nuestras células las que
están vivas. Y estando vivas e interconectadas, la naturaleza ha sido capaz de “crear”
seres tan increíbles como los humanos y, en realidad, cualquier organismo de la Tierra.

Las personas estamos constituidas por unos 37 billones de células, que se especializan
formando todos los órganos y tejidos de nuestro cuerpo para cumplir con absolutamente
todas las funciones fisiológicas que ocurren en nuestro organismo. Somos células
agrupadas. Nada más.

E igual que nosotros, cualquier ser vivo que imaginemos está formado por, al menos,
una célula. Y decimos “al menos” porque no todos los organismos son pluricelulares
(como nosotros), hay algunos que están formados por una simple célula. Y con ella
tienen suficiente para vivir.

La diversidad de vida en la Tierra es increíble. De hecho, se estima que, entre animales,


plantas, bacterias, etc, hay millones de especies distintas. Pero todas ellas están
constituidas por unos “ingredientes” comunes que son las células. Son suficientes 6
tipos de células distintas para dar lugar a la increíble variedad de formas de vida del
mundo.

¿Qué es una célula?

La célula es el pilar de la vida. Sin células, no habría vida. Porque una implica la otra.
Las células son estructuras microscópicas que se presentan en gran variedad de
morfologías pero que comparten algunas características en común.

Una célula es, en esencia, un “organismo” recubierto por una membrana que protege un
contenido interior que se conoce como citoplasma, un medio líquido en el que se
encuentran todas las estructuras necesarias para garantizar la supervivencia de la célula
y, en caso de que sea parte de un todo, del organismo pluricelular del que forma parte.

Por lo tanto, una célula es una estructura relativamente aislada del medio que en su
interior alberga material genético, enzimas, proteínas, lípidos, etc, para así cumplir con
las funciones vitales de todo ser vivo: nutrición, relación y reproducción. Porque
absolutamente todas las células necesitan “alimentarse” para obtener energía,
relacionarse con el medio externo y con otras células y se reproducen, pues la vida sería
imposible de no ser así.
¿Cuáles son los principales tipos de células?

La clasificación de las células ha traído mucha controversia, pues no es algo sencillo.


De todos modos, una de las más aceptadas consiste en separarlas en dos grandes grupos
en función de un aspecto que parece poco importante pero que en realidad marca un
antes y un después en la historia de la vida: la presencia o no de un núcleo en el interior
de la célula.

Este núcleo bien definido, el cual está presente en absolutamente todas nuestras células,
es el lugar donde está protegido nuestro material genético, es decir, el ADN. Todo lo
que somos está codificado en estos genes, que están en el interior del núcleo de nuestras
células. E igual que nosotros, este núcleo está presente en todas las células de cualquier
animal, planta u hongo de la Tierra.

Pero esto no siempre fue así. Al principio, las células más simples no disponían de este
núcleo. Su material genético “flotaba” libre por el citoplasma, que recordemos que es el
medio interno de la célula. Por ello, las células se clasifican en función de si tienen un
núcleo delimitado (eucariotas) o no (procariotas). A continuación las veremos una por
una en función del orden de aparición en la historia evolutiva.

1. Células procariotas

Son las células más sencillas, pues como hemos dicho, no tienen un núcleo bien
definido. Esto limita su complejidad, por lo que no pueden organizarse para dar lugar a
organismos pluricelulares. Es decir, las células procariotas siempre van por libre. Son
organismos unicelulares.

Pero esta misma simplicidad es lo que les permitió colonizar la Tierra cuando las
condiciones ambientales que había en ella eran absolutamente inhóspitas para los seres
vivos más complejos que habitamos actualmente la Tierra. Por lo tanto, las células
procariotas son los precursores de la vida. Todos (incluidos nosotros) venimos de estas
células primitivas.

Esta sencillez también les ha permitido tener metabolismos mucho más diversos que las
células más evolucionadas, pues tuvieron que adaptarse a condiciones de falta de
oxígeno, de nutrientes, de luz, etc. De todos modos, estas células procariotas se
clasifican, a su vez, en dos tipos: arqueas y bacterias.
1.1. Arqueas

Las arqueas son los precursores de la vida. Son las células más primitivas, sencillas y, a
la vez, resistentes del mundo. La primera vida que hubo en la Tierra fueron estas
arqueas, por lo que tuvieron que adaptarse a unos hábitats que no eran en absoluto
propicios para la vida. En un primer momento, no había diferencias entre ellas y las
bacterias, aunque hace unos 3.500 millones de años se diferenciaron.

Morfológicamente son muy similares a las bacterias. De hecho, hasta hace poco más de
100 años, se pensaba que estas células eran bacterianas. De todos modos, y aunque
cumplen con la característica de no tener un núcleo bien definido, hay diferencias. Y es
que las arqueas tienen una composición de la membrana distinta, no son patógenas
nunca, son capaces de colonizar ambientes extremos y tienen un metabolismo más
limitado, pues ninguna especie realiza la fotosíntesis.

1.2. Bacterias

Una de las células más sencillas y a la vez evolutivamente exitosas de la historia. Las
células bacterianas son capaces de realizar por sí solas todas las funciones vitales, por lo
que no necesitan organizarse para formar organismos complejos.

Son también los precursores de la vida y, a día de hoy, continúan siendo los seres vivos
dominantes del planeta. Estas células tienen un tamaño que oscila entre los 0’5 y los 5
micrómetros y con una variedad de morfologías inmensa.

Te recomendamos leer: “Los diferentes tipos de bacterias (y sus características)”

Son células con una pared que recubre la membrana y que se han especializado en
realizar cualquier tipo de metabolismo conocido. Se estima que puede haber más de mil
millones de especies bacterianas distintas, aunque actualmente conocemos solo 10.000.
Algunas de estas células bacterianas han desarrollado mecanismos para infectar a otros
seres vivos, por lo que son uno de los únicos tipos celulares capaces de actuar como
patógenos.

La célula de una bacteria, y sus partes.


2. Células eucariotas

Apareciendo hace unos 1.800 millones de años a partir de las procariotas, las células
eucariotas son las células más complejas. Disponen de un núcleo bien definido donde se
“almacena” el material genético y en su citoplasma hay estructuras más elaboradas, cosa
que permitió la aparición de organismos pluricelulares.

El origen de las células eucariotas no está del todo claro, aunque se cree que pudieron
aparecer por una simbiosis entre una bacteria y una arquea, es decir, se “juntaron” y una
de ellas dio lugar al núcleo delimitado propio de las eucariotas.

Todos los seres vivos que podemos ver a simple vista están formados por células
eucariotas. Y es que si bien algunas eucariotas son unicelulares, todos los pluricelulares
están formados por este tipo de células. Animales, plantas, hongos… Todo lo que está
vivo y podemos ver sin necesidad de un microscopio, está formado por células
eucariotas.

2.1. Vegetales

Las células eucariotas están más especializadas que la procariotas, es decir, no pueden
realizar cualquier tipo de metabolismo. En el caso de las células vegetales, son las
eucariotas especializadas en realizar la fotosíntesis, es decir, el proceso para obtener
materia orgánica para vivir a partir de la luz.

Estas células tienen una morfología poco variable, siendo normalmente rectangulares
debido a la presencia de una pared que recubre la membrana celular. Además, en el
citoplasma disponen de cloroplastos (con clorofila) para realizar la fotosíntesis, además
de una estructura de gran tamaño para almacenar agua y nutrientes que se conoce como
vacuola.

Absolutamente todas las plantas y vegetales de la Tierra están formados por células
vegetales. Desde las secuoyas hasta las verduras y frutas que comemos.

2.2. Animales

Las células animales son las eucariotas que constituyen a todas las especies animales de
la Tierra, incluidos nosotros. Su morfología es mucho más variable que la de las células
vegetales, pues pueden ser tan distintas como una célula muscular respecto a una célula
nerviosa.
Sea como sea, las células animales comparten la característica de no poder realizar la
fotosíntesis, es decir, no son capaces de obtener energía a partir de la luz. Por ello, al no
poder generarse ellas mismas la materia orgánica, deben conseguirla del exterior. Las
células animales “absorben” los nutrientes del exterior a través de un proceso conocido
como endocitosis, que consiste en permitir la entrada de nutrientes a través de la
membrana.

Esto explica que las células animales no tengan pared celular alrededor de la membrana
como sí ocurría con las vegetales, pues los nutrientes no podrían entrar. Nuestras células
nos exigen que comamos porque es la única manera que tienen de obtener la energía
necesaria para sobrevivir.

Al no realizar la fotosíntesis, evidentemente no hay clorofila en su interior. Además, sí


que disponen de vacuolas, pero son de un tamaño mucho menor, aunque más
abundantes.

2.3. Fúngicas

Las células fúngicas se encuentran a medio camino entre las vegetales y las animales,
aunque también están en la “frontera” entre eucariota y procariota. Las células fúngicas,
que conforman los hongos, tienen un núcleo bien definido, aunque en este caso hay
especies tanto unicelulares (como la levadura) como pluricelulares (como las setas).

Igual que las plantas, disponen de una pared celular alrededor de la membrana, aunque
su composición es distinta y no realizan la fotosíntesis, sino que se alimentan a través de
una absorción de nutrientes más simple que las animales.

Además, su reproducción es distinta a la de las animales y las vegetales, pues si bien


estos se reproducían por división celular, los hongos lo hacen a través de la producción
de esporas, las cuales “germinan” para dar lugar a otro organismo.

Además, a diferencia de las vegetales y las animales, que son incapaces de serlo, hay
células fúngicas que han desarrollado la capacidad de infectar a otros seres vivos, por lo
que, juntamente con las bacterias, son los dos tipos de células que pueden comportarse
como patógenos por excelencia.

Las células fúngicas, pues, son increíblemente diversas en cuanto a morfología y


metabolismo, pudiendo ser formas de vida libra o patógenos. Incluso tienen infinidad de
aplicaciones en la industria alimentaria, como es la producción de cerveza o de quesos.
2.4. Protistas

Los protistas son quizás los más desconocidos. Y es que aunque comparten
características de todos, no son ni bacterias, ni plantas, ni hongos, ni animales. Las
células protistas son eucariotas ya que tienen un núcleo bien definido pero, más allá de
esto, son increíblemente diversas.

Pueden ser tanto unicelulares como pluricelulares y realizar la fotosíntesis o seguir una
alimentación propia de las animales. Las algas son una de las células protistas más
representativas, realizan la fotosíntesis pero pueden ser tanto unicelulares como
pluricelulares.

La mayoría de estas células son acuáticas y tienen una morfología muy diversa que
adquiere formas increíblemente complejas. De todos modos, algunas células protistas
también han desarrollado la capacidad de comportarse como patógenos.

Y es que hay células protistas que actúan como parásitos, como es el caso de algunas
amebas, “Trypanosoma cruzi” (responsable de la enfermedad de Chagas),
“Plasmodium” (responsable de la malaria), “Leishmania”, “Giardia”...

A grandes rasgos, podemos considerar las células protistas como aquellas que cumplen
con alguna propiedad de las otras células pero que no cumplen con otras.

De todos modos, no todas las células son iguales. Las primeras formas de vida datan de
hace unos 3.900 millones de años. Evidentemente, estas células primitivas son muy
diferentes de las que forman parte de organismos como los animales, pues la evolución
ha tenido mucho tiempo para actuar.

Pero estas formas primitivas siguen habitando el planeta, pues al ser tan sencillas (al
menos, aparentemente) han conseguido sobrevivir durante miles de millones de años
y han evolucionado hasta dar lugar a todos los tipos de células que conocemos.

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