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Para Celebrarte mejor

El Arte de celebrar la Liturgia

1. INTRODUCCIÓN
Empecemos precisando el sentido de los términos del título.

• Arte: El Diccionario de la Real Academia la define: “Virtud, disposición y habilidad para hacer
alguna cosa”. (Dic.). ¿Qué es para nosotros “arte”? Desarrollo de una capacidad, aprendizaje de una
actitud y habilidad expresiva.

• Celebrar: (celebrare – celebratio) La acción de reunirse juntos, en un lugar adecuado, por un


motivo significativo y convocador.

Con estos elementos generales, detengámonos ahora en la celebración Litúrgica, ella es primeramente
celebración del Misterio Pascual de Cristo.
Preparándonos para vivir este año jubilar es bueno preguntarnos como estamos celebrando.

La Iglesia, en efecto, “nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual” (SC n.6) o sea, el paso
de Dios, que en y por Cristo, nos hace pasar por la muerte a la vida en el Espíritu.

¿Qué es celebrar?

Es conmemorar, recordar de una manera importante, es hacer memoria de algo grande para nosotros,
individual o comunitariamente. En definitiva, es hacer celebre (digno de ser tenido en cuenta, algo de
nuestra vida presente).

Es reasumir la vida o algo de ella en un momento determinado, con el fin de tomar conciencia de lo que
significo o significa, para compartirlo con los demás con alegría, por ejemplo, en un cumpleaños celebramos
la vida que un día comenzó, y por esto celebrar es una fiesta.

Toda fiesta tiene un motivo: cumpleaños, casamiento, aniversario.


Siempre tiene un lugar: donde congregamos a aquellos que queremos compartir la alegría.
Siempre tiene elementos: esto hacen que se distingan de otro momento cualquiera, si bien siempre
comemos, cuando celebramos lo hacemos de un modo especial.
Siempre tiene su protagonista: aquellos que se alegran por un mismo motivo.

Esto se realiza en una comunidad eclesial, reunida en asamblea, haciendo memoria, presencia y profecía del
Misterio Cristiano mediante palabras y gestos.
Será el Catecismo de la Iglesia Católica quien, en su segunda parte, asigna a la “asamblea” (n.1141) el
“Celebrar la liturgia de la Iglesia”.

Toda celebración comprende, por lo tanto:

* Un acontecimiento que motiva la celebración: La acción pascual de Dios.


* Una comunidad que se hace asamblea activa y participativa.
* Un clima festivo de alegría que brota de la presencia y acción del Señor.
* Una doble secuencia celebrativa: la Palabra y el Rito (La celebración litúrgica) y la Celebración
litúrgica y la Vida.
Entonces podemos afirmar que la liturgia queda incompleta si no lo celebrado no se convierte en vida.

Toda celebración necesita como consecuencia: la Acción del Pueblo, réplica de la Acción de Dios y la fiesta
de Dios, al ver el compromiso de su Pueblo.
La Pastoral litúrgica necesita, así, cuidar no sólo que la celebración sea válida y lícita, sino también que sea
fecunda a nivel personal y comunitario y que se proyecte en la sociedad, haciendo así realidad lo que
celebra.

SC 14 - “Tenemos que celebrar de manera conciente, activa y fructuosa”

La celebración cristiana tiene su protagonista, el hombre, para quien está destinada la obra salvadora de Dios
actualizada en cada celebración de la Eucaristía y en los demás Sacramentos.

Celebrar es participar de manera activa, como nos dice el concilio, es sentirnos protagonistas de aquello que
se está llevando acabo y esta participación es lo que nos va a permitir crear el vínculo entre la celebración y
la vida misma.

Con estos elementos, entremos ahora, más directamente, al arte de celebrar la liturgia.

La liturgia es por si una celebración en la que prevalece el lenguaje de los símbolos. Un lenguaje más
afectivo e intuitivo, más poético y gratuito.

La liturgia es un conjunto de signos que nos introducen en comunión con el misterio, que nos hacen
experimentarlo más que entenderlo.

Para ello necesitamos del lenguaje simbólico, y este lenguaje nos permite entrar en contacto con lo
inaccesible: el misterio de la acción de Dios y la presencia de Cristo.

Cristo está presente en la liturgia: en la celebración de la Eucaristía, en las especies eucarísticas, en el


Sacerdote, en los Sacramentos con su fuerza, está presente en la palabra, está presente en la iglesia cuando
suplica y canta salmos.
El mundo de la liturgia pertenece no a las realidades que terminan en logia, por ejemplo, Teología, sino en
urgía (Dramaturgia, Liturgia), es una acción, una comunicación total hecha de palabras, pero también de
gestos, movimientos, símbolos y acción.

Todo esto tiene una razón antropológica ya que el hombre está hecho de tal manera que todo lo realiza de su
espíritu interior, desde su corporeidad y no solo alimenta sentimientos e ideas en su interior, sino que lo
expresa exteriormente con palabras, gestos y actitudes.

La celebración litúrgica no es una representación de algo que paso, a la cual se adhiere solo por la
inteligencia, o desde alguno de los sentidos, sino que es memorial: realización hoy y aquí del misterio
salvador de Dios a los hombres.

En síntesis, la celebración compromete a todo el hombre, cuerpo y alma, porque la pedagogía que a utilizado
Dios con los hombres no ha sido solo la de su palabra sino la de su verbo hecho carne. Dios se nos revela a
través de gestos y de palabras.
Por eso es importante preguntarnos la manera de celebrar que hoy tenemos y para esto es necesario
revalorizar los gestos ya que ellos son un vehículo privilegiado para la celebración; ya que un gesto es una
expresión sensible que nos hace presente algo distinto, y el gesto viene en ayuda de la palabra y le da
profundidad, por ejemplo, un abrazo, un apretón de manos, una flor, los gestos evocan realidades que los
trascienden y son vehículo de comunicación y profundidad.

2. EL ARTE DE CELEBRAR LA LITURGIA

El arte de celebrar es lograr que, por los espacios y los tiempos, las personas, las palabras y los gestos, los
objetos y los elementos, la acción de Dios, su gracia salvadora, llegue a nosotros, su Pueblo y sea por
nosotros acogida. Para eso es necesario que cuantos participamos en la celebración, en particular cuando
estamos animándola, dispongamos el espacio festivo y el tiempo adecuado, cuidemos las palabras y los
gestos que hacemos, valoremos los objetos y elementos que empleamos, para que todo, superando su nivel
utilitario, se cargue de:

 Calidad humana
 Unción religiosa
 Plenitud litúrgica.
Necesitamos sin duda un espacio para estar protegidos del frío o del calor (nivel utilitario). Pero ojalá no sea
sólo un galpón sino un espacio estético, acogedor (nivel humano). Aún más, necesitamos que el espacio
despierte un sentido sagrado, que motiva el respeto y despierte en nosotros el sentido de trascendencia (nivel
religioso).

Para terminar, necesitamos que el espacio por su disposición y ornamentación, nos lleve a reconocerlo como
“la casa de Dios y la puerta del cielo”, como la “carpa del encuentro” (Ex 33,7), el espacio de la asamblea
(nivel litúrgico).
Toda Asamblea es convocada por Dios, la convocación preceda a la reunión.

En particular, necesitamos que el hombre y la mujer que participan en la celebración no se limiten a ser
“entes en un espacio”, sino “personas” o sea, hechos a imagen y semejanza de Dios (nivel humano ¡que no
siempre podemos presuponerlo!), aún más, con sentido de trascendencia y espiritualidad (nivel religioso),
conscientes de su unción bautismal que los hizo otros cristos (ungidos) sacerdotes, profetas y pastores (nivel
litúrgico).

En la celebración encontramos por ejemplo velas: ellas tienen primeramente un valor utilitario, sobre todo,
cuando no hay luz. En la medida que la fiesta supone abundancia de luz, el cirio alcanza un nivel
significativo: y aparece en nuestras comidas festivas (nivel humano).

El cirio, alcanza un nivel litúrgico, cuando es expresión de la gracia de Dios: expresión de la fe, que se
entrega en el bautismo, signo de Cristo resucitado en la vigilia pascual.

Lo dicho del espacio, de cada persona, de la vela, necesitamos tenerlo presente ante todos y cada uno de esos
elementos de la celebración. Entonces, manifestándose en ella el don de Dios y la acción de gracias de la
Iglesia, es celebración no sólo será hermosa, sino una EPIFANÍA de Dios en acción con su pueblo, para vida
del mundo.

La liturgia, además de epifanía, necesita ser una SINFONÍA. Ella espera ser realizada, interpretada, puesta
en obra:
 Con fidelidad al autor: ella es “acción de Dios”.
 Con la debida técnica y conocimiento de la partitura, el libro litúrgico.
 Como todo arte, con inspiración (En y por el Espíritu).
 Con el aporte sinfónico de todos los participantes: cada uno haciendo lo que le corresponde.

Por eso es bueno recordar que nos hace falta atender a la pedagogía de las acciones y de los gestos en
nuestras celebraciones.
Si solo nos preocupamos de su validez, descuidamos un valor muy propio de la liturgia: la expresividad,
dignidad y claridad de los signos.

Los signos bien hechos nos ahorran muchas palabras de catequesis y nos ayudan a nosotros mismos y a los
fieles a sintonizar con el misterio que celebramos: la acción de Cristo en cada uno de nosotros. Por eso la
celebración litúrgica compromete toda nuestra vida.

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