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http://dx.doi.org/10.5209/ANHA.57488
Resumen. El artículo analiza la trayectoria del colectivo artístico La Familia Lavapiés (LFL) a partir
de acervos documentales que, como el Archivo Darío Corbeira (ADC), siguen siendo sumamente des-
conocidos. Las actividades del grupo se ubican en el contexto de emergencia histórica de las organiza-
ciones de la izquierda radical durante la última etapa del franquismo. En particular, LFL se encontraba
vinculada a la Unión Popular de Artistas (UPA), integrada a su vez en el Frente Revolucionario Anti-
fascista y Patriótico (FRAP), de tendencia maoísta.
Palabras clave: cultura popular; izquierda radical; contracultura; Transición; maoísmo.
Cómo citar: Vindel Gamonal, J. (2017): Contra la Transición «pelele»: La Familia Lavapiés como
síntoma contracultural de la izquierda radical, en Anales de Historia del Arte 27, 203-231.
1
Este trabajo ha sido realizado como parte de los proyectos de investigación en los que participa el autor: “Vi-
sualidades críticas: reescritura de las narrativas a través de las imágenes” (HAR2013-43016-P, Ministerio de
Economía y Competitividad del Gobierno de España) y “Modernidade(s) descentralizada(s): arte, política y
contracultura en el eje trasatlántico durante la Guerra Fría” (HAR2014-53834-P, Ministerio de Economía y
Competitividad del Gobierno de España). Agradezco las entrevistas y la atención que me concedieron Félix de
la Torre Fajardo, Paco Gámez, Jesús Marchante y, ante todo, Darío Corbeira.
2
Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Bellas Artes. Sección departamental de Historia del Arte III
(contemporáneo). Investigador del programa Ayudas a la formación posdoctoral 2013 (MICINN).
E-mail: vindel.jaime@gmail.com
1. Introducción
El lugar residual que la actividad de La Familia Lavapiés (LFL) ocupa en los rela-
tos historiográficos aparecidos en el Estado español durante las últimas décadas es
síntoma del olvido instalado sobre la memoria de aquellas experiencias políticas y
artísticas que, durante el tardofranquismo y la Transición, no se ajustaron ya fuera a
la consagración oficial de las bondades de lo actuado en ese período por la clase po-
lítica, ya a las categorías estéticas que, desde la crítica de arte del período, definieron
los parámetros teóricos del arte avanzado. Lo que permanece excluido e invisibili-
zado en ambos campos es la matriz popular de la historia y la cultura que atravesó
los agenciamientos políticos y artísticos de los años setenta. No es este el lugar para
reflexionar acerca del modo en que esa represión historiográfica de lo popular ayuda
a explicar su retorno actual bajo la forma del populismo, pero volver sobre el itinera-
rio artístico-político de LFL durante los años 1975 y 1976 puede ayudarnos a arrojar
sobre el presente fragmentos de un tiempo pasado que, en su carácter contradictorio,
aún aguardan su inteligibilidad histórica.
Las acciones del colectivo madrileño han sido parcialmente recuperadas por pro-
yectos de investigación centrados en las relaciones entre arte, activismo, política y
sociedad desde la Transición hasta nuestros días. Desacuerdos es, en este campo, el
espacio editorial que tal vez haya alcanzado una mayor resonancia3. Sin embargo,
el carácter fragmentario de esas aproximaciones, unido a una voluntad a menudo
más orientada a combatir las interpretaciones del arte español tras el proceso de
normalización democrática que a diagramar la inscripción histórico-política de esas
experiencias, dificultan rescatar su singularidad. En el caso de LFL, el sentido de
su corta existencia resta un tanto opaco en la medida en que aún no son conocidas
algunas de sus intervenciones más relevantes, mientras que las que sí han sido revi-
sadas no acaban de componer una imagen más precisa de los resortes ideológicos y
relacionales que las propiciaron.
La marginalidad historiográfica de LFL también se debe a que ocupó el margen
izquierdo de la cultura de resistencia del tardofranquismo: su vinculación con la
Unión Popular de Artistas (UPA), el Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico
(FRAP) y el Partido Comunista de España (marxista-leninista) (PCE (m-l)), orga-
nizaciones de tendencia maoísta, situaba al colectivo en una posición de disenso
respecto a la línea hegemónica del Partido Comunista de España (PCE), cuya pro-
gresiva inclinación a adoptar las tesis del eurocomunismo conduciría al principal
partido de la izquierda española a abandonar el esquema leninista en la concepción
del cambio histórico4. Desde una posición subalterna que se oponía frontalmente a
cualquier pacto con las elites del franquismo, el activismo gráfico de la UPA, las vi-
ñetas del colectivo El Cubri5 o las intervenciones de LFL evidenciaron en el contexto
3
Otro ejemplo destacado es el volumen publicado por la editorial Brumaria titulado Arte y transición, donde
Darío Corbeira narra en clave autobiográfica su experiencia como integrante de LFL, cf. D. Corbeira, “Arte y
militancia en (la) transición”, J. Albarrán (ed.), Arte y transición, Brumaria, 24, pp. 71-103.
4
Cf. J. Andrade Blanco, El PCE y el PSOE en (la) transición: la evolución ideológica de la izquierda durante el
proceso de cambio político. Madrid, Siglo XXI, 2012.
5
El colectivo de viñetistas El Cubri fue creado en 1973 por Saturio Alonso y Felipe Hernández Cava, a los
que un año más tarde se sumaría Pedro Arjona. El colectivo tuvo su sede en el barrio de la Elipa e inició sus
actividades con la elaboración de una serie de viñetas para la UPA. La vinculación orgánica con el FRAP de
Alonso y Arjona no impidió que el grupo trabajara para otras organizaciones políticas. La estética de El Cubri,
además de inscribirse en los conflictos políticos del presente, se sedimentó en la creación de una contraimagen
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de crisis del régimen una resistencia a las consecuencias sociales y políticas que
avizoraban en una Transición pactada. Si en su momento de eclosión esa disidencia
irradiaba lucidez, radicalismo, heterodoxia y anacronismo a partes iguales, hoy, en
un período en que los consensos de la Transición son objeto de revisión crítica, cobra
la categoría de rareza premonitoria. La temprana denuncia que establecen los textos
producidos en el entorno de la UPA respecto al papel que iba a cumplir el monarca
Juan Carlos I como figura “pelele” de una transición lampedusiana, basada en la
reconversión de los intereses de las oligarquías del franquismo a la apariencia demo-
crática, es una buena muestra de ello.
Pero esa marginalidad puede explicarse también por el hecho de que las activida-
des de LFL no se ajustan a la tonalidad política de los parámetros conceptuales con
los que la crítica y la historia de arte delimitaron el territorio estético de los denomi-
nados “nuevos comportamientos artísticos”. El énfasis de intelectuales vinculados al
PCE como Simón Marchán Fiz al defender la autonomía relativa de la obra de arte
se inscribía en una tradición que las prácticas de LFL ponían en cuestión. En ellas,
el deseo de combinar la apertura hacia lo social y la experimentación vanguardista
no siempre se preocupaba de resguardar la especificidad lingüística de la obra de
arte. Lo que esas experiencias demandan, en este plano, es una aproximación a su
memoria material que no reduzca su legibilidad vanguardista a una valoración ante
todo fenomenológica; que, incluso en su carácter fallido o meramente intencional,
ponga el acento en otros aspectos como la redefinición del lugar del artista en las
movilizaciones populares, la apertura del arte a nuevos públicos, la generación de
nuevas estructuras, alianzas y formas organizativas o la visibilización de conflictos
que no formaban parte de la agenda predominante en la izquierda social y política
del momento6. Por decirlo en otros términos, en casos como LFL puede resultar
más revelador aproximarse a sus acciones al contrastarlas con el legado (tan radical
como problemático) de las vanguardias políticas del siglo XX que desde ciertos lu-
gares comunes en la interpretación de las vanguardias artísticas de ese período. La
fugaz trayectoria del grupo se encuentra en numerosos aspectos más próxima a la
matriz de sentido que guió en América Latina, luego de la Revolución Cubana, los
debates de artistas e intelectuales en torno a la necesidad de articular la actividad de
las vanguardias artísticas y las organizaciones populares que al esquema categorial
que ha regido en la historiografía y la crítica de arte españolas la valoración de los
conceptualismos nacionales.
En ese campo de tensiones, LFL alumbró un ámbito de creación visual y acción
política no sometido a ninguna de las tres lógicas coactivas que pesaban sobre sus
integrantes: la represión franquista sobre los cuerpos y las subjetividades (monopo-
lios estatales de la violencia y la moral), la hegemonía contracultural del PCE y los
gráfica de la historia de la dictadura franquista en el momento de declive del régimen. Esta ambición encontró
su expresión más sistemática en la serie de Francografías que El Cubri ideó en 1977 como portadas de los
fascículos de la Historia del franquismo publicada por la editorial Sedmay y escrita por Bernardo Díaz Nosty y
Daniel Sueiro. Cf. El Cubri, Tal como éramos. Valencia, Edicions de Ponent, 2008 y El Cubri, Francografías.
Valencia, Edicions de Ponent, 2006.
6
Esta comprensión crítica de LFL se encuentra emparentada con el materialismo cultural de Raymond Williams
y su conceptualización del arte en términos de estructura y organización de la experiencia. Para el sociólogo
británico, la capacidad de construir vínculos colectivos aparecería como una forma creativa de la cultura de las
clases trabajadoras desde la emergencia del industrialismo. Un análisis excelente de la obra de este autor se
encuentra en M. E. Cevasco, Para leer a Raymond Williams. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes,
2003.
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Resulta difícil comprender las acciones e instalaciones de LFL sin valorar su inscrip-
ción en las coordenadas ideológicas que el PCE (m-l), el FRAP y la UPA manejaron
en su lectura geopolítica del contexto internacional de la Guerra Fría. El anticolo-
nialismo auspiciado por estas organizaciones se articulaba al menos en torno a tres
vectores-fuerza precisos: 1) En el plano histórico nacional, el deseo de actualizar la
contienda guerracivilista mediante la reactivación de la lucha inspirada en el frentis-
mo popular de los años treinta. Este aspecto implicaba de por sí una revisión crítica
de lo actuado por la izquierda comunista durante la Segunda República y la Guerra
Civil7. 2) El segundo vórtice se relacionaba con los disensos en el movimiento comu-
nista internacional. El triunfo de la revolución maoísta en China y la posterior ruptu-
ra con la URSS ofrecían a ese movimiento una reconfiguración del mapa político de
la Guerra Fría que cuestionaba la bipolaridad Este-Oeste e introducía la necesidad
de repensar la especificidad de las insurrecciones revolucionarias desde las asime-
trías Norte-Sur entre países desarrollados y subdesarrollados. 3) En tercer lugar, el
fenómeno de los no alineados se vinculaba con las luchas de liberación nacional que
se habían desplegado durante la Guerra Fría en diversas geografías del globo, des-
de el Lejano oriente (con Vietnam como polo aglutinante del anti-imperialismo del
período) y África hasta el ciclo de sublevaciones abierto en América Latina por la
Revolución cubana de 1959. Aunque el paralelismo entre el carácter semicolonial de
España y el colonialismo que afectaba a esas regiones del mundo fuera, con frecuen-
cia, una comparación de brocha gorda, esta se constituía en una lanzadera subjetiva
para la consecución de aquella independencia nacional que revirtiera la reconversión
neocolonial del régimen “yanqui-franquista” desde los pactos de 1953.
En cuanto a la política frentepopulista, la guerra popular revolucionaria que el
PCE (m-l) ambicionaba detonar hundía sus raíces históricas en la crítica radical del
papel jugado por el PCE durante la Guerra Civil. En un documento de circulación in-
terna titulado “Historia de España: la guerra nacional contra el fascismo”, se acusaba
7
Sobre la relación de “continuidad” entre la política frentepopulista de los años treinta y la emergencia del FRAP,
cf. C. Laiz, La lucha final. Los partidos de la izquierda radical durante la transición española. Madrid, Libros
de la Catarata, 1995, pp. 155 y ss.
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a Santiago Carrillo de repetir los errores cometidos por el PCE durante su participa-
ción en el gobierno republicano al poner la acción del partido a “remolque” de los
intereses de la burguesía. Frente a esa tendencia conciliadora, la creación del FRAP
respondía a la convicción de “que ha de ser la clase obrera aliada con el campesino
pobre (…) la que dirija la fase actual de la revolución nacional esforzándose por
unir y movilizar en un frente revolucionario a todas las fuerzas antiimperialistas”8.
Ante la inexistencia de un “análisis crítico” en las filas del revisionismo carrillista,
el PCE (m-l), sin dejar de reconocer el papel heroico y abnegado del PCE durante
la guerra, subrayaba también desde la elevada atalaya de los setenta los “errores
políticos y militares, estratégicos y tácticos” que habían conducido a la derrota del
bando republicano9.
Instalados en esa distancia crítica, se insistía en que la guerra no había conclui-
do con la victoria del bando nacional, ya que tras tres décadas de franquismo sus
rescoldos aún seguían vivos10. Las mutaciones que el régimen había experimentado
a lo largo del tiempo en su fachada política y en su modelo productivo no debían
inducir al error de pensar que la composición social de la estructura de poder había
variado. Esta seguía respondiendo a los intereses de la oligarquía financiera y los
terratenientes agrarios, sostenidos por el clero y el ejército. El acento maniqueo en
la revisión dogmática del pasado hacía que las posiciones políticas defendidas por la
organización fueran más deudoras de un ajuste de cuentas con la historia que opera-
tivas a la hora de enfrentar las condiciones objetivas y subjetivas de la sociedad espa-
ñola tardofranquista. La “guerra de movimientos” que supuestamente debería haber
desplegado el Ejército Popular durante la contienda civil aparecía como una receta
anacrónica en un contexto donde la lucha de clases había adquirido componentes
diferentes, que se precipitarían en la vertiginosa acumulación de huelgas que iban a
marcar el final del franquismo y los inicios de la Transición. En disonancia tanto con
la cultura pactista de la que se acusaba al PCE como con la emergencia de novedosas
formas de autonomía obrera ajenas al verticalismo del sindicalismo clásico, el “fren-
te único patriota” que el FRAP deseaba impulsar aparecía como una opción anclada
en imaginarios políticos del antagonismo deudores de otros tiempos y geografías11.
La emergencia del PCE (m-l) primero y del FRAP después han de entenderse en
el contexto de las tensiones internas al campo comunista durante el transcurso de la
Guerra Fría. Tras las revelaciones del XX Congreso del PCUS (1956) sobre los crí-
menes de Stalin y el giro de la política de Brezhnev hacia la “coexistencia pacífica”
con el imperialismo estadounidense, la China maoísta se convertirá para el comunis-
mo occidental en un peculiar referente, cuya atracción abarcaba desde su capacidad
8
“Historia de España: la guerra nacional contra el fascismo”, s. f., s. f., p. 1. Archivo Darío Corbeira (ADC).
9
Esos errores se sintetizaban en los siguientes puntos: “1. Errores en la Política de Alianzas (con relación a la
Política del Frente Popular). 2. Vacilaciones en la política de participación en el aparato estatal (el P[artido] tuvo
falta de decisión para asumir su papel). 3. Errores en la Política militar (con relación a las fuerzas armadas, a la
táctica y a la estrategia). 4. Contemporización con las democracias occidentales”. Ibid., p. 5.
10
Este aspecto ha sido subrayado también por Ana Domínguez Rama: “De todos los grupos que actuaron durante
el franquismo puede decirse que sólo el FRAP, con pretensiones de expansión estatal, llegaría a desplegar
acciones de «guerrilla urbana» asociadas al universo político de la Guerra Civil, es decir, influenciado por el
recuerdo histórico de la contienda y con intenciones de establecer lazos de continuidad con la lucha antifascista
de los conflictivos años treinta”. A. Domínguez Rama, “La «violencia revolucionaria» del FRAP durante el
tardofranquismo”, en: C. Navajas Zubeldía y D. Iturriaga Barco (eds.), Novísima. II Congreso Internacional de
Historia de Nuestro Tiempo. Logroño, Universidad de la Rioja, 2010, p. 401.
11
Consuelo Laíz relacionó esta inadecuación con la fundación de la organización en la cultura del exilio, cf. C.
Laíz, La lucha final. Los partidos de la izquierda radical durante la transición española. op. cit., p 158.
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12
Además del PCE (m-l), durante esa misma época surgirían también otras organizaciones que se reclamarían
como las auténticas herederas del marxismo-leninismo. Entre ellas figuran el Grupo Unidad, posterior Partido
Comunista de España (internacional) PCE (i) o la Organización de Marxistas Leninistas Españoles (OMLE).
13
Sin embargo, esta distancia respecto a la dirección del PCE no implicaba en la práctica desdeñar la colaboración
con las bases de ese partido, que con frecuencia compartían los objetivos revolucionarios de las organizaciones
de la izquierda radical. Como ha señalado Ana Domínguez Rama, “durante todo el tardofranquismo su actuación
de cara a la concienciación política de la clase obrera y a la radicalización de los conflictos, al lado muchas veces
de la militancia del PCE y del PSUC [Partido Socialista Unificado de Cataluña], contribuyó a la extensión de
los movimientos sociales de oposición y a la agudización de la conflictividad político-social que caracterizaron
el quinquenio final de vida de la dictadura”, A. Domínguez Rama, “La «violencia revolucionaria» del FRAP
durante el tardofranquismo”, op. cit., p. 397.
14
El Comité Coordinador pro-FRAP se constituyó en la casa que Arthur Miller había dejado al ex-socialista y
presidente honorífico de la organización Julio Álvarez del Vayo, quien había cumplido un papel destacado en la
organización del exilio republicano en América Latina tras concluir la Guerra Civil, cf. Equipo Adelvec, FRAP.
27 de septiembre de 1975. Madrid, Vanguardia Obrera, 1985, pp. 26-27.
15
“Desde el punto de vista político, la pomposamente llamada «vía chilena al socialismo» ha fracasado y, con ella,
todas las esperanzas reformistas del revisionismo actual. En un proceso político, el problema central es la toma
del Poder. Se puede llegar al mismo a través de unas elecciones parlamentarias, allí donde se dé una República
democrática burguesa, pero una cosa es tener el Poder de derecho y otra de hecho. Este ha sido el caso de Chile
con su Unión [sic] Popular (U. P.)”, s. t., s. f., p. 1. ADC.
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Ello no impedía, sin embargo, que el recuerdo de la lucha del pueblo chileno fuera
recuperado por la UPA a través de la evocación heroica de Víctor Jara. El cantautor
habría abierto, junto a otras manifestaciones plásticas como las brigadas muralistas,
sendas a ser exploradas en otros contextos geopolíticos con el objetivo de conformar
“un verdadero arte popular”16. Los debates artísticos sostenidos en los entornos de
la UPA tendían un invisible hilo transatlántico con los protagonizados por diversos
creadores latinoamericanos en el tránsito entre las décadas de los sesenta y los seten-
ta. Una muestra de ello fueron las discusiones que se produjeron en los encuentros de
artistas e intelectuales que se celebraron en La Habana y Santiago de Chile durante
ese período17. Como un síntoma de época, un rasgo común parece atravesar todos
esos posicionamientos. Cuando las concepciones de la cultura popular que proyecta-
ban los procesos revolucionarios en curso conseguían desacoplarse de los referentes
del pasado, su formulación futura solía adoptar ante todo una forma negativa, esto
es, en primer lugar se especificaba lo que no debía ser. Ni la vanguardia imperialista,
ni el folclore tradicional, ni el realismo naturalista parecían referentes válidos para
un arte popular que con frecuencia acababa por identificarse con la propia praxis
política. Si el artista argentino Luis Felipe Noé proclamó la revolución como el arte
de América Latina, los documentos anónimos de la UPA, evocando nuevamente la
figura de Jara, reivindicaban “el artista consciente de que su verdadera función inte-
lectual estriba exclusivamente en (…) demostrar las relaciones sociales colectivas e
individuales del presente histórico que le ha tocado vivir y, al mismo tiempo, tratar
de ejercer un papel transformador de la realidad”18. Los modos en que se concreta-
rían ambas pretensiones no eran definidos19.
Un espaldarazo adicional a las posiciones rupturistas del PCE (m-l), el FRAP y la
UPA lo otorgó la deriva de la situación política de Portugal tras la Revolución de los
Claveles de 1974. Lejos de consolidar las tesis reformistas de Carrillo, el país veci-
no parecía evidenciar los límites de todo acuerdo transicional que no supusiera una
ruptura radical con la democracia burguesa. Esta denuncia trataba de evitar a toda
costa el transformismo político del régimen franquista, destinado a “adormecer” las
(siempre presupuestas) ansias revolucionarias del pueblo20. La deriva eurocomunista
que acabaría propugnando la dirección del PCE, en paralelo a su progresivo aleja-
16
Documento s.t. y s.f., p. 2. ADC. El documento incluía una cita del libro publicado en 1968 por la editorial
Ciencia Nueva bajo el título Sobre arte y literatura, prologado por Valeriano Bozal, que recopilaba diversos
textos de Marx y Engels sobre esas materias.
17
Cf. G. Carnevale, M. Expósito, A. Mesquita y J. Vindel, Desinventario: esquirlas de Tucumán Arde en el
Archivo Graciela Carnevale. Santiago de Chile, Ocholibros, 2015. pp. 173-238.
18
Documento s.t. y s.f., p. 2. ADC.
19
Un año después de la disolución de LFL, Darío Corbeira participaría en dos muestras de homenaje al ex-
presidente chileno organizadas por el Museo Internacional de la Resistencia Salvador Allende. La primera,
inaugurada el 12 de septiembre de 1977, tuvo lugar en las siguientes galerías de Madrid: Multitud, Juana Mordó,
Rayuela, El Coleccionista y Aele. La segunda, con sede en el Mercado Central de Zaragoza, se presentó el
25 de noviembre del mismo año. Las exposiciones, que incluían una amplia nómina de artistas nacionales y
la presencia de referentes plásticos de la escena latinoamericana como Nemesio Antúnez o Ricardo Carpani,
recuperaba en su folleto el discurso pronunciado por Allende en 1972 con motivo de la inauguración del Museo
de la Solidaridad, que se pensaba instalar en el edificio de la UNCTAD III, todo un símbolo de la Unidad
Popular. A las palabras de Allende se sumaban también las del crítico brasileño Mario Pedrosa, quien agradecía
el compromiso y la solidaridad de “los artistas libres de España”, y las de José María Moreno Galván, que no
dudaba en declararse enemigo de los “momios”, el apelativo popular empleado en Chile para denominar a la
derecha conservadora que saboteó el gobierno de Allende y apoyó más tarde el golpe y la dictadura de Pinochet.
20
Cf. Julio Calafat, pseudónimo de Raúl Marco, “Sobre los acontecimientos de Portugal”, artículo aparecido en
Revolución Española (nº 7 de junio de 1974) y reproducido por la Secretaría de Agitación y Propaganda del
Comité de Madrid del PCE (m-l) en julio de 1974, p. 3. ADC.
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miento de la URSS, debía ser contestada por una firme reivindicación del leninismo;
la consigna de la huelga popular pacífica, entendida como la apertura de una nueva
etapa de negociación política en la cual la oligarquía no renunciaría a preservar sus
intereses de clase, suplantada por el llamado a la huelga revolucionaria concebida
como disparador de una guerra popular prolongada. En el análisis comparativo de
coyuntura se subrayaba certeramente que, a diferencia del escenario portugués, en
España no existía ninguna posibilidad de que el Ejército se sumara a un proceso re-
volucionario, por lo cual era necesario depositar todas las esperanzas en la combati-
vidad social de la clase obrera y el campesinado pobre. La democracia popular debía
adoptar la forma de una república federal que reconociera las distintas nacionalida-
des que componen el Estado español y su derecho de autodeterminación21, de modo
que las tesis expuestas en torno a la relación entre España y sus colonias afectara a la
composición interna del territorio y las identidades del Estado.
LFL formaba parte de la UPA, una organización del FRAP que aglutinaba al sector
cultural del PCE (m-l). Surgida también en el exilio parisino, la actividad de la UPA
pasa por ser, debido en buena medida al carácter clandestino de la experiencia, uno
de los hitos de las articulaciones entre política radical, activismo urbano y práctica
artística más desconocidos de la época tardofranquista. La vinculación que la UPA
mantenía con el FRAP, algunos de cuyos militantes fueron víctimas de las últimas
ejecuciones de la dictadura, y el PCE (m-l), ha ocultado bajo la sombra de la vio-
lencia revolucionaria la memoria de una militancia tan viva como llena de contra-
dicciones. La línea ideológica de la UPA destacaba por su crítica anticolonial y por
el carácter internacionalista (con especial énfasis en los vínculos con el contexto
latinoamericano) de su resistencia al imperialismo cultural. En todo caso, resaltar
este origen en el exilio de la organización no debe hacernos olvidar los núcleos
preexistentes en el Estado español que nutrieron con posterioridad la UPA, como
la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE), que cumplió un papel
activo en el ciclo de protestas que el movimiento estudiantil impulsó desde 1969.
La UPA se dividía en diversas secciones, que respondían a las diferentes ex-
presiones artísticas: Pintura, Cine, Música, Teatro, Literatura. Esas secciones eran
coordinadas por un comité integrado por representantes de cada una de las áreas y
un miembro de la revista Viento del Pueblo, el órgano de expresión de la organiza-
ción. Entre las principales funciones de la UPA figuraba el aproximar a los diversos
creadores a los entornos de agitación y militancia del FRAP. Una de las actividades
del Comité de Artistas Plásticos consistía en hacer visitas a los profesionales del
sector para vender el último número de la revista, lo que les permitía obtener magros
fondos para cubrir gastos como los implicados en la impresión de propaganda. La
escasez de militantes inmersos en la actividad cotidiana de la organización hacía
necesario incrementar su número de manera acelerada. Esta tarea se veía dificultada
por su marginalidad respecto al mundo profesional de la cultura, que hacía que pa-
saran como absolutos desconocidos cuando trataban de establecer esos vínculos. El
fracaso en este flanco no pudo ser más notorio. Sin embargo, esa aproximación al
21
Cf. “Acerca del problema de las nacionalidades”, documento interno, 17 pp. ADC.
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22
Félix de la Torre Fajardo recordaría como anécdota sobre esta particularidad de la UPA que “no fue hasta
1974 que realizamos una exposición colectiva junto con otros pintores, cuando conocimos lo que hacíamos
los propios militantes, y eso después de cuatro años de militancia”. En el mismo escrito describía del siguiente
modo la rutina de la visita a otros artistas: “(...) íbamos llenos de ilusión y ardor revolucionario a las casas de los
pintores que en nuestra lista estaban catalogados como «majetes». En general nos recibían muy bien. Teníamos
preparado nuestro sermón (…) y casi siempre funcionaba. El momento malo es cuando por ejemplo el pintor
preguntaba ¿y tú cómo te llamas?... era un lío porque claro, entre nosotros funcionábamos con nombre de guerra
y eso se respetaba a unos niveles increíbles, y salíamos del apuro como podíamos (...)”. F. de la Torre Fajardo,
“LFL. Una experiencia de arte popular”, 1977, manuscrito, p. 6. ADC.
23
Sus integrantes tendrían un rol activo en la huelga de actores que se prolongaría entre el 4 y el 12 de febrero
de 1975. La documentación conservada en el Archivo General de la Administración da cuenta del seguimiento
que el Ministerio de Información y Turismo hizo de dicha huelga, en la que identificaba la mano instigadora del
FRAP, aunque en realidad ninguno de los detenidos pertenecía a esta organización.
24
“Editorial”, Viento del pueblo, 3, diciembre de 1972, pp. 3-4. Un artículo incluido en el mismo número y
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La gráfica política fue de hecho una de las experiencias de síntesis entre la pro-
ducción visual crítica y la territorialidad militante más relevantes del frente cultural
del FRAP. Los carteles se realizaban a partir de estarcidos en plantillas que se dis-
tribuían y pegaban en barrios y fábricas. Buena parte de ese imaginario se movilizó
contra la restauración monárquica que, a modo de franquismo sin Franco, el PCE
(m-l), el FRAP y la UPA entreveían ya entonces como la probable decantación del
proceso transicional. La huelga general revolucionaria era el leitmotiv que debía
aglutinar los esfuerzos de artistas e intelectuales con la intención de revivir el ímpetu
insurreccional que había caracterizado la proclamación de la II República en abril de
1931. En numerosos pasajes de Viento del pueblo, la especificidad de las cuestiones
que incumbían al trabajo de los artistas -ya fuera en el aspecto netamente profesio-
nal, ya como parte activa para la construcción de un bloque social revolucionario-
quedaban ensombrecidos, cuando no directamente obviados, por la ritual repetición
de los puntos programáticos del partido. La suspensión de los problemas estéticos se
justificaba en base al carácter provisional que el arte y la cultura tenían antes de la
República popular y federativa por venir. El arte debía adquirir ante todo un carácter
pedagógico, cuya inspiración bebiera de fuentes tan diversas como el cine soviético,
las campañas de alfabetización en la Cuba posterior a la revolución o los periódicos
murales (dazibaos) de la Revolución Cultural China, “a través de los cuales cual-
quier persona podía ejercer la crítica y la autocrítica”27.
El proceso de producción de Viento del pueblo incluía etapas y tareas como la
recopilación de materiales, las reuniones para discutir la selección de contenidos,
las transcripciones y maquetación de la revista o la tirada de planchas. El diseño
corrió a cargo de un equipo más reducido, donde destacó la aportación de Pedro
Arjona, miembro de El Cubri. Darío Corbeira colaboró con él en la elaboración del
titulado “Impulsemos el teatro en los barrios populares” profundizaba en estas cuestiones. Ibid., p. 9.
25
Ibid., pp. 3-4.
26
Ibid., pp. 3-4.
27
“Por una comunicación popular”, Viento del pueblo, 3, diciembre de 1972, pp. 14-16.
Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231 213
28
A Corbeira se debieron, en concreto, la idea de entintar con los colores de la bandera republicana las sucesivas
páginas del número, así como la inclusión del artículo dedicado a los concursos de arte (basado en informaciones
facilitadas por Dámaso Santos Amestoy) y de elementos como heliograbados o fotocopias que complementaban
las imágenes serigráficas.
29
A modo de curiosidad, la tipografía era similar a la empleada por Democracia Real Ya (DRY), colectivo
impulsor de la primera convocatoria del 15m.
214 Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231
30
Viento del pueblo, 4, octubre de 1973, p. 4.
31
Ibid., p. 4.
32
“Editorial dirigido a los Compañeros Antifascistas”, Viento del pueblo, 5, septiembre de 1974, s. p.
Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231 215
El núcleo fundador del grupo estuvo compuesto por Santiago Aguado, Darío Cor-
beira, Javier Florén, Amelia Moreno y Félix de la Torre Fajardo, a los que se unirían
a partir de la primera exposición, Arte-contradicción (1975), Paco Gámez, Paco Leal
y Juan López. La extracción social de sus integrantes era la clase obrera emigrada a
Madrid durante el período desarrollista, un aspecto que era extensible a numerosos
militantes de la UPA y el FRAP. A excepción de Corbeira, con estudios universi-
tarios, el resto de los miembros se había autoformado en sus oficios y provenía de
barrios humildes de la ciudad35. Uno de los aspectos más enfatizados era el carácter
no profesional que asumía su actividad. Durante la visita que realizaron a Murcia
en mayo de 1976, con motivo de la itinerancia de la exposición dedicada al Frente
Polisario, Amelia Moreno aclaraba que cada uno de los integrantes de LFL tenía “su
trabajo particular”, con el cual aseguraban su existencia material, de modo que los
ingresos derivados de la actividad artística se destinaban exclusivamente a autofi-
nanciar los proyectos del grupo36. Desde su punto de vista, esa era la única garantía
posible para poner en práctica una concepción crítica del arte que se alejara de las
funciones asignadas por las clases dominantes y que, a su vez, trascendiera el hori-
zonte subjetivo de la expresión individual. Esa desprofesionalización del arte en el
ámbito de la producción tenía su correlato en el de la recepción. Se trataba de generar
un arte para las mayorías que contribuyera a la constitución de un nuevo sujeto polí-
tico -el pueblo- destinado a hacer estallar las contradicciones que atravesaban la vida
social en el contexto del franquismo anterior y posterior a la muerte del dictador.
33
F. de la Torre Fajardo, “LFL. Una experiencia de arte popular”, op. cit., p. 8.
34
Ibid., p. 9.
35
A diferencia de otros componentes, Corbeira poseía además un conocimiento directo de revistas especializadas
en el arte neovanguardista internacional como Artforum. Por ese motivo, serían él y Félix de la Torre los
encargados de escribir los textos producidos por el colectivo.
36
Cf. A. Andreu, “´El Cubri` y ´La Familia Lavapiés`. Una nueva forma de ver y hacer el arte”, La Verdad, Murcia,
18 de mayo de 1976, p. 7.
216 Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231
37
Cf. J. Vindel, Transparente opacidad. Arte conceptual en los límites del lenguaje y la política. Madrid, Brumaria,
2015, pp. 72-98.
38
Cf. J. Albarrán, “Lo profesional es político: trabajo artístico, movimientos sociales y militancia política en el
último franquismo”, Espacio, tiempo, forma. Serie VII. Historia del Arte (N. Época), 3, 2015, pp. 245-271.
Pese a lo que argumento a continuación, en los espacios que se habilitaron durante esa época participaron
también integrantes de LFL como Darío Corbeira, según se puede constatar en una de las actas (sin fecha) de las
reuniones de la comisión Función del Arte en la Sociedad conservadas en el Archivo Redor-Calabuig del Centro
de Documentación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Sección Asociación de Artistas Plásticos).
La comisión formaba parte de los Grupos de Trabajo de Madrid, los cuales persiguieron, entre otros objetivos,
“impulsar la creación de una asociación de artistas plásticos, modificar el plan de estudios vigente en la Escuela
[de Bellas Artes] y disponer de una infraestructura que canalizase todo tipo de acciones contra la dictadura”.
Ibid., p. 250.
39
No parece casual que una de las piezas de autoría propia que elaboró por esos años Darío Corbeira se denominara
justamente Una encuesta sobre la realidad (1976).
40
La exposición viajaría más tarde a la Escuela de Arquitectura de la Universidad Complutense de Madrid, a dos
colegios mayores y a una sala de arte en Cuenca, tras lo cual los integrantes de LFL decidieron destruir las obras
para no dejar resto que pudiera ser sometido a la lógica mercantil.
41
Un crítico de la época las asociaba a la obra de Lichtenstein. Cf. A. Moreno Mendoza, “La Familia Lavapiés”,
Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231 217
-así como las de una parte de la oposición- de provocar una integración democrática
en las estructuras políticas, económicas y militares de Occidente, proceso que im-
plicaba respetar los intereses de Estados Unidos en la región sahariana, coaligados
con la política expansionista del reino marroquí. Difundidas mediante pintadas y
carteles en los entornos universitarios y celebradas con inauguraciones masivas en
la librería-galería Antonio Machado de Madrid, un espacio próximo al Partido So-
cialista Obrero Español (PSOE), ambas muestras se resistían por anticipado a los
límites que la normalización democrática impondría sobre la articulación práctica
entre militancia política y agencia cultural. Esa intervención en las condiciones del
presente se basaba en un diagnóstico sobre las consecuencias de un cierre en falso de
la coyuntura histórica que, si bien daría lugar a decisiones aventuradas como la in-
tensificación de la lucha armada del FRAP, se vería corroborado por la deriva poste-
rior de las políticas culturales y las culturas políticas de la Transición, con demasiada
frecuencia enfangadas en el desencanto melancólico, la autonomía de la política y el
tráfico de transacciones.
Forzada por las circunstancias materiales, la estética precaria y rococó del mobi-
liario kitsch de Arte-contradicción -fabricado por Javier Florén- se resistía a la sofis-
ticación, sobriedad y asepsia que la crítica artística de raíz conceptual comenzaba a
experimentar en su proceso de legitimación institucional. La elusión de la seriedad
documental permitía a LFL deslizar una serie de contenidos políticos que ampliaban
el horizonte de incidencia del arte politizado. En el catálogo editado para la muestra
se explicitaban los siguientes objetivos, afines a las directrices ideológicas que he-
mos delineado:
a) Transcribir el país real en todos sus aspectos, dando una imagen lo más objetiva
posible, a través de los distintos medios de comunicación.
b) Revisar, críticamente, el lenguaje artístico y adecuarlo, si fuera menester, a la
situación actual en función de los grupos a los que va dirigido.
c) Articular una nueva crítica que inicie el análisis de nuestro pasado cultural y
nuestra realidad cotidiana, para que contribuya, activamente, a orientar nuestro
presente, abriendo perspectivas para un próximo futuro.
d) Sacar el arte de los recintos sacralizados por la tradición, donde el pueblo está
ausente.
e) Enfocar colectivamente nuestros intereses culturales, artísticos y económicos42.
nes pide el pintor a dios, sino doblones”43. Esta crítica otorgaba continuidad a los se-
ñalamientos que Darío Corbeira había realizado en su artículo sobre los concursos de
arte, publicado en el número 4 de Viento del pueblo. En él se diagramaba un gráfico
sarcástico del sistema del arte en España, que establecía los vínculos orgánicos entre
la Dirección General de Bellas Artes (Florentino Pérez Embid), el Comisario Gene-
ral de Exposiciones (Luis González Robles), el Opus Dei, las grandes empresas, los
bancos y cajas de ahorro y los organismos públicos y ayuntamientos. Todas estas
entidades eran las responsables de nombrar los jurados de los concursos de arte,
tendentes a premiar a “sempiternos bodegonistas”, “fabulosos paisajistas”, “fasci-
nantes retratistas” y “geniales innovadores rizadores del rizo”, todos ellos “chicos
muy majos (en el sentido fascista de la palabra)” que garantizaban dejar al margen
la realidad social y cultural del país. En el texto que acompañaba el diagrama, se de-
nunciaba “el interés del régimen fascista por impedir la creación y desarrollo de una
cultura popular y su total y absoluta capacidad para potenciar una pintura de carácter
y efectos reaccionarios”44.
Frente a un modelo de institucionalidad que despolitizaba la crítica, LFL aspiraba
a construir una imagen dialéctica de las relaciones ente el arte y la sociedad. Para sus
43
Ibid., p. 10.
44
“Los concursos de arte”, Viento del pueblo, 4, octubre de 1973, p. 10. Esos “efectos reaccionarios” se concretaban
en la creciente mercantilización del arte, el alejamiento entre el arte moderno y la cultura popular y la falta de
canales de promoción y difusión de los artistas no alineados con las estructuras culturales del régimen.
Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231 219
conocido tal vez sea la polémica sostenida durante 1973 por Antoni Tàpies y los
miembros de otro colectivo artístico de la época, el Grup de Treball49.
Para la LFL, el pragmatismo político del arte no podía sustraerse a la necesidad
de que sus artefactos transitaran, en clave marxiana, desde el valor de cambio al va-
lor de uso. Para ello, la impugnación de la figura consagrada del genio artístico debía
articularse con la búsqueda de nuevos agentes que se involucraran activamente en la
visualización de los conflictos políticos. Con acento antiimperialista y anticolonial,
la exposición en apoyo del pueblo saharaui involucró en un debate común a los
miembros de LFL y la Sociedad de Amigos del Sahara, afín al Frente Polisario. En
el documento-catálogo informativo que acompañó a la exposición se radiografiaban
las causas económicas del conflicto desde una perspectiva geopolítica que subrayaba
la lucha por los recursos materiales del territorio saharaui. En sus páginas se incluían
collages fotoperiodísticos de denuncia (como los relativos al interés de los Estados
Unidos en los fosfatos de la zona), proclamas por las luchas de liberación nacional
de los países norteafricanos50 y esquemas ideológicos del conflicto que incitaban a
que el espectador se convirtiera en “protagonista” de la historia.
La estética precaria de esas páginas era compartida también por el montaje de
imágenes realizado con motivo de la muestra en la librería-galería Antonio Macha-
do51. Allí, dos bloques de siluetas eran confrontados en el espacio de la sala. En
el lado externo de la superficie cóncava central, las fotocopias ampliadas con los
combatientes polisarios y el pueblo saharaui en armas. Frente a ellos, las figuras de
cartón de la Marcha Verde, con las fuerzas imperialistas de ocupación estereotipa-
das: el soldado, el dirigente político, el hombre de negocios, el marine. La esceni-
ficación se completaba con arena del desierto esparcida por el suelo (que replicaba
en un formato politizado la Earth Room de Münich ideada en 1968 por Walter de
Maria), una zona reservada a la recogida de alimentos y dinero, un muro destinado
a la participación del público donde se recogían consignas de apoyo y un espacio
con revistas y periódicos con información relativa al conflicto (Fig. 3). Se trata-
ba de crear un ambiente de apariencia mimética que aproximara al espectador a la
tonalidad afectiva de la vida militante. Si bien antecedía las propuestas de artistas
contemporáneos como Thomas Hirshorn, este prototipo de “exposición militante”52
debe ser contemplado como síntoma de las condiciones de producción del proyecto.
Su aparente precariedad material y estética era el reverso de su inscripción política
en un contexto marcado por la premura activista y en el que la exaltación de las lu-
chas anticolonialistas debía inspirar, en su traducción maoísta, la actualización de la
Guerra Civil en territorio español.
49
Los intercambios de la polémica aparecen recopilados en Grup de Treball. Barcelona, MACBA, 1999, pp. 51-
61.
50
En relación con este aspecto, el punto número 5 del documento redactado por el Comité Coordinador pro-FRAP
ya apostaba por la “liquidación de los restos del colonialismo español”. La exposición de LFL se produjo con
posterioridad al abandono del territorio saharaui por parte de la administración y el ejército españoles, que
facilitaron la Marcha Verde y la ocupación por parte de Marruecos y Mauritania. Los contactos entre el FRAP y
el Frente Polisario se intensificaron en 1975. En junio de ese año, las delegaciones del Comité Permanente del
FRAP y de la dirección del Frente Polisario se entrevistaron en Argelia, emitiendo un comunicado conjunto que
se publicaría en el nº 26 de Acción, órgano de expresión del FRAP, cf. Equipo Adelvec, FRAP. 27 de septiembre
de 1975, op. cit., p. 101.
51
La exposición viajaría más tarde a la Universidad Complutense de Madrid y a Murcia.
52
Así la calificó Darío Corbeira durante una las conversaciones mantenidas con el autor.
Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231 221
53
Gámez, integrante de la Comisión de Pintura de la UPA y posterior miembro de LFL, fue encarcelado como
parte de las represalias por los acontecimientos del 1 de mayo de 1973, cuando un integrante del FRAP hirió
de muerte a un miembro de la Brigada Político Social durante las reyertas callejeras que se sucedieron ese día.
Tras ingresar en la prisión de Carabanchel, le echaron de su trabajo en Correos y hubo de abandonar la carrera
de Sociología. Gámez diseñó algunos números de Viento del Pueblo, así como carteles con la imagen de Miguel
Hernández para los actos que organizaban en las asociaciones de barrio. En la entrevista que nos concedió,
recalcó que en ningún momento LFL tuvo la intención de integrarse en el mundo del arte.
222 Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231
54
El Caso. Retrato-crimen de Miguel Hernández. Madrid, 15 de mayo de 1976. pp. 1-4.
55
Una breve crónica de estas jornadas, que durante tres días incluyeron coloquios, conferencias y la participación
de poetas, músicos y artistas como Blas de Otero, Enrique Cerdán Tato, Aguaviva, Enrique Morente, Adolfo
Celdrán, Juan Genovés o Arcadio Blasco, puede leerse en A. Sorel, “Homenaje a Miguel Hernández en la
Complutense”, Posible, nº 74, 10 de junio de 1976, p. 44.
56
Algunos de los reclamos que distanciarían las ambiciones rupturistas de la izquierda radical de la inercia
224 Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231
coincidía con el cenit del ciclo de huelgas y protestas impulsadas por el movimiento
obrero y diversos sectores sociales. Las movilizaciones se habían visto intensifi-
cadas tras la muerte de Franco y durante el gobierno de Arias Navarro, deparando
confrontaciones cuasi insurreccionales entre el movimiento obrero y la población
organizada y los patrones de las fábricas y las fuerzas represivas del régimen. Tal
vez el caso más significativo fueron los acontecimientos de Vitoria durante el primer
trimestre de 1976, cuyo desenlace trágico el 3 de marzo fue la masacre de los traba-
jadores reunidos en asamblea en la iglesia de San Francisco de Asís57. En la declara-
ción de los artistas se incluían presupuestos políticos que remiten directamente a los
principios de la UPA, el FRAP y el PCE (m-l), como la reclamación fundada en “la
tradición federalista” y republicana del derecho de autodeterminación de los pueblos
o reflexiones en torno a la función social del arte que determinaban:
la obligación de los artistas a incorporarnos en diversas formas de lucha por [la]
transformación radical de las estructuras, pues solo en el marco de la nueva socie-
dad se darán: por un lado, las condiciones para que el arte se convierta en patri-
monio social y, por otro, las bases que acaben con la dicotomía actual entre arte de
vanguardia y arte de masas.58
reformista del PCE serían la constitución de un gobierno provisional que condujera el proceso transicional
hasta las primeras elecciones legislativas, la realización de un referéndum sobre la forma de Estado (monarquía
o república) como parte de un proceso constituyente, el reconocimiento del derecho de autodeterminación de
los pueblos o la desarticulación y enjuiciamiento de las estructuras represivas del estado franquista (policía,
Guardia Civil y ejército). Cf. G. Wilhemi, Romper el consenso. La izquierda radical en la Transición española
(1975-1982). Madrid, Siglo XXI, 2016.
57
Ante esa situación, Juan Carlos de Borbón, jefe de Estado designado por el franquismo, tomó poco más tarde la
decisión de sustituir el gobierno continuista de Arias Navarro por el reformista de Adolfo Suárez (julio de 1976).
Por su parte, semanas después de los sucesos de Vitoria el PCE decidía converger con el PSOE en el espacio
de Coordinación Democrática (la conocida como “Platajunta”), resultante de la fusión de la Junta Democrática
(auspiciada por el PCE) y la Plataforma de Convergencia Democrática (controlada por el PSOE). La dirección
del partido pretendía otorgarse una imagen de respetabilidad y moderación a costa de desmovilizar la actividad
de sus bases en las luchas sociales en curso, que amenazaban con desbordar los cauces pactistas aceptados por la
organización. La autonomía de lo político que caracterizaría el proceso transicional encontraba aquí su anclaje
fundacional en lo relativo a la oposición democrática, que hegemonizada por esos dos partidos se distanciaría
progresivamente de los reclamos rupturistas de la izquierda radical. Cf. E. Rodríguez López, Por qué fracasó la
democracia en España. La Transición y el régimen del ´78. Madrid, Traficantes de Sueños, 2015.
58
“Proyecto para Manifiesto de artistas”, febrero-marzo de 1976, APSA. Archivo Marchán/ Quevedo del Centro
de Documentación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Carpeta Nuevos comportamientos artísticos,
España, caja II, Conceptualismos en el contexto de la Institución Arte, la Cultura y la Política, nº 13, s. p.
Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231 225
culturales y artísticos lejos de las galerías sacrilizadas [sic] por la tradición y de los
que el pueblo se ha hallado y se halla ausente.59
59
Ibid., s. p.
226 Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231
edificios en los que se recuperaba la mítica figura del campesino miliciano con el
fusil al hombro mediante una estética pop próxima al imaginario de colectivos como
el Equipo Crónica60. Esa figura se inscribía a su vez en las coordenadas ideológicas
del maoísmo, que en la versión de las tesis del PCE (m-l) seguía otorgando un papel
central a la población de las zonas rurales como impulsora de una insurrección gene-
ral. El levantamiento popular, cuya activación había guiado los atentados del FRAP
durante el verano de 1975, debía conducir a las clases subalternas a sostener una
guerra prolongada que acabara con la dictadura y gestara una república democrático-
nacional61. El “enfoque «tercermundista» de la historia”, presente en la poética an-
ticolonial de la izquierda cultural de la época, pasaba por alto la composición social
de la España coetánea, tramando una genealogía de las luchas del siglo XX en la que
la Guerra Civil española se constituía en una suerte de vértice (y de vórtice) geohis-
tórico que, en un mismo gesto, resignificaba y era resignificada por los procesos
de emancipación impulsados con posterioridad por otros “condenados de la tierra”.
España, en su doble condición de centro y periferia, de norte y sur, de metrópoli y
colonia, escenificaba así el desgarro de todo un siglo.
La intervención en Orihuela muestra el énfasis que LFL siempre puso en la rela-
ción de sus acciones con el contexto social específico en que se desplegaban. Esto
60
Un registro de esa acción puede verse en el siguiente enlace: htps://www.youtube.com/watch?v=_IPV_KhZiU4.
En la intervención en la universidad la imagen del campesino miliciano encontró su contrapunto de género en
una mujer campesina que también portaba un fusil.
61
No por casualidad, en el número 3 de Viento del pueblo se publicaba un artículo titulado “Apoyar la lucha por
el campesinado es tarea de los artistas e intelectuales antifascistas”, donde se incidía en que ese sector social
seguía representando al 30% de la población (unos diez millones de personas). Aunque se constataba su éxodo
hacia los barrios periféricos de las grandes ciudades, se subrayaba igualmente que “aún viven y trabajan en
el campo millones de familias que se ven progresivamente amenazadas por la indiscriminación [sic] política
de importaciones de excedentes agrícolas norteamericanos y de otros países” y se interpelaba a los artistas
mediante un “urgente llamamiento a realizar obras sobre el campesinado y a desarrollar todo tipo de actividades
artísticas (recitales, actuaciones, representaciones, proyecciones, conferencias...) en los pueblos campesinos del
país” y a formar “grupos de artistas que recojan y expresen la situación de nuestros compañeros del campo”.
Viento del pueblo, 3, diciembre de 1972, p. 18.
Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231 227
escenificaba las contradicciones de clase y las fuentes del poder material y espiritual
que condicionaban la realidad social española del tardofranquismo.
El mural mostraba sobre un fondo rojo la presencia de dos grupos de figuras,
símbolo de la diáspora popular ocasionada por la derrota del bando republicano en
la Guerra Civil66. La imagen aparecía quebrada por tres líneas que remitían a los
colores de la bandera republicana, la última de las cuales encerraba un fragmento del
Guernica de Picasso. El mural componía así un campo de color (color field) sobre
el que la connotación semántica de la abstracción lineal era reforzada por el collage
figurativo, que enlazaba por partida doble la imagen con el conflicto civil de los años
treinta y los éxodos bélicos instalados en el inconsciente óptico de la Guerra Fría,
con el conflicto en Vietnam como trasfondo. Finalmente, en un lateral del muro, los
integrantes de LFL incluyeron la consigna “La ciudad debe ser nuestra”. El fragmen-
to pictórico extraído del Guernica y la proclama adyacente interpelaban a otros dos
murales producidos durante esos días. Por un lado, se trataba de ampliar el alcance
territorial del mural “El barrio es nuestro”, pintado durante el mismo evento por El
Cubri, así como de otorgar un matiz imperativo al título de la convocatoria vecinal:
“La ciudad es nuestra”67. Por otro, de revitalizar el legado político del Guernica más
allá de su conversión en icono de la izquierda política. Los integrantes de LFL detec-
taban ese riesgo en la versión mural del cuadro de Picasso que el equipo de Agustín
Ibarrola pintó ese año como telón de fondo tanto de los conciertos musicales como
del Mercadillo autoconstruible diseñado por José Miguel de Prada Poole para alber-
gar los puestos de venta de arte popular durante las fiestas68. Sin embargo, la pobreza
del resultado plástico, así como la experiencia estética contemplativa que prevalecía
entre los vecinos del barrio, indujo a la LFL a ir un paso más allá y completar su mu-
ral con una performance en las que sus miembros se disfrazaron para figurar la dia-
léctica entre la clase obrera y las fuerzas conservadoras que sostenían las estructuras
del régimen: la Iglesia, el capital y el fascismo (Fig. 7)69. La acción fue interpretada
por los convocantes y los vecinos del barrio como una provocación, lo que motivó
que expulsaran a los integrantes de LFL del espacio festivo.
Figura 7. Acción de La Familia Lavapiés en las fiestas del barrio de Portugalete, junio de
1976.
6. Final de partida
70
F. de la Torre Fajardo, “LFL. Una experiencia de arte popular”, op. cit., p. 2.
230 Vindel Gamonal, J. An. hist. arte 27 2017: 203-231
bas fuerzas, apenas habían encontrado elaboración teórica en el seno de los debates
sostenidos al interior de organizaciones como el PCE (m-l). A tres años vista, De la
Torre evaluaba en estos términos las conclusiones “Sobre literatura y arte” extraídas
del I Congreso del PCE (m-l), celebrado en la primavera de 1973 en un lugar próxi-
mo a Varese (Italia)71:
La falta de investigación concreta de la situación española, el continuo repetir
lugares comunes, el tono apocalíptico y dogmático invalidan la mayor parte de los
análisis, llegando en ocasiones al planteamiento de enunciados claramente reac-
cionarios y estúpidos como denunciar el arte abstracto como revisionismo cultural;
y deja sentir sobre todo el profundo desconocimiento de la problemática concreta,
humana, profesional y creativa de aquellos a los que iba dirigido el escrito”72.
71
Sobre la organización del congreso, cf. Ricardo Gualino, FRAP. Una temporada en España. Madrid, Amargord,
2010, pp. 239 y ss.
72
F. de la Torre Fajardo, “LFL. Una experiencia de arte popular”, op. cit., pp. 4-5.
73
D. Corbeira, “Arte y militancia en (la) transición”, op. cit., p. 86.
74
El FUT estaba integrado por la LCR, Acción Comunista (AC), la Organización de Izquierda Comunista (OIC)
y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).
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Figura 8. “Gran Fiesta”, cartel diseñado por Paco Gámez para un acto de la candidatura del
Frente por la Unidad de los Trabajadores en las elecciones legislativas de junio de 1977.