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LA NUEVA LUCHA DE CLASES

La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror. Slavoj Žižek, anagrama, 2016

Alfonso Salazar

Žižek ha sentado a Europa frente a sí misma y la ha zarandeado. Parece que la presencia de miles de personas
apiñadas más allá de sus fronteras no ha sido suficiente aviso, parece que los atentados islamofascistas que
irrumpen en los espacios de cotidianeidad europea, en la placentera vida corriente de algunos europeos, no es
bastante. Acierta el filósofo esloveno en la apertura de La nueva lucha de clases -subtitulado «Los refugiados y el
terror» y editado por Anagrama recientemente- cuando parte de las conocidas cinco fases del duelo: negación,
ira, negociación, depresión y aceptación. La Unión Europea persiste entre la segunda y la cuarta fase, según qué
países, según qué ministros, políticos, medios de comunicación o sesudos tertulianos escuchemos. Hay europeos
que siguen entre la ira y el miedo, hay otros que prefieren negociar, aunque sea a costa de engordar las arcas
turcas que a su vez servirán para luchar contra los kurdos, que luchan contra el DAESH, que es uno de los motivos
fundamentales del éxodo sirio, y vuelta a empezar. Algunos han entrado en depresión y no encuentran salida.
Muy pocos alcanzan el estadio de la aceptación y resuelven que deben mirar, observar, trazar planes, puentes,
salidas. Žižek está entre esos últimos, aquellos que ya han pasado -o se saltaron- las fases de negación del
problema, la declaración de ira del racismo, la negociación sin camino y la depresión exánime.

El inmovilismo europeo no reside solo en los intereses ciertos del establishment que encuentra en la explotación
del próximo y medio Oriente un negocio más, ni en el miedo y parálisis de los movimientos antiinmigratorios que
amenazan con encaramarse al poder, sobre todo, en los países septentrionales. El inmovilismo no es fruto de los
discursos populistas de esa derecha que emplaza a las clases populares europeas a una ilusoria lucha contra el
inmigrante que ocupa sus imaginarios puestos de trabajo, sus imaginarios recursos públicos educativos y
sanitarios, su imaginario lugar en la escala social de su imaginaria nación. El inmovilismo europeo reside también
en el equivocado análisis que realiza la izquierda europea, que se escuda en las prácticas solidarias para calmar
sus conciencias y se autoflagela con el látigo del legado europeo de igualdad y libertad. Žižek enumera diversos
tabúes que esta izquierda debe superar: empezando por la idea de que el Islam sea una resistencia eficaz al
capitalismo, pues basta echar un vistazo a la muy adelantada adaptación de los países del Golfo al capitalismo,
sintonizado perfectamente con el Islam. Sigue con el tabú la extendida idea progresista de que “todo enemigo es
alguien con una historia que no hemos escuchado”, con el mantra de que el emancipador legado europeo es
imperialista, racista, que la defensa del modo de vida europeo es protofascista. Sin embargo, es desde ese mismo
legado desde donde se puede hacer la crítica: hermosa paradoja. Son los laicos izquierdistas quienes terminan
tolerando a los extremistas católicos y musulmanes. Žižek avisa: no debemos confundir la crítica al Islam con la
islamofobia, como no debe confundirse el respeto a la libertad religiosa con la permisividad de la presencia
religiosa en la vida pública hasta el punto de que condicione las decisiones que nos afectan a todos y el Islam
puede ser respetuoso con la creencia privada pero es nada tolerante con la manifestación pública disidente. La
historia europea es una historia de liberación de la sociedad civil del peso judeocristiano en la cultura y la vida
pública. La Ilustración, aunque Žižek no lo diga, fue el punto de partida de un laicismo que durante dos siglos ha
forjado la conciencia de Europa. La misma conciencia que ahora le lleva a un círculo vicioso y relativista.

Tal y como los fundamentalistas no se toleran entre ellos –islamofobia y eurofobia son las dos caras de la misma
moneda- en el teatro de las potencias enfrentadas la lucha no va en serio. USA y Rusia no hacen lo que dicen que
deben hacer, como no lo hacen turcos, saudíes, israelíes… Hay tantas divisiones dentro del Islam militante y
fanático entre suníes y chiíes como los hay entre las potencias del otro lado del choque de civilizaciones. Hay un
reparto de intereses que ocasiona que un exiguo ejército en una franja del mundo esencialmente desértica,
rodeada de ejércitos curtidos y voluminosos, resista sin problema. Hay algo de pantomima, de sospecha.

En La nueva lucha de clases, Žižek se explica con meridiana claridad. Expone con sencillez el efecto del capitalismo
global y del neocolonialismo económico y sus efectos en los países africanos y asiáticos, la irrupción de nuevos
modelos de explotación que tanto se parecen a los modelos esclavistas y que recorren todo el mundo del
capitalismo global desde Shanghái a Dubái, pasando por ciertos barrios y polígonos industriales del primer
mundo.

El éxodo de refugiados hacia Europa tiene mucho que ver con el deseo de una vida mejor. Toda esperanza de
mejorar de vida tiene sentido en la lucha de clases. Ante un mundo cambiante, donde las grandes migraciones
parecen su futuro, en un planeta donde los nuevos climas, la escasez de agua y de energía puede ser su hábitat,
cabe preguntarse si el capitalismo es el hecho de naturaleza humana que nos dicen que es o no se trata de un
modelo de reproducción indefinida. Habla Žižek de cuatro grandes antagonismos: la amenaza de la catástrofe
ecológica, el fracaso de la propiedad privada (que excluye el “capital cognitivo” y la infraestructura compartida),
los nuevos descubrimientos biogenéticos y las nuevas formas de apartheid –nuevas esclavitudes en suburbios-. En
definitiva, la brecha entre Excluidos e Incluidos, brecha que puede abrirse sin fondo con la profundización en la
privatización de la sustancia compartida de nuestro ser social, camino de la autodestrucción.

Un antiguo dicho hopi dice: «Nosotros somos aquellos a los que estábamos esperando». Para Žižek es la
respuesta adecuada para los intelectuales de izquierda que esperan un nuevo agente revolucionario externo (un
desastre ecológico que despierte a las multitudes), pero esa esperanza no es una señal divina del destino marcada
en la izquierda, sino la constatación de que no va a venir nadie a hacer el trabajo que nos compete. El texto de
Žižek analiza una escena en movimiento: el deseo emancipador que hace un año recorría Europa y refería la lucha
de clases insistía en la solidaridad global con los explotados y oprimidos, de dentro y de fuera. Ese discruso ha
sido suplantado por una cuestión liberal-cultural de tolerancia y solidaridad, de comprensión de culturas
diferentes, de temor paranoico y de lucha contra el terror en un «espíritu permanente de emergencia». Al final
las víctimas de los ataques terroristas serán los refugiados y los vencedores los partidarios de la guerra total: los
racistas antiinmigración europeos y su reverso islamofascista.

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