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ISSN: 0718-0586
cuadernos.interculturales@yahoo.es
Universidad de Playa Ancha
Chile
“If you don’t make it, how will you live by? We’re
going to teach him a little Tlapaneco”: A language
shift in progress among Mi’phaa immigrants
(Tlacoapa Tlapanecs) in Tlaquepaque, Jalisco, Mexico
Resumen
Este artículo es una versión resumida de mi tesis de maestría en lingüística aplicada, titulada “Si
no la haces, ¿de qué vives?”. Migrantes mi’phàà (tlapanecos de Tlacoapa) en Tlaquepaque: un des-
plazamiento lingüístico en proceso”, Universidad de Guadalajara. Además se inscribe en la línea
de investigación “Vida cotidiana, gestión y reconstrucción de identidades” del Departamento de
Estudios Mesoamericanos y Mexicanos de la Universidad de Guadalajara.
Agradezco a Ana Carolina Hecht por su paciencia; a los evaluadores por su cuidadosa lectura y sus comen-
tarios críticos; a Ana Line Martínez por traducir los pasajes en mi’phaa de algunas entrevistas, y a Hermelin-
da González por revisar el título y el resumen en inglés. Las demás traducciones del inglés al español son
mías. Asumo los errores, omisiones y excesos que persistan a pesar de tan generosas ayudas.
Abstract
1. Introducción
1. En consonancia con los esfuerzos promovidos desde 1985 para repudiar la voz nahua tlapaneco
-‘el que está pintado (de la cara)’, percibido peyorativamente como ‘el que tiene la cara sucia’
(Carrasco Zúñiga, 1997: 5)- y recuperar el autoetnónimo y autoglotónimo, me referiré a la lengua
y grupo etnolingüístico “tlapaneco” como me’phaa -de mbo A’phaà ‘el que es de A’phaà [Tlapa]’
(Carrasco Zúñiga, coord., 2006: 11)- y, al centrarme en los me’phaa de Tlacoapa, adoptaré el térmi-
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no de esa variante: mi’phaa. Las citas de las entrevistas, sin embargo, respetarán el término que
los migrantes emplearon: “mi’phaa” como en el diálogo entre Berenice y Eliseo (apartado 6.2.) o
“tlapaneco” como en el título. Sigo las normas de escritura del me’phaa validadas el 29 de julio de
2005, en Ayotoxtla, Zapotitlán Tablas, Guerrero, durante el Tercer Taller de Trabajo Colegiado. Las
vocales largas se representan con doble vocal <aa>, las glotalizadas con saltillo <a’>, las nasales
con <n> final: <an>; las oclusivas aspiradas con <h>: <ph, th, kh>; el tono alto con una línea ascen-
dente sobre la vocal <á>, el medio sin marca <a> y el bajo con una raya debajo de la vocal <a>
(Carrasco Zúñiga, coord., 2006).
3. Por desplazamiento lingüístico entiendo “el reemplazo de una lengua por otra como medio pri-
mario de comunicación y socialización en una comunidad” (Mesthrie y Leap, 2000: 253). Por mi-
gración, “un cambio permanente de residencia (en torno al cual se originan nuevos movimientos
periódicos)” (Jernudd, 1996: 836).
4. “Conseguir lo que se deseaba o pretendía” (Gómez de Silva, 2001: 99); los migrantes mismos defi-
nirán esta locución en la sección 6.4. Aclaro los mexicanismos en notas a pie de página.
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¿Cómo repercuten en las lenguas los cambios de residencia? Al observar que, con fre-
cuencia, las lenguas migrantes perduran sólo entre la primera y segunda generación
(Myers-Scotton, 2006: 68), muchos sociolingüistas incluyen la migración entre las causas
del desplazamiento lingüístico. Para Joshua A. Fishman, por ejemplo, el desplazamiento
resulta de dislocaciones físicas -sequías, plagas, inundaciones…-, demográficas -emi-
gración, guerras, caza de esclavos…-, sociales -analfabetismo, pobreza…-, y culturales
-prohibición de la lengua y de otros rasgos etnoculturales en la vida pública y privada,
modernización...- que despojan a los migrantes de productos, lugares e interlocutores
tradicionales a través de los cuales, donde y con quienes comparten y recrean valores,
normas y procesos culturales propios (Fishman, 1991: 57-63).
Anotar y agrupar los factores extralingüísticos según la manera como dislocan la
vida del grupo minorizado es el primer paso para estudiar el desplazamiento lingüís-
tico. El segundo es calcular el peso de cada variable, detectar cuáles actúan aisladas o
en conjunto e inspeccionar cuáles alientan y frenan a la vez la sustitución. El tercero no
necesita invocar la migración, industrialización, urbanización, aislamiento… ni reaco-
modar los factores ni añadir nuevos, sino examinar cómo reaccionan los hablantes ante
ellos y cómo hacen sus elecciones lingüísticas en función de ellos, poniendo:
“atención a la manera como tales cambios sociales mayores afectan las evalua-
ciones de los hablantes sobre las lenguas y los significados sociales y culturales
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asociados a ellas. Son esos cambios en el simbolismo lingüístico los que afectan
las estrategias comunicativas de los hablantes y conducen a una redistribución
de las lenguas dentro del repertorio y, en ocasiones, al abandono de una de las
lenguas.” (Gal, 1996: 588)
Hay que preguntarse quiénes están dejando cuál lengua, con quién, cuándo y
dónde ya no la hablan pero, sobre todo:
“¿Por qué y cómo llega la gente a interpretar sus vidas de manera tal que aban-
dona una de sus lenguas? Visto de esta forma, el estudio del desplazamiento
lingüístico se vuelve el estudio de las ideas que la gente tiene sobre sí misma en
relación con los demás y con su cambiante mundo social, y de cómo esas ideas
están codificadas en y mediadas por la lengua.” (Kulick, 1992: 9)
3. Construyendo el corpus
La comunidad bajo estudio se compone de alrededor de quince familias, unas sesenta per-
sonas, asentadas donde convergen las colonias El Vergel y La Romita, en Tlaquepaque. Dos
generaciones se distinguen: la primera son los padres o primeros migrantes, de los cuales el
pionero arribó hace diecinueve años y el último hace casi tres, siendo el promedio de estancia
de seis años. Es un grupo joven: sus edades oscilan entre los 21 y 40 años y casi todos están
unidos por lazos consanguíneos. Gracias a ello la migración avanza. Más de la mitad sólo cursó
la instrucción primaria, siendo el grado máximo de estudios la secundaria. Todos provienen
del municipio de Tlacoapa: algunos de la cabecera, Tlacoapa, y otros de Campanario, La Sa-
bana, Tlacotepec y Xocoapa, pueblos cercanos. Tal origen común asegura la misma variante
dialectal: la de Tlacoapa, y es ésta la lengua primera (L1)6 de todos menos uno. Sus padres
5. Natural de Guadalajara.
Casi todos los varones están casados o viven en unión libre -pero hay un viudo,
un soltero y un bígamo- y tienen de dos a cuatro niños. Trabajan para el mismo patrón
quien los reparte entre su fábrica de aluminio, la venta ambulante de queso o el corte
de caña en Tamazula, Jalisco. Es él quien los deja vivir en las casas que posee en El Vergel
y La Romita sin cobrarles alquiler ni servicios y quien les solicita más amigos, conocidos
e hijos que ya crecieron para que salgan del pueblo y contratarlos (otro de sus nego-
cios son aserraderos en Michoacán con mano de obra purépecha). La mayoría de las
mujeres son solteras y trabajan como empleadas domésticas en colonias residenciales
del poniente del AMG, donde viven de lunes a sábado. Los domingos por la mañana re-
gresan a Tlaquepaque y vuelven en la noche a sus lugares de trabajo. La mitad cursó la
secundaria, pero en 2004 conocí a una muchacha con estudios técnicos de enfermería.
Unas cuantas están casadas, tienen hijos y son amas de casa o empleadas domésticas.
Los patrones de alianza y matrimonio del grupo son peculiares. Entre los hom-
bres, sólo uno se juntó con otra mi’phaa; el resto formó uniones exogámicas: uno -aquél
cuya L1 es el español- se casó con una tapatía; los demás se unieron con nahuas de
Hidalgo o Veracruz que conocieron en la ciudad. Entre las mujeres, una se juntó con
otro mi’phaa y otra se casó con un tapatío; las demás son solteras.
Ya instalados, una segunda ola migratoria los alcanza: sus hermanos y hermanas
menores y/o hijos e hijas, todos menores de edad y solteros, que sólo aguardaban con-
cluir su educación primaria en Guerrero para emigrar. Los niños y niñas nacidos en el
AMG se suman por igual a esta segunda generación pero por su edad no los entrevisté.
Dos tablas esbozarán el perfil de cada migrante:
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La Montaña es una región al este del estado de Guerrero, en lo alto de la Sierra Madre del
Sur, donde se concentra el 74% de la población indígena guerrerense: nahuas, mixtecos y
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me’phaa -cuya convivencia, según el códice Azoyú 1, se remonta a la fundación del reino de
Tlachinollan en 3 Movimiento Tlapaneca (1300 d.C.) (Vega Sosa, 1991: 76)- y amuzgos. Rica
en paisajes, climas, suelos, flora, fauna, ríos, bosques y culturas, sus 24 municipios padecen,
empero, de un grado de marginación alto o muy alto (Canabal Cristiani, 2001: 29, 31, 39).
El grueso del grupo me’phaa habita en Malinaltepec, Acatepec, Atlixtac, Zapotitlán
Tablas, Tlacoapa, San Luis Acatlán, Tlapa de Comonfort, Atlamajalcingo del Monte y Met-
latónoc -primer lugar nacional en marginación en 2000 (Consejo Nacional de Población
[CONAPO], 2001: 93)-, municipios de La Montaña. Otros municipios de residencia me’phaa
son Ayutla de los Libres, Acapulco de Juárez y Azoyú en la Costa Chica, y Chilpancingo
de los Bravo y Quechultenango en la región Centro. Según la altura, cultivan maíz, frijol,
calabaza, café, jamaica y caña de azúcar (Carrasco Zúñiga, 1997: 17) y crían ganado ovino,
bovino, vacuno y caprino (Canabal Cristiani, 2001: 37-38). En 2000, el Instituto Nacional
de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) contabilizó en Guerrero a 90.443 hablantes
de me’phaa mayores de cinco años (30.742 monolingües y 58.379 bilingües). El total para
México asciende a 99.389. Si agregamos a la población de cero a cuatro años en hogares
cuyo jefe y/o cónyuge habla me’phaa, se alcanzará una población indígena relativa (PIR)
de 111.483 me’phaa en Guerrero (+21.040) y de 122.986 en el país (+23.597) (INEGI, 2001).
Enclavado en el corazón del territorio me’phaa montañero, el municipio de
Tlacoapa linda con los municipios de Copanatoyac al norte, San Luis Acatlán al sur, Mali-
naltepec al este, Zapotitlán Tablas al noroeste y Acatepec al suroeste. En 2000, su grado
de marginación era muy alto, ocupando el lugar 41 en el país (CONAPO, 2001: 94). Su
población total sumaba 9.195 personas: 6.690 eran hablantes de mi’phaa mayores de
cinco años (2.211 monolingües y 4.399 bilingües), cuarenta de mixteco, trece de náhuatl
y uno de chinanteco. La PIR asciende a 8.117 mi’phaa (+1.427) (INEGI, 2001). Por su parte,
el Censo General de la comunidad de Tlacoapa, levantado en abril de 2001, arrojó una
población total de 10.064 personas.
Al norte del municipio, en un ‘lugar entre dos ríos’ -traducción del topónimo
nahua-, se halla la cabecera: Tlacoapa o Mínuíí -‘lugar picoso’, posible significado del
topónimo mi’phaa- (Oettinger, 1980: 44). En 2000, el XII Censo General de Población y
Vivienda 2000 contó 1.225 habitantes (561 hombres y 664 mujeres); un año más tarde,
el Censo General de la comunidad registró 2.001 habitantes.
El me’phaa, lengua endémica de La Montaña, pertenece a la rama subtiaba-tla-
paneco de la familia otomangue y cuenta con siete u ocho variantes. Los profesores bi-
lingües participantes en los Congresos de Desarrollo Lingüístico de la Lengua Me’phaa,
celebrados desde 1997 en todas las zonas escolares de la región, alistan ocho: Mañuwiín
(Malinaltepec), Mínuíí (Tlacoapa), Tsíndíí (Azoyú), Tsíra’khamájíín (Zilacayotitlán), Wí’iín (Aca-
tepec), Xirágáá (Zapotitlán Tablas), Xma’íín (Teocuitlapa) y Aguaá (Huitzapula) (Base de
datos, 2000: 1), dialecto omitido por Weathers y Carrasco Zúñiga (1988: 8) y por Weathers
(1976: 367-368), quien tampoco incluye a Teocuitlapa pero sí a un “casi extinto” Nanzintla.
Otra región con un pasado multilingüe y multicultural es el occidente de México,
cuyo núcleo ocupan el estado de Jalisco y su capital. En el siglo XX, sin embargo, sólo
sobrevivían en Jalisco dos lenguas indígenas: el huichol, al norte, y el náhuatl, al sur.
Guadalajara ilustra una de las causas de la extinción: desde el siglo XVIII engulló a los
“pueblos de indios” y esos cazcanes, cocas, nahuas y tecuexes se confundieron con las
masas que llegaron del campo (Murià, 1988: 393).
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Con todo, Jalisco y el AMG exhiben hoy una nueva diversidad lingüística pues, a
partir de 1970, se volvieron polo de atracción para varios grupos indígenas originarios
del resto del país. El XII Censo General de Población y Vivienda señala que, en 2000, de
los 3.477.101 habitantes del AMG, 17.831 personas mayores de cinco años hablan una
lengua indígena y se han identificado, al menos, 51 lenguas. La PIR asciende a 21.375
personas (+3.561). Todavía más: de los 39.259 hablantes de lengua indígena mayores de
cinco años contados en Jalisco, el 45,4% radica en el AMG (INEGI, 2001).
En esta sección me preguntaré: ¿por qué y cómo han llegado los mi’phaa a interpretar sus
vidas de manera tal que están abandonando su lengua? (cf. supra, Kulick, 1992). Para res-
ponder, primero trazaré las trayectorias de adquisición y aprendizaje de los repertorios lin-
güísticos de los migrantes, de sus padres y de sus hijos nacidos en Guerrero; así desplegaré
una visión diacrónica de la vitalidad del mi’phaa en Tlacoapa. Enseguida mostraré cómo
los paisanos autoevalúan su competencia en mi’phaa y en español, y cómo representan
su actuación en español, ante ellos mismos y la comunidad de origen. Luego rastrearé los
factores extralingüísticos detrás del desplazamiento. Por último, analizaré las represen-
taciones y comportamientos lingüísticos de los migrantes que están interrumpiendo la
transmisión intergeneracional de la lengua indígena en la comunidad de destino.
nita, Basilia y Elvia “sí habla español, poquito lo que es el español”, pero su mamá “es el
[sic] que no, de plano, no habla lo que es el español, nada” (Celio)8. En esta época -déca-
das de 1950-1960, aproximadamente- era más frecuente el bilingüismo con otra lengua
periférica -el náhuatl- que con el español. El padre de Félix es un ejemplo:
“Allá también, mi papá hablaba, hablaba más o menos, este, el náhuatl y cuando
iba con él en Tlapa y todo eso, cuando iba, cuando iba [a] Tlapa, todo eso, pos
pasaba caminando todo ese... Entonces, pos veo que sus amigos, donde los en-
cuentra, pues, se habla en náhuatl y más o meno[s] allí.” (Félix)
Como el mi’phaa fue la L1 de todos los padres, éste fue el idioma que transmi-
tieron a sus hijos, los migrantes de primera generación. Quedan entonces validadas las
observaciones de Marion Oettinger, quien pasó once meses en Tlacoapa durante 1971-
1972 levantando datos para su tesis doctoral. Salvo el personal mestizo de la escuela
primaria y de la Misión Católica, sus 2.832 habitantes hablaban mi’phaa, “el principal
idioma de la comunidad y el único que casi todos lo niños conocen y entienden antes
de la edad escolar” (Oettinger, 1980: 44). Aún más: como el 82% de las mujeres y el 21%
de los hombres eran monolingües en mi’phaa (Oettinger, 1980: 36), no saber español se
volvía el “problema más grande” para los emigrantes y la traba para alcanzar los puestos
de presidente municipal y de regidor propietario.
8 La transcripción de las entrevistas respeta la fonética, léxico y morfosintaxis de los mi’phaa. Cuan-
do las particularidades de este “español indígena” (vid. infra) dificultan la comprensión de algunas
palabras o frases, agrego entre corchetes los segmentos faltantes.
9 Grupo numeroso.
10 Cualquier lengua que se aprendió después de la L1, de niño o de adulto (Myers-Scotton, 2006: 2).
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sucedió con Delia, nahua de Veracruz, quien, tras casarse con Ismael en Guadalajara,
vivió en Tlacoapa por dos años en casa de sus suegros “y rápido se le grabó el tlapaneco
y dígale eso, que entiende, nada más que no lo habla” (Ismael).
El mi’phaa es una lengua periférica que no gravita alrededor de una lengua cen-
tral sino de una supercentral. En La Montaña no existe una lengua central ni sus lenguas
periféricas están estandarizadas: no se erige una variante dialectal sobre las demás. En
la generación anterior hubo bilingüismo entre lenguas periféricas, en ésta no: se pre-
fiere aprender el español, lengua supercentral. Este aprendizaje se dio de tres maneras:
por viajes a través de La Montaña, por el aprendizaje informal en casa, y por la educa-
ción formal en la escuela primaria y secundaria. Valerio lo aprendió por acompañar a sus
padres a Tlapa e Iguala, a Celio y a sus hermanos les enseñó su padre, y Basilia precisa
cómo se insertaron las lenguas en su trayectoria académica: “El kinder en tlapaneco; en
primero y segundo, tlapaneco; en tercero va cambiando”, pues los grados restantes de
la primaria se imparten en español al igual que la secundaria.
Un caso especial es la enseñanza de la lectoescritura en lengua indígena que sólo
unos cuantos conocen sin dominar. El primer alfabeto popular me’phaa se creó en 1977
y los libros de texto gratuito empezaron a circular en la década de los ochenta (Carrasco
Zúñiga, coord., 2006: 13). Por consiguiente, son los migrantes más jóvenes de esta gene-
ración los que saben leer y escribir mi’phaa; más bien, los que saben leer: a ellos no les
enseñaron a escribir. En una reunión con Félix, Valente, Ismael y Eliseo, causó revuelo el
que Eliseo declarara que él sí sabía leer y escribir mi’phaa: “Más o menos, no muy bien”.
Juanita recuerda que esa enseñanza se dio “un tiempo, sí, en quinto, sexto [de primaria].
Sé leer poquito, escribir ése casi no”. En realidad, entre los migrantes de más edad de
esta generación analfabetos en mi’phaa, muy pocos se interesan por aprender. Celio
entre ellos: “Sí me gusta escribirlo [risas]. Nomás que no la sé. No la sé pero, este, Dios
mediante, pues, este, mis sobrinos son los que me van a enseñar, sí”.
Interrogados sobre la edad en que aprendieron español y pese a que todos hayan
recibido instrucción formal en esa lengua, nadie responde, digamos, “a los seis años” o
“en la primaria”, sino que mencionan otras edades que revelan un aprendizaje adulto:
Es decir, los migrantes consideran la edad que tenían al llegar a la ciudad como la
edad en que aprendieron español. Así se confirma la ecuación entre lugar geográfico y
lugar de aprendizaje, i.e., pueblo = aprendizaje de lengua indígena12, ciudad = aprendi-
zaje de español. Que el aprendizaje significativo ocurra en Guadalajara y no en Tlacoapa
no se debe a que la enseñanza en el pueblo haya sido deficiente. Nadie se quejó de que
le hubieran enseñado mal; al contrario, aquellos a quienes su padre les enseñó desta-
can que la escuela les sirvió de refuerzo, y aquellos que no aprendieron español en casa
reconocen que fue en la escuela donde tuvieron su primer contacto: “Está difícil para
aprenderlos [sic] nosotros. Los maestro[s] hablan español pero nosotros no hablamos
español, hablamos puro diale[c]to” (Georgina).
Este aprendizaje incompleto se debe, más bien, al entorno. Como durante la infancia
de los migrantes la lengua principal de la comunidad íntima de Tlacoapa era el mi’phaa,
los ámbitos del español eran tan reducidos que se hablaba poco: “Ya después de que salí
[de la] primaria se me olvidó, como tenía catorce años salí, pues, ya que-quedó volando lo
que me enseñé, pues, ahí” (Félix). Sentir que el español no cumplía ninguna función y que
su uso resultaba ficticio -la lengua entre pares era el mi’phaa- entorpeció su aprendizaje
y práctica a pesar de que los profesores le jalaban las orejas a quien sorprendieran ha-
blando mi’phaa: “Nos decían: ‘Hablen en español’ pero nosotros no hablábamos, no. Por
penosa no participaba y aparte porque no entendía muy bien en español” (Basilia).
El aprendizaje significativo de la lengua supercentral se produce tras llegar al AMG.
Cambia el entorno, cambia la lengua, se enfrentan nuevas necesidades, se ajustan las priori-
dades: “Después de allí, cuando salí en la ciudad, vi lo que es, este, más importante: enseñar
[aprender] español porque uno quiere, o sea, para pedir para, para hacer, pues, lo que es ne-
cesario” (Félix). Este aprendizaje natural, endógeno y de inmersión contrasta con el artificial,
exógeno y fragmentario de Tlacoapa. Rescato estos estilos de enseñanza-aprendizaje de las
entrevistas de Félix e Ismael, respectivamente. En el pueblo se enseñaba a partir de unida-
des aisladas que había que armar: “Por medio de los maestros, los que enseñan, lo que te
hablan, cómo se escribe[n] las letras, cómo se pronuncia[n], cómo... cómo juntar por sílaba,
cómo para leer, cómo todo[s] esos”. La ciudad, en cambio, facilita y cataliza el aprendizaje: “Es
más fácil... entender las palabras o el significado de las palabras”.
La fábrica también impulsa el aprendizaje del español. Fiel a su “formación mar-
xista”, el patrón organiza debates y comidas mensuales para sus empleados. Aunque no
se trata de cursos formales, son oportunidades de aprendizaje y momentos de evalua-
ción. Quien no participa no es sancionado con una calificación en papel, pero sí ante los
ojos de los obreros tapatíos: “Los compañeros de la empresa se burlaban, se burlan de
nosotros, ¿no? y desde ahí, yo no dije nada… Ái fui aprendiendo, así a medias, pero ahí
empecé” (Ismael). Celio resume cómo influyeron la escuela, la fábrica y la ciudad sobre
su aprendizaje del español:
do, pues. […] Aquí con mi patrón, pues, no, no tenía conocimien-
to, pues, no, no participaba yo antes. Cuando m-me señalaban, me
señalaban porque, porque yo no participaba. Mejor, di-les digo yo,
pues, este: “Paso”, siempre, siempre esa era mi, mi... mi palabra, pues:
“Paso, de pasos de tacón”, y siempre estaba yo callado. Ya, ya hasta
este año empecé participar, ya empecé, estoy tratando de observar,
o sea, pues, cómo es la movida13, cómo, cómo están participando
ya, o sea, tratando de entender también, verda[d], sí.
13. El asunto
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esos años, el mi’phaa continuaba como lengua de la comunidad íntima, los padres la trans-
mitieron y los hijos la adquirieron como L1. Es el caso de Elvia, Azucena y Karen, hija de Celio.
Cuando estas niñas cursaron la educación primaria en los noventa, las prácticas de lectoes-
critura todavía no se difundían en el pueblo. De las tres, sólo Azucena sabe leer y escribir en
mi’phaa. Reproduzco un extracto de su entrevista en el cual Georgina, su cuñada, no pudo
ocultar su asombro al enterarse de que Azucena lee y escribe en lengua indígena:
Salvo Raúl y Eliseo, todos los migrantes califican más alta su competencia en su L1 que
en su L2: “Eso lo domino más que el español porque, este, eso era mi dialecto” (Ce-
lio); incluso varios admiten que antes de decir algo en español, lo piensan primero en
mi’phaa. En el caso de Raúl cuya L1 es el español y que aprendió mi’phaa a los seis años,
él califica su competencia en su L2 de aceptable: “Pos no todo, verda[d], pero, o sea, por
decir, quiere uno, este, explicarlo y no... nomás simplemente lo que... como lo que veo,
nada más”.
Las visitas a La Montaña al menos una vez al año y la interacción entre paisanos
nutren la competencia en la lengua indígena sin temer que se olvide ni desgaste: “Por-
que tlapaneco ya sé que es mi... mi, este... mi lengua, mi... No, no se me va a olvidar”
(Félix). Eliseo es la excepción:
16 ¿Verdad?
17 Pellicer (1988: 167) llama “español indígena” al uso del español por los grupos indígenas que reac-
cionan así a las necesidades comunicativas surgidas del contacto con la sociedad urbana. Puesto
que los indígenas se apropian del español por “inmersión natural” en sus pueblos o en la ciudad y
no formalmente en la escuela, “sus rasgos estructurales lo marcan como una variante socioétnica
subalterna y marginal”, alejada del español estándar.
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 21-46 37
Así y todo, los mi’phaa urbanos hablan mejor el español que los mi’phaa rurales y dis-
frutan sus progresos. Aprenderlo es triunfar tras “hacerle la lucha”, lo cual celebran tanto
ellos -“Ahora ya me da gusto hablar español, sí, porque antes yo, este, puro, puro mi dia-
lecto hablaba yo” (Celio)-, como sus mentores -“Yo me siento orgulloso porque, como,
mejor que conozca, mejor que hable así, ¿no? Aparte [mi patrón] está orgulloso de mí”
(Ismael)-. El aprendizaje del español y los beneficios que acarrea (ver apartado 6.5.) mar-
ca sus vidas en un antes y un después: “Mejorando. No es igual como antes” (Valente).
Mejorar el español también eleva su imagen ante quienes no salieron del pueblo,
pero si y sólo si este avance es puesto al servicio de los demás. Aquel tlacoapeño que
emigre pero que regrese sin compartirlo será tachado de egoísta. Celio está dispuesto a
ofrecer su recién incrementado capital social: “Te lle-te llega esta persona y te pide el fa-
vor: ‘Hazme el favor de, tra-tradúzcame, este, en español’ y, este, y yo no sé traducir en es-
pañol. ‘Hazme el favor, tradúzcame’. Y, ¿por qué no lo, no brindar nuestro apoyo mientras
que s-sí sabemos hacer? Sí”. No todos los que retornan muestran la misma generosidad.
Los migrantes criticaron a Miguel, uno de los primeros en salir a estudiar, recompensado a
su regreso con un cargo público, pero cuyos conocimientos no beneficiaron al pueblo:
18 Perjudicó.
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6.4. Haciéndola
“Como [ah]orita fui, está el caso del maíz allá, apenas [es]tá espigando en las mon-
tañas, pos no hay cosecha para levantarla. Por ejemplo, los frijoles ya también están
floreando, no hay cosecha para levantarla, definitivamente, porque escaso de no
lluvia [sic], no llueve. Ahora ya, inclusive cuando me vine, ya está cagando helada,
ya se secó la milpa y se cagó la cosecha y se seca y inclusive ya no hay cosecha.”
“Si es que, este... trabajo, pues te gano poquito; si no, no, pues. A vez-a veces no
da, no da nada, se-sembrando la milpa pues no da nada, pues, ¿verda[d]? Por eso
vine aquí a la ciudad porque ya me enfadé de estar haciendo eso, allá, pues. Allá
hay veces no, no cosecho nada, ¿edá?, no cosecho nada, pues, este, de esta ma-
nera según siembro pero no cosecho nada y por eso mejor vine acá [a] la ciudad.
Hablé con mi papá: ‘Mejor me voy a la ciudad a trabajar y ya. Ya me enfadé de
estar trabajando aquí’. Y ya no cosecho nada, sí.” (Celio)
El arribo de los mi’phaa al AMG inicia este hacerla, constituyéndose en una comunidad
de práctica con un compromiso mutuo, una empresa conjunta y un repertorio compar-
tido (Wenger, 2001: 100). Para hacerla hay que acomodarse -asemejarse- a los habitantes
de la ciudad que les ofrecen “pollo, bisté, cocido…”, a través de una de las estrategias
de aproximación que negocian la distancia social: la convergencia (Shepard, Giles y Le
Poire, 2001: 34). Como los tapatíos hablan español, ése es el idioma al que deben con-
verger. Convergencias hacia arriba pues el español es la lengua dominante y el tlapane-
co la minorizada; unidireccionales pues quienes se adecuan son los migrantes y no los
tapatíos, y unimodales pues los migrantes no logran confluir en todas las dimensiones.
Las citas a lo largo de estas páginas confirman que se trata de un español indígena,
estigmatizado por la sociedad mestiza. Desde luego, el objetivo de los migrantes es
alcanzar convergencias plenas (cf. Shepard, Giles y Le Poire, 2001: 35).
Estos acomodos están determinados por el estatus de las lenguas -y de sus ha-
blantes- en una galaxia de lenguas (De Swaan, 2001; vid. supra). La visión de Ismael de
esa galaxia justifica el abandono de su lengua:
“[N]o sé, estaré en error o estaré en... No sé, pero, no sé, o sea, el tlapaneco es
nomás para mí, para mi pueblo, y el español es casi a nivel, casi a nivel... no-no,
de nuestro país, más bien, o sea. Es más importante para mí, pienso, en español
porque es, se maneja [en] casi todo lo que es la República Mexicana.”
aquí para platicar más” (Basilia)-. Así, compartir bienes y vivencias con los tapatíos
afianza su integración. Ismael sintetiza los beneficios materiales y espirituales de
esas convergencias:
“Y aquí, [en] Guadalajara, aquí tengo mis, cada ocho días tengo mis 500 pesos,
700... No sé, lo que estoy ganando, pos con eso, ¿edá? Mante-nos mante-
nemos bien, para mí, para mí, bueno, no quiero riqueza, nada pero... Tengo
cosa[s] [ah]orita porque apena[s] voy empezando [ah]orita: tengo mi renta,
apena[s] saqué mi refrigerador, apena[s] voy poco a poco... Y allá [en Tlacoa-
pa], ¿dónde está?”
“De hecho, aquí también [hablamos] inclusive con mis compañeros, con... colo-
nia donde vivimos. Allá nos juntamos así, pues, y ya, bien, platicamos, así. En la
calle no porque, es como te digo, como lo rechaza gente y como cerca que tiene
uno gente que habla mal, pues, de uno.” (Valente)
“Si se encuentra otro paisano, o sea, los que hablamos el tlapaneco, me siento or-
gulloso pero cuando hay gente que habla español, me siento menos, me siento,
o sea, no sé, me siento menos, pero cuando entre paisanos que no esté nadien
[sic]... de los que hablan español, que no saben nuestro dialecto, como que me
siento menos, o sea, no me siento bien, no me siento bien, me da vergüenza.”
(Ismael)
“[N]os ven de arriba abajo porque [a] lo mejor piensa[n], como te mencioné, pues,
que nosotro[s] nos estamos burlando. Como el señor González [su patrón] es-
tuvo ayer, estaba, este, estaba […] no entiende, pues. [A] la mejor piensa que le
estamos hablando mal de él o… Yo pensé porque más bien estaba así y, este, el
Maclovio, su hermano, no sé qué está haciendo, le cuenta qué estaban diciendo.
“Sabe, se me hace que están dormido[s]”, le digo [risas].” (Félix)
en sueños. De este modo, los migrantes son descalificados y tenidos por sospe-
chosos, arriesgando el empleo y comprometiendo lo ganado.
Ahora bien, he detectado tres situaciones en las cuales los migrantes convergen
no con los tapatíos sino entre paisanos y emplean el mi’phaa: cuando conversan, chis-
mean, se chancean e insultan -“Sobre de, allá de mi pueblo, que de todo, de todo…”
(Georgina)-; cuando preguntan el nombre de una palabra desconocida en español -“El
dese ‘carpeta’ en español, ¿cómo se llama? El fólder…” (Basilia)-, y cuando enfrentan un
contratiempo en la fábrica que quieren resolver sin que se enteren sus otros compa-
ñeros:
“Ahí sí, te voy a decir la verdad: puras llevaderas19, o sea, voy a decir groserías
pero... Quieres la verdad, ¿no? Pos... O a no ser que llegan, nos sentamos: ‘Oye,
tengo problema, ¿no?’. Le metemos tlapaneco, sabemos que no entendemos el
español y pregunta en tlapaneco: ‘¿Cómo [le] voy a hacer?’. Ái le digo, ya co-en
español, así le traduzco, o sea, le digo yo.” (Ismael)
“Siempre llegó allá y lo[s] saludo con, con mi dialecto, pues, porque, o sea,
pues, no me gusta ser una persona extremista, pues, de llegar con el español
y hay personas conocidas que me conocieron que yo... Persona[s] ya, perso-
nas, pues, que yo hablaba mi dialecto [con ellas], pues. Sí, este, varios, varios
han, este, paisanos me han dicho: ‘¿Por qué a ti no se te graba lo que es el
español?’. ‘No, pues eso lo uso allá en la ciudad; [ah]ora que llegué aquí a este
pueblo tengo que usar mi dialecto, por eso lo, lo estoy usando mi dialecto, o
sea, pues, por el lugar, sí’.”
Los migrantes convergen al español tanto para salir adelante en el presente como
para allanar el porvenir de sus hijos. Transmitir el español como L1 preparará a los
niños para concurrir con quienes, años más tarde, serán sus compañeros de escuela,
19 Chanzas.
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colegas, jefes, amigos o parejas. Esta “planificación lingüística privada” (Piller, 2002)
garantiza que sus hijos estudien y aspiren a empleos mejores que obrero, jornalero,
vendedor ambulante o empleada doméstica, y pretende ahorrarles los sentimientos
de frustración e inferioridad que sus padres han sufrido: “No, pos, qué, qué a gusto
los que ha-los que saben hablar bien, en cambio yo pos... no, no” (Félix). En suma,
anhelan que sus hijos la hagan:
Llama la atención la seguridad con que Ismael empata superación con español,
así como el deseo de que sus hijas aprendan también inglés, la lengua hipercentral (De
Swaan, 2001), al ser ahora consciente de la galaxia de lenguas completa.
Asimismo, no transmitir la lengua indígena pretende evitar errores e interferen-
cias lingüísticas:
Félix no es el único en afirmar que enseñará el mi’phaa una vez concluida la ad-
quisición del español, pero será necesario esperar el paso del tiempo para verificar el
cumplimiento de esas promesas.
Como anticipé, que el español sea la L1 de la segunda generación obede-
ce a una razón práctica: en la mayoría de los hogares el español sirve de lingua
franca. En los matrimonios de padre mestizo y madre mi’phaa, el español asegu-
ra la unidad familiar: “[no le enseñé mi’phaa a mis hijas] porque, primero, él [su
esposo tapatío] no entiende tlapaneco” (Juanita). En las familias nahua-mi’phaa,
no transmitir las lenguas indígenas trunca en sus hijos un trilingüismo náhuatl-
mi’phaa-español. Por un lado, porque algunas madres nahuas ya experimentaron
un desplazamiento que no les dejó más que una comprensión del náhuatl y, en
consecuencia, el no poder transmitirlo. Por el otro, porque los padres mi’phaa
han determinado que su lengua no es la idónea para hacerla. El español, lengua
supercentral (De Swaan, 2001), es la óptima. Con todo, ciertos niños saben algo de
mi’phaa, mas su conocimiento es pasivo, limitado a recitar nombres de objetos,
plantas y animales domésticos.
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Una coyuntura para que estos niños aprendan mi’phaa como L2 son los viajes
anuales a Tlacoapa, donde se hospedan con sus abuelos que no hablan español. Si gra-
cias a esas visitas los migrantes convergen y revitalizan su lengua indígena, también sus
hijos podrían aprenderla. Es ésta una posibilidad que hay que vigilar en el futuro pero
que se ve amenazada por una nueva tendencia: que los niños que aún viven en Gue-
rrero -como Abigail, a quien presenté en la introducción- se reúnen en Guadalajara con
sus familiares en cuanto terminan la instrucción primaria en el pueblo. Otra amenaza a
esos retornos son los decesos de los padres ancianos de los migrantes: ¿se sostendrá la
asiduidad de los viajes tras su muerte? La explicación de Valente podría aportar pistas
sobre qué sucedería si ya no existe una razón afectiva para regresar al pueblo: “[Ah]ora
que se me murió mi mamá, en el año de 1996, tardé, duré dos años sin ir; [en]tonces fui
hasta [ah]ora porque ya no tengo ni mi mamá ni mi padre. Nomás, más que tengo mis
hermanos”.
7. Conclusión
el querer hacerla -en el presente y en el futuro, de ellos y de sus hijos- es el motor del
desplazamiento, de lugar y de lengua.
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