Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EN MIS PRUEBAS
Prólogo
La historia de este hombre misterioso, que no pertenecía al pueblo elegido y vivía en una tierra
lejana, quizás circulara oralmente entre los eruditos orientales ya hacia fines del 2.000 a. C., y
su redacción en hebreo fuera posterior. Job, que era y se consideraba justo, es probado y
privado de todas sus pertenencias. También los hebreos exiliados en Babilonia lo habían
perdido todo, lo que ponía en duda su fe en la justicia de Dios, ante quien pensaban que
podían presumir de derechos. Intentando comprender el sentido oculto del sufrimiento, que
se abate sobre quienes obran con rectitud ante Dios, probablemente leían y cantaban las
lamentaciones de Job. ¿Acaso el hombre le puede pedir cuentas a Dios? El poeta dice: no hay
que pedirle razones a Dios, sino creer en su justicia, en su sabiduría incomprensible.
***
Introducción
***
Renovar el espíritu de oración
Y Job continúa:
"¿No son jornadas de mercenario sus jornadas?
Como esclavo que suspira por la sombra,
o como jornalero que espera su salario,
así meses de desencanto son mi herencia,
y mi suerte noches de dolor.
Al acostarme, digo: «¿Cuándo llegará el día?»
Al levantarme: «¿Cuándo será de noche?»
y hasta el crepúsculo estoy ahito de inquietudes.
Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas,
mi piel se agrieta y supura.
Mis días han sido más raudos que la lanzadera,
han desaparecido al acabarse el hilo.
Recuerda que mi vida es un soplo" (7,1-7a).
—En realidad los evangelios nos dan pocas indicaciones sobre este
tema, pero son suficientes para comprender que también Jesús fue
tentado y probado.
Todo esto nos pesa, quizás nos irrita, nos inquieta, porque acecha
nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad, nuestra paciencia,
nuestra capacidad de soportar, nuestro sentido del límite. Pero son
precisamente estas las pruebas que Jesús dice "mías".
El libro de Job
"Señor, haz que pueda mirar cara a cara a mis pruebas, darme
cuenta de cómo las afronto, ponerme en la posición justa para
superar las de mis gentes, con la conciencia de participar en las
pruebas de toda la Iglesia, de nuestra Diócesis, de la humanidad en
este momento crucial de la historia del mundo. "
Introducción
al misterio de la prueba
—Job, que vivía en la tierra de Uz, fuera por tanto de los confines
de Israel, "un hombre cabal y recto, que temía a Dios y se apartaba
del mal". Hombre rico: "Le habían nacido siete hijos y tres hijas. Su
hacienda era de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas
de bueyes, quinientas asnas, además de una servidumbre muy
numerosa. Este hombre era, pues, más grande que todos los hijos de
Oriente" (/Jb/01/01-03).
—Job es probado en sus bienes. "Un día en que sus hijos y sus
hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa del primogénito, vino
un mensajero donde Job y le dijo: «Tus bueyes estaban arando y las
asnas pastando cerca de ellos; de pronto irrumpieron los sabeos y se
los llevaron, y a los criados los pasaron a cuchillo. Sólo yo pude
escapar para traerte la noticia». Todavía estaba éste hablando,
cuando llegó otro que dijo: «Cayó del cielo el fuego de Dios, que
quemó tus ovejas y tus hombres y los devoró. Sólo yo pude escapar
para traerte la noticia»". El tercer mensajero anuncia el robo de los
camellos y el cuarto la muerte de sus hijos e hijas a causa del viento
impetuoso que había arremetido contra la casa donde estaban
comiendo y bebiendo (cfr. /Jb/01/13-20).
Ante esta prueba, ciertamente durísima, sigue un comportamiento
de Job, que viene expresado de la siguiente forma:
Las preguntas
Las enseñanzas
1. La prueba está ahí, y está ahí para todos, incluso para los
mejores. Job no ofrecía motivo alguno para ser tentado, porque era
perfecto en todo. Es por tanto necesario tomar conciencia de que la
prueba o tentación es un hecho fundamental en la vida.
El primer "sí" dicho por Job es, precisamente, propio de aquel que
reacciona instintivamente hacia lo mejor; el problema está en
mantener durante toda una vida este "sí" ante el acoso de los
sentimientos y de la batalla mental.
Jesús pronuncia unas simples frases: "Si quieres ser perfecto, vete,
vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los
cielos; luego ven y sígueme" (v. 21). Y el joven comprendió que aún
estaba muy lejos de la meta: "Al oir estas palabras, el joven se marchó
apenado, porque tenía muchos bienes" (v. 22). Este es el misterio de
la prueba, que se verifica cuando una persona se considera segura,
casi en el ápice de su camino espiritual. Con una nueva exigencia, el
Señor nos hace comprender que aún queda mucho por hacer, y feliz
la persona que no se escandalice.
PRUEBA/CRISIS: "Señor, estamos aquí frente a ti, para decirte que somos frágiles; aunque ni
siquiera imaginemos cual pueda ser tu exigencia capaz de hacernos entrar en crisis, sabemos
que existe. Pero no nos sorprenderemos si nos cuesta aceptarla, si nos resulta incluso
repugnante. Más bien te pediremos: ¡Ten piedad de nosotros! ¡Concédenos tu misericordia!
CARLO M. MARTINI
Introducción
Quisiera, a modo de introducción, indicar una dificultad que podría impedirnos sacar el
máximo fruto posible de estos Ejercicios, y es el tema del Libro de Job. Por este motivo he
dudado durante mucho tiempo si escogerlo o no como texto de referencia para estas
reflexiones.
a) El primero es la lucha con Dios, como Job, sin dejarnos asustar, sino más bien afrontando la
lectura del texto, incluso en su estructura que, entre otras cosas, es bastante simple. El
problema está en comprender qué quiere decir, con qué orden y de qué manera: ¿se trata
únicamente de una confusa poesía, o se encierra también una verdadera tesis?
El hecho de que a esta cuestión no se le haya dado todavía una respuesta resolutiva, nos invita
a meditar el mensaje desde todos los puntos de vista: Señor, ¿qué me estás diciendo?, ¿de qué
forma lo que estamos leyendo es sugerencia para hablar de Dios, o para callar, en nuestro
mundo y sus dramas?, ¿este libro tiene algo que ver con tu misterio y el mío, Señor, con el
misterio de la Iglesia, del dolor humano, de los pobres?
Últimamente, a propósito de las polémicas con el mundo hebreo por el Carmelo de Auschwitz,
se ha repetido con frecuencia que, después del holocausto, ya no es posible hablar de Dios,
que únicamente hay lugar para el silencio. La frase ha penetrado en la carne de muchos
teólogos, especialmente alemanes, o en todo caso sensibles a la historia europea de nuestro
siglo. Por tanto se nos interroga: ¿Verdaderamente quedamos reducidos al silencio, después
de ciertas tragedias? ¿Se puede hablar mientras perduren las tragedias del Líbano o del
hambre en los países pobres?
El Libro de Job alcanza las llagas de lo humano y quizás por ello lo rechacemos, siéndonos difícil
hablar de Dios y no aceptando una divinidad que sacuda nuestras categorías comunes de lo
divino. Es, por tanto, un Libro que exige lucha en la oración, adoración, preguntas y súplicas; es
la primera forma para ayudarnos.
Os sugiero, por ejemplo, a fin de transformar en oración la lectura de Job que haremos hoy,
que recordéis el Salmo 87, titulado Lamento en la extrema aflicción, el más pesimista de todos.
Mientras muchos otros salmos de lamentación terminan con palabras de escucha favorable, de
acción de gracias, el último versículo del Salmo 87 reza así: "Has alejado de mí compañeros y
amigos, son mi compañía las tinieblas". ¿Por qué, pues, este salmo es una oración?, ¿cómo
puedo rezarlo? El problema de Job es precisamente comprender cómo una situación de
angustia puede ser vivida en la fe.
c) Finalmente, es importante no dejarse sorprender por la indisciplina mental. Cada uno, según
su propia experiencia adulta de oración, debe establecer los momentos del día: para la oración
mental, silenciosa; para la lectura; para la oración vocal, muy útil, en particular el Rosario. Un
ritmo de oración adaptado a nuestro momento de búsqueda de Dios, será de gran utilidad
para superar la dificultad de la materia del texto bíblico.
Después de siete días y siete noches durante las cuales sus amigos se sientan junto a él, en
tierra, en silencio, "abrió Job la boca y maldijo su día". El contenido del capítulo es
precisamente este: "maldijo su día".
"Y dijo:
«¡Perezca el día en que nací,
y la noche que dijo: 'Un varón ha sido concebido'!
El día aquel hágase tinieblas,
no se acuerde de él Dios desde allá arriba,
ni resplandezca sobre él la luz.
Lo manchen tinieblas y sombras,
un nublado se cierna sobre él,
le estremezca un eclipse.
Oh sí, la oscuridad de él se apodere,
no se añada a los días del año,
ni entre en la cuenta de los meses!
Y aquella noche hágase lúgubre,
impenetrable a los clamores de alegría.
Maldíganla los que maldicen el día,
los dispuestos a despertar a Leviatán.
Sean tinieblas las estrellas de su aurora,
la luz espere en vano,
y no vea los párpados del alba.
Porque no me cerró las puertas del vientre donde estaba,
ni ocultó a mis ojos el dolor.
Hemos apuntado el tenor tan extraño de este capítulo; mientras en el capítulo precedente
parece que Job no haya pronunciado maldición alguna contra Dios, que haya resistido a la
dureza de los acontecimientos, ahora nos damos cuenta que la prueba apenas acaba de
comenzar. El acto de sumisión debe entrar en la mente, en el corazón y en el cuerpo de quien
lo hace, y esto es muy difícil. Después de siete días de silencio, el volcán que se incubaba en el
ánimo de Job irrumpe con fuerza.
1. vv. 1-10: el tema es la maldición del día del nacimiento, a cualquier hora que fuese. "Si es día
vuélvase tiniebla, si noche sea talmente lúgubre que no entre júbilo alguno en ella". Job
intenta borrar del tiempo aquel día y aquella noche, intenta mandarlos a la oscuridad primitiva
de la inexistencia.
El tema no es frecuente en las Escrituras que, en general, son un himno a la vida. Sin embargo
existen páginas ilustres que son un paralelo del disgusto de Job. Por ejemplo, en el Libro de
Jeremías, donde el profeta exclama:
Os invito, sin embargo, a leer el capítulo a partir del versículo 7. Jeremías es un hombre ilustre
y extraordinario, dotado de poderes de visión del mundo de Dios, casi únicos en la historia,
reservados a poquísimos; y, sin embargo, llega a lamentarse como Job, precisamente porque
Job no es una figura singular, sino que expresa los momentos más dramáticos de la experiencia
humana.
2. vv. 10-19: el tema no es sólo el del nacimiento aborrecido, sino el de la muerte ansiada.
"¿Por qué no morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del vientre?" (v. 11).
"Se disgustó mucho—porque Dios había renunciado a causar mal alguno a la ciudad de Nínive
—y se enojó; y oró a Yahveh diciendo: «¡Ah, Yahveh, ¿no es esto lo que yo decía cuando
estaba todavía en mi tierra? Fue por eso por lo que me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien
sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se
arrepiente del mal. Ahora, pues, Yahveh, te suplico que me quites la vida, porque mejor me es
la muerte que la vida»" (/Jon/04/01-03). En el momento en que la misericordia de Dios se está
revelando, el profeta se siente apeado, casi desautorizado de su profecía, y el despecho, el
enojo y la rabia son tan fuertes que llega a desear la muerte.
Nos viene a la mente otra figura extraordinara: Elías. Huye por su incapacidad para vencer a los
falsos profetas en el nombre de Yahveh; asustado por las amenazas de la reina Jezabel, "se
levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él caminó
por el desierto una jornada , de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte
y dijo: «¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!»" (1 Re 19,3-
4).
Elías, que vivía en intimidad con el misterio de Dios, llega a la desesperación porque no ha
conseguido hacer lo que hubiera deseado.
3. vv. 20-23: la invocación de la maldición del día del nacimiento con el deseo de la muerte
viene generalizada por el sin sentido general de la vida:
Así se ha expresado eficazmente el grito que nace de los siete días de silencio de Job: aborrece
el nacimiento, desea la muerte, declara sin sentido la vida de todos los que sufren y al final
vuelve sobre sí mismo para concluir: aquí estoy, inquieto y atormentado.
Vayamos ahora a la meditación misma del capítulo y preguntémonos: ¿las expresiones de Job
son retóricas, son debidas a la exageración típica de los orientales que con frecuencia utilizan
la hipérbole? ¿Entonces, cómo se explica que se hallen en las Escrituras que tienen un valor
perenne? ¿Existe alguna similitud en nuestra experiencia?
Pienso que cuando, por ejemplo, una persona de forma lúcida se sitúa frente a una
enfermedad incurable, no raramente se desata el grito y el lamento. Si por parte de los
médicos se considera oportuno decir la verdad directamente al enfermo, la primera reacción
es siempre de rebelión dramática: ¿Qué sentido tiene esto, por qué precisamente a mí?
O bien, pensemos en la gente que experimenta, en ciertos períodos de la existencia, una serie
de desastres y desgracias de todo tipo, que se acumulan unos sobre otros llevando a la
desesperación. Es admirable que la Biblia no haya condenado este sentimiento, que no lo haya
exorcizado, sino que más bien lo haya retenido como parte del Texto Sagrado inspirado.
Yendo más allá en nuestro discurso, nos parece legítima la siguiente pregunta: ¿Qué sentido
tiene la vida miserable de tantos hombres y mujeres, una vida de extrema indigencia, privada
de toda perspectiva humana? ¿Qué sentido tienen las multitudes de desheredados, de pobres,
de personas que están en el límite de la posibilidad de vida, y para quienes no existe un
remedio inmediato? Cuando nos damos cuenta de la inmensidad de esta miseria, del
larguísimo tiempo que será necesario para dar a tantas gentes unas condiciones de vida
mejores, y al mismo tiempo nos encontramos con la corrupción política nacional e
internacional que se opone al desarrollo de los pueblos, no podemos dejar de preguntarnos el
sentido de todo esto, y si no hubiera sido mejor que esa gente no hubiera nacido nunca. ¿Y
qué decir de los niños que nacen en países subdesarrollados de alto nivel natalicio, ya
enfermos, minusválidos, impedidos desde el principio de su nacimiento por falta de los
cuidados necesarios?
Lo de Job es, pues, un grito que atraviesa también el mundo de hoy, y la tentación radical de
ansiar la muerte nos amenaza a todos, nadie queda excluido; amenaza incluso a aquellos que
se alegran porque no han sido alcanzados por miserias terribles, pero que no pueden
sustraerse a la realidad de degradación que incumbe a tantos pueblos.
El juicio que damos de este pasaje bíblico se hace entonces más moderado, más comprensivo
de la verdad del grito, que expresa el mundo frente a los abandonados de todos los tiempos.
La lamentación es oración que sacude al alma, haciendo salir el pus de las llagas más profundas
de nuestra existencia y es, por tanto, capaz incluso de liberarnos interiormente. Porque el
camino de Job es de liberación y de purificación, para poder ver el rostro de Dios de nuevo y de
nuevo tomar el sentido de la propia dignidad y verdad.
Sugerencias
Para la meditación personal y concreta del capítulo 3 de Job, os sugiero cuatro reflexiones.
Confieso haber vivido situaciones en las que frente a la pregunta: ¿dónde encontrar en la Biblia
un pasaje que corresponda a lo que siento en estos momentos?, me he visto reflejado leyendo
las Lamentaciones de Jeremías y he podido experimentar la paz. Más que una expresión de
crítica, en forma de resarcimiento y resentimiento, he dejado que las palabras del profeta, tan
dramáticas como son, dulcificaran y tranquilizaran mi corazón.
Quizás los pobres tienen más capacidad de sufrimiento que los ricos, porque no han perdido
esta vía profunda e interior, esta sabiduría de la vida. Quien la ha errado, reacciona sólo con
rabia; piensa que es señor de todo, y si las cosas no van como él quiere, intenta vengarse en
los otros.
2. Una segunda reflexión. Job vive una experiencia que le parece sin sentido y que no acepta:
Su condición, para usar una expresión corriente en nuestros días, es propia de quien está
desmotivado, de quien no encuentra razones para resistir a la lucha.
Tal condición nos suena como una campanilla de alarma. Cuando, de hecho, examinándonos
en algún momento de incerteza o de fatiga, nos parece que estamos desmotivados, entonces
nos asustamos. Y cuando se nos acerca una persona, quizás un joven durante los primeros
años de su matrimonio, para confiarnos que se siente desmotivado, nos sobrecoge el temor.
Los motivos son dos: primeramente porque nos damos cuenta de que la situación de esa
persona podría ser la nuestra. En segundo lugar porque la palabra "desmotivación" parece que
no permita apelación, parece justificar la huida: No siento nada, no tengo ganas, ¿qué culpa
tengo yo? Job nos sugiere, por el contrario, mirar cara a cara a la "desmotivación" a fin de
hacerle perder un poco de su siniestro poder. Nos invita a examinarla con valentía, a no
considerarla tan terrible, como si no hubiera nada más que hacer. Nos estimula a preguntarnos
qué significa en realidad, tanto más que quien se encuentra desmotivado, objetivamente, no
ha cambiado mucho, sino únicamente por el hecho de que no alcanza a comprender la
gratuidad.
En la desmotivación su libertad se purifica, aquella libertad de la que podía dudar antes del
desafío, si fuese verdaderamente capaz de gratuidad. Gradualmente el hombre Job llega al
verdadero Job. Cuando, pues, pensamos que hemos llegado al límite del que ya no podemos
movernos, hemos llegado simplemente al punto en el que nuestra libertad está en su
momento expresivo más auténtico. Jesús nos ha mostrado la gratuidad de su amor, no sólo en
sus milagros, sino en la cruz, para que hubiese correspondencia entre dos gratuidades
enfrentadas libremente.
De Job aprendemos que nuestra dignidad de hombres se revela en el amor a Dios incluso si la
desmotivación ha alcanzado la violencia expresada en las palabras sobre las que hemos
reflexionado. Si descubrimos en nosotros algunas raíces de frustración, si tenemos el temor de
que nuestras acciones queden privadas de sentido, y quizás tenemos incluso miedo de
reconocerlo, debemos intentar decírselo a Dios por la vía de las lamentaciones.
3. Debemos aceptar ser lo que somos. Hablando de los pobres, por ejemplo, advertimos
siempre el tormento de no poder compartir en verdad su situación. Habiendo tenido de hecho,
en nuestra existencia, una formación y una cultura determinada, no seremos nunca como la
gente pobre, ocurra lo que ocurra.
Sería absurdo; debemos dar gracias al Señor por ser lo que somos y preguntarnos qué
podemos hacer, aquí y ahora, por el hermano que es distinto de nosotros. Preguntarnos qué
podemos recibir de él, quien, a su vez, se hará la misma pregunta. Lo importante es que yo
responda a Dios acerca de mí mismo y que ame a los otros cuanto pueda. El querer andar
fuera de sí mismo es una pretensión mefistofélica.
Job nos ayuda a desmontar estos castillos en el aire, a ser humildemente capaces de
aceptarnos y de aceptar a los hermanos, porque la verdad es que estamos en el mundo para
darnos unos a otros recíprocamente. La pretensión de entrar en la piel de todos para tener la
solución geométricamente perfecta, se revela, al final, clamorosamente equivocada.
Cuántas veces, pensando por ejemplo en ayudar la pobreza de los pueblos africanos, se yerra
totalmente, se llevan a cabo gestos que no son escuchados.
Si, por el contrario, me dedico a escuchar con amor a aquella gente, me daré cuenta que
puedo recibir mucho y, sin acabar de comprender del todo su mentalidad, se viven relaciones
de intercambio existencial que permiten decir: Señor, he hecho lo que he podido siguiendo a
tu Hijo, tú ahora concédeme tu misericordia.
Esta sobriedad de juicio, que naturalmente impone a la mente ciertos sacrificios, es difícil, y se
la alcanza con la edad y con la experiencia. Mientras se es joven no se acepta la reducción de la
propia capacidad mental de conocer el todo y de conocerse a sí mismo como totalidad, de
valorar, a partir de sí mismo, al otro como totalidad.
"Señor, ¿has vivido alguna vez momentos en los que todo te parecía extraño, insulso, sin
sentido, en los que no tenías ganas de nada y no acertabas a encontrar estímulo alguno? ¿Y
cómo los has vivido?"
San Carlos Borromeo nos dice que experimentó la frustración, el sentimiento de inutilidad, de
disgusto; y un día, a su primo Federico que le pedía cómo comportarse durante esos
momentos, le mostró el librito de los Salmos, que siempre llevaba en el bolsillo. Él recurría a
los cantos de las lamentaciones para dar voz a sus sufrimientos y, al mismo tiempo, tomar
aliento y fe frente al misterio del Dios vivo. Recemos para que el Señor nos conceda el don de
saber acercarnos, también nosotros, a la fuente purificadora y balsámica de las lamentaciones
bíblicas.
***
El riesgo teológico de la lectura del Libro de Job me parece bien expresado en una cita que
encontré en un artículo del filósofo Emanuele Severino, titulado: El riesgo de la fe en el
"irónico Sócrates".
Escribe así:
"Al rey Midas, que quería saber qué era lo mejor y más deseable para el hombre, el Sileno"—
que representa la tradición de la sabiduría dionisíaca—"después de haber callado un largo
tiempo, respondió finalmente riendo: «Estirpe miserable y efímera, hijo del azar y de la pena,
por qué me obligas a decirte lo que para ti es ventajosísimo no conocer? Lo mejor es
absolutamente inalcanzable para ti: no haber nacido, no existir, ser nada. Pero lo segundo
mejor para ti es morir lo más pronto posible (es decir, volver lo más pronto posible a la
nada)»" (cfr. "Corriere della Sera", 21-8-1989).
Advertimos una cierta asonancia de lenguaje, quizás los vocablos sean idénticos, pero sin
embargo la diversidad es abismal, porque el hombre del texto bíblico no es ni un escéptico ni
un desilusionado de la vida.
Nosotros hemos sido llamados, pues, a entrar en el abismo del verdadero y misterioso
conocimiento de Dios, del Dios indecible. Y tenemos miedo. Probablemente, si el Libro de Job
fuera confiado hoy a una comisión doctrinal o teológica para decidir si incluirlo o no en el
canon, se llegaría a su exclusión ante el temor de crear malestar e incomodidades.
El hecho, sin embargo, de que esté en el canon como palabra de Dios nos invita a aceptar la
fatiga de su lectura, pidiendo al Señor que nos dé el espíritu de oración, de humildad, de
adoración, para no permitir que nos enredemos en los términos puramente racionales del
conocimiento. A un amor sin fin corresponden misterios sin fin, y nosotros queremos recorrer,
superando una primera impresión de malestar, los caminos difíciles de la Palabra sin saber de
antemano dónde nos va a conducir.
"Concédenos, Señor, un verdadero, nuevo y más profundo conocimiento de ti. Incluso a través
de palabras que no comprendamos, haz que podamos intuir con el afecto del corazón tu
misterio que está más allá de toda comprensión humana. Haz que el ejercicio de la paciencia
de la mente, el recorrido espinoso de la inteligencia, sea el signo de una verdad que no es
alcanzable simplemente con los cánones de la razón humana, sino que está más allá de todo, y
precisamente por eso, es la luz sin Iímite, misterio inaccesible y conjunto nutritivo para la
existencia del hombre, para sus dramas y sus aparentes absurdos.
Saltando los capítulos intermedios, dado que no nos resulta posible releer el Libro por entero,
reflexionaremos sobre los capítulos 29, 30 y 31, porque constituyen el último gran monólogo
de Job.
Después de aquel capítulo 3, se presentan tres escenas en las que hablan los tres amigos y Job
cada vez les va respondiendo. Sigue después un intermedio misterioso, una especie de
resplandor de fuego desde lo alto, que es el himno de la sabiduría (cap. 28). A continuación el
monólogo toma la última palabra antes del diálogo con Dios.
Por su valor sintético, de resumen, conclusivo de estos tres capítulos, me parece útil proponer
una lectura en dos tiempos, a saber lectio y meditatio.
Me sirvo sobre todo de las explicaciones que Gianfranco Ravasi da sobre estos tres capítulos
en su comentario a Job (cfr. Ravasi, Job, Borla 1979). Es, de hecho, una explicación que
secciona con cuidado el texto según sus divisiones internas, ofreciendo así una primera clave
para su lectura.
El capítulo 29 se titula: Canto del pasado y de la nostalgia; todos los verbos están en tiempo
pasado, Job recuerda situaciones y ambientes ya vividos.
El capítulo 30 se titula: Canto del presente y del horror, y comienza con la palabra "ahora".
El capítulo 31 se titula: Canto del futuro y de la inocencia. Mirando su vida pasada, Job hace
una confesión de inocencia, muy detallada, a partir de una serie de criterios morales éticos,
que examina uno por uno; concluye desafiando a Dios a aducir sus propias razones contra él.
En esta primera estrofa Job se describe como quien vivía la alegría de un amigo de Dios. Lo
sentía presente en su oración, en la vida cotidiana con sus momentos difíciles, apreciaba la
continua proximidad.
Una segunda estrofa en la que Job no se define a sí mismo únicamente en relación íntima con
el misterio de Dios, sino también en relación con la gente de su pueblo.
Job era el hombre justo, que se ocupaba activamente de los pobres, y por ello quien lo veía
daba testimonio. De la apología de sí mismo, centrada únicamente en su persona, pasa
gradualmente a considerar el aspecto social; el sufrimiento le ha abierto los ojos para
comprender la necesidad de una relación con los más abandonados, los desheredados.
En estos últimos versos, casi como haciendo un salto hacia atrás, Job recuerda su compromiso
más específicamente político, la fuerza de su presencia en la sociedad.
El capítulo 29 es, por tanto, un canto nostálgico en el que se evoca el bien vivido, la condición
pacífica, serena, llena de gratificaciones de todo tipo.
Job era justo, bueno, amaba a los pobres, pero también se le recompensaba, era reverenciado,
escuchado, estimado: toda una situación que ahora se cuestiona conforme al nuevo curso de
su historia.
2. Capitulo 30. Este canto del presente y del horror, Ravasi lo divide en siete breves secciones,
que describen una tras otra el comportamiento de un hombre que desciende cada vez más a lo
profundo: humillado, despreciado, atacado, aterrorizado, hostigado por Dios, que llora y sufre.
Job humillado:
Job atacado:
Dios es el sujeto real, si bien anónimo—"él"-, de la batalla abierta contra un hombre humillado
y despreciado.
Job aterrorizado:
Después de haber descrito su propia terrible situación actual, este hombre se yergue, de un
brinco, en un himno de altivez, el canto del futuro y de la inocencia.
Capítulo 31:
Job se declara inocente de los pecados contra la impudicia, la falsedad y el adulterio. Ravasi
recuerda, a este propósito, algunos paralelos de la antigüedad semítica, cuando se pensaba
que el muerto, al presentarse ante los dioses, hacía una confesión de inocencia.
Interesante, entre otros, es un formulario extraído del Libro de los Muertos egipcio:
Estas invocaciones rituales las gritaba el muerto sentado en la barca que le transportaba al
otro lado del río: si eran verdaderas no era quemado, pero si eran falsas se convertía en pasto
de las llamas.
Las palabras de Job, sin embargo, tienen un aspecto no precisamente ritual y judicial sino,
como ya hemos señalado, moral. Pasa, pues, a la declaración de inocencia con respecto al
esclavo que ha tratado siempre con justicia.
Después se defiende de la acusación que le lanza Eliafaz, afirmando que ha sido caritativo con
los pobres:
En cuanto a la acusación de haber abusado de las riquezas y de haber sido idólatra, declara:
Así acaba este larguísimo y amplio monólogo de Job, poéticamente rico y lleno de imágenes. Y
nosotros debemos releerlo atentamente para intentar entrar en el misterio del hombre y en el
misterio de Dios, que allí se expresan.
—La primera es que un hombre así nunca ha existido. Se trata claramente de una proyección
teórica, de un caso límite, de la proyección de un Adán paradisíaco que todo lo hace siempre a
la perfección.
Por qué, pues, debemos intentar comprender a este hipotético personaje que llama a juicio a
todo el mundo, proclamando que nunca ha hecho mal a nadie, que no ha tenido el menor
momento de defaillance?
Nos convenceremos de que, aunque hubiera existido un hombre como Job, no hubiera
escapado a la prueba dramática expresada en el capítulo 30.
La prueba está encerrada en la relación Dios-hombre, que estando basada en el amor gratuito,
y no simplemente sobre la justicia conmutativa, comporta asimismo la prueba.
— Sin embargo sí hay uno que puede afirmar: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?
Ha existido y es Jesús. Él no se ha sustraído a la prueba del amor gratuito hacia nosotros, lo
que significa que el tema de la prueba no está simplemente ligado a la culpa, a la purificación,
a la salida de la situación ideal. Más bien está ligado a la verdad de las relaciones libres entre el
hombre y Dios, a la gratuidad absoluta de estas relaciones, que viene a la luz en el momento
en que cesan las gratificaciones.
El autor del Libro de Job busca un aspecto del misterio de Dios que dé a la prueba un sentido
que no sea simplemente el de una purificación del pecado.
—Nuestra condición es, por supuesto, bien distinta de la condición del justo Job, y podemos
recorrer los caminos del capítulo 29 y después del 31, examinándonos de la siguiente forma:
¿Cómo nos situamos respecto a los ambientes y a las relaciones de nuestra existencia, con
respecto a los deberes éticos? ¿cuáles son los pecados que hemos cometido, cuáles los de
omisión?
De estos pecados queremos acusarnos, no solamente para escapar de la pena, sino para
instaurar con Dios una relación basada en la justicia, en la búsqueda de aquel dolor perfecto
que nace del amor, siguiendo cuanto nos indica, al menos como un intento misterioso, el
camino de Job. Acusar nuestras culpas por puro amor, para que Dios sea bendito, alabado y
santificado, para entrar con él en una relación de alianza.
Hemos sido llamados a la verdad y a la libertad de nuestra relación con Dios, a vivir
establemente la amistad con él: Os he llamado amigos, no siervos... Vosotros sois los que
habéis perseverado conmigo en mis pruebas, por amor y no sólo por fidelidad a vasotros
mismos y a vuestros propósitos.
Las páginas dramáticas de Job nos hacen entrever esta profunda búsqueda en el corazón
humano que desea una relación con Dios que esté más allá de la mera obediencia, de la mera
justicia, una relación en la que se juegue la libertad de cada uno para darse, concederse,
dedicarse con desinterés y pureza.
"Concédenos, Señor, la capacidad de comprender en los difíciles pasajes de este libro bíblico tu
ansia de hacernos como tú, el ansia de volvernos similares al Hijo, de introducirnos en una
relación de tipo trinitario, en aquel misterio de amor y de autodonación que constituye tu más
íntima esencia.
María, madre de Jesús y madre nuestra, haz que podamos también nosotros pregustar una
chispa del profundfsimo misterio de Dios. "
***
Bendita tú entre las mujeres Homilía de la festividad de María Reina Lecturas: Is 9,2-4,6-7; Lc
1,39-47
Estas palabras suenas opuestas a las exclamaciones de Jeremías: "¡Maldito el día en que nací!"
(Jer 20,14). Aquí se exalta la obra de Dios en María, y la exaltación se expresa con júbilo. Para
el hombre este júbilo es tanto mayor cuanto más profundo sea el sentido de la soledad y de la
desesperación en las que puede caer sin el misterio de Dios. Como dice el profeta Isaías, el
gozo acrecentado, la alegría grande, el regocijo similar al regocijo del día de la siega, o del
reparto del botín, parecen proporcionales a las tinieblas en las que caminaba el pueblo, "que
vivía en tierra de sombras" (cfr. Is 9,1-4).
Es, por tanto, la conciencia de las tinieblas y del sinsentido en el que cada uno de nosotros está
condenado por la condición pecaminosa de la humanidad, lo que hace resplandecer con mayor
alegría y regocijo el misterio del amor de Dios.
En María se expresa la felicidad de toda mujer y de todo hombre que se siente abrazado por el
misterio de la alianza con Dios; "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno!
¡Feliz la que ha creído!"
Sin embargo, si reflexionamos acerca de la suerte de María, nos daremos cuenta de que,
después de la proclamación de estas palabras que la presentan inmersa en un torrente de luz,
ella entra bien pronto, de nuevo, en la oscuridad. Durante su vida son más los sucesos que
María no entiende, que aquellos en los que ve realizarse esta profecía: el nacimiento de su hijo
en la pobreza total, su abandono, su existencia, en la que no brilla nada de la grandeza
anunciada por el ángel...
Durante años y años vive un dolor enorme, disfrutando de la presencia inmediata del Hijo y al
mismo tiempo viéndole inmerso en una tiniebla absoluta del mundo con respecto a él.
Haz que nos preguntemos si ésta es nuestra actitud cotidiana, si somos capaces de elevarnos
de la lamentación a la glorificación del misterio de Dios, de abandonarnos al misterio que, en la
oscuridad o en la luz, siempre nos tiene irrevocablemente entre sus brazos. Concédenos
comprender y confiar, como tú, en el misterio de la alianza. "
CARLO M. MARTINI
Moderación y conocimiento
"Señor, Dios nuestro, tú eres el misterio inaccesible, tu vives en la eterna luz que nadie puede
contemplar sino tu Hijo, que nos la ha revelado desde lo alto de la cruz. Concédenos penetrar
en el misterio de Jesús para que podamos conocer algo de ti, en la gracia del Espíritu.
Concédenos penetrar en este misterio con paciencia, con humildad, convencidos de nuestra
ignorancia, de lo mucho que todavía no conocemos sobre tu Trinidad de amor, sobre tu
proyecto salvffico. Haz que nos humillemos en nuestra ignorancia, para poder merecer al
menos las migajas del conocimiento del misterio que nos ha de saciar por toda la eternidad. Te
lo pedimos por intercesión de Marfa, que ha creído profundamente, incluso sin conocer
directamente, y ha llegado antes que nosotros—y desde ahora en nuestro nombre— al
conocimiento inmediato de tu gloria. "
Después de haber escuchado a Job, vamos a escuchar a su compañero, es decir a Dios. Será la
forma de caminar hacia el conocimiento de su misterio. Y, para graduar el camino, he pensado
en la conveniencia de reflexionar sobre tres distintos capítulos del Libro bíblico. En primer
lugar sobre el capítulo 9, en el que Job habla de Dios; después el capítulo 28 en el que un
desconocido habla de Dios; finalmente los capítulos 38 y 39, en los que Dios mismo empieza a
hablar.
El capítulo 9 es una respuesta de Job a las palabras —que querían ser de consuelo—del tercer
amigo, Bildad de Suaj. Este había subrayado que no se puede dudar nunca de la justicia de
Dios, y puesto que Él es justo, consiguientemente los malos son castigados y los buenos
premiados. Job, por tanto, puede estar tranquilo, sus enemigos se verán cubiertos de
vergüenza (cfr. 8,20-22). Job replica presto, aceptando el principio fundamental, incluso
aumentando la dosis:
En los versículos siguientes expresa de manera un poco irónica esta absoluta certeza: nadie
puede resistir ante Dios, que tiene razón en todo, siempre y en cualquier caso. Después añade:
Aquí la certidumbre muta en duda: Dios tiene tanta razón, que si la tuviera yo también, no la
obtendría. A partir de este versículo Job empieza a dudar de sí mismo: ¿Yo, quien soy? ¿Tengo
razón o no? Sus palabras son características de la postura de un hombre en el acmé del
sufrimiento, y se podrían expresar de la siguiente forma: Job no aceptar el hecho de no
conocerse a sí mismo, está atormentado por el apremio de no acertar a saber con seguridad si
es o no justo; está convencido de serlo, sin embargo quisiera que le fuese declarado; la
incerteza le corroe.
"Yo, que si tengo razón no recibo respuesta,
cuando a mi juez imploro.
Y aunque le llame y me responda,
aún no creo que escuchará mi voz.
¡Él, que me aplasta por un pelo,
que multiplica sin razón mis heridas,
y ni aliento recobrar me deja,
sino que me harta de amarguras!
Si recurrrimos a la fuerza, ¡es él el Poderoso!
Si a la justicia, ¿quién le emplazará?
Si me creo justo, su boca me condena,
si intachable, me declara perverso" (vv. 15-20).
Job ha llegado al colmo del dolor: no comprende nada, ya no sabe ni quién es; se siente justo
pero no sabe la diferencia entre justo e injusto y no acierta a dar razón de sí mismo. En otras
palabras, está perdiendo el sentido de su propia identidad: ¡Si al menos supiera por qué soy
así! Me he detenido en este tema porque, aunque se exprese como caso límite, paradójico,
representa una situación bastante común: el tormento de la identidad hace sufrir a muchas
personas, aunque sea a niveles no siempre dramáticos. En particular, hace sufrir a todos
aquellos que tienen tareas no programadas rigurosamente; porque si uno es un empleado de
banco, quizás el trabajo le cueste, pero sabe que es su deber y que hará carrera si lo
desenvuelve correctamente. En cambio, los padres, por ejemplo, al no tener tareas
geométricamente definidas, se atormentan con cuestiones de este tipo: ¿Qué quiere decir hoy
ser padre?, ¿hasta qué ponto me obliga, me implica, me compromete? Lo mismo se podría
decir de educadores y pastores, sobre todo cuando las cosas no van del todo bien, cuando no
reciben la aprobación que esperaban. Entonces se dicen a sí mismos: Si al menos supiera si voy
bien o no, si al menos supiera lo que debo hacer, si al menos supiera que estoy haciendo todo
lo que debo... La incertidumbre atormenta: ¿Cuáles son mis responsabilidades precisas? ¿qué
se espera de mí y qué puedo hacer para que me aprueben? Job representa, pues, esta
dolorosa incertidumbre de sí mismo y el deseo de sabernos juzgados a fondo, de ser
justificados con toda claridad sobre nuestros actos.
Ante este Job que no acepta el no entenderse a sí mismo, leamos algunos pasajes del
misterioso capítulo 28, que no se sabe cómo ha formado parte del Libro. No se indica ningún
interlocutor particular, como sucedía en los diálogos precedentes; es un discurso que se ha
denominado intermedio. La Biblia de Jerusalén anota a este propósito: "El lugar y el sentido
primitivos de este poema en el diálogo quedan oscuros" (p. 636). No sabemos siquiera qué
justificación darle; y sin embargo, en esta oscuridad, nos acerca al corazón de nuestra charla.
El continúa con imágenes poéticas muy bellas para afirmar que todas las cosas aceptan un
algo más, excepto la Sabiduría:
con la conclusión:
Me parece sumamente bello el adverbio repetido cuando se habla de Dios, porque esta
palabra—sólo, solamente, únicamente—representa uno de los momentos decisivos en los que
el hombre bíblico capta al Dios vivo. Encontramos este adverbio, quizás, en los Salmos, cuando
se quiere proclamar la trascendencia y al mismo tiempo su comunicación: "Él sólo hizo grandes
maravillas", él sólo ha creado los cielos; "Me acuesto en paz, y enseguida me duermo, / pues
tú sólo, Yahveh, me asientas en seguro" (Sal 135,4; 4,9). En la Biblia a la profunda intuición
sobre la unicidad de Dios le acompaña siempre la afirmación de que en él únicamente está
nuestro descanso, nuestra salvación, nuestra paz. Podemos ver ahora, en el capítulo 28, un
importante paso adelante: el hombre no se conoce, no debe pretender conocerse, sino que a
Dios, y sólo a él, confía su justicia, el conocimiento de sí mismo, la certeza de su verdad, su
propio ser. De una forma discreta se responde a la ansiedad de Job que quiere poseerse a sí
mismo, quiere conocerse, quiere la seguridad, en el cielo y en la tierra, de ser justo, de ser un
hombre cabal.
Ahora podemos pasar a nuestro relato sobre Dios que, después de haber sido invocado al
principio del libro, llamado a juicio, tratado mal e insultado, siempre ha escuchado
tranquilamente, sin descomponerse; se puede pensar incluso que haya escuchado con amor,
con benevolencia, con bondad, los disparates de Job y sus amigos. Consideraremos
brevemente los capítulos 38 y 39, dejando para vosotros la tarea de leerlos y meditarlos por
entero.
La teofanía recuerda el episodio de Elías, cuando el profeta alcanzó una parte del inaccesible
misterio. Y respondió haciendo llover sobre Job una lluvia torrencial de preguntas. Job
continúa preguntando a Dios y Dios contesta a su vez interrogándole a él.
"¿Quién es éste que empaña el Consejo
con razones sin sentido?
Ciñe tus lomos como un bravo:
voy a interrogarte, y tú me instruirás.
¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra?
Indícalo, si sabes la verdad.
¿Quién fijó sus medidas? ¿lo sabrías?
¿quién tiró el cordel sobre ella?
¿Sobre qué se afirmaron sus bases?
¿quién asentó su piedra angular,
entre el clamor a coro de las estrellas del alba
y las aclamaciones de todos los Hijos de Dios?" (vv. 4-7).
La interrogación "¿dónde estabas?, es una clase de pregunta que provoca en quien la escucha
una gran emoción y se transforma en otra: ¿Cómo ha sucedido esto, cómo se ha verificado lo
otro? Y más adelante:
La serie de preguntas continúa durante todo el capítulo y en los primeros dos versículos del
capítulo 39. Dios pasa a describir la realidad que el hombre ve en torno a sí, en el mundo
animal, pero de la que no sabe dar la última razón.
Preparación a la meditación
Son muchas las pistas de reflexión para nuestra meditación: un filón, por ejemplo, podría
considerar la posibilidad o no de la naturaleza de revelar el misterio de Dios, es decir, la
posibilidad de hablar de Dios a partir de la naturaleza. Hoy día la teología se ocupa cada vez
con mayor frecuencia de este tema, sobre todo en relación a los grandes temas de la ecología:
¿cómo debemos concebir la presencia de Dios en la creación? Sin embargo no seguiré esta
línea, sino que me detendré en algunas reflexiones sobre el tema de la no aceptación, por
parte de Job, de los límites de su conocimiento: me parece un aspecto bastante importante de
cuanto nos enseña este Libro.
SB-AUTENTICA: Este límite de nuestro conocimiento nos quema, nos humilla desde el
momento que estamos tentados continuamente a poseer el conjunto de la realidad para
poder prever incluso el futuro. En el fondo, tal tentación se relaciona con la originaria: Quiero
comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, quiero tener la llave de la totalidad del
ser, de la totalidad del misterioso plan de Dios, del misterio de la Iglesia, del futuro de nuestra
sociedad. Y sin embargo la sabiduría auténtica nace de la aceptación de este límite humano.
3. Tercera reflexión: debo confiar en Dios por cuanto respecta al conocimiento global de mí
mismo, del ser, del horizonte trascendental del todo. A partir de esta confianza podré alcanzar
segmentos útiles de conocimiento, investigador y deductivo, sobre mí mismo y sobre los
otros. Siempre, sin embargo, con la reserva de que el conocimiento de la totalidad del
misterio no se nos ha sido concedido.
Aplicaciones prácticas
Incluso en el ámbito de la meditación, sugiero tres aplicaciones prácticas para nuestra vida.
1. El futuro de la Iglesia está en las manos de Dios, como también los planes pastorales
dependen, en sus resultados, de mil acontecimientos imprevistos que se nos escapan y cuya
totalidad es conocida únicamente por Dios. Se nos ha pedido aplicarnos con humildad a estos
segmentos de conocimiento que nos resultan posibles, a expresar las acciones y ejecuciones
que nos parecen razonables, aceptando también que los acontecimientos nos superan, nos
desmienten, nos obligan a ver las cosas de nuevo.
3. Me atrevo a dar una aplicación de la actitud que podríamos llamar de reverencia amorosa
hacia el misterio, actitud fundamentalmente bíblica, por la que confiamos en el aliado: Has
puesto tu mano sobre mi espalda y, aunque andase por un valle oscuro, no temeré ningún mal
porque tú estás conmigo.
Este comportamiento nos puede ayudar ante discusiones angustiosas que hoy se plantean en
el ámbito de las ciencias y de los juicios morales. Porque vivimos en una situación ciertamente
muy compleja, y en la búsqueda de las grandes decisiones morales (respecto a la paz, al
desarrollo, a la economía, etc.) no resulta siempre fácil distinguir lo justo de lo injusto. No
hablo evidentemente de casos particulares, inmediatos, sino de problemas de mayor alcance.
Hoy no es posible exponer, por ejemplo, una teoría del desarrollo que verdaderamente
satisfaga a todos en todos los elementos del problema mundial, y no deje atrás ningún bloque
de miseria o sufrimiento. Y esto es motivo de ansiedad, de sufrimiento, de búsqueda, pero no
de desesperación, porque el misterio de Dios guía nuestro universo confuso y lleno de
absurdos, permitiéndonos encontrar poco a poco nuestra pequeña tarea, con la esperanza de
que, si cometemos algún error, él nos lo perdonará conduciéndonos a una mayor unión entre
nosotros y haciendo crecer nuestro amor. Sólo así será posible afrontar las grandes decisiones
morales sobre situaciones ante las que no acertamos a comprender completamente su
importancia. A este propósito vemos que Job libera de las preocupaciones de encontrar una
respuesta totalmente racional a nivel teológico y pone en crisis el intento de encontrar
respuestas que delimiten los problemas de la humanidad en una racionalidad perceptible a
una síntesis mundana. Esta es para mí una gran liberación, porque estaba habituado, debido a
la teodicea comúnmente enseñada, a esforzarme por encontrar soluciones convincentes para
mí mismo y para los otros. Donde, por el contrario, soy libre y tengo el deber de buscar
soluciones racionales, es en el estudio de las causas históricas. A este respecto, Giuseppe
Dossetti, en el prefacio al libro Le querce di Montesole (Las encinas de Montesol), escribe
páginas espléndidas. Examina con lucidez implacable las causas históricas de tantas masacres
terribles que se han perpetrado en la humanidad, junto con las raíces culturales ideológicas,
que en ese momento pueden ser percibidas con libertad. Si no buscamos únicamente la
solución racional abstracta, conseguiremos comprometernos con la realidad histórica y
seremos capaces de ver lo que podemos hacer aquí y ahora.
Mientras intentamos responder a los interrogantes que nos plantea nuestro siglo, Job nos
ayuda a distinguir un doble recorrido de pensamientos: quienes buscando la solución perfecta,
general, al fin se ahogan en una serie de preguntas dentro de un círculo cerrado, que producen
frigidez, vacío y aridez, y quienes, simplemente, intentan actuar con mayor amor. A este
pasaje le corresponde una visión teológica que se introduce totalmente en el misterio
trinitario, abandonando los lugares de reposo que contemplan y consideran al Dios uno, al
Dios de la filosofía, préstamo de la tradición griega. Se trata más bien de la entrega al Dios de
la alianza que nos compromete aquí y ahora por amor a la gente, y ésta es la única solución
racional de quien tiene la tarea de vivir en este mundo actual.
Quisiera añadir que yo personalmente leo así el enigma del hombre de hoy; me interesa
menos, a este nivel, el hecho de ser sacerdote u obispo, que el ser hombre; es decir, de la
obligación de dar cuentas de mis años de humanidad en una situación tan dramática y
absurda. Precisamnete nos dejamos sobrecoger por un suceso u otro que tomamos como
símbolo (con toda seguridad Auschwitz, por ejemplo, sería un símbolo) de tantos males; pero
si pensamos en lo que ha sucedido en Cambodgia, en Armenia, en cuanto está sucediendo en
el Líbano, la India o América Latina, nos daremos cuenta de que no se trata tanto de resolver
una situación determinada, sino de estar dentro con una moralidad más seria, con la capacidad
de expresar nuestras energías con valentía y no lamentándonos cor filosofías y teologías. La
teología de la liberación ha entendido bien este problema.
Job llega a comprenderlo a través de la prueba; y por la gracia de Dios cada uno de nosotros
logrará comprender la importancia de crecer sobre todo en el abandono del misterio, con
humildad y con espíritu de escucha, en el amor recíproco, paciente y perseverante; entonces
encontraremos algunas soluciones, que quizás no sean completamente justas y acertadas,
pero al menos serán menos injustas y mejores que las actuales.
Os leo, ahora, un pensamiento de Juan XXIII, sacado del Diario de un alma, que está en la
misma línea de nuestras reflexiones: "Cuanto más maduro me hago en años y en experiencias,
más reconozco que la vía más segura para mi santificación personal y para mi mejor servicio a
la Santa Sede está en el esfuerzo vigilante de reducirlo todo—principios, direcciones,
posiciones, trabajos—a un máximo de simplicidad y de calma, atento a podar siempre mi viña
de la hojarasca inútil y de los zarcillos dañinos, andando siempre derecho hacia la verdad, la
justicia y la caridad, sobre todo hacia la caridad. Cualquier otro sistema no es más que
afectación y búsqueda de afirmación personal, que pronto se ve falso y se convierte en
impedimento y ridículo. Oh la simplicidad del Evangelio, del libro de la Imitación de Cristo, de
las Florecillas de San Francisco, de las páginas más exquisitas de San Gregorio en sus
Morales"—que, por lo demás, es un comentario al Libro de Job—. "Todos los sabios del
mundo, todos los listos de la tierra, incluso los de la diplomacia vaticana, ¡qué mezquina figura
muestran, vistos a la luz de la simplicidad y de la gracia que emana de esta gran y fundamental
enseñanza de Jesús y de los santos! Esta es la perspicacia más segura, que confunde la
sabiduría del mundo y se concilia bien con él, incluso mejor, con garbo, con señorío auténtico"
(Diario de un alma, 1948, pp. 275-276).
Roguemos humildemente en la oración, que se nos conceda también a nosotros esta actitud,
no de sumisión, que nos permita pasar a través de los acontecimientos de la vida a las
situaciones y a las cosas con señorío y alegría.
* * *
Intentaremos, pues, entender ante todo la expresión bíblica: obediencia de la fe. Después
reflexionaremos sobre el desorden de la mente; acerca de los diversos modos de
desobediencia de la mente; acerca de la purificación de la mente según la doctrina de los
Padres griegos. Por último deduciremos algunas consecuencias para nosotros.
"Oh María, tú que has tenido una mente y un intelecto puros y obedientes desde el principio;
tú que después de una simple pregunta: ¿Cómo sucederá esto?, te has tranquilizado y no has
dado paso a la ansiedad, no lo has vuelto a pensar, no has temido, concédenos la capacidad de
seguir tu camino y poner en paz nuestra mente y nuestro corazón, de modo que podamos
dedicarnos con toda el alma y con todo nuestro ser al amor del prójimo, según nuestra
vocación".
La obediencia de la fe
Escribe San Pablo: "Por quien"—Jesucristo nuestro Señor resucitado de entre los muertos
—"recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su
nombre entre todos los gentiles" (/Rm/01/05).
El concepto se ha expresado también en la Carta a los Hebreos, donde se dice que el Hijo de
Dios "llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen" (5,9). Jesús es para nosotros el salvador mediante el acto fundamental que
llamamos obediencia de la fe. Pero también los antiguos padres se salvaron a través de la
obediencia y de la escucha: "Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para
el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba" (Hb 11,8). Podemos
imaginar a Abraham caminando hacia la primera etapa de su peregrinación, ignorando la meta.
¿Qué cúmulo de preguntas se desencadenarían en su mente? Ciertamente no le resultaría fácil
responder a cuestiones de este tipo: ¿Quién me obliga? ¿Acaso es justo? ¿Por qué no me
quedé donde estaba?
El desorden de la mente es, podemos decirlo, una situación constante de la existencia, aunque
pase desapercibido. Se advierte cuando empieza a haber silencio, cuando se empieza a
meditar regularmente: entonces a uno le asalta una multitud de pensamientos inútiles, vanos,
desordenados, y el combatirlos puede convertirse en un verdadero martirio escondido, una
verdadera penitencia capaz de suplir a tantas otras penitencias exteriores. Pero es también
condición de salud psíquica, porque quien consigue disciplinar el mundo de las fantasías, de los
afectos, de los deseos y temores, de las previsiones, de los adelantos excesivos y de las
nostalgias, ha alcanzado un buen grado de salud interior. De lo contrario la persona está
continuamente agitada por sentimientos distintos, entre los que no sabe orientarse, y cambia
rápidamente de humor, reaccionando de tal forma que ni siquiera puede darse cuenta.
La lucha contra el desorden de la mente es una de las ocupaciones más importantes para
quien quiere obedecer a Dios y abandonarse a sus acciones.
He aquí el giro del pensamiento: se presentan en general como inocuos, ocupan las primeras
horas de la mañana, al despertarnos, nos asaltan en los momentos en que estamos más
ocupados y de repente invaden nuestra mente, de modo que, cuando volvemos a tomar
nuestra ocupación, nos sentimos tristes, cansados y débiles sin saber el motivo. En realidad, no
les hemos disciplinado atentamente, no les hemos parado a tiempo; y así formas de exaltación
o de resentimientos, de engreimiento, de depresión o de rabia contra nosotros mismos o
contra los otros, han entrado inconscientemente en nosotros y sin darnos cuenta las hemos
desarrollado.
Podría mencionar también las fantasías de la sensualidad, los deseos, todas aquellas imágenes
fantásticas que, quizás subrepticiamente, se insinúan en nosotros dejándonos, en un cierto
momento, vacíos, poco deseosos de rezar, poco integrados en la Misa, en la lectura del
breviario: no comprendemos el motivo; es simplemente que nos hemos dejado entretener un
poco, sin darnos cuenta, por una serie de pensamientos indisciplinados, que han acabado por
desalentarnos. El descubrimiento de este mundo interior difícil es parte del camino espiritual
y nos conduce a emprender una lucha continua y agotadora.
Si partimos de estos presupuestos, tendremos una clave para leer un gran número de textos
de la gran literatura patrística oriental, sobre todo de la literatura monástica. Los volúmenes
de la Filocalia tratan ampliamente este tema: la lucha por la disciplina de la mente, de los
pensamientos, de los sentimientos del corazón. El monje que entra en la vida solitaria, se
enfrenta en primer lugar con su mundo interior y su vida se convierte en una lucha para
reducirlo a la obediencia.
Por esto, los libros de la Filocalia están repletos de sabiduría espiritual y psicológica: nos hacen
partícipes de una tradición milenaria de disciplina de la mente. Los mismos títulos de cada una
de las obras son bien significativos: La custodia del intelecto, de Isaías el Anacoreta; Sumario
de la vida monástica que enseña cómo se debe ejercer la ascesis y la esiquía, de Evagrio el
Monje (esiquía indica la calma, la paz interior que es considerada como ideal de la vida
monástica y por la que se lucha durante una entera existencia); Acerca del discernimiento de
las pasiones y de los pensamientos, del mismo Evagrio; Los ocho pensamientos imperfectos,
de Cassiano. El tratado de Cassiano desenmascara y combate todos los pensamientos que
debilitan al hombre, porque con los pensamientos se descubren también las pasiones, yendo
de esta forma a la raíz del corazón.
Entre los muchos pasajes interesantes, leo una frase de Evagrio sobre el discernimiento. A la
manera pintoresca tipica de los Padres del desierto, escribe: "Hay un demonio, llamado
Vagabundo, que se presenta a los hermanos sobre todo durante el trabajo del día; dirige al
intelecto en un viaje de ciudad en ciudad, de villa en villa, de casa en casa; se entiende que lo
hace únicamente con simples coloquios;"—es decir se presenta de manera inocua—"de vez en
cuando se encuentra con un conocido y así, sin darse cuenta el hermano, va contaminando
poco a poco su estado interior; yendo algo más lejos, al final se olvida del conocimiento de
Dios, de la virtud y de su profesión. Los hermanos solitarios deberán observar de dónde viene
ese demonio y a dónde quiere ir a parar. Porque, todo ese viaje no lo hace por casualidad. Lo
hace para contaminar el estado interior del solitario: de esta forma el intelecto, inflamado por
esas cosas, ebrio de encuentros, pronto tropieza con el demonio de la fornicación o de la ira o
de la tristeza, es decir, todas aquellas cosas que destruyen por completo el esplendor de su
estado interior" (cfr. La Filocalia, vol. 1, Gribaudi, pp. 112-113).
Sugerencias
1. Es justo, hasta cierto punto, querer salir racionalmente del remolino de pensamientos que
nos asaltan. Instintivamente tendemos a dar a cada uno una respuesta lógica, ya que con
frecuencia se presentan como interrogantes.
2. Sin embargo hay un límite. Nos daremos cuenta, a medida que crece nuestra sensibilidad,
que las cuestiones no se contentan en realidad con una mera respuesta, pues continúan
deprimiendo al espíritu. Entonces salta la advertencia de la lucha, aparece el comportamiento
disciplinado de quien tiende a la esiquia, al control ordenado de la propia mente, a través de
tres modos concretos:
b) El segundo modo, sugerido también por la Imitación de Cristo, es muy simple y con
frecuencia lo olvidamos, siendo así que es realmente fecundo: age quod agis, entrégate a
fondo en lo que estás haciendo, ayudándote también de la sensibilidad. Si estás leyendo un
libro, siéntelo en la mano, siente su peso, mira sus palabras una tras otra, intenta evidenciarlas
a través de los mismos caracteres. Si cantas, canta con todo tu corazón, si escribes, escribe con
todas tus fuerzas, si caminas, camina con toda tu energía. No te dejes dominar por los
pensamientos parásitos que desearían, con resentimiento, animosidad, miedo y angustia,
dominar sobre tu actuar. Parece un medio demasiado simple, y sin embargo es utilísimo, e
incluso existen escuelas de psicología fundadas sobre él: una autoconsciencia ordenada parte
de la percepción sensible de algunas realidades inmediatas, para después ordenar el hilo de la
mente según una línea directa que no se desvíe continuamente a derecha o izquierda.
c) La tercera sugerencia, dada con frecuencia por los Padres griegos, sobre todo en el
proceder de la tradición monástica, es la oración de Jesús. Esta oración consiste en transferir la
mente al corazón, por tanto en no dejar que la mente divague en la selva de los pensamientos,
dedicándola total y afectivamente a la persona de Jesús. La oración del corazón tiene su propia
técnica, quizás no muy adecuada para nosotros los occidentales, pero que en la Iglesia griega y
en la Iglesia rusa se ha elevado a alturas místicas verdaderamente considerables.
En todo caso también nosotros tenemos formas de oración del corazón: el Rosario, por
ejemplo, cuando se reza bien, tiende a pacificar la mente llevándola a algunas palabras e
imágenes fundamentales, el vía Crucis suscita sentimientos y afectos hacia Jesús; las
jaculatorias y las palabras de los salmos, repetidas muchas veces, pueden convertirse en
oraciones del corazón. Y así, poco a poco, la multiplicidad de pensamientos se simplifica y se
reduce a la unidad. Son todo formas que nos ayudan a reencontrar aquella unidad interior, en
la distracción y en la ruptura frecuente creadas por la multiplicidad de actividades, que
encuentra en la oración de Jesús su punto de referencia privilegiado.
Durante la experiencia que he vivido en la India, donde he podido conocer de cerca la ascesis
indú y los esfuerzos de muchos jóvenes en busca de un gurú, de un maestro espiritual, he
comprendido que también ahí el ideal está en alcanzar la posesión de sí mismo, la unidad, no
de una forma lógica, racional, posesiva, sino a través de un don; en la India se habla de vacío
de sí mismo, de abandono a la nada. Para nosotros significa abandono al misterio inefable en
el que estamos inmersos y que, siendo lo más íntimo de mi intimidad, está en el fondo del
corazón, por lo que puedo reencontrarlo en todo momento—de día o de noche, en la
enfermedad o en la salud, en la tristeza o en la alegría— en una unidad profunda conmigo
mismo.
La oración de Jesús está al alcance de todos, y sin embargo nos introduce en los misterios más
profundos; es compatible y se adapta a todas las situaciones, y puede ser practicada por medio
de una oración prolongada e intensa. Pero debemos reconocer, por experiencia, que no es
posible vivir la oración de Jesús, o en todo caso una oración afectiva, del corazón, durante las
ocupaciones diarias, si no hay al mismo tiempo momentos fuertes y serios de oración y
silencio.
3. Una última observación acerca de la ira del intelecto, expresión que tomo de Isaías el
Anacoreta: "Hay entre las pasiones una ira del intelecto, que es conforme a la naturaleza" (una
ira buena, por tanto, porque en la tradición griega "conforme a la naturaleza" significa
"conforme a Dios", como Dios ha hecho las cosas). "Sin ira tampoco hay pureza en el hombre,
en el hombre debe haber ira contra todo lo que el enemigo siembra en el mismo hombre y
para su perdición". Si un hombre tolera pacientemente que un remolino de pensamientos le
invada y no le parece que sea un enemigo, este hombre no vive la verdad y no alcanzará nunca
la pureza interior. "Cuando Job encontró este enemigo, le insultó en sus amigos, diciendo:
«Gente sin honor, despreciable, privados de todo tipo de bienes, no os he considerado dignos
de estar entre mis perros de pastor»... Si te estás oponiendo a la turba de enemigos y los ves
que huyen debilitados, que no se alegre tu corazón, porque la malicia de los espíritus está
oculta detrás de ellos. Preparan una lucha peor que la primera, dejan a otros apostados detrás
de la ciudad y les mandan que no se muevan. Si tú te opones y les enfrentas, huyen arrollados.
Pero si tu corazón se enaltece porque los has arrojado, unos saldrán de detrás, otros se
erguirán ante ti y dejarán tu pobre alma en medio de ellos sin posibilidad de huida. La ciudad
es la oración. La resistencia es la contradicción en Cristo Jesús. El sostén es el desdén" (op. cit.,
p. 89).
Isaías el Anacoreta afirma, pues, que hay que ser capaces de ira contra todo lo que intente
destruirnos y apartarnos del camino, para llegar a una fuerte disciplina interior, en la que sólo
sea posible vivir a través de continuas mutaciones de las situaciones en torno a nosotros y de
nuestra misma situación de espíritu, pero teniendo siempre los ojos fijos en Jesús, el Señor,
príncipe de la paz, que reina en nuestro corazón más allá y por encima de todas las vicisitudes
humanas. Es la obediencia de la mente a la que Job llega únicamente tras un largo, agotador y
penosísimo trabajo. Que el Señor nos conceda alcanzar pronto la necesaria purificación de la
mente tan importante para nuestra vida y para nuestro servicio pastoral.
* * *
"Concédenos Señor, vivir con intensidad la comunión eucarística que no tiene límites, que se
extiende a todos los que conocemos y amamos, a todos los que se nos han confiado a nuestra
responsabilidad; a los enfermos, a los que sufren; a toda la Iglesia, al Papa, a todas las Diócesis,
a todos los Obispos, a todas las misiones, a todas las situaciones más dolorosas de la
humanidad. Concédenos, Padre, vivir ante ti en representación de esta humanidad,
cumpliendo así nuestro servicio sacerdotal con esa amplitud de horizontes. "
—La primera lectura, del Libro de los Jueces (/Jc/09/06-15), nos ofrece el primer ejemplo en
la Biblia de una parábola, casi una historia imaginaria; en nuestro caso se contiene una
enseñanza muy perspicua, antimonárquica y antiautoritaria. Es el primer ejemplo de
desconfianza hacia la monarquía, que aparecerá claramente en el primer Libro de Samuel,
cuando se trate de dar un rey a Israel. Es la expresión de desconfianza respecto a la confianza
de todos los destinos humanos a una persona.
Quien, por el contrario, acepta asumir la responsabilidad es un árbol sin frutos, inútil: el
espino.
Nos situamos frente a una descripción muy negativa del poder en la historia. Sin embargo en
buena parte es real; cuántas veces sucede, en la política por ejemplo, que los hombres
verdaderamente justos, competentes, capaces, rehúsan el compromiso. Y sin embargo
aceptan el juego político personas que sería mejor que rehusaran. Pero más allá de la sabiduría
humana contenida en la historia, hemos de captar la enseñanza bíblica más profunda: el
destino del hombre está en las manos de Dios y no está bien confiarlo a una persona. "Sólo tú,
Señor, me haces reposar con seguridad"; mi destino te pertenece por entero.
Desconfianza, por tanto, que teme llegar, al dejar el destino de algunos hombres en las manos
de otros, a abusos de poder, a formas de superchería indignas del pueblo de Dios. Toda la
historia de los Libros de los Reyes muestra la exactitud de tal temor. Temor que incumbe a la
historia de la salvación, cuando se apresura a afirmar que, aunque algunos hombres se
preocupen de otros, sean pastores de la grey, sin embargo sólo hay un pastor supremo, Jesús.
Sólo él tiene la plena y total responsabilidad de los creyentes; todos los otros son secundarios,
mandatarios, vigilantes. Se deben preocupar de que todo vaya bien, sabiendo que la esperanza
y la confianza del pueblo de Dios están siempre depositadas en el Señor.
Es muy importante aprender a valorar todas las autoridades humanas, incluidas las
eclesiásticas, sabiendo que el honor que se les tributa es siempre con referencia al único y
verdadero responsable de nuestras almas, al único jefe de la Iglesia, al Señor Jesús, de quien
emana toda autoridad. Sólo él es digno de abrir el libro sellado con los siete sellos, que
contiene los secretos del Reino de Dios. Porque él es el cordero inmolado, que se ha entregado
a sí mismo por nosotros hasta la muerte. Todo lo que hacemos tiene como punto de
referencia a Cristo, el Señor, a su único y legítimo poder; los otros poderes no son más que
participación limitada a este servicio que es la vida misma de Jesús.
En lugar de Job aparecen los labradores de la viña, servidores que murmuran porque
quisieran que el patrón se conformase a un ideal de justicia unívoco. El problema está en saber
lo que es justo. El patrón afirma que dará a los labradores lo justo, pero en un momento
determinado ellos pretenderán que la justicia sea concebida según una proporcionalidad
rígida, que pueda ser prevista por una calculadora electrónica, quitándole espacio a la bondad,
al amor, a la misericordia, a la infinitud del designio de Dios.
Job deberá cambiar precisamente ese sentido suyo de justicia, tan fuerte y tan vivo, pero tan
unívoco y geométrico, que pretende comprenderse a sí mismo y a Dios a la luz de ese cuadro
inmutable e indudable. Sin embargo Dios es Trinidad de amor, es sorpresa, es relación de
ternura indecible, juego de amor misterioso, que se desvela, se esconde y se manifiesta en
formas siempre nuevas. Y el hombre, a su vez, ha sido llamado a regularse según la justicia de
Dios, de su ser trinitario, dedicado, donante, inventivo, creativo, sorprendentemente más
bueno de lo que el mismo hombre pueda imaginarse.
La confianza al misterio de Dios es lo que se les está pidiendo a los labradores de la viña, a Job,
a cada uno de nosotros. Y nosotros hemos de caminar por esta vía mediante la adoración del
misterio eucarístico, ante el que, en verdad, nos sentimos turbados cada vez que lo
celebramos, que lo renovamos, que tenemos entre las manos el cuerpo y la sangre de Cristo,
porque no se puede contener según nuestros conceptos, sino que supera en el amor toda
previsión nuestra, todo cálculo, incluso toda alta noción del misterio de un Dios infinito que se
inclina sobre sus creaturas pobres y limitadas.
CARLO M. MARTINI
HABÉIS PERSEVERADO CONMIGO
EN MIS PRUEBAS
Meditaciones sobre Job.
Quizás esta nota va un poco demasiado lejos, pero en todo caso las
palabras de Job expresan algo misterioso del hombre frente a una
incerteza que quisiera acertar a determinar:
Así es que Dios es visto como una fiera salvaje que no deja en paz
a este pobre hombre.
María se queda sola, como Job, sin ayuda. Pero entonces lleva a
cabo un gesto heroico, de confianza, porque no sólo se compromete a
sí misma, sino a los otros. En efecto, llama a los sirvientes y les dice:
"Haced lo que él os diga" (v. 5). Con un gesto público, la madre fuerza
la adhesión de Jesús. Porque su sentimiento no es de inferioridad, de
miedo, de debilidad; no tiene por tanto necesidad de exasperación o
de engrandecerse, está segura. Con confianza se abandona a sí
misma y a los sirvientes al poder de Jesús que, ella no sabe cómo,
dará resultado.
Por tercera vez será rechazada, y ahora de una forma durísima: "No
está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos"(v. 26).
Palabras que suenan como un insulto de tipo nacionalista, palabras
que suscitarían una rebelión, una ira, una exasperación interior
increíble. La lucha entre Dios y el hombre ha llegado a su punto
culminante. El hecho es de una elevación mística profundísima y es
extraordinario ver cómo la mujer, en la obediencia absoluta de su
mente, antes que maldecir o desencadenar su ira contra Jesús,
consigue incluso unos momentos de humor, tan libre y confiada se
siente: "Sí, Señor, que también los perritos comen las migajas que
caen de la mesa de sus amos" (v. 27).
***
La obediencia de Abraham
Sea el que sea el significado del pasaje, Dios vuelve con sus
respuestas, entrando en el discurso de Job, no directamente, sino
ampliando el horizonte hasta los límites de lo posible, incluso más allá,
forzando al hombre Job:
Y más adelante:
Job comienza con unas palabras muy hermosas, que las repetirá
después el ángel a María, y Jesús a propósito del joven rico y de la
salvación de cuantos poseen riquezas: "Nada es imposible para Dios".
Los designios divinos son inescrutables, más allá de toda posible
evidencia física o moral. Dios es el Viviente, la regla última de amor de
todo el universo.
Aquí está el sentido del largo trabajo de Job. Conocía a Dios desde
la catequesis, desde la teología, las disquisiciones o los libros. No se
trataba, entiéndase bien, de conocimientos falsos; pero sin embargo
no acertaba a unificar, a enfocar realmente el rostro de Dios; y Job se
perdía en el intento de aunar la multiplicad de los razonamientos.
Ahora sus ojos han sido iluminados y ha logrado intuir directamente
que de Dios no se habla: se le escucha y se le adora.
Él sabe que quiere otra cosa, que quiere que se aleje de él aquel
cáliz, pero sus palabras son decisivas: "lo que tú quieras."
Reflexiones conclusivas
***
Nos viene a la mente, otra vez, Job, que bebe el cáliz hasta la última
gota.
Con los ojos podía ver gente distraída, adormilada, habladora, pero
con la mirada de la fe admiro estupefacto esta novia, esta esposa
que, gracias a la Eucaristía, desciende de la fuerza de Dios y se
constituye definitivamente.
CARLO M. MARTINI
Continúa:
—Habla la esposa:
Por mi parte, debo entregarme a Dios con todo mi ser y con toda
aquella riqueza de gratificaciones, humanas y divinas, que el Señor
me hace vivir.
"Señor, nuestras pruebas son las tuyas y las tuyas son nuestras.
Meditanto tu beata pasión, queremos alcanzar aquella koinonía con
tus sufrimientos que nos da la certeza de conocer la fuerza de tu
resurrección".
* * *
Tenemos que rezar mucho, ahora y en los días venideros, unos por
los otros, en el deseo de que el amor gratuito, fruto únicamente del
Espíritu, abunde sobre nosotros por intercesión de María y de todos
los santos.