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CARTAS DE AMOR
portada
PERDIDAS POR
MARIQUITA SÁNCHEZ
DE THOMPSON
Tursi, Adriana
ISBN 978-987-1458-63-9
CDD A862
I.S.B.N.: 978-987-1458-63-9
Prólogo
respuesta, que están allí para abrir surcos de lucidez. ¿Qué hay allí,
afuera del encierro (una constante en esta autora): un velorio o una
juerga? ¿Dónde buscar un amor que no esté teñido de infortunio y
que sin embargo es el deseo que defiende fugazmente de la muerte?
Pacho O´Donnell
CARTAS DE AMOR
PERDIDAS POR
MARIQUITA
SÁNCHEZ
DE THOMPSON
PERSONAJES
Mariquita
Luisa
Manuel
Hombre
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Viene secándose
Luisa: Ya va doña...
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Voz: Fémula inmunda, por última vez te digo, abrí esa puerta o la
guardia la echará abajo.
Luisa, sin poder resistir los golpes que cada vez son más duros al
punto de hacer temblar su cuerpo.
Voz: Ya veo cómo cumple usted las órdenes, dejando que un inglés
como Thompson se le meta en los cuartos.
Voz: ¡Negra inmunda, es tan cierto como que el siervo que tengo a
mi lado amordazado me lo contó!
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¡Rompela... rompela!
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II
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Mariquita abre su bata para sacar su pecho.
Luisa: Frótese sin miedo. (A la niña). Vamos mi niña, que Luisa tiene
algo para entretenerte.
Luisa: Sí mi doña.
Mariquita: ¡Joaquín!
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III
Luisa: Que hace sólo poco tiempo que mi señor Thompson murió y
usted ya va al teatro con otro.
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IV
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ManueL: ¿Casada?
Mariquita: Puede que tengas razón. Pero tú, que pones en el cepo a
Encarnación si no se adorna con tu divisa, debes aprobarme.
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Luisa: El señor tiene razón. ¡Don Esteban se fue, se llevó sus cosas
y se fue!
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Mariquita va a salir.
HoMbre: Claro que hizo bien. Si las viejas como usted sólo están
para que estos maricas se maten el hambre.
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Sus manos estaban azules, igual que su lengua, a causa del efecto.
Pero igual Luisa suele venir a mí en sueños, cada vez que entre
gritos la llamo.
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VI
Mariquita: ¡ Luisa!
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Felicitas
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que, vos sos el culpable de que yo haya tomado el vino de esa fuente
y ahora esté tan mareada, con mi cabeza y mi corazón dando
vueltas, vueltas y más vueltas locas en este cuarto. Vos también to-
maste más de lo que se debía... Enrique... no te escondas amor,
¿estás acá? ¿Estás conmigo?...
hay por qué llorar”. Y me decías que una vez más yo te lastimaba
haciéndome ver con mi traje de novia... Y una vez más veías a los
otros reír felices.
¿estás ahí? ¡Piedra libre para Enrique que se esconde detrás de mis
puertas! ¿No? ¡Piedra libre para Enrique que se esconde detrás de
mis ventanas! ¿No? ¡Piedra libre para Enrique que se esconde detrás
de cada uno de mis sueños! Enrique, ya siento tu perfume en mi
cuerpo... Sí, es como si tus manos ya me hubiesen devorado.
Dejame que te vea, Enrique. Pero antes tenés que cubrirte bien los
ojos. No es bueno que el novio vea a la novia antes de tiempo. Vení
con los ojos cerrados... Si salís de tu escondite voy a dejar que
apoyes tus manos tibias sobre mí. ¿Querés jugar? (Pícara). A ver...
¡Juguemos en el bosque mientras el lobo no está! ¡Juguemos en el
bosque mientras el lobo no está! ¿Lobo estás?... ¿Dónde estás,
lobo? (Espera, ríe). ¿Sabés?, en mi sueño vos no querías que yo
viese la sortija y, ¿sabés qué hacías? Cuando el sa-cerdote ponía
los anillos frente a nosotros,vos me cubrías los ojos para que yo no
viera el mío en mi mano... Qué ocurrencia la tuya. Y en ese momento
comenzaban a sonar fuerte las campanas de la iglesia. Y un coro de
ángeles con guadañas cantaba para nosotros. Y los dos, muy
abrazados, to-mándonos muy fuerte de las manos, comenzába-39
“Pero yo ya me casé con Álzaga, tuve dos hijos con él. Y Álzaga está
muerto. Y mis niños también están muertos”. Y ellos no me miraban
y tampoco me escuchaban porque no podían escuchar mi voz
muda... Y estábamos frente a las puertas abiertas de la iglesia y a lo
lejos se veía el Cristo clavado en la cruz inmensa. Yo hablaba pero
nadie escuchaba. “Por favor”, les decía... (Mudo, no se entiende). Y
me daba cuenta de que las mujeres que estaban en la iglesia me
miraban y algunas me escuchaban y con sus voces mudas decían
vos sin dejar de correr me pedías que corriera más fuerte. Y la gente
me apedreaba y mi traje se iba haciendo jirones, y me arrancaban mi
tocado.
querido a esa virgen para él. “¿Otra más?”, digo yo. “¡No le basta
con las que tiene? ¿Tantas vírgenes necesita?... ¿Para qué?”. Mi
abuela dice... Sí, siempre mi abuela porque mi mamá no dice nada...
No dice nada porque tiene una voz sorda, muda como la mía. Esta
voz muda que hace que hable, hable y nadie escuche. Esta voz yo la
heredé de ella, y ella de su bisabuela y su bisabuela de la madre de
su tatarabuela. Y somos generaciones y generaciones de mujeres
con voces mudas que podemos hablar y hablar como yo lo hago
ahora sin que nadie venga y me escuche... porque una mujer sin voz
no tiene palabra y se transforma en una mujer sin nombre y si no
tiene nombre la tierra termina tragándosela... ¡Horrible! Y es proba-
ble que yo le transmita esto a mi hija y mi hija a su nieta y su nieta a
la hija de su bisnieta. Una plaga horrible de mujeres mudas... Un
mundo lleno de mujeres mudas... ¿Quién nos sacará las mordazas?
¿Serán nuestro hijo, lobo? ¿Me dejarás ense-
¿estás ahí? Dice mi abuela que las novias antes de casarse suelen
tener pesadillas. Pero yo ahora estoy despierta y quiero mi rosario,
el que me acompañó en mis noches más oscuras... Enrique, ¿dón-de
estás?... ¡Albina! ¿Por qué nadie viene a ayudarme a terminar de
vestirme? ¿Por qué tantas voces y gritos afuera? Nadie mira el reloj
y ya está por ser la hora. ¿Es que nadie va a acompa-
ñarme hasta la iglesia? ¡No querrán que vaya sola! ¿Qué pasa? ¿Por
qué se apagan las luces?
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(Pausa. Volviéndose).
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(Retumban tambores).
FIN
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AURELIA...
LA AMANTE
AUSENTE
PERSONAJE ÚNICO
Aurelia Vélez
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(Da órdenes en voz alta para otro y luego de esperar es ella quien
termina ejecutando la acción).
¿Escribe?
Que busquen ser felices, porque yo hice todo lo posible para lograrlo
y no lo conseguí.
Shhh... Aún hoy busco cerrar puertas y trabar ventanas, por temor a
los que espían, por temor a aquellos que de tanto hurgar y hurgar
encuentran. Cierro, trabo, busco, escondo. Aunque mi madre crea
que no la veo, la veo y la escucho. La veo de rodillas frente a la
virgencita suplicándole.
A mi padre... Hoy vienen por él... ¿Será sólo por hoy?... ¿Todo
terminará cuando se vuelvan a encender las luces? ¿Todo terminará
cuando llegue el nuevo día?... ¡No! Mi madre corre por la casa y mis
manos de niña no llegan a sujetar todo aquello que quiero. Ella
escapa y nosotros con ella.
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¿Escribe?
Escribo.
¡Él está acá y llena con su voz y su presencia la casa! Ríe y festeja
como un niño, no junto a mí, sino junto a mi madre. Es que acaba de
recibir una subvención para fundar su diario. Lo va a llamar “El
Nacional”. Quiero aprender a escribir claro y prolijo. Prolijo quiere
decir sin manchar las páginas.
Puedo manchar el delantal, puedo manchar mis manos, pero no las
páginas... Si lo logro podré asistirlo.
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fía de mujer? Mi madre dice que sí. Intento una y otra vez una
caligrafía mas clara. “¿Por qué?”, pregunto, ¿acaso la mujer es más
clara que el hombre? “Ya voy Tatita. Ya voy”. Mi padre mira mis
páginas en un segundo eterno. Lo conseguí.
Ahora estoy todo el día junto a él... Y no sólo junto a él sino junto a
aquellos hombres que lo visitan. Sarmiento, un sanjuanino,
peligrosamente feo, peligrosamente inteligente, cuyos escritos me
deslumbran. Pero el feo sabe que no tengo los ojos puestos en él
sino en un pariente... más que un pariente, un primo... un primo
lejano, no primo hermano. Y empecé a darme cuenta de que había
partes de mi cuerpo que se volvían como imanes. Sí, mis tobillos
blancos y finos, imanes.
¡No, madre, por favor no! Le juro que... ¡Que no me hizo nada!...
¡Ya voy! ¡Yo abro! Era un segundo. Ese segundo que me conducía
hasta la entrada tenía para mí una magia única, eterna... Hacerte
pasar, ver tus ojos clavados en mi pecho, y tomándonos las manos,
en ese rincón, como niños, amarnos a escondidas. Yo pasándote las
cartas que llevabas rápi-do hasta el fondo de tu bolsillo. A tiempo la
voz de mi padre. “¿Quién llega?”. “¡Sarmiento, tatita!
Escribo.
Tengo un especial cariño por esa niña... ¡se me parece tanto! Espero
de todos modos que esta biblioteca y la sabiduría que contiene la
ayuden a tener mejor suerte que la mía. Sarmiento partió a Estados
Unidos en misión diplomática y me con-virtió en su más fiel y eficaz
operadora política.
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gratia plena,
Dominus tecum,
benedicta tu in muliéribus,
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¿Escribe?
Escribo.
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Regresé a la Argentina sin saber que vivirías ape-nas once días más.
El 8 de septiembre recibo un telegrama: “Sarmiento muy grave,
tenemos pocas esperanzas”. El 9: “Sarmiento ayer ataque, sigue
mal, hoy más tranquilo”.
¿Escribe?
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ño aquellas cartas sean arropadas por sus pétalos color lila. Sí, exijo
que se las entierre allí debajo...
¿Para qué dejarlas? ¿Para que este Discépolo escriba más tarde
otra obra sobre los pesares de amor que corre otro caballo? Aquí ya
todo está perdido... Ay, amor, ¿vendrá otra época?... ¿Será posible
esperar otra suerte?... ¿Sabes?, a veces creo que no. País más
raro donde todo anda al revés.
Escribo.
ga otra vez delante de mí!... Lo primero que haré será sellar tu boca
con mis besos y así, en amor eterno, tú y yo seremos libres para
siempre.
FIN
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EXTRAÑA FUGA
DE LA ANCIANA
Y SU CRIADA
PERSONAJES
Anciana
Criada
Voces
Coro de mujeres
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Una gran aldea construida por capricho de espaldas al río, con sus
calles de barro, estrechas, aún sin empedrar.
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criada: A eso vine. Vamos a cargar las cosas y antes que amanezca
estaremos cruzando el puente y abandonando esta podrida tierra.
tengo nada que ver con él. Además, ese hombre está en las
antípodas de mi pensamiento político.
Que levanten una pared frente a mi puerta. Que tapien las ventanas.
Sáquenme el agua. Échenme al fondo del río a San Benito y déjenme
morir.
criada: Cállese que si sigue gritando nos van a tapiar por locas.
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criada: Aléjese de esa ventana.
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criada: Mire, quien mal anda, mal acaba. Eso es tan sabido como
que del trigo viene el pan y de la noche de calentura los hijos...
anciana: ¿Yo?
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criada: ¿Quién?
anciana: Murió...
criada: Y...
anciana: Mi esposo.
criada: Con locura. Cinco hermosos chicos me dio, uno mejor que el
otro.
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anciana: Viste.
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criada: Todo lo que ve acá es mío.
anciana: Por eso, si esta es tu casa y los del Loco son tus hijos, la
que entró a la iglesia mientras la fanfarria tocaba fuiste vos. Así que
ahora no me nie-gues los zapatos.
criada: Mi doña...
anciana: ¡Ah!
anciana: Mi doña.
anciana: ¿Y yo?
criada: ¿Dónde?
anciana: Decí, Loco, lo que tenés que decir. Decí a qué viniste.
anciana: Dice que vos sabés lo que hiciste y lo que no hiciste. Que
él te perdona por lo que no hiciste.
ba? Esa luz brillante que se asoma ahora por entre las vigas....
anciana: No, eso es un ángel. Más arriba, detrás del ángel. Allá al
fondo, ¿ves?, ¿lo ves ahora al Loco?
Vení, Loco, asomate más que te quiere ver.
criada: ¿Dónde?
criada: Tenemos que huir de acá antes de que termi-nemos mal. Los
muertos tienen que estar con los muertos y nosotras donde Dios nos
quiera llevar.
anciana: ¿Qué me trajo el ángel? ¿Qué tengo acá entre las piernas
que se me escapa? Dios mío... qué me han metido... Me quiero
levantar.
criada: ¡Dios santo! Qué milagro esta noche en este cuarto. Déjeme
destaparla. Vamos.
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Mientras dure esta peste, los ladrones están a la orden del día,
asaltan por las calles, saquean las casas que quedan vacías,
revuelven hasta donde ya sólo quedan huesos... Mejor que lo tengan
ellos. ¡Nosotras ya les hemos pagado, ahora a lle-varnos!
anciana: ¿Por qué se hiela mi patria? ¿Por qué sus calles se han
vuelto canales por donde la gente como animales descarriados corre,
cae y se re-vuelca?
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anciana: No te caigas, che, son las jugarretas que nos hace el Loco.
criada: Hoy mi amo vino para que lo lleváramos con nosotras. Eso
es lo que él quiere. No quiere que lo dejemos solo en esta ciudad
sitiada. Él, que fue tan libre, también necesita ahora que lo libere-
mos. Ya ni muerto se puede estar tranquilo. Pero él me tiene a mí,
que vivo, viviré y moriré para servirlo. Yo voy a cargarlo. Y lo vamos
a llevar. Él cruzará el puente con nosotras.
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anciana: ¡Apurate!
(La Criada corre una mesa casi al centro, pone sobre ella una silla
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anciana: ¿Quiénes?
criada: Lávelo si quiere estar limpio. Mi amo tampoco está para eso,
porque tiene los bolsillos rotos.
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anciana: Vos sabrás muy bien, Loco, por qué todavía no encontraste
la paz.
criada: Qué.
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¿Por qué tendría que estrenarlo hoy, que ya estoy vieja y cansada?
anciana: Si ya lo usaste.
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criada: Era una multitud. A cuántos iba a liberar con esa boda...
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criada: Sí, a veces se encontraba con el Padre, pero esta vez fue el
Hijo el que le encomendó esa mi-sión antes de embarcar.
criada: ¡Qué tiene que ver acá Santa Rosa! No mezcle las cosas,
era el mismo hijo de Dios el que tenía que dar la misión. Santa Rosa,
como buena mujer, esperó.
anciana: Santa Rosa quiso esperar, pero como Jesús es sobre todo
un caballero, le dijo: “no, este es su día, uno al año, haga uso. Yo
puedo verme con estos muchachos en otro momento”. Y así fue que
se postergó... por eso no era el Negro el que te esperaba en el altar.
Era el Loco, que pintado de negro te esperaba, era tu amor.
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criada: Era una niña, y el cuerpo todo me hervía así como ahora.
Igual bailamos hasta el amanecer...
(La Criada toma el agua que está en el vaso frente al San Benito).
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criada: Se ríen.
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sima Santa Rosa, que tuvo el buen gusto como mujer de cederle su
fecha para dicha ceremonia, tuvieron los tres, el honor de nombrarlo
con el mas alto grado de Capitán... (Se corrige). No, de Máximo
Capitán de la Marina. Y hoy esta ilustre doña tiene el alto honor de
confiarle a quien fuera su más fiel compañera y amiga, su sostén. La
que ha jurado acompañarme, tanto en la salud como en la
enfermedad, en la dicha como en la adversi-dad, amándome y
respetándome hasta que...
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(La Anciana suelta el tul del mosquitero, que ahora hace la vez de
tocado y cola de novia.
Nada te espante.
nada le falte.
Sólo Dios
basta.
AURELIA
Y FELICITAS
DE THOMPSON
Mariquita tenía una muy buena relación con Juan Manuel de Rosas
pero, al mismo tiempo, cultivaba la amistad de los jóvenes escritores
y pensadores de la Generación del 37 (Juan Bautista Alberdi y
Esteban Echeverría, entre otros, eran asiduos visitantes de su casa).
A pesar de la buena relación con el Restaurador (era una de las
pocas personas que se tuteaba con él y así lo 116
demuestra su correspondencia), en 1839 decidió exiliarse en
Montevideo por temor a su antiguo amigo, que recelaba de su
matrimonio con un francés, país con el que estaba fuertemente ene-
mistado. Regresó luego de la caída de Rosas en la batalla de
Caseros, con sus hijos, y se instaló nuevamente en Buenos Aires,
más precisamen-te en su chacra de San Isidro. Durante el resto de
su vida siguió siendo una de las más exquisitas anfitrionas de las más
importantes personalida-des del país. Fue no sólo testigo sino
protagonista de la intensa vida política de estas tierras entre 1806 y
el día de su muerte.
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FELICITAS GUERRERO
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lix Francisco Solano, el primer hijo de la pareja, que murió tres años
después, víctima de la epidemia de fiebre amarilla que asoló a la
ciudad durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento.
Felicitas cumplió con los estrictos seis meses de luto y luego volvió,
de a poco, a frecuentar salones de la alta sociedad. En una de esas
oca-siones se reencontró con Enrique Ocampo, un amor de la
adolescencia, que comenzó a corte-jarla.
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bía quitado la vida. Otros dicen que Cristian y el asesino iniciaron una
pelea cuerpo a cuerpo, como resultado de la cual el arma se disparó,
matando a Ocampo.
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AURELIA VÉLEZ
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