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BASES TEÓRICAS Y PRAGMÁTICAS DE LA TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA

Prof. Luis Santiago Almazán

BASES TEÓRICAS Y PRAGMÁTICAS


DE LA TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA

PROFESOR: Luis Santiago Almazán


Psicólogo clínico y Terapeuta familiar

© Reservados todos los derechos – noviembre 2012


BASES TEÓRICAS Y PRAGMÁTICAS DE LA TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA
Prof. Luis Santiago Almazán

 EL MODELO SISTÉMICO: DEL INDIVIDUO AL SISTEMA ….. 3

 TEORÍA GENERAL DE SISTEMAS ….. 6

 LA ESTRUCTURA FAMILIAR ..… 10

 LO COMUNICACIONAL Y LO INTERACCIONAL ….. 25

 LOS JUEGOS EN LAS FAMILIAS DISFUNCIONALES ….. 38

 OBSERVANDO Y TRABAJANDO LO TRANSGENERACIONAL ….. 41


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 FAMILIA SANA Y FAMILIA DISFUNCIONAL ….. 58

 BREVE HISTORIA DE LOS PADRES DE LA TERAPIA FAMILIAR ….. 63

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EL MODELO SISTÉMICO: DEL INDIVIDUO AL SISTEMA

El profesional que trabaja en el campo de la salud mental o del trabajo social


necesita disponer de un modelo teórico que le oriente en sus intervenciones
prácticas. Cada profesional se adhiere al modelo que mejor le explica la realidad
que observa y en la que tiene que intervenir. Los modelos parten de presupuestos
teóricos y desarrollan técnicas prácticas. Así por ejemplo, el modelo psicoanalítico
se centrará en el material inconsciente del individuo y utilizará, entre otras, la
técnica de la asociación libre; el modelo conductista se centrará en el concepto de
condicionamiento y en la teoría del aprendizaje, y desarrollará un amplio
repertorio de técnicas como la desensibilización sistemática o la exposición in vivo.
El modelo organicista se centrará en las alteraciones del sistema nervioso central
y utilizará la psicofarmacología como tratamiento. Y así muchos otros enfoques,
desde los movimientos llamados de crecimiento personal (Gestalt, Bioenergética,
Análisis Transaccional, etc.) hasta el modelo cognitivo, en el que el objetivo es
ayudar al paciente a modificar la forma que tiene de “ver” la realidad, a procesar
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de forma más adecuada la información que recibe de su entorno.
Pues bien, todos estos modelos son diferentes en cuanto los presupuestos teóricos
y en cuanto a las intervenciones que llevan a cabo. Sin embargo, hay algo común
en todos ellos, y es que a quien se diagnostica y a quien se trata es a la persona
individualmente ya que se entiende que la “enfermedad” o el problema está
“dentro” de él.
Es aquí donde se diferencia el modelo sistémico de los restantes, y por eso no
se le podrá poner en la lista de modelos como uno más cuantitativamente
hablando, pues el modelo sistémico parte de una premisa cualitativamente
diferente.
El modelo sistémico parte del principio de que cualquier persona está inserta en
un contexto, al que llamaremos sistema. En este sentido si un individuo manifiesta
una conducta anómala, esa conducta afecta a los que están a su alrededor y, a su
vez, ellos mantienen, provocan o inhiben, también, dicha conducta. Es por eso,
que lo que hay que observar y donde hay que intervenir no es sólo en el individuo,
aislándolo de su contexto, sino en todo el sistema al que pertenece. Enseguida
veremos a qué llamamos sistema, aunque a modo de adelanto diremos que un

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sistema es un conjunto de elementos en interacción dinámica. La gran utilidad


del concepto sistema es que se puede aplicar a infinidad de entidades siempre que
reúnan dicha característica: la interactividad. Y así, una célula es un sistema, una
flor es un sistema, un coche es un sistema, una fábrica es un sistema... y una
familia es un sistema. Precisamente, de entender a la familia como un sistema, es
como apareció la terapia familiar sistémica.
Ya en la década de los cincuenta, algunos terapeutas en Norteamérica empezaron
a entrevistar no sólo al paciente sino también a toda la familia como grupo. Y eso
lo hicieron porque les sorprendía que, cuando trataban al paciente en psicoterapia
individual y éste mejoraba, algún otro miembro de la familia desarrollaba algún
síntoma o bien los padres entraban en graves conflictos, tal como plantearse la
separación matrimonial. Por eso, cuando empezaron a hacer entrevistas con todo
el grupo familiar, se dieron cuenta de que toda la familia estaba organizada
alrededor del síntoma del miembro definido como enfermo. El objetivo, entonces,
fue conseguir que el síntoma remitiera ayudando a cambiar las relaciones, es
decir, la organización disfuncional en la que el síntoma estaba inserto. Ya que esa
organización disfuncional del sistema familiar podía estar manteniendo y, en
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algunos casos, provocando la conducta sintomática. Pero no olvidemos que el
sistema familiar son todos los miembros, incluido el paciente identificado, ya que a
éste, el síntoma, también le puede resultar provechoso en algunos aspectos.
De esta manera, el pensamiento sistémico es precisamente eso, una manera
diferente de “pensar” la realidad, en la que el individuo aislado pierde
preponderancia en aras de hacer incluir en nuestra observación e intervención al
contexto, al sistema, a lo relacional.

La ciencia, durante siglos, ha seguido un método analítico, a través del cual


considera con gran detalle una porción muy reducida de la realidad. Esto permite
la profundización, al precio de perder la visión de conjunto. El enfoque
sistémico, sin embargo, pone en primer plano la visión global del fenómeno a
estudiar, perdiendo, por contrapartida, información de los detalles.

Los autores Martínez y Requena (1988) resumen las diferencias entre estos dos
enfoques mediante las siguientes características:

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ANALÍTICO
 Analiza los detalles.
 Es desintegrador.
 Los especialistas trabajan aislados.
 Conduce a una enseñanza por disciplina.
 Conduce a una acción programada en detalles.

SISTÉMICO
 Considera el todo.
 Es integrador.
 Propicia el desarrollo de trabajo en grupo.
 Conduce a una enseñanza pluridisciplinar.
 Conduce a una acción programada por objetivos.

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TEORÍA GENERAL DE SISTEMAS

Aunque la Teoría General de Sistemas (TGS) apareció en los años veinte, fue el
biólogo Ludwig von Bertalanffy quien, en la década de los sesenta, divulgó dicha
teoría en su obra: “Teoría general de los sistemas” -1968.
Para Bertalanffy (1976) todo organismo constituye un “todo abierto”; es decir, un
sistema que intercambia materia con el medio circundante.
La Teoría General de Sistemas nació de los estudios de los organismos vivos,
siendo, por tanto, su concepción organísmica. Aunque la fuente original de
inspiración fue la biología, sus aplicaciones se han extendido a otros muchos
campos como por ejemplo las ciencias sociales, la economía, etc.
La TGS apareció diez años antes que la cibernética (Wienner) y que la teo-ría de
la información (Shannon), y en este sentido, ambas se pueden considerar una
parte de la TGS.
El objetivo de la teoría general de sistemas es ofrecer un modelo de organización
y unificación de las ciencias, que no puede basarse en la visión mecanicista y
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reduccionista de la física clásica.
En la actualidad, el enfoque de Bertalanffy es seguido por varios autores,
mereciendo mención especial Edgar Morin con el desarrollo del pensamiento
complejo, o Erwin Laszlo, quien a través de la Academia de Viena, institución
dedicada al estudio de sistemas, ha sido el principal continuador de la obra de
Bertalanffy. También, disciplinas muy actuales como la física del caos o los
estudios de sistemas alejados del equilibrio de Ilya Prigogine, entroncan con la
TGS.
La definición más sencilla de sistema es entenderlo como un complejo de
elementos interactuantes (Bertalanffy, 1976). Esta interacción o interrelación
supone el principio de interdependencia, es decir, que cualquier cambio en un
elemento del sistema influye en los demás.
Un sistema consigue su objetivo o finalidad manteniendo su funcionamiento y su
existencia como un todo a través de la interacción de sus elementos.

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Otra definición de sistema, algo más completa, es describir al sistema como


a) Un conjunto de elementos relacionados funcionalmente entre sí,
b) de modo que cada elemento del sistema es función de algún otro elemento,
c) no habiendo ningún elemento aislado.
Por elementos se entiende tanto entidades físicas y reales como, también,
conceptos o enunciados abstractos.

Los sistemas no se encuentran en el vacío, sino que están insertos en un medio,


entorno o ambiente. A este medio se le denomina suprasistema. Por otro lado,
un sistema está compuesto de partes interrelacionadas a las que denominaremos
subsistemas.
Por lo tanto, los niveles de observación sistémica son: el sistema, el suprasistema
y los subsistemas. No obstante, cuando hablamos de sistema no hablamos de algo
“objetivo”, sino de lo que un observador define como sistema al hacer un recorte
particular de la realidad. Sin embargo no se puede hacer cualquier tipo de recorte,
pues es imprescindible que esa entidad observada, para definirla como sistema,
funcione como un “todo organizado”; sin embargo, el recorte puede ser más
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amplio o más estrecho. Esto significa que lo que se ha definido como sistema,
puede ser definido como suprasistema desde otra perspectiva, o subsistema,
desde otra. Así, por ejemplo, a la familia la definimos como sistema, pero pasa a
ser vista como suprasistema cuando estamos trabajando con el “sistema
conyugal” en terapia de pareja; o puede ser vista como un subsistema del
“sistema de la familia extensa”.
Un aspecto importante a tener en cuenta al describir los sistemas, subsistemas y
suprasistemas, es el concepto de frontera o límite. De hecho existen dos tipos
de fronteras:
1. Intersistémica
Entre el sistema y su entorno: separa, por tanto, al sistema de su medio.
2. Intrasistémica
Dentro del sistema: separa a las diferentes partes del sistema haciendo que cada
una cumpla la función que le corresponde en base a la jerarquía del sistema.

Observar la realidad desde una perspectiva sistémica nos lleva a describir dicha
realidad en términos de orden jerárquico.

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Bertalanffy (1976) comenta que el universo puede verse como una tremenda
jerarquía que va desde las partículas elementales (átomos, moléculas) hasta llegar
a las células, los organismos y las organizaciones. De esta manera, el orden
jerárquico nos lleva a la idea de la diferenciación y a la evolución de los sistemas.
La jerarquía se da tanto en la estructura del sistema (orden de las partes) como
en la función (orden de los procesos).

Un sistema es un todo organizado. Esto significa que para entender su


funcionamiento no solamente tenemos que tener en cuenta las partes que lo
componen sino también sus relaciones, ya que: El todo es más que la suma de
las partes.
Un ejemplo permitirá entender con claridad el principio de la totalidad.
Observemos este dibujo:

A la pregunta ¿qué ves?, la mayoría de la gente dirá: siete


maderas.
En concreto: dos listones grandes y largos, y cinco más
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cortos y pequeños.
Efectivamente, esto es lo que hay. Sin embargo, si los colocamos de determinada
manera, lo que se observa es algo diferente, ya no son varias maderas sino una
escalera.

Esto quiere decir que la escalera no son sólo las siete maderas,
sino las siete maderas más la forma en como se han colocado, es
decir, las relaciones entre los elementos: su estructura.
El todo (la escalera) es más que la suma de sus partes (7
maderas). La escalera son “8 cosas”: siete maderas más la
estructura.

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El concepto de totalidad está en la base del holismo, (del griego holos, que
significa “todo”). La concepción holística aplicada al campo sociológico dice que la
sociedad es de una naturaleza propia e irreductible a la del individuo, y esto tiene
como consecuencia que los métodos de las ciencias de la naturaleza no sean
aplicables a las ciencias sociales. Por tanto, al considerar a la familia como un
sistema, esa propiedad de la totalidad significa que para obtener una buena
descripción del funcionamiento de una familia, no la puedo obtener, meramente,
entrevistando a cada miembro por separado. Necesitamos ver al grupo familiar
como un todo en el que la estructura aparece a través de la observación de las
relaciones de sus miembros.
Cuando varios elementos están estructurados constituyendo un todo organizado,
diremos que esa totalidad posee sinergia, y esa totalidad es un sistema, a
diferencia de un conglomerado, que es un montón de elementos sin formar una
estructura y sin tener sinergia. Un conglomerado es, simplemente, la suma de sus
partes sin más. En un sistema, como ya hemos dicho, el todo es más que la suma
de sus partes. Es a esta propiedad a la que llamaremos sinergia (Johansen,
1993). Se entiende por sinergia la acción conjunta de dos o más elementos
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potenciando, de esta manera, el resultado. Por ejemplo, en fisiología, la sinergia
es la acción concertada de varios órganos para realizar una función. En medicina,
se entiende por sinergia la acción combinada y simultánea de dos o más fármacos
que resulta más poderosa que cuando se administran por separado.
Podemos decir que un sistema posee sinergia cuando el examen de una de sus
partes en forma aislada no puede explicar o predecir la conducta de todo el
sistema. La sinergética es la disciplina que estudia los procesos de cooperación
entre las diferentes partes de un sistema que conducen a la aparición de
estructuras autoorganizadas. Para comprender, por tanto, un objeto con sinergia
debemos estudiar todas sus partes más sus relaciones.
A las familias las podemos describir como conjuntos poseedores de sinergia. Por
eso, el efecto de una sesión terapéutica en la que participa toda la familia es
mucho más intenso que el conseguido en una sesión de terapia individual.
Mientras más miembros de la familia hagamos participar en las sesiones más se
multiplicarán los efectos dirigidos al cambio, precisamente por esa propiedad de
sinergia que tiene el sistema familiar.

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LA ESTRUCTURA FAMILIAR

Podemos definir el término estructura como aquella entidad, tangible o intangible,


en la que sus elementos se encuentran ordenados según un principio o ley. Por
otro lado, el término proceso se refiere a la sucesión temporal de los
acontecimientos. Pues bien, cuando observamos una familia, la podemos describir
tanto por su estructura como por su proceso. Por estructura familiar
entendemos las pautas de interacción entre sus miembros que organizan las
relaciones entre ellos. Sin embargo, el proceso familiar se refiere a secuencias
interactivas en la dimensión temporal. La estructura familiar va cambiando a
través del tiempo y, mediante esos cambios, mantiene constante su organización
(identidad) y va evolucionando en su desarrollo como sistema (ciclo vital).
Pero, ¿cómo se podría definir a la familia? C. Sluzki la define como:
“Un conjunto de miembros en interacción, los cuales están organizados de manera estable
y estrecha, en función de necesidades básicas y que tienen una historia y un código
propios que le otorgan singularidad. La familia es un sistema cuya cualidad emergente
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excede la suma de las individualidades que lo constituyen”.

La familia cumple dos funciones diferentes (Minuchin, 1982):


1) Una función es la protección biológica, psicológica y social de sus
componentes. Esta función la realiza a través de desarrollar un sentimiento
de identidad en cada miembro, sintiéndose éste, perteneciente al grupo
familiar, pero facilitando, también la individuación autónoma.
2) La otra función es ser transmisora de la cultura y valores de la sociedad a
la que pertenece. Esta función es la que ha recibido ataques de los
movimientos contraculturales.

De estas dos funciones, la primera (la protección bio-psico-social) es la que


observaremos, en nuestra práctica profesional, que está más fácilmente alterada.
Bien porque hay familias que favorecen excesivamente la identidad de su
miembros, a través de una intensa fusión emocional, y no facilitando, por tanto, la
diferenciación autónoma en su miembros, o bien, en el caso opuesto, porque
expulsan física y/o emocionalmente a sus miembros, y de una manera

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precipitada, sin haber conseguido una adecuada identidad personal. En ambos


casos el hijo adulto dependerá excesivamente de su familia, bien porque no habrá
conseguido independizarse, bien, porque al marchar precipitadamente, desea el
vínculo que no tuvo.

Las familias operan a través de pautas transaccionales (Minuchin, 1982); éstas


son modalidades de intercambios interaccionales que se mantienen en el tiempo;
en estos intercambios los miembros se influyen mutuamente de forma circular. Así
pues, una pauta transaccional es una interacción familiar que forma parte de la
estructura de la familia.
Así, por ejemplo, si siempre que unos padres discrepan en la forma de educar al
hijo, la suegra apoya a su hijo en contra de la mujer de éste, y entonces, la mujer
reacciona distanciándose de su marido, estaríamos delante de una pauta
transaccional que involucra a tres personas: al marido, a la mujer y a la madre del
marido. Sin embargo, una interacción que se diera de manera esporádica y no
volviera a producirse, no sería una pauta transaccional.
La estructura de la familia la podemos representar a través de un diagrama que
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Minuchin (1982) ha llamado mapa familiar. Sabemos que un mapa no es el
territorio y esto es su gran ventaja pero también su inconveniente. Ventaja
porque un mapa permite simplificar la gran complejidad de la realidad que
pretende representar (territorio). Inconveniente, porque en el mapa no queda
reflejada la gran riqueza de detalles del territorio. Así, pues, el mapa familiar
permite organizar el material que el profesional obtiene de la familia, tales como
alianzas, coaliciones, triangulaciones, fronteras, distanciamientos, etc. Es como
hacer una “foto” de la familia. Sin embargo, el proceso de vida familiar se
entiende mejor como una compleja “película”; aunque desde una perspectiva de
intervención terapéutica, a momentos, interesará fijarse en los detalles que
proporciona una foto fija.

En un sistema cada elemento cumple una función. Esto significa que si


conceptualizamos a la familia en términos de sistema, cada miembro de la familia
cumple una función. En este sentido podemos pensar que el síntoma del
paciente, aunque es molesto y preocupante para todos, no es sólo la
manifestación de una problemática personal sino que, también, cumple una

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función, que en muchos casos podemos rotularla de útil y beneficiosa para la


familia (Haley, 1980). Pero, ¿cómo puede ser beneficioso para la familia? La idea
es pensar que mientras toda la familia se centra en la problemática del paciente,
aparcan otras cuestiones que podrían ser más angustiantes ya que el afrontarlas
les llevaría a cuestionarse cambios que, tal vez, la familia no está en condiciones
de llevar a cabo.
Por ejemplo, si un matrimonio tiene serios problemas en su relación de pareja, de
tal modo que ni los saben resolver ni tampoco quieren separarse, la conducta
problemática del hijo les puede servir como una forma de centrarse en él y no
tener que preocuparse por su relación de pareja.
Pensemos en el caso de una mujer, que después de dedicarse 15 años a los hijos,
al marido y al hogar decide ponerse a trabajar. El marido, aunque le diga que no le
molesta que trabaje fuera de casa, tal vez, no desea perder la comodidad que
representaba para él tener a su mujer en el hogar. Por otro lado, también a la
mujer le puede resultar temerosa la situación de volver al mundo laboral, que hace
años dejó. Si por la época en la que ella ha decidido volver a trabajar, su propia
madre desarrolla un síntoma y la consecuencia es que la hija se dedica a cuidarla,
quedando pospuesta la decisión de trabajar, diremos que el síntoma de la madre no
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sólo es un problema personal de ella sino que les es útil a todos. Por eso, el
síntoma puede cumplir una función protectora a otros miembros de la familia. En
nuestro caso la hipótesis a plantear sería que el síntoma de la madre protege a la
hija del miedo a tener que afrontar una nueva situación laboral, y a la pareja del
conflicto relacional que podría conllevar el cambio de papel en la esposa. También a
la propia madre le sirve el síntoma ya que tiene cerca de sí a su hija, pues el último
hijo que todavía quedaba en el hogar, recientemente se ha casado y se ha
marchado.
Haley (1980) comenta que cuando la conducta de una persona no la
comprendemos, tendemos a dar solamente dos tipos de interpretación: locura o
maldad. Es decir, esta persona se comporta así porque tiene un problema
psicológico (locura), o porque tiene mala idea y me quiere fastidiar (maldad). Pues
bien, la hipótesis de la función protectora del síntoma vendría a decir que una
conducta sintomática en un miembro de una familia, puede verse como si con el
síntoma el paciente protegiera (sin ser consciente de ello) beneficiosamente a otro
u otros miembros de la familia. No es un loco o un malvado, sino un benefactor
que se sacrifica para evitar que otro (u otros) tengan que enfrentarse a sus
problemas.

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Volviendo el tema de la estructura familiar, diremos que dicha estructura es el


total de relaciones que se dan en una familia concreta. Ese tipo de relaciones
define su estructura.
Un primer concepto de la estructura familiar es el concepto de alianza. Si dos
miembros de una familia se dan apoyo mutuo, comparten intereses y están
unidos, diremos que establecen una alianza entre ellos.
Ahora bien, si esta alianza la utilizan para atacar a una tercera persona, entonces
esta alianza se convierte en una coalición. En la coalición encontramos que dos
miembros se unen para ir en contra de un tercero.
El problema grave de las coaliciones tiene que ver con el hecho de que, a veces,
algunos padres establecen entre ellos una firme unión con respecto al
comportamiento sintomático del hijo, desviando, de esta manera, el problema de
su relación matrimonial. Centrándose excesivamente en el hijo como problema
aparcan el conflicto de su relación. Esto nos llevará al concepto de triángulo que
luego veremos.

Ya hemos comentado que el concepto clave en la Teoría General de Sistemas es el


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sistema. Ahora bien, si hemos definido al sistema como un conjunto de
elementos en interacción dinámica, es posible establecer, dentro del sistema,
diferentes subsistemas, que son partes del sistema. Por ejemplo, las personas
que constituyen la clase de 1º de ESO de determinado colegio forman un sistema.
Pero ese sistema está determinado por diferentes subsistemas según el criterio
elegido. Un criterio básico es la función que cumple cada miembro. Según este
criterio habría dos subsistemas: el subsistema alumnado (compuesto por todos los
alumnos de esa clase), y el subsistema profesorado (compuesto por el profesor
que da la clase).
En una familia los subsistemas pueden ser formados por generación, sexo, interés
o función (Minuchin, 1982). Siguiendo este último criterio (función) podemos
diferenciar cuatro subsistemas básicos: Conyugal, Parental, Filial y Fraterno.
En primer lugar tendríamos al subsistema conyugal que está formado por los dos
miembros de la pareja. Ahora bien, en el momento de tener el primer hijo se
configura el subsistema parental, el hijo como subsistema filial y los padres de los
padres como el subsistema de abuelos. Pero, en el momento en que tienen más
hijos, aparece el subsistema fraterno, definido por la relación entre los hermanos.

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Subsistema conyugal:
Este subsistema se configura cuando dos adultos se unen con el deseo explícito de
constituir una relación de pareja estable. Es saludable que la pareja comparta intereses y
objetivos, siendo la confianza y el apoyo mutuo una base importante. Cada miembro de la
pareja cede algo de individualidad a expensas del sentimiento de pertenencia.

Subsistema parental:
Este subsistema se constituye en el momento en que la pareja tiene el primer hijo. Es
función de este subsistema el “nutrir” afectivamente a los hijos, educarles, darles soporte
emocional y favorecer la socialización. Así mismo, los padres deben aprender a poner
límites adecuados a los hijos estableciendo una diferenciada jerarquía en la que los hijos
se sienten seguros y protegidos porque los padres saben hacer un uso adecuado de la
autoridad.

Subsistema filial:
Este subsistema está compuesto por los hijos. El rol que cada hijo desempeña y las
expectativas que los padres ponen en cada hijo tiene mucho que ver con la posición que
cada hijo ocupa. Así, por ejemplo, al hijo pequeño se le presiona mucho menos en temas
de responsabilidad que al hijo mayor. 14

Subsistema fraterno:
Este subsistema está compuesto por los hermanos. Aquí, los niños aprenden a
relacionarse de “igual a igual”, en un tipo de relación simétrica, en la que puede darse la
colaboración, la solidaridad, la competencia, o la rivalidad. Por eso la relación entre
hermanos puede ser de lo más variada según cada familia. Hay relaciones fraternas de
intensa unión y otras de marcada indiferencia.

Por último, otro subsistema a tener en cuenta es el Subsistema abuelos.


La figura de los abuelos se conecta con los mitos de la familia y con reglas
intergeneracionales. En décadas anteriores, los abuelos recibían el respeto, el cariño y la
admiración de sus hijos y nietos. En la familia actual, de tipo nuclear, los abuelos pasan a
formar parte del núcleo familiar en los estadios más avanzados cuando, tal vez, no pueden
valerse por sí mismos y se les ve más como una carga. A causa de la orientación
tecnocrática que está tomando nuestra sociedad, las relaciones interpersonales son cada
vez más frías. Por eso, la figura del abuelo es uno de los elementos importantes a
revitalizar en las familias.

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Para que un subsistema sea funcional es importante que cada miembro cumpla
con la función propia del subsistema al que pertenece.
En una empresa, por ejemplo, se espera que el Director-Gerente dirija la
empresa, no que se dedique a descargar la mercancía que llega. Le pagan para
que la empresa dé rentabilidad. Sin embargo, al mozo del almacén, nadie le
pedirá responsabilidades si la empresa, al terminar el ejercicio, no arroja los
beneficios esperados por los socios. En este sentido la empresa será funcional si el
subsistema de dirección dirige y el subsistema de los empleados del almacén hace
lo que se les pide. De esta manera, los límites entre los subsistemas los podemos
definir como límites claros.

Minuchin (1982) entiende que, en una familia, los límites entre los subsistemas
son esas fronteras invisibles que definen la pertenencia de un miembro al
subsistema correspondiente. Están constituidos por las reglas que definen
quiénes participan, y de qué manera en cada subsistema. La función de los límites
reside en proteger la diferenciación del sistema. Si los límites son claros el
subsistema desempeña bien su función.
15
La claridad de los límites en el interior de una familia constituye una forma útil
para evaluar su funcionamiento.
Esta claridad de límites permite que los miembros desarrollen sus funciones sin
interferencias; sin embargo, también deben permitir el suficiente contacto entre
los miembros de diferentes subsistemas. Por ejemplo, tan disfuncional es que el
subsistema de abuelos y el de nietos estén excesivamente sobreinvolucrados a
causa de negligencias del subsistema parental, como que abuelos y nietos no
tengan contacto porque los padres no lo permiten.

Minuchin (1982) sitúa a las familias en algún punto de un continuo en cuyos


extremos están aquellas que tienen límites muy difusos y en el otro extremo
aquellas con límites muy cerrados o rígidos.

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Gráficamente, los tres tipos de límites, se representan de la siguiente manera:

Padre Madre

Hijos

Familia en la que los cónyuges tienen


un límite rígido entre ellos y
un límite difuso con los hijos.

Tomemos como ejemplo el subsistema conyugal formado por los esposos. Si el


límite es claro entre este subsistema y los demás, esto hará que las cuestiones
propias de la intimidad matrimonial no lleguen a los hijos. Tampoco, involucrarán
16
a los hijos en sus conflictos de pareja. Sin embargo, en algunas familias los límites
son muy difusos y todo se confunde. Todos participan de todo y todo se
entremezcla. Estas familias son familias que tienden a ser una piña y no permiten
en sus miembros la diferenciación. El lema sería: “La familia unida jamás será
vencida”. Se potencia la unidad familiar a expensas de la autonomía personal.
Minuchin (1982) las denomina familias aglutinadas o enredadas. La conducta
de un miembro de la familia afecta de inmediato a los otros, respondiendo con
excesiva rapidez e intensidad. Estas familias son muy dadas a estar pendientes,
percibir e interpretar en sobremanera, las señales no verbales de sus miembros:
el tono de voz, la expresión del rostro, etc.
Existe otro tipo de familia que tiende a tener los límites entre ellos muy rígidos o
cerrados. Estas familias favorecen mucho la individualidad de sus miembros y la
autonomía personal. El lema sería: “Cada uno debe sacarse las castañas del
fuego”. Minuchin (1982) las denomina familias desligadas o desunidas. Sin
embargo, el precio que paga un individuo por pertenecer a una familia muy
desligada es que ante una situación problemática puede sentirse solo pues no
encuentra el apoyo necesitado. Él mismo recurrirá antes a sus amigos que a su

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familia. Esto es impensable en una familia muy aglutinada, ya que si un miembro


tiene un problema toda la familia se moviliza para ayudarle. Los sentimientos de
lealtad y pertenencia no son excesivamente intensos y no suelen pedirse ayuda
mutua cuando la necesitan. Estas familias toleran bien las variaciones individuales
entre sus miembros. Así, pues, la familia desligada tiende a no responder cuando
es necesario hacerlo.
Por tanto, mientras más en los extremos (muy difusos o muy cerrados) se
encuentre una familia, más disfuncional será ésta. El terapeuta, según Minuchin
(1982), se convertiría en un delineador de límites que cierra los límites
demasiado difusos, y abre los límites demasiado rígidos.

Don Jackson definió a la familia como un sistema gobernado por reglas (Ríos,
1984). Las reglas son acuerdos relacionales que establecen dos o más personas y
que prescriben las formas de comportarse: quién hace qué, en qué momento y de
qué manera. Las reglas organizan, por tanto los comportamientos (Simon y cols.
1988).
Cuando los miembros de una pareja inician la relación no tienen reglas
17
establecidas entre ellos. Cada uno intentará aplicar a la relación de pareja las
reglas provenientes de su familia de origen. Esto hará que se produzcan
situaciones de desencaje ya que las reglas que cada miembro de la pareja tiene
interiorizadas serán diferentes. Uno de los objetivos funcionales de la pareja será
ir construyendo sus propias reglas, con cierta independencia de las de la propia
familia de origen.
La mejor manera de darse cuenta de la existencia de las reglas es cuando un
miembro las transgrede, ya que existe en la familia una presión hacia el
cumplimiento de tales reglas y se premia a los miembros si las siguen y se castiga
si las infringen.
Sin embargo, no hay que olvidar que el concepto de regla es una
conceptualización del observador al percibir ciertas redundancias en los
comportamientos de los miembros de la familia, y a esas redundancias las define
como reglas.
No obstante no todas las reglas son de la misma categoría. Siguiendo a J.A. Ríos
(1984) una buena clasificación es establecer tres grupos: las explícitas, las
implícitas y las secretas.

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Reglas explícitas:
Son aquellas que se verbalizan con claridad en el momento de su constitución. La
mayoría de reglas que tienen que ver con el reparto de tareas domésticas, con
normas de convivencia y de educación pertenecen a este grupo.
Por ejemplo:
 Más tarde de las doce de la noche no se puede estar levantado.
 Uno no se puede ir a divertir mientras no se han acabado los deberes.
 Si llegas tarde llama por teléfono.

Reglas implícitas:
Son aquellas que no se han verbalizado explícitamente en el momento de su
constitución pero sin embargo, cada miembro de la familia es capaz de aceptar
que existen si un observador las señalizara. Muchas de estas reglas tienen que ver
con acuerdos que se dan “por supuesto” que deben ser así, y se justifican a causa
de valores económicos del tipo ahorro de tiempo, energía, etc., o bien a
cuestiones de habilidades personales.
Por ejemplo:
18
 El marido es el encargado de arreglar los desperfectos de la casa, porque él es
más “habilidoso”.
 La madre va siempre a las reuniones de padres o a hablar con los profesores
del hijo porque “dispone de más tiempo”.
 El sitio que cada cual ocupa en la mesa a la hora de comer.
 Quién se pone al volante cuando los dos miembros de la pareja cogen el coche
conjuntamente y ambos saben conducir.
 Quién controla el mando a distancia del televisor.
Cabe decir, que una regla puede ser explícita en una familia pero implícita en otra.
Por ejemplo, en una familia "ayudar la hija a su madre a retirar la mesa" es una
regla explícita porque la madre lo ha verbalizado claramente. En cambio, en otra
familia la hija hace lo mismo, pero nadie nunca se lo ha pedido verbalmente, sale
“de ella misma”.

Reglas secretas:
Estas reglas son más difíciles de percibir porque no son conscientes para los
miembros de la familia. Si un observador hiciera a la familia un señalamiento de

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alguna de estas reglas secretas, tal vez, la familia no lo acepta-ría ya que muchas
veces las reglas secretas lo que están manteniendo es la homeostasis familiar y
en este sentido son maniobras en las que algunos miembros pueden sentirse
atrapados.
Las reglas secretas tienen que ver muchas veces con pautas que se transmiten de
generación en generación y, por eso, por ejemplo, una madre repite con su hija lo
que ella aceptó como válido de su propia madre, sin cuestionarlo, ya que si lo
hubiera hecho se podría haber generado un conflicto familiar.
Por ejemplo:
 En esta familia no se permite expresar los sentimientos abiertamente.
 En esta familia no se permite que las mujeres tengan más éxito que los
varones.
En ocasiones, hay parejas que se pelean constantemente, de forma que la regla
secreta podría formularse del siguiente modo:
 Mientras peleamos seguimos unidos.
Como veremos más adelante, sobre las bases de las reglas secretas, las familias
construyen sus mitos.
19

Unos de los conceptos clave al observar la estructura familiar es el concepto de


triángulo. El triángulo representa el cimiento o la “molécula” de un sistema
emocional. Es la base de la estructura de la familia (Bowen, 1991).
En cualquier díada, es decir, dos personas, podemos observar otra figura de
referencia que hace de “tercero” en la relación, aunque pertenezca a otro espacio,
a otro tiempo o a otro nivel generacional.
Si una díada se encuentra en tensión emocional, una forma de desviar esa tensión
es involucrar a un tercero en la díada; ese tercero se encuentra “triangulado” y
la tensión queda desplazada. La díada pueden ser, por ejemplo, los padres y, el
tercero, un hijo. Por eso, hablamos de triangulación cuando unos padres en
conflicto abierto o encubierto, intentan ganar el afecto o apoyo del hijo, en contra
del otro cónyuge. Un hijo triangulado, por tanto, puede representar varias cosas
para sus padres. Tal vez simboliza el campo de batalla donde sus padres dirimen
sus diferencias. O puede representar el trofeo que ellos necesitan, gracias a que
logra el éxito que ellos no tuvieron. Pero, también, el hijo triangulado puede jugar
el papel de mediador en las discusiones que sus padres mantienen con frecuencia.

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Si en la relación conflictiva entre dos personas, una de ellas se siente perdedora,


ésta puede compensar su frustración estableciendo un lazo abierto o
encubierto con un tercero y restaurando, así, el equilibrio de la relación diádica
(Simon y cols. 1988).
El hijo triangulado se encuentra en un intenso conflicto de lealtades, ya que el
“estar bien” con un progenitor conlleva el situarse en “contra” del otro, y viceversa
(Umbarger, 1987). El hijo recibe mensajes del tipo: “mira lo que me ha hecho tu
madre” y “mira lo que me ha hecho tu padre”.

Si el hijo es mayor puede tener capacidad de no quedar involucrado en la lucha de


sus padres, transmitiendo un mensaje claro del tipo: “éstos son vuestros
problemas y a mí no me metáis en medio”. Pero si el hijo es más pequeño, puede,
entonces, sentirse dividido internamente, entre su padre y su madre. Una
desafortunada solución es que el hijo desarrolle una conducta sintomática grave,
la cual se vería como una forma de liberarse de la trampa de tener que tomar
partido por un progenitor.
Según Haley (1985) un niño se encuentra en una difícil situación cuando está en
el nexo de dos triángulos familiares que, a su vez, entran en conflicto. Así, 20
por ejemplo, si su madre y su abuela materna están en conflicto con su padre y
con la madre de su padre, tendrá que comportarse cuidadosamente, porque si
complace a un grupo desagradará al otro. Una “solución” que le queda al niño
es mostrar un comportamiento conflictivo para, de esta manera, eludir la elección
de un bando.
A semejanza del taburete, que por tener tres patas es mucho más estable que si
estuviera construido con dos, también, el triángulo es más estable que la díada.
Por eso el triángulo soporta mejor la ansiedad de las personas que lo componen y
puede permanecer de manera continuada en la dinámica familiar. Ahora bien,
cuando en un triángulo el nivel de ansiedad se hace insoportable, los miembros de
dicho triángulo tienden a involucrar a una cuarta persona, consiguiendo, de esta
manera, que el triángulo se expanda.

Un primer triángulo que vamos a considera es el denominado Tríada Desviadora


Atacadora. Umbarger (1987), describe esta tríada como aquella en la que la
conducta del niño es problemática y los padres están de acuerdo en que el hijo

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es un chico problema. Ambos padres se unen para controlar al hijo pero en el


fondo no están de acuerdo en la forma en cómo el otro actúa. Por ejemplo, un
progenitor piensa que el otro es demasiado exigente y éste cree que el otro es
demasiado tolerante. Este desacuerdo como padres, está informando de un
desacuerdo más profundo en la relación de pareja que no emerge. El hijo, en esta
tríada, asume el papel de chivo expiatorio. La metáfora del “chivo expiatorio” se
refiere al fenómeno por el cual unos padres se centran o exageran el problema en
el hijo como una forma de desviar el conflicto que existe entre ellos. Según
Umbarger esta categoría incluye la mayor parte de desórdenes conductuales en
niños y adolescentes.

Un segundo triángulo es la Tríada Desviadora Asistidora. Umbarger (1987),


describe esta tríada como aquella en la que los padres toman como centro a un
hijo que padece alguna enfermedad, enmascarando sus dificultades entre ellos. La
enfermedad del hijo facilita que los padres ayuden y protejan al hijo con
problemas. Los padres muestran, por tanto, preocupación y sobreprotección hacia
el hijo y esto los une mucho. Los tipos de síntomas del hijo enfermo pueden ser
21
variados pero siempre serán dificultades que no provoquen rechazo sino interés
benévolo para ayudar al hijo como, por ejemplo, una discapacidad o un trastorno
psicosomático, como el asma.

Un tercer triángulo es el denominado Triángulo perverso. Haley (1985),


describe esta tríada como aquella en la que dos miembros de la familia con
diferentes niveles jerárquicos, por ejemplo, padre-hijo, o abuelo-nieto, se unen
para atacar a un tercer miembro del sistema familiar, estableciendo, por tanto,
una coalición. Aparece, por tanto, una coalición intergeneracional, de forma
que se produce una trasgresión de las fronteras generacionales.
Las características del triángulo perverso son:
1) Las personas que forman el triángulo son dos miembros de la misma generación y una
tercera de distinta generación.
2) Se produce una coalición de los dos miembros que se encuentran en distintos niveles
jerárquicos, contra el tercero.
3) La coalición se mantiene oculta. Es decir, el comportamiento que indica que existe
semejante coalición no se puede verbalizar explícitamente.

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Este tipo de triángulo puede darse en otros sistemas que no son los familiares.
Así, por ejemplo, una institución puede presentar tensiones si un directivo se une,
secretamente como “igual”, con un subordinado contra otro subordinado.
Cuando en una familia aparece un triangulo perverso, el progenitor excluido
pierde autoridad, y, por otro lado, el progenitor que se coaliga con el hijo, queda a
expensan de éste para recibir su apoyo, dependiendo, de alguna manera, de él.
Según Haley, un supuesto que el profesional debe tener en cuenta es que si
aparece una coalición de un padre con su hijo, también se da una coalición del
padre con el abuelo. Aparecería, entonces, una constante en la red de las
relaciones familiares donde los patrones en cualquier parte de la familia son
formalmente los mismos que aparecen en otra parte del sistema (isomorfismo).
Cuando este tipo de triángulo se da de forma repetitiva el sistema se volverá
patológico.
Hemos dicho que en el “triángulo perverso”, la coalición que aparece es secreta.
Pero puede darse que aparezca una coalición no secreta, y, entonces, nos
encontraríamos ante una tríada denominada coalición progenitor-hijo. En este
tipo de triángulo un progenitor se pone claramente de lado del niño contra el otro.
22
Y, aunque el paciente identificado sea por ejemplo, el hijo, observaremos que el
cónyuge excluido tiene serios problemas.

Un cuarto triángulo es la tríada que comprende al hijo sintomático, a un


hermano y a un progenitor. Este triángulo puede presentarse en cualquier
familia que por lo menos tenga dos hijos.
Por ejemplo, en una pareja separada, en la que los dos hijos se han quedado en el
hogar con la madre, tal vez uno se identifique con el padre ausente y, de esta
forma, entra en conflicto con su madre y su hermano (Guerin y Gordon, 1988).
En ocasiones se puede observar que si en una familia hay un hijo definido como
sintomático, aparece otro hermano que desempeña un rol de prestigio para la
familia y que suele ser el confidente de uno de los progenitores. Se daría la típica
configuración complementaria de rol y contra-rol: al rol del hermano problemático
el contra-rol del hermano prestigioso.
Éste último asume una excesiva responsabilidad siendo, a su vez, alimentada por
los padres. Los sentimientos de este hermano pueden ser ambivalentes, ya que
mientras por un lado sabe que debe seguir siendo el apoyo de sus padres y el

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receptor de las quejas que tienen sobre su hermano enfermo, por otro lado, suele
experimentar una sobrecarga con el papel impuesto, dificultándole el proceso de
individuación. Por eso, en la medida en que los padres se muestran sin recursos
para manejar la problemática del paciente identificado, este hermano seguirá
ejerciendo su rol parental con respecto al PI. Paralelamente, se puede observar en
estas familias que otro hermano se distancia del la problemática del PI. Suele
tener una actitud crítica con respecto a sus padres y a la forma consentidora que
tienen éstos de tratar al hermano enfermo.
Implícitamente, hay una cierta culpabilización hacia los padres por la problemática
de su hermano: los considera causantes o, al menos, mantenedores de la
conducta anómala de su hermano PI. En las sesiones de terapia se observa que el
hermano vinculado al PI se muestra cooperador (en ocasiones él ha sido el
derivante involucrado). Por el contrario, el hermano distanciado se mostrará poco
colaborador con la terapia.

Por último mencionaremos al triángulo de tres generaciones que comprende el


hijo sintomático, un progenitor y un abuelo/a.
23
Este triángulo es frecuente en las familias monoparentales. Un ejemplo podría ser
una madre soltera que es ayudada por su propia madre (la abuela) a cuidar del
niño. Es frecuente que la abuela establezca un vínculo de fusión con su nieto, y
que la madre desarrolle sentimientos ambivalentes hacia su propia madre, bien de
agradecimiento y deuda, bien de rabia por sentirse descalificada como madre. El
hijo, entonces, adquiere mucho poder y la relación madre-hijo se vuelve
conflictiva.
Por lo tanto, es frecuente en este tipo de triángulo que un abuelo/a establece una
relación especial con un nieto (habitualmente con el primero).

Los autores representativos de este enfoque estructural en el trabajo con familias


son:
 Salvador Minuchin
 Charles Fishman
 Braulio Montalvo

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El modelo estructural, como su nombre indica, se basa en observar y transformar


la “estructura de la familia”. Por eso, para Minuchin, que fue el creador de este
enfoque, el objetivo terapéutico es desafiar el equilibrio disfuncional que presenta
la familia cuando acude al terapeuta, para ayudarles a que puedan re-
equilibrase de una manera más saludable.
El enfoque estructural pone mucho énfasis en que el terapeuta debe unirse a la
familia, para que a través de la coparticipación, pueda establecer una alianza
terapéutica y, de esta manera, realizar el diagnóstico familiar. Por eso,
diagnóstico y tratamiento se entrecruzan a lo largo de todo el proceso
terapéutico y no se ven como dos etapa separadas.
También se considera de suma importancia apoyar los lados fuertes de la familia
y no centrarse sólo en lo patológico.

CONCEPTOS Y OBJETIVOS DEL ENFOQUE ESTRUCTURAL:


 Estructura y Jerarquía
 Límites entre subsistemas
 Holón (entidades que constituyen un todo y una parte a la vez)
24
 Desafiar tanto los síntomas del P.I. como la estructura familiar
 Modificar la percepción de la realidad que tiene la familia

TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN:
 Establecimiento de límites
 Escenificación de una pauta disfuncional
 Intensificación
 Modificación de constructos cognitivos
 Potenciación de lados fuertes de la familia

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LO COMUNICACIONAL Y LO INTERACCIONAL

El concepto de causalidad es algo que está claramente interiorizado en cualquier


persona. Cuando observamos un efecto, intentamos buscar la causa. Si estamos
en una habitación y se va la luz (efecto) nos preguntamos si es que alguien ha
cerrado el interruptor o, tal vez, se ha producido un corte del fluido eléctrico
(causa). Y así, con una infinidad de fenómenos, desde los más cotidianos a los
más extraordinarios. A esta forma de entender la relación entre dos hechos se
denomina causalidad lineal, ya que parece que la relación va en línea recta,
pues un hecho A provoca (causa) la conducta de otro hecho B (efecto).

A B

Sin embargo, una observación más detallada de la realidad, nos hace ver que en
múltiples fenómenos el hecho provocado influye, a su vez en lo que lo provocó, y 25
éste vuelve a influir en el segundo, etc., con lo que se observa una especie de
círculo sin principio ni fin. Pongamos un ejemplo. Una persona al sentarse en el
autobús da un pisotón al pasajero que está sentado a su lado. Éste, de mala
manera, le dice que podría tener más cuidado. El otro le responde que podría
haberse retirado un poco para dejarle pasar. Al cabo de pocos minutos
observamos dos persona en el fragor de una discusión sin fin. Es absurdo
preguntarnos cuál es la causa y qué el efecto. Ambas personas están atrapadas en
un fenómeno circular en el que la conducta de una influye y provoca la otra y
viceversa. A este tipo de causalidad la llamaremos circularidad o pautas
circulares.

A B

De hecho, en casi todas las situaciones de interacción humana, la causalidad


circular está presente. La causalidad circular explica mejor lo que ocurre entre

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las personas que la causalidad lineal, pues libera al observador de ver a uno como
culpable y al otro como víctima. Ambos son causa y efecto a la vez. El profesional
sistémico aplica la circularidad para entender que todos los miembros del sistema
familiar pueden estar provocando y/o manteniendo los problemas y disfunciones
familiares. Pasar de la visión lineal a la visión circular de los hechos no es tarea
fácil ya que supone un cambio de epistemología, es decir, un cambio en la forma
de conocimiento a la que nuestra cultura occidental no está acostumbrada.

Cuando dos personas se comunican intercambian mensajes, pero cada uno


establece su propia puntuación o pautación de quién es el que ha iniciado algo y
quién simplemente ha reaccionado.
Tal como nos han mostrado Watzlawick y cols. (1981) el problema aparece
cuando los integrantes de la comunicación no están de acuerdo en cuál es el inicio
de la secuencia y cuál el final, produciéndose lo que estos autores han llamado
discrepancia en la puntuación de hechos.
Por ejemplo, imaginemos que en una entrevista individual con una mujer, ésta
nos dice que ella grita a su marido porque él no presta atención a las cosas. Ella
26
reconoce que grita, pero lo que tiene claro es que sus gritos se deben, o son la
consecuencia, de lo que ella considera la causa, es decir, que su marido no presta
atención a las cosas. La puntuación que ella establece es la siguiente: “La falta de
atención de mi marido provoca mis gritos”.

Ahora bien, si posteriormente tenemos una entrevista con el marido, tal vez nos
diga que efectivamente, él tiene problemas de atención, pero eso se debe a que
los gritos de su mujer provocan que se bloquee y desconecte, con lo cual se le
olvidan las cosas. La puntuación que establece es totalmente la contraria: “Los
gritos de mi mujer provocan mi falta de atención”.

Estas discrepancias en la forma de puntuar los hechos provocan situaciones de


tensión y bloqueo, ya que cada uno se siente impotente para que algo cambie
porque cada uno tiene claro que “es el otro” el que está creando, provocando o
manteniendo tal situación. Y mientras el otro no haga algo diferente, ambos se
sentirán víctimas del conflicto.

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Para salir de este bloqueo se requiere la capacidad de metacomunicación entre


las dos personas (Watzlawick y cols. 1981); es decir, que cada uno pueda
expresar al otro, abandonando el rol de víctima, que se da cuenta que su propia
conducta es la que provoca que el otro se comporte de tal manera. En el caso
anterior, si el marido le dijera convencido: “Entiendo que me grites porque mis
faltas de atención te deben exasperar”, pero a continuación la mujer le dijera
convencida: “Comprendo que tengas fallos de atención porque mis gritos te deben
paralizar”, seguro que entre ambos se disiparía la sensación de incomunicación.
Pero tienen que ser los dos los que se metacomuniquen de tal modo.
Pongamos otros ejemplos de discrepancias en la puntuación:

 Hija: Vengo tarde porque siempre estás enfadada.


 Madre: Estoy siempre enfadada porque vienes tarde.

 Marido: Soy poco afectuoso porque me criticas.


 Mujer: Te critico porque eres poco afectuoso.

27
 Padre: Te pregunto donde vas porque nunca me informas de lo que haces.
 Hijo: No te digo donde voy porque siempre me estás preguntando.

Otro fenómeno propio de la discrepancia de hechos es lo que Watzlawick y cols.


(1981) llaman profecía autocumplidora. La persona parte de una premisa
mental que considera cierta, como por ejemplo: “La gente no me toma en serio”.
Esta persona, cuando entra en interacción con otras actuará de tal manera que
sus conductas provocarán que los otros no le tomen en serio, con lo cual se ha
cumplido su profecía de que la gente no le toma en serio.
La discrepancia en la puntuación se encuentra en que el sujeto piensa: “Hago
tonterías porque la gente no me toma en serio”; sin embargo, las otras personas,
piensan: “No le tomamos en serio porque hace tonterías”.
Otro ejemplo de profecía autocumplidora se observa en los fenómenos sociales de
masas, como por ejemplo, cuando aparece el rumor de que debido a una huelga
de transportes “no habrá alimentos”. La gente, entonces, por temor, empieza a
comprar de forma exagerada, por lo que se produce el desabastecimiento, de

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forma que se cumple aquello que se profetizó. Sin embargo, realmente, lo que ha
ocurrido es que la gente ha provocado aquello que temía.

Al observar estos conflictos que se dan en la comunicación y en las relaciones


interpersonales nos preguntaremos por la forma de provocar cambios. Es aquí
donde Watzlawick y cols. (1980) distinguen dos tipos de cambio: cambio de
primer orden o Cambio1, y cambio de segundo orden o Cambio2.
En los dos casos algo cambia, pero en el primer tipo, el cambio es cuantitativo.
Sin embargo, el Cambio2, es un cambio cualitativo.
Un ejemplo de Cambio1 es la forma en cómo un globo se hincha al introducirle aire
ya que se incrementa su volumen cuantitativamente. Ahora bien, si se sigue
introduciendo aire llega a un punto que explota: se ha producido un cambio
cualitativo, es decir, un cambio de segundo orden (Cambio2).
Veamos otro ejemplo: un avión, cuando sale del aeropuerto y se sitúa en la pista
de despegue, incrementa la velocidad cuantitativamente (Cambio1), pero sólo
cuando alcanza una velocidad crítica, se eleva del suelo cambiando,
cualitativamente, su posición física, (Cambio2).
28
En estos dos ejemplos hemos visto que un Cambio1 (cuantitativo) ha llevado a que
se produzca un Cambio2 (cualitativo). Pero no siempre es así: imaginemos que
queremos sacar un mueble por una puerta y, al intentarlo, choca y no acaba de
salir. Si seguimos presionando en la misma dirección, es decir, insistiendo más, no
solamente no saldrá el mueble sino que lo estropearemos con el roce. Tal vez,
haciendo un ligero movimiento en su posición, el mueble saldrá fácilmente. Este
cambio de posición es un Cambio2. De todos es conocida la frase “Más vale maña
que fuerza”. Que traducido sistémicamente sería: “Más vale encontrar el Cambio2
adecuado, que insistir con un Cambio1”.

En el campo de la naturaleza y de la biología los cambios de segundo orden son


numerosísimos. Así, el tránsito de huevo a pollo es un buen ejemplo de cambio
cualitativo, de Cambio2.
Watzlawick (1980) pone el ejemplo del soñar y el despertar para diferenciar los
dos tipos de cambio. Una persona, estando dormida, puede tener una pesadilla;
dentro de la pesadilla intenta correr, gritar, etc., pero nada de esto la libera de su
angustia. Se necesita un cambio de estado, un cambio cualitativo, como es el

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despertar, para liberarse de la pesadilla. Los cambios que realiza dentro del
sueño, como correr, gritar, etc., son Cambios1. El despertar es el Cambio2.

En muchas ocasiones, los profesionales, al trabajar con familias, realizamos


intervenciones que vistas posteriormente son cambios de primer orden. Hemos
hecho cosas, pero en el fondo nada ha cambiado. Es por eso, que a veces, la
intervención de Cambio2 pasa por proponer a la familia algo un tanto ilógico,
paradójico o sorprendente.
Si nos centramos en la dinámica familiar, la diferencia entre realizar un Cambio1 o
realizar un Cambio2 la podemos reflejar en la siguiente situación. Una mujer de 42
años está preocupada porque su madre de 67 años lleva meses con una actitud
apática y baja motivación para hacer las cosas. Esto ha llevado a que la hija la
llame cada día, la visite con frecuencia, estando, por tanto, muy pendiente de ella.
La hija ha intentado buscar soluciones para su madre. Por ejemplo, la apuntó a un
curso de cerámica, pero dejó de ir. La animó a hacer algún viaje con gente de su
edad, pero eso no le hizo sentirse mejor. Intentó una semana no estar tan
pendiente de ella, por si lo que estaba haciendo su madre era querer llamar la
29
atención. Tampoco sirvió. Todos estos intentos de solución son cambios de
primer orden porque ninguno consigue el objetivo deseado.
Por el contrario, si intentamos entender la sintomatología de la madre dentro del
contexto familiar, tal vez, observemos que la relación de la hija y de la madre es
fusionada y conflictiva. Y la relación de la hija con su marido es distante.
Si elaboramos una hipótesis basada en la función protectora del síntoma y,
posteriormente se mostrara útil, tal vez, el estado “depresivo” de la madre está
protegiendo a su hija de tener que afrontar la grave situación en su relación de
pareja, que hasta hace poco les había llevado a plantearse la separación. El
cambio de segundo orden pasaría por ayudar a la pareja a afrontar su
problemática de forma que la relación de la hija con su madre dejaría de ser
fusionada y conflictiva, emergiendo, de este modo la conflictividad de la relación
de pareja, pero, ahora, con posibilidad de abordarla de una manera más
saludable.

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Cuadro resumen:

CAMBIO-1 CAMBIO-2

 Cuantitativo  Cualitativo
 Continuo  Discontinuo
 Basado en la homeostasis  Basado en la morfogénesis
 Cambian los elementos aislados  Cambia la estructura
 Sin capacidad de aprendizaje  Con capacidad de aprendizaje

Watzlawick y cols. (1980) comentan un típico ejemplo de Cambio1: el fenómeno


“más de lo mismo”. Por “más de lo mismo” se entiende el insistir en aplicar la
misma solución a un problema, aunque no se obtenga el resultado deseado.
Esto ocurre porque la persona parte de la premisa mental de que “ésa es la
solución correcta” y busca argumentos para justificar racionalmente por qué no se
alcanza la solución definitiva. Salta a la vista que el problema radica en la rigidez
30
de la premisa; dicha rigidez se comprende en base a componentes ideológicos,
culturales, emocionales, prácticos, etc.
Una mujer puede empezar a preocuparse porque su marido es poco comunicativo
con ella. La relación de pareja es en general satisfactoria pero, a raíz de unas
conversaciones con una amiga, se da cuenta de que su marido es poco
comunicativo. Si además coincide que en un programa de televisión han
comentado la importancia de la comunicación en las parejas, esta mujer empieza
a buscar una solución a la poca comunicación de su marido. Este intento de
solución pasa por pretender que cada noche, antes de dormir hablen media hora.
Si esta propuesta conllevara a que el marido se volviera más comunicativo con
ella, se acabaría el problema. Pero supongamos que el marido no acepta tal
propuesta y, por el contrario, se cierra más en sí mismo y se muestra
desagradable. Diremos que la mujer está atrapada en un “más de lo mismo” si es
incapaz de abandonar la idea de hablar cada noche media hora, porque sigue
pensando que eso es una buena solución.

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1. Observación del
PROBLEMA

MÁS PROBLEMA
solución aplicada
MÁS PROBLEMA
solución aplicada
MÁS PROBLEMA
solución aplicada

Tiempo

© KINE Centro de Terapia Familiar y de Pareja

Los autores representativos de este enfoque comunicacional (Palo Alto) son:


 Gregory Bateson
 Don D. Jackson
 Paul Watzlawick
31
 John Weakland

La premisa básica de este modelo se basa en que los problemas se generan por
los intentos inadecuados de solucionarlos.
En un momento de la vida de cualquier persona puede aparecer una dificultad,
bien por el cambio de etapa del ciclo vital o por otras circunstancias. Entonces, la
persona o el entorno, intenta buscar una solución. Si esa solución no es efectiva,
puede ocurrir que la persona o el entorno siga “aplicando” esa solución, porque la
considera que es la “correcta”. Lo que entonces ocurre es que el problema se
mantiene o se agrava. El objetivo será ayudar al paciente a no seguir aplicando
dicha solución y buscar otras alternativas.
Por eso, es importante para este modelo ayudar a la familia a definir bien el
problema, pidiendo descripciones concretas de las conductas anómalas, y,
realizando preguntas que vayan dirigidas a averiguar todas las soluciones que
la familia o el paciente ha intentado para resolver dicho problema.

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CONCEPTOS Y OBJETIVOS DEL ENFOQUE INTERACCIONAL:


 Diferencia entre Cambio1 y Cambio2
 La solución es el problema
 Cambio mínimo
 Introducir variación en el esquema de solución
 Utilización de las características del paciente

TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN:
 Redefiniciones
 Tareas directas
 Tareas paradójicas
 Técnicas hipnóticas derivadas de M. Erickson
 Utilización de la metáfora

Un enfoque próximo al de Palo Alto es el enfoque estratégico. Una de las metas


principales de este modelo es ayudar a las personas a superar las crisis que
32
enfrentan en determinadas etapas de la vida familiar, a fin de pasar a la etapa
siguiente del ciclo vital (Ochoa de Alda, 1995).

El concepto de ciclo vital tiene que ver con la idea de que las familias, a lo largo
del tiempo presentan cambios, y que estos cambios se ajustan a ciertas
regularidades a las que llamamos etapas. Hablar, por tanto, de desarrollo familiar
es tener en cuenta que las familias cambian en su forma y función a lo largo de
su ciclo vital, haciéndolo en una secuencia ordenada de etapas evolutivas.
Cuando se habla de etapas del ciclo vital de la familia hay que tener en cuenta que
no nos referimos al individuo atravesando una serie de etapas, sino es la familia
como un todo y en su conjunto la que se desarrolla y evoluciona.
El crecimiento y desarrollo de una familia implica un cambio en los acuerdos de la
relación, es decir, un cambio en las reglas en las diferentes etapas del
desarrollo familiar. Cada etapa evolutiva se constituye por un conjunto de reglas
que permanecen más o menos inalteradas. Ahora bien, cuando la familia pasa de
una etapa del ciclo vital a otra debe saber modificar tales reglas para acomodarse
a la nueva situación. Las familias realizan este cambio en las reglas no

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bruscamente sino de forma gradual. Por ejemplo, el mayor margen de libertad


que dan los padres al hijo que está dejando de ser niño para ser adolescente, no
lo hacen de la noche a la mañana, sino día a día.

Las etapas del ciclo vital de las familias son:


 Constitución de la pareja: Compromiso en la relación
 Ser padres: La crianza de los hijos
 Período intermedio: Familia con hijos adolescentes
 Emancipación de los hijos: Inicio del “nido vacío”
 Retiro de la vida laboral activa: Jubilación y envejecimiento

Las tres generaciones (abuelos, padres e hijos) entrecruzan sus etapas a lo largo
del tiempo. Cuando la generación de los abuelos está finalizando, la de los padres
se encuentra en el intermedio y la de los hijos en los comienzos de la relación de
pareja.

El momento de transición de una etapa a otra es un momento de crisis, en el


33
cual los miembros de la familia tienen la clara percepción de que las reglas con las
que se venían manejando hasta ahora ya no sirven y que todavía no han surgido
de ellos otras nuevas que las reemplacen.
Las transiciones corresponden a los puntos de cambio que, en su mayoría,
entrañan modificaciones en la composición de la familia (nacimientos, bodas,
alejamientos, muertes, etc.), pero también incluyen cambios importantes en la
autonomía (ir a la escuela, adolescencia, jubilación, etc.).
Las familias rígidas, es decir, aquellas en las que los mecanismos del “no
cambio” hiperfuncionan, tendrán más dificultades en los momentos de transición
ya que estos momentos exigen mayor capacidad de flexibilidad para renegociar
reglas alternativas. Es precisamente en estos puntos de transición de una etapa a
otra, cuando algún miembro del sistema familiar puede desarrollar un síntoma. En
este sentido, y como dice Haley (1980), el síntoma es una señal de que la familia
enfrenta dificultades para superar una etapa del ciclo vital.
En las transiciones se producen cambios discontinuos. El cambio discontinuo
entraña un salto a una nueva organización familiar, una reestructuración
irreversible. Por eso, cuando se habla de ciclo vital de las familias, a lo que nos

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estamos refiriendo es a un proceso de evolución cualitativo, no cuantitativo, ya


que las tareas evolutivas propias de una etapa son cualitativamente diferentes a
las de otra etapa. También puede darse el caso en que se produzcan “vueltas
atrás” en las etapas. Por ejemplo, una familia que lleva cierto tiempo en la etapa
de “nido vacío” y un hijo se separa y vuelve a instalarse definitivamente en el
hogar paterno. Otra cuestión a considerar son los “solapamientos” de etapas. Por
ejemplo, si en una familia en la que ya se han emancipado los hijos, nace un
nuevo hijo, se encontrará, entonces, en dos etapas simultáneas: la emancipación
y la crianza.
Teniendo en cuenta el tamaño de la familia, Celia Falicov (1991) habla de fases
de Estabilidad, Expansión y Contracción según se mantenga constante el número
de miembros, se amplíe o se reduzca. Las fases son:

 En la etapa de pareja sin hijos  fase estable


 En la etapa de procreación  fase de expansión
 En la etapa intermedia  fase estable
 En la etapa de emancipación de los hijos  fase de contracción
 En la etapa del retiro  fase estable
34
Una observación a tener en cuenta, es que las familias cuyos hijos han nacido a
intervalos regulares experimentarán un encaje en las tareas evolutivas más fluido
que aquellos cuyos hijos llegan en “oleadas” claramente separadas. Esto es así
debido a que en el segundo caso ciertas tareas ya se habían interrumpido y la
familia debe volver a retomarlas con la venida del nuevo hijo. Este “recomenzar”
implica un reciclaje de reajuste que produce en ocasiones estrés. Esto no es
incompatible con sentimientos de novedad, ilusión y motivación que pueden
experimentar los padres ante la nueva situación, lo cual es positivo para el
sistema familiar.
Un aspecto importante a no olvidar es que los sistemas entran en crisis, con más
probabilidad, cuando se agregan elementos o cuando marchan. Por eso, cuando
en una familia se incorporan miembros, como por ejemplo, el nacimiento de hijos,
un abuelo que pasa a vivir con el hijo casado, etc., podrá experimentar tensiones
y crisis. Pero también cuando la familia se reduce, como por ejemplo la
emancipación de los hijos, o el fallecimiento de algún miembro. Tanto en los
primeros casos como en los segundos el sistema debe de reestructurarse y

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adaptarse a la nueva situación y esto se paga al precio de una crisis; crisis que
permite la evolución del sistema.
Una etapa muy significativa es el período en que los jóvenes “sueltan amarras” y
abandonan el hogar. La grave patología que puede aparecer entonces se entiende
como una dificultad para atravesar esta etapa del ciclo vital.
El profesional que trabaja con familias intentará, entre otros aspectos, ayudar a
que los miembros de la familia superen las crisis e ingresen en la nueva etapa de
ciclo familiar.

Una cuestión interesante desarrollada por Haley es que cada miembro de la


familia cumple una función. En este sentido podemos pensar que el síntoma del
paciente, aunque es molesto y preocupante para todos, no es sólo la
manifestación de una problemática personal sino que, también, cumple una
función, que en muchos casos podemos rotularla de útil y beneficiosa para la
familia (Haley, 1980). Pero, ¿cómo puede ser beneficioso para la familia? La idea
es pensar que mientras toda la familia se centra en la problemática del paciente,
aparcan otras cuestiones que podrían ser más angustiantes ya que el afrontarlas
35
les llevaría a cuestionarse cambios que, tal vez, la familia no está en condiciones
de llevar a cabo. Por ejemplo, si un matrimonio tiene serios problemas en su
relación de pareja, de tal modo que ni los saben resolver ni tampoco quieren
separarse, la conducta problemática del hijo les puede servir como una forma de
centrarse en él y no tener que preocuparse por su relación de pareja.

Pensemos en el caso de una mujer, que después de dedicarse 15 años a los hijos,
al marido y al hogar decide ponerse a trabajar. El marido, aunque le diga que no
le molesta que trabaje fuera de casa, tal vez, no desea perder la comodidad que
representaba para él tener a su mujer en el hogar. Por otro lado, también a la
mujer le puede resultar temerosa la situación de volver al mundo laboral, que
hace años dejó. Si por la época en la que ella ha decidido volver a trabajar, su
propia madre desarrolla un síntoma y la consecuencia es que la hija se dedica a
cuidarla, quedando pospuesta la decisión de trabajar, diremos que el síntoma de
la madre no sólo es un problema personal de ella sino que les es útil a todos. Por
eso, el síntoma puede cumplir una función protectora a otros miembros de la
familia. En nuestro caso la hipótesis a plantear sería que el síntoma de la madre

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protege a la hija del miedo a tener que afrontar una nueva situación laboral, y a la
pareja del conflicto relacional que podría conllevar el cambio de papel en la
esposa. También a la propia madre le sirve el síntoma ya que tiene cerca de sí a
su hija, pues el último hijo que todavía quedaba en el hogar, recientemente se ha
casado y se ha marchado.

Haley (1980) comenta que cuando la conducta de una persona no la


comprendemos, tendemos a dar solamente dos tipos de interpretación: locura o
maldad. Es decir, esta persona se comporta así porque tiene un problema
psicológico (locura), o porque tiene mala idea y me quiere fastidiar (maldad). Pues
bien, la hipótesis de la función protectora del síntoma vendría a decir que una
conducta sintomática en un miembro de una familia, puede verse como si con el
síntoma el paciente protegiera (sin ser consciente de ello) beneficiosamente a otro
u otros miembros de la familia. No es un loco o un malvado, sino un benefactor
que se sacrifica para evitar que otro (u otros) tengan que enfrentarse a sus
problemas.

36

Los autores representativos de este enfoque estratégico son:


 Jay Haley
 Cloé Madanes

Un rasgo primordial de la terapia estratégica es que el terapeuta asume la


responsabilidad de planear una estrategia a fin de resolver los problemas del
paciente. El terapeuta establece objetivos claros que siempre entrañan la solución
del problema presentado. No aplica un mismo método a todos los casos sino que
diseña una estrategia específica para cada problema.

CONCEPTOS Y OBJETIVOS DEL ENFOQUE ESTRATÉGICO:


 Secuencia sintomática
 Función protectora del síntoma
 Incongruencia jerárquica
 Definición clara del poder y establecer nuevas secuencias

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TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
 Preguntas sobre la secuencia sintomática
 Tareas directas y tareas indirectas
 Prescripción del “no cambio”
 Prescripción del síntoma
 Simulación del síntoma

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LOS JUEGOS EN LAS FAMILIAS DISFUNCIONALES

Un concepto importante desarrollado por Mara Selvini y su equipo es el de juego


familiar (Selvini y cols.1990). Dicho concepto es más una metáfora que un
modelo teórico. Por juego familiar podría entenderse el mapa de las relaciones
familiares: qué se permite y qué no se permite; quién tiene derecho a hacer tal o
cual cosa; a quién se acepta y a quién se excluye, etc.
Según Mara Selvini, el juego familiar, se utiliza como una hipótesis operativa,
es decir, como una evaluación sobre la cual basar la intervención terapéutica.
El término juego nos lleva, por un lado, a las ideas de grupo, equipo, jugadores,
posiciones estratégicas, tácticas, movimientos, habilidades. Por otro lado, lo
podemos relacionar con palabras tales como ganar, perder, amenazar, instigar,
seducir, etc. Términos nada especializados y cercanos al vocabulario de cualquier
paciente.
Otra gran ventaja del concepto de juego es que permite integrar lo sistémico con
lo individual. Es decir, por un lado un juego está constituido por interacciones y
reglas (dimensión sistémica). Pero por otro lado, el juego es jugado por
38
jugadores, personas individuales que participan en el juego (dimensión
individual). Mediante este concepto de juego se supera la dicotomía individuo
versus sistema. Al pensar en términos de juego, el profesional pone la atención en
la secuencia de los movimientos del individuo.
Para Mara Selvini y su equipo, el terapeuta debe elaborar una hipótesis centrada
en identificar la estrategia de cada jugador (miembro de la familia), en base a la
cual, tales miembros organizan sus comportamientos.
Tres son los tipos de juegos principales descritos por Mara Selvini (1987) en
familias con un hijo diagnosticado con un trastorno mental grave:

Embrollo relacional:
En este tipo de juego, uno de los progenitores finge tener una relación privilegiada
con un hijo. En realidad, esta relación privilegiada no es auténtica ya que forma
parte de la estrategia que este progenitor está desarrollando en el juego
disfuncional de su relación de pareja con el otro cónyuge. Dicho de otra manera,
el hijo es una pieza del juego que los padres mantienen entre sí en su conflicto de
pareja.

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Instigación:
En este juego uno de los progenitores se presenta ante el hijo como víctima
impotente del comportamiento del otro progenitor. El hijo, entonces, toma partido
por el que considera perdedor y poniéndose en contra del otro progenitor.

Estrategia basada en el síntoma:


En este juego, uno de los progenitores boicotea la mejoría del hijo. De esta
manera, cuando aparecen conductas autónomas o sanas en el paciente
identificado son etiquetadas, por este progenitor, como patológicas, de forma que
se favorece la cronificación del síntoma.

Así, pues, las familias disfuncionales se organizan a través de relaciones y


reglas repetitivas (juego familiar) sin disponer de una meta-regla que les
permita cambiar o finalizar esas interacciones disfuncionales. En este sentido se
puede afirmar que están llevando a cabo un juego sin fin.
Los juegos, por tanto, que no tienen reglas para decidir cuándo ha ganado o
perdido un participante, o cuándo ha terminado el juego, se denominan “juegos
39
sin fin” (Simon y cols. 1988). Ejemplos de juegos sin fin son: la “escalada
simétrica”, la “escalada de sacrificio”, el “acercamiento-evitación”, la “víctima-
salvador”, etc. Muchas relaciones de pareja quedan atrapadas en este tipo de
juego de forma que bien se podría afirmar que el resultado del juego es un
“empate infinito”.
Según Mara Selvini (1990) el paciente identificado sería el perdedor en el juego
en el que la familia está atrapada desde tiempo. El síntoma que desarrolla el
paciente, sería la única manera que tiene para volver a ocupar la posición que
tenía antes de desarrollar los síntomas. La intervención profesional tendría como
objetivo, no tanto que la familia dejara de jugar, pues esto es imposible, sino que
fuera capaz de sustituir el juego disfuncional por otro más sano.
Por último, hay que tener en cuenta, como nos dice Mara Selvini, que muchas de
las actitudes, tales como descalificaciones, complicidades, ataques, o seducciones,
que los miembros de la familia dirigen al profesional, no son tanto menajes
directos a él, sino que forman parte del juego familiar, y tienen como objetivo
provocar respuestas en los otros miembros.

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Los autores representativos de enfoque del Grupo de Milán son:


 Mara Selvini Palazzoli
 Giuliana Prata
 Luigi Boscolo
 Gianfranco Cecchin

Mara Selvini, Giuliana Prata, Luigi Boscolo y Gianfranco Cecchin conformaron el


primer equipo de Milán en la década de 1971 al 80. Posteriormente, se produce
una ruptura y, por un lado, Selvini y Prata siguen trabajando juntas, básicamente
en la investigación y Boscolo y Cecchin crean un nuevo Instituto, centrado,
fundamentalmente, en la formación.
En 1982, Mara Selvini y Prata se separan, y el equipo queda configurado por Mara
Selvini, Matteo Selvini, Cirillo y Sorrentino. En 1999, muere Mara Selvini. Y más
recientemente, en febrero del 2004, muere Cecchin.
El Equipo de Milán desarrolló en 1980 tres directrices para la coordinación de la
sesión terapéutica (Campanini, 1991). Dichas ideas las plasmaron en el famoso
artículo “Ipotizazione, circolarità, neutralità: tre direttive per la conduzione di
40
seduta” en Terapia familiare, 7.

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OBSERVANDO Y TRABAJANDO LO TRANSGENERACIONAL

La gran aportación del pensamiento sistémico ha sido introducir el contexto en el


estudio del individuo. A partir de ese momento, el individuo es considerado como
un ser relacional. Cuando el profesional sistémico da tanta importancia al
sistema, lo hace, precisamente, para comprender mejor al individuo.
Comprensión que pasa por los tres niveles que lo conforman: lo conductual, lo
cognitivo y lo emocional.
La dimensión conductual se refiere a la descripción de las conductas de los
miembros de la familia vistas como eslabones de una cadena, de forma que, al
estar todas entrelazadas conforman una secuencia conductual, que en el caso de
existir un síntoma denominaremos secuencia sintomática.
La dimensión cognitiva hace referencia a cómo los problemas se generan en la
forma de “ver” la realidad. Es decir, en la construcción mental que el individuo
hace de lo que le acontece y que le lleva a construir su propia realidad a veces
demasiado dolorosa.
41
La tercera dimensión, la emocional, nos permite tener muy en cuenta los
sentimientos de cada miembro de la familia. Como profesionales no podemos
olvidar que las familias las constituyen, ante todo, personas que se ilusionan, se
entristecen, sufren, gozan, experimentan esperanza, sienten dolor o, tal vez,
impotencia. Es, precisamente, nuestra capacidad de saber conectar con las
emociones de cada miembro de la familia, lo que nos permitirá lograr una buena
alianza terapéutica. Las personas cambian si, ante todo, se sienten comprendidas
por el otro. Y esta comprensión tiene que ver tanto con nuestra capacidad de
aprehender al “otro” desde nuestra parte racional, como, y sobre todo, desde
nuestra parte emocional. En términos de Minuchin sería "ponernos en los zapatos
del otro".
Por tanto, una teoría sistémica que no tenga en cuenta al individuo como centro
de interés es una teoría que puede ser rigurosa y hasta atractiva, pero siempre
estéril, pues no permitiría crecer la semilla del cambio en los pacientes y/o
usuarios que consultan al profesional por el malestar que están experimentando.
Vemos, entonces, que la relación individuo-sistema es una relación dialéctica,
en la que, de forma circular, el individuo y el sistema se co-crean mutuamente.

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Por eso, el sistema genera y/o mantiene el síntoma del miembro individual de la
familia y, al revés, el síntoma crea el sistema de creencias organizando las
conductas de los miembros de la familia.
Tampoco olvidemos que la función primordial de la familia es crear individuos
diferenciados y autónomos. Esto quiere decir, que lo más saludable es que
cada miembro sepa mantener los vínculos con la propia familia, pero sin con-
fundirse ni fundirse en ella. En este sentido, la consideración de lo individual
vuelve a tomar relieve y a ponerse en primer plano desde la perspectiva
sistémica.
La individuación se refiere, según Stierlin (1997), a la capacidad del ser humano
de diferenciar su mundo interno (necesidades, sentimientos, percepciones, etc.)
del mundo exterior, en particular con respecto a las ideas, necesidades,
expectativas y exigencias de los demás. Sin embargo, no todas las personas
desarrollan el mismo grado de individuación. Cada individuo se encuentra en un
punto de la gradación que va desde la hiperindividuación a la hipoindividuación.
En el caso de la hiperindividuación, la persona establece una demarcación de
límites excesivamente rígidos e impermeables con los demás. Lo que para esa
42
persona es independencia los otros lo ven como aislamiento. El separarse de los
demás le lleva a la soledad, cesando todo intercambio con los otros. Por el
contrario, en la hipoindividuación, la persona tiene gran dificultad para trazar
límites, o estos son muy difusos, de forma que se produce una fusión con los
demás.

Stierlin (1997) resume, en siete puntos, los elementos que permiten reconocer
que una persona realizó una individuación exitosa:

 Si la persona mantiene su sentimiento de identidad durante todo su proceso de


desarrollo.

 Si frente a otras personas es capaz de diferenciarse como individuo no confundiendo


sus sentimientos y expectativas con las de las otras personas significativas para él.

 Si es capaz de desarrollar relaciones intersubjetivas.

 Si es capaz de defender sus propios valores y definir sus metas.

 Si es capaz de asumir la responsabilidad como autor de su propia historia.

 Si es capaz de aceptar y asumir sus propias contradicciones y ambivalencias.

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 Si es capaz de ser consciente de que su proceso de individuación también se basa en


múltiples dependencias del entorno bio-psico-social (su cuerpo, la alimentación, el aire
limpio, de condiciones económicas, etc.)

Murray Bowen (1991) desarrolló el concepto masa indiferenciada de ego


familiar para referirse a la familia como una unidad emocional, en la cual
algunos miembros tienen dificultades para la individuación, o, dicho de otra
manera, para la diferenciación del self. Recordemos que la voz inglesa “self” se
refiere al “sí mismo”; es decir, a la configuración organizada de percepciones,
significaciones, actitudes, valores, etc, referidos a uno mismo, a partir del cual se
explica la estructura de la personalidad y el desarrollo del yo.

El concepto de masa indiferenciada de ego familiar es el eje central de la teoría de


Bowen. Este concepto define a los individuos de acuerdo con el grado de fusión o
diferenciación, entre el funcionamiento emocional y el funcionamiento
intelectual. A todas las personas se las puede ubicar en un punto del continuo
entre los polos fusión-diferenciación.
43
Bowen señala que las personas con un grado bajo de diferenciación son
aquellas cuyas vidas quedan dominadas por el sistema emocional. Son individuos
dependientes emocionalmente de los otros, poco flexibles y con dificultades de
adaptación. Viven en un mundo de sentimientos y en función de lo que los demás
sienten acerca de ellos. Por eso, cuando tienen que tratar cuestiones personales
su funcionamiento queda dominado por las emociones. Tienen una alta
dependencia de sus padres y suelen desarro-llar vínculos de dependencia con
otras personas de las cuales toman la fuerza prestada para funcionar.

Cuando el grado de diferenciación es bajo, una persona tiene más probabilidad de


fusionarse en un self común con la familia (masa indiferenciada de ego familiar).
Las personas que tienen niveles extremadamente bajos de diferenciación no
pueden sobrevivir fuera del ambiente protector de sus padres o de una institución.
Bowen menciona al paciente esquizofrénico como ejemplo de este bajísimo nivel
de diferenciación.

Por otro lado, las personas con un grado alto de diferenciación son aquellas
que saben establecer una clara separación entre lo emocional y lo racional. Según

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Bowen, son individuos flexibles, adaptables e independientes de las emociones de


las personas que están a su alrededor. Esta independencia no significa
desconexión, sino capacidad para participar en la relación con los demás sin llegar
a fusionarse y quedar involucrado emocionalmente. Aunque tienen opiniones y
puntos de vista bastante claros sobre temas básicos, eso no les hace ser
dogmáticos ni rígidos. Tienen capacidad de escucha y saben evaluar el punto de
vista de los demás. Son capaces de abandonar viejas ideas y están dispuestos a
adquirir otras nuevas.
Los individuos con un alto grado de diferenciación logran que las críticas que
puedan recibir no les afecte demasiado. Pero tampoco ellos critican ni utilizan a
los demás en beneficio propio. Son personas que se las podría denominar
“internamente dirigidas” ya que están orientadas a objetivos.
En las familias, cada hermano alcanza un grado diferente de diferenciación.
Algunos, más alto que el de sus propios padres y otros, más bajo.
Según Bowen, parece ser que las personas eligen a sus parejas con un grado
similar de diferenciación que el propio.

44
Otra parte importante de la diferenciación del self tiene que ver con lo que Bowen
(1991) llama self-sólido y pseudo-self.

 El self-sólido está compuesto por las creencias, opiniones y convicciones que la


persona ha ido desarrollando con claridad. Según Bowen, el self-sólido no participa en
el fenómeno de la fusión. Mediante el self sólido el individuo va progresando en su
capacidad de diferenciación, a través de las experiencias que acumula y por las
elecciones que va tomando en su vida, haciéndose responsable de ellas.
 Por otra parte, el pseudo-self se desarrolla por la presión emocional. La familia o la
sociedad ejerce presión sobre los miembros para que se conformen a los ideales y
principios del grupo. El pseudo-self está compuesto por las creencias y principios
adquiridos en el grupo socio-cultural al que uno pertenece, ya que éste así lo requiere.
Como estas creencias han sido adquiridas por el individuo bajo la presión del grupo,
no son principios sólidos y arraigados sino superficiales e incoherentes entre sí.

Según Bowen, como el pseudo-self es un self “fingido”, puede representar


muchos selfs distintos. Puede fingir ser más fuerte o más débil, más importante o
menos importante, más atractivo o menos atractivo de lo que es en realidad.

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En la relación de pareja, por ejemplo, los dos pseudo-selfs se fusionan. Tal vez,
uno sea el dominante, el maduro y el responsable; el otro será sumiso, inmaduro
e irresponsable. Esto hace que el maduro gana self a expensas del otro, que lo
pierde, y se convierte en más inmaduro. Puede ocurrir que a la larga, el miembro
de la pareja que cede self desarrolle una sintomatología grave. Cuanta más
capacidad tenga la pareja de alternar estos roles más sana será la relación.

Para Bowen, la dificultad de diferenciación individual dentro de la pareja se


puede manifestar en tres áreas:

 El conflicto conyugal

 La disfunción de un cónyuge

 La proyección sobre algún hijo

 En el conflicto conyugal, lo que se observa es que la pareja invierte una gran


cantidad de energía emocional en la relación. Cada uno está centrado
intensamente en el otro y ante desacuerdos ninguno cede. La relación de la pareja 45
va oscilando entre la cercanía emocional con conflicto, el distanciamiento afectivo
con insatisfacción y los momentos de reencuentro a través de la reconciliación. Si
la pareja es capaz de salvaguardar a los hijos de sus tensiones, ellos no quedarán
triangulados.

 En la disfunción de un cónyuge, aparece un rol y un contra-rol muy rígidos. Uno


es el que se muestra sumiso y adaptado y el otro es el dominante y controlador. El
miembro adaptado puede desarrollar síntomas (físicos, psicológicos o sociales)
que pueden tender a volverse crónicos. Este “encaje” entre un miembro “sano” y
otro “enfermo” puede llevar a que la relación de pareja se mantenga así durante
muchos años.

 En la proyección sobre un hijo, los problemas de los padres son proyectados a


los hijos. Es frecuente observar que algunas madres establecen con un hijo un
lazo de fusión intensa. Estas madres están más centradas en su hijo que en la
pareja. La elección de un hijo sobre otro para fusionarse puede tener diversas
causas. Tal vez, fue considerado alguien especial desde que nació, o sintió rechazo
hacia él desde la infancia. Tal vez, influya la posición que el hijo ocupa (mayor o

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pequeño) o el que sea “niño” o “niña”. También puede jugar como factor, a la hora
de establecer ese vínculo especial, el nivel de ansiedad de la madre en el
momento de la concepción y del nacimiento del hijo.

Puede ocurrir que en algunas familias las tres áreas quedan afectadas: aparece
un conflicto conyugal intenso, una disfunción grave en uno de los esposos y una
seria implicación de los hijos.
El proceso de proyección familiar (Bowen, 1989), permite que la generación
actual, la de los padres, quede aliviada a expensas de la generación siguiente, la
de los hijos. Por eso, el proceso de transmisión multigeneracional explica la
pauta que se configura a través de varias generaciones, consiguiendo, por tanto,
que cada hijo desarrolle un grado diferente de diferenciación: igual, más bajo o
más alto que el de sus padres. Por último, mencionaremos el concepto que Bowen
denomina desconexión emocional. Mientras más intensa es la fusión emocional
entre los miembros de una familia más probabilidad hay que a la larga se
produzca una ruptura abierta o enmascarada en las relaciones
intergeneracionales.
46

Debemos a Boszormeny-Nagy la aportación a la terapia familiar a través del


desarrollo del concepto de lealtad familiar. La lealtad es un sentimiento de
solidaridad y compromiso que unifica tanto las necesidades y expectativas de la
familia, como los pensamientos, sentimientos y motivaciones de cada miembro.
Según Simon y cols. (1988), dentro del sistema familiar, la lealtad puede
entenderse como la expectativa de adhesión a ciertas reglas y la amenaza de
expulsión si se transgreden.
Por eso, a un miembro de la familia que se muestra diferente se le ve como
extraño, y la familia puede sentirse amenazada en su seguridad. Fácilmente, este
miembro puede ser atacado como fuente de la diferencia que no se permite.
La cohesión de un grupo puede mantenerse de tres maneras diferentes: mediante
el poder ostentado por alguien, mediante intereses comunes de los miembros del
grupo o por medio de la lealtad de sus miembros. En la familia, es este tercer
aspecto el que aglutina con más fuerza a sus miembros como componentes del
grupo.

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Así pues, el individuo está inserto en una red multipersonal de lealtades. Dentro
del contexto de esta red familiar estructurada, se exige que cada persona
cumpla las expectativas y obligaciones del grupo (Simon y cols. 1988).
Otro aspecto a tener en cuenta en las familias es que los padres que “dan en
exceso” a sus hijos les privan de la oportunidad de sentir que se han ganado ese
derecho. De alguna manera, colocan al hijo en una posición de estar en deuda con
ellos por lo mucho que le han dado.
Puede ocurrir que un miembro de la familia se encuentre atrapado en un
conflicto de lealtades. Esto ocurre cuando un individuo siente que actuando de
determinada manera es leal a una parte pero desleal a la otra. Haga lo que haga
alguien se sentirá dañado.

Las dos formas más frecuentes de conflicto de lealtades son:


1. Un hijo “atrapado” entre cada uno de los dos progenitores.
2. Un individuo “atrapado” entre su familia de origen y su cónyuge.

Observar y descubrir quién está ligado a quién por una lealtad abierta o
47
encubierta permite al profesional entender mejor la dinámica familiar.
Un miembro es leal a la familia cumpliendo el papel que ésta le ha asignado. Los
papeles pueden ser muy variados. Por ejemplo, se le puede pedir ser el cerebro de
la familia, el “patito feo”, el renegado, el consentido, el exitoso, el tonto, el
fuerte, el enfermo, etc. Es por eso, que muchos de los comportamientos
sintomáticos de un individuo pueden entenderse como una forma de seguir
siendo leal a su familia. Tiene sentido, entonces, que una de las intervenciones
del profesional sea la de “connotar positivamente” el síntoma.

Ha sido H. Stierlin quien ha desarrollado el concepto de delegación. Para


entender la idea de delegación hay que tener en cuenta que “a quien se delega
algo se le envía a cumplir una misión, pero a la vez, queda ligado a la familia por
la larga cuerda de la lealtad” (Simon y cols. 1988).
Así pues, Stierlin (1981), afirma que el núcleo central de la delegación es el
vínculo de lealtad que une a ambos, delegante y delegado. Las personas
delegadas prueban su lealtad cumpliendo la misión que les han encomendado. La
realización de la misión asignada origina sentimientos de autoestima. Por eso,

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la delegación en sí misma no es disfuncional, ya que el hijo, como delegado de sus


padres tiene la posibilidad de demostrar su lealtad e integridad. Sin embargo,
existen ocasiones en las que la delegación se convierte en patológica y puede
producir dificultades en los hijos.
Según Stierlin (1981) existen cuatro posibilidades:
 Cuando al hijo delegado se le impone por la fuerza un desarrollo psicosocial
exagerado para la edad. Por ejemplo, se le impone al niño la meta de ser el número
uno en una actividad para la cual no tiene muchas cualidades. Pronto se descubre
que, tal vez, uno de los progenitores está frustrado porque no logró ser aquello que
ahora le pide al hijo.
 Cuando el hijo se encuentra en un conflicto de encargos, es decir, se le piden
misiones que son incompatibles. Así, por ejemplo, se le inculca que sea obediente y
sumiso, pero en ocasiones se le desprecia por no rebelarse ante algunas situaciones.
 Cuando el hijo se encuentra en un conflicto de lealtades entre los padres. Aquí, el
hijo delegado experimenta sentimientos de culpa ya que la misión de un progenitor
choca con la del otro y, por tanto, siente que al elegir traiciona a un progenitor en
favor del otro.
 Cuando el hijo se encuentra atrapado entre lo que le piden sus padres y lo que se
48
considera normal y valorable socialmen-te. Así, por ejemplo, una madre puede
exigir, sutilmente, a su hijo ser la primera para él, aunque este hijo ya tiene cuarenta
años y está casado. Sin embargo, la sociedad ridiculiza al hijo demasiado enmadrado.

Muchas veces, las misiones encomendadas a los hijos van dirigidas a satisfacer
necesidades no cubiertas en sus padres.
Un adolescente puede cumplir la misión de comportarse descontroladamente, para
que un progenitor viva, de forma vicaria, una etapa de su adolescencia que quedó
pendiente. En otros casos, el hijo delegado debe incorporar en su personalidad los
aspectos negados y rechazados de la personalidad de los padres para que éstos
puedan tener esos aspectos rechazados a una distancia segura pero observable. Y
así, por ejemplo, la deshonestidad de unos padres queda salvaguardada, a través,
de que el hijo es quien tiene esos comportamientos reprobables.
Reconocer y desenmarañar los conflictos de delegación es una tarea importante al
trabajar con familias. A veces, resulta una tarea difícil porque las delegaciones
suelen transmitirse encubiertamente, por debajo del nivel consciente, a
través de la comunicación analógica y no tanto de la digital.

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Desde el punto de vista terapéutico el concepto de delegación es interesante


porque permite ver al paciente identificado o a otros miembros de la familia, no
como enfermos con etiquetas patológicas sino como personas realizadoras de
importantes sacrificios para sus padres o, al menos, como individuos que realizan
unos servicios que merecen ser reconocidos por lo que hacen (connotación
positiva).
Stierlin (1981) diferencia dos tipos de delegados:

Delegados Vinculados:
Un hijo es un delegado vinculado cuando queda atrapado de forma intensa y
prolongada en la familia. Los delegados vinculados suelen pertenecer a familias
centrípetas. Una familia es centrípeta cuando sus fuerzas van hacia dentro,
considerando todo lo exterior como algo amenazante y peligroso, de forma que
sólo en el interior familiar está la seguridad.
El hijo que desempeña la misión de ser un delegado vinculado tiene serias
dificultades para mostrarse “diferenciado” de sus padres, de forma que le embarga
un fuerte sentido del deber pues piensa que sus padres dependen de él. Tanto es
49
así, que experimentará un fuerte sentimiento de culpa por el mero hecho de iniciar
cualquier movimiento que le aleje de sus padres.
Así, por ejemplo, como señala Simon (1988) un delegado vinculado puede llevar a
cabo la tarea de dar significado a la vida de un padre que envejece, o continuar la
vida de un hermano que haya muerto joven, cumpliendo, de esta manera, las
expectativas que los padres habían puesto en el hijo perdido.
A veces, puede ocurrir que un hijo delegado vinculado, encuentra que la única
forma que tiene de alejarse de sus padres es “vía matrimonio”. Cuando esto
sucede, corre el riesgo de que su elección de la pareja sea inadecuada, lo cual
puede llevarle a la ruptura de dicha relación, con el consiguiente retorno al hogar.

Delegados Expulsados:
Al contrario del delegado vinculado, un delegado expulsado tiende a separarse
rápidamente de sus padres. Los delegados expulsados suelen pertenecer a
familias centrífugas. Una familia es centrífuga cuando sus fuerzas van hacia
afuera. En este sentido, el interior del seno familiar produce malestar, y esto lleva
a que sus miembros se alejen.

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El hijo delegado expulsado experimenta vivencias, con respecto a sus padres, de


no sentirse querido. Nada es suficiente para sus padres, y por eso se siente
rechazado y no valorado.
Como no encuentra en sus padres lo que necesita puede abocarse a elegir una
pareja que crea y desee que se lo va a dar. En algunos casos nos encontramos con
gente joven que elige pareja mucho mayor que él como una forma de sentirse
protegido y “abrazado”.
Es curioso observar, que como la necesidad de sentirse vinculado y reconocido por
los propios padres es tan necesaria, algunos hijos delegados expulsados pueden
disculpar a sus padres de las injusticias que han recibido y hasta pueden llegar a
idealizarlos.
He observado en este tipo de delegados que, muchas veces, mientras más se
alejan de sus padres, más desean sentirse cerca.

Hay una forma específica de delegación que recibe el nombre de parentalización.


Un hijo está parentalizado cuando está llevando a cabo roles y funciones
parentales. Por eso, como dice Simon (1988) la parentalización implica un modo
50
de inversión de roles que está relacionado con una perturbación de las fronteras
generacionales.
Cuando observamos que un hijo está parentalizado es posible establecer la
hipótesis de que este hijo está llevando a cabo con sus padres, lo que los abuelos
no hicieron con sus hijos.
El hijo parentalizado se encuentra entre dos generaciones, la de los padres y la
de los hermanos, sin pertenecer, claramente, a ninguna de ellas. Haley (1985)
comenta que, cuando hay un hijo parentalizado, esto puede indicar que uno de los
progenitores no asume sus responsabilidades como padre, o que los padres están
tan divididos que son incapaces de conducir a la familia y descargan un peso
demasiado grande sobre el hijo.
Si un requisito importante para el funcionamiento de una familia es el
mantenimiento de una jerarquía familiar, esto debe implicar que el límite
entre el subsistema parental y el subsistema filial esté marcado con claridad.
Por ultimo, en cuanto al grado de disfuncionalidad con respecto a la
parentalización, habrá que tener en cuenta la edad del hijo. Mientras más pequeño
sea el hijo, más disfuncional es la parentalización, por el grado de sobrecarga y

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responsabilidad que ello supone. Muy al contrario, mientras más se avanza en


edad, no sólo es normal, sino deseable que los hijos, ya adultos, desempeñen
roles parentales hacia sus padres, si éstos se encuentran cada vez más
imposibilitados por vejez o enfermedad (Simon y cols. 1988).

Otro tema que se enmarca en la dimensión transageneracional son los mitos


familiares.
Desde una perspectiva antropológica el mito era el resultado del esfuerzo del
hombre primitivo por explicar su mundo y el ritual era la forma en que lo
expresaba. Así pues, el mito y el ritual eran los vehículos que expresaban cómo
veía el hombre su realidad. El mito, según Malinowski, expresa los principios
fundamentales de la organización social y representa las bases consensuadas en
las que se configura la comunidad.
El término mito familiar fue definido por A. Ferreira en 1963 como un conjunto
de convicciones compartidas por todos los miembros de una familia determinada.
A través de tales convicciones los miembros de la familia desarrollan su identidad.
El mito sería como la historia que la familia construye para saber cómo vivir y
51
adaptarse a la realidad interna y externa de la familia.
Los mitos familiares están basados en reglas secretas de la relación (Ferreira,
1980). Reglas que, por su carácter secreto, son aceptadas por todos y no
desafiadas por nadie, y en este sentido no pueden ser verbalizadas ni reconocidas
por los miembros de la familia. Únicamente, aquel miembro que desafíe estas
reglas secretas y, consecuentemente, el mito, será rechazado por la familia y
tildado de desleal, lo que lo convierte en la “oveja negra” de la familia. Los mitos
protegen a la familia del mundo exterior.
El mito es la imagen ideal de la familia y la que los miembros han acordado
crear. Los mitos, por tanto, se crean como resultado de las experiencias que
comparten todos los miembros de la familia. Sin embargo, esta imagen no
concuerda, en ocasiones, con la visión que tienen de esa familia las personas que
no pertenecen a ella.
El mito familiar mantiene la homeostasis del sistema. Esto quiere decir que la
homeostasis de la familia se mantiene mientras las conductas de los miembros de
la familia sean congruentes con la imagen ideal de la familia, es decir con el mito.

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No obstante el mito no es tan estático como a simple vista parece. La familia


revisa y corrige periódicamente sus mitos coincidiendo con el crecimiento de sus
miembros, con el tránsito de una etapa a otra del ciclo vital y con la necesidad de
adaptarse a exigencias externas.
Los mitos se construyen desde el inicio de la relación de pareja. Algunos mitos se
trasfieren de generación en generación (Ferreira, 1980). La transmisión del mito
se realiza de una manera encubierta, sobre todo, a través de comunicaciones
analógicas pero también a través de formas verbales con mensajes del tipo: “Así
es como hacemos las cosas en nuestra familia” o “No nos interesa lo que hacen
las otras familias”.
El mito actúa como una especie de termostato que entra en funcionamiento cada
vez que las relaciones familiares corren peligro de ser cuestionadas y desafiadas.
En la elección que uno hace de la pareja es posible que el mito juegue un papel
importante de forma que dicha elección esté mediatizada por el mito familiar.
El mito familiar tiende a formar parte de la visión interna de la familia y expresa
la forma en cómo la familia se percibe a sí misma desde dentro y no tanto por
los demás.
52
Otra característica del mito familiar es que adjudica características rígidas a sus
miembros de forma que los roles quedan cristalizados. A esto roles,
frecuentemente la familia adjudica contra-roles, de forma que las diferencias
entre los miembros quedan más claramente definidas. Así, una familia tiene claro
quién es el bueno y el malo, el inteligente y el tonto; el frágil y el fuerte; el listillo
y el corto; el rebelde y el sumiso; el responsable y el irresponsable, etc. En este
sentido los mitos tienen un valor de “economía de energía”, debido a que la
familia no tiene que estar planteándose constantemente quién tiene que hacer
qué: “el mito marca los caminos por donde cada uno debe y no debe transitar”.
Nicoló Corigliano (1990) señala que el mito no solo sirve para describir la realidad
sino que enseña, más bien, de qué modo ha de leérsela.
Los mitos se desarrollan en familias sanas y en familias disfuncionales. La
diferencia tiene que ver con el hecho de que los mitos en las familias
disfuncionales, por ser inalterables, no permiten la diferenciación individual en sus
miembros. El mensaje implícito es: “o estás con nosotros o estás contra nosotros”.

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H. Stierlin (distingue tres tipos de mitos familiares: mitos de armonía; mitos de


disculpa; y mitos de rescate (Simon y cols. 1988).

Mitos de armonía:
Las familias con mitos de armonía son familias que tienen insatisfacción,
conflictos, aburrimiento, etc., pero que quieren hacerse creer a sí mismas y
hacer creer a los demás que son las familias más felices y armoniosas del
mundo.
Presentan una visión bella y agradable de la vida familiar, tanto en el pasado
como en el presente. Mediante este mito, tales familias encubren o reprimen
desarmonías u hostilidades pasadas y presentes.

Mitos de disculpa:
Las familias con mitos de disculpa o reparación hacen responsable de los
problemas y dificultades que están sufriendo a una o varias personas, vivas o
muertas, pertenecientes o no a la familia. De esta manera, la persona destinada
a ser el chivo expiatorio carga con la culpa propia y con la del resto de la
53
familia.
Por ejemplo, un abuelo puede ser el elegido por la familia para responsabilizarle
de todas sus desgracias a raíz de que emigró solo al extranjero hace ya 30 años.
A partir de ahí la familia hace una concatenación de hechos de causalidad lineal
que explica la problemática actual.

Mitos de salvación:
Las familias con mitos de salvación tienen la creencia de que los sufrimientos,
conflictos e injusticias de la vida familiar pueden evitarse o desaparecer
mediante la intervención bienhechora de una persona a la que se le considera
fuerte e importante.
Por ejemplo, una familia puede depositar este papel en un determinado hijo,
confiando que cuando sea adulto e independiente, entonces sus problemas
desaparecerán.

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Sería imposible nombrar todos los mitos que pueden desarrollarse en los sistemas
familiares. A modo de ejemplo mencionaré aquellos que más fácilmente podremos
observar al entrevistar a las familias:

 Mito de la “perfección”: Nosotros hacemos siempre todo con perfección; no


admitimos las imperfecciones.
 Mito de la “felicidad”: ¡Somos todos tan felices!
 Mito de la “mala suerte”: A nosotros las cosas no nos pueden ir bien.
 Mito de la “responsabilidad”: En nuestra familia siempre hemos sido todos
muy responsables.
 Mito del “estudio”: Quien no tiene estudios no es nadie.
 Mito de “no tenemos problemas”: Nadie puede ir con problemas, porque
nosotros no tenemos problemas.
 Mito del “victimismo”: Siempre hemos sido víctimas de las circunstancias
adversas.
 Mito de “entrega a los demás”: Hay que estar siempre en disposición de
volcarse en los demás.
54
 Mito de “somos diferentes”: Nos consideramos mejores que la mayoría de
las familias.

Por último, otra cuestión que se transmite de forma transgeneracional son los
secretos familiares. Los secretos familiares se refieren a temas cargados de
intensos sentimientos de temor, vergüenza y culpa. Está prohíbido hablar
abiertamente de ellos, aunque toda la familia los conoce (Simon y cols., 1988).
Casi todas las familias tienen algún secreto y sirven para proteger la autoestima
de los miembros. Los secretos más habituales tienen que ver con hijos ilegítimos,
matrimonios anteriores, vida sexual de los padres, etc.
Los secretos, según Simon y cols. (1988) llegan a ser un problema cuando
socavan la confianza mutua, inhiben el diálogo y distorsionan la realidad. Es
entonces, cuando el secreto se encuentra relacionado con el mito familiar, ya que
sirve para apuntalarlo. Cuando algún comportamiento de la familia no se ajusta
al mito de la familia, tal comportamiento puede pasar a formar parte del secreto
familiar para seguir, de esta forma, manteniendo la imagen que prescribía el mito.

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Evan Imber-Black (1999) comenta las señales que le hacen pensar que, tal vez,
haya un secreto en la familia. Estas son: si se producen silencios incómodos que
se repiten; si la conversación va languideciendo; si se observa una cortesía
superficial en los miembros de la familia; si se producen cambios bruscos de
tema; si dos miembros llevan a cabo un constante cruce de miradas; si aparecen
conflictos absurdos que hacen desviar un tema en particular.

Matteo Selvini, citando a Karpel, expone tres categorías de secreto (Selvini,


1996):
 Secretos individuales: Sólo una persona de la familia conoce el secreto.
 Secretos internos: Dos personas o más guardan un secreto ante un tercer
miembro de la familia.
 Secretos compartidos: El secreto se mantiene oculto hacia el exterior de la
familia. La familia aparenta desconocer el secreto ante extraños y, en ocasiones,
ante ellos mismos.

Por otro lado, Evan Imber-Black (1999) distigue varios tipos de secretos teniendo
en cuenta el propósito, la duración y el resultado: 55

Secretos placenteros:
Los secretos placenteros tienen que ver con la complicidad entre dos o más personas para
sorprender gratamente a otro miembro de la familia. Una niña puede participar en el
secreto amable con su padre sobre el regalo a la madre. Estos secretos son temporales.

Secretos esenciales:
Los secretos esenciales sirven para promover los límites necesarios y adecuados en una
relación. Favorecen la cercanía y la unión entre los miembros que comparten el secreto.
Son duraderos y esenciales para el bienestar. Forman parte de los “contratos” en las
relaciones, y romperlos puede ser un acto de traición. A este tipo pertenecen muchos
secretos de la parejas referidos a temores e inseguridades.

Secretos nocivos:
Cuando en una familia cierta información clave permanece silenciada e inaccesible, nos
encontramos ante un secreto nocivo. Se define como nocivo porque estos secretos ejercen
efectos negativos crónicos en la capacidad de los miembros de la familia para solucionar
los problemas.

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Secretos peligrosos:
Los secretos peligrosos colocan a las personas ante un riesgo inmediato, y esto hace que
su capacidad de funcionar adecuadamente se vea amenazada. Estos secretos tienen que
ver, por ejemplo, con planes para cometer suicidio, con secretos sobre abuso sexual, con
maltrato a la mujer, con drogadicción, etc. Muy frecuentemente es necesario actuar con
rapidez porque, de no hacerlo así, corre peligro la integridad física o psíquica de la
persona.

Distinguir entre secreto y privacidad no es fácil, ya que la frontera, en


ocasiones, es difusa y resbaladiza. Que los padres no deseen hablar con sus hijos
sobre sus relaciones sexuales, pertenece al orden de lo privado. Sin embargo,
que unos padres oculten a un hijo la causa y circunstancias de la muerte de un
hermano, pertenece al orden del secreto.

Evan Imber-Black (1999) considera que si la ocultación de información afecta las


decisiones vitales de otra persona, su capacidad de tomar decisiones y su
bienestar, entonces, lo que está en juego es el secreto y no la privacidad.
Si el profesional acepta conocer un secreto que un miembro de la pareja quiere 56
revelarle, corre el riesgo de quedar atrapado en una situación de difícil salida, ya
que si guarda el secreto establece una coalición con el informador, y si lo revela a
los otros miembros corre el riesgo de indisponerse con el informante.
No obstante, no hay que olvidar que cuando un miembro de la familia quiere
revelar un secreto al terapeuta es porque se encuentra muy angustiado por la
culpa o por el miedo. El objetivo será ayudar al poseedor del secreto a que
examine las consecuencias de revelarlo a la familia o de seguir manteniéndolo en
secreto.

Los autores representativos de este enfoque transgeneracional en el trabajo con


familias son:
 Murray Bowen
 Ivan Boszormenyi-Nagy
 Helm Stierlin
 James L. Framo

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El modelo multigeneracional sugiere que los problemas emocionales en un


individuo tienen su origen en la dificultad que anteriormente tuvo para separarse
de la familia nuclear (Bowen, 1991).
La incapacidad de los miembros de una familia para diferenciarse se transmite de
generación en generación, de forma que se intensifica, hasta que en una
generación un miembro queda de tal manera apegado que ya no se puede
independizar. La familia, por su parte, también queda apegada a él.
Para Bowen la familia sería como una enorme red interconectada, de forma que
las repercusiones en un extremo pueden sentirse en otro, o en toda la red.
La terapia no cesa al desaparecer los síntomas, ya que el objetivo deseado es un
self maduro y autónomo para cada miembro de la familia.
El tema central de la terapia multigeneracional es el encuentro y la reconciliación
de las generaciones.

CONCEPTOS Y OBJETIVOS DEL ENFOQUE TRANSGENERACIONAL:


 Masa de ego familiar indiferenciado
57
 Transmisión multigeneracional
 Lealtad familiar. Delegación
 Registro de méritos
 Individuación

TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN:
 Genograma
 Parcialidad multidirigida
 Reelaboración
 Confrontación
 Señalamientos en el “aquí y ahora”
 Facilitar la exteriorización del pensamiento de cada miembro
 Facilitar la comunicación de los miembros “a través” del terapeuta

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FAMILIA SANA Y FAMILIA DISFUNCIONAL

Para llevar a cabo una evaluación familiar es necesario definir qué criterios
utilizaremos al diferenciar una familia sana de una disfuncional. Siguiendo a
Zingman de Galperín (1996) describiremos las características de ambos tipos de
familias de la siguiente manera:
En las familias sanas los padres son capaces de dar un buen soporte
emocional y estimular la individualidad y la autonomía de sus hijos. Son
sensibles al crecimiento y a la realización personal de sus hijos.
En las familias sanas los padres asumen adecuadamente sus funciones de padres
para que los niños puedan ser niños. Los miembros de cada subsistema llevan a
cabo bien su papel; esto no es así cuando, por ejemplo, en una familia, un abuelo
tiene más poder que el padre, o una hija mayor es la que dirige y la madre se
supedita en todo a ella.
Ambos miembros de la pareja se apoyan como padres y se perciben como
competentes en la función parental.
58
Cada progenitor ha logrado separarse de sus propios padres y, a su vez, logran
favorecer que sus hijos se separen de ellos.
En la familia sana el poder es compartido; cada padre confía en el otro y ambos
son capaces de llevar conjuntamente el “timón” de la familia.
La relación de pareja, aunque pasen por dificultades y crisis, la viven,
fundamentalmente, como satisfactoria, ya que sienten que por encima de los
conflictos su relación de pareja es la base principal sobre la que construyen toda la
familia. Por eso, son capaces de no involucrar a los hijos en sus dificultades.
Los padres, en su relación de pareja, logran un buen acercamiento emocional y un
profundo vínculo afectivo. Aunque las relaciones que tienen con otras personas
significativas, tales como padres, hermanos o amigos, son buenas, su relación de
pareja es de un nivel más intenso. Son capaces de mantener un buen equilibrio
entre su espacio individual y el espacio para el encuentro familiar.
En las familias sanas sus miembros se sienten integrados pero sin dejar de ser
uno mismo. Esto hace que consigan una buena diferenciación del yo.
La relación sana no está basada ni en la fusión ni en la confusión de funciones,
roles, necesidades o sentimientos, sino en la capacidad de discriminación. Cada

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miembro es respetado por sí mismo, evitándose, de esta manera, tratarlos como


objetos o como parte de otras personas.
La comunicación está basada en el diálogo, que implica saber escuchar y ser
escuchado, poder tener en cuenta el punto de vista del otro. La comunicación
entre los miembros de la familia es fluida y abierta, y se realiza con mensajes
claros. Si en algún momento se produce confusión o incongruencias
comunicacionales, la familia tiene capacidad de metacomunicarse, es decir, de
hablar de aquello que está ocurriendo. Hay respeto por la intimidad personal y de
la pareja. Hay espacio para las diferencias, las discusiones, la creatividad, el error.
Se permiten expresar puntos de vista y sentimientos propios que son diferentes a
los de los otros miembros.
En las familias sanas se evitan los secretos porque sus miembros pueden
comunicarse abiertamente. Existen rituales, pero éstos están al servicio del
crecimiento, evolución e identidad, tanto individual como familiar.
Los mitos familiares no son rígidos, de forma que pueden irse modificando en
función de los requerimientos de la realidad cambiante.
El clima emocional de las familias sanas suele ser positivo y espontáneo. Sus
59
miembros son capaces de compartir tanto lo bueno como lo doloroso. Aunque
pueden darse momentos de malestar, discusión, hostilidad o frustración,
predomina el sentimiento profundo basado en amar y ser amado. Por eso, sus
miembros pueden expresar el conflicto sin destruirse.
En las familias sanas los límites internos y externos son claros. Esto favorece el
intercambio tanto entre sus miembros como con su entorno.
Aunque se respeta la intimidad de cada miembro, esto no va en contra de
conocer los proyectos, las preocupaciones y las personas significativas de cada
uno de ellos.
Las familias sanas van transitando las etapas del ciclo vital de forma que los hijos
al crecer van tomando su propio rumbo y, aunque mantienen el vínculo con sus
propios padres, viven su propia vida.

En las familias disfuncionales el poder es muy rígido, inflexible y


monopolizado en un progenitor, siendo reconocido, éste, como el dominante y el
otro como débil o sumiso. En ocasiones hay luchas por el poder entre ambos
progenitores intentando involucrar a los hijos, los cuales quedan triangulados. Por

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eso, un progenitor puede establecer un vínculo muy intenso con un hijo, mientras
que el otro mantiene un distanciamiento con éste.
En las familias disfuncionales se producen coaliciones intergeneracionales
secretas, y por lo tanto negadas, del tipo triángulo perverso.

Debido a que la pareja tiene serios conflictos que no aborda adecuadamente,


alguno de ellos puede pretender compensar la falta de una buena relación afectiva
entre ellos, vinculándose de forma excesiva con uno o varios hijos. Y esto es así
porque el otro progenitor no hace nada para debilitar ese vínculo de fusión.
Cuando esto ocurre, el hijo que se encuentra fusionado con el progenitor puede
tener dificultades en el desarrollo de su identidad personal, por lo que no
alcanzará un grado adecuado de individuación, quedando limitada su autonomía
personal.
En las familias muy disfuncionales aparecen roles y contra-roles muy rígidos y
polarizados, del tipo dominante-sometido, competente-incompetente, etc.
También se observa que los límites entre subsistemas no están claros de forma
que hay ruptura de las barreras generacionales y entonces se confunde quién es
60
quién en esa familia ni cuál es el lugar de cada uno. Algún hijo puede jugar un rol
parental, llevando a cabo rígidas delegaciones, como, por ejemplo, ser el
“contenedor oficial” de las quejas de la madre respecto del padre o viceversa, o
tomar decisiones que no están en condiciones de hacer, porque corresponden a
responsabilidades adultas, desarrollándose una parentalización disfuncional.
El mito familiar, es decir, el sistema de creencias que todos los miembros
comparten, está muy alejado de los datos de la realidad. Esto lleva a que los
miembros de la familia deban negar sus propias percepciones y no hacer explícitos
sus propias creencias, para que el mito permanezca inalterado.
La comunicación entre los miembros de una familia disfuncional es una
comunicación confusa y paradójica, emitiendo mensajes contradictorios, pudiendo
existir dobles vínculos comunicacionales. Tienen dificultad en saber
metacomunicarse, no pudiendo hacer explícitas y comentar, por tanto, las
contradicciones, ni cuestionarlas. Los miembros no se escuchan mutuamente, sino
que más bien se utiliza al otro para escucharse a sí mismo. Esto lleva a que no se
establezcan relaciones de reciprocidad.

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Si la familia es del tipo aglutinada, el intercambio con el exterior es escaso de


forma que constituye un sistema muy cerrado. Esto lleva a que, fácilmente, se
produzcan entre sus miembros sobrecargas emocionales, creándose un clima
emocional tenso y sofocante.
En las familias disfuncionales no se favorece la individuación de sus miembros por
lo que el grado de autonomía es bajo.
Las familias disfuncionales, al ser muy rígidas, tienen gran dificultad en aceptar
cambios, separaciones y pérdidas. Esa rigidez las hace frágiles y vulnerables por lo
que se ven obligadas a protegerse y defenderse del cambio a través de mitos
incuestionables, de secretos que se trasmiten de forma transgeneracional y de
mecanismos de negación.

Características de la FAMILIA SANA


 El poder es compartido. Cada padre siente que el otro es competente y confiable.
 Existe un clima emocional positivo. Los miembros saben darse soporte emocional.
 Estimulan la individualidad y la autonomía en los hijos.
 Ambos miembros de la pareja se apoyan como padres.
 La relación de pareja es vivida por ambos miembros como satisfactoria. 61

 La comunicación entre los miembros de la familia se realiza con mensajes claros.


 Los padres son capaces de separarse de sus propios padres. Saben favorecer que sus
hijos se separen de ellos para formar sus propias familias.
 Hay un nosotros, valorizado, pero también un yo de cada integrante y un tú.
 Hay un intercambio entre sus miembros y también con el exterior.
 Los individuos no son tratados como parte de otras personas ni como objetos, sino
respetados y con sus características propias.
 El proceso de la familia sana es irse disolviendo, los hijos crecen, van tomando vuelo
propio y se alejan.

Características de la FAMILIA DISFUNCIONAL


 El poder es muy rígido e inflexible. Produciéndose luchas por el poder entre el padre y
la madre, e involucrando a uno o varios hijos.
 Aparecen coaliciones intergeneracionales (triángulo perverso).
 Las relaciones entre los miembros son de oposición: polarizadas, fijas, como de
dominante-sometido.
 Ruptura de las barreras generacionales y entonces no está claro quién es quién en esa
familia ni cuál es el lugar de cada uno.

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 Procesos de rígida delegación como ser el "contenedor oficial" y parentalización.


 Rígidos mitos que tienen una marcada discrepancia con la realidad.
 La comunicación es perturbada, confusa, paradójica y con mensajes contradictorios
(doble vínculo).
 El clima emocional es sofocante e intolerable.
 Se dan relaciones de fusión y simbiosis que impiden crecer y ser.
 El grado de autonomía de sus miembros es muy precario, dificultándose la
individuación.
 La capacidad de cambio es escasa y se defienden con rígida mitología, rituales y
mecanismos de negación.

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BREVE HISTORIA DE LOS PADRES DE LA TERAPIA FAMILIAR

El origen de la Terapia Familiar se remonta a 1954, cuando John Bell empieza a


trabajar con el grupo familiar como unidad de tratamiento.
Poco a poco, y de manera progresiva, a principios de los cincuenta, cada vez más
terapeutas comenzaban a tratar a familias completas, sin saber que otros también
lo hacían. Muchos de ellos no escribían en revistas profesionales por lo que su
trabajo no era conocido.
Hacia 1960, los pioneros de la terapia familiar ya habían establecido las suficientes
bases sólidas para que muchos profesionales empezaran a aplicarlas.

Uno de estos pioneros fue Nathan Ackerman. Proveniente de la psiquia-tría


infantil, Ackerman sostenía, en aquella época, que tanto los factores biológicos
como los interpersonales (medio social) juegan un papel básico en la vida de cada
individuo. En 1955 preside la primera reunión dedicada al diagnóstico familiar.
Fundó el Family Institute en Nueva York y la prestigiosa revista Family Process
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junto con Don D. Jackson, en 1961. Según Minuchin, una de las principales
aportaciones de Ackerman fue enfocar al terapeuta como un miembro del sistema.

Otro de los autores clave en los inicios y en el posterior desarrollo de la terapia


familiar fue Bowen. Empezó a trabajar con familias en 1946. De 1954 a 1959,
colaboró con Lyman Wynne en el “Instituto Nacional de Salud Mental”. Es allí
donde desarrolla los conceptos principales como, la triangulación, la fusión, el
proceso de transmisión multigeneracional y la diferenciación del sí mismo dentro
de la familia de origen. En 1959 se instala en Georgetown (Washington) donde
funda el Centro Familiar. Murray Bowen fue el primer presidente de la Asociación
Americana de Terapia Familiar en 1977.

Al hablar de los pioneros de la terapia familiar, un personaje de referencia


obligada es Salvador Minuchin. Empezó a tratar a familias de niños
institucionalizados hacia finales de 1950. Por tanto, sus primeros trabajos
terapéuticos con un enfoque familiar los realiza con chicos delincuentes de familias
socioeconómicas bajas de Nueva York. Según él dice, cuando empieza a trabajar

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con este tipo de familias su percepción de la patología estaba encuadrada dentro


de su visión más amplia de la falta de poder de estas familias al encontrarse en un
contexto social que desorganizaba sus vidas. Entre los años 1965 y 1970 fue el
director de la Clínica de Orientación Infantil de Filadelfia. Salvador Minuchin es el
fundador del enfoque estructural en terapia familiar.

Hay una figura que destaca como piedra angular en el desarrollo de la terapia
familiar: Gregory Bateson. Antropólogo de formación, Bateson ocupa un lugar
fundamental en el pensamiento norteamericano contemporáneo ya que supo
introducir las ideas de la cibernética y la visión sistémica al campo de las ciencias
sociales.

En 1952 emprendió un proyecto sobre comunicación en el Hospital de Veteranos


de Palo Alto (California). Aproximadamente en la misma época, Don D. Jackson
empezaba a trabajar con esquizofrénicos y sus familias en el mismo Hospital y
desarrollaba el concepto de homeostasis familiar (1957). Jackson, en 1954, se
unió al “Proyecto Bateson” y de esta colaboración provino el importante trabajo
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que condujo a la teoría del doble vínculo en la esquizofrenia.
Estos hallazgos conectados con la teoría de la comunicación y de los sistemas
cibernéticos y con los estudios que Jay Haley realizaba sobre las técnicas
hipnóticas y terapéuticas de Milton Erickson, formaron la base del enfoque
terapéutico estratégico.

En 1959, Jackson formó el Mental Research Institute, en Palo Alto, al cual llevó a
Virginia Satir, quien permaneció en el Instituto durante diez años. Cursó estudios
de maestra antes de hacerse asistente social. Elaboró una técnica de trabajo muy
personal a partir de su experiencia con las familias en la que los sentimientos y las
emociones tienen un papel fundamental.
En 1961 se incorporó al MRI Paul Watzlawick y poco después, Jay Haley y John
Weakland.

El desarrollo del enfoque terapéutico del MRI ha sido llevado a cabo,


fundamentalmente, por Paul Watzlawick, John Weakland, Ricard Fisch y Carlos
Sluzki. En los diez años que duró el proyecto realizado en el MRI, Haley y

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Weakland consultaron, a menudo, a Milton Erickson, para examinar aspectos de la


hipnosis y la terapia. Las técnicas terapéuticas innovadoras y exitosas de Erickson,
especialmente la hipnosis y la instrucción paradójica, tuvieron una influencia
enorme en el desarrollo de la terapia familiar estratégica.

En 1967, Haley dejó Palo Alto para unirse a Minuchin y Braulio Montalvo en la
Clínica de Orientación Infantil de Filadelfia, interesándose cada vez más por la
estructura y la jerarquía familiar. En 1976 se trasladó a Washington para
establecer su propio Instituto de Terapia Familiar junto con su esposa Cloé
Madanes.

En Italia y en la década de los sesenta, Mara Selvini Palazzoli estaba trabajando


en casos de anorexia nerviosa desde una perspectiva psicoanalítica, poniendo
particular interés en la díada madre-hijo. Sus investigaciones fueron incluyendo el
contexto familiar global y en 1970 comenzó a tratar a familias enteras. En 1967
había fundado en Milán el Instituto para el Estudio de la Familia. Cuatro años más
tarde, se incorporan al Instituto Luigi Boscolo, Gianfranco Cecchin y Giulana Prata.
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En 1979 Boscolo y Cechin crean un nuevo Centro, dividiéndose el equipo. El
equipo de Milán, aunque influidos por el Grupo de Palo Alto, evolucionó en una
dirección totalmente distinta, haciendo que sus investigaciones se encontraran en
continua revisión y evolución.

Una breve visión histórica de la terapia familiar quedaría incompleta si no se


mencionara al carismático Carl Whitaker. Es uno de los pioneros de la terapia
familiar. Insiste en que la teoría obstaculiza la libertad terapéutica y la creatividad.
Su trabajo abarca tres generaciones para comprender la trasmisión de la cultura
familiar. Ha hecho aportaciones importantes en la psiquiatría infantil, en la terapia
de la esquizofrenia, en la terapia múltiple y en la terapia familiar sistémica. Su
obra es refrescante y vital, y refleja su propia preocupación por el desarrollo
personal.

Desde hace algo más de quince años, la terapia breve centrada en la soluciones
está adquiriendo gran desarrollo. La terapia breve se centra en los fenómenos
observables, es pragmática y se relaciona con la creencia de que los problemas

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son producidos y mantenidos por los constructos mentales de cada miembro de la


familia y por las secuencias conductuales repetitivas que rodean a tales
constructos. Autores representativos de este enfoque son Steve de Shazer y Bill
O’Hanlon.

Sin embargo, el cambio cualitativo que se está produciendo en la terapia familiar


sistémica es el giro hacia la perspectiva constructivista y construccionista. La
diferencia entre el constructivismo y el construccionismo esta-ría en que mientras
el primero afirma que las personas desarrollan en su mente un conjunto de
mapas, constructos o creencias que son su perspectiva del mundo y que tienen
que ver con su manera de tratar con la realidad, el construccionismo, por el
contrario, afirma que el significado que damos a las cosas no está construido
“dentro de la cabeza” del individuo sino que es construido en la forma en cómo
nos comportamos los unos con los otros. Es decir, el significado se encuentra
entre la gente y no podemos crear significado nosotros solos.

Para Harlen Anderson, una de las representantes más significativas del enfoque
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construccionista, la terapia no sería tanto un tratamiento sino una conversación
mutua, a través de la cual puede nacer una nueva realidad, para la familia y para
el terapeuta. Desde esta perspectiva el énfasis se coloca en “hablar con” y no en
“hacer algo a”. El cambio terapéutico se define como cambio de narrativa, de
relato, de significado.

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