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Natalia González Pérez

Historia de África Subsahariana

26 de agosto de 2021

La narración occidental del desarrollo en África

Cuando se discute sobre desarrollo necesariamente se refiere a cambios y transformaciones


en un status quo para su mejora y eficacia en el tiempo, pero pensar en cómo llevarlo a cabo
lleva a distintas formas de definirlo. El enfoque que cada nación le da a este concepto se
deriva de muchas causas, una de ellas, tal como señala García Márquez en su texto “Un país
al alcance de los niños”, es la historia que lleva consigo cada territorio, sus antepasados, sus
derrotas y victorias, sus conquistas y cicatrices. En África, existe un relato difuso, por una
parte, por la colonización europea extendida hasta mediados del siglo XX, donde las
poblaciones y culturas fueron brutalmente dominadas; y, por otra parte, por las disputas
étnicas y tribales -sucedidas por las independencias políticas- que en su intento por definir
fronteras, buscaron legitimar doctrinas extranjeras en contextos nacionales y locales a la
fuerza, descalificando las memorias ancestrales. De estas circunstancias, relatos y
subjetividades se compone el relato africano, el desarrollo africano. Sin embargo, estas
narraciones no son reconocidas como válidas, son relatos perdidos en una inmensidad de
estereotipos que sobre este gran continente recaen, prejuicios que en su mayor parte
construyen la visión equivocada de África como el continente pobre y no desarrollado, así
que ¿Por qué para el mundo occidental resultan incivilizadas y poco desarrolladas las
narrativas culturales y cosmogónicas que tienen las tribus y etnias africanas?

En primer lugar, para el economista y ambientalista chileno Max Neef, en su libro Desarrollo
a escala humana: Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones, el desarrollo debe revisarse
a Escala Humana y, debe orientarse, “hacia la satisfacción de las necesidades humanas”
(Max-Neef, 1993), para así conocer la calidad de vida de los sujetos a la hora de ver cómo
suplen esas necesidades. Para Neef es indispensable entender la relación necesidad/satisfactor
y, para ello, enumera tres características esenciales: las necesidades son universales, finitas y
pueden requerir de varios agentes de satisfacción, mientras que los satisfactores son de corte
cultural, infinitos y pueden suplir las necesidades en una comunidad, pero no son la necesidad
(Max-Neef, 1998). . Por lo anterior, es necesario examinar y tener presente el satisfactor
acorde a cada una de las necesidades que exteriorice el individuo -que bien pueden ser
necesidades fundamentales (definen qué es una buena calidad de vida), existenciales (quién
soy, qué sé y qué hago) y axiológicas (subsistencia, participación, protección y ocio)-. En este
sentido, es incorrecto afirmar que existe solo un camino al desarrollo, puesto que el desarrollo
depende de cómo cada cultura satisfaga las necesidades de sus individuos y esos satisfactores,
al ser infinitos, no pueden ser cuestionados.

Es posible observar esto en dos ritos de entierro: el de la religión Católico apostólico romana
y la religión tradicional del pueblo Yoruba. En la primera, es una despedida final al alma del
muerto que ya no pertenece al mundo de los vivos; generalmente son reuniones lúgubres y
requieren vestimentas negras -que según la tradición significa luto o pena- con mucha quietud
y silencio en señal de respeto al difunto; se compone de tres actos protocolarios durante dos
días, el velatorio donde la familia y amigos se despiden con el ataúd, la misa fúnebre y el
compromiso o entierro . Por otra parte, el pueblo Yoruba tiene varios ritos dependiendo del
asentamiento y de la causa de muerte; en el caso de fallecimiento por vejez, se realizan
diversos ritos y protocolos durante 7 días para llevar el espíritu del muerto al reino ancestral,
en algunos ritos se entierra al difunto con comida, ropa, aves de corral, entre otras cosas para
ayudarle a estar preparado en su otra vida.

Cada comunidad y religión tiene sus propias costumbres y visiones sobre la muerte, para
algunos es un viaje por comenzar y para otros es el fin de este. Cada rito es fruto de siglos de
memorias y de recolección de saberes ancestrales que se evocan en cada una de las
ceremonias y resultan ser la expresión cultural de cómo estas comunidades se relacionan
tanto con la muerte cómo su visión cosmogónica del mundo. Ambos comparten que es
necesario realizar un rito para marcar la muerte a pesar de tratar el mismo suceso con
tradiciones distintas. Entre estos dos, no hay ninguno más civilizado que el otro porque,
como vimos, ambas satisfacen la necesidad de marcar un punto importante para la comunidad
en la muerte, con satisfactores diferentes pero cumpliento la misma función, ofreciendo a los
individuos el mismo nivel de calidad de vida.

El mundo occidental está tan inmerso en el bucle obsesivo de creación de necesidades que se
ha olvidado de ver que realmente lo es y que no. Esto nos explica porque desde ese lado del
globo terráqueo está esa tendencia casi incontrolable, a la que se refería párrafos atrás, sobre
querer “culturizar” a aquellas culturas desconocidas y no pertenecientes al mundo “civilizado
y globalizado”. Porque, en resumen, todos tenemos las mismas necesidades (fundamentales,
existenciales y axiológicas) pero cada cultura decide cómo satisfacerlas -algunas de formas
totalmente distintas-, siempre regidas por las cargas históricas, políticas y económicas de la
que hacemos parte. Occidente criminalizó a todo aquello que no se le pareciese y construyó
alrededor de sí una máscara de modernidad para escudar sus abusos. Ahora, desde la
individualidad se cataloga de mal las culturas que satisfacen de manera diferente sus
necesidades porque se está cerrado a comprender que no todo es occidente, que existen
formas distintas de comprender el cosmos y el mundo - tanto visible como invisible-.

Y, es que parte de esta construcción de relato excluyente, se fundamenta en la visión de tener


una historia única, Chimamanda Adichie, novelista nigeriana, sostiene la importancia de los
relatos no contados, relatos distintos que permitan ampliar los panoramas y horizontes de los
sucesos, para no caer en la idea de una narración exclusiva con estereotipos que “hacen de
una sola historia la única historia” (Adichie, 2009), sino relatos que también permitan evitar
esa incomprensión grave que se genera la escuchar un historia exclusiva sobre algún sujeto o
lugar. Además, Adichie hace énfasis en la importancia de contar historias reflexivas que
permitan la interacción con el otro, y la trascendencia de los relatos que ofrecen narraciones
que no han sido contadas anteriormente, ya que esa semblanza, acompañada de sucesos y
anécdotas, aporta una visión diferente de lo que se creía único y completo. “Contar la historia
desde los nativos americanos y no desde la llegada de los británicos da una historia
diferente”(Adichie, 2009). Definitivamente un relato no contado es fundamental para llenar el
cuadro, evitar cegueras y estar dispuestos a reescribir, sin encasillar. No limitarse a una sola
historia y abarcar otros horizontes permitirá comprender verdaderamente las diferentes
realidades y el porqué de sus diferentes relatos.

Son precisamente estas historias únicas las que encasillan, desde occidente, al continente
africano a adjetivos peyorativos y generalizados. África no es un continente subdesarrollado
y primitivo. África tiene subjetividades distintas que no tienen compatibilidad con las que
comparte la cultura americanizada y, por ello, no significa que esté más o menos atrasado en
términos de desarrollo. Y, en este concepto, es interesante notar que no puede aplicarse en su
totalidad para la realidad de muchas etnias africanas, el desarrollo occidental incluye un
avance en un plazo de tiempo, donde este tiempo implica un pasado, presente y futuro
lineales y cronológicos, el pasado ya fue, el presente está sucediendo gracias y a pesar del
pasado y el futuro sucederá cómo consecuencia de lo que está pasando. Esta visión del
tiempo no concuerda con lo que se vive en África, aquí no hay un tiempo, existen cuatro, el
social, mítico, natural y cotidiano y estos tiempos son siempre presentes porque atan los
antepasados con las decisiones presentes, son circulares y presentes siempre. “Cuando Kanku
Mussa, emperador de Mali (1312-1332) envió un embajador al rey de Yatonga para pedirle
que se convirtiera al islamismo, el jefe mossi respondió que debía consultar primero a sus
antepasados antes de tomar semejante decisión. Puede verse en ello como el pasado por
intermedio del culto tiene una relación directa con el presente erigiéndose los antepasados en
administradores directos y privilegiados de los asuntos que surgen siglos después” (Hampaté
Ba, 1979) Entonces no tiene sentido leer África desde el desarrollo de occidente porque este
no puede ser medido de la misma manera en el continente. Los lenguajes culturales son
diferentes y deben medirse desde su propias reglas, juzgar de subdesarrollado entonces es
ignorante, pues desconoce las producciones y construcciones de sentido desde las cuales
califica.

En este sentido, la visión sesgada donde solamente lo globalizado y occidental es lo correcto,


-la tecnología occidental, las civilizaciones occidentales, las producciones y ritos- y donde
solo valen las cultura e historias que puedan ser entendidas dentro de estos sentidos, impide
entender que más allá de los valores europeos y estadounidenses, existen otras comunidades y
etnias como las africanas que tienen sus propias culturas y prácticas que han transmitido a lo
largo de generaciones y que constituyen formas de organización igual de desarrolladas. No
obstante, constantemente se crea esta necesidad de que es de vital importancia ir a
“culturizar” para la salvación. Educar unidireccionalmente y autoritariamente según prácticas
hegemonizadas, ignorando completamente las distintas visiones y cosmogonías; porque en el
relato occidental se está ofreciendo la salvación para aquellas almas perdidas. Es fundamental
cambiar el foco de atención, se debe aprender de estas comunidades, no ejercer poder sobre
estas, ni saturar con falsas ideas de desarrollo “El problema es que el activismo saturo el
pensamiento“ (Moreno, 2006).

Por ejemplo, en la cultura popular colombiana es común decirle a los niños a la hora de
comer que no deben desperdiciar la comida porque en África se están muriendo de hambre;
en los folletos de voluntariados siempre aparecen fotos de niños africanos con desnutrición,
cosificando la situación y convirtiendo en objeto de consumo la pobreza e induciendo la idea
de ir a culturizar y salvar de la miseria a los africanos; en la mayoría de artículos periodísticos
o notas sobre culturas africanas es común comercializar a partir de la visión exótica y
primitiva en la que viven en esas comunidades no desarrolladas, quitándole el sentido
espiritual y existencial que tienen los ritos y rituales africanos, esto sucede a menudo con
etnias que conservan formas de vida radicalmente distintas a las occidentales, como sucede
con la comunidad Himba en Namibia, ahora “atractivo turístico” por su forma de vida.

En conclusión, podemos decir que la visión occidental hacia la cultura africana responde a
una visión sesgada y particularizada. En primer lugar, no es posible nombrar la cultura
africana singular, existen muchas etnias y comunidades con sus propias costumbres, por
tanto, determinar África por solo una de ellas es obsoleto. En este sentido, la particular
narración que tiene occidente sobre África dista mucho de la realidad, no recoge los relatos y
cosmovisiones de estas culturas, por el contrario, se detiene en contar África desde la historia
única, una foto que no permite cambios ni otras perspectivas en el panorama, encapsulando
toda una realidad en unos pocos conceptos y estereotipos. Es preciso señalar que es bajo la
lupa de desarrollo desde donde Occidente clasifica a África. No obstante, este concepto
también es rebatido, puesto que no responde los sentidos africanos, el significante es el
mismo pero el significado varía y, por tanto, no existe punto de comparación. En síntesis,
Occidente no se preocupa por entender África porque ésta se sale por completo de las lógicas
que lo dominan, es incontrolable y por esto mismo, se convierte en una tangente que
occidente decide someter bajo los adjetivos culturales de primitiva, salvaje, no civilizada y
subdesarrollada.
Bibliografía

Adichie, C. (2009, Julio). Chimamanda Adichie: El peligro de la historia única. [Archivo de


video]. Recuperado de
https://www.ted.com/talks/chimamanda_ngozi_adichie_the_danger_of_a_single_story?langu
age=es

AfricanArt (s.f)To the Grave and Beyond: A look at funeral rituals and traditions from
various West African cultures. Disponible en:
http://academics.smcvt.edu/africanart/kristen/yoruba.htm

García Márquez, G. (1995). Por un país al alcance de los niños. En M. Hernández, S. Ortiz y
C. Vasco (Eds). Colombia: al filo de la oportunidad. (pp. 24-28). Santafé de Bogotá,
Colombia: Tercer Mundo Editores.

Hampaté Ba, Amadou, Los archivos orales de la Historia. En: El Correo de la UNESCO
(Paris), XXXII, 8 (agosto - septiembre 1979), pp. 17-23.

Max-Neef, M. (1993). Desarrollo a escala humana: Conceptos, aplicaciones y algunas


reflexiones. Montevideo, Uruguay: Nordan-Comunidad.

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