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HORA SANTA DE FIN DE AÑO “Y habitó entre nosotros”

1. EXPOSICIÓN: 10 min Canto: Cantemos al Amor de los amores…


Exposición del Santísimo
Ministro: En los cielos y en la tierra sea por siempre bendito y alabado
Todos: El corazón amoroso de Jesús sacramentado (3 veces)
Ministro: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
Todos: Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos
Amén. (3 veces)
Ministro: En los cielos y en la tierra sea por siempre bendito y alabado
Todos: El corazón amoroso de Jesús sacramentado
2. ADORACIÓN: 10 min
El Sacramento es el momento sagrado, el momento de Dios. La Eucaristía es
presencia real del Hijo de Dios hecho hombre y este momento frente a la Hostia
consagrada, es momento de Dios. Jesús sacramentado está realmente presente
con nosotros. Contemplemos al Señor y adorémosle, reconozcamos que es
nuestro Dios, nuestro Señor, el dueño de nuestras personas y nuestras vidas.
Jesús Sacramentado, en este momento tan especial de fin de año en el que
venimos a adorarte, reconociéndote como el Señor de la historia, te queremos
repetir las mismas palabras que pronunciaste en los últimos instantes de tu vida:
“Todo está cumplido”. Quisiéramos poder decir que este año ha sido
completamente consagrado a ti, para tu gloria y tu servicio. Te pedimos perdón por
las veces que no hemos sabido corresponderte y te ofrecemos esta Hora Santa de
acción de gracias por tantos beneficios. En efecto, Jesús Sacramentado, hoy,
sobre todo, queremos darte las gracias. Jesús amigo, no solo queremos
lamentarnos por el tiempo perdido, sino queremos hoy redoblar nuestros
esfuerzos para superarnos. Danos tu gracia para aprovechar el tiempo de manera
que podamos ya desde ahora encontrarnos con tu amor por toda la eternidad.
Gracias por todos tus beneficios Jesús.
Oración en silencio. Música o canto.
2. ESCUCHAR: 
Lector: del Evangelio según San Juan 1, 1-18.

“En el principio ya existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra


estaba con Dios y era Dios. Ya en el principio él estaba con Dios. Todas las cosas
vinieron a la existencia por él y sin él nada empezó de cuanto existe. Él era la vida,
y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la
recibieron. Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino
como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de
él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. Aquel que es la Palabra era la luz
verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo
estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin embargo, el mundo no lo conoció.
Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les
concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los
cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del
hombre, sino que nacieron de Dios. Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y
habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a
Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan el Bautista dio testimonio
de él, clamando: A éste me refería cuando dije: El que viene después de mí, tiene
precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo. De su plenitud hemos
recibido toda gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés,
mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto
jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado”.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Lector: (Fragmentos del mensaje del Papa Francisco con motivo de la jornada de
la Paz 2015)

No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por una disposición
divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse
libremente a Cristo. El ser hijo de Dios responde al imperativo de la conversión:
«Conviértanse y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesús, el
Mesías, para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo» dice
en Hechos 2,38. Todos los que respondieron con la fe y la vida a esta predicación
de Pedro entraron en la fraternidad de la primera comunidad cristiana (cf. 1 P 2,17;
Hch 1,15.16; 6,3; 15,23): judíos y griegos, esclavos y hombres libres (cf. 1 Co
12,13; Ga 3,28), cuya diversidad de origen y condición social no disminuye la
dignidad de cada uno, ni excluye a nadie de la pertenencia al Pueblo de Dios. Por
ello, la comunidad cristiana es el lugar de la comunión vivida en el amor entre los
hermanos (cf. Rm 12,10; 1 Ts 4,9; Hb 13,1; 1 P 1,22; 2 P 1,7).

Señor Jesús, tú que eres la Palabra eternamente creadora de la que “todas las
cosas vinieron a la existencia y nada empezó de cuanto existe”, estamos reunidos
alrededor de ti en este último día del año. Reconocemos que somos obra de tu
amor. Eres la presencia personal de Dios en nuestras vidas. Sin embargo, en
nuestros tiempos, un cierto tipo de cultura nos ha educado a movernos solo en el
horizonte de las cosas, de creer solo en lo que vemos y tocamos con las manos.
Por eso crece el número de personas que se sienten desorientadas y creen en
todo y nada. En este contexto, las palabras del Papa Francisco que acabamos de
escuchar nos piden una respuesta, una nueva actitud ante nuestro prójimo, a
reconocerte presente y, especialmente en los que sufren, necesitado de nuestra
respuesta amorosa, solidaria y generosa.
Señor Jesús, “luz verdadera que ilumina a todo hombre”, todos necesitamos, no
solo el pan material, sino también necesitamos amor, sentido, esperanza, de un
fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido
auténtico, aún en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y en los problemas
de cada día. Gracias por la luz de la fe, esta fe que es una confianza plena en ti,
una adhesión a tu persona llena de esperanza y confianza porque has revelado el
rostro amoroso de Dios con tu muerte y resurrección mostrándonos de manera
luminosa que sólo en el amor está la plenitud del hombre. Ayúdanos a vivir este
nuevo año, el 2015 confiados en ti, guiados e impulsados por tu Espíritu,
aprendiendo a amar como tú nos has amado.
Señor Jesús, tú que eres el principio y el fin, “Aquel que es, que era y que ha de
venir” (Ap 1, 8), que “permanece hoy como ayer y por la eternidad” (Heb 13, 8),
pues “mil años para ti son como un día, un ayer, un momento de la noche” (Sal 90,
4). Ayúdanos a no absolutizar el presente que nos lleva al vacío, crisis de sentido,
frustración, ansiedad y angustia. Y porque eres la Palabra “que se hizo hombre y
habitó entre nosotros”, abre nuestro ser para entender que el tiempo humano ha
entrado a participar en la eternidad de Dios; suscita nuestra respuesta generosa
descubriendo que creer es encontrar la verdadera vida. Provoca que en estos
últimos minutos de este año dirijamos nuestra mirada a ti, que nos has revelado la
plenitud de la vocación y de la dignidad humana y nos enseñas a mirar la realidad
en todos sus aspectos para responderte de manera adecuada y humana.

Oración en silencio. Música o canto


4. ORACIÓN: 10 min.
Lector: El último día del año es una ocasión para elevar un cántico de alabanza y
acción de gracias. Es una necesidad dar gracias a Dios que nos ha acompañado
durante este tiempo, velando por nosotros con su amor de Padre. Repasemos en
esta oración todos los beneficios de Dios. Agradezcamos de corazón y con
humildad los dones recibidos. Todo es un regalo inmerecido de la Misericordia.

Todos: Te damos gracias, Señor Jesús.

Lector: Ahora pasemos a pedir perdón por nuestras faltas de correspondencia,


por las veces que nos olvidamos de Dios y del prójimo.
Todos: Te pedimos perdón, Señor Jesús.

Lector: No podemos continuar nuestra oración sin pedir al Señor por todas
aquellas personas que pasan por el sufrimiento, ya sea por el dolor físico o por las
penas morales, o por cualquier clase de esclavitud.
Todos: Te lo pedimos, Señor Jesús.

Lector: Roguemos al Señor para que nos haga experimentar a todos su fortaleza
y su gracia.
Todos: Te rogamos, Señor Jesús.

Lector: Ahora miremos al futuro. No sabemos lo que nos tiene preparado la


Providencia, pero nuestra fe nos dice que todo contribuye al bien de los que aman
a Dios. En sus manos ponemos nuestros proyectos, pero sobre todo, nuestros
deseos de amarlo por encima de todas las cosas.
Todos: Tú eres nuestra esperanza, Señor Jesús.
Lector: Señor Jesús, los hombres y las mujeres que vivimos en esta tierra vamos
a iniciar un año nuevo. En unos momentos nos desearemos: ¡Feliz año nuevo! Tú
también nos deseas un feliz año nuevo, porque darnos felicidad es tu principal
preocupación. Por eso te hiciste hombre y Dios con nosotros, con esa finalidad
naciste como Salvador. Nos ponemos en tu presencia porque queremos que nos
acompañes en este nuevo año, Eres el camino, la verdad y la vida, eres nuestro
Maestro y nuestro guía.
Todos: Acompáñanos, Señor, en este año nuevo.

Lector: Enséñanos el camino de la felicidad.


Todos: Bendícenos, Señor Jesús.

Lector: Que este año nuevo nos traiga vida nueva.


Todos: Que sigamos caminado junto a ti.
Oración en silencio. Música o canto.
5. CONTEMPLACIÓN: 10 min
Lector: “Otro año llega a su término, mientras que, con la inquietud, los deseos y
las esperanzas de siempre, aguardamos uno nuevo. Si pensamos en la
experiencia de la vida, nos deja asombrados lo breve y fugaz que es en el fondo.
Por eso, muchas veces nos asalta la pregunta: ¿Qué sentido damos a nuestros
días? Más concretamente, ¿qué sentido damos a los días de fatiga y dolor? Esta
es una pregunta que atraviesa la historia, más aún, el corazón de cada generación
y de cada ser humano. Pero hay una respuesta a este interrogante: se encuentra
escrita en el rostro de un Niño que hace dos mil años nació en Belén y que hoy es
el Viviente, resucitado para siempre de la muerte. En el tejido de la humanidad,
desgarrado por tantas injusticias, maldades y violencias, irrumpe de manera
sorprendente la novedad gozosa y liberadora de Cristo Salvador, que en el
misterio de su encarnación y nacimiento nos permite contemplar la bondad y
ternura de Dios. El Dios eterno ha entrado en nuestra historia y está presente de
modo único en la persona de Jesús, su Hijo hecho hombre, nuestro Salvador,
venido a la tierra para renovar radicalmente la humanidad y liberarla del pecado y
de la muerte, para elevar al hombre a la dignidad de hijo de Dios… Así pues, no
hay lugar para la angustia frente al tiempo que pasa y no vuelve; ahora es el
momento de confiar infinitamente en Dios, de quien nos sabemos amados, por
quien vivimos y a quien nuestra vida se orienta en espera de su retorno definitivo.
Desde que el Salvador descendió del cielo el hombre ya no es más esclavo de un
tiempo que avanza sin un porqué, o que está marcado por la fatiga, la tristeza y el
dolor. El hombre es hijo de un Dios que ha entrado en el tiempo para rescatar el
tiempo de la falta de sentido o de la negatividad, y que ha rescatado a toda la
humanidad, dándole como nueva perspectiva de vida el amor, que es eterno… A
ti, oh Dios, te alabamos. La Iglesia nos sugiere terminar el año dirigiendo al Señor
nuestro agradecimiento por todos sus beneficios. Nuestra última hora, la última
hora del tiempo y de la historia, termina en Dios. Olvidar este final de nuestra vida
significaría caer en el vacío, vivir sin sentido” (Benedicto XVI, 31 de diciembre de
2011).
Oración en silencio. Música o canto.

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