Está en la página 1de 1

Nunca, casi nunca, a veces, siempre (2020)

Veo que mi pregunta no es exclusiva sino que se la hacen en varias entrevistas a Eliza Hittman, directora y
guionista: ¿por qué en su película todos los hombres buscan abusar de las mujeres? El compañero de clase,
el padrastro, el jefe en el trabajo, el tipo que se sube al metro, ese otro que conocen en el bus… Y la
pregunta no surge por una reivindicación masculina, ni muchísimo menos, sino por razones estrictamente
cinematográficas. Por razones de verosimilitud, que diría Aristóteles, sobre todo porque el gran valor de
“Nunca, casi nunca, a veces, siempre” está en ese naturalismo con el que filma Hittman, que el jurado de
Sundance llamó “neorrealismo”, en el que ni siquiera los primeros planos distraen sino que intensifican la
exploración. No sirve la excusa de que lo que interesaba es la percepción de Autumn, la protagonista,
porque la fuerza de la historia está afuera. La pregunta tampoco es desviarme del tema: la violencia de
muchas miradas masculinas a la que está sometida es tal vez lo principal. Por eso el equilibrio debía ser
exquisito. Pero lo dicho no quita la importancia de una grande y dura y triste película, que conquistó al
jurado también en Berlín, sobre una chica de diecisiete años que se queda embarazada, no puede abortar
en su estado y emprende una road movie silenciosa con su prima en busca de la intervención. Lo triste que
resulta estar en tal abandono que la primera persona que te toma la mano con voluntad de consuelo es la
trabajadora de Planned Parenthood.

También podría gustarte