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viajar a Kioto para oír las campanas del templo en el Año Nuevo.
Pero además quiere ver a Otoko, antigua amante a la que había
humillado. Todavía hermosa, Otoko, ahora pintora, vive con su
protegida Keiko, una joven amoral, sensual y apasionada de apenas
veinte años. Y lo que comienza como un reencuentro sentimental
entre el maduro Oki y la discreta Otoko se convertirá, por voluntad
de Keiko, decidida a vengar a su mentora, en un cruel drama de
amor y destrucción.
Yasunari Kawabata
Lo bello y lo triste
ePub r1.0
jugaor 30.11.13
Título original: (Utsukushisa to Kanashimi to)
Yasunari Kawabata, 1964
Traducción del inglés: Nélida M. de Machain
Tres horas más tarde, Ueno Otoko se enteró por radio del accidente de
lancha en el lago Biwa y se dirigió en auto al hotel. El informativo anunciaba
que una muchacha llamada Keiko había sido recogida por uno de los
veleros. Keiko estaba en cama cuando ella llegó.
Al entrar en la habitación, Otoko preguntó a la camarera que cuidaba a
Keiko si ésta estaba aún inconsciente.
—Le han aplicado un sedante —respondió la mujer.
—¿De modo que está fuera de peligro?
El médico dice que no hay razón para preocuparse. Parecía muerta
cuando la trajeron a la orilla; pero le practicaron respiración artificial y no
tardó en reanimarse. Comenzó a manotear desesperadamente y a pronunciar
el nombre de su acompañante.
—¿Y cómo está él?
—No lo han encontrado todavía, a pesar de que es mucha la gente que lo
está buscando.
—¡No lo han encontrado!
La voz de Otoko temblaba.
Pasó a la otra habitación y se asomó a la ventana. Las luces de las
lanchas se movían sin cesar sobre la negra superficie de agua que se
extendía hasta la distancia, a la izquierda del hotel.
—Han salido todos los botes y lanchas de la zona. No sólo los nuestros
—explicó la camarera—. Las lanchas de la policía también están
recorriendo el lago y se han encendido hogueras a lo largo de la costa. Pero
probablemente sea demasiado tarde para salvarlo.
La mano de Otoko se crispó sobre la cortina.
Lejos del inquieto ir y venir de las luces de las lanchas, un vapor de
excursión, festoneado de farolitos rojos, avanzaba lentamente hacia el muelle
del hotel. Desde la orilla opuesta ascendían al cielo fuegos artificiales.
Otoko advirtió que las rodillas le temblaban. Luego, su cuerpo entero
comenzó a agitarse y tuvo la impresión de que los farolitos del vapor se
mecían. Se apartó de la ventana con un esfuerzo.
La puerta del dormitorio estaba abierta. Al ver la cama de Keiko regresó
a toda prisa a la habitación, como si hubiera olvidado que ya había estado
allí antes.
Keiko dormía un sueño apacible. Su respiración era regular.
Eso intranquilizó más aún a Otoko.
—¿Podemos dejarla así?
La camarera hizo un gesto afirmativo.
—¿Cuándo va a despertar?
—No lo sé.
Otoko apoyó la mano sobre la frente de Keiko. La piel fresca y húmeda
parecía pegajosa. El rostro de la joven estaba pálido. Sólo en las mejillas se
insinuaba un leve tono rosado.
Su cabellera se derramaba sobre la almohada en una intrincada masa, tan
negra, que parecía mojada aún. Los primorosos dientes brillaban apenas por
entre los labios entreabiertos. Tenía los brazos extendidos a lo largo del
cuerpo, bajo las mantas. Al verla así, dormida, el rostro puro e inocente de
Keiko conmovió profundamente a Otoko. Parecía estar despidiéndose, de
Otoko y de la vida.
Estaba a punto de sacudirla para que despertara, cuando oyó unos golpes
en la puerta de la otra habitación. La camarera fue a abrir.
Oki Toshio y su esposa entraron. Él se detuvo al ver a Otoko.
—De modo que usted es la señorita Ueno —dijo Fumiko.
Las dos mujeres se encontraban por primera vez.
—De modo que usted es la que hizo matar a mi hijo —prosiguió Fumiko
con voz serena, carente de emoción.
Otoko movió los labios, pero las palabras no surgieron. Estaba inclinada
sobre la cama de Keiko, apoyada sobre un brazo. Fumiko avanzó hacia ella y
Otoko se echó atrás.
La mujer aferró con ambas manos el kimono de dormir de Keiko y la
sacudió.
—¡Despiértese! ¡Despiértese!
La cabeza de Keiko se agitaba con la violencia de los sacudones.
—¿Por qué no despierta?
—Es inútil —dijo Otoko—. Está bajo el efecto de un sedante.
—Le tengo que preguntar algo —dijo Fumiko sin dejar de sacudirla—.
¡Es una cuestión de vida o muerte para mi hijo!
—Esperemos —trató de calmarla Oki—. Toda esa gente que está
recorriendo el lago lo busca.
Rodeó los hombros de su esposa con un brazo y juntos abandonaron la
habitación.
Con un suspiro, Otoko se sentó en la cama y observó el rostro dormido
de la joven. De la comisura de los ojos de Keiko partía un reguero de
lágrimas.
—¡Keiko!
Keiko abrió los ojos. Las lágrimas seguían brillando en ellos cuando
miró a Otoko.
***
YASUNARI KAWABATA (Osaka, 1899-1972). Novelista japonés, graduado
por la Universidad Imperial de Tokio. En la década de los años veinte formó
parte de un grupo literario de jóvenes escritores conocido como
Shinkankaku Ha (Escuela de la Nueva Sensibilidad), partidarios del lirismo
y del impresionismo en lugar del realismo social imperante.
Poco a poco fue desarrollando un estilo propio, minucioso y episódico.
Con frecuencia se preocupó por la exploración de la soledad y los aspectos
que bordean la sexualidad humana. Sus obras más reconocidas son País de
nieve (1937-1948), Mil grullas (1952), El rumor de la montaña (1954), El
Maestro de Go (1954), La casa de las bellas durmientes (1961), Kioto
(1962), y Lo bello y lo triste (1964). En 1968, Kawabata se convirtió en el
primer japonés en ganar el premio Nobel de Literatura, por su maestría
narrativa que expresa con gran sensibilidad el espíritu nipón.
En 1972, enfermo y deprimido, dolido sin duda por la muerte de su
amigo Yukio Mishima, quien lo había definido como un «viajero perpetuo»,
Kawabata se suicidó en un pequeño apartamento a orillas del mar.