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Universidad de La Sabana

Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas

Seminario: Los Trascendentales

Miguel Esteban Bohórquez Velandia

Ficción Trascendental

La ficción es muchas veces catalogada como un simple elemento para nuestro


entretenimiento, o en el mejor de los casos, como un juego conceptual que sirve para
nuestro goce estético. Esto se da porque, al no tener una referencia en la realidad, se queda
simplemente relegada a ese juego conceptual que somos capaces de entender pese a que no
hay nada en la realidad que acontezca del modo en que lo hace en la obra de ficción. Si
bien, hay autores que defienden que hay pensamiento al interactuar con una obra ficticia
(Frege, por ejemplo), hay quienes niegan esto rotundamente (como Russell). Quienes
defienden que hay pensamiento, no necesariamente defienden que hay valor cognoscitivo
en las obras de ficción.

Felipe el Canciller puede arrojar luz sobre esta cuestión con lo que propone en la
segunda cuestión de su Summa de Bono:

Una quimera no es un tragelafo. Entonces es verdadero, que la quimera no es un


tragelafo. […] hay verdad de la cosa en cuanto a la separación de la composición
que se entiende con el término de quimera, que está fundado sobre tales partes de
la cosa, entonces la primera sobre la parte de león, la del medio la cabra, en la
parte de abajo la serpiente, y la que está en el tragelafo. Aunque es verdad, que la
quimera no es, sin embargo, la quimera es quimera y el tragelafo es tragelafo.
(Summa de Bono, prol. q. 2, n. 40 y 41)

Esto supone una afirmación importante para esclarecer la relación entre los entes
ficticios (o la ficción en general) y los Trascendentales, en especial sobre la verdad. Así
pues, parece haber seguridad sobre que se puede predicar la verdad de un ente ficticio,
siempre y cuando este tenga una definición; es decir, no puedo predicar sobre Guillermo
Samsa, porque realmente no existe un ente ficticio con ese nombre, o en su defecto, no lo
conozco, por lo que no posee una definición. Esto nos podría remitir al principio de
identidad, que propone que todo ente es idéntico a sí mismo, así pues “Gregorio Samsa se
despertó convertido en un monstruoso insecto”, es verdadero pues en efecto, Gregorio
Samsa y el sujeto que despertó convertido en un monstruoso insecto son el mismo ente. No
puedo predicar de un ente ficticio hasta que no se le dé una definición, por eso no puedo
predicar de Guillermo Samsa, es un nombre para un cajón vacío; verdaderamente no tiene
identidad. El contenido de la definición del sujeto es importante para diferenciarlo de los
otros sujetos; así, puede existir un ente llamado Guillermo Samsa, pero no lo podré
distinguir de otro hasta que no le otorgue una definición. Tanto Gregorio Samsa como
Guillermo Samsa son verdaderos solo por el hecho de ser entes, así uno tenga una
definición y el otro no (aunque la definición de Guillermo puede decirse que es ser un ente
ficticio).

De este modo, los entes ficticios poseen un valor ontológico, y, por lo tanto, un
valor veritativo. Esto nos conduce al principio de no contradicción: si la proposición X es
verdadera no se puede decir que la proposición contradictoria a X también sea verdadera.
Este principio nos es útil para afirmar que la verosimilitud de un trabajo de ficción
realmente es importante, pues, al tener valor ontológico, los entes ficticios agrupados
dentro de una obra de ficción. Las incongruencias que haya en un mundo ficticio como
conjunto de entes ficticios le restan valor veritativo, pues un mundo o historia (conjunto de
entes ficticios) que implica contradicción no es tan verdadero como uno que es verosímil en
su composición. Como cuando en The Dark Knight Rises Batman es capaz de salvar a la
gente de una bomba nuclear sin que sufran daños colaterales a pesar de no estar muy lejos
del epicentro de la explosión, resultando en una contradicción evidente. Del mismo modo
en que la falta de verosimilitud resta valor de verdad al conjunto de entes que conforman el
mundo ficticio, se puede decir que le resta entidad en general, pues los entes son verdaderos
en la medida en que son, por lo que un menor valor veritativo implica un menor valor
ontológico. No quiere decir que la verdad sea anterior al ente, sino al contrario; el ente es
anterior a la verdad y por lo tanto el valor ontológico de un ente determina su valor
veritativo, algo con mayor valor ontológico tiene mayor valor de verdad, y algo con menor
valor ontológico tiene menor valor veritativo; es una relación codependiente, por lo que, si
hay menor valor veritativo, se sigue que hay menor valor ontológico en el conjunto de entes
ficticios que conforman el mundo ficticio de una obra.

Es así como verdaderamente se puede decir que los entes ficticios son cognoscibles,
pues apelan a la potencia del intelecto para hacer manifiesto su valor veritativo. Por otro
lado, y siguiendo en la línea de los Trascendentales del Ser, los entes ficticios también son
buenos, y esto claro, está condicionado por su valor ontológico; es decir, si algo es
ontológicamente más valioso, será más valioso en términos del bien, lo mismo sucedería
con un menor valor ontológico (cabe aclarar que el valor de verdad del ente también puede
determinar qué tan bueno es dicho ente). Ahora bien, que los entes ficticios agrupados en el
mundo ficticio de una obra sean catalogados como buenos (en la medida en que son),
quiere decir que son apetecibles para la voluntad. Con lo anterior, cabría preguntarse por
qué obras con un menor valor ontológico y veritativo son entonces más apetecibles que
otras de mayor valor ontológico; podemos explicar esto con la afirmación que sostiene que
actuamos sub ratione boni. Esta afirmación plantea que como nadie desea el mal, lo que
sucede al momento de hacer una mala elección es que consideró esa elección como mejor,
aunque no necesariamente lo fuera. Siendo así, las obras de menor valor ontológico serían
más valoradas que otras de mayor valor por un juicio que no es lo suficientemente
elaborado y lleva a una valoración incorrecta.

Para concluir, creo con base en lo expuesto se puede decir que la ficción posee un
valor cognoscitivo que traspasa el mero entretenimiento o un simple juego conceptual, sino
que gracias a su carácter ontológico puede otorgársele valores de verdad y de bien. Esta
cuestión puede ser mucho más extensa y profunda, más si ponemos en la mesa la
subjetividad de quien crea la obra de ficción y de quien hace de receptor de la misma; por
eso, esta conclusión puede ser considerada como provisional.

Referencias:

 Felipe el Canciller, (2021). Summa de Bono, prol. q. 2. En Jaramillo, M. (Trad.).


Sin publicar.

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