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Durante mucho tiempo, la sola formulación del título de este artículo habría
podido parecer contradictoria y, en cualquier caso, resultaría inimaginable
desde el territorio sistémico, que, empeñado en la exploración de lo
relacional, se negaba a focalizar la personalidad, percibida como una
peligrosa trampa intrapsíquica.
Afortunadamente, superadas tales dicotomías, hoy no sólo es posible,
sino doblemente tentador poner en contacto ambos conceptos, desde la
seguridad de que el individuo y los sistemas relacionales son
complementarios y no antitéticos. Una reflexión sobre la dimensión
relacional de la personalidad constituye, desde este punto de vista, un primer
paso imprescindible para explorar las bases relacionales de la psicopatología
y una aportación a la tarea de dotar de coherencia ecológica a la mente
humana.
Parentalidad y conyugalidad
conyugalidad armoniosa
parentalidad parentalidad
primariamente primariamente
deteriorada conservada
caotizaciones triangulaciones
conyugalidad disarmonica
Figura 1
Resulta evidente que, con alguna pequeña modificación (paso del trastorno
histriónico del grupo B al grupo C), los tres grupos resultan superponibles a
las tres grandes áreas de la psiquiatría clásica: psicosis (grupo A), psicopatías
(grupo B) y neurosis (grupo C). Pero, para lo que aquí interesa, vale también
reparar en las características específicas del grupo B.
Por una parte, el panorama se enriquece notablemente con la inclusión
de tres modalidades distintas y complementarias: un patrón de desprecio y
violación de los derechos de los demás (el trastorno antisocial), un patrón de
inestabilidad impulsiva en las relaciones interpersonales (el trastorno límite)
y un patrón de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía (el
trastorno narcisista).
Por otra parte, desaparece casi totalmente la dimensión social de los
trastornos de la personalidad, antaño representada por las sociopatías y de
forma extrema por las familias multiproblemáticas. Para encontrar sus
restos en el DSM-IV es menester excavar en la letra pequeña del eje I, donde,
bajo el epígrafe “Otros problemas que pueden ser objeto de atención clínica,
aparecen fenómenos”, como problemas de relación (paterno-filiales,
Juan Luis Linares 111
3 7
2
4 8 2
5 1
6 7 2
Figura 2
Las sociopatías
En la figura 2, “5” se observan distintas áreas que se distribuyen por los tres
espacios de disfuncionalidad relacional, correspondientes a las
triangulaciones, las deprivaciones y las caotizaciones.
Las sociopatías se sitúan de pleno en el espacio de las caotizaciones
(figura 2, “6”), definido por una conyugalidad desarmónica y una
parentalidad primariamente deteriorada. Se trata, en efecto, de familias que
desde muy pronto, a menudo desde la constitución de la pareja fundacional,
fracasan tanto en el plano conyugal, sumiéndose en un mar de
desavenencias y desencuentros, como en el parental, incurriendo en
negligencias masivas para con los niños. Ambos rasgos pueden aparecer de la
mano de circunstancias vitales críticas y novedosas, pero es más frecuente
que se trasmitan intergeneracionalmente, promovidos por la cultura de la
pobreza y del desarraigo social en que estas familias suelen hallarse
hundidas.
Los padres, a menudo desde muy jóvenes, se pelean continuamente,
protagonizando episodios de notable violencia que les conduce a
abandonarse y separarse tantas veces como a reconciliarse y volverse a
juntar. La fidelidad no es una cualidad muy relevante en ese contexto, por lo
que no resulta extraño que se establezcan relaciones esporádicas con terceras
personas, a veces en un clima de franca promiscuidad, ni que, en los
abandonos resultantes, proliferen las familias monoparentales. Si la
violencia puede ser expresión de la frustración conyugal, vehiculizada por la
impulsividad y las tendencias actuadoras, el sexo se convierte en una
pseudosolución, encargada de crear la ficción de un vínculo sólido, en
realidad inexistente. Por eso estas parejas dan una impresión de
apasionamiento tormentoso, contradictorio y desconcertante, capaz de
confundir a observadores ingenuos.
En una atmósfera tan explosiva como caótica, los niños vienen al
mundo con el sello de estar abandonados a su destino. La condición prolífica
de estas familias desorienta a los servicios sociales, que tienden a atribuirla a
la pura irresponsabilidad, aunque su sentido es más complejo.
Irresponsables, sí, si por tal se entiende carentes de la capacidad reflexiva que
permita anticipar las necesidades de los niños y garantizar su satisfacción,
116 La personalidad y sus trastornos desde una perspectiva sistémica
El trastorno antisocial
Consideraciones finales
Referencias
Temáticas
familiares
actuales
Capítulo 6
Considerar las patologías graves del psiquismo pone en juego, para definir las
vías de aproximación a cada síntoma o trastorno, la cuestión de la etiología.
En el marco del pensamiento occidental moderno, marcado por el dualismo
mente-cuerpo, solían definirse dos tipos básicos de casos: los orgánicos,
dejados en manos de médicos y profesiones afines, y los considerados de
etiología exclusivamente emocional, atendidos por psicoterapeutas. Se
agregaron luego los casos sociales, en general, y especialmente en países de
bajos recursos, dejados en manos del destino.
Las concepciones modernas fortalecían las fronteras disciplinarias
para defender la rigurosidad y objetividad de cada cuerpo teórico. Sostener
dicha perspectiva, así como el enfoque dualista, con frecuencia redujo la
complejidad de la etiología al espacio de la causa única y lineal. Si
consideramos, en cambio, como antes señalé, la operancia simultánea de
condiciones diversas (orgánicas, familiares, intrapsíquicas, sociales) en todos
y cada uno de los casos, pasamos de la causa única a los enfoques complejos.
Desde perspectivas ligadas al pensamiento complejo, Edgar Morin
(1992) señala: “No puede ignorarse por más tiempo la interrelación genético
cultural. No sólo es indispensable conocer el desarrollo biológico del cerebro
para comprender la formación de la cultura, sino que un conocimiento del
desarrollo cultural se hace imprescindible para dar cuenta del desarrollo
biológico del cerebro hasta llegar al homo sapiens.” Este punto de vista
destaca no la desaparición de la naturaleza en el ámbito de la cultura, sino la
integración cada vez más compleja y sutil de una en otra. Ello implica que el
fundamento de las ciencias de lo humano es policéntrico: el ser humano no
tiene una esencia particular genética o cultural, su naturaleza cabe buscarla
en la interrelación que supone dicho policentrismo.
¿Qué implican estas cuestiones epistemológicas en nuestro modus
operandi clínico? Suponen la simultaneidad de los abordajes, no definidos a
partir de un solo factor de origen, cronológicamente inicial, y por ello
definitivo en lo que hace a los modos de su tratamiento. Además, es
menester subrayar que la familia será considerada como espacio terapéutico,
pero no en tanto causa única y lineal de las problemáticas subjetivas, sino
como condición necesaria pero no suficiente.
María Cristina Rojas 127
Familias graves
consiguiente no son idénticos para cada grupo familiar, de manera que las
formas adecuadas del acercamiento clínica se irán definiendo con
singularidad.
En estos grupos suelen presentarse modos comunicativos
perturbadores: discurso sagrado, con certezas incuestionables; discurso
paradojal; discursos que anulan el derecho a la no trasparencia de cada sujeto
singular o desmienten la percepción y el pensamiento (Rojas y otros, 1990).
En ellos vacila la posibilidad simbolizante, de modo que la palabra aparece
sin significación y a la vez se desliga del afecto.
En ocasiones se formulan enunciaciones que inoculan en la psique del
otro fragmentos no elaborados en el propio; un decir que se desdice, a veces a
medias; la puesta en duda de las aseveraciones propias y del otro.
Ocultamientos, afirmaciones ambiguas, sugerencias paranoides en relación
con el mundo y los otros, suelen caracterizar el clima comunicacional, lo que
afecta en diversos grados y modos a todos los integrantes del grupo familiar,
según sus condiciones subjetivas y la singular posición que cada uno ocupa
en la organización familiar.
Para que estos discursos obren en toda su eficacia afectando la
conformación del sujeto deben cumplirse las condiciones que Bateson (1976)
propone para la paradoja y que hago extensivas a otras modalidades: que sea
reiterativa; que se dé en un vínculo asimétrico, como es el parentofilial; que
no sea posible la reacción modificadora (denuncia, humor). Todo ello puede
dar lugar a algún modo de distorsión del pensamiento propio, a fin de
sostener al otro como incuestionable, ya que para quien depende ese otro es
también objeto de necesidad.
La palabra, vaciada de sentido, puede adquirir valor de proyectil (cosa
que hiere), manteniéndose fuera del discurso. Se aleja así de su condición
“amiga”, a la que Ulloa se ha referido: ligada a amable y afable, se sostiene en
la dimensión tierna del lazo. “En la amistad, tiene más lugar la palabra,
digamos el vocablo, el que convoca, que la tentación, tan ligada al tacto y sus
atrapantes tentáculos” (Ulloa, 1995).
Hay también monosemia, es decir, pérdida de la diversidad de los
sentidos, de modo especial en los discursos sacralizados; y suelen observarse
además fenómenos de literalización del decir. En relación con trastornos en
la simbolización se ve alterada la posibilidad de captar los sentidos, la
metáfora.
En las familias con rasgos de descontextualización acentuados se dan
disfunciones en los indicadores de diferenciación de los contextos, los que
María Cristina Rojas 129
Madre: “¿Le contó la licenciada L? Mariano se trata con ella hace tres
años, pero desde los cuatro se trató con otra psicóloga, tuvo muchos
problemas”.
Mariano (gritando): “¡Si mandaron a Gerardo por qué tengo que venir
yo entonces!” (el padre pide permiso para ir al baño a vomitar y sale).
Madre: “Hoy se siente mal, será porque acá es muy cerrado, falta el
aire”.
Gerardo (a Mariano): “Yo quiero preguntar algo: ¿para qué son los
remedios que tomas?” (silencio, Mariano se mira las manos).
Mariano: “Son para curarme de los juegos que me gusta hacer con las
manos”.
Violencia y trasgresión
Madre: “Yo había elegido Sandra María, pero como fue varón...” (se
ríe).
Como en el primer encuentro, esta vez, a partir del juego de los nombres
propios, se perfilan lugares y no lugares, reconocimientos y
desconocimientos. Federico ocupa el lugar de los ideales del padre y es objeto
a la vez del enamoramiento de la madre. Mariano parece ser un María-no, su
no lugar se expresa en esa identidad que se define por lo que no es. ¿Egidio no
es a su vez un Federico-no? Gerardo despliega también su ficción: ser mujer
le daría lugar y reconocimiento.
Las intervenciones terapéuticas suelen ser descontextualizadas por
algunos de los integrantes y escuchadas como ataques, lo cual amenaza la
continuidad del proceso. La descalificación de carácter persecutorio que en
ocasiones miembros de una familia hacen del instrumento terapéutico suele
ofrecer otros obstáculos a la hora de cada intervención; la continuidad o
interrupción del tratamiento estará ligada a las vicisitudes del vínculo
terapéutico. Cuando el proceso se hace posible, la puesta en circulación de
palabras y comportamientos cristalizados va cuestionando lo incuestionable,
removiendo asignaciones, terciando en las relaciones indiferenciadas,
instalando miradas donde hay desconocimiento.
Del lado del terapeuta pueden surgir obstáculos a la tarea cuando
registra con cierto impacto angustioso algunas situaciones familiares o se
generan problemáticas contratransferenciales, tales como cierto enojo con
los familiares del paciente designado. Esta pérdida de vista del dolor de los
136 Familia y patologías graves: enfoque teórico y clínico
Referencias