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Nicolás II
Los intentos por ejercer una influencia determinante en Europa oriental y los
Balcanes como cabeza de un movimiento paneslavista dieron lugar a
múltiples conflictos y tensiones internacionales, en virtud del alineamiento
ruso con Serbia frente a los intereses de Austria-Hungría; pero, tras sufrir una
primera derrota diplomática en la crisis de Bosnia (1908), las Guerras
Balcánicas de 1912-13 acabaron definitivamente con el control ruso sobre la
península Balcánica.
Vladimir Lenin.
(Vladimir Ilich Ulianov; Simbirsk, 1870 -
Nijni-Novgorod, 1924) Líder comunista
ruso que dirigió la Revolución de
octubre y creó el régimen comunista
soviético. Miembro de una familia de
clase media de la región del Volga, su
animadversión contra el régimen zarista
se exacerbó a partir de la ejecución de
su hermano en 1887, acusado de
conspiración. Estudió en las
universidades de Kazán y San
Petersburgo, en donde se instaló como
abogado en 1893.
Sus actividades contra la autocracia zarista le llevaron a entrar en contacto
con el principal líder revolucionario ruso del momento, Gueorgui Plejánov, en
su exilio de Suiza (1895); fue él quien le convenció de la ideología marxista.
Bajo su influencia, contribuyó a fundar en San Petersburgo la Liga de
Combate por la Liberación de la Clase Obrera, embrión del Partido Obrero
Socialdemócrata Ruso presidido por Plejánov.
En 1897, Lenin fue detenido y deportado a Siberia, donde se dedicó al estudio
sistemático de las obras de Marx y Engels (especialmente El capital, que ya
había descubierto en su etapa estudiantil) y elaboró su primer trabajo sobre
la aplicación del pensamiento marxista a un país atrasado como Rusia (El
desarrollo del capitalismo en Rusia), señalando el avance de la revolución
industrial pese al semifeudalismo de las estructuras imperantes. Tras su
liberación en 1900 partió al exilio y fundó en Ginebra el periódico Iskra («La
Chispa»), en colaboración con Plejánov; por entonces publicó la obra Qué
hacer (1902), en donde defendió la posibilidad de hacer triunfar en Rusia una
revolución socialista con tal de que estuviera dirigida por una vanguardia de
revolucionarios profesionales decididos y organizados como un ejército.
En el II Congreso del Partido Socialdemócrata Ruso (1903), Lenin impuso
aquellas ideas al frente del grupo radical bolchevique, que defendía su
modelo de partido fuertemente disciplinado como vanguardia de una
revolución que creía viable a corto plazo; en 1912 quedaría confirmada
definitivamente la ruptura con la minoría menchevique de Plejánov y Martov,
apegada a un modelo de partido de masas que preparara las condiciones
para el triunfo de la revolución obrera a más largo plazo, pasando antes por
una etapa de democracia burguesa.
En 1905 Lenin volvió a San Petersburgo para participar en la revolución que
había estallado en Rusia como consecuencia de la derrota en la Guerra Ruso-
Japonesa; aunque el régimen zarista superó la crisis, Lenin consideró aquel
movimiento como un «ensayo general» de la revolución socialista, del que
apreció especialmente la forma organizativa espontánea de los
revolucionarios rusos, como eran los sóviets o consejos populares. El fracaso
de aquella revolución le obligó a exiliarse de nuevo en 1907.
Lenin luchó por atraer a sus posturas radicales a otros líderes socialistas, al
tiempo que completaba un programa revolucionario de aplicación inmediata
para Rusia: mezclando la herencia del marxismo con la tradición
insurreccionalista de Louis Auguste Blanqui, propuso anticipar la revolución
en Rusia por ser este uno de los «eslabones débiles» de la cadena capitalista,
en donde un pequeño grupo de revolucionarios decididos y bien organizados
podía arrastrar a las masas obreras y campesinas a una revolución, de la que
saldría un Estado socialista. En El Estado y la Revolución (1917), Lenin
definía ese Estado como una fase transitoria y necesaria de dictadura del
proletariado, que habría de preparar el camino para el futuro comunista.
El estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-18) le dio la oportunidad de
poner en práctica sus ideas: definió la contienda como fruto de las
contradicciones del capitalismo y del imperialismo (El imperialismo, fase
superior del capitalismo, 1916) y, en nombre del internacionalismo proletario,
llamó sin éxito al movimiento socialista mundial a transformar la contienda en
una guerra civil generalizada; más tarde, el deterioro del régimen zarista por
efecto de la guerra le permitió pensar en lanzar la revolución socialista en su
país como primer paso para una era de revolución mundial.
La Revolución rusa.
Cuando la Revolución de febrero de 1917 derrocó al zar Nicolás II y llevó al
gobierno a Kerenski, Lenin regresó apresuradamente a Rusia con la ayuda
del ejército alemán (que veía en Lenin un agitador capaz de debilitar a su
enemiga Rusia). Publicó sus Tesis de Abril ordenando a los bolcheviques
cesar en el apoyo al gobierno provisional y preparar su propia revolución
mediante la reclamación de «todo el poder para los sóviets».
Un primer intento fracasado en julio le obligó a refugiarse en Finlandia,
dejando que fuera Trotski quien dirigiera al partido para tomar el poder
mediante un golpe de Estado en los primeros días de noviembre de 1917
(según el calendario occidental). El golpe se convirtió en la triunfante
Revolución de octubre gracias a la estrategia bolchevique de centrar sus
demandas en el fin de la guerra (lo que les atrajo el apoyo de los soldados y
las clases populares) y el reparto de tierras (que les permitió contar con la
simpatía del campesinado). Lenin regresó enseguida para presidir el nuevo
gobierno o Consejo de Comisarios del Pueblo.
Como líder indiscutido del Partido (que en 1918 pasó a llamarse Partido
Comunista), dirigió desde entonces la edificación del primer Estado socialista
de la historia. Cumplió sus promesas iniciales al apartar a Rusia de la guerra
por la Paz de Brest-Litowsk (1918) y repartir a los campesinos tierras
expropiadas a los grandes terratenientes. Pero, consciente del carácter
minoritario de sus ideas radicales, demostrado por los resultados electorales,
despreció la tradición democrática del socialismo occidental y adoptó una
violenta dictadura de partido único, empleando métodos brutales de
represión: disolvió la Asamblea constituyente (1918), proscribió a la oposición
y creó una policía política para perseguir a los disidentes.
A escala mundial, Lenin exigió a los demás partidos socialistas fidelidad
absoluta a sus directrices, provocando la escisión del movimiento obrero con
la aparición en todos los países de partidos comunistas sometidos al control
de una Tercera Internacional comunista (Komintern) con sede en Moscú
(1919). Delegó en Trotski la organización del Ejército Rojo, con el que
consiguió resistir al ataque combinado de los ejércitos blancos
(contrarrevolucionarios) y la intervención extranjera en el curso de una larga
Guerra Civil (1918-20). Una vez recuperado el control del antiguo imperio de
los zares, articuló el territorio creando la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (1922), a la que dotó de organización formal por la Constitución de
1923.
Acuciado por las necesidades de la guerra, pero también siguiendo sus
propias convicciones ideológicas, impuso una política de socialización
inmediata de la economía, nacionalizando los principales medios de
producción y sometiendo las actividades a una estricta planificación central
(comunismo de guerra); las dificultades de una transformación tan radical
(que nunca había sido prevista por Marx) provocaron el hundimiento de la
producción y una desorganización general de la economía rusa.
Aquejado por una grave enfermedad, Lenin se fue retirando paulatinamente
de la dirección política, mientras veía cómo sus colaboradores -
especialmente Trotski y Stalin- iniciaban la disputa por la sucesión; antes de
morir llegó a dejar constancia de su preocupación por la creciente
burocratización del Partido y del Estado, así como por la ascensión de Stalin,
del cual desconfiaba. Pese a ello, fue efectivamente Stalin quien le sucedió,
y aunque desvirtuó en parte la herencia política del fundador del Estado
soviético, logró convertir a la URSS en una potencia capaz de asumir un
liderazgo determinante en la Segunda Guerra Mundial y en el orden bipolar
de la «guerra fría».
Adolf Hitler
(Braunau, Bohemia, 1889 - Berlín,
1945) Máximo dirigente de la
Alemania nazi. Tras ser nombrado
canciller en 1933, liquidó las
instituciones democráticas de la
república e instauró una dictadura
de partido único (el partido nazi,
apócope de Partido
Nacionalsocialista), desde la que
reprimió brutalmente toda
oposición e impulsó un formidable
aparato propagandístico al servicio de sus ideas: superioridad de la raza aria,
exaltación nacionalista y pangermánica, militarismo revanchista,
anticomunismo y antisemitismo.
Hijo de un aduanero austriaco, su infancia transcurrió en Linz y su juventud
en Viena. La formación de Adolf Hitler fue escasa y autodidacta, pues apenas
recibió educación. En Viena (1907-13) fracasó en su vocación de pintor,
malvivió como vagabundo y vio crecer sus prejuicios racistas ante el
espectáculo de una ciudad cosmopolita, cuya vitalidad intelectual y
multicultural le era por completo incomprensible. De esa época data su
conversión al nacionalismo germánico y al antisemitismo.
En 1913 Adolf Hitler huyó del Imperio Austro-Húngaro para no prestar servicio
militar; se refugió en Múnich y se enroló en el ejército alemán durante la
Primera Guerra Mundial (1914-18). La derrota le hizo pasar a la política,
enarbolando un ideario de reacción nacionalista, marcado por el rechazo al
nuevo régimen democrático de la República de Weimar, a cuyos políticos
acusaba de haber traicionado a Alemania aceptando las humillantes
condiciones de paz del Tratado de Versalles (1919).
De vuelta a Múnich, Hitler ingresó en un pequeño partido ultraderechista, del
que pronto se convertiría en dirigente principal, rebautizándolo como Partido
Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP). Dicho partido se
declaraba nacionalista, antisemita, anticomunista, antiliberal, antidemócrata,
antipacifista y anticapitalista, aunque este último componente revolucionario
de carácter social quedaría pronto en el olvido; tal abigarrado conglomerado
ideológico, fundamentalmente negativo, se alimentaba de los temores de las
clases medias alemanas ante las incertidumbres del mundo moderno. Influido
por el fascismo de Mussolini, este movimiento, adverso tanto a lo existente
como a toda tendencia de progreso, representaba la respuesta reaccionaria
a la crisis del Estado liberal que la guerra había acelerado.
Sin embargo, Hitler tardaría en hacer oír su propaganda. En 1923 fracasó en
un primer intento de tomar el poder desde Múnich, apoyándose en las milicias
armadas de Ludendorff («Putsch de la Cervecería»). Fue detenido, juzgado
y encarcelado, aunque tan sólo pasó en la cárcel nueve meses, tiempo que
aprovechó para plasmar sus ideas políticas extremistas en un libro que tituló
Mi lucha y que diseñaba las grandes líneas de su actuación posterior.
A partir de 1925, ya puesto en libertad, Hitler reconstituyó el Partido
Nacionalsocialista expulsando a los posibles rivales y se rodeó de un grupo
de colaboradores fieles como Goering, Himmler y Goebbels. La profunda
crisis económica desatada desde 1929 y las dificultades políticas de la
República de Weimar le proporcionaron una audiencia creciente entre las
legiones de parados y descontentos dispuestos a escuchar su propaganda
demagógica, envuelta en una parafernalia de desfiles, banderas, himnos y
uniformes.
El Tercer Reich
Combinando hábilmente la lucha política legal con el uso ilegítimo de la
violencia en las calles, los nacionalsocialistas o nazis fueron ganando peso
electoral hasta que Hitler (que nunca había obtenido mayoría) fue nombrado
jefe del gobierno por el presidente Hindenburg en 1933. Desde la Cancillería,
Hitler destruyó el régimen constitucional y lo sustituyó por una dictadura de
partido único basada en su poder personal. Se iniciaba así el llamado Tercer
Reich (el Tercer Imperio alemán, tras el Sacro Imperio del medievo y el
Imperio de 1871, desaparecido con la Primer Guerra Mundial), que no fue
sino un régimen totalitario basado en un nacionalismo exacerbado y en la
exaltación de una superioridad racial sin fundamento científico alguno
(basado en estereotipos que contrastaban con la ridícula figura del propio
Hitler).
Tras la muerte de Hindenburg, Hitler se proclamó Führer o «caudillo» de
Alemania y sometió al ejército a un juramento de fidelidad. La sangrienta
represión contra los disidentes culminó en la purga de las propias filas nazis
durante la «Noche de los Cuchillos Largos» (1934) y la instauración de un
control policial total de la sociedad, mientras que la persecución contra los
judíos, iniciada con las racistas Leyes de Núremberg (1935) y con el pogromo
conocido como la «Noche de los Cristales Rotos» (1938), conduciría al
exterminio sistemático de los judíos europeos a partir de 1939 (la «Solución
Final»).
La política internacional de Hitler fue la clave de su prometida reconstitución
de Alemania, basada en desviar la atención de los conflictos internos hacia
una acción exterior agresiva. Se alineó con la dictadura fascista italiana, con
la que intervino en auxilio de Franco en la Guerra Civil española (1936-39),
ensayo general para la posterior contienda mundial; y completó sus alianzas
con la incorporación del Japón en una alianza antisoviética (Pacto
Antikomintern, 1936) hasta formar el Eje Berlín-Roma-Tokyo (1937).
Militarista convencido, Hitler empezó por rearmar al país para hacer respetar
sus demandas por la fuerza (restauración del servicio militar obligatorio en
1935, remilitarización de Renania en 1936); con ello reactivó la industria
alemana, redujo el paro y prácticamente superó la depresión económica que
le había llevado al poder.
Luego, apoyándose en el ideal pangermanista, reclamó la unión de todos los
territorios de habla alemana: primero se retiró de la Sociedad de Naciones,
rechazando sus métodos de arbitraje pacífico (1933); tras el asesinato del
presidente austriaco Dollfuss (1934), forzó el Anschluss o anexión de Austria
(1938); a continuación reivindicó la región checa de los Sudetes y, tras
engañar a la diplomacia occidental prometiendo no tener más ambiciones
(Conferencia de Múnich, 1938), ocupó el resto de Checoslovaquia, la dividió
en dos y la sometió a un protectorado; aún se permitió arrebatar a Lituania el
territorio de Memel (1939).
La Segunda Guerra Mundial
Cuando el conflicto en torno a la ciudad libre de Danzig le llevó a invadir
Polonia, Francia y Gran Bretaña reaccionaron y estalló la Segunda Guerra
Mundial (1939-45). Adolf Hitler había preparado sus fuerzas para esta gran
confrontación, que según él habría de permitir la expansión de Alemania
hasta lograr la hegemonía mundial (Protocolo Hossbach, 1937); en previsión
del estallido bélico había reforzado su alianza con Italia (Pacto de Acero,
1939) y, sobre todo, había concluido un Pacto de no agresión con la Unión
Soviética (1939), acordando con Stalin el reparto de Polonia.
El moderno ejército que había preparado obtuvo brillantes victorias en todos
los frentes durante los dos primeros años de la guerra, haciendo a Hitler
dueño de casi toda Europa mediante una «guerra relámpago»: ocupó
Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y
Grecia (mientras que Italia, España, Hungría, Rumania, Bulgaria y Finlandia
eran sus aliadas, y países como Suecia y Suiza declaraban una neutralidad
benévola).
Sólo la Gran Bretaña de Churchill resistió el intento de invasión (batalla aérea
de Inglaterra, 1940); pero la suerte de Hitler empezó a cambiar cuando lanzó
la invasión de Rusia (1941), respondiendo tanto a un ideal anticomunista
básico en el nazismo como al proyecto de arrebatar a la «inferior» raza eslava
del este el «espacio vital» que soñaba para engrandecer a Alemania. A partir
de la batalla de Stalingrado (1943), el curso de la guerra se invirtió, y las
fuerzas soviéticas comenzaron una contraofensiva que no se detendría hasta
tomar Berlín en 1945; simultáneamente, se reabrió el frente occidental con el
aporte masivo en hombres y armas procedente de Estados Unidos
(involucrados en la guerra desde 1941), que permitió el desembarco de
Normandía (1944).
Derrotado y fracasados todos sus proyectos, Hitler vio cómo empezaban a
abandonarle sus colaboradores mientras la propia Alemania era acosada por
los ejércitos aliados; en su limitada visión del mundo no había sitio para el
compromiso o la rendición, de manera que arrastró a su país hasta la
catástrofe. Después de haber sacudido al mundo con su sueño de hegemonía
mundial de la «raza» alemana, provocando una guerra total a escala
planetaria y un genocidio sin precedentes en los campos de concentración,
Hitler se suicidó en el búnker de la Cancillería donde se había refugiado,
pocos días después de la entrada de los rusos en Berlín.
Cabe señalar que las causas exactas de la Gran Depresión que propiciaron
la caída tan abrupta de los mercados financieros y económicos todavía hoy
se desconocen. Sin embargo, sí que podemos apuntar a algunos factores
que ayudaron a propiciarla:
Crack de la bolsa de Nueva York o Wall Street: Sucedió un martes de
octubre de 1929 y pasó a la posteridad como el “martes negro.
Quiebre en cadena de miles de bancos.
Congelación de ventas y producción: se paralizaron millones de
negocios y empresas.
Pésimas políticas del gobierno de Estados Unidos: La política
estadounidense no supo hacer frente a un descalabro económico que
no tenía ningún tipo de precedente.
Consecuencias económicas de la primera guerra mundial en el mundo.
Capitalismo.
El capitalismo es un sistema económico y social basado en que los medios de
producción deben ser de propiedad privada, el mercado sirve como
mecanismo para asignar los recursos escasos de manera eficiente y el capital
sirve como fuente para generar riqueza. A efectos conceptuales, es la posición
económico-social contraria al socialismo.
Un sistema capitalista se basa principalmente en que la titularidad de los
recursos productivos es de carácter privado. Es decir, deben pertenecer a las
personas y no una organización como el Estado. Dado que el objetivo de la
economía es estudiar la mejor forma de satisfacer las necesidades humanas
con los recursos limitados que disponemos, el capitalismo considera que el
mercado es el mejor mecanismo para llevarlo a cabo. Por ello, cree necesario
promover la propiedad privada y la competencia.
Los factores fundamentales de producción son el trabajo y el capital. El
capitalismo propone que el trabajo se proporcione a cambio de salarios
monetarios y debe ser aceptado libremente por parte de los empleados. La
actividad económica se organiza de manera que las personas que organizan
los medios de producción puedan obtener un beneficio económico y aumentar
su capital. Los bienes y servicios se distribuyen mediante mecanismos de
mercado, promoviendo la competencia entre empresas. El aumento de
capital, por medio de la inversión ayuda a la generación de riqueza. Si los
individuos persiguen el beneficio económico y la competencia en el mercado,
aumentará la riqueza. Y con el aumento de riqueza, aumentarán los recursos
disponibles.
Fascismo.
El fascismo es una ideología, un movimiento político y una forma de gobierno1
de carácter totalitario, antidemocrático y ultranacionalista de extrema
derecha. Entre los rasgos del fascismo se encuentra la exaltación de valores
como la patria o la raza para mantener permanentemente movilizadas a las
masas, lo que llevó con frecuencia a la opresión de minorías –especialmente
en el caso alemán debido a su importante componente racista– y de la
oposición política, además de un fuerte militarismo. Sin embargo, el término
«fascismo» es uno de los más difíciles de definir con exactitud en las ciencias
políticas desde los mismos orígenes de este movimiento, posiblemente porque
no existe una ideología ni forma de gobierno «fascista» sistematizada y
uniforme en el sentido que sí tendrían otras ideologías políticas
contemporáneas. El fascismo surgió en Italia durante la Primera Guerra
Mundial, para luego difundirse por el resto de Europa durante el periodo de
entreguerras. La «Gran Guerra» fue decisiva en la gestación del fascismo, al
provocar cambios masivos en la concepción de la guerra, la sociedad, el
Estado y la tecnología. El advenimiento de la guerra total y la completa
movilización de la sociedad acabaron con la distinción entre civiles y militares.
Enemigo del liberalismo, el anarquismo y toda forma de marxismo –
socialdemocracia, socialismo, comunismo–, una mayoría de especialistas
coincide en colocar al fascismo en la extrema derecha del espectro tradicional
izquierda y derecha.