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Rusa
Steven Silva
INTRODUCCIÓN
En este libro se va a hablar sobre la Historia de la Revolución Rusa y todos sus
sucesos, causas y consecuencias. La Revolución Rusa fue un movimiento político y social
que ocurrió en el año 1917 para derrocar al zar Nicolás II y, posteriormente, al gobierno
provisional. Las insurrecciones se saldaron con la abdicación del zar, la caída del gobierno
provisional y la toma de poder por parte de los bolcheviques, encabezados por Lenin.
ÍNDICE
Capítulo 1. El Inicio de la Revolución Rusa………………………………………………. 5
D
urante los comienzos del siglo XX, Rusia era un país prácticamente anclado en un
sistema feudal. La nobleza, la iglesia ortodoxa y el zar eran los estamentos
dominantes en una sociedad rusa donde las libertades brillaban por su ausencia.
Mientras tanto, la débil burguesía defendía la necesidad de una mayor representación
política de la sociedad rusa, al tiempo que los campesinos estaban indignados por unas
tierras insuficientes. Si bien Rusia había aumentado
el número de fábricas, su industria continuaba siendo
reducida, pues se trataba de una sociedad
eminentemente rural.
Las huelgas, protestas y levantamientos erosionaron la figura del zar Nicolás II, que
se vio obligado a hacer concesiones. Por su parte, la revolución de 1905 erigió a los
movimientos obreros como protagonistas de la revolución, al tiempo que pasaban a
organizarse en una especie de células denominadas soviets. Las reformas que el zar había
prometido en 1905 se vieron frustradas y la hambruna comenzó a hacer mella en la
población. El régimen hacía oídos sordos a las demandas del pueblo, con las decisiones
quedando concentradas en manos del zar, la emperatriz y Rasputín. Para mayor desgracia,
Rusia se embarcó en la Primera Guerra Mundial con nefastas consecuencias. Los
campesinos fueron llamados a filas para combatir en el frente, lo que dejó el campo sin
mano de obra. La falta de alimentos no tardó en hacerse sentir. Mientras Rusia sufría
dolorosas derrotas en los campos de batalla, su economía había quedado aislada de los
mercados europeos y la moral decaía entre una población hambrienta.
Causas de la Revolución rusa
Las causas de la Revolución Rusa son varias, y se pueden exponer por separado de
la siguiente manera:
P
reviamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un régimen zarista,
autocrático y represivo desde hacía tres siglos cuando, en 1613, se instauró en el
país la dinastía Románov. La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por
parte del zar Alejandro II fue la primera
muestra de las fisuras del antiguo sistema
feudal. Una vez liberados, los antiguos
siervos se desplazaron a las ciudades,
convirtiéndose así en mano de obra
industrial.
En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la
guerra ruso-japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San Petersburgo
para exigir reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce
como el Domingo Sangriento. Se trató de un intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y
se caracterizó por los levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los
campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del
Estado: los sóviets y, especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.
CAPÍTULO 3
Revolución de febrero de 1917
L
as sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron una de las causas
de la Revolución de Febrero. Cuando el país entró en guerra, todos los partidos
políticos se mostraron favorables a la participación en la contienda, con la
excepción del Partido Obrero Socialdemócrata, el único partido europeo junto al Partido
Socialista del Reino de Serbia que se negó a votar los créditos de guerra, aunque advirtió
que no trataría de sabotear la actividad bélica de la nación. Tras el comienzo del conflicto y
después de algunos éxitos iniciales, el Ejército
Imperial Ruso tuvo que soportar graves derrotas
(en Prusia Oriental, en particular). Las fábricas no
se mostraron lo suficientemente productivas, la
red ferroviaria era ineficiente y el suministro de
armas y alimentos al Ejército fallaba. En el
Ejército, los partes batían todas las marcas: 1 700
000 muertos y 5 950 000 heridos; estallaron
disturbios y decayó la moral de los soldados. Estos soportaban mes a mes la incapacidad de
sus oficiales —que llegó hasta el punto de suministrar a unidades de combate munición no
correspondiente con el calibre de sus armas— y el empleo de la intimidación y los castigos
corporales.
E
l periodo posterior a la abdicación del zar fue a la vez confuso y de entusiasmo
entre la población. El Gobierno provisional sucedió al zarismo rápidamente,
mientras que la revolución ganaba profundidad y la masa de trabajadores y
campesinos se politizaba. Los sóviets, nacidos de la voluntad popular, no se atrevieron a
contradecir de primeras al Gobierno provisional, pese a su inmovilidad y su actuación en la
guerra. Sin embargo, el pequeño Partido Bolchevique, liderado por Lenin quien había
vuelto del exilio en Suiza en el mes de abril, fue quien impuso una radicalización
estratégica, se hizo portavoz del creciente descontento general y se convirtió en depositario
de las aspiraciones populares, mientras que los partidos revolucionarios rivales se
desacreditaban entre ellos, alimentando así el peligro contrarrevolucionario.
Más allá de las expectativas inmediatas, lo que dominaba era el rechazo a toda
forma de autoridad, lo que permitió a Lenin hablar de la Rusia de aquellos meses como «el
país más libre del mundo», como describió Marc Ferro:
En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro
derecho obrero; en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de
historia de las civilizaciones; en Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro
y escogieron el próximo espectáculo; en el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus
reuniones para que este diera sentido a sus vidas. Incluso los niños menores de catorce años
reivindicaban el derecho de aprender boxeo para hacerse escuchar ante los mayores. Era el
mundo al revés.
A
pesar de la voluntad popular de poner fin a la guerra, la participación en la
Primera Guerra Mundial no varió. En abril, la publicación de una nota secreta del
Gobierno a sus aliados, diciendo que no pondría en peligro los tratados zaristas y
que continuaría con la guerra, provocó la ira entre los soldados y los trabajadores. Las
manifestaciones a favor y en contra del Gobierno causaron los primeros enfrentamientos
armados de la revolución y precipitaron la renuncia del ministro de Relaciones Exteriores,
el historiador Pável Miliukov, del KD. Los socialistas moderados entraron a continuación
en el Gobierno, con el apoyo de la mayoría de los trabajadores, que creían que así podrían
ejercer presión para poner fin a la guerra.
Al mismo tiempo, poco después de su regreso a Rusia, Lenin publicó sus Tesis de
abril. Continuando con los argumentos expuestos en El imperialismo, estado supremo del
capitalismo, afirmó que el capitalismo había entrado en «fase de putrefacción» y que la
burguesía ya no era capaz, en los países recientemente industrializados, de asumir el papel
revolucionario que ya había desempeñado en el pasado. Para él, solamente se podría
detener la guerra y asegurar las conquistas de la Revolución de Febrero dando todo el poder
a los sóviets. Lenin se negaba a prestar cualquier tipo de apoyo al Gobierno provisional y
exigió la confiscación de las tierras y su posterior redistribución entre los campesinos, el
control obrero sobre las fábricas y la transición inmediata a una república de sóviets.
Estas ideas eran muy minoritarias en el propio seno de los bolcheviques, que se
mantenían en una línea común de apoyo al Gobierno, llegando el periódico Pravda, dirigido
por Stalin y Mólotov, a hablar públicamente de la reanudación del trabajo y la vuelta a la
normalidad. Pero con el colapso económico y la guerra en curso, las ideas del partido
bolchevique, dirigido por Lenin y por Trotski a partir de verano, fueron ganando influencia.
A principios de junio, los bolcheviques ya eran mayoría en el Sóviet de Petrogrado de
diputados de obreros y soldados.
Las Jornadas de julio
En los primeros meses de 1917, la guerra
provocaba un rechazo inferior al de la incapacidad
del zar para llevarla con eficacia, unido a la
crueldad y la negligencia de los oficiales. El
«derrotismo revolucionario» llegó a ser impopular
en el propio partido bolchevique. Muchos, y no
solo en la élite burguesa rusa, esperaban una
explosión patriótica y jacobina contra la Alemania
del Káiser, algo así como lo que sucedió tras la
caída de la monarquía francesa en 1792, que llevó
a la victoria de Valmy y la derrota del enemigo. El
ministro de Guerra, Aleksandr Kérenski, un buen
orador y muy popular, fue elegido para encarnar
ese arranque en los planos nacional y
revolucionario.
El aumento de la reacción
La represión, sin embargo, se cernió sobre los bolcheviques: Trotski fue
encarcelado, Lenin se vio obligado a huir y a refugiarse en Finlandia y el periódico
bolchevique Rabochi i Soldat (Obrero y Soldado) fue prohibido. Los regimientos de
artilleros que habían apoyado la Revolución de Febrero se disolvieron, siendo enviados al
frente en pequeños destacamentos, al tiempo que los obreros eran desarmados. 90 000
hombres tuvieron que abandonar Petrogrado; se encarceló a los «agitadores» y se restauró
la pena de muerte, abolida en febrero. En el frente, la reanudación de las hostilidades se
inició tras la repentina libertad otorgada por la Orden n.º 1 en febrero. Así, el 8 de julio, el
general Kornílov, que comandaba las operaciones del frente sudoriental, dio la orden de
abrir fuego de ametralladora y artillería contra los soldados que abandonaran el frente.
Desde el 18 de junio al 6 de julio, la ofensiva en este frente se saldó con 58 000 muertes,
sin éxito.
El levantamiento de Kornílov
El general Lavr Kornílov fue nombrado nuevo comandante en jefe por Kérenski.
Aunque el Ejército se descomponía, Kornílov encarnaba la vuelta a la disciplina férrea
anterior: en abril, dio órdenes de disparar a los desertores y de mostrar los cadáveres con
señales en las carreteras, amenazó con penas severas a los agricultores que osaran tomar los
dominios señoriales. Kornílov, renombrado monárquico, era en realidad un republicano
indiferente a la restauración del zar, y un hombre del pueblo (hijo de cosacos y no
aristócrata), lo que era raro en aquella época entre la casta militar. Ante todo nacionalista,
deseaba la continuación de Rusia en la guerra mundial, ya fuera bajo la autoridad del
Gobierno provisional o sin él. Mucho más bonapartista o incluso prefascista que
monárquico, no se convirtió tan rápidamente en la esperanza de las antiguas clases
dirigentes, nobleza y alta burguesía, y de todos aquellos que anhelaban un retorno al orden,
o simplemente un castigo severo a los bolcheviques derrotistas.
Las consecuencias del intento de golpe fueron importantes: las masas se rearmaron,
los bolcheviques pudieron salir de su semiclandestinidad y en julio, los presos políticos,
incluido Trotski, fueron puestos en libertad por los marineros de Kronstadt. Para sofocar el
golpe, Kérenski solicitó la ayuda de todos los partidos revolucionarios, aceptando la
liberación y el rearme de los bolcheviques. Perdió el apoyo de la derecha, que no le
perdonaba el haber sofocado el intento de golpe, pero sin obtener al tiempo el de la
izquierda, que lo consideraba demasiado indulgente en cuanto a las represalias hacia los
cómplices de Kornílov, y mucho menos el apoyo de la extrema izquierda bolchevique, en la
que Lenin, desde su escondite, dio la orden de no apoyar a Kérenski y de limitarse a luchar
contra Kornílov.
Así, los bolcheviques, a los que todavía se los calificaba en junio como
«insignificante puñado de demagogos» controlaban la mayor parte del país. Desde junio de
1917, en una sesión del 1.er Congreso Panruso de los Sóviets, Lenin ya había anunciado
abiertamente —durante una célebre discusión con el menchevique Irakli Tsereteli— que los
bolcheviques estaban dispuestos a tomar el poder, pero que por el momento sus palabras no
habían sido tomadas en serio.
CAPÍTULO 6
Octubre de 1917
E
n octubre de 1917, Lenin y Trotski consideraron que había llegado el momento de
terminar con la situación de doble poder. La coyuntura les era oportuna por el gran
descrédito y el aislamiento del Gobierno provisional, ya reducido a la impotencia,
así como por la impaciencia de los propios bolcheviques.
La insurrección
Los debates en el seno del Comité central del Partido bolchevique con el objetivo de
que este organizara una insurrección armada y tomara el poder eran cada vez más intensos.
Algunos en torno a Kámenev y Zinóviev consideraban que todavía había que esperar,
porque el partido ya estaba asentado en la mayoría de los sóviets, y se encontraría, según su
opinión, aislado en Rusia y en Europa si tomaba el poder de manera individual y no dentro
de una coalición de partidos revolucionarios. Lenin y Trotski consiguieron superar estas
reticencias internas y el Comité aprobó y pasó a organizar la insurrección que Lenin fijó
para la víspera del 2.º Congreso de los Sóviets, que debía reunirse el 25 de octubre.
Sin embargo, algunos delegados creían que Lenin y los bolcheviques habían tomado
el poder ilegalmente, y alrededor de cincuenta abandonaron el congreso. Estos, socialistas
revolucionarios de derechas y mencheviques, crearon al día siguiente un «Comité de
Salvación de la Patria y de la Revolución». Este abandono del congreso se vio acompañado
por una resolución improvisada por parte de León Trotski: «El 2.º Congreso debe ver que la
salida de los mencheviques y de los socialrevolucionarios es un intento criminal y sin
esperanza de romper la representatividad de la asamblea cuando las masas intentan
defender la revolución de los ataques de la contrarrevolución». Al día siguiente, los sóviets
ratificaron la creación de un Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), constituido
en su totalidad por bolcheviques, como base del nuevo gobierno, a la espera de la
celebración de una asamblea constituyente. Lenin se justificó al día siguiente ante el
representante de la guarnición de Petrogrado de la siguiente manera: «No es nuestra
responsabilidad si los socialrevolucionarios y los mencheviques han abandonado el
congreso. Nosotros les habíamos propuesto compartir el poder [...] Hemos invitado a todo
el mundo a participar en el gobierno».
El nuevo Gobierno
En las horas siguientes, varios decretos sentaron las bases del nuevo régimen.
Cuando Lenin hizo su primera aparición pública, fue ovacionado y declaró: «Vamos a
proceder a la construcción del orden socialista».
En primer lugar, Lenin anunció la abolición de la diplomacia secreta y la propuesta
a todos los países beligerantes en la Primera Guerra Mundial de entablar conversaciones
«con miras a una paz justa y democrática, inmediata, sin anexiones y sin indemnizaciones».
La naturaleza de Octubre
Desde las primeras horas del 7 de noviembre hasta la actualidad, varios medios
calificaron la Revolución de Octubre como un golpe de Estado de una minoría determinada
y organizada que tenía como objetivo dar «todo el poder a los bolcheviques» y no a los
sóviets. L'Humanité, el principal periódico socialista francés, titulaba «Golpe de Estado en
Rusia que lleva a Lenin y a los "maximalistas" al poder».
El historiador Alessandro Mongil observa además que en los años siguientes, los
mismos bolcheviques no dudaban en hablar entre ellos acerca de su «golpe de octubre»
(oktyabrski perevorot). En su autobiografía, Trotski utilizaba los términos «insurrección»,
«toma del poder» y «golpe de Estado». Rosa Luxemburgo, comunista alemana, también
habló del «golpe de Estado de octubre».
Marc Ferro considera que Octubre es desde el punto de vista técnico un golpe de
Estado, pero que no se explica en el contexto de ebullición revolucionaria general en todo
el país y en toda la sociedad. Las fuerzas populares han dado por lo menos un apoyo tácito
a la empresa bolchevique contra un gobierno impotente y ya desacreditado:
A
l tomar el poder en Petrogrado, Lenin y Trotski no tenían intención de construir el
socialismo solo en Rusia, subdesarrollada y atrasada. Esperaban ser la primera
victoria obrera de una serie de revoluciones en los países industrializados de
Europa —la llamada revolución mundial— que permitiría a la revolución sobrevivir. Esa
fue la razón principal por la que en la denominación del nuevo estado que se crearía en
1922, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, por primera vez en la historia de
Rusia, no figuraría el nombre de Rusia. Se basaban, en particular, en Alemania, la primera
potencia industrial del continente y hogar del movimiento obrero más fuerte y con la
organización más antigua del mundo. Trotski dijo en el 2.º Congreso de los Sóviets que
aprobó la revolución: «O bien la Revolución rusa aumentará el torbellino de la lucha en
Occidente, o los capitalistas de todos los países asfixiarán nuestra revolución».
Sin embargo, no fue hasta un año después, cuando una ola revolucionaria estalló en
Alemania (desembocando en la Revolución de Noviembre) y en Hungría (donde se instauró
la República Soviética Húngara, dirigida por Bela Kun y que perduró por 133 días). En la
vecina Finlandia, la revolución fue derrotada en marzo de 1918, en el transcurso de una
Guerra Civil, donde el «terror blanco», con ayuda de Alemania, dejó 35 000 muertos. En
enero de 1919 los socialdemócratas alemanes pidieron ayuda a los Freikorps para reprimir
la revolución obrera, siendo asesinados Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, dirigentes
espartaquistas. Entre 1919 y 1920, otros países como Italia experimentaron huelgas
insurrectas. En otros lugares, como en Francia, el Reino Unido o los Estados Unidos, se
produjo una ola de huelgas y manifestaciones que no desembocaron en ningún intento
revolucionario. La oleada revolucionaria, más tardía de lo previsto, terminó por retroceder,
y el poder bolchevique permanecía aislado como en sus primeros días. Los bolcheviques se
enfrentaban en solitario a los inmensos problemas de una Rusia en explosión, donde su
toma solitaria del poder no disfrutaba de una aprobación unánime.
La producción industrial se había visto socavada por la guerra, las huelgas y los
cierres patronales. Incluso antes de la llegada de los bolcheviques al poder, ya había caído
en tres cuartas partes. La situación económica, evidentemente, no mejoró tras la invasión de
la rica Ucrania por las tropas alemanas, ni tras el embargo impuesto a Rusia en 1918 por las
grandes potencias (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón), ni por el
comienzo de la Guerra Civil.
Por otra parte, Lenin y Trotski, fascinados por el dirigismo económico militarizado
establecido por el Estado Mayor de Prusia en Alemania, deseando devolver a los obreros al
trabajo siguiendo métodos similares, con el objetivo de poder tener las cosas de cara ante
una hipotética contrarrevolución. Sin embargo, muchos trabajadores no querían renunciar a
sus conquistas y volver a los enormes esfuerzos exigidos por el autoritarismo y la guerra.
La coerción sobre ellos se convirtió en inevitable.
El problema de la coalición
El 2.º Congreso de los Sóviets había aprobado el nombramiento de un gobierno
compuesto exclusivamente de bolcheviques, pero para muchos activistas bolcheviques, esta
solución no era aceptable. El día después del levantamiento, casi todos los delegados del
congreso de los sóviets votaron a favor de una resolución del menchevique Yuli Mártov,
apoyada por el bolchevique Lunacharski, donde se pedía al Consejo de Comisarios del
Pueblo que se ampliara con representantes de otros partidos socialistas.
Otros creen que la clemencia fue lo que caracterizó a los primeros días del régimen
soviético. Los ministros del Gobierno provisional fueron detenidos y liberados
rápidamente. La mayor parte había participado en la Guerra Civil en el bando Blanco. El
general Piotr Krasnov, que se había levantado a raíz de la Revolución de Octubre, fue
puesto en libertad junto con otros oficiales, tomó las armas contra el régimen soviético en
contra de su palabra y pasó a liderar el Ejército Blanco en los meses posteriores.
Para Nicolas Werth, el nuevo poder llevó a cabo una reconstrucción autoritaria del
Estado en detrimento de los órganos de poder que surgen espontáneamente en la sociedad
civil: los comités de fábrica, las cooperativas que reemplazaban a los sindicatos o sóviets,
meros instrumentos vacíos pero ya infiltrados en el sistema y subordinados a él. «En un par
de semanas (finales de octubre de 1917-enero de 1918), "el poder desde abajo", "el poder
de los Sóviets", que se había desarrollado de febrero a octubre de 1917 [...] se convierte en
un gran poder, a raíz de los procedimientos burocráticos o autoritarios. El poder de la
sociedad al Estado, y del Estado al partido bolchevique».
La paz de Brest-Litovsk
Al tomar el poder en Rusia, los bolcheviques
tenían la esperanza de que se produjera un
levantamiento revolucionario en Europa. Este no se
produjo, y la paz prometida en octubre pasó a ser una
necesidad absoluta para satisfacer las demandas del
ejército y de los campesinos. Se trataba al mismo
tiempo de firmar la paz, de negociar la política
expansionista territorial de los Gobiernos burgueses,
pero sin que pareciera que se claudicaba ante los
Imperios centrales.
La creación de la Checa
El 20 de diciembre de 1917, se fundó la «Comisión
extraordinaria de lucha contra el sabotaje y la contrarrevolución» (en
ruso: VChK o Vecheká), comúnmente conocida como Checa. Sus
acciones no tenían ninguna base legal ni judicial (el decreto
fundacional no se hizo público hasta después de la muerte de Lenin)
y había sido concebida como un instrumento provisional de
represión independiente de la justicia. Era dirigida por un comité de
cinco miembros (tres bolcheviques y dos socialrevolucionarios)
presidido por Féliks Dzerzhinski. Entre los «saboteadores» y
enemigos previstos por el decreto figuraban afiliados del Partido
Democrático Constitucional (KD) y del Partido Social-
Revolucionario de derecha, periodistas, huelguistas... De repente, la Checa multiplicó los
llamamientos a la delación y a la constitución de Checas locales. Fundada con 100
funcionarios (entre los que estaban Menzhinski y Yagoda), ya contaba con 12 000 en julio
de 1918. Al llegar a Moscú, se instaló en Lubyanka, el 10 de marzo de 1918, con 600
miembros. En julio, ya contaba con 2000. A partir de esta fecha, los efectivos policiales de
los bolcheviques fueron superiores a los de la Ojrana de los tiempos de Nicolás II.
Victor Serge estima que la creación de la Checa, con sus procedimientos secretos,
fue el peor error del poder bolchevique. Señala, sin embargo, que la joven república vivía
bajo un «peligro mortal» y que el terror blanco precedió al rojo. Precisa que Dzerzhinski
temía los excesos de las Checa locales y que muchos chequistas fueron fusilados por ello.
Isaac Steinberg, comisario del pueblo de Justicia y miembro del Partido Social-
Revolucionario de Izquierda, relata en sus memorias que, mientras intentaba frenar las
acciones ilegales de la Checa a principios de 1918, exclamó delante de Lenin: «¿Para qué
un Comisariado de Justicia? Llamémoslo Comisariado del exterminio social, la causa será
entendida». A lo que este respondió: «Excelente idea, tal y como yo veo la cosa.
Desgraciadamente, no podemos llamarla así».
L
a guerra civil rusa no enfrentó solamente al joven Ejército Rojo contra los
«ejércitos blancos» monárquicos apoyados por los ejércitos extranjeros. Su
violencia extrema no se debió tampoco al impacto entre el «terror blanco» y el
«terror rojo». Se trató de una guerra de los campesinos contra las ciudades y contra toda
autoridad exterior al pueblo y al campo. Así fue como el «Ejército Verde», constituido por
campesinos que rechazaban los reclutamientos
forzados y los requerimientos, se enfrentó al
Ejército Rojo y a los blancos.
Los Blancos negaban toda concesión a las minorías y combatían tanto a los ejércitos
nacionales como a las tropas bolcheviques. Entre 1920 y 1922, por su parte, el Ejército
Rojo invadió Asia Central, Armenia, Georgia e incluso Mongolia, y reforzó la influencia
ruso-soviética sobre estos territorios. Sin ir más lejos, la República Popular de Mongolia,
satélite de la URSS, se fundó en 1924. Los cosacos, que constituían el núcleo duro del
antibolchevismo, fueron deportados en bloque y vieron suprimidos sus privilegios.
En Ucrania, el Ejército Rojo también se volvió contra sus antiguos aliados, los
anarquistas del Ejército Negro de Néstor Majnó: a partir de finales de 1920, atacó
brutalmente la experiencia inédita majnovista. Este movimiento campesino de masas había
conseguido dotarse de un ejército insurrecto capaz de hacer frente durante tres años a la vez
a fuerzas austro-alemanes, a los Blancos de Denikin y Wrangel, al ejército de la República
Popular Ucraniana dirigida por Petlyura y al Ejército Rojo.
En 1920, la joven Segunda República Polaca invadió Rusia para establecer sus
fronteras más allá de la línea Curzon. El contraataque victorioso del Ejército Rojo llenó de
esperanza a los bolcheviques: la toma de Varsovia abriría el camino de Berlín y permitiría
exportar la revolución por las armas. Pero el 15 de agosto de 1920, el «Milagro del Vístula»
permitió al general Piłsudski repeler la invasión. Percibiendo al Ejército Rojo como un
ejército eminentemente ruso y no revolucionario, los obreros polacos apoyaron
decididamente a Piłsudski.
La Iglesia ortodoxa rusa, que se situó activamente del lado de la reacción (hubo
popes delatores que pudieron ser responsables de numerosas ejecuciones sumarias), sufrió
miles de detenciones, ejecuciones, expoliaciones y destrucciones con el fin de erradicar no
solo de su potencia anterior, sino también las creencias religiosas. Se calcula que entre 1917
y 1918 fueron asesinados 20 mil sacerdotes.
Por otro lado, ninguno de los ejércitos quiso dejar tras de sí elementos sospechosos
o peligrosos. Así, los combatientes anarquistas del ejército de Néstor Majnó respetaron más
a la población civil, perdonando y liberando a los simples combatientes hechos prisioneros,
pero eliminaron en su retirada a muchos oficiales, personas nobles, burgueses, kuláks o
popes, mientras tribunales populares surgidos espontáneamente se encargaban también de
juzgar y castigar a los implicados en las matanzas del Terror Blanco.
Posiblemente los generales blancos se vieron más desbordados aún que los
bolcheviques por la violencia de sus partidarios sobre territorios vastos donde su autoridad
era limitada. El general Piotr Wrangel describe en sus memorias la anarquía que reinaba
sobre el inmenso territorio controlado por Antón Denikin cuando se puso al frente en marzo
de 1920: «el país era dirigido por toda una serie de pequeños sátrapas, comenzando por los
gobernadores para acabar por cualquier suboficial del ejército [...] la indisciplina de las
tropas, el desenfreno y la arbitrariedad que reinaba no eran un secreto para nadie [...] El
ejército, mal abastecido, se alimentaba exclusivamente de la población, gravada con una
carga insoportable».
Sin embargo, es incontestable que las altas autoridades blancas recurrieron también
al terror. La «conferencia especial» presidida por Denikin tomó en marzo de 1919 la
decisión de condenar a muerte a «toda persona que haya colaborado con el poder del
Consejo de Comisarios del Pueblo». El servicio de propaganda del gobierno de Denikin
hizo correr numerosos rumores durante la guerra sobre la existencia de complots judíos. El
general Roman Ungern von Sternberg, apodado «el barón sanguinario», fue sin duda aquel
que fue más lejos en sus acciones. En su famosa «orden n.º 1592», dirigida a sus ejércitos
en marzo de 1921, ordena en su artículo 9 «exterminar a los comisarios, a los comunistas y
a los judíos con sus familias».
Entre 1921 y 1922, la hambruna, unida a una grave epidemia de tifus, acabó con la
vida de millones de campesinos rusos.
Al mismo tiempo, el poder puso a los mencheviques fuera de la ley, reprimió las
últimas grandes olas de protestas obreras y empezó una campaña violenta de «pacificación»
contra los campesinos insurrectos. El X Congreso del Partido, celebrado a la vez que
ocurría la insurrección de Kronstadt, abolió también el derecho de tendencia en el seno del
Partido por la instauración del «centralismo democrático».