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La Revolución

Rusa
Steven Silva
INTRODUCCIÓN
En este libro se va a hablar sobre la Historia de la Revolución Rusa y todos sus
sucesos, causas y consecuencias. La Revolución Rusa fue un movimiento político y social
que ocurrió en el año 1917 para derrocar al zar Nicolás II y, posteriormente, al gobierno
provisional. Las insurrecciones se saldaron con la abdicación del zar, la caída del gobierno
provisional y la toma de poder por parte de los bolcheviques, encabezados por Lenin.
ÍNDICE
Capítulo 1. El Inicio de la Revolución Rusa………………………………………………. 5

Capítulo 2. Situación de Rusia antes de la revolución de 1905…………………………… 8

Capítulo 3. Revolución de febrero de 1917……………………………………………… 10

Capítulo 4. La dualidad de poderes………………………………………………………. 12

Capítulo 5. Las crisis repetitivas…………………………………………………………. 16

Capítulo 6. Octubre de 1917……………………………………………………………... 22

Capítulo 7. Inicios del régimen bolchevique...................................................................... 27

Capítulo 8. De la Guerra Civil a la NEP (1918-1921)…………………………………… 38


CAPÍTULO 1
El Inicio de la Revolución Rusa

D
urante los comienzos del siglo XX, Rusia era un país prácticamente anclado en un
sistema feudal. La nobleza, la iglesia ortodoxa y el zar eran los estamentos
dominantes en una sociedad rusa donde las libertades brillaban por su ausencia.
Mientras tanto, la débil burguesía defendía la necesidad de una mayor representación
política de la sociedad rusa, al tiempo que los campesinos estaban indignados por unas
tierras insuficientes. Si bien Rusia había aumentado
el número de fábricas, su industria continuaba siendo
reducida, pues se trataba de una sociedad
eminentemente rural.

Para mayor descontento social, el zar Nicolás


II, creyendo que podía ganar una guerra contra
Japón, embarcó al país en un conflicto bélico. Sin
embargo, el resultado de la guerra ruso japonesa
(1904-1905) fue desastroso para Rusia. El deterioro
de la situación política provocó un estallido social en
1905 en lo que se conoció como el domingo sangriento. Aquel 22 de enero, cuando el
pueblo reclamaba cambios políticos ante el Palacio de Invierno, fue reprimido con
brutalidad. Incluso algunas unidades militares se levantaron, como ocurrió con el
amotinamiento del acorazado Potemkin.

Las huelgas, protestas y levantamientos erosionaron la figura del zar Nicolás II, que
se vio obligado a hacer concesiones. Por su parte, la revolución de 1905 erigió a los
movimientos obreros como protagonistas de la revolución, al tiempo que pasaban a
organizarse en una especie de células denominadas soviets. Las reformas que el zar había
prometido en 1905 se vieron frustradas y la hambruna comenzó a hacer mella en la
población. El régimen hacía oídos sordos a las demandas del pueblo, con las decisiones
quedando concentradas en manos del zar, la emperatriz y Rasputín. Para mayor desgracia,
Rusia se embarcó en la Primera Guerra Mundial con nefastas consecuencias. Los
campesinos fueron llamados a filas para combatir en el frente, lo que dejó el campo sin
mano de obra. La falta de alimentos no tardó en hacerse sentir. Mientras Rusia sufría
dolorosas derrotas en los campos de batalla, su economía había quedado aislada de los
mercados europeos y la moral decaía entre una población hambrienta.
Causas de la Revolución rusa
Las causas de la Revolución Rusa son varias, y se pueden exponer por separado de
la siguiente manera:

 La situación de opresión y pobreza a la que estaba sentenciado el campesinado ruso


desde hacía ya mucho tiempo, sosteniendo con sus vidas el mando absolutista de la
monarquía zarista.
 Las sucesivas derrotas de la Primera Guerra Mundial que Rusia sufrió, sumadas al
hecho de que, al momento de ingresar al conflicto, todos los partidos se mostraron a
favor excepto el Partido Obrero Socialdemócrata.
 Además, el fracaso en el intento por sostener el ritmo de producción ruso durante la
guerra desató una crisis económica y social que se tradujo en hambruna, escasez de
mercancías, y colapso de las estructuras del Estado, lo cual condujo a ciertos
primeros niveles de organización popular autónoma.
 La llegada del invierno de 1917, uno de los más cruentos de esas épocas, en las
peores condiciones posibles para el pueblo ruso.

Consecuencias de la Revolución Rusa


Las consecuencias de la Revolución Rusa pueden
enumerarse en:

 La caída de la monarquía zarista y el inicio


de la historia comunista de Rusia, que
duraría hasta la caída de la URSS en 1991.
 El inicio de la Guerra Civil Rusa, que
enfrentó por el mando del Estado al bando
bolchevique (rojo) contra el movimiento antibolchevique (blanco) entre 1918 y
1921, con victoria del bando rojo.
 Se produjeron cambios culturales significativos en Rusia, sobre todo en lo que
respecta al rol de la familia tradicional burguesa, permitiéndose el aborto legal, el
divorcio y la despenalización de la homosexualidad (aunque volvió a prohibirse en
1934). Esto también se tradujo en mejorías sociales para las mujeres. También se
aprobó el triple principio de la laicidad, gratuidad y obligatoriedad de la educación
formal.
 Transformación de las viejas estructuras feudales heredadas de la Rusia zarista, lo
cual condujo a un lento proceso de modernización que, inicialmente, sometió a
poblaciones enteras a la hambruna, resultando en millones de muertes,
especialmente en los años de 1932-1933, cuando se produjo el Holodomor
ucraniano.
 Surgimiento del estado policial leninista, que inspiraría a la venidera Unión
Soviética.
CAPÍTULO 2
Situación de Rusia antes de la revolución de 1905

P
reviamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un régimen zarista,
autocrático y represivo desde hacía tres siglos cuando, en 1613, se instauró en el
país la dinastía Románov. La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por
parte del zar Alejandro II fue la primera
muestra de las fisuras del antiguo sistema
feudal. Una vez liberados, los antiguos
siervos se desplazaron a las ciudades,
convirtiéndose así en mano de obra
industrial.

A comienzos del siglo XX, el


desarrollo de la industria rusa era cada vez
mayor, favoreciendo el crecimiento de las
ciudades y una creciente efervescencia
cultural: el antiguo orden social se
tambaleaba, agravando las dificultades de los más pobres. Las industrias florecían y la
creciente clase obrera se aglutinaba principalmente en las ciudades, pero la prosperidad del
país no había representado beneficio alguno para la mayoría de la población. La economía
en su conjunto seguía siendo arcaica. El valor de la producción industrial en 1913 era dos
veces y media menor que el de Francia, seis veces menor que el de Alemania y catorce
veces menor que el de Estados Unidos. La producción agrícola continuaba siendo
deficiente y la falta de transportes paralizaba cualquier intento de modernización
económica. El PIB per cápita en aquella época era inferior al de Hungría o al de España y,
aproximadamente, suponía una cuarta parte del de Estados Unidos. Además, el país estaba
dominado sobre todo por capital extranjero, poseyendo este casi la mitad de las acciones
rusas. El proceso de industrialización fue violento y mal aceptado por los campesinos, que
habían sido bruscamente proletarizados. La clase obrera naciente, aunque numéricamente
pequeña, se concentraba en las grandes zonas industriales, lo que facilitó la creciente
conciencia revolucionaria.

El Imperio ruso seguía siendo un país esencialmente rural (el 85 % de la población


vivía en zonas rurales). Si bien una parte de los campesinos, los kuláks, se había
enriquecido y constituido una especie de clase media rural con el apoyo del régimen; el
número de campesinos sin tierra había aumentado, creando así un auténtico proletariado
rural receptivo a ideas revolucionarias. Incluso después de 1905, un diputado de la Duma
señaló que en muchos pueblos, la presencia de chinches y cucarachas en los hogares se
percibía como signo de riqueza.

Tras la escolarización llevada a cabo unos


años antes, algunos obreros habían sido convencidos
por los ideales marxistas y otros pensamientos
revolucionarios. Sin embargo, el poder zarista se
mostró inmóvil. En los siglos XIX y XX, varios
movimientos organizados por miembros de todas las
clases sociales (estudiantes u obreros, campesinos o
nobles) trataron de derrocar al gobierno sin éxito.
Algunos recurrieron al terrorismo y a los atentados
políticos, convirtiéndose los movimientos
revolucionarios en objeto de dura represión, llevada a cabo por la todopoderosa Ojrana, la
policía secreta del zar. Muchos revolucionarios fueron encarcelados o deportados, mientras
que otros lograron escapar y unirse a las filas de los exiliados. Desde esta perspectiva, la
Revolución de 1917 es la culminación de una larga sucesión de pequeñas revueltas. Las
reformas necesarias, que ni las insurrecciones campesinas, los atentados políticos y la
actividad parlamentaria de la Duma habían logrado, desembocaron en una revolución
impulsada por el proletariado.

En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la
guerra ruso-japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San Petersburgo
para exigir reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce
como el Domingo Sangriento. Se trató de un intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y
se caracterizó por los levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los
campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del
Estado: los sóviets y, especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.
CAPÍTULO 3
Revolución de febrero de 1917

L
as sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron una de las causas
de la Revolución de Febrero. Cuando el país entró en guerra, todos los partidos
políticos se mostraron favorables a la participación en la contienda, con la
excepción del Partido Obrero Socialdemócrata, el único partido europeo junto al Partido
Socialista del Reino de Serbia que se negó a votar los créditos de guerra, aunque advirtió
que no trataría de sabotear la actividad bélica de la nación. Tras el comienzo del conflicto y
después de algunos éxitos iniciales, el Ejército
Imperial Ruso tuvo que soportar graves derrotas
(en Prusia Oriental, en particular). Las fábricas no
se mostraron lo suficientemente productivas, la
red ferroviaria era ineficiente y el suministro de
armas y alimentos al Ejército fallaba. En el
Ejército, los partes batían todas las marcas: 1 700
000 muertos y 5 950 000 heridos; estallaron
disturbios y decayó la moral de los soldados. Estos soportaban mes a mes la incapacidad de
sus oficiales —que llegó hasta el punto de suministrar a unidades de combate munición no
correspondiente con el calibre de sus armas— y el empleo de la intimidación y los castigos
corporales.

La hambruna se extendió entre la población civil y las mercancías comenzaron a


escasear. La economía rusa, que antes de la guerra contaba con la tasa de crecimiento más
alta de Europa, se encontraba aislada del mercado europeo. El Parlamento ruso (la Duma),
constituida por liberales y progresistas, advirtió al zar Nicolás II de estas amenazas contra
la estabilidad del Imperio y del régimen, aconsejándole formar un nuevo Gobierno
constitucional. El zar desoyó esta advertencia y perdió el liderazgo y el contacto con la
realidad del país. La impopularidad de su esposa, la emperatriz Alejandra —de origen
alemán—, aumentó el descrédito del régimen, hecho confirmado en diciembre de 1916 con
el asesinato de Rasputín, asesor oculto de la emperatriz, por parte del príncipe Félix
Yusúpov, un joven noble. Desde 1915-1916, proliferaron diversos comités que se hicieron
cargo de todo aquello que el deficiente Estado ya no asumía (abastecimiento, encargos,
intercambios comerciales...). Junto a las cooperativas o los sindicatos, estos comités se
convirtieron en órganos de poder paralelos. El régimen ya no controlaba el “país real”. El
mes de febrero de 1917 reunió todas las características necesarias para una revuelta
popular: invierno duro, escasez de alimentos, hastío hacia la guerra... La revolución se
inició con la huelga espontánea de los trabajadores de las fábricas de la capital, Petrogrado,
a principios de dicho mes. El 23 de febrero (8 de marzo según el calendario gregoriano), las
mujeres de Petrogrado se manifestaron para exigir pan. Recibieron el apoyo de los obreros,
encontrando estos una razón para prolongar su huelga. Ese día, pese a que se produjeron
algunos enfrentamientos con la policía, no hubo ninguna víctima.

Los días siguientes, las huelgas se


generalizaron por todo Petrogrado y la tensión fue
en aumento. Las consignas, hasta el momento más
discretas, se politizaron: «¡Abajo la guerra!»,
«¡Abajo la autocracia!». En esta ocasión, los
enfrentamientos con la policía se saldaron con
víctimas en ambas partes. Los manifestantes se
armaron sustrayendo armas de los puestos de
policía. Tras tres días de manifestaciones, el zar
ordenó la movilización de la guarnición militar de la capital para sofocar la rebelión. Los
soldados resistieron las primeras tentativas de confraternización y mataron a muchos
manifestantes. Sin embargo, durante la noche, parte de una compañía se sumó
progresivamente a los insurgentes, que pudieron de esta forma armarse más
convenientemente. Entre tanto, el zar, sin medios para gobernar, ordenó disolver la Duma y
nombrar un comité interino.

Todos los regimientos de la guarnición de Petrogrado se unieron a la revuelta. Fue


el triunfo de la revolución. Presionado por el Estado Mayor, el zar Nicolás II abdicó el 2 de
marzo (15 de marzo de 1917 según el calendario gregoriano): «Se deshizo del imperio
como un comandante de un escuadrón de caballería». Su hermano, el gran duque Miguel
Aleksándrovich, rechazó al día siguiente la corona. Fue el fin del zarismo y se produjeron
las primeras elecciones al sóviet de los trabajadores de la capital, el Sóviet de Petrogrado.
El primer episodio de la revolución se había saldado con más de un centenar de víctimas,
principalmente manifestantes, más la caída rápida e inesperada del régimen, con unas
pérdidas humanas relativamente pequeñas, suscitó en el país una ola de entusiasmo y un
sentimiento de liberación.
CAPÍTULO 4
La dualidad de poderes

E
l periodo posterior a la abdicación del zar fue a la vez confuso y de entusiasmo
entre la población. El Gobierno provisional sucedió al zarismo rápidamente,
mientras que la revolución ganaba profundidad y la masa de trabajadores y
campesinos se politizaba. Los sóviets, nacidos de la voluntad popular, no se atrevieron a
contradecir de primeras al Gobierno provisional, pese a su inmovilidad y su actuación en la
guerra. Sin embargo, el pequeño Partido Bolchevique, liderado por Lenin quien había
vuelto del exilio en Suiza en el mes de abril, fue quien impuso una radicalización
estratégica, se hizo portavoz del creciente descontento general y se convirtió en depositario
de las aspiraciones populares, mientras que los partidos revolucionarios rivales se
desacreditaban entre ellos, alimentando así el peligro contrarrevolucionario.

El país más libre del mundo


La caída de la monarquía se sintió como una liberación sin precedentes. En Rusia se
abrió un periodo de intensa alegría popular y de fermentación revolucionaria. Un frenesí
por hablar y exponer las ideas propias se instaló en todos los estratos sociales. Las
reuniones fueron diarias y los oradores se sucedían de manera casi interminable. Se
multiplicaron los desfiles y las manifestaciones. Decenas de miles de cartas, con
direcciones y peticiones se enviaban cada semana desde todos los puntos del territorio para
dar a conocer el apoyo, las quejas o las reclamaciones del pueblo. Se dirigían
principalmente al nuevo Gobierno provisional y al Sóviet de Petrogrado.

Más allá de las expectativas inmediatas, lo que dominaba era el rechazo a toda
forma de autoridad, lo que permitió a Lenin hablar de la Rusia de aquellos meses como «el
país más libre del mundo», como describió Marc Ferro:

En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro
derecho obrero; en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de
historia de las civilizaciones; en Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro
y escogieron el próximo espectáculo; en el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus
reuniones para que este diera sentido a sus vidas. Incluso los niños menores de catorce años
reivindicaban el derecho de aprender boxeo para hacerse escuchar ante los mayores. Era el
mundo al revés.

Estas primeras semanas llenas de esperanza


y generosidad fueron muy pacíficas, tanto en las
ciudades como en las zonas rurales. Ninguna
represalia, oficial o espontánea, se tomó contra los
antiguos siervos del zar, teniendo incluso derecho
estos a trasladar su residencia o exiliarse. El
Gobierno provisional abolió la pena de muerte,
ordenó la apertura de las prisiones, permitiendo el
retorno de los exiliados por cualquier motivo (incluido Lenin) y proclamó las libertades
fundamentales: de prensa, de reunión y de conciencia (en la práctica ya adquirida tras la
Revolución de Febrero). El antisemitismo de Estado desapareció; la Iglesia Ortodoxa Rusa,
bajo la tutela del Estado desde tiempos de Pedro I el Grande, pudo reunir libremente un
consejo que, en el verano de 1917, restableció el Patriarcado de Moscú. En el ejército, la
orden n.º 1, expedida por el Sóviet de Petrogrado, que contaba con la mayoría de
socialrevolucionarios y mencheviques, prohibió el acoso humillante de los oficiales a los
soldados e instauró los derechos de reunión, petición y prensa.

Por último, la manifestación más clara de la emancipación de la sociedad civil fue,


por supuesto, la creación espontánea de los sóviets (consejos) de obreros, campesinos,
soldados y marineros, que cubrieron en una semana la práctica totalidad del país. Estas
asambleas, que ya habían surgido en 1905, paliaron la escasez de organizaciones habituales
en Occidente (partidos, sindicatos...) debida a la represión zarista. Fueron órganos de
democracia directa que pretendían ejercer un poder autónomo, y, ante la posibilidad de que
el Gobierno Provisional llevara a cabo una contrarrevolución, velaron por la preservación y
la ampliación de las conquistas de la Revolución de Febrero.

El Gobierno Provisional y los sóviets


La Duma eligió un Gobierno provisional encabezado
por Mijaíl Rodzianko, un exoficial del zar del Partido
Octubrista, monárquico y rico terrateniente. Desde el 15 de
marzo, la dirección de dicho Gobierno fue tomada por
Gueorgui Lvov, un liberal progresista del Partido
Democrático Constitucional. Por ello, pese a que la
revolución había sido encabezada por los obreros y los
soldados, el poder estaba en manos de un Gobierno provisional dirigido por políticos
liberales del Partido Democrático Constitucional (llamado KD o Kadete), el partido de la
burguesía liberal. Mas, en realidad, era preciso transigir con los sóviets. En las ciudades y
pueblos, con el anuncio de la revolución en la capital, se formaron sóviets al tiempo que los
notables que regían en nombre del zar fueron destituidos. Desde principios de marzo, los
sóviets ya estaban presentes en las principales ciudades, y en abril y mayo se extendieron a
las zonas rurales. Los sóviets eran unas asociaciones donde los trabajadores acudían a
discutir sobre la situación y al mismo tiempo un órgano de gobierno.

El programa del Sóviet de Petrogrado


recogía el firmar la paz de manera inmediata y
poner fin así a la Primera Guerra Mundial, otorgar
la propiedad de la tierra a los campesinos, la
implantación de la jornada laboral de ocho horas y
el establecimiento de una república democrática.
Este programa resultaba inaplicable para la
burguesía liberal que asumió el poder tras la
revolución, que no firmó la paz, ni revisó la propiedad de las tierras ni acortó la jornada
laboral. Además, el Gobierno consideró (así como parte de los dirigentes de los sóviets y de
los partidos revolucionarios) que solo la futura Asamblea Constituyente elegida por
sufragio universal tenía derecho a decidir sobre la propiedad de la tierra y el sistema social.
Pero la ausencia de millones de votantes, que se encontraban combatiendo en el frente,
retrasó la celebración de las elecciones (sobre todo porque el Gobierno continuaba con la
guerra). La realización de las reformas fue continuamente aplazada sine die. La situación
llegó hasta tal punto, que el Gobierno se abstuvo de proclamar oficialmente la República
antes de septiembre. Tomó así el riesgo de decepcionar peligrosamente a la población. Por
añadidura, no podía gobernar sin el apoyo de los sóviets, que contaban con el respaldo y la
confianza de la gran masa de trabajadores.

Los sóviets estaban dominados por los socialistas, los mencheviques y


socialrevolucionarios. Los bolcheviques, a pesar de su nombre —en ruso, «mayoritarios»—
, eran una minoría. Por aquel momento, los sóviets, incluido el de Petrogrado, demostraron
un apoyo moderado al Gobierno provisional y no continuaron reclamando las reformas más
radicales, lo que obliga a matizar la noción habitual de «dualidad de poderes». La
confluencia entre el Sóviet de Petrogrado y el Gobierno provisional cristalizó en la figura
de Aleksandr Kérenski, socialrevolucionario, vicepresidente del Sóviet de Petrogrado y
ministro de Justicia y Guerra. Casi todos los revolucionarios, especialmente los de la
escuela marxista, creían que la revolución proletaria era prematura en un país
económicamente atrasado y rural. En su opinión, Rusia solo estaba preparada para una
revolución burguesa, ya que el proletariado era demasiado débil y muy reducido. La
revolución debía limitarse primeramente a las tareas que el análisis marxista asignaba a la
revolución burguesa, cumplidas por la Revolución Francesa en 1789: el fin del feudalismo
y la reforma agraria. Desde este punto de vista, los sóviets se concebían como «fortalezas
proletarias» ubicadas en el corazón de la «revolución burguesa» dedicadas a velar por la
realización de las reivindicaciones populares, y posteriormente, preparar la transición al
socialismo, además de prevenir una posible contrarrevolución monárquica o la ruptura con
la burguesía. Pese a ello, esto no respondió a la urgencia que las masas exigían para ver
colmadas sus aspiraciones. Los partidos revolucionarios corrían el peligro de incurrir en el
mismo descrédito popular que el Gobierno provisional.
CAPÍTULO 5
Las crisis repetitivas
Las Jornadas de abril

A
pesar de la voluntad popular de poner fin a la guerra, la participación en la
Primera Guerra Mundial no varió. En abril, la publicación de una nota secreta del
Gobierno a sus aliados, diciendo que no pondría en peligro los tratados zaristas y
que continuaría con la guerra, provocó la ira entre los soldados y los trabajadores. Las
manifestaciones a favor y en contra del Gobierno causaron los primeros enfrentamientos
armados de la revolución y precipitaron la renuncia del ministro de Relaciones Exteriores,
el historiador Pável Miliukov, del KD. Los socialistas moderados entraron a continuación
en el Gobierno, con el apoyo de la mayoría de los trabajadores, que creían que así podrían
ejercer presión para poner fin a la guerra.

Al mismo tiempo, poco después de su regreso a Rusia, Lenin publicó sus Tesis de
abril. Continuando con los argumentos expuestos en El imperialismo, estado supremo del
capitalismo, afirmó que el capitalismo había entrado en «fase de putrefacción» y que la
burguesía ya no era capaz, en los países recientemente industrializados, de asumir el papel
revolucionario que ya había desempeñado en el pasado. Para él, solamente se podría
detener la guerra y asegurar las conquistas de la Revolución de Febrero dando todo el poder
a los sóviets. Lenin se negaba a prestar cualquier tipo de apoyo al Gobierno provisional y
exigió la confiscación de las tierras y su posterior redistribución entre los campesinos, el
control obrero sobre las fábricas y la transición inmediata a una república de sóviets.

Estas ideas eran muy minoritarias en el propio seno de los bolcheviques, que se
mantenían en una línea común de apoyo al Gobierno, llegando el periódico Pravda, dirigido
por Stalin y Mólotov, a hablar públicamente de la reanudación del trabajo y la vuelta a la
normalidad. Pero con el colapso económico y la guerra en curso, las ideas del partido
bolchevique, dirigido por Lenin y por Trotski a partir de verano, fueron ganando influencia.
A principios de junio, los bolcheviques ya eran mayoría en el Sóviet de Petrogrado de
diputados de obreros y soldados.
Las Jornadas de julio
En los primeros meses de 1917, la guerra
provocaba un rechazo inferior al de la incapacidad
del zar para llevarla con eficacia, unido a la
crueldad y la negligencia de los oficiales. El
«derrotismo revolucionario» llegó a ser impopular
en el propio partido bolchevique. Muchos, y no
solo en la élite burguesa rusa, esperaban una
explosión patriótica y jacobina contra la Alemania
del Káiser, algo así como lo que sucedió tras la
caída de la monarquía francesa en 1792, que llevó
a la victoria de Valmy y la derrota del enemigo. El
ministro de Guerra, Aleksandr Kérenski, un buen
orador y muy popular, fue elegido para encarnar
ese arranque en los planos nacional y
revolucionario.

Por otra parte, la consignas a favor de la


paz comenzaban a ser más frecuentes en la
retaguardia que en el frente, donde los soldados solían ver a los obreros como privilegiados,
y detestaban que se pusiera en tela de juicio la utilidad de los sacrificios que llevaban
soportando desde que estalló el conflicto. De hecho, una gran mayoría de los rusos se
mostraban a favor de una paz negociada, sin anexiones ni indemnizaciones, pero muchos
estaban también dispuestos a dar una oportunidad a una última ofensiva militar.

Sin embargo, entre febrero y julio, el cansancio y la impopularidad hacia la guerra


fueron ganando terreno, así como la propaganda pacifista. La continuación de la guerra
creaba una situación muy criticada, ya que era imposible instaurar la jornada laboral de
ocho horas sin perjudicar a la producción bélica, o tratar de convocar elecciones para
formar la Asamblea Constituyente teniendo millones de soldados en el frente.

El fracaso militar de la Ofensiva Kérenski,


puesta en marcha a principios de julio, provocó una
decepción general. Tras algunos éxitos iniciales
debidos al general Alekséi Brusílov, el mejor
comandante en jefe ruso de la Gran Guerra, el
fracaso se hizo patente y los soldados se negaron a
situarse en primera línea de combate. El Ejército entró en descomposición, las deserciones
se multiplicaron, las protestas en la retaguardia se acrecentaron y la popularidad de
Kérenski comenzó a degradarse.
Los días 3 y 4 de julio, se conoció el fracaso de la ofensiva, y los soldados situados
en la capital, Petrogrado, se negaron a regresar al frente. Reunidos con los obreros, se
manifestaron para exigir que los dirigentes del Sóviet de Petrogrado tomaran el poder.
Desbordados por la situación, los bolcheviques se manifestaron en contra de un
levantamiento prematuro, argumentando que era demasiado pronto para derrocar al
Gobierno provisional: los bolcheviques solamente eran mayoritarios en Petrogrado y
Moscú, mientras que los partidos socialistas moderados mantenían una influencia
importante en el resto del país. Preferían dejar que el Gobierno prosiguiera con sus
actividades para demostrar así su incapacidad para gestionar los problemas suscitados tras
la revolución: la firma de la paz, la jornada de ocho horas y la reforma agraria.

El aumento de la reacción
La represión, sin embargo, se cernió sobre los bolcheviques: Trotski fue
encarcelado, Lenin se vio obligado a huir y a refugiarse en Finlandia y el periódico
bolchevique Rabochi i Soldat (Obrero y Soldado) fue prohibido. Los regimientos de
artilleros que habían apoyado la Revolución de Febrero se disolvieron, siendo enviados al
frente en pequeños destacamentos, al tiempo que los obreros eran desarmados. 90 000
hombres tuvieron que abandonar Petrogrado; se encarceló a los «agitadores» y se restauró
la pena de muerte, abolida en febrero. En el frente, la reanudación de las hostilidades se
inició tras la repentina libertad otorgada por la Orden n.º 1 en febrero. Así, el 8 de julio, el
general Kornílov, que comandaba las operaciones del frente sudoriental, dio la orden de
abrir fuego de ametralladora y artillería contra los soldados que abandonaran el frente.
Desde el 18 de junio al 6 de julio, la ofensiva en este frente se saldó con 58 000 muertes,
sin éxito.

La reacción aumentó, con el zarismo levantando la cabeza; produciéndose


pogromos en las zonas rurales. El socialrevolucionario (eser) Kérenski sucedió a Gueorgui
Lvov, demócrata constitucional (kadete), al frente del Gobierno provisional tras las
Jornadas de Julio, pero fue perdiendo progresivamente la consideración de las masas
populares y parecía incapaz de contener el crecimiento de la reacción.

El levantamiento de Kornílov
El general Lavr Kornílov fue nombrado nuevo comandante en jefe por Kérenski.
Aunque el Ejército se descomponía, Kornílov encarnaba la vuelta a la disciplina férrea
anterior: en abril, dio órdenes de disparar a los desertores y de mostrar los cadáveres con
señales en las carreteras, amenazó con penas severas a los agricultores que osaran tomar los
dominios señoriales. Kornílov, renombrado monárquico, era en realidad un republicano
indiferente a la restauración del zar, y un hombre del pueblo (hijo de cosacos y no
aristócrata), lo que era raro en aquella época entre la casta militar. Ante todo nacionalista,
deseaba la continuación de Rusia en la guerra mundial, ya fuera bajo la autoridad del
Gobierno provisional o sin él. Mucho más bonapartista o incluso prefascista que
monárquico, no se convirtió tan rápidamente en la esperanza de las antiguas clases
dirigentes, nobleza y alta burguesía, y de todos aquellos que anhelaban un retorno al orden,
o simplemente un castigo severo a los bolcheviques derrotistas.

En las fábricas y en el Ejército, el peligro de una


contrarrevolución fue tomando forma. Los sindicatos,
donde los bolcheviques eran mayoría (pese a la
represión), organizaron una huelga que fue seguida de
forma masiva. La tensión aumentaba poco a poco, con la
radicalización de los discursos de los diferentes partidos.
Así, el 20 de agosto, ante el Comité Central del Partido
KD, su líder, Pável Miliukov, dijo: «El pretexto lo
proporcionarán los motines producidos por el hambre o
por la acción de los bolcheviques, en todo caso la vida
empujará a la sociedad y a la población a contemplar la
inevitabilidad de una cirugía.» La Unión de oficiales del
ejército y de la marina, organización influyente en la parte superior del cuerpo del Ejército
ruso y financiada por la comunidad empresarial, pidió el establecimiento de una dictadura
militar. En el frente, el capitán Muraviov, miembro del Partido Social-Revolucionario,
formó varios batallones de la muerte y aseguró que «estos batallones no están destinados a
ir al frente, sino a Petrogrado, donde ajustarán cuentas con los bolcheviques».

A finales de agosto de 1917, Kornílov organizó un levantamiento armado, enviando


tres regimientos de caballería por ferrocarril a Petrogrado, con el objetivo de aplastar los
sóviets y las organizaciones obreras para devolver a Rusia al contexto bélico. Ante la
incapacidad del Gobierno Provisional para defenderse, los bolcheviques organizaron la
defensa de la capital. Los obreros cavaron trincheras y los ferroviarios enviaron los trenes a
vías muertas, provocando que el contingente se disolviera.

Las consecuencias del intento de golpe fueron importantes: las masas se rearmaron,
los bolcheviques pudieron salir de su semiclandestinidad y en julio, los presos políticos,
incluido Trotski, fueron puestos en libertad por los marineros de Kronstadt. Para sofocar el
golpe, Kérenski solicitó la ayuda de todos los partidos revolucionarios, aceptando la
liberación y el rearme de los bolcheviques. Perdió el apoyo de la derecha, que no le
perdonaba el haber sofocado el intento de golpe, pero sin obtener al tiempo el de la
izquierda, que lo consideraba demasiado indulgente en cuanto a las represalias hacia los
cómplices de Kornílov, y mucho menos el apoyo de la extrema izquierda bolchevique, en la
que Lenin, desde su escondite, dio la orden de no apoyar a Kérenski y de limitarse a luchar
contra Kornílov.

Ebullición popular, explosión campesina y crecimiento de los


bolcheviques
Poco a poco, los obreros y los soldados se
fueron convenciendo de que no podía haber una
reconciliación entre el antiguo modelo de sociedad
defendido por Kornílov y el nuevo. El golpe y la
caída del Gobierno Provisional, que dio a los sóviets
la dirección de la resistencia, fortaleció y reforzó la
autoridad y la presencia en la sociedad de los
bolcheviques. Su prestigio iba en aumento: apremiados por la contrarrevolución, las masas
se radicalizaron y los sindicatos se alinearon con los bolcheviques. El 31 de agosto, el
Sóviet de Petrogrado ya era mayoritariamente bolchevique, escogiendo a Trotski como su
presidente el 30 de septiembre.

Todas las elecciones fueron testimonio del


crecimiento bolchevique: así, en las elecciones de
Moscú, entre junio y septiembre, el PSR pasó de 375
000 a 54 000 votos, los mencheviques de 76 000 a 16
000 y el KD de 109 000 a 101 000 sufragios, mientras
que los bolcheviques aumentaron de 75 000 a 198 000
votos. El lema «Todo el poder para los sóviets» fue utilizado más allá del ámbito
bolchevique, siendo usado por obreros del PSR o por los mencheviques. El 31 de agosto, el
Sóviet de Petrogrado y otros 126 sóviets votaron una resolución en favor del poder
soviético.

La revolución continuaba y se aceleraba, especialmente en las zonas rurales.


Durante el verano de 1917, los agricultores adoptaron medidas, tomando las tierras de los
señores, sin esperar a la prometida reforma agraria y retrasada de forma constante por el
Gobierno. El campesinado ruso, de hecho, regresó a su larga tradición de grandes
levantamientos espontáneos (los bunts), que ya habían marcado el pasado nacional, como
las revueltas protagonizadas por Stenka Razin en el siglo XVII o Yemelián Pugachov en
tiempos de Catalina II. No siempre violentas, estas ocupaciones masivas de tierras fueron a
menudo el escenario de levantamientos espontáneos donde las propiedades de los maestros
eran quemadas, llegando ellos mismos a ser maltratados o asesinados. Estos inmensos
levantamientos campesinos, sin duda los más importantes de la historia europea,
consiguieron que las tierras se compartieran sin que el gobierno condenara ni ratificara el
movimiento. Sabiendo que la «repartición negra» (nombre de la antigua organización
naródnik Repartición Negra) estaba cumpliéndose en sus pueblos, los soldados, de origen
mayoritariamente campesino, desertaron en masa con el fin de poder participar a tiempo en
la nueva distribución de las tierras. La acción de la propaganda pacifista y el desaliento tras
el fracaso de la última ofensiva del verano hicieron el resto. Las trincheras se vaciaron poco
a poco.

Así, los bolcheviques, a los que todavía se los calificaba en junio como
«insignificante puñado de demagogos» controlaban la mayor parte del país. Desde junio de
1917, en una sesión del 1.er Congreso Panruso de los Sóviets, Lenin ya había anunciado
abiertamente —durante una célebre discusión con el menchevique Irakli Tsereteli— que los
bolcheviques estaban dispuestos a tomar el poder, pero que por el momento sus palabras no
habían sido tomadas en serio.
CAPÍTULO 6
Octubre de 1917

E
n octubre de 1917, Lenin y Trotski consideraron que había llegado el momento de
terminar con la situación de doble poder. La coyuntura les era oportuna por el gran
descrédito y el aislamiento del Gobierno provisional, ya reducido a la impotencia,
así como por la impaciencia de los propios bolcheviques.

La insurrección
Los debates en el seno del Comité central del Partido bolchevique con el objetivo de
que este organizara una insurrección armada y tomara el poder eran cada vez más intensos.
Algunos en torno a Kámenev y Zinóviev consideraban que todavía había que esperar,
porque el partido ya estaba asentado en la mayoría de los sóviets, y se encontraría, según su
opinión, aislado en Rusia y en Europa si tomaba el poder de manera individual y no dentro
de una coalición de partidos revolucionarios. Lenin y Trotski consiguieron superar estas
reticencias internas y el Comité aprobó y pasó a organizar la insurrección que Lenin fijó
para la víspera del 2.º Congreso de los Sóviets, que debía reunirse el 25 de octubre.

Se creó un Comité Militar Revolucionario en el seno del Sóviet de Petrogrado,


siendo dirigido por Trotski, presidente del mismo. Se componía de obreros armados,
soldados y marineros. Aseguraba el apoyo o neutralidad de la guarnición militar de la
ciudad y la preparación metódica de la toma de los puntos estratégicos de la ciudad. La
preparación del golpe se hizo prácticamente a la vista de todo el mundo, ya que todos los
planes que se ofrecieron a Kámenev y Zinóviev se podían encontrar disponibles en los
periódicos, y el propio Kérenski solamente esperaba que el enfrentamiento final terminara
con la situación.

La insurrección se puso en marcha en la noche del 6 al 7 de


noviembre (24 y 25 de octubre según el calendario juliano). Los sucesos se
desarrollaron sin apenas derramamientos de sangre. La Guardia Roja
bolchevique tomó, sin resistencia, el control de los puentes, de las estaciones,
del banco central y de la central postal y telefónica justo antes de lanzar un
asalto final al Palacio de Invierno. Las películas oficiales posteriores
elevaron estos sucesos al rango de heroicos, pero en realidad los insurgentes solo tuvieron
que hacer frente a una resistencia débil. De hecho, entre las tropas acuarteladas en la
ciudad, solamente algunos batallones de cadetes (junkers) apoyaron al Gobierno
Provisional, mientras que la inmensa mayoría de los regimientos se pronunciaron a favor
del levantamiento o se declararon neutrales. En total, hubo cinco muertos y varios heridos.
Durante el levantamiento, los tranvías continuaron circulando, los teatros con sus
representaciones y las tiendas abrieron con normalidad. Uno de los acontecimientos más
importantes del siglo XX había tenido lugar sin que prácticamente nadie lo tuviera en
cuenta.

Si un puñado de partisanos había podido tomar el control de la capital ante un


Gobierno Provisional que ya nadie apoyaba, el levantamiento debía en ese momento ser
ratificado por las masas. Al día siguiente, el 25 de octubre, Trotski anunció oficialmente la
disolución del Gobierno Provisional en la apertura del 2.º Congreso Panruso de los Sóviets
de Diputados de Obreros y Campesinos, con 562 delegados presentes, de los cuales, 382
eran bolcheviques y 70 del Partido Social-Revolucionario de Izquierda).

Sin embargo, algunos delegados creían que Lenin y los bolcheviques habían tomado
el poder ilegalmente, y alrededor de cincuenta abandonaron el congreso. Estos, socialistas
revolucionarios de derechas y mencheviques, crearon al día siguiente un «Comité de
Salvación de la Patria y de la Revolución». Este abandono del congreso se vio acompañado
por una resolución improvisada por parte de León Trotski: «El 2.º Congreso debe ver que la
salida de los mencheviques y de los socialrevolucionarios es un intento criminal y sin
esperanza de romper la representatividad de la asamblea cuando las masas intentan
defender la revolución de los ataques de la contrarrevolución». Al día siguiente, los sóviets
ratificaron la creación de un Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), constituido
en su totalidad por bolcheviques, como base del nuevo gobierno, a la espera de la
celebración de una asamblea constituyente. Lenin se justificó al día siguiente ante el
representante de la guarnición de Petrogrado de la siguiente manera: «No es nuestra
responsabilidad si los socialrevolucionarios y los mencheviques han abandonado el
congreso. Nosotros les habíamos propuesto compartir el poder [...] Hemos invitado a todo
el mundo a participar en el gobierno».

El nuevo Gobierno
En las horas siguientes, varios decretos sentaron las bases del nuevo régimen.
Cuando Lenin hizo su primera aparición pública, fue ovacionado y declaró: «Vamos a
proceder a la construcción del orden socialista».
En primer lugar, Lenin anunció la abolición de la diplomacia secreta y la propuesta
a todos los países beligerantes en la Primera Guerra Mundial de entablar conversaciones
«con miras a una paz justa y democrática, inmediata, sin anexiones y sin indemnizaciones».

Luego, se promulgó el Decreto sobre la Tierra: «las grandes propiedades


territoriales quedaron abolidas inmediatamente, y sin indemnización alguna». Otorgaba a
los sóviets de campesinos la libertad de hacer lo que consideraran, ya fuera socializar la
tierra o repartirla entre los campesinos pobres. El texto confirmaba una realidad ya
existente, ya que los campesinos ya habían aprovechado esas tierras durante el verano de
1917. Con esta medida, los bolcheviques consiguieron una neutralidad benevolente por
parte de los campesinos, al menos hasta la primavera de 1918.

Por último, se nombró un nuevo Gobierno, denominado Consejo de Comisarios del


Pueblo o Sovnarkom. Dicho gobierno aplicó otras medidas, como la abolición de la pena de
muerte (a pesar de la reticencia de Lenin, que consideraba esta pena indispensable), la
nacionalización de los bancos (el 14 de diciembre), el control obrero sobre la producción, la
creación de una milicia obrera, la soberanía e igualdad de todos los pueblos de Rusia, su
derecho de autodeterminación, incluida la separación política y el establecimiento de un
estado nacional independiente, la supresión de cualquier privilegio de carácter nacional o
religioso, etc. En total, se realizaron las treinta y tres reformas que el Gobierno Provisional
había sido incapaz de realizar en ocho meses de mandato.

En 1871, los obreros parisinos habían tomado el poder en la conocida como


Comuna de París. Esta primera experiencia de «dictadura del proletariado» (tal y como
Friedrich Engels la calificó) había acabado con la matanza de 10 000 a 20 000 miembros de
la comuna y con deportaciones en masa. Con el poder controlado en Petrogrado, Lenin y
Trotski sabían que no podrían mantener ese poder sin el apoyo de países industriales como
Alemania, Francia e Inglaterra; por lo que esperaban mantenerse más que los setenta y dos
días que duró la Comuna de París.

La naturaleza de Octubre
Desde las primeras horas del 7 de noviembre hasta la actualidad, varios medios
calificaron la Revolución de Octubre como un golpe de Estado de una minoría determinada
y organizada que tenía como objetivo dar «todo el poder a los bolcheviques» y no a los
sóviets. L'Humanité, el principal periódico socialista francés, titulaba «Golpe de Estado en
Rusia que lleva a Lenin y a los "maximalistas" al poder».

El historiador Alessandro Mongil observa además que en los años siguientes, los
mismos bolcheviques no dudaban en hablar entre ellos acerca de su «golpe de octubre»
(oktyabrski perevorot). En su autobiografía, Trotski utilizaba los términos «insurrección»,
«toma del poder» y «golpe de Estado». Rosa Luxemburgo, comunista alemana, también
habló del «golpe de Estado de octubre».

Marc Ferro considera que Octubre es desde el punto de vista técnico un golpe de
Estado, pero que no se explica en el contexto de ebullición revolucionaria general en todo
el país y en toda la sociedad. Las fuerzas populares han dado por lo menos un apoyo tácito
a la empresa bolchevique contra un gobierno impotente y ya desacreditado:

A los activistas revolucionarios de 1917, octubre apareció como un golpe de Estado


contra la democracia, como una especie de golpe llevado a cabo por una minoría que fue
capaz de tomar el poder y mantenerlo. Juicio excesivo, ya que en el II Congreso de los
Sóviets, reunido en plena insurrección, hubo una mayoría de los bolcheviques, así como
representantes socialrevolucionarios y mencheviques, junto a los futuros líderes del Estado
soviético, Lenin, Trotski, Kámenev, Zinóviev, siendo elegidos dirigentes del Presidium.
[...] El juicio de los nuevos opositores, mencheviques, populistas y anarquistas, es
igualmente parcial en el sentido de que los bolcheviques cumplieron con las prioridades,
que tras seis meses de lucha y dilaciones, las clases populares exigían: que los jefes
militares, los terratenientes, los ricos, los sacerdotes y otros «burgueses» fueran
permanentemente expulsados de la Historia. Por el contrario, es innegable que, al haber
participado en la insurgencia y ayudado a los bolcheviques a tomar el poder, los soldados,
los marinos y los obreros creían que el poder pasaría a los sóviets. Ni por un momento
imaginaron que los bolcheviques, en su nombre, conservarían el poder solamente para ellos
y para siempre.

Nicolas Werth, refiriéndose a las «paradojas y los malentendidos de octubre»,


resume de la siguiente manera los debates y la oposición, a menudo no sin segundas
intenciones y con un sesgo ideológico:

Para la primera escuela histórica que podría llamarse «liberal», la Revolución de


Octubre fue un golpe impuesto por la violencia en una sociedad pasiva, resultado de una
hábil conspiración tramada por un puñado de fanáticos disciplinados y cínicos, carentes de
toda base real en el país. Hoy en día, casi todos los historiadores rusos, así como la élite
culta y los dirigentes de la Rusia postcomunista hicieron suya la vulgata liberal. Privada de
toda profundidad social e histórica, la Revolución de Octubre en 1917 fue un accidente que
desvió de su curso natural a la Rusia prerrevolucionaria, una Rusia rica, laboriosa y en el
camino a la democracia [...]. Si el golpe de Estado bolchevique de 1917 fue un accidente,
entonces el pueblo ruso ha sido una víctima inocente. Teniendo en cuenta esta
interpretación, la historiografía soviética ha intentado demostrar que Octubre fue el
resultado lógico, previsible e inevitable, de un itinerario liberador iniciado por las «masas»
conscientemente unidas al bolchevismo. [...] Rechazando tanto la divulgación liberal como
la marxizante, un tercio de la historiografía actual ha tratado de «desideologizar» la
historia, de comprender, como Marc Ferro, que afirma: "el levantamiento de octubre de
1917 pudo ser un movimiento de masas en el que solo unos pocos participaron". [...]

Por lo tanto, según este historiador, lejos de «simplismos» liberales o marxistas:

La Revolución de octubre de 1917 aparece como la convergencia momentánea de


dos movimientos: una toma del poder político, resultado de la cuidadosa preparación de la
insurrección de un partido radicalmente diferente, por sus prácticas, su organización y su
ideología, del resto de actores de la revolución; una gran revolución social, multiforme y
autónoma [...] una inmensa revuelta campesina en primer lugar, [...] el año 1917 [fue] un
paso de una gran revolución campesina, [...] de una profunda descomposición del ejército,
integrado por unos diez millones de soldados campesinos movilizados durante tres años en
una guerra cuyo sentido no comprendían [...], un movimiento reivindicativo obrero
específico, [...] y un cuarto movimiento que abogaba por la emancipación de las
nacionalidades y pueblos alógenos [...]. Cada uno de estos movimientos tenía su propia
temporalidad, su dinámica interna, sus aspiraciones, que obviamente no podían ser
reducidas a eslóganes bolcheviques ni a la acción política del partido [...]. Durante un
breve, pero decisivo momento —a finales de 1917— la acción de los bolcheviques, activa
minoría política en medio del vacío institucional, entró en consonancia con las aspiraciones
de muchos, aunque a medio y largo plazo, los objetivos de unos y otros fueran distintos.

De acuerdo con su conclusión, en octubre de 1917, «momentáneamente, el golpe de


Estado político y la revolución social chocaron de frente, antes de divergir hacia décadas de
dictadura».
CAPÍTULO 7
Inicios del régimen bolchevique

A
l tomar el poder en Petrogrado, Lenin y Trotski no tenían intención de construir el
socialismo solo en Rusia, subdesarrollada y atrasada. Esperaban ser la primera
victoria obrera de una serie de revoluciones en los países industrializados de
Europa —la llamada revolución mundial— que permitiría a la revolución sobrevivir. Esa
fue la razón principal por la que en la denominación del nuevo estado que se crearía en
1922, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, por primera vez en la historia de
Rusia, no figuraría el nombre de Rusia. Se basaban, en particular, en Alemania, la primera
potencia industrial del continente y hogar del movimiento obrero más fuerte y con la
organización más antigua del mundo. Trotski dijo en el 2.º Congreso de los Sóviets que
aprobó la revolución: «O bien la Revolución rusa aumentará el torbellino de la lucha en
Occidente, o los capitalistas de todos los países asfixiarán nuestra revolución».

Sin embargo, no fue hasta un año después, cuando una ola revolucionaria estalló en
Alemania (desembocando en la Revolución de Noviembre) y en Hungría (donde se instauró
la República Soviética Húngara, dirigida por Bela Kun y que perduró por 133 días). En la
vecina Finlandia, la revolución fue derrotada en marzo de 1918, en el transcurso de una
Guerra Civil, donde el «terror blanco», con ayuda de Alemania, dejó 35 000 muertos. En
enero de 1919 los socialdemócratas alemanes pidieron ayuda a los Freikorps para reprimir
la revolución obrera, siendo asesinados Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, dirigentes
espartaquistas. Entre 1919 y 1920, otros países como Italia experimentaron huelgas
insurrectas. En otros lugares, como en Francia, el Reino Unido o los Estados Unidos, se
produjo una ola de huelgas y manifestaciones que no desembocaron en ningún intento
revolucionario. La oleada revolucionaria, más tardía de lo previsto, terminó por retroceder,
y el poder bolchevique permanecía aislado como en sus primeros días. Los bolcheviques se
enfrentaban en solitario a los inmensos problemas de una Rusia en explosión, donde su
toma solitaria del poder no disfrutaba de una aprobación unánime.

Situación económica a raíz de la Revolución de Octubre


La Primera Guerra Mundial había sangrado Rusia, y se llevó gran parte de sus
suministros. En las zonas rurales, no había posibilidad de comprar bienes de consumo por
el grano, y los agricultores ya habían dejado de suministrar a las ciudades, incluso antes de
la Revolución de Febrero. Ya el Gobierno Provisional de Kérenski había procedido a
requisar forzadamente las existencias de alimentos para garantizar el suministro de las
ciudades, donde la hambruna se había presentado. Al llegar al poder los bolcheviques,
intentaron abandonar estas prácticas impopulares, pero por el empeoramiento de la salud y
la situación económica, se vieron obligados a utilizarlas de nuevo.

La producción industrial se había visto socavada por la guerra, las huelgas y los
cierres patronales. Incluso antes de la llegada de los bolcheviques al poder, ya había caído
en tres cuartas partes. La situación económica, evidentemente, no mejoró tras la invasión de
la rica Ucrania por las tropas alemanas, ni tras el embargo impuesto a Rusia en 1918 por las
grandes potencias (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón), ni por el
comienzo de la Guerra Civil.

Por otra parte, Lenin y Trotski, fascinados por el dirigismo económico militarizado
establecido por el Estado Mayor de Prusia en Alemania, deseando devolver a los obreros al
trabajo siguiendo métodos similares, con el objetivo de poder tener las cosas de cara ante
una hipotética contrarrevolución. Sin embargo, muchos trabajadores no querían renunciar a
sus conquistas y volver a los enormes esfuerzos exigidos por el autoritarismo y la guerra.
La coerción sobre ellos se convirtió en inevitable.

La situación se estaba deteriorando drásticamente, provocando en unos meses la


práctica desaparición de toda actividad económica en el país. En enero de 1918, la ración
media de trigo en las grandes ciudades correspondía a tres libras por mes. Las empresas
debieron cerrar, los obreros no encontraban lo suficiente para comer, bandas de
saqueadores vagaban por el campo en busca de alimentos y destacamentos de desertores se
enfrentaban al ejército.

Bolcheviques y campesinos: del malentendido al conflicto


Uno de los primeros decretos del gobierno bolchevique fue la ratificación de la
abolición efectiva de las grandes propiedades de tierras, dejando a la iniciativa de los
agricultores la repartición o socialización de la tierra. El Decreto sobre la Tierra entraba en
ruptura con el programa bolchevique, que preveía la nacionalización de la tierra.

Para algunos, se trata de una maniobra de los bolcheviques: hábilmente, repitieron


durante varios meses parte del programa del Partido Social-Revolucionario, que estos
últimos habían sido incapaces de poner en práctica. Marca también un malentendido entre
los bolcheviques y los campesinos. Los primeros pretendían aplicar un colectivismo
integral, mientras que los segundos aspiraban a la extensión y multiplicación de la pequeña
propiedad. Pero con este hecho, los campesinos solo fueron coyunturalmente seducidos por
el partido de Lenin, que se mantuvo ante todo como colectivista, urbano y obrerista.
Por el otro lado, los bolcheviques, siempre favorables a las nacionalizaciones,
reconocieron que no tenían ni la voluntad ni los medios para imponer sus preferencias a los
campesinos. Lenin afirmó:

No podemos ignorar la decisión de la base popular, a pesar de que no estamos de


acuerdo con ella... Debemos dar a las masas populares una entera libertad de acción
creativa... En definitiva, la clase campesina debe obtener la seguridad firme de que los
nobles ya no existen en los campos, y hace falta que los mismos campesinos decidan todo
y organicen su existencia.

De hecho, para los bolcheviques, la reforma agraria era lo que se encontraba en el


orden del día y no la construcción de una sociedad socialista, que parecía imposible en un
país tan pobre. Conscientes de que no podían gobernar sin el apoyo de las masas rurales, la
gran mayoría del país, los bolcheviques convocaron del 10 al 16 de noviembre un congreso
campesino. A pesar de la presencia de una mayoría socialrevolucionaria hostil a los
bolcheviques, este último ratificó el Decreto sobre la Tierra y apoyó al nuevo gobierno,
consagrando la unión entre el proletariado urbano y el campesinado.

Así, en los dificilísimos meses que precedieron al Tratado de Brest-Litovsk, el


nuevo poder había conseguido evitar el peligro de enfrentarse a las masas rurales, teniendo
en cuenta que tenía que hacer frente a la hostilidad de los monárquicos, de los liberales y de
la mayor parte de los grupos socialistas. Pero el régimen heredó el catastrófico problema de
abastecimiento de las ciudades, que ya había derribado a Nicolás II y a Kérenski. La
necesidad de hacer pedidos de cereales para sobrevivir traía consigo el germen de un grave
conflicto con el campesinado. Los sóviets organizaron en la primavera de 1918
destacamentos de trabajadores, destinados a llevar a cabo las requisas en el campo, la
llamada prodrazvyorstka. La violencia era frecuente en sus métodos y en la resistencia
campesina, produciendo a su vez un descenso significativo de la producción agrícola.
Posteriormente, los Blancos, a pesar de proclamar el libre comercio, también se vieron
obligados a recurrir a las requisas forzadas.

Primeros combates de la Guerra Civil (otoño de 1917)


Si la revolución fue un éxito en Petrogrado, la tentativa de tomar Moscú del 28 de
octubre al 2 de noviembre se encontró con una violenta resistencia. Los bolcheviques
ocuparon el Kremlin, pero los dirigentes locales de su partido dudaron y firmaron una
tregua con la autoridad socialrevolucionaria de la ciudad antes de evacuar el edificio. Las
tropas gubernamentales aprovecharon la oportunidad de ametrallar a los trescientos
miembros de la Guardia Roja y obreros desarmados que abandonaban el edificio, siguiendo
órdenes del alcalde socialrevolucionario Vadim Rúdnev. Hizo falta una semana de
combates encarnizados antes de que los bolcheviques, conducidos por el joven Nikolái
Bujarin, finalmente se apoderaran del Kremlin y tomaran el control de la ciudad. Sus
opositores, socialrevolucionarios y monárquicos, dirigieron una represión sangrienta.

El 12 de noviembre, el nuevo poder hizo fracasar la tentativa de reconquista de


Petrogrado llevada a cabo por Kérenski y los cosacos del general Krasnov. Por su parte, el
Gran Cuartel general (la Stavka) del Ejército Imperial Ruso anunció el 31 de octubre su
voluntad de marchar sobre Petrogrado «con el objetivo de restablecer el orden». Reunido de
nuevo por los dirigentes del Partido Social-Revolucionario, Chernov y Gots, pero
abandonado por sus tropas, el Estado Mayor debió huir el 18 de noviembre.

En las semanas siguientes, miles de junkers (cadetes) y funcionarios como Kornílov,


huido, se reunieron en la República del Don. Se formó el Ejército de Voluntarios, dirigido
por el general zarista Mijaíl Alekséyev. Reprimió con sangre los levantamientos obreros de
Rostov del Don y Taganrog, el 26 de noviembre y el 2 de enero, pero fue desmembrado por
la guerrilla de la Guardia Roja llegada a modo de refuerzos desde las dos capitales. Al
conocer la derrota de los blancos, Lenin creyó que podía exclamar, a 1 de abril de 1918,
que la Guerra Civil había terminado.

Otros combates se llevaron a cabo en Kubán, donde el poder de los sóviets se


trasladó a Krasnodar. En cuanto a la sublevación de los cosacos del Ural, se saldó con un
fracaso. En el frente rumano, el ejército se dividió en destacamentos blancos, que se
unieron al ejército de los blancos de Denikin, y en regimientos rojos.

El problema de la coalición
El 2.º Congreso de los Sóviets había aprobado el nombramiento de un gobierno
compuesto exclusivamente de bolcheviques, pero para muchos activistas bolcheviques, esta
solución no era aceptable. El día después del levantamiento, casi todos los delegados del
congreso de los sóviets votaron a favor de una resolución del menchevique Yuli Mártov,
apoyada por el bolchevique Lunacharski, donde se pedía al Consejo de Comisarios del
Pueblo que se ampliara con representantes de otros partidos socialistas.

Después de acalorados debates en el seno del partido bolchevique, que lo pusieron


al borde de la escisión (varios dirigentes dimitieron para denunciar el rechazo a una
coalición expresado por Lenin, Zinóviev, Kámenev, Rýkov y Noguín). Lenin, en minoría,
se vio obligado a transigir: se negaba a continuar con las negociaciones para formar una
coalición con los socialistas, pero estaba de acuerdo en pactar con el Partido Social-
Revolucionario de Izquierda, pasando varios miembros de dicho partido a formar parte del
gobierno en diciembre de 1917.
Los primeros días de un nuevo Estado
Se comparten diversas opiniones sobre los primeros días tras el cambio de poder en
octubre de 1917:

Para algunos, fue el comienzo de una dictadura. Máximo Gorki escribió el 7 de


diciembre de 1917: «Los bolcheviques se han colocado en el Congreso de los Sóviets
tomando el poder por sí mismos, no por los sóviets. [...] Esto es una república oligárquica,
la república de algunos comisarios del pueblo».

La mañana después del 7 de noviembre, se prohibieron siete periódicos en la capital.


Se trata, según Victor Serge, de siete periódicos que defendían abiertamente la resistencia
armada contra el «golpe de fuerza de los agentes del Kaiser.» Los socialistas conservaron
su prensa. Según Victor Serge, la prensa legal menchevique desapareció en 1919, la de los
anarquistas hostiles al régimen en 1921 y la de los socialrevolucionarios de izquierda en
julio de 1918 a raíz de su rebelión contra los bolcheviques.

Pero los bolcheviques se habían pronunciado, antes de asumir el poder, a favor de la


libertad de prensa, incluido Lenin, y este giro no fue aceptado por muchos bolcheviques.
Marc Ferro considera que «contrariamente a la leyenda, la abolición de la prensa burguesa
y de las publicaciones socialrevolucionarias no viene ni de Lenin ni de las altas esferas del
partido bolchevique», sino que «es el público en forma de insurgencia popular».

De modo que prácticamente la totalidad de los funcionarios de Petrogrado se


declararon en huelga para protestar contra el golpe de Estado, pasando las listas públicas a
denunciar a aquellos que se niegan a servir al nuevo poder. El 10 de diciembre, los líderes
del KD, que se habían puesto al frente de la resistencia armada al gobierno bolchevique,
fueron declarados en estado de arresto.

Otros creen que la clemencia fue lo que caracterizó a los primeros días del régimen
soviético. Los ministros del Gobierno provisional fueron detenidos y liberados
rápidamente. La mayor parte había participado en la Guerra Civil en el bando Blanco. El
general Piotr Krasnov, que se había levantado a raíz de la Revolución de Octubre, fue
puesto en libertad junto con otros oficiales, tomó las armas contra el régimen soviético en
contra de su palabra y pasó a liderar el Ejército Blanco en los meses posteriores.

Para Nicolas Werth, el nuevo poder llevó a cabo una reconstrucción autoritaria del
Estado en detrimento de los órganos de poder que surgen espontáneamente en la sociedad
civil: los comités de fábrica, las cooperativas que reemplazaban a los sindicatos o sóviets,
meros instrumentos vacíos pero ya infiltrados en el sistema y subordinados a él. «En un par
de semanas (finales de octubre de 1917-enero de 1918), "el poder desde abajo", "el poder
de los Sóviets", que se había desarrollado de febrero a octubre de 1917 [...] se convierte en
un gran poder, a raíz de los procedimientos burocráticos o autoritarios. El poder de la
sociedad al Estado, y del Estado al partido bolchevique».

La paz de Brest-Litovsk
Al tomar el poder en Rusia, los bolcheviques
tenían la esperanza de que se produjera un
levantamiento revolucionario en Europa. Este no se
produjo, y la paz prometida en octubre pasó a ser una
necesidad absoluta para satisfacer las demandas del
ejército y de los campesinos. Se trataba al mismo
tiempo de firmar la paz, de negociar la política
expansionista territorial de los Gobiernos burgueses,
pero sin que pareciera que se claudicaba ante los
Imperios centrales.

Se firmó un armisticio el 15 de diciembre y los


debates sobre la paz comenzaron el 22 de diciembre,
siendo comandada la delegación rusa por Trotski, que
hizo publicar todos los tratados secretos y acuerdos
sobre cambios territoriales alcanzados previamente
entre ambas potencias. Las exigencias alemanas fueron
enormes: Polonia, Lituania y Bielorrusia debían pasar a estar bajo ocupación alemana. Se
inició así un acalorado debate en el seno del partido bolchevique, donde se confrontaban
tres posiciones. Unos, como Bujarin, defendían la necesidad de una guerra revolucionaria,
Lenin opinaba que había que dar el brazo a torcer, y Trotski, que venció en la votación con
nueve votos a favor por siete en contra, propuso rechazar la firma de una paz que
conllevara cambios territoriales pero que sí que había que declarar el fin de la guerra.

Como respuesta, el ejército alemán lanzó una ofensiva el 17 de enero, avanzando


rápidamente en Ucrania. La posición de Lenin, favorable a la firma inmediata de la paz, fue
ganando adeptos dentro del partido, pero los alemanes endurecieron las condiciones del
tratado de paz.

El 9 de febrero de 1918, la República Popular Ucraniana firmaba el Tratado de


Brest-Litovsk entre los Imperios Centrales y Ucrania por el que los Imperios Centrales
reconocían la soberanía de Ucrania. El 3 de marzo de 1918, los bolcheviques firmaron su
Tratado de Brest-Litovsk, por el cual Rusia perdía el 26 % de su población, el 27 % de su
superficie cultivada y el 75 % de su producción de acero y de hierro. La situación
económica de la joven república soviética, ya agravada por una guerra mortuoria que había
durado cuatro años, se presentaba desesperante.

La creación de la Checa
El 20 de diciembre de 1917, se fundó la «Comisión
extraordinaria de lucha contra el sabotaje y la contrarrevolución» (en
ruso: VChK o Vecheká), comúnmente conocida como Checa. Sus
acciones no tenían ninguna base legal ni judicial (el decreto
fundacional no se hizo público hasta después de la muerte de Lenin)
y había sido concebida como un instrumento provisional de
represión independiente de la justicia. Era dirigida por un comité de
cinco miembros (tres bolcheviques y dos socialrevolucionarios)
presidido por Féliks Dzerzhinski. Entre los «saboteadores» y
enemigos previstos por el decreto figuraban afiliados del Partido
Democrático Constitucional (KD) y del Partido Social-
Revolucionario de derecha, periodistas, huelguistas... De repente, la Checa multiplicó los
llamamientos a la delación y a la constitución de Checas locales. Fundada con 100
funcionarios (entre los que estaban Menzhinski y Yagoda), ya contaba con 12 000 en julio
de 1918. Al llegar a Moscú, se instaló en Lubyanka, el 10 de marzo de 1918, con 600
miembros. En julio, ya contaba con 2000. A partir de esta fecha, los efectivos policiales de
los bolcheviques fueron superiores a los de la Ojrana de los tiempos de Nicolás II.

Según Pierre Broué, la Checa no comenzó verdaderamente a funcionar hasta marzo,


momento en el que se produjo la ofensiva alemana, y la represión se desplegó en toda su
magnitud en verano de 1918, tras la insurrección de los socialrevolucionarios de izquierda
de Moscú y una serie de atentados contra los dirigentes bolcheviques, entre los que se
encontraban Moiséi Uritski, asesinado el 30 de agosto, y el propio Lenin, gravemente
herido por Fanni Kaplán, ejecutada sumariamente poco después. Los dirigentes
bolcheviques, asegurando inspirarse en el ejemplo jacobino de la Revolución francesa,
decretaron el «terror rojo» para oponerse al «terror blanco». En los seis primeros meses de
1918, hubo veintidós ejecuciones realizadas por la Checa. En los seis últimos, la cifra
aumentó hasta 6000.

Victor Serge estima que la creación de la Checa, con sus procedimientos secretos,
fue el peor error del poder bolchevique. Señala, sin embargo, que la joven república vivía
bajo un «peligro mortal» y que el terror blanco precedió al rojo. Precisa que Dzerzhinski
temía los excesos de las Checa locales y que muchos chequistas fueron fusilados por ello.
Isaac Steinberg, comisario del pueblo de Justicia y miembro del Partido Social-
Revolucionario de Izquierda, relata en sus memorias que, mientras intentaba frenar las
acciones ilegales de la Checa a principios de 1918, exclamó delante de Lenin: «¿Para qué
un Comisariado de Justicia? Llamémoslo Comisariado del exterminio social, la causa será
entendida». A lo que este respondió: «Excelente idea, tal y como yo veo la cosa.
Desgraciadamente, no podemos llamarla así».

La disolución de la Asamblea Constituyente


Reclamada por todos los programas de los partidos revolucionarios desde el siglo
XIX, la Asamblea Constituyente Rusa fue elegida en noviembre de 1917. Aunque
obtuvieron un 25 % de los votos y un gran éxito en las grandes urbes, los bolcheviques
resultaron una fuerza minoritaria, con 175 de los 707 diputados de la asamblea. Los
campesinos prefirieron votar a los socialistas-revolucionarios. Según palabras de Jacques
Baynac, los resultados de las elecciones indicaron que el país no quería de forma
mayoritaria un Gobierno afín a la Revolución de Febrero ni uno de la Revolución de
Octubre. Sin embargo, no hubo revolución alguna en enero o julio de 1918. La represión y
la Guerra Civil contribuyeron a ello.

Víktor Chernov, socialrevolucionario, resultó elegido presidente de la asamblea, con


un total de 246 votos frente a los 151 de Mariya Spiridónova, socialrevolucionaria de
izquierda apoyada por los bolcheviques. La disolución de la Asamblea Constituyente por la
Guardia Roja se produjo inmediatamente después de su primera reunión, el 19 de enero de
1918. Aunque la mayoría de la población permaneció indiferente ante este golpe de fuerza,
veinte manifestantes que protestaron contra la disolución de la asamblea resultaron
muertos: Máximo Gorki, que acudió a su funeral, los calificó como mártires de una
experiencia democrática de apenas unas horas que se llevaba esperando durante cientos de
años.

El marxista Charles Rappoport comentó: «Lenin actuó como un zar. Al disolver la


Asamblea Constituyente, Lenin creó un horrible vacío a su alrededor, que provoca una
terrible guerra civil sin fin y prepara un futuro terrible». También escribió: «La Guardia
Roja de Lenin y Trotski han fusilado a Karl Marx».

Según Martin Malia: «La disolución de la Asamblea Constituyente es considerada a


menudo como el crimen supremo de los bolcheviques contra la democracia, exactamente
igual que el golpe de fuerza de octubre, algo que es absolutamente cierto. Pero lo que no se
destaca a menudo es que esta asamblea apenas habría estado capacitada para gobernar
frente a los desórdenes de la época. Trotski exageraba cuando afirmaba que la asamblea no
era más que un fantasma del Gobierno Provisional: estaba dominada por los mismos
partidos que habían sido incapaces de controlar la situación en febrero de 1917, y como tal,
fue privada de cualquier apoyo militar o administrativo.»

Enfrentamiento con partidos revolucionarios


A partir del 9 de enero de 1918, se comenzó a plantear el traslado de la capitalidad y
del gobierno a Moscú, mientras que las negociaciones de paz con los alemanes se
encontraban en desarrollo en Brest-Litovsk. El traslado del Gobierno, efectivo en marzo, se
debió a la posibilidad de que los barrios obreros de Petrogrado, sufridores de hambre y
exasperados, se levantaran de nuevo, pero esta vez contra el Gobierno de Lenin surgido en
la Revolución de Octubre. Las ofensivas alemanas y blancas no influyeron en esta decisión.
Igualmente, los bolcheviques buscaban demostrar a sus opositores que su poder podía
sobrevivir lejos de su Petrogrado de origen.

El 27 de marzo de 1918, la Checa comenzó a ocuparse de los delitos de prensa,


recrudeciendo considerablemente la censura sufrida por la prensa no bolchevique.

El 11 y el 12 de abril, una ola de represión antianarquista sacudió Moscú: 1000


hombres de las tropas especiales atacaron su sede, arrestando a 520 personas y ejecutando
sumariamente a otras 25. A partir de este episodio, los anarquistas comenzaron a ser
calificados oficialmente de «bandidos». Dzerzhinski advirtió que aquella operación no era
más que un comienzo.

La recuperación del Partido Social-Revolucionario de Izquierda (PSRI) y de los


anarquistas inquietaba al poder: en aquellos lugares donde todavía se celebraban elecciones
locales libres, estos obtenían más de la mitad de los votos. Como reacción, entre mayo y
junio de 1918, 205 periódicos socialistas se cerraron y la Checa disolvió por la fuerza
decenas de sóviets socialrevolucionarios o mencheviques, los cuales habían sido elegidos
legalmente. El 14 de junio de 1918, los mencheviques y los socialrevolucionarios de
izquierda fueron expulsados del Comité Ejecutivo Central Panruso, pasando a estar
formado este solamente por bolcheviques. El 16 de julio, el periódico de Máximo Gorki, La
Nueva Vida, fue prohibido por la policía política.

En las ciudades, la situación alimentaria continuaba siendo explosiva. Los


bolcheviques no pudieron más que retomar las retenciones obligatorias efectuadas por
destacamentos armados de ciudadanos, algo que provocó que los campesinos se levantaran
contra el poder urbano, al mismo tiempo que se alejaban del partido aquellos a quienes el
Decreto de la Tierra había acercado a las posiciones bolcheviques. Ciento cincuenta
revueltas campesinas se reprimieron en toda Rusia en julio de 1918 y en decenas de
ciudades la Checa y algunos miembros de la Guardia Roja cargaron las marchas del
hambre, fusilando a los huelguistas y disolviendo las reuniones populares.
El cierre patronal de las fábricas nacionales se convirtió en un nuevo medio de
represión de las huelgas. El 20 de junio de 1918, como medida de represalia por el
asesinato del responsable bolchevique Vladímir Volodarski, ochocientos líderes obreros
fueron arrestados en Petrogrado en apenas dos días y su sóviet disuelto. El 2 de julio, los
obreros respondieron con una huelga general, pero fue en vano.

Rechazando estos actos, así como el Tratado de Brest-Litovsk, que interpretaban


como una capitulación ante el imperialismo alemán, los socialrevolucionarios de izquierda
rompieron a su vez con el Gobierno bolchevique en marzo de 1918. El 6 de julio de 1918,
trataron de revivir la guerra contra Alemania asesinando al embajador del Reich, el conde
Wilhelm von Mirbach. Ese mismo día intentaron asaltar la sede de la Checa en Moscú. La
represión desencadenada a raíz del alzamiento socialrevolucionario acabó con el poder
político del PSRI que, si bien no desapareció completamente de las instituciones, no volvió
a desempeñar un papel político destacado en ellas.

El crecimiento generalizado de los riesgos


Para enero de 1918, el experimento revolucionario ya había conseguido sobrevivir
más que la Comuna de París de 1871. En los meses siguientes, los peligros se acumularon y
la Rusia soviética se encontraba cercada por todas partes, al tiempo que sus convulsiones
internas sociales y políticas se agravaban.

Después del tratado de Brest-Litovsk, los países de la Triple Entente decretaron el


embargo a Rusia y desembarcaron tropas para impedir una victoria alemana total en el este.
Los japoneses y posteriormente los estadounidenses intervinieron así en Vladivostok a
principios de abril de 1918, mientras que los británicos lo hacían en Múrmansk y
Arjángelsk. En el mismo momento, los turcos penetraron en el Cáucaso y amenazaron
Bakú, al tiempo que, a pesar del tratado de Brest-Litovsk, los alemanes intentaron
aprovechar su ventaja: colaboraron con el aplastamiento de la revolución en Finlandia
(guerra civil finlandesa), y retomaron durante el verano las operaciones militares en los
países bálticos y en Ucrania, que someten y confían a un gobierno monárquico títere y
represivo. La secesión en mayo de las Repúblicas del Cáucaso (Georgia, Armenia y
Azerbaiyán) acentuó la confusión (véase República Democrática Federal de
Transcaucasia).

Paralelamente, en abril y mayo, la Legión Checoslovaca formada por antiguos


presos y desertores del Ejército austrohúngaro, niega su disolución, y se rebela contra los
bolcheviques. Dueños de la zona de los montes Urales y del Transiberiano, así como de
todo el oro del banco imperial de Rusia, tomado en Kazán, los checoslovacos apoyaban a
los socialrevolucionarios del comité de los ex constituyentes que formaron el 8 de junio un
contragobierno en Samara.

Simultáneamente, los ejércitos blancos se levantaron en mayo por todo el país, en


particular en la zona del río Don, en torno a los cosacos de Krasnov, aliado del general
Denikin, y en Siberia alrededor del almirante Kolchak, quien instaló una autoridad zarista
en Omsk. En todos los territorios que controlaban, el terror blanco cayó de golpe sobre las
poblaciones campesinas insumisas, los judíos, los liberales, y los elementos revolucionarios
más diversos. Trotski obtuvo contra estos ejércitos las primeras victorias importantes del
joven Ejército Rojo: en julio en Tsaritsyn y a comienzos de agosto en Kazán.

El poder bolchevique se vio enfrentado al mismo tiempo a las rebeliones


campesinas y obreras y a la insurrección de los socialrevolucionarios de izquierda en
Moscú el 6 de julio. Estos reaparecían con terrorismo revolucionario: después del
bolchevique Vladímir Volodarski el 20 de junio y el embajador Wilhelm von Mirbach-
Harff el 6 de julio, fue el general Hermann von Eichhorn, comandante en jefe alemán en
Ucrania, quien murió en una de sus acciones el 30 de julio en Kiev. Posteriormente, el 30
de agosto, mientras que el jefe de la Checa de Petrogrado, Moiséi Uritski, era asesinado, en
Moscú, Fanni Kaplán disparó a Lenin, hiriéndolo; fue ejecutada sumariamente tres días
después. El 3 y 5 de septiembre, exasperada, la Checa puso en marcha el «terror rojo».
Millares de presos y de sospechosos fueron masacrados a lo largo de toda Rusia.
Comenzaba así la guerra civil entre los bolcheviques y el resto de fuerzas.
CAPÍTULO 8
De la Guerra Civil a la NEP (1918-1921)

L
a guerra civil rusa no enfrentó solamente al joven Ejército Rojo contra los
«ejércitos blancos» monárquicos apoyados por los ejércitos extranjeros. Su
violencia extrema no se debió tampoco al impacto entre el «terror blanco» y el
«terror rojo». Se trató de una guerra de los campesinos contra las ciudades y contra toda
autoridad exterior al pueblo y al campo. Así fue como el «Ejército Verde», constituido por
campesinos que rechazaban los reclutamientos
forzados y los requerimientos, se enfrentó al
Ejército Rojo y a los blancos.

A estos combates se sobrepusieron un


importante conflicto de generaciones (los
jóvenes campesinos decepcionados de las
ciudades o los ejércitos deseosos de
desembarazarse de la tutela de la familia
patriarcal, convirtiéndose en los agentes más
determinantes de la revolución en el campo), la
acción de las minorías nacionales que
procuraban emanciparse de la vieja tutela rusa,
la intervención de ejércitos extranjeros (como la
de la nueva Segunda República Polaca en la
guerra polaco-soviética), o incluso las tentativas
de los revolucionarios antibolcheviques. Pero las
expectativas de los opositores socialrevolucionarios, del comité de los ex constituyentes,
mencheviques, o incluso de los anarquistas en un tiempo dueños de Ucrania durante la
Revolución majnovista, jamás se hallaron en situación de prevalecer. Mediante las
reuniones, la fuerza o la represión, los bolcheviques impusieron su hegemonía sobre la
revolución, como los Blancos sobre la oposición a la revolución.

Confusa y caótica, la Guerra Civil Rusa se caracterizó por la desintegración del


Estado y de la sociedad bajo la acción de fuerzas centrífugas. La victoria bolchevique
significó, en una Rusia arruinada y exhausta, la reconstrucción de un Estado bajo la
autoridad de un partido único sin rivales ni enemigos y dotado de un poder absoluto. En
particular, se forjó un nuevo Estado policial en torno a la Checa en el transcurso de la
Guerra Civil y del terror rojo.

Todo ello en detrimento de los sueños de las Revoluciones de Febrero y de Octubre,


que habían rechazado toda autoridad y visto confirmarse la autonomía de una sociedad
civil, en lo sucesivo muy duramente magullada, agotada y de nuevo sometida al poder.

El Ejército Rojo contra el Ejército Blanco


El 23 de febrero de 1918, Trotski fundó el Ejército Rojo. Organizador enérgico y
competente, buen orador, atravesó el país a bordo de su tren blindado y voló de un frente al
otro para restablecer por todas partes la situación militar, galvanizar las energías y
desplegar un esfuerzo enorme de propaganda destinada a los soldados y las masas.
Restableció el servicio militar y aplicó una disciplina de hierro hacia los enemigos y los
desertores.

A pesar de las reacciones negativas de numerosos viejos bolcheviques, Trotski no


vaciló tampoco en reciclar por millares a los antiguos oficiales zaristas. Catorce mil de ellos
(el 30 % del total) aceptaron servir al nuevo poder a veces por fuerza (su familia
respondería por su lealtad, en virtud de la «ley de rehenes»), pero también en nombre de la
continuidad del Estado y de la salvación de un país amenazado por la anarquía y el
desmembramiento. Estaban flanqueados por comisarios políticos bolcheviques que
vigilaban su acción.

El Ejército Rojo controlaba solamente un territorio del tamaño del antiguo


Principado de Moscú cercado de todas partes, pero contaba con la ventaja de su superior
disciplina y organización, de su posición central, de formar un bloque cohesionado, de
disponer de ambas capitales —Moscú y Petrogrado— y de las mejores carreteras y vías de
ferrocarril. Los Blancos de Kolchak, Yudénich, Denikin o Wrangel se encontraban
divididos e incapaces de coordinar sus ofensivas. Principalmente, no tenían nada que
ofrecer a la población salvo la vuelta a un antiguo régimen unánimemente detestado, la
restitución de las tierras a los antiguos propietarios, la negativa a toda concesión a las
minorías nacionales y los pogromos antisemitas responsables de cerca de 150 000 muertos.
Las masas finalmente dejaron ganar a los bolcheviques, aunque los golpes violentos
tampoco faltaron entre ellas y estos últimos.
Campañas contra las ciudades: el Ejército Verde
Tanto el Ejército Rojo como los Ejércitos Blancos sufrieron las acciones de
guerrillas campesinas. El llamado Ejército Verde estaba compuesto por campesinos que
rechazaban el reclutamiento en ambos ejércitos, las requisas forzadas y la restitución de las
tierras a los antiguos propietarios de bienes inmuebles deseada por los Blancos.

Los desertores de ambos ejércitos, extremadamente numerosos, fueron un vivero


esencial del Ejército Verde. En 1919-1920, había no menos de tres millones de desertores
de los cinco millones de reclutas del Ejército Rojo; entre la mitad y dos tercios
consiguieron escapar de las búsquedas, detenciones y de la reintegración forzada en el
ejército, reuniéndose con frecuencia los combatientes verdes en los bosques. Los Blancos
generalmente fusilaban a los desertores sin otro proceso.

Después de la derrota de los Blancos a finales de 1920, la paz volvió realmente a


Rusia solamente en 1921-1922, tras el aplastamiento de las grandes rebeliones campesinas
como la rebelión de Tambov conducida por el socialrevolucionario Antónov a mediados de
1921, la destrucción de los ejércitos verdes (tiempo atrás dueños de territorios inmensos,
como en Siberia oriental, donde controlaron hasta un millón de km²) y el compromiso de la
NEP (marzo de 1921), aprobada por el régimen bolchevique y los campesinos.

Las minorías nacionales y la Revolución


La Revolución aceleró las exigencias de
independencia de las nacionalidades: en
noviembre y diciembre, la mayoría declararon su
autonomía o incluso su independencia de Rusia, lo
que las enfrentó a aquellos favorables al nuevo
gobierno soviético. El 2 de noviembre / 15 de
noviembre de 1917, el gobierno bolchevique
promulgó la «Declaración de los derechos de los
pueblos de Rusia» que fue firmada por Vladímir
Lenin y Iósif Stalin.

Desde finales de 1917, animadas por la


«Declaración de los derechos de los pueblos de
Rusia», que preveía la posibilidad de separarse de
Rusia, Finlandia y Polonia proclamaron su independencia. En la República Popular
Ucraniana, la Rada Central (consejo) de Kiev le confió desde 1917 al socialista y
nacionalista Symon Petlyura la constitución de un ejército nacional, y rompió con Moscú
tras la Revolución de Octubre.
En las elecciones para elegir una Asamblea Constituyente, los mencheviques
obtuvieron la mayoría de los votos en Georgia, proclamando la independencia y
constituyendo un gobierno internacionalmente reconocido, incluso por Moscú, en 1920: la
República Democrática de Georgia, dirigida por Noe Jordania. Por el contrario, Letonia
votó en un 72 % por los bolcheviques. Los letones tenían una numerosa presencia en la
Guardia Roja, el Ejército Rojo y la Checa. Sin embargo, las repúblicas bálticas ya se habían
independizado en el transcurso de la Primera Guerra Mundial.

Numerosos en todos los partidos y movimientos revolucionarios, los judíos eran


abusivamente relacionados con los bolcheviques por la contrarrevolución. Los Ejércitos
Blancos o el Ejército de Petlyura realizaron pogromos antisemitas sistemáticos y a gran
escala, de una violencia mortífera y sin precedente, para entonces, en la historia europea. El
número de muertos asciende a cerca de 150 000, a los que se deben añadir numerosas
violaciones, robos y vandalismos. En cuanto a los bolcheviques, situaron el sionismo y el
bundismo fuera de la ley.

Los Blancos negaban toda concesión a las minorías y combatían tanto a los ejércitos
nacionales como a las tropas bolcheviques. Entre 1920 y 1922, por su parte, el Ejército
Rojo invadió Asia Central, Armenia, Georgia e incluso Mongolia, y reforzó la influencia
ruso-soviética sobre estos territorios. Sin ir más lejos, la República Popular de Mongolia,
satélite de la URSS, se fundó en 1924. Los cosacos, que constituían el núcleo duro del
antibolchevismo, fueron deportados en bloque y vieron suprimidos sus privilegios.

En Ucrania, el Ejército Rojo también se volvió contra sus antiguos aliados, los
anarquistas del Ejército Negro de Néstor Majnó: a partir de finales de 1920, atacó
brutalmente la experiencia inédita majnovista. Este movimiento campesino de masas había
conseguido dotarse de un ejército insurrecto capaz de hacer frente durante tres años a la vez
a fuerzas austro-alemanes, a los Blancos de Denikin y Wrangel, al ejército de la República
Popular Ucraniana dirigida por Petlyura y al Ejército Rojo.

Intervenciones extranjeras y guerra polaco-soviética


Afectados por el Tratado de Brest-Litovsk, ejércitos occidentales y japoneses
intervinieron primeramente para impedir la desaparición total del frente oriental (mediados
de 1918). Tras la derrota de Alemania, su intervención tomó un carácter más hostil hacia la
revolución y el régimen bolchevique, apoyando y dotando de armamento a los Blancos por
miedo al contagio bolchevique. De 1918 a 1920, la Rusia roja se vio sometida a un drástico
embargo por parte de las potencias capitalistas. Sin embargo, las derrotas de los Blancos y
la simpatía de las clases populares de su país con respecto a la Revolución rusa obligaron a
las grandes potencias a abandonar. Así, el motín de la flota francesa estacionada en el mar
Negro, orquestado por André Marty y Charles Tillon, contribuyó en marzo de 1919 a que el
Gobierno francés renunciara a proseguir la lucha. Para el historiador Orlando Figes, «las
promesas de ayuda aliada eran simplemente palabras en el aire. El compromiso de las
potencias occidentales jamás proporcionó gran cosa desde un punto de vista material y
sufrió siempre de una falta de intención muy clara».

En 1920, la joven Segunda República Polaca invadió Rusia para establecer sus
fronteras más allá de la línea Curzon. El contraataque victorioso del Ejército Rojo llenó de
esperanza a los bolcheviques: la toma de Varsovia abriría el camino de Berlín y permitiría
exportar la revolución por las armas. Pero el 15 de agosto de 1920, el «Milagro del Vístula»
permitió al general Piłsudski repeler la invasión. Percibiendo al Ejército Rojo como un
ejército eminentemente ruso y no revolucionario, los obreros polacos apoyaron
decididamente a Piłsudski.

Terror Blanco contra Terror Rojo


La Rusia zarista tenía la tradición más fuerte de Europa en cuanto al uso de la
violencia social y política, agravada por el «brutalización» de la sociedad durante la
Primera Guerra Mundial. A partir de mediados de 1917, la explosión revolucionaria, hasta
entonces muy poco violenta, se tradujo entre los campesinos rebelados en la matanza de
cierto número de terratenientes y el saqueo de sus residencias. La guerra civil que estallaba
iba a servir de válvula de escape para muchos rencores fruto de siglos de opresión social, a
los miedos de las antiguas élites privilegiadas, o a los reglamentos personales de cuenta.
Practicantes del terrorismo individual desde el siglo XIX, los revolucionarios como los
miembros del Partido Social-Revolucionario no hicieron más que reutilizar las mismas
armas contra los bolcheviques (Fanni Kaplán, red de Borís Sávinkov). Rojos y Blancos
rivalizaban en declaraciones incendiarias y se mostraban preparados para la violencia
radical.

Los Blancos se enajenaron rápidamente las poblaciones encarcelando y masacrando


sistemáticamente a nacionalistas, demócratas, judíos, sindicalistas, revolucionarios
moderados y, por supuesto, bolcheviques, sin olvidar a simples sospechosos, abatidos ante
la menor duda. Restituyeron las tierras a los antiguos propietarios de bienes inmuebles y no
vacilaron en quemar o destruir pueblos enteros, siendo sometidos los campesinos a castigos
corporales humillantes. Sus tropas a menudo se desacreditaban desde su llegada a fuerza de
violaciones y pillajes, mientras que muchos jefes multiplicaban los actos de arbitrariedad y
mostraban un modo de vivir fastuoso y libertino.

El aparato policial bolchevique, dotado de poderes arbitrarios muy extensos,


experimentó un desarrollo enorme. Aunque Trotski hubiera deseado un proceso público de
Nicolás II, Lenin y una parte del Politburó decidieron en secreto la ejecución sumaria de la
familia imperial. Pretextando la aproximación de los Blancos, esta se efectúa la noche del
17 al 18 de julio de 1918 en Ekaterimburgo. Detenciones, fusilamientos en masa, tomas de
rehenes e internamientos en campos se convirtieron en prácticas comunes. La cuestión de
saber si los campos abiertos por la Checa durante la guerra civil anticiparon o no al Gulag
estalinista se mantiene abierta.

Según el historiador británico George Leggett, aproximadamente 140 000 personas


perecieron a causa del Terror Rojo. Mencheviques, anarquistas, social-revolucionarios,
liberales o demócratas fueron perseguidos y puestos fuera de la ley por miles, así como
Blancos y nacionalistas, o incluso pacifistas tolstoianos, sionistas, bundistas etc., junto a
muchos cuyos orígenes sociales o su marginalidad bastaban para convertirlos en
sospechosos. En 1922, el Estado soviético organizó el procesamiento de los líderes social-
revolucionarios encarcelados; varios acusados fueron condenados a muerte y ejecutados y
otros deportados. El 19 de febrero de 1919, la revolucionaria Mariya Spiridónova, arrestada
tras la insurrección social-revolucionaria de izquierda en julio de 1918, fue condenada por
«locura» e internada de diciembre de 1920 a noviembre de 1921 en un centro psiquiátrico.
No obstante, con posterioridad escribió que «durante la época soviética, las cimas del
poder, los viejos bolcheviques, Lenin incluido, cuidaron de mí y, aislándome del desarrollo
de la lucha, siempre de modo muy vigoroso, tomaron al mismo tiempo medidas para que
jamás se me humillara.

La Iglesia ortodoxa rusa, que se situó activamente del lado de la reacción (hubo
popes delatores que pudieron ser responsables de numerosas ejecuciones sumarias), sufrió
miles de detenciones, ejecuciones, expoliaciones y destrucciones con el fin de erradicar no
solo de su potencia anterior, sino también las creencias religiosas. Se calcula que entre 1917
y 1918 fueron asesinados 20 mil sacerdotes.

Todos los contendientes, en diversa medida, utilizaron los mismos métodos de


represión: internamiento de adversarios militares y políticos en campos, toma de rehenes (el
primer decreto referente a rehenes fue promulgado por el general Niessel, comandante de la
misión militar francesa en Rusia) y ejecuciones sumarias. Según Peter Holquist «el joven
Estado de los Sóviets y sus adversarios recurrieron de igual forma a los instrumentos y
métodos que habían sido elaborados durante la Gran Guerra». Nikolái Melkínov, uno de los
principales miembros del gobierno de Antón Denikin, subrayó en sus memorias que la
administración blanca «había aplicado [...] en sus territorios una política profundamente
soviética».

Hasta el breve gobierno social-revolucionario de Samara, a menudo considerado


como uno de los beligerantes más moderados, utilizó este tipo de medidas. Al respecto, el
historiador británico Orlando Figes anota: «aunque las libertades de expresión y de reunión,
así como la libertad de prensa fueron restablecidas, era difícil respetarlas en las condiciones
de una guerra civil y las prisiones de Samara estuvieron pronto llenas de bolcheviques. Iván
Maiski, el ministro menchevique de trabajo, contó un total de 4000 detenidos políticos. Las
dumas y los zemstvos municipales fueron restablecidos, y los sóviets, como órganos de
clase, excluidos de la vida política».

Asimismo, los demócratas constitucionales liberales se resignaron a soluciones


dictatoriales allí donde mantenían el control, pero con excepciones: así en Crimea
mantuvieron un régimen constitucional y parlamentario que preservaba las libertades y
hasta esbozaba una tímida reforma agraria.

Por otro lado, ninguno de los ejércitos quiso dejar tras de sí elementos sospechosos
o peligrosos. Así, los combatientes anarquistas del ejército de Néstor Majnó respetaron más
a la población civil, perdonando y liberando a los simples combatientes hechos prisioneros,
pero eliminaron en su retirada a muchos oficiales, personas nobles, burgueses, kuláks o
popes, mientras tribunales populares surgidos espontáneamente se encargaban también de
juzgar y castigar a los implicados en las matanzas del Terror Blanco.

Violencia alimentada desde abajo y desde arriba


Según Sabine Dullin, «los organismos de represión creados por los bolcheviques
dejaban un gran margen de acción a la iniciativa popular». Las Checas locales se mostraban
con frecuencia más radicales que la central. Marc Ferro insiste en el hecho de que el
pequeño partido bolchevique no contaba con los medios para suscitar la violencia
generalizada que experimentó Rusia durante la guerra civil y que los leninistas a menudo
reivindicaron y asumieron la violencia popular espontánea para dar la impresión de que
ellos controlaban la situación, así como para canalizarla e instrumentalizarla para su
provecho.

Lo mismo realizaban sus enemigos, así el muy controvertido jefe nacionalista


ucraniano Symon Petlyura pareció verse desbordado por el antisemitismo visceral de sus
tropas: habría permitido los pogromos, pese a haber intentado frenarles, pero no los ordenó
(su papel exacto sigue siendo muy debatido).

En cuanto al Terror Blanco, los roles de la ideología, la violencia espontánea y la


orquestada «desde arriba» por las autoridades siguen siendo muy discutidos. Así, según
Nicolas Werth, «el Terror Blanco no fue nunca organizado sistemáticamente. Fue, casi
siempre, fruto de acciones de destacamentos descontrolados que escapaban de la autoridad
de un comandante militar que trataba, sin éxito, de llevar a cabo el gobierno. [...] En la
mayoría de las ocasiones estamos ante una represión policial del nivel de un servicio de
contraespionaje militar». Otros historiadores consideran, por el contrario, que la ideología
(especialmente la asimilación del comunismo a los judíos y el fantasma de un complot
«judeobolchevique») tuvo un papel importante en el proceso del terror dirigido desde
arriba. Según el historiador estadounidense Peter Holquist: «si bien es cierto que los
movimientos antisoviéticos sintieron menos la necesidad de justificar sus acciones, es
completamente claro que sus actos violentos, lejos de ser arbitrarios o fortuitos, fueron por
el contrario calculados. [...] Los prisioneros de guerra eran escogidos por los jefes blancos,
que ponían de lado a aquellos a los que consideraban como indeseables e irrecuperables
(los judíos, los bálticos, los chinos y los comunistas) y los mandaban ejecutar todos juntos».

Posiblemente los generales blancos se vieron más desbordados aún que los
bolcheviques por la violencia de sus partidarios sobre territorios vastos donde su autoridad
era limitada. El general Piotr Wrangel describe en sus memorias la anarquía que reinaba
sobre el inmenso territorio controlado por Antón Denikin cuando se puso al frente en marzo
de 1920: «el país era dirigido por toda una serie de pequeños sátrapas, comenzando por los
gobernadores para acabar por cualquier suboficial del ejército [...] la indisciplina de las
tropas, el desenfreno y la arbitrariedad que reinaba no eran un secreto para nadie [...] El
ejército, mal abastecido, se alimentaba exclusivamente de la población, gravada con una
carga insoportable».

Sin embargo, es incontestable que las altas autoridades blancas recurrieron también
al terror. La «conferencia especial» presidida por Denikin tomó en marzo de 1919 la
decisión de condenar a muerte a «toda persona que haya colaborado con el poder del
Consejo de Comisarios del Pueblo». El servicio de propaganda del gobierno de Denikin
hizo correr numerosos rumores durante la guerra sobre la existencia de complots judíos. El
general Roman Ungern von Sternberg, apodado «el barón sanguinario», fue sin duda aquel
que fue más lejos en sus acciones. En su famosa «orden n.º 1592», dirigida a sus ejércitos
en marzo de 1921, ordena en su artículo 9 «exterminar a los comisarios, a los comunistas y
a los judíos con sus familias».

A su vez, numerosos jefes de guerra y los aventureros sacaron provecho del


hundimiento de la autoridad en Rusia para realizar pillajes, masacres y autoproclamarse
dirigentes de territorios más o menos vastos. Otros se alistaron a los ejércitos regulares por
oportunismo. El atamán Nikífor Grigóriev constituyó así una milicia formada por soldados,
desplazados y mercenarios que se puso sucesivamente al servicio de Symon Petlyura, del
Ejército rojo y de los Blancos, sin renunciar en ningún momento a las matanzas y a los
pillajes. Grigóriev acabó siendo asesinado por Néstor Majnó y sus seguidores, con los que
se había aliado brevemente.

Tras la derrota de los blancos, los levantamientos campesinos antibolcheviques


experimentaron su apogeo. Numerosos segadores fueron asesinados, y los bolcheviques y
sus seguidores hostigados, cuando no torturados. La respuesta del Ejército Rojo fue
despiadada, con centenares de pueblos íntegramente deportados, miles de insurgentes
fusilados, mujeres e hijos de partisanos secuestrados o asesinados y el uso de armamento
químico por parte de Mijaíl Tujachevski para sofocar la Rebelión de Tambov.

Tras la victoria final bolchevique, el terror represivo se redujo, pero el aparato


policial se mantuvo intacto.

Victoria y crisis del «comunismo de guerra»


La guerra radicalizó espectacularmente al régimen. Para dirigir la guerra total contra
los enemigos, el gobierno de Lenin procedió a nacionalizar la práctica totalidad de los
comercios, la banca, la industria y el artesanado. Las viviendas de las clases acomodadas
fueron colectivizadas, entrando así los apartamentos colectivos en la vida de los rusos.
Mientras la moneda se hundía y el país vivía del trueque y de salarios pagados en especie,
el régimen instauró la gratuidad de las viviendas, los transportes, del agua, de la
electricidad y de los servicios públicos, todos ellos en manos del Estado. Ciertos
bolcheviques llegaron a soñar con abolir el dinero, o por lo menos limitar drásticamente su
uso. El «comunismo de guerra» (término creado a posteriori, aparecido tras el final de la
guerra civil) que había surgido por las difíciles circunstancias, pasó a ser un medio útil para
guiar a Rusia hacia el socialismo.

El poder instauró también un potente dirigismo sobre la economía y los obreros.


Para hacerlo, no vaciló en restablecer una férrea disciplina en las fábricas o en hacer
reaparecer prácticas deshonrosas como el salario a destajo, la libreta de trabajo, el cierre
patronal, la retirada de las cartillas de racionamiento y la detención y deportación de los
dirigentes de huelgas. Centenares de huelguistas fueron fusilados. Los sindicatos fueron
depurados, bolcheviquizados y transformados en correa de transmisión del sistema, las
cooperativas absorbidas y los sóviets transformados en entidades vacías. En 1920, Trotski
generó una vasta controversia proponiendo la «militarización» del trabajo. En el campo,
destacamentos armados procedieron violentamente a realizar requisiciones forzadas de
cereales para abastecer a las ciudades y al Ejército Rojo.

El poder realizó asimismo un enorme esfuerzo para alfabetizar y proporcionar


educación a la población, al tiempo que dirigía sus esfuerzos propagandísticos sobre los
soldados y las masas populares. Animó la efervescencia artística y puso a los creadores
vanguardistas al servicio de la revolución, lo que generó una vasta producción de obras y
carteles que contribuyeron a la adhesión colectiva a los bolcheviques.

Estas políticas salvaron al régimen, pero contribuyeron al enorme descontento


popular y al hundimiento radical de la producción, de la moneda y del nivel de vida. La
economía era una ruina y la red de transportes había sido destruida. El mercado negro y el
trueque florecieron. La desigualdad institucional del racionamiento en favor de los soldados
y los burócratas suscitó protestas populares. Las ciudades perdieron población, con
multitud de obreros y ciudadanos hambrientos que regresaron al campo. Moscú y
Petrogrado perdieron de esta forma la mitad de su población, mientras que la clase obrera
se descomponía: menos de un millón de activos en 1921, frente a los tres millones de 1917.

Entre 1921 y 1922, la hambruna, unida a una grave epidemia de tifus, acabó con la
vida de millones de campesinos rusos.

La Rebelión de Kronstadt y la NEP


Hastiados por el monopolio del poder adquirido por los bolcheviques, así como por
la violencia y la represión desplegadas en el campo o contra los obreros huelguistas, los
marinos de Kronstadt se rebelaron en marzo de 1921 y exigieron la vuelta al poder de los
sóviets, elecciones libres, libertad del mercado nacional y el fin de la policía política. En la
práctica la insurrección consistió en la disolución del sóviet de Kronstadt y el
nombramiento de un «comité revolucionario provisional» en su lugar. Su levantamiento fue
repelido por Trotski y Tujachevski.

Al mismo tiempo, el poder puso a los mencheviques fuera de la ley, reprimió las
últimas grandes olas de protestas obreras y empezó una campaña violenta de «pacificación»
contra los campesinos insurrectos. El X Congreso del Partido, celebrado a la vez que
ocurría la insurrección de Kronstadt, abolió también el derecho de tendencia en el seno del
Partido por la instauración del «centralismo democrático».

Pero ante el callejón sin salida del «comunismo de guerra» y el hundimiento de la


economía, Lenin decidió volver de manera limitada y provisional al capitalismo de
mercado: se adoptó la Nueva Política Económica (NEP) en el mismo congreso. Esta
liberalización económica permitió enderezar la economía.

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